Capítulo 3
Con lástima, observo el reflejo que me devuelve el espejo. Ligeras lágrimas se acumulan sobre mis ojos, escapando y perdiéndose entre las gotas gruesas de agua que cubren todo mi cuerpo. La chica que veo ni siquiera se asemeja a lo que alguna vez fui, repleta de hematomas, cicatrices y heridas sin curar. Los huesos de mi clavícula, costillas y cadera resaltan bajo la fina y débil capa de piel, haciéndome lucir como una enferma. Mi larga melena, que siempre brilló, se encuentra repleta de nudos que ni la media hora que pasé bajo el agua de la ducha logró deshacer. Mis ojos reflejan la salud de mi alma, lo roto que se encuentra mi interior. Pero también soy capaz de apreciar el ligero brillo esperanzador y luchador que se aferra por volver a salir a la luz y convertirme en lo que siempre debí ser.
Me aferro a esa pequeña esperanza que aún parezco mantener, convenciéndome de que ,a partir de ahora, todo mejorará. Papá no me buscará en Canadá, no al menos por mucho tiempo. Sus hombres por estos lugares son escasos y aunque no pueda bajar la guardia, puedo vivir sin el miedo constante de ser cazada y devuelta a ese infierno.
La señora que me trajo habló sobre un trabajo, quizás pueda quedarme aquí por unas semanas y ahorrar lo suficiente como para poder costearme un apartamento fuera de aquí. Ni siquiera conozco el lugar o a las personas que hay aquí, pero eso no impide que quiera salir corriendo lo más pronto posible. El joven que hace unas horas casi me mata no se va de mi cabeza y tengo la certeza de que ese encuentro no será el único.
Su forma de hablar y de moverse, las palabras que usó para referirse a mi, la violencia ejercida y la sangre... todavía revuelve mis entrañas con tan solo pensarlo.
Quizás seas comida.
¿Qué quiso decir con eso? Ni siquiera tengo claro si quiero buscarle una explicación a nuestro encuentro y su peculiar forma de actuar. Quizás lo mejor sea olvidarlo, agradecer la ayuda a la señora y preguntar de qué tratará el trabajo.
Termino cubriéndome con unos vaqueros ajustados y un jersey de lana gruesa sumamente suave que mi piel agradece. Calzo mis pies con las botas negras que me dejó la señora y termino secándome el pelo y dejándolo caer libremente. Su aspecto no es el mejor, más bien luce como la melena de un león, despeinado y enredado, más no encontré ningún cepillo. Antes de salir del baño enjuago mi boca con un líquido azul con sabor a menta que me hace sonreír y sentirme ligeramente mejor.
Al menos no resulto tan repugnante.
Ligeramente más animada vuelvo a la habitación, dándome cuenta de que las sábanas, antes sucias, habían sido sustituidas por un conjunto azul cielo completamente limpio. Un olor dulce baila en el aire, sustituyendo el mal olor que probablemente dejé por todo el cuarto. No puedo evitar sentir vergüenza ante ello, más la desecho rápidamente.
Eso es pasado me repito.
Y aunque quizás solo lo sea por un par de días, no pienso desaprovechar la oportunidad de una nueva vida castigándome con cosas que se escapan de mi control. Viví en la calle durante semanas, soportando las frías lluvias, el violento aire y las bajas temperaturas. Enfrentándome a personas crueles y malvadas, a peligros inimaginables y a un hambre voraz que casi acaba con mi vida. Más que sentir vergüenza por ello debería estar orgullosa por mi resistencia y capacidad para luchar por la libertad que siempre he merecido.
Con ese pensamiento surcando mi mente me aproximo a la puerta, abriéndola con firmeza y adentrándome en un pasillo que inmediatamente detiene mis seguros pasos. Una oscuridad profunda me rodea, haciéndome sentir pequeña e insegura. Aquí, al igual que en la habitación y el baño, no hay ventanas. Miro a mi alrededor tratando de ver algo más allá de mis propios pies, más lo único que percibo es una negrura infinita que me quiere hacer correr de vuelta a la iluminada habitación.
¿Por qué no hay ventanas? ¿Qué clase de persona no querría apreciar la agradable y cálida luz del sol?
Trago duro, apretando mis manos en puños y tomando una profunda respiración antes de dar un paso fuera del umbral. Me tenso de inmediato, sintiendo la corriente fría acariciar mi rostro hasta casi hacerme temblar. La oscuridad nunca me ha gustado, de hecho he dormido toda la vida con una pequeña luz encendida. Ver y saber lo que pasa a mi alrededor me permite tener el control de la situación, pero si eres incapaz de apreciar lo que te rodea te conviertes en alguien torpe y en un blanco fácil para los peligros que habitan en la oscuridad.
Los monstruos solo existen en tu cabeza, repetía siempre mamá. Cuando la realidad es que convivía con ellos, obligada a llamarlos familia.
Obligo a mis piernas a moverse hacia la corriente que parece venir del lado izquierdo. Ayudándome de la pared avanzo a ciegas, tanteando el áspero gotelé que raspa mis yemas, tratando de encontrar cualquier interruptor, más es en vano. No sé cuántos pasos doy hasta que lo escucho, un suave silbido a mis espaldas que consigue erizarme la piel en cuestión de segundos.
Una melodía desconocida y malditamente siniestra interrumpe con el profundo silencio que había a mi alrededor, tensándome y obligándome a detenerme. Miro detrás de mi, siendo incapaz de ver nada. Más el silbido parecía acercarse por segundos, a pasos lentos y tranquilos que provocaban un eco por todo el espacio.
La necesidad de salir corriendo y ponerme a salvo atenaza mis entrañas, pero me obligo a mantenerlo a raya en cuanto la voz de papá suena en mi cabeza, repitiendo esa palabra que tanto odio. Llevo semanas huyendo, corriendo de un lado a otro, viviendo asustada y dándole toda la razón al hombre que me ha jodido la vida. Ha llegado el momento de demostrar que puedo ser valiente y enfrentar mis miedos, que salir corriendo no es siempre la solución cuando puedo plantarles cara y derribarlos.
Aprieto mis puños con fuerza, llenando mis pulmones de aire y aclarándome la garganta antes de hablar.
—¿Quién anda ahí? —mi voz suena alta y segura, mas ese tono suave y débil parece estar adherido a ella.
El silbido cesa, siendo sustituido por una suave carcajada.
—¡Deja de jugar y muéstrate!
—No creo que quieras verme.
Esa voz... quizás seas comida.
Retengo el aire en mis pulmones por unos segundos, sintiendo como mi corazón se acelera y los nervios me atenazan. Es él, el hombre que intentó matarme. El maldito psicópata de palabras sin sentido y comportamiento extraño que aseguró no creer en mis motivos.
—No... no te tengo miedo.
Silencio.
—Enciende la luz y muéstrate —repito.
Silencio.
—Todos somos valientes si jugamos escondidos.
—¿Y tú? ¿Eres tan valiente como quieres mostrar o es solo una fachada?
Brinco asustada, conteniendo un grito, cuando su aliento golpea mi mejilla. Siento su pecho cernirse sobre mi espalda y sus manos juguetear con los mechones de mi melena. Un frío helado atenaza mis extremidades, haciéndome temblar y que mis dientes martilleen. Mi corazón bombea con tanta fuerza que incluso mis costillas parecen crujir, es como si tuviese la necesidad de abandonar mi cuerpo e irse lo más lejos posible de este lugar.
—¿Otra vez sin palabras, corderito? —bromea, aspirando con fuerza y emitiendo un sonido de placer — Hueles exquisito, tan apetecible.
—Intentaste matarme —murmuro, golpeándome mentalmente ante el temblor en mi voz.
¿Dónde quedó nuestro valor? Ahora mismo ha decidido hacer la maleta e irse de viaje.
—Todavía lo deseo —ronronea.
Sus largos y fríos dedos acarician mi cadera, subiendo lentamente hacia mi estómago, ascendiendo por mi brazo hasta alcanzar mi cuello. La sensación de asfixia que experimenté hace unas horas me ataca. Mi garganta se cierra con fuerza impidiéndome respirar. Las manos del desconocido continúan su recorrido por mis hombros, estos que se tensan con cada esfuerzo por llenar mis pulmones de aire. Las lágrimas se acumulan sobre mis ojos, siento el calor en mis mejillas y el conocido dolor en mi sien. ¿Cómo es posible? Mi mirada se torna borrosa por segundos antes de escuchar su risa y que su toque cese, entonces el aire ingresa con fuerza dentro de mi, lastimándome y haciéndome toser. Mi cuerpo cae hacia el frente, debo sujetarme de la pared para no caer al suelo.
Lleno mis pulmones con desesperación, sollozos abandonan mis labios y un dolor agudo permanece en el lugar que él ni siquiera tocó.
—Veo que no eres inmune a todo —su tono es divertido y cruel —. Voy a entretenerme mucho contigo, corderito.
—Ve...
—¿Mmm?
Toso fuerte, sintiendo el sabor metálico en mi lengua.
—Vete al infierno —escupo con rabia.
—¿De dónde crees que vengo?
—¿Qué son esos ruidos? —la voz de la mujer rebota contra las paredes, tranquilizándome y haciéndome sonreír ligeramente.
De un momento a otro las luces se encienden, iluminándolo todo y obligándome a cerrar los ojos con fuerza ante su potencia. Nerviosa miro detrás de mi, encontrándome un pasillo extenso completamente vacío. ¿Acaso fue todo mi imaginación? Niego abrumada, apreciando la longitud del pasillo sin puertas ni ventanas, de paredes blancas y techos altos de los cuales cuelgan varias lámparas.
¿Acaso había caminado tanto?
—Muchacha, ¿se puede saber qué haces a oscuras? —no respondo, siquiera me muevo. La señora suspira, acercándose y tomándome de la mano con cariño — Vamos, te enseñaré la casa.
Me dejo llevar, apreciando todo cuanto hay alrededor. A pocos pasos de nosotras hay unas escalares de caracol que nos llevan a un amplio recibidor, paredes altas y brillantes, techos infinitos y una majestuosa puerta que mi interior insiste en abrir. Continuamos caminando durante los próximos veinte minutos; la casa cuenta con un sinfín de habitaciones y baños, cuatro salones y dos cocinas. Son tres plantas, contando el sótano. Todo parece perfectamente colocado y recientemente limpiado, pues todo brilla y resalta. Ni una sola foto o cuadro, nada de decoración. Solo muebles de tonos oscuros, paredes blancas y suelos brillantes.
—Es la antigua casa de mis bisabuelos —comenta cuando ingresamos en la cocina.
Un agradable olor a guiso se cuela por mis fosas nasales, despertando a mi estómago que gruñe famélico. Mi boca saliva y la necesidad de saltar sobre la comida me ataca.
—Toda mi familia ha vivido aquí, claro que antes era más numerosa. Ahora somos solo mi hijo y yo, el lugar se nos hace algo grande. Así que tenerte aquí es un toque de luz para nosotros —su sonrisa cálida me contagia.
La veo moverse por la cocina, abriendo ollas y sacando platos con alegría. Inevitablemente pienso en mamá, en la vitalidad y en la sonrisa que siempre cargaba con ella a pesar de el dolor que dominaba su interior.
—¿Y tú qué? ¿Qué pasó contigo? Eres demasiado joven para vivir algo tan horrible como es vivir en la calle. Juro que cuando te vi no podía creerlo, una niña sola y ten descuidada —su cabeza se menea de lado a lado a la vez que se gira hacia mi, la lástima en sus orbes, un plato humeante entre sus manos.
Gimo cuando lo deja frente a mi y su delicioso olor me rodea, ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que me llevé algo decente a la boca. Desde la muerte de mamá, mi padre me castigaba sin comer o con las sobras que dejaba sobre su plato. Así que no lo dejo enfriar, ansiosa me siento sobre el taburete, tomo el cubierto y me llevo un gran bocado de carne guisada a la boca. El sabor resulta tan exquisito que incluso mis ojos se llenan de lágrimas. Lo devoro con necesidad, sintiendo lástima cuando en apenas unos minutos el plato se encuentra vacío.
—Vaya, hacía tiempo que nadie comía mi comida con tantas ganas —comenta divertida —. ¿Quieres más?
Asiento con vergüenza, apreciando alegre como toma mi plato y lo llena hasta casi desbordar. Termino comiéndome otro dos platos más, mi estómago se hincha como el de una embarazada y la felicidad se ancla a mi pecho. Sonrío, mirando mi barriga y tocándola divertida. La señora, que ahora sé que se llama Martha, me observa con diversión y una enorme sonrisa sobre los labios.
—Muchas gracias —ella niega, restándole importancia con la mano antes de suspirar.
—Ahora hablemos de tu estancia aquí —le presto toda mi atención —. ¿Corremos algún peligro dándote un techo? —niego.
Mentirosa.
¿Acaso serviría de algo decirle la verdad? Papá no me buscaría aquí por un largo tiempo, y cuando lo haga ya estaré muy lejos de este lugar. Solo necesito dinero, unas semanas tranquilas en donde poder dormir en una cama y comer todas las veces que lo necesite. Después de tantas semanas en la calle mi cuerpo necesita un descanso, reponer fuerzas y liberarse de tanto estrés. En cuanto ahorre y mi cuerpo mejore podré irme sin meter a nadie en ningún problema.
—Bien. Tus motivos para acabar en esa situación son tuyos, no voy a hurgar más en el tema porque ahora forma parte del pasado. Tú presente está aquí, en Canadá, conmigo y mi familia. Por eso te ofrezco un trabajo a largo plazo, con pequeñas pagas y un techo bajo el que vivir. No me mires así, a parte de tu nueva jefa soy tu amiga —me relajo ligeramente, asintiendo.
—¿En qué consistiría?
—La casa es muy grande y yo ya estoy algo mayor, además, debo salir al pueblo y muchas veces no puedo volver en días por culpa de las tormentas. La limpieza y orden del lugar, ese es tu trabajo. A parte de hacerme compañía y tener charlas de horas conmigo.
Sonrío ante lo último, esperanzada por primera vez en mucho tiempo y sintiendo, por fin, que las cosas pueden mejorar.
—¿Esa sonrisilla es un sí?
—Es un súper sí —digo contenta, aunque cualquier rastro de felicidad se disipa ante sus próximas palabras.
—Ahora hablemos de mi hijo y las normas que debes seguir con él.
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