~˚⋆。 𝐸𝑙 𝑜𝑟𝑖𝑔𝑒𝑛 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑐𝑎𝑏𝑒𝑙𝑙𝑜 。⋆˚~
Era una hermosa tarde de primavera, y una pequeña niña sollozaba en su habitación. Al oír aquellos gemidos, su madre se aproximó rápidamente a su habitación para saber qué sucedía.
—¿Qué sucede pequeña? —Se sentó a su lado y comenzó a acariciar su cabello, con toques suaves para demostrar su afecto—. ¿Por qué lloras? —preguntó con interés, mas la pequeña niña no respondía, pero gracias a las caricias que recibía, dejó de llorar.
Ya más calmada, la pequeña se animó a relatarle a su madre la razón de su pesar, el porqué de su llanto.
—¿Por qué soy diferente? —cuestionó la pequeña, con sus ojos aún enrojecidos.
—¿A qué te refieres? —indagaba su madre, mientras seguía acariciándola.
—A que no soy igual a ustedes, ¿de verdad soy su hija?
—¡Claro que eres nuestra hija! ¿Por qué piensas que no lo eres? —Se mostró sorprendida, mas comprendía el porqué.
—Mis amigos... Ellos dicen que yo no soy hija de ustedes.
—¿Y por qué piensan ellos eso?
—Porque soy diferente. Ustedes —pausó un momento—, tanto papá, como tú mamá son diferentes. No es lo mismo como los padres de mis amigos. Ellos se parecen entre sí, mientras que nosotros, no.
—Uhm, lo dices por el color de tu cabello ¿verdad? —inquirió su madre ante tal asunto.
—Sí.
—Hija —dejó de acariciarla, acercándose aún más para abrazarla—, puede que tu padre y yo no tengamos el mismo color de cabello que tú tienes —la miró directo a los ojos—, pero eso no significa que no eres nuestra hija —le aseguró sin demora.
—Pero... No entiendo, ¿acaso soy adoptada?
—¡Ja, ja, ja!, qué cosas dices.
—Es que es la única forma en que puede ser, el que así sean mis padres.
—Pues, existe otra manera en que lo seas —la abrazó aún más fuerte.
—¿Sí?
—Por supuesto... De manera natural —respondió la madre con una gran sonrisa.
—¡Mamá!
—¡Ja, ja, ja! Pero es la verdad.
—Uhm.
—A ver —se acomodó y se recostó junto a ella—, creo que ya es hora de contarte una historia.
—¿Una historia? ¿Sobre qué? —preguntó con una gran curiosidad ante las palabras de su madre.
—Un legado, un hecho real que se ha relatado generación tras generación en nuestra familia —nuevamente la miró—. Ha llegado el tiempo que tú también la conozcas —le aseguró mientras acariciaba su cabello.
—Uhm...
—Dime, ¿quieres saber por qué somos diferentes? ¿Por qué el color de tu cabello es distinto al de nosotros?
—¡Claro que quiero saber! —reconoció enérgica.
—Pues entonces, escucha con atención...
"Hace mucho, mucho tiempo, a nuestras tierras llegaron personas que nunca se habían visto: los huincas. Aquellos eran hombres, mujeres y niños totalmente diferentes. Tenían otro color de piel; era un tono más claro, con otras costumbres, hablaban extraño, y se comportaban de manera distinta a los nativos del lugar, nuestra gente.
Ese tipo de personas comenzaron a verse mucho por la zona. Venían de un lugar distante, un país lejano llamado España. Con el tiempo ellos comenzaron a ocupar el territorio, poco a poco, conquistándola como ya lo habían hecho con otros lugares, lo cual causó que nuestro pueblo, el mapuche, se resistiera con todo ante tal suceso.
Existió una constante guerra entre ambos bandos que duró muchos años. Fueron tres siglos de lucha interminable donde existieron incontables bajas, que incluyeron a personas importantes para los dos grupos. Con el tiempo dicha guerra llegó a su fin, pero eso no significó que pequeños altercados aún persistieran.
Posterior a ese periodo inició la colonización, o pacificación como la llaman ellos, llegando más extranjeros a nuestra zona, los cuales eran mayoritariamente europeos. Sin embargo, pese a pequeños momentos de paz, tanto huincas como mapuches siguieron en conflicto.
En una de esas tantas rencillas, el toqui de cierta comunidad ordenó a un joven guerrero, junto a dos de sus compañeros, ir a observar a los nuevos inmigrantes que habían llegado a la zona. La misión era simple, conocer al nuevo enemigo y descubrir sus puntos débiles.
La geografía del lugar era muy particular, contaba con una densa vegetación boscosa que rodeaba el río principal, el Cautín, lo cual estos jóvenes sabían aprovechar muy bien. Se acercaron sigilosamente a los límites de los huincas, observando desde lejos. Era un acto totalmente imperceptible, pues, se encontraban al otro lado del río.
En el momento en que los tres jóvenes miraban meticulosamente a sus nuevos enemigos, esencialmente el comportamiento de los guardias del lugar, algunas mujeres y niños colonos ingresaron al río para nadar. Quienes observaban ocultos la escena, aquellas personas eran seres despreciables, y esas mujeres solo serían un botín más para un futuro malón. Pero, para quien lideraba la misión, una de las mujeres blancas despertó su total curiosidad, no solo por la simple diferencia en la tonalidad de su piel, no, sino por el extraño color de su cabello, "kelü" susurró.
El joven guerrero fue varias veces a aquel lugar, no solo por orden del toqui para mantener vigilada a dichos intrusos, sino también por voluntad propia y así apreciar a tan misteriosa mujer. En una oportunidad, la comunidad vecina del joven sufrió un saqueo, un maloca, esto causó mucha indignación en su propia comunidad, en especial al toqui y demás líderes, por lo cual decidieron que en la siguiente fase de Küyen, en luna nueva, atacarían a los nuevos huincas como venganza.
Escuchar aquella declaración causó mucha conmoción al joven guerrero, pues si bien siempre sería fiel a su comunidad y acataría sin reproche las órdenes de su líder, no quería que otro peñi, que ninguno de los demás hombres robara a Kelü. Faltaban veintidós días para la siguiente fase lunar y con esa información el joven mapuche decidió hacer algo que jamás creyó, acercarse a la huinca.
Ya sabía su rutina: cada cierto tiempo, cuando Antü estaba en lo más alto, a plena luz del día, ella aparecía en el río y se sumergía en él. ¿Cómo acercarse a ella sin que le tuviera miedo? Después de todo existía un temor y tensión constante entre mapuches y huincas, pero, después de plantearse tal pregunta, reaccionó que ya estaba sumergido en el río, a tan solo unos cuantos metros de ella.
Se ocultó cerca de la vegetación y se quedó observándola. Miraba con detenimiento a la joven, y con suma atención a su cabello, que cada vez que salía del agua era cada vez más kelü, algo que dejaba maravillado al mapuche.
Sin darse cuenta la perdió de vista, ¿quizás se habrá ido? ¿Cómo no se había percatado de eso? Mientras se cuestionaba y buscaba cautelosamente por sus alrededores, se percató que una sombra se acercaba a él bajo el agua. El joven se asustó pensando que sería un wekufü, quizás un alma vengativa por alguna muerte que él había causado en el pasado.
Entregado a experimentar lo peor, el joven tan solo cerró sus ojos, pero tras un silencio y al darse cuenta de que nada había ocurrido, decidió abrirlos. Al hacerlo su sorpresa fue tal que casi perdió el equilibrio, pues frente a él había salido del agua aquella joven que había estado observando por tanto tiempo.
Ella, en vez de estar asustada frente a aquel desconocido, tan solo se quedó observando. La pareja se quedó en silencio por unos segundos, después de todo era la primera vez para ambos estar así de cerca ante un ser humano diferente, de manera tranquila, sin actos de violencia, sobre todo para el joven mapuche.
La colona, por el contrario, no quería gritar ni alertar a nadie, pues sabía que si hacía eso inmediatamente los guardias del lugar apresarían a aquel joven lugareño, lo golpearían, e incluso podrían causarle la muerte, un acto de lo más detestable a su parecer, después de todo eran ellos, los inmigrantes, los que había invadido con supuesta son de paz el territorio de aquel joven que tenía al frente.
—¡Fiorella! ¿Dónde estás? —Se escuchó a lo lejos.
—¡Aquí! —gritó la joven—. ¡Enseguida me acerco!
El joven se asustó por un momento, pero ella se dirigió a él dándole a entender que no lo delataría.
—Tranquilo... —ella levantó sus manos, mostrando sus palmas—. No sé si me entiendes pero, no le diré a nadie que estás aquí —dijo, mientras de manera pausada se dirigía a la orilla del río para salir.
El joven solo asintió con su cabeza, le había entendido.
Después de todo, no era la primera vez que vigilaba a los huincas, y eso implicaba tratar de entender un idioma diferente. Era un guerrero y por ende debía conocer a su enemigo y para ello era fundamental tratar de relacionar palabras y llegar a comprender lo que decían. Y aunque en esa ocasión entendió lo que ella le dijo, sabía que aún no podía expresarse bien, así que tan solo le agradeció.
—Chaltu may, Kelü —le dijo el joven, pero ella no entendió.
—No... —lo miró extrañada—, no entiendo —verbalizó negando con su cabeza.
—Gra-cias —aclaró.
—De nada —declaró, regalándole una sonrisa.
—¡Fiorella! Por favor sal del agua pronto, tenemos prisa.
—¡Ya voy! —mencionó ella dándole la espalda al joven. Cuando se acercó a la orilla se volteó una vez más a ver a aquel desconocido, pero él ya había desaparecido.
Había sido su primera interacción con ella, su corazón saltaba de emoción, no solo por haberla visto así de cerca, sino también porque no lo delató. 'Fiorella' murmuraba y pensaba: ¿su nombre tal vez? Lo cierto es que ya tenía motivos para volver a verla, sobre todo si podía protegerla del futuro malón que se llevaría a cabo.
Al siguiente día nuevamente el joven estaba cerca del río, y una vez más vio a la colona dándose un baño en él. Se aproximó con el firme deseo de interactuar con ella, sumergiéndose a la par. Apareció de frente.
—Mary mary, Kelü —le dijo el joven.
—¡¡¡Ah!!! ¿Qué...? —Pero antes de poder continuar con su grito, él le cubrió su boca con la mano.
—No... Po-favo...
'No, por favor' era lo que quería decir, pero no sabía si lo había dicho bien. Mas, ella asintió y con eso el joven la soltó.
Ambos se quedaron juntos en silencio nuevamente, tal cual el día anterior. Él, por su parte, miraba su rostro, sus ojos claros y su cabello, tan colorido, tan rojo como el fuego. Ella también lo observaba, después de todo era muy diferente a los jóvenes de su colonia. Su piel era más oscura: moreno. Sus ojos eran marrones y un pelo azabache, era un cabello largo que le llegaba a la altura del hombro. Pero ese sutil silencio fue interrumpido cuando el joven mapuche tomó el cabello de la joven y dijo: kelü.
—¿Quelu? ¿Hola? —Se preguntaba ella ante la expresión del joven.
—Hola... no... kelü.
—¿No? Quelu no es hola —asintió el joven guerrero—. ¿Entonces? —Con una clara expresión de duda.
El joven comenzó a nombrar cosas para identificar colores. Tomó su propio cabello y dijo kurü, negro, luego señaló la tierra y dijo kolü, café; tomó parte de la vegetación y mencionó karü, verde. Pero para identificar el color del cabello de ella, el joven buscó por todas partes algo que pudiera darle a entender su significado, pero no lo halló. En ese momento decidió sacar su cuchillo, lo cual asustó un poco a la joven colona, y de un momento a otro él cortó su piel. La sangre comenzó a brotar por la herida, haciendo que ella se inquietara.
—¡No! ¿Por qué haces esto? —Se mostró preocupada, no quería que él se dañara.
—Kelü —repitió el joven mostrando la mancha de sangre en el agua—, kelü —nuevamente dijo indicando a su cabello.
—¿Rojo?
—Mai... Sí —asintió, la volvió a ver a los ojos y mencionó— ro-jo: kelü.
La colona se dio cuenta de que kelü era rojo, y él la llamaba así por el color de su cabello. Aunque para ella el color de su cabello no era más que un simple color rojizo, sin mayor valor e importancia, para ese joven era una completa novedad, era un hermoso color rojo, tan vívido como un fuego o como su propia sangre, la representación de fuerza y poder en su cabellera. Ella para él era Kelü.
—Mi nombre es Fiorella, no quelu.
—Fio-re-la —repetía el joven.
—Sí, Fiorella, ¿y tú? —Apuntó al joven—. ¿Cuál es tu nombre? —Claramente quería saber de él.
Antes de que pudiera responder, él divisó a sus compañeros acercarse al río, y en un rápido acto tomó a Kelü para ocultarse entre la vegetación y así no fueran vistos. La cercanía de ambos no fue desapercibida para ninguno, después de todo estaban ocultándose y eso implicaba proximidad.
La joven colona no entendía el porqué de ese suceso, pero luego vio a dos extraños al otro lado del río, lo cual la alertó. No porque estuvieran cerca, sino por las expresiones de estos: eran claras intenciones de amenaza.
Pasó poco tiempo hasta que los compañeros del joven se retiraron, esto hizo que por fin salieran de su escondite. Lo que había acontecido generó intriga en Fiorella, deseaba preguntar a su acompañarte por ello, pero, ¿cómo preguntar si apenas se entendían? Así que solamente guardó aquellas interrogantes en su memoria.
—Debo irme —mencionó la joven al darse cuenta del tiempo que había pasado.
Pero antes de poder hacerlo, el joven sujetó la mano de Fiorella, acción que dejó sorprendida a la colona. El joven, al darse cuenta de lo que hizo, la soltó inmediatamente, pronunciando unas palabras más.
—Aukan... Mi nombre —se indicó así mismo—, Aukan.
—Aucán —repitió ella.
—Sí.
Nuevamente, el silencio se apoderó de la pareja, se miraron detenidamente por un pequeño instante. Algo extraño sucedía con ellos, pertenecían a mundos completamente diferentes, pero por extraño que pareciera, no existía la distintiva tensión que por tantos años los caracterizaban, no, entre ellos había algo más que simple tensión.
Para el mapuche, ella era una mujer que había despertado su interés por el extraño color de su cabello, para la colona, ese joven despertaba su curiosidad. La forma de comportarse, más que un miedo morboso que le habían inculcado sus más cercanos con los nativos de la zona, para ella él más bien le parecía todo lo contrario, le causaba un extraño sentimiento de seguridad.
—Me voy —comenzó a alejarse.
—Pewkallal... Adiós.
Luego de despedirse, Aukan se dirigió rápidamente al encuentro de sus compañeros. Al reunirse, ellos le preguntaron dónde se encontraba, pues el toqui lo estaba buscando pues durante el día tendrían un trawün, un encuentro con la comunidad hermana que había sido atacada recientemente.
Durante el camino, Aukan solo pensaba en Kelü, en la interacción y cercanía que había tenido con ella y en cómo, a diferencia de las otras mujeres de su comunidad, despertaba tanto su interés.
Los días siguientes Aukan seguía visitando el río para encontrarse con Fiorella. Cada encuentro tenía una interacción nueva. A veces eran solo miradas en silencio, en otras ocasiones una muy leve conversación, ciertos días fueron definiciones de palabras que eran simples para uno y complejas para el otro, y en otras oportunidades una amena compañía, donde ambos solamente nadaban juntos en el río.
Faltaban dos días para que la luna nueva estuviera presente. En plena oscuridad nocturna, la comunidad de Aukan atacaría a la colonia de Fiorella. El joven lo sabía, él era un guerrero que participaría de dicho malón, pero también estaba preocupado por, ya en ese momento, su Kelü, pues no deseaba que nada le pasara. Pero, ¿cómo advertirle de ello?
—Kelü, yo... decir... importante.
—Por lo visto, nunca me dirás Fiorella, ¿no es así Aucán?
Él la miraba solo con ojos de preocupación.
—¿Qué sucede? —cuestionó inquieta.
—Tú... yo, ¿wenüy?... ¿Amigos?
—¿Y eso? —Se quedó en silencio por un instante—. Bueno, supongo que ¿sí?
—Kelü —la miró decidido— confiar en mí.
Tras eso, Aukan se fue dejando extrañada a Fiorella, no porque él considerara que ya eran amigos, sino más bien por la actitud del joven durante esa ocasión. Aquella conversación hizo que ella recordara a los hombres con presencia hostil que vio al otro lado del río, acaso ¿tendría algo que ver con eso? Al día siguiente, Aukan no se reunió con Fiorella, lo cual hizo levantar aún más las sospechas en ella.
Ya era el primer día de luna nueva, la oscuridad se hacía presente en el lugar. Los residentes de la nueva colonia dormían plenamente hasta que, un fuerte estruendo los despertó. Un enérgico galopar se aproximaba, junto a un inconfundible grito unísono, todo indicaba que los nativos del lugar iniciarían un asalto, un furtivo ataque sorpresa. Los perros ladraban vigorosamente a dichos extraños que habían bajado de sus caballos para robar todo a su paso: ganado, comida y mujeres, y entre ellas se incluía a Fiorella.
El estruendo que se escuchaba era mezclado, lo componían las voces de aquellos guerreros que huían a toda velocidad con el botín obtenido, junto al de lamentos de familias, hombres, mujeres y niños que fueron víctimas de aquel asalto, incluido los gritos de aquellas que habían sido robadas. Esa noche oscura fue una muy amarga para aquellos colonos, y para los nativos, una merecida venganza.
Al llegar a la comunidad, los guerreros que participaron de tal acto se repartieron el botín, lo cual incluía a las mujeres. Muchas lloraban desconsoladas al ser llevadas a la fuerza a las rukas de hombres que desconocían, otras simplemente no opusieron resistencia, pues sabían que si lo hacían las consecuencias serían aún peor. Fiorella era una del grupo que no se opuso.
Con la mirada cabizbaja se dejó llevar por un desconocido. En ningún momento lo vio, o si lo habrá hecho, la oscuridad del lugar le impidió ver el rostro de quien tomaba su brazo. Llegaron a una ruka y en su interior el raptor la soltó. La joven permaneció de pie, pero luego solo se desplomó al suelo, la tensión del momento hizo que sus piernas se debilitaran, lo cual hizo que el joven que la llevó a su morada se preocupara.
—¿Tú bien, Kelü?
Sin responder, por fin, Fiorella alzó los ojos.
—¿Au-cán? —mencionó ella, con un tono de voz tembloroso.
—Sí... Perdón, Kelü.
Aukan se dispuso a levantar a Fiorella del suelo, pero al momento de tocarla, ella rápidamente se soltó de él. Esa acción causó mucho dolor en Aukan, pero a la vez comprendía el miedo que su Kelü sentía. La dejó en el suelo y él se retiró de la ruka, no sin antes hablarle una vez más.
—Tratar de dormir —se fue.
Fiorella no sabía qué hacer. Estaba sola en aquella vivienda, podría escapar perfectamente de ahí, pero, ¿a dónde? ¿Cómo volver? ¿Cómo localizar su colonia? Después de todo estaba en un lugar completamente desconocido y la oscuridad de la noche no le ayudaría en ello, además de los peligros que esa hazaña conllevaría. Finalmente, se acomodó y trató de pensar en qué debía hacer, pero a la vez, rápidamente a su memoria llegaron todas aquellas veces en que compartió con Aukan, y la expresión del joven al pedirle perdón.
Después de mucho pensar y del cansancio que acumulaba, Fiorella se quedó dormida. Al despertar se percató que estaba cubierta con una manta y cerca de ella había un recipiente con agua y comida. Cuando por fin se incorporó, vio que al otro extremo de la ruka se encontraba Aukan, observándola detenidamente. Al verlo y darse cuenta de que efectivamente era él, en vez de sentir el temor de la noche anterior, Fiorella se relajó.
—Esto —apuntó a la comida—, ¿es para mí?
—Sí.
—Gracias —mencionó sin dudar.
El silencio que era común entre ellos se apoderó del ambiente, pero en esa ocasión era notablemente incómodo. El joven no deseaba acercarse, no cuando ella se alejó de él tan frenéticamente la noche anterior. La colona por su parte no sabía qué mencionar, pero en su interior agradecía que por lo menos fuera Aukan el que estuviera ahí con ella, pues de alguna manera, él se había ganado cierta confianza, y desde el pasado evento nocturno tan desgarrador no le había sucedido nada malo, no como si escuchó de las demás.
—Aucán, ¿por qué hicieron eso? —preguntó por fin Fiorella.
—Venganza —respondió sin mayores detalles.
—Ya veo —no cuestionó.
No era de extrañar, después de todo entre mapuches y huincas existía el mismo acto: malón y maloca; el atacar sin previo aviso, saqueando todo a su paso.
—¿No vas a comer? —Volvió a hablar Fiorella.
—Uhm... —no sabía si responder.
—Ven —lo invitó, pero no lo miraba—, come tú también, Aucán.
Por un momento el joven no quiso acercarse, pero luego, viendo la forma en que ella le ofreció de comer, se aproximó. Aukan se sentó frente a ella y comieron juntos, pero no se miraron.
Durante ese día la joven se quedó solo en la ruka, no deseaba salir al exterior, después de todo aún escuchaba los lamentos del resto de sus compañeras, y sabía que al salir descubriría cosas no deseables. Aukan por su parte, permaneció mayoritariamente afuera, ya sea en reuniones con el toqui, como también a solas en el bosque, después de todo, ya no tenía que ir al río a ver a su Kelü, además, el que ella precisamente estuviera en su ruka significaba algo más. El rapto para el pueblo mapuche era parte del ritual inicial para el mafün: matrimonio.
Pasaron unos cuantos días con la misma rutina, hasta que Fiorella por fin decidió salir y mirar un poco la comunidad. El día ya estaba acabando, pero eso no impidió que ella viera a niños, jóvenes, hombres y mujeres reunidos hablando en su idioma, el mapudungun. Estaban alegres, como si todo lo que había ocurrido hace tan pocos días no fuera de importancia.
Vio también a algunas de las mujeres de su colonia, en tristes condiciones, muy diferente a lo que ella misma estaba viviendo, pues Aukan, a pesar de que dormía cerca a ella, no le había tocado ningún cabello. Para evitar aquella escena, Fiorella decidió salir de ahí. Mientras caminaba sin rumbo fijo, escuchó un río, dirigiéndose rápidamente hacia aquel lugar, donde como siempre era su espacio de libertad.
Retiró partes de sus prendas para lavarlas, pues habían quedado muy sucias después de lo acontecido. Luego, se acercó al río chapoteando con sus pies, una sensación agradable. En ese momento, instante en que estaba decidida a sumergirse con él, fue detenida por desconocidos que sujetaron de sus brazos con fuerza.
Eran tres jóvenes que la dirigieron forzosamente hacia el bosque. Hablaban muchas cosas que ella simplemente no entendió, y nuevamente no opuso resistencia. Cuando llegaron a las profundidades del bosque, uno de ellos comenzó a tocar la cabellera roja de la joven, eso hizo que Fiorella, inconscientemente en un brusco movimiento, terminara golpeando la mano de él. El joven indignado sacó su cuchillo amenazándola, acción que fue detenido por Aukan, golpeándolo.
Aukan había llegado hace poco a su ruka, y al no encontrar a su Kelü decidió revisar todas las demás rukas sin resultado. Se acercó al río y vio las prendas de vestir de ella, y como el gran guerrero que era, siguió las pisadas hacia el bosque encontrando aquella escena.
Cuando Aukan llegó, golpeó al joven que había amenazado a Fiorella. Intercambió palabras con el resto en un tono de voz alto, dejando a todos sin habla, en especial a quien yacía en el suelo. Acto seguido, Aukan miró a Fiorella, sujetó su mano y se retiraron del bosque rápidamente. El joven la llevó nuevamente al río donde se encontraban sus prendas haciendo que se sentara cerca. Aukan rompió parte de su propia indumentaria para mojarla y con ellas limpiar las heridas que aquellos le habían hecho en el transcurso.
Fiorella nuevamente se tensó al saber que él se aproximaba, pero a ver los ojos de Aukan, de preocupación y atención, el haber presenciado cómo la rescató de su propia gente, y de aquellas palabras que no entendió, pero que sí sabía que fueron en su defensa, se relajó y permitió que se acercara. Aukan limpió suavemente cada herida, cada rastro de suciedad que tenía producto de lo ocurrido, era como si en realidad la estuviera acariciando, reconfortándola por lo sucedido.
—¿Por qué salir de ruka? —preguntó angustiado Aukan.
—Quería venir al río, bañarme —respondió la colona cabizbaja.
—Por favor, ten cuidado —volvió a hablar el joven, con un tono de voz suave y de preocupación.
Fiorella se dio cuenta de que Aukan realmente la protegía. No solo por lo que había ocurrido en el asalto y del lamentable intento de sus compañeros, sino por todo el tiempo, él la había estado cuidando desde que se conocieron.
—Gracias Aukan —habló ella, viéndolo por fin directamente a sus ojos.
Aukan no respondió, pues era la primera vez que pronunció correctamente su nombre y lo miraba de esa forma luego de días. Lo dejó sin palabras.
—Uhm, ¿puedo ahora? Quisiera nadar —declaró.
Ya era de noche, pero eso no impidió que ella deseara sumergirse en el río, era una especie de necesidad.
—Sí..., te acom-paño.
Ambos ingresaron al río y comenzaron a nadar como lo habían hecho días anteriores, se divertían. Era una noche aún sin luna, pero eso favoreció ver las estrellas en todo su esplendor, aquellas que iluminaron tenuemente el río. Fiorella como siempre, se sumergió mientras Aukan la esperaba en la superficie, pero a diferencia de otras veces, ella demoró en salir. El joven preocupado comenzó a llamarla.
—¡Kelü! ¡Kelü! —Pero no tuvo respuesta—. ¡Kelü! —Una vez más—. ¡Fiorella! —gritó finalmente angustiado.
La colona en realidad había sacado solo su cabeza del agua, lo observaba de cerca. Mientras lo hacía, su mente se llenó de preguntas: ¿por qué le causaba tanta curiosidad aquel joven? ¿Por qué se sentía tan cómoda con él? Y por qué, ¿por qué su corazón se había estado sintiendo cálido desde que lo conoció? Inmersa en sus cuestionamientos, escuchó su nombre salir de los labios del joven, con ello salió del agua completamente, observándolo asombrada. Después de todo él al fin había dicho su nombre, Aukan por fin pronunció Fiorella.
—¿Has dicho Fiorella? Es la primera vez que...
No pudo continuar hablando porque en ese mismo instante fue abrazada por el joven. Él temblaba en dicha acción, temía haberla perdido, no solo en ese momento, sino también con lo sucedido con sus compañeros.
—¿Aukan?
—Miedo... Nunca más, por favor —declaró angustiado.
—Perdón, no quise asustarte —y ella, correspondió el abrazo.
Se quedaron abrazados un buen tiempo. Era una sensación agradable para ambos, comenzaron a separarse lentamente con la atenta mirada en el otro. Era una noche oscura, pero eso no impidió que pudieran verse cara a cara. Seguían abrazados.
—Aukan, ¿qué les dijiste a tus compañeros? —Quizás no comprendió del todo, pero algo sí entendió, algo que deseaba salir de dudas.
—Dije...
—¿Sí?
—Tú... Kelü... Mi mujer.
Al pronunciar esas palabras, Fiorella comprendió todo lo que había sucedido entre ambos, su acercamiento, sus atenciones, sus cuidados y el miedo de ese día. Él no solo la protegía, sino también la quería. Pero también pudo responder a ese extraño sentimiento que ella tenía por aquel joven lugareño.
No solo era curiosidad, sabía que pertenecían a mundos diferentes, pero aunque hayan sido tan solo un par de semanas, ella pudo conocerlo y vio que entre ambos sí podían tener algo en común, un aprecio hacia la otra persona sin importar el origen. Entendió que sentía algo por aquel hombre que tenía al frente, sí, se dio cuenta de que ella también lo quería.
—Aukan..., yo...
Fue interrumpida nuevamente por el acercamiento del joven, la volvió a abrazar, pero esta vez, sus frentes estaban la una con la otra, sus rostros permanecían muy cerca.
—No obligaré a nada... No tengas miedo de mí —hablaba Aukan con un tono de voz gentil y apacible.
—No tengo miedo Aukan —le respondió rápidamente—, yo —pausó un momento—, no tengo miedo de ti —lo miró decidida.
Escuchar esas palabras hicieron que el joven tomara acción: se acercó aún más a su Kelü. Tomó un mechón de cabello que ella tenía en el rostro y lo acomodó tras su oreja; la acarició suavemente deslizando su mano por su perfil deteniéndose en el borde de sus labios, y sin apartar la mirada musitó elangechi.
—¿Qué significa? —preguntó la joven tímidamente.
—Hermosa —respondió sin dudar—, tú eres elangechi.
La joven lo vio detenidamente mientras él se acercaba cada vez más a su rostro, hasta que finalmente él unió sus labios con los de ella, la besó. Fue un beso tierno, torpe, pero lleno de cariño, un beso seguro que Fiorella correspondió.
Esa noche ambos llegaron a la ruka juntos, de la mano. Y esa acción que inició por voluntad de ambos en aquel río, en aquellas aguas en el que se conocieron, las que conectaron a dos mundos diferentes, volvió a repetirse al interior de su ruka, la de ambos, uniéndose perpetuamente."
—Y desde entonces, han nacido en nuestra familia siempre un kelü —concluía la madre—. Así fue en el caso de mi bisabuelo, en el caso de tu abuela, mi madre, aunque por su edad ya no se percibe —mencionaba graciosa—. Y ahora es tu turno Rayen, tú llevas contigo la herencia de ese color en tu cabello —la miró tiernamente.
—Vaya mamá, no lo sabía, ¿por qué no me habías contado antes?
—Porque no me lo habías preguntado. Tuviste que esperar a dudar de nuestra paternidad para poder hablarte al respecto —dijo mientras la miraba con indignación.
—Perdón, no quise dudar así.
—Y, ¿qué piensas al respecto?
—Bueno, sé que nuestra historia familiar ha estado marcada por mucha sangre pero, si este color —sujetó su cabello—, también contiene una bonita historia, pues... ¡Claro que me encanta mi cabello!
—Me alegro —le dedicó una cálida sonrisa.
—Por cierto mamá, me dieron el nombre de Rayen por...
—Sí, Fiorella era de origen Italiano y su nombre significa flor pequeña, y Rayen es...
—Es flor en mapudungun.
—Así es, y como tienes su color, decidimos ponerte el mismo nombre.
—Gracias mamá, gracias por contarme esta historia.
—De nada, de hecho, en algún momento tendrás que hacerlo tú.
—¿Yo?
—Así es, eventualmente, cuando tengas un hijo o una hija...
—¿Yo? No lo creo, ¡jamás tendré hijos! Te aseguro que conmigo acabará este legado.
—¡Ja, ja, ja!... Eso es lo que siempre decimos, pero, ya veremos qué pasará...
[...]
—¡Abuelita Rayen! ¡Abuelita Rayen! —gritaba un pequeño.
—Hola cariño, ¿cómo estás?
—¡Superbién!
—Qué bueno, ¿y por qué tan contento mi niño?
—Porque dijiste que hoy me contarás una gran historia, ¡la de mi cabello!
—¿Yo dije eso?
—¡Hay abuelita! ¿Cómo? ¿Ya se te olvidó?
—¡Ja, ja, ja!, no, claro que no...
—¡Sííí!
—Ven —dijo haciéndole señas con las manos—, toma asiento Ayün —el pequeño lo hizo—. Presta mucha atención —le habló con entusiasmo—, la historia que te contaré es un relato muy antiguo, algo que sucedió hace mucho, mucho tiempo... "En aquella ocasión a nuestras tierras llegaron personas que nunca se habían visto: los huincas..."
Y la historia de los dos amantes, la de dos mundos diferentes, se seguirá relatando generación tras generación, mientras kelü, el resultado de ese amor, siga apareciendo.
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