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Sonata de un tejado estrellado

Las finas cuerdas vibran al contacto con sus dedos, marcando el ritmo al cual su cuerpo suavemente se mece, mientras cruje la lata bajo su peso y las estrellas enmarcan una pintura de armonía y pasión. Allí, las construcciones amontonadas, una sobre la otra, laberinto de hogares pobres y razones de serlo, ciclo de vicios tecnológicos y necesidades, claramente, pues ¿quién eres sin las redes? ¿Qué importas? Eres solamente un trozo más de madera en las paredes, o de lata en los tejados, o de polvo en el zapato de tu vecino. Las cuerdas vibran, sus ojos se cierran y sus labios se presionan como si aquel fuese un momento crucial de su vida, y entonces unos pasos la sobresaltan y de golpe aquella mágica atmósfera de medianoche se rompe, para luego de unas pocas palabras irrelevantes surgir de nuevo, intensificándose.

—¿Cuántos días llevas aquí sentada para haber avanzado tanto?

La voz de Aelin inunda de pronto el ambiente, seguida por el arpa de Eva, como en una competencia de protagonismo basada en la descoordinación. Tan solo unas semanas antes había revelado Eva la existencia de aquel aparato, el cual se hallaba escondido desde hacía años entre la chatarra de su armario. Tan solo unas semanas antes Aelin había insistido para juntas aprender a dominar aquella majestuosidad de instrumento, sin alguna tener idea lo que aquello provocaría. Tan solo unas semanas antes. La melodiosa voz trepaba por sus nervios cual enredadera, alcanzando tonos extremos: escarlata, azul eléctrico, blanco e incluso el color del cielo que rozaba su talento. Era un don heredado, sin duda, ningún alma podría igualar jamás la habilidad de un músico puro de sangre. Tan solo unas semanas antes era únicamente ella quien irrumpía el bello silencio otoñal, tan solo unas semanas después eran dos.

Tras un suspiro que se lleva la música consigo, ambas jóvenes se levantan, dando por terminada su práctica diaria. Emprenden inmediatamente el camino de vuelta a sus hogares, lamentablemente extenso, pues no les es posible practicar en cualquier lado debido al reciente aumento en la cantidad de víctimas callejeras correspondientes a músicos. Ha oído cientos de veces Eva en los murmullos ajenos exclamaciones de envidia hacia aquellos artistas, incluso quejándose de que por el solo hecho de nacer ya son dueños del mundo. Tras cuestionarse mil veces qué responder, buscando un insulto inteligente, casi siempre decide simplemente ignorarlos, pues no tiene caso. Además, revelar su postura de defensa hacia la libertad de los músicos podría suponer un peligro para su amiga. Una vez han llegado al piso treinta y dos del sector veinte, frente a la entrada de su pasaje, se alejan con un último roce de manos, dejando un rastro de palabras silenciosas y sonrisas furtivas.

Los auriculares claros reposan —como siempre— esperando a Eva sobre la mesita a un lado del balcón. ¿Cómo resistirse al placer de abandonar por unos minutos aquella casa mugrienta de rostros ausentes e inexpresivos? El viaje es indoloro, casi imperceptible a excepción de leves sacudidas. Las cómodas almohadas le dan la bienvenida a sus oídos y siente su cuerpo posarse sobre el colchón, mas ella ya no se encuentra allí, y es como si jamás lo hubiese estado.

Un hombre vestido de traje antiguo, como los de las historias que le contaban cuando pequeña, sonríe a una dama de pantalones holgados y camiseta apretada, quien sostiene en ambas manos un vaso que contiene una sustancia oscura, la cual Eva no logra reconocer. La dama acomoda sus anteojos y le sonríe de vuelta, con una mirada incitadora pero tímida a la vez. La escena es difusa y todo se mezcla como si de manchas de pintura se tratase, pero puede distinguir una figura dorada moverse de lado a lado, además de una mano sosteniéndola y unos pies y un baile y un beso, que con cada oleada de intensidad elimina el difuminado de la imagen. También puedo vislumbrar una mirada penetrante, y unas mejillas enrojecidas. Veo tantas personas danzar a mi alrededor, y veo un amor florecer de un encuentro accidental. Entonces la canción comienza a disminuir su volumen y las imágenes se desvanecen gradualmente hasta transformarse en una negrura vacía, y luego la realidad.

