Capítulo 4
Una canción antigua que mamá siempre cantaba escapaba de mis labios entre susurros mientras, de rodillas, me esfuerzo por sacarle brillo al suelo del baño. Un trapo en mi mano, un cubo a un lado y unas inmensas ganas de hacer que esto funcione. No es lo que siempre he soñado, aunque en realidad nunca he tenido sueños o metas. Lo único que ocupó mi cabeza desde que tengo uso de razón ha sido esa necesidad de ser libre y estar lejos de la locura que habita en mi familia.
Han pasado dos días desde que llegué y Martha decidió ayudarme. No puedo negar que sus razones me extrañan, la gente normal no acoge a alguien de la calle y le ofrece un techo y un trabajo. Es imposible obviar el hecho de que en esta familia de dos hay algo extraño y oscuro que pondría la piel de gallina a cualquiera. Las palabras de Martha vienen a mi cabeza, deteniéndome en mi tarea e incomodándome.
—Ahora hablemos de mi hijo y las normas que debes seguir con él.
—¿Normas?
—Keir es especial, por eso el trato que tengas con él debe serlo también.
Asiento dudosa, apretando mis manos entre sí con nerviosismo ante sus palabras.
—Son cinco sencillas normas —comienza, mirándome fijamente como si quisiese que lo que fuese a decir se quedase completamente grabado en mi cabeza —. Norma número uno; cada vez que estés con él guardaras silencio y bajarás la cabeza. Norma número dos; no hablarás a no ser que él te lo pida. Norma número tres; no salgas de tu habitación una vez que caiga la noche. Cerrarás tu puerta con pestillo y te mantendrás encerrada hasta que salga el sol. Norma número cuatro; la entrada al sótano está prohibida para ti, bajo ningún concepto bajes a ese lugar. Y, por último, la última y más importante, la norma número cinco; jamás, así te estés muriendo, lo mires a los ojos.
Quiero hacer tantas preguntas que las palabras se acaban agolpando en mi garganta y lo único que consigo es abrir y cerrar la boca como un pez. La voz en mi cabeza me dice lo que ya sé: esto no es normal, siquiera un poco extraño. Si no que resulta malditamente raro, hasta el punto de asustar y que las ganas de irme de aquí aumentasen.
—¿Qué pasa si lo hago?
Martha arruga el ceño, lanzándome una mirada severa.
—¿Qué no has entendido muchacha? —sus manos se anclan a sus anchas caderas, sus cejas se alzan — Si quieres que tu estancia en nuestro hogar sea tranquila simplemente acata las normas.
Asiento, tragando duro y apartando la vista de su molestia. La escucho suspirar y murmurar algo que no comprendo mientras continúa trabajando en su sopa para la cena.
Tantas preguntas y la única que logro formular para mi misma es: ¿Y si ya lo he hecho? ¿Acaso corro algún peligro por haberle mirado o hablado? ¿Es que sus retorcidas palabras no son solo juegos?
Me convencí de que lo eran, simples juegos de un muchacho aburrido. Pero tras las advertencias de Martha comenzaba a creer que en este lugar pasa algo más raro y peligroso de lo soy capaz de imaginar.
Meneo la cabeza de lado a lado, centrándome en mi trabajo e ignorando las dudas que me atacan. Quizás lo mejor sea obedecer y dejarlo pasar, de todos modos, no he vuelto a coincidir con él. Y si lo hago no me será tan difícil estar callada, llevo veinte años viviendo en silencio. Y aunque todo mi interior grite por respuestas, por desobedecer y ver qué es lo que puede pasar, me obligo a reprimir mis impulsos y a acatar con lo que se me ha ordenado. Pensando únicamente que, trabajar aquí, será lo que me ayude a encontrar un lugar mejor.
Martha ha sido demasiado buena al dejar que viva aquí por tiempo ilimitado, aún más al darme un trabajo que, aunque no se me da demasiado bien, intento hacer lo mejor posible. En casa nunca debí coger un paño o manchar mis manos limpiando el polvo o lo que otra persona ensució. Papá y el abuelo tenían un sinfín de empleados que mantenían todo impoluto incluso segundos después de ser ensuciado. Mamá era la única que tenía permiso para ingresar en la cocina y moverse por ella con libertad, pues según mi padre ella tenía unas manos mágicas para hacer la comida sabrosa y exquisita. Creo que es lo único bonito que ha dicho de ella, aunque ni odiándola podría negarlo.
Cuando termino de limpiar el baño dejo los productos usados donde estaban, bajo el pequeño mueble del lavamanos. Una ligera capa de sudor mantiene mi cuerpo húmedo, pero eso no hace que pare. Martha aseguró que la limpieza puedo hacerla poco a poco, la casa es sumamente grande y no necesito estar diez horas quitando el polvo o pasando el paño por algo que ni siquiera llegó a ensuciarse. Pero prefiero estar distraída a encerrarme en la habitación y mirar al techo, dándole vueltas a todo cuanto me pone de los nervios y terminando aún más agobiada al no encontrar ninguna respuesta o solución.
Me paseo por la planta baja con calma, apreciando el aroma dulce que parece estar por todas partes y analizando todo cuanto me rodea. Todo a mi alrededor parece nuevo, como si hubiese sido remodelado hace apenas unos meses. No hay lujos, más si comodidad y una clara cantidad de dinero invertida en el lugar. Aquí abajo hay ventanas, un montón de cristaleras infinitas que dejan a la vista el hermoso paisaje montañoso que nos rodea.
Estamos lejos de la ciudad, escondidos entre frondosos árboles y alejados de cualquier rastro de civilización. No hay sonidos de coches, tampoco voces o niños llorando. Lo único que puedes escuchar es un profundo silencio que la propia naturaleza interrumpe; pájaros cantando, insectos, los silbidos que producen los altos y gruesos troncos de los árboles.
Sentir miedo habría sido lo normal, estoy conviviendo con dos desconocidos bastante extraños y, además, completamente alejada de cualquier otra persona. Sin embargo, saber que aquí no había nadie más, que ningún amigo de papá podría dar conmigo y que incluso podría pasear sin miedo a ser cazada, conseguía hacerme sentir en paz. Una profunda calma llena mi pecho, permitiéndome respirar con normalidad y que deje de mirar a mis espaldas a cada minuto.
Sustituyo la bayeta por la escoba, comenzando por el enorme salón en el que dos grandes sofás de cuero negro ocupan la mayor parte del espacio. Una mesa central de cristal libre de cualquier decoración y un majestuoso armario sin un solo libro o adorno, completamente vacío. Lo que más llama mi atención es no encontrar ni una sola televisión o teléfono móvil en toda la casa, siquiera una pequeña radio que nos informe de lo que pasa tras los altos árboles que nos rodean. Sin libros y sin tecnología, ¿con qué se supone que se entretienen?
Continúo con mi trabajo, cantando con algo más de confianza, mientras avanzo por toda la primera plata. Termino con el salón, la cocina, las habitaciones y los baños, adentrándome en un pasillo estrecho en el que me detengo abruptamente ante la puerta de madera oscura que se encuentra bloqueada con cuatro candados. Lo que más llama mi atención es que, a diferencia con el resto de la casa, esa puerta se veía antigua y gastada, incluso parecía estar rasgada y hundida en ciertas partes. La curiosidad pica en mi cabeza de inmediato, dejándome por largos minutos estática frente a ella.
Si es la entrada al sótano, ¿qué se supone que guardan ahí?
A sus víctimas.
Arrugo el rostro ante la quisquillosa y molesta voz en mi cabeza, ante esa manera tan irritante que tiene para hacerme dudar y ponerme en situaciones complicadas. Pero aún así no puedo evitar sentir lo mismo, ¿por qué tantos candados si es solo un simple sótano?
Norma número cuatro; la entrada al sótano está prohibida para ti, bajo ningún concepto bajes a ese lugar.
¿Por qué?
Si tan solo fuese una simple puerta ni siquiera me habría llamado la atención, pero destaca sobre tanta pulcritud. A pasos lentos y dudosos me acerco, temiendo que en cualquier momento se abra y alguien me ataque. Aún así, no me detengo hasta que la palma de mi mano libre queda contra ella, la alejo rápido ante el frío exagerado. Observo mi palma, apreciando la humedad en ella y la rápida rojez que comienza a teñirla.
—¿Qué?
Mi vista viaja de mi mano a la madera sin cesar, sin comprender qué demonios hay ahí detrás que consigue tal frialdad. Una que no se nota cuando te acercas, que no parece haber por ninguna parte de la casa más que en este lugar.
Vuelvo a acercarme, aproximando esta vez mi rostro y pegando mi oreja a la madera congelada. Cierro los ojos, aguantando el dolor que me provoca, y esforzándome por escuchar algo que me de una pista sobre lo que puede haber ahí. Un sonido parecido al del aire en un día de tormenta es lo único que logró captar antes de enderezarme y tomar una cierta distancia.
Una sensación extraña se adhiere a mi pecho con fuerza, obligándome a tomar respiraciones más rápidas. Me acaricio el cuello con las yemas, sintiendo una humedad fría resbalando por la piel. Por inercia retrocedo, dejando a un lado la escoba y alejándome tan rápido como mis piernas me lo permiten. Con la respiración acelerada me dejo caer en el sofá, aún con esa sensación desconocida surcando todo mi interior.
El miedo que tan bien reconozco se arraiga a mi sistema, haciéndome temblar. Miro a mi alrededor, todo está vacío, estoy sola y, aún así, tengo la sensación de que alguien sigue cada uno de mis movimientos. Analizándome, estudiándome, incluso incitándome a ciertas cosas.
Estoy loca.
Me rio de mi misma con nerviosismo, meneando la cabeza de lado a lado y suspirando, acomodándome sobre el mullido sofá y permitiendo que mis músculos tensos se relajen. El frío parece seguir adherido a mi cuerpo, por lo que me abrazo a mi misma con fuerza mientras trato de distraerme con la sutil agua que comienza a caer del ennegrecido cielo que la enorme cristalera me permite ver.
La noche cae poco después, dejándome completamente a oscuras y con la única compañía del agua rompiendo duramente contra el cristal. La lluvia nunca me ha gustado, el frío y las bajas temperaturas no eran algo común en mi ciudad. Mi tez siempre ha sido morena gracias al sol abrasador que, durante la mayor parte del año, acariciaba mi piel. Sin embargo, después de unas semanas viviendo en la calle parecía haber perdido todo el color, siendo tan solo una chica pálida y delgaducha con muy mal aspecto.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que el primer rayo cae justo en el árbol frente a mi, iluminándolo todo por segundos y haciéndome soltar un pequeño grito que rápidamente silencio con mis manos. Una risa suena segundos después, grave y baja.
Miro a mi alrededor asustada, sintiendo esa mala sensación surcar mi pecho mientras mi piel se eriza. Oscuridad es lo único que soy capaz de apreciar. Me aferro a los cojines junto a mi, encogiéndome en mi lugar y apretando los ojos con fuerza.
Solo es un chico aburrido. Solo busca diversión, nada más.
Aferrándome a esas palabras despego mis párpados, el silencio únicamente interrumpido por la fuerte tormenta es lo único que me recibe. Un rayo vuelve a caer, dejándome ver por pocos segundos la figura que se encuentra frente a mi, observándome.
Mi corazón late con fuerza, mi respiración se acelera y la necesidad de salir corriendo hace punzar mis piernas.
—Keir —susurro.
—Corderito, es todo un placer sentir tu miedo. Te convierte en alguien mucho más apetecible.
Trago duro ante sus palabras, recordando vagamente las normas que Martha me obligó a aprender. Acabo de romper un par, ¿en qué lugar me pone eso?
—¿Vas a hacerme daño?
Silencio, largo y aterrador.
Un silbido escapa de sus labios, siento sus pasos aproximándose, su olor masculino envolviéndome y esa frialdad que parece acompañarlo erizando mi piel. Sus grandes manos se aferran a mis hombros, apretándolos ligeramente y manteniéndome inmóvil. Lo siento inclinarse sobre mi, su nariz roza mi mejilla, su aliento enfría mi piel. Mi respiración se corta cuando sus labios se acercan a los míos, rozándolos sutilmente. Su lengua acaricia mis labios, que se entreabren ligeramente. Grito cuando atrapa mi labio inferior con sus dientes, apretándolo con fuerza y provocando que el sabor metálico rápido llene mi boca.
Entonces, hace lo último que esperaba: me besa.
Sus labios se mueven feroces sobre los míos que continúan estáticos por pocos segundos pues, como si tuviesen vida propia, comienzan a seguirle el ritmo con desespero. Él saborea todo de mi, dominándome, adentrándose en mi interior. Sus labios son expertos, de movimientos seguros y malditamente caliente que me hace perder la cabeza y aferrarme a su cuello. Él se incorpora, llevándome consigo y sin separarse de mi. Sus manos aprietan mis caderas, gruñidos de placer abandonan su garganta.
Quiero reprochar cuando se aleja, pero me contengo. Mi corazón bombea con fuerza, tanta que estoy segura de que puede escucharlo. Mis labios arden y palpitan ante la poca delicadeza, aún así, lo hacen deseosos de más. Siento mi cuerpo arder a pesar del frío que desprende, mis piernas débiles y una clara y vergonzosa excitación formándose en mi vientre bajo.
Nuestras respiraciones agitadas rompen con el silencio ensordecedor de la casa. Quiero decir algo, lo que sea, pero las palabras parecen haber desparecido de mi cabeza.
—Voy a destruirte, corderito.
Su fría voz pronuncia, asustándome. Un beso cálido es depositado en mis labios antes de que se aleje y me deje fría y exhausta, y con la sensación de que esto no va a traer nada bueno creciendo dentro de mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro