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II. ☆ Exhibición por magia ☆


Yo iba a un paso de distancia de Marco pues era él quien sabía en qué mesa estaría su mejor amiga. Cuando los señaló, vi a una rubia de espaldas junto a un chico de cabello negro y contextura ancha, en principio lucían como dos personas comunes y corrientes pero cuando estábamos a un metro de distancia, ambos envararon el cuerpo de repente como si un corrientazo los hubiera atacado, con la misma velocidad giraron a mirar a Marco, y por consiguiente, a mí.

Las miradas de ningún humano eran recelosas hacia mí recién me conocían y por eso me extrañó de inmediato que la de ellos dos sí lo fuera, me observaron con los ojos entrecerrados y las cejas fruncidas, como imagino que alguien observa a su potencial enemigo.

—Hola, chicos —saludó Marco.

Sin una sola pizca de disimulo, ambos me miraron de pies a cabeza, como si quisieran asegurarse de que yo era de carne y hueso y no una imaginación alocada, sus gestos eran serios, odiosos. Marco fingió no haber notado eso y me impulsó a rodearlos para sentarnos frente a ellos en las sillas disponibles.

Yo no quité mi gesto despreocupado pese a la intriga real que me daban los dos; Marco se quedó mirando a la pareja frente a mí y noté que se sonrojaba, posiblemente por la falta de educación de su gentil mejor amiga. Marco aclaró la garganta y me presentó:

—Ella es Karma. Karma, ella es Grishaild, mi mejor amiga y Diego, su novio. Y ella es Beth. —Señaló a su lado, la otra chica que no me había mirado mal y que reconocí como quien lo acompañaba aquella noche en el supermercado. Ella al parecer no me recordó.

Beth sí me sonrió con gentileza después de darles una mirada extrañada a Gris y a Diego. —Mucho gusto —musitó, igual de incómoda que Marco—. Me encanta tu cabello, es divino.

Agaché la mirada y puse de forma inconsciente la mano libre sobre mi melena, peinándolo sin mucho esfuerzo. Evité mirar a los dos frente a mí, solo me centré en Beth.

—Gracias. El tuyo es lindo también. A veces me dan ganas de ser pelirroja —formulé, señalando su cabello.

—Te quedaría súper porque tu piel es muy blanca. Aunque ese gris plateado se ve espