Capítulo 4
Al abrir la puerta de mi habitación, mis piernas flaquearon, eso no era ni una habitación sencilla, sino, una suite. La estancia era enorme y de color blanca con algunos detalles dorados, al entrar había un muro que dividía el cuarto de la entrada y después de este había una entrada al cuarto. Me quité los tacones dejando mis pies adoloridos en contacto con el suelo. Subí el pequeño escalón que había allí y miré el techo, en el cual colgaba un candelero de cristal adornado por alrededor con tela azul. En una esquina de la habitación había una gran mesa blanca que tenía un espejo ovalado con adornos a su alrededor, y en el medio de la misma se encontraba una enorme cama vestida de azul con varias almohadas de diferentes tamaños, esta se encontraba sobre una mullida alfombra blanca, y la cabecera de la misma tenía diseños como el del espejo.
La suite también tenía una enorme ventana que se extendía por toda la pared, cubierta por cortinas largas que se encontraba recogidas y junto a la ventana había una mesa blanca que presentaba varias gavetas a conjunto con una cómoda silla. La habitación era hermosa y para alguien que no había gozado de grandes privilegios era más de lo que podría haber soñado alguna vez.
Una vez dejé de husmear por toda la habitación, llamé a Paty, ella tenía que verla, se moriría de envidia. El teléfono solo dio un timbre antes de que el rostro de mi amiga apareciera en la pantalla.
—Deborah, ¿qué haces? —inquirió Paty.
—Estoy en mi habitación —respondí con una sonrisa.
—Muéstramela ahora mismo —exigió Paty con urgencia.
Sin más demora puse la cámara trasera para que pudiera ver la habitación. Mi amiga pegó un grito con cada detalle, desde las cortinas del gran ventanal, pasando por la enorme cama, el gigantesco vestidor y terminando en el espacioso baño. Sin duda todo en aquella habitación desbordaba lujos.
—Es todo enorme, Deborah —comentó ella cuando salí del baño, a Paty, ya se había sumado mi madre, quien parada tras mi amiga miraba todo sin decir nada—. Por favor, llévame un día, aunque sea a escondidas —pidió Paty casi suplicando.
—Está bien —respondí con una sonrisa, no podía negarle nada a ella, así, me metiera en problemas.
Llamaron a la puerta y al abrir me encontré con dos hombres con posturas extremadamente rectas, vestidos con casacas rojas y pantalones blancos.
—Buenos días, señorita Beltrán —saludaron ambos guardias haciendo una pequeña reverencia —. El príncipe le envía estos presentes para la entrevista —añadió uno de ellos levantando una percha que tenía un protector para ropa puesto.
Me quedé por un segundo sin saber qué decir, no me esperaba aquello, ni siquiera me había preguntado qué llevaría a aquella entrevista.
—Sí, claro, pongan todo sobre la cama —respondí aún algo anonadada.
Me hice a un lado y ambos guardias entraron en el lugar, el primero dejó la percha sobre la cama y el segundo varias cajas de diferentes tamaños.
—Muchas gracias, que tengan buen día —dije cuando ambos pasaron junto a mí.
—¿Qué entrevista es esa Deborah? —inquirió mamá cuando cerré la puerta de mi habitación—. Es necesario que vayas.
Ahí estaba de nuevo su tono de disgusto, que tanto daño me hacía. ¿Por qué no podía alegrarse por mí y ya?
—Sí, mamá, es necesario que vaya, porque es una entrevista sobre mi entrada a Kensington Hall —respondí con tono de cansancio, y sí, estaba de aquella discusión—. Me tengo que ir.
—¿No me vas a enseñar la ropa? —dijo Paty con un puchero.
—Te la mando por fotos. Adiós —contesté antes de colgar la llamada.
Solté un sonoro suspiro, si hubiera seguido adelante con aquella llamada, habría discutido con mi madre y no era lo que deseaba.
Dejé el teléfono sobre la mesa y fui hasta la cama con curiosidad. En la percha encontré una tarjeta con una nota al abrir el protector, en donde, al final de la misma, aparecía el sello real junto a la firma del príncipe William.
"Espero que le guste el vestido que elegí
WV"
Saqué un vestido negro con un escote de barco, el cual era blanco y la falda era acampanada, que llegaba un poco más abajo de las rodillas. Era muy sencillo, pero sumamente elegante. Dentro de las cajas encontré accesorios para el vestido, en la más grande hallé un par de tacones stilettos negros con unas flores blancas adornando, también encontré en otra caja un pequeño bolso negro y en la más pequeña había un par de aretes, los cuales consistían en dos mariposas negras, que terminaban en una gota blanca, estaban hermosos. Sonreí ante tales regalos y me dije que debía darle las gracias al príncipe cuando lo viera, por haberse tomado la molestia de comprar aquello para mí.
Después de volver a guardar todo cuidadosamente en el closet, aproveché mi día para organizar mis accesorios en el closet, aunque era más un vestidor, un pasillo de un metro con gavetas y perchas por todos lados. Había escogido mis mejores ropas, pero comparado con aquel vestido parecía demasiado sencilla.
También revisé mis horarios, los cuales estaban plagados, pues en la mañana tenía clases de la universidad, pero en las tardes debía dar clases con los de primaria, sobre baile, modales en la mesa, etiqueta y un sinfín de cosas, que debía aprender, pues pertenecía a la nobleza, aunque no portara un título nobiliario.
