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Capítulo 2

Estaba descansando en mi habitación después de un largo día en la escuela cuando la puerta principal fue golpeada con urgencia. Enseguida salí a la sala, no obstante, mamá ya había abierto la puerta en la que se encontraba Fabricio con una expresión que nada bueno presagiaba.

—Ada, lo...siento —dijo Fabricio con voz ahogada, su rostro reflejaba lo difícil que era para él decir aquello—. Ada, Fernando...él...ha fallecido —terminó de hablar.

Esas palabras cayeron sobre mí como bombas, que provocaron grandes explosiones en mi corazón. Era la única explicación para lo que estaba sintiendo ahora, porque el dolor que desgarraba mi corazón era tremendamente doloroso, tanto, que pensé que aquel órgano no soportaría tal agonía.

—¡¡¡¡Noooo!!!! —exclamó mamá con un grito ensordecedor, al tiempo que caía al suelo reflejando el dolor que yo sentía en ese mismo instante y que por alguna razón se mantenía estancado en mi interior.

Deseaba llorar tanto como lo hacía mi madre, gritar hasta quedarme sin voz, pero no podía, aún me encontraba en shock. Lo único que pude hacer fue arrodillarme junto a mi madre para abrazarla, ahora debía ser más fuerte para ser su apoyo en todo momento.

*******

La alarma sonó con el ruido de siempre y me giré con un gruñido, no tenía ningún deseo de levantarme. Los días posteriores al anuncio habían sido muy ajetreados en la Mansión Condelword. Varias personas de Kensington Hall habían venido a la mansión para tomar medidas para mí uniforme —aún no podía creer que iba a tener un uniforme a mi medida—, algunos funcionarios habían asistido para asuntos legales, e incluso, se había presentado la directora con un séquito de reporteros hambrientos por notificar cada paso en esta novedad. Los periódicos se habían llenado con imágenes mías anunciando todo lo que acontecía y algunos detalles de mi vida, lo poco que habían podido averiguar acerca de mí y el resto eran especulaciones, como solía suceder con la prensa amarillista. Mi madre, por otro lado, se había mantenido al margen de la situación, aunque en su rostro podía ver su gran descontento con la situación, lo que me entristecía grandemente, pero intentaba sofocar el mal ambiente con la emoción que sentía por estudiar en aquel lugar. Ya podía imaginarme recorriendo cada pasillo lleno de magia y pensar en ser como una princesa; eran pensamientos bobos, pero era mi sueño de niña, cuando mi padre me contaba historias plagadas de magia y hadas.

«Había una niña una vez ...», recordar la dulce voz de mi padre era todo lo que me quedaba de él después de aquel accidente que había terminado con su vida.

Cuando la alarma volvió a sonar no tuve más opción que dejar mis fantasías y levantarme a duras penas.

La habitación que compartía con mi madre era sencilla, aunque acogedora, paredes blancas con algunos detalles de mariposas y flores plateadas. El suelo cubierto por un falso tapiz de madera y sobre este había una alfombra que se encontraba entre las camas. Además de dos camas individuales solo había un closet, una mesilla de noche y un espejo, y habíamos colgado algunos retratos en las paredes, así parecía más un hogar.

Después de colocarme el uniforme compuesto por una saya y pulóver azul con un delantal blanco, caminé por los sencillos pasillos del personal, que poco parecían pertenecer a aquella casa tan lujosa. Llegué a la cocina para ayudar a mamá con el desayuno de los señores y luego de tomar una tostada me puse en acción. Detestaba cuando me tocaba aquella labor, pues significaba que los ojos de la señora Luisa estarían sobre mí.

Me dirigí al comedor con algunos platos para colocarlos en la mesa blanca de seis puestos, adornada ya por las copas, platos y cubiertos colocados en una simetría perfecta. Este era enorme con paredes tapizadas con colores azules de tono pastel, ventanas con cortinas de seda cubriéndolas lo necesario para dejar pasar la luz solar y una lámpara de araña colgaba del techo.

—Deborah, cuando termines de traer los platos, te quedarás a atender a los señores —informó la señora Luisa, quien, desde la entrada de personal supervisaba cada detalle.

Hice un gesto de asentimiento y me marché a la cocina para buscar el resto de la comida. Después de unos minutos entraron en el comedor el Duque y la Duquesa de Condelword, y unos instantes más tarde llegó su hija mayor. El duque era un hombre de unos cuarenta años, de tez morena, con cabellos castaños y ojos amable, era una gran persona, me recordaba a mi padre; la duquesa, por otro lado, era bastante parecida a su esposo físicamente, sin embargo, era totalmente diferente en carácter, se trataba de una persona fría, malhumorada y que no soportaba errores, por ello la señora Luisa era tan exigente con la servidumbre; y Lady Andrea Fabiana Isabela Maura Calet, o Lady Fabiana, como todos solíamos llamarla, era una joven hermosa con cabellos castaños oscuros, ojos cafés y labios prominentes, además, poseía parte de cada uno de sus padres en cuanto a su carácter, pues solía ser amable, no obstante, le gustaba mantener distancia con todos, principalmente con las personas del servicio.

—Deborah, felicidades por tu entrada a Kensington Hall —dijo Lord Calet después de un rato de iniciado el desayuno mientras dirigía una amable sonrisa hacia mí.

—Gracias, milord —contesté con un asentimiento de la cabeza y una breve sonrisa.

Lady Fabiana también me felicitó con un "Felicidades" sencillo e impersonal, mientras que la matriarca de la familia sólo fue capaz de observarme de arriba abajo con desprecio y desaprobación. Estaba segura que ella era una de esas muchas personas que se encontraban en contra de la nueva proclama. Sin embargo, sabía que siempre habría alguien en contra de lo que se decía, las opiniones nunca serían las mismas para todos y lamentablemente algunos seres humanos se creían más que otros sólo por tener millones de papeles que llamaban dinero.

Al terminar el desayuno recogimos todo de la mesa para llevar los platos y restantes de comida hacia la cocina. Lo bueno de trabajar en la mansión era que los sobrantes de comida eran abundantes y muchos platos quedaban casi intactos, lo que nos permitía probar algunos de los manjares de nuestros señores. Siempre me alegraba cuando se hacía flan con chocolate, desde que lo había probado por primera vez, me había enamorado de aquel dulce.

—Debi, tienes visita en la sala de estar —anunció Paty con una sonrisa cuando dejé los últimos platos en la cocina.

Dejé el delantal sobre la mesa para dirigirme hacia los cuartos de la servidumbre, los cuales estaban dentro de la misma casa y contaban con corredores que conectaban con cada ala de servicio, una estructura bien pensada para evitar el contacto entre la servidumbre y los señores lo máximo posible. Las paredes del corredor principal delataban la diferencia social, pues, mientras en la mayor parte de la mansión reinaba el lujo y los bellos tapices de las paredes, las que se hallaban en aquel corredor eran blancas al igual que las del dormitorio.

Llegué a la pequeña sala de estar que no tendría más de ocho metros de espacio en los que se hallaban tres cómodos sofás y un televisor.

—¡Fabricio! —exclamé al verlo y corrí hasta él para fundirnos en un fuerte abrazo.

—Has crecido mucho, Debo —comentó Fabricio cuando nos separamos.

Me sentía muy feliz de ver a Fabricio allí, era lo único que quedaba de mi pasado antes de que mi padre falleciera, el resto después de su muerte a veces era confuso. Me había mudado tantas veces que ya no recordaba los lugares exactos en donde había vivido o el orden en el que me había mudado.

—Eres una estrella ahora, veo tu rostro cada día que voy a la ciudad —añadió revolviendo mi cabello como solía hacer desde que era una niña que se escondía detrás de él cuando mi padre quería hacerme cosquillas.

Fabricio era un hombre alto, de tez blanca muy pálida en contraste con sus ojos oscuros y su cabello castaño oscuro muy similar al mío, aunque mi cabello era un tanto más oscuro, que podría decirse que era color azabache.

—¿Cómo están los gemelos? —interrogué mientras tomábamos asiento en uno de los sofás.

—Henry está preparando su boda con una chica que conoció en uno de nuestros viajes. Al principio puede parecer de esas mujeres superficiales, pero es una gran chica —explicó y pude ver reflejado el cariño hacia su nuera y su felicidad por la unión—. Alberto es todo lo contrario, solo está enfocado en la granja y no piensa en el casamiento.

Henry y Alberto habían sido mis compañeros de infancia, mis mejores amigos, incluso Alberto y yo habíamos hecho una tonta promesa de niños para casarnos, creíamos saber todo sobre el amor. Me alegraba saber que ambos hermanos estaban tomando un rumbo en la vida. La granja de Fabricio siempre había sido el deseo de Alberto y ahora lo estaba cumpliendo.

—Extraño mucho ir a tu granja —comenté llena de nostalgia al recordar los grandes pastizales en los que solía correr.

—Puedes ir cuando sea la boda de Henry, es dentro de un mes —respondió Fabricio con una sonrisa que iluminó mi alma.

Tener a Fabricio a mi lado era como tener un segundo padre, él era el mejor hombre que podía conocer.

—Estaré encantada de asistir, gracias por la invitación.

—¿Cómo van los planes para Kensington Hall? ¿Estás decidida a ir? —interrogó Fabricio con ojos inquisitivos.

Bajé la mirada hacia mis manos mientras jugueteando con el anillo que me había regalado mi padre por mi duodécimo cumpleaños.

—Yo deseo ir, mi padre estaría de acuerdo —respondí soltando un suspiro—. No obstante, mi madre está en contra, cree que es una tontería y que debería mantenerme en mi lugar, eso hace que por momentos sienta que estoy siendo una egoísta al tomar esta decisión —añadí posando mi mirada en Fabricio en busca de un consuelo.

—Tu madre solo quiere lo mejor para ti, Deborah, sabes lo mucho que se ha sacrificado por ti —respondió él tomando mi mano entre las suyas—. Deberías obedecerla, ella sabe que es lo mejor para ti —agregó dándome algunas palmaditas en la mano.

Era cierto, mi madre se había sacrificado mucho después de la muerte de mi padre, había trabajado duramente para conseguir un techo y comida para vivir, pero... yo también me había sacrificado por ella. Acaso mis sacrificios contaban menos que los de mi madre, había renunciado a muchos planes al seguirla de un lugar a otro por todo Ankar, incluso fuera; nunca había sido una hija desobediente, al contrario, jamás me había quejado de aquello, pues sabía el esfuerzo que hacía ella por seguir viviendo, sin embargo, por primera vez tenía un sueño que no deseaba abandonarlo.

«Solo te desobedeceré esta vez, mamá», me prometí a mi misma.

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