Eva se quita los audífonos con una sonrisa y los deja una vez más sobre la mesa, para luego tomar con cuidado los diminutos adhesivos luminosos de la caja bajo llave en que siempre se hallan y colocarlos a lo largo de su brazo izquierdo en una línea recta comenzando desde su hombro. Posteriormente, se lanza al colchón y cierra los ojos, procediendo a leer sus notificaciones rápidamente y revisar las noticias, mientras que en su extremidad izquierda las pequeñas calcomanías brillan con mayor y menor intensidad a medida que la joven ingresa a las diversas redes sociales a través de su sistema nervioso. Usualmente, aquel sería el momento del día en que Eva se quejaría de perder el tiempo en vez de dormir, sin embargo, cambia de parecer al encontrarse con un archivo titulado «La cola es raíz y las teclas, hojas». Eva conoce los códigos en palabras que refieren a la leyenda del pequeño en el bosque, y siente la necesidad de leer su contenido debido a su ya acostumbrada fascinación con el tema. Por lo tanto, decide usar sus escasos restos de energía para descomprimir el archivo y leerlo, nada desea más que averiguar más acerca de aquel misterioso habitante del paraíso. No obstante, resulta ser solamente más información inútil repleta de relleno y mentiras para ganar un poco de popularidad.


* * *


Días y días de práctica han transcurrido, progresando cada noche un poco más, hasta llegar al punto en que son un par los únicos fallos los que entorpecen la música. Sin embargo, uno de aquellos días en que la luna desapareció por completo del cielo, la vino a reemplazar la armonía perfecta, destacando por sobre todas las almas que pudiesen estar deambulando por allí, por sobre todos astros, por sobre todos los demás sonidos. Nació de un arpegio celestial acompañado de una nota sostenida por la voz que parecía acabar jamás, aquel fue el instante en que finalmente ambas chicas se percataron del poder que poseían. Fue el momento en que, por una milésima de segundo, notó no solamente su mente viajar cruzando las barreras del espacio y del tiempo, sino que a la vez una parte de su cuerpo físico, debido a que lo único que sentía uniéndola a la realidad eran sus oscuros dedos, tocando el arpa con una delicadeza que nunca antes había experimentado.

Una mujer de cabellera rubia con cierto tono pelirrojo se halla de espaldas a Aelin y Eva observando un álbum de fotografías, hojeándolo cuidadosamente. Entonces, otra mujer —ésta morena, de cabellos extremadamente oscuros y rizados tomados en un peinado por sobre la cabeza— se acerca lentamente a la primera por detrás y la abraza depositando un beso en su clavícula. El ambiente es de comodidad, alegría y ternura, no obstante, las jóvenes notan en él un algo que les hace sentirse inseguras. En ese preciso momento, las mujeres se voltean y de ese modo Eva y Aelin comprenden el porqué de esa sensación. Son ellas, pero mayores. Eva había oído de las canciones premonitorias, pero jamás había estado dentro de una de ellas. La mujer morena se acerca a la otra en un ángulo diferente y la besa, sin razón aparente. La sorpresa, incredulidad e incomodidad reinan y un silencio inunda la habitación hasta que la canción cesa. Entonces, regresan al tejado, pero ya no pueden mirarse a los ojos sin pensar en que aquello que presenciaron podría ser, y probablemente será, su futuro.


* * *


La explicación de todo yace ocho años atrás, en el vaso frente a ella, que contenía un líquido translúcido de color azul, casi rebalsándolo. La chica lo observaba con repugnancia.

—¿Acaso creen que porque sea de un color bonito querré beberlo? Es exactamente lo mismo.

Beber aquella sustancia significaba ingresar al ciclo de la tecnología. Significaba una cura a las condiciones en las que están obligados a vivir, pero una condena a la vez, puesto que el microchip que implantarían en su cerebro tendría acceso a toda su mente, a todo su ser. Sin embargo, Eva ignoraba aquellas explicaciones serias pensando que de esta manera obtendría la misma habilidad que sus amigos de escuchar música y transportarse a mundos diversos, el nuevo juego que todo el mundo utiliza. Considerando sus intereses, decidió finalmente beber la sustancia, la cual no estaba tan mal después del primer trago.

La camilla solamente detallaba su número de paciente y edad, era como si el resto de la información careciese de importancia. Eva estaba aterrada, la anestesia del líquido ya estaba surtiendo efecto, estaba comenzando a perder la conciencia. Nunca sintió el pinchazo de la aguja, ni la sintió atravesar su cuello, ni el chip siendo introducido en la base de su cerebelo.

Ella aceptó voluntariamente formar parte del sistema, como todos.


* * *


Los árboles parecen bailar al compás de la melodía. Se oye a lo lejos, como escondida entre las capas de niebla, cubierta de tiempo, polvo y olvido.

Aelin había comenzado a cantar, una vez más, seguida por el arpa de Eva tras unos segundos de duda, y unos minutos de silencio. La joven morena no pensaba que fuesen a viajar en aquel instante, puesto que la incomodidad del ambiente podría interferir con todo el proceso. No obstante, el aroma de la tierra mojada y la suave brisa le aseguraron que la música iba mucho más allá de lo que pudiese suceder entre las causantes de ésta.

Cada vez el piano se escucha con mayor claridad, mas pareciera como si proviniese de ningún lado. Era una pieza que ninguna de las chicas había oído antes, tan majestuosa y cautivadora que Aelin no pudo evitar pensar que era producto de los árboles mismos, del paisaje de igual magnitud. Pero no, aquella belleza tiene que proceder del alma de un ser humano, capaz de traducir el lenguaje de la naturaleza y expresarlo de esa forma. Pueden imaginar unos delicados dedos deslizarse a lo largo de las teclas, acariciando cada parte de ellas como amantes. Hombros y cuello arqueados, sosteniendo el peso de la noche sobre ellos, y el de los sentimientos aprisionados dentro de la cola del instrumento.

Y allí están, el piano hecho de las más finas maderas y el pianista de la más noble familia. Almas gemelas perdidas en un bosque del que jamás querrían huir, y jamás lo harían.

Por un lado, Aelin contemplando el espectáculo maravillada, sintiendo una profunda admiración por el compositor de tan corta edad que en este momento se halla en el clímax de su propia composición. Por otro lado, Eva dirigiéndose directamente hacia ellos, sintiéndose atraída sin control a la fuente de perfección, acercándose cada vez más a ella y por lo tanto alejándose cada vez más de su arpa. Hay dos opciones, eso cree mas no está preparada para tal divinidad que la rodea.

Ya es demasiado tarde cuando Aelin se percata de lo que sucede. La leyenda que su abuela le había relatado múltiples veces cuando era pequeña es realidad, el objeto de investigación de Eva existe. No hay otra alternativa, solo los músicos deben llegar a aquel lugar, no humanos corrientes como ella. Es demasiado duro, demasiado profundo, demasiado tarde. Las lágrimas llueven, los pies de Aelin sujetos a la tierra como cualquiera de los troncos, la impotencia y la desesperación, la imagen que desaparece frente a ella.

El arpa queda en silencio. La mirada de Eva busca la de Aelin por última vez y luego la del pianista, colocando los brazos alrededor de su cuello, aferrándose a lo único que necesita, entregándose por completo, sin saberlo, a su bella condena, cortando los escasos lazos con lo que alguna vez fue. A sus espaldas, Aelin se desvanece a la vez que la melodía cesa, esperando en vano encontrar a su amiga al retornar, esperando en vano encontrarse a sí misma en una libertad independiente de ella.

Ninguna de ellas regresaría alguna vez a su tejado estrellado, a su recuerdo más preciado.

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