Cuando dieron las cuatro y media me metí en la ducha, que nada tenía que ver con ninguna de las que hubiera probado antes, por lo que me extendí media hora disfrutando de aquella sensación. Una vez salí me puse el vestido, el cual, me quedaba perfecto y procedí a hacerme un peinado en cascada. Me puse los aretes y sonreí satisfecha con mi imagen. Por último, me puse los zapatos.
La comida fue incómoda, todas las miradas y cuchicheos estaban sobre mí, aunque fingí ignorar aquel detalle. Una vez salí del comedor me sentí aliviada, aún podía sentir la mirada de todos sobre mí.
Al llegar al rectorado, lo que había tomado unos veinte minutos y muchos problemas, me encontré rodeada de personas que me decían qué hacer. Me llevaron hasta una silla, donde me rodearon varias personas, quienes me soltaron el cabello y comenzaron a maquillarme. Cuando al fin terminaron pude verme en el espejo que tenía frente a mí, estaba irreconocible, mi rostro se encontraba bajo varias capas de maquillaje, me habían hecho un delineador drama, me habían puesto una sombra de ojos plateada, había resaltado mis pómulos y me habían puesto un pintalabios rojo rubí, que contrastaba con mi vestimenta. Para el cabello me hicieron un recogido lateral.
Después de ello, me colocaron un micrófono en el vestido y fui conducida hasta un salón, en donde habían montadas varias cámaras y otros artefactos que yo no podía entender. Mi pulso se comenzó a acelerar al pensar en ser vista por todo el país, ser iluminada por aquellos focos, me causaba asfixia. En un sofá se encontraba sentado el príncipe, quien, con su postura perfecta, hablaba tranquilamente con otro hombre sentado cerca de él, imaginaba que se trataba del presentador.
—Alteza —saludé haciendo una reverencia al llegar hasta ellos.
Al reincorporarme, vi como el príncipe me observaba con asombro y me sentí más nerviosa aún ante su mirada, que me inspeccionada de arriba a abajo. La persona que me había acompañado hasta allí, me pidió que tomara asiento junto al príncipe para tomar algunas fotos. Tomé mi lugar correspondiente en el mullido sofá y sentí que no podría mantener la posición correcta de tan cómodo que era aquel mueble.
—Luce hermosa —Elogió el príncipe girando su rostro hacia mí. Su voz siempre cortes y distante lo acompañaba.
—Gracias —susurré acercándome un poco al príncipe—. Todo se lo debo a las tres capas de maquillaje que llevo —añadí con una sonrisa divertida.
Me planteé si habría sido mala idea bromear, pero me di cuenta que no, cuando vi al príncipe contener una sonrisa, que finalmente estalló en una carcajada tan limpia y sonora. Me preguntaba si el príncipe sería perfecto en todo, parecía como si estuviera hecho a la medida para un príncipe azul.
Nuestra conversación se vio interrumpida por un fotógrafo, que nos pidió posar para él.
—Quería agradecerle por el vestido —dije cuando tuve una oportunidad.
—No fue nada, fue hecho para usted, le queda perfecto —contestó el príncipe William mirándome a los ojos.
Nos quedamos unos minutos mirándonos a los ojos, o tal vez solo fueron unos segundos perdidos en el tiempo, pero por primera vez pude ver más allá de los cristales que tenía por ojos el príncipe, aunque no pude identificar lo que allí encontré, era aún muy confuso.
La entrevista comenzó unos quince minutos después de la pequeña sesión de fotos. El conductor saludó a los televidentes y enseguida comenzó a hacerle preguntas al príncipe sobre el nuevo proyecto para Kensington Hall.
—¿Cómo surge esta idea, príncipe? —interrogó el presentador.
—Kensington Hall, tiene muchos años de antigüedad y hasta ahora no había cambiado sus reglas. La exclusividad de esta institución fue lo que nos mantuvo en pie por muchos años, pero ya no necesitamos su exclusividad, tenemos una industria que se levanta cada día más —explicó el príncipe, explicándose con maestría, sabía hablar muy bien, otro punto a su favor—. Es hora de darle una buena educación para nuestros futuros trabajadores, Kensington Hall es la mejor escuela, por qué no abrirla al público. Es hora de dejar atrás nuestros prejuicios, es el siglo XXI, debemos unirnos como nación.
Tuve deseos de aplaudir ante su discurso, sus ideas eran fantástica, si los otros estudiantes de Kensington Hall fueran como él, no me hubieran mirado con sus ojos jugadores.
A aquella pregunta siguieron otras para el príncipe y luego el presentador pasó a mí. Quería saber dónde había nacido, criado, qué me había llevado a Kensington Hall, entre otras muchas preguntas que respondí. Algunas con respuestas más elaboradas y otras mucho más sencillas.
*****
La alarma de aquel cacharro, al que llamaba móvil me despertó. Abrí los ojos sin muchos deseos y me costó saber dónde me encontraba, hasta que recordé todo lo que había sucedido el día anterior. Me levanté aún soñolienta y me dirigí hacia el baño para asearme y cambiarme de ropa.
La comida en Kensington Hall era maravillosa, su comida era mejor que las sobras de los Condelword, y eso que mi cocinaba muy bien, pero aquellos wafles con chocolate y fresa no tenían comparación alguna.
Una vez terminó el desayuno, me fui en busca de mi salón de clases y al entrar, solo encontré a una chica sentada junto a la ventana. Ella giró su cabeza en mi dirección al darse cuenta de mi presencia y me ofreció una sonrisa. A continuación, se puso en pie y se acercó a mí.
—Mucho gusto, soy Ariana —dijo extendiendo su mano hacia mí.
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