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⸻Capítulo trece - Castigo.

Él la miraba desde la puerta con una toalla alrededor de la cintura, el cabello goteando y altivez en su postura, no se podía catalogar como alguien feliz o triste, solo estaba allí, mirándola impertérrito.

El capitán había llegado hace dos horas, había pasado la noche haciendo algunas llamadas y ciertas visitas importantes. La vio en el sillón, pero no la quiso despertar, tampoco estaba preparado para la conversación que debían tener, además, quería trazar un plan, tomar la decisión correcta.

Pasó una hora sentado en un pequeño escritorio de su habitación, sacando teorías y revisando los distintos reportes que le llegaban de sus compañeros, razonó en sus acciones y puso en tela de juicio sus posibles sentimientos.

Él no sabía con exactitud que era estar enamorado hasta la locura, era cierto que había tenido una novia en preparatoria, pero su relación no funcionó como esperaba.

Años más tarde ella y él se habían vuelto a encontrar, y aunque ya siendo más adultos consumieron sus deseos carnales, no llenaron los vacíos de sus corazones. Decidieron ser solo amigos, a veces se veían por una noche, cuando las cargas laborales se volvían insoportables, y se convirtió en una relación no seria bastante estable, hasta que ella consiguió novio. Al principio él no pudo dominar los impulsos de querer controlar todo, de no perder lo único que parecía seguro en su vida, pero Yui, como su amiga, amante y más tarde terapeuta, lo ayudó a entender que ese lazo que compartían no era sano, ni correcto.

Le tomó bastante tiempo aceptar que ella no le pertenecía, que nunca había sido de él, y cuando por fin comprendió las cosas, su relación mejoró lo suficiente como para convertirse en un apoyo importante. Dos años después, gracias a Yui, su unidad no se fue a la mierda; mantenían el contacto, era parte estable del equipo y todos habían desarrollado una amistad recíproca y sana.

Pero la mala experiencia marcó su corazón, no lograba mantener una interacción por más de una noche con una mujer, y aunque muchas veces recurría a burdeles en busca de placer, siempre era salvado de cometer esa injuria, ya sea por un caso, la llamada de Blackat, Japón o Yui, o su propio juicio.

El capitán no era perfecto, pero mantenía un historial intachable, también porque como buen inspector principal, había aprendido a ocultar sus errores.

El detective dejó de mirar a Rose y caminó hacia su armario con la total calma del mundo, como si su amigo de abajo no estuviera tan erecto como una viga; comenzó a sacar su traje para regresar a la oficina. Debía reunirse con un fiscal, quién sería la autoridad necesaria para resolver este caso.

—Y-yo…

Rose estaba impresionada por la actitud tan indiferente que él podía demostrar en ese momento, no era como que la pilló rebuscando entre sus cosas, pero ¡vamos! Se hizo la paja en su cama, podría alterarse un poco ¿no?

—¿Tú qué?

Ella tragó en seco.

Por dentro el capitán se estaba divirtiendo, pero quería castigarla.

Él se acercó a la cama lentamente y puso la ropa sobre esta, entonces hizo lo que Rose menos se esperaba. Se quitó la toalla, quedando completamente desnudo y comenzó a secarse el cuerpo.

Ella se mordió el labio con deseo, ¿podría ser tan desgraciado? Él le mostraba lo que quería tocar, pero Rose ya se había estado portando tan mal, que no tenía las agallas de ponerle un dedo encima por voluntad propia. Él sonrió con burla y la dejó ver como su pene goteaba, no era la única que se encontraba excitada y menos después de haber visto semejante show en su cama. Pero él sabía mover sus cartas, también conocía lo que la importunaba; privarla de lo que deseaba sería el escarmiento perfecto, aunque él tampoco se divirtiera.

—Mis ojos están acá arriba, señorita.

Rose solo podía ver aquella bestia, esa gran virilidad que no podía creer que había logrado entrar en ella. Sonrió, feliz de poder verlo al fin, hasta que sus ojos se elevaron chocando con el gesto de reprimenda en aquellas perlas café.

—No es mi intención, yo, este…

El capitán frotó su cabello en el paño y dejó caer la toalla en la cama, al girarse para buscar su ropa interior, dejó ver toda su perfecta retaguardia, aquellas dos abultadas y suaves nalgas que participaban para el mejor trasero del mundo.

Rose sintió el comienzo de un infarto.

Él se subió con lentitud el bóxer, viéndola con descaro. Quería verla desesperada, ansiosa, al borde de la locura por él, y sí que estaba lográndolo. Cuando su virilidad fue tapada por completo por unos calzoncillos negros, Rose por fin respiró.

—No sé si disculparme o darte las gracias —musitó ella aturdida por todo lo que había visto y por la secuela de su previo orgasmo.

Se sentía como si con solo verlo sería capaz de tener otro.

—Me conformo con una explicación —el Capitán tomó su pantalón y se lo colocó con agilidad—, quisiera saber porque estabas en mi cama haciendo cosas... íntimas. No me malinterpretes, fue una excelente función.

Las mejillas de la mujer se calentaron de la vergüenza de saber que había sido observada.

Una camisa de botones y mangas largas color blanca fue la seleccionada para cubrir aquellos bíceps y tríceps tan bien cuidados, y ni hablemos de los abdominales o la zona pélvica, ¡este hombre era la lujuria personificada!

Sin embargo, pudo ver una leve cicatriz de quizás algunos años, estaba en su pectoral izquierdo un poco más arriba del pezón, muy cerca de su corazón lo cual le preocupó; quiso preguntar, pero no era el momento oportuno.

El capitán se sentó para colocarse las medias en total silencio, esperando la tardía respuesta de Rose. Sabía que no había manera de explicar eso de forma coherente, era obvio que ella no se percató de su presencia, y él tenía rato en el baño afeitándose sin ocasionar ruido, temiendo despertarla. Pero nunca había visto algo más sensual que Rose tocándose a sí misma.

Ni la pornografía era tan estimulante.

—Joder, no tengo excusas —dijo por fin Rose al verlo colocarse los zapatos—, entré a tu habitación sin tu consentimiento, te estaba buscando, pero me he dejado llevar por mi lascivia, lo siento.

La intensa reverencia de ella demostraba más tensión que arrepentimiento, es más, era seguro que ella nunca se arrepentiría.

—¿Qué harías tú si fuera sido yo? —caminó a su escritorio y sacó del primer cajón la correa del arma, un cartucho y su placa—. Digo, no creo que estuviéramos en una escena tan tranquila como esta.

Rose inclinó el rostro con encogimiento.

—Quizás te fuera lanzado todo lo que se me atravesara y te juzgaría de pervertido —confesó la bicolor cabizbaja, aceptando la reprimenda.

Quizás no, pero lo más seguro es que sí.

—Exacto, es un abuso realizar actos sexuales en un área privada sin el consentimiento del dueño del lugar, pero yo no puedo golpearte, ni gritarte; cuando el respeto debería ser mutuo.

El inspector no estaba para nada enojado, pero quería darle unas clases de enseñanzas de igualdad de género. Él, como hombre estaba con las manos atadas y de cierta forma impotente a lo ocurrido, hasta por el ojo de un tercero podría ser juzgado de marica, y no es como si estuviera mal serlo, es la falta de respeto que se tiene a los hombres en estas generaciones por culpa de los prejuicios y el desnivel de apoyo que el género masculino recibe, cuando también son víctimas de abusos por agresiones físicas, sexuales y mentales. Él mismo había tenido que apoyar a la unidad de víctimas especiales en algunos casos.

No era discípulo de ese machismo instruido en las casas japonesas, pero tampoco era partidario del abuso del poder que el feminismo estaba ejerciendo en la vida de todos. Igualdad y aceptación, respeto y comprensión, quería proteger a Rose, pero también quería creer que ella sería capaz de cuidarlo.

Se colocó la gorra y caminó hasta ella, bajó un poco su rostro y tocó su barbilla con suavidad.

—No estoy molesto, solo quiero que entiendas que no todos los actos son correctos —rozó sus labios en un suave beso y la soltó—, hoy irás a trabajar, así que nuestra conversación pendiente se atrasará hasta mañana.

—Espero me disculpes.

—Tranquila, nena —ronroneó caminando hacia la puerta—, tienes la capacidad de hacerme dudar de mis acciones, cuídate —añadió saliendo hacia el pasillo y por último a la salida.

Rose se quedó en medio de la habitación, excitada, abandona, regañada, confusa, pero feliz. Le había llamado nena y le concedió un beso de perdón, de seguro sería una buena noche.

La oficina del fiscal era en unos de los últimos pisos de la sede principal de Kasumigaseki.

Habían visto algunas clases juntos en la academia, y durante los último diez años compartieron casos y crearon una relativa amistad.

Dos toques en la puerta le anunciaron al fiscal la llegada del jefe de departamento de armas y drogas.

—¿Cómo has estado Daichi?

El inspector lo miró mal al instante, eran buenos amigos, sus familias se conocían, existía la confianza, y en estos casos, el abuso de ella. El capitán avanzó hacia el fiscal con rapidez y le clavó los dedos en las costillas.

—Te he dicho que no pronuncies mi nombre.

El aludido se quejó del golpe imprevisto y asintió con ganas de llorar.

—Que no ves que soy sensible, no tomes a la ligera tu fuerza, idiota —le reprendió el fiscal del distrito sentándose con gesto de agonía—, ya sé que no estás en tus mejores días —añadió respirando agitado.

El inspector aceptó que había usado más fuerza de la necesaria y que tampoco era tan grave lo acontecido, no era como si entre murmullos de los altos mandos su nombre no fuera pronunciado. Sin embargo, debía cuidarse demasiado, su apellido aún era un misterio, así que su familia residente en Miyagi seguía protegida, pero quería mantenerlo así por siempre.

Se sentó sin ser invitado a hacerlo y miró a su alrededor esperando que aquel albino se repusiera. El silencio le era perturbador, no veía en ningún lado aquel ayudante aprendiz que tendía a seguirlo a todos lados, bastante sumiso a cualquier queja del fiscal, siendo este tan sumiso como él.

—Tadashi está libre, que sé que no te importa, pero así dejas de esperar a que aparezca —el fiscal se inclinó sobre sus brazos en el escritorio—, ¿qué es lo que quieres?

Daichi sonrió complacido por recibir explicaciones sin pedirlas, deseando que sus subordinados también lo hicieran.

—Blue discordia.

—¿Ya tienes algo que pueda usar para darle el gusto bueno a todas las ordenes que pediste? —el albino elevó una ceja y resopló—, mira que Blackat pidió las cosas para ya como si yo fuera un juez, ese idiota.

—Me disculpo de su parte, lo necesitamos todo urgente.

—Entonces…

—Tenemos algo, estamos tan cerca que las cosas se van a poner turbias, necesito saber que contaré contigo hasta el final —pronunció el inspector quitándose la gorra.

El albino se tronó los dedos, también con deseo inmenso de culminar ese infernal caso que le causaba pesadillas.

Asintió debutativo y luego sonrió.

—¿Quién más puede limpiar su trasero mejor que yo?

Ambos rieron y se miraron por un instante a los ojos.

El sol entró por el ventanal derecho de la oficina e iluminó sus rostros.

Segundos después, el fiscal le tendió la orden de arresto y de allanamiento más otras documentaciones necesarias, Daichi las recibió y caminó hacia la puerta.

—Gracias Sugawara —musitó y desapareció tras aquello.

Ya podían actuar contra todo, alguien les cubriría las espaldas.



Feliz día de actividades ilegales, cuídense.

Senpai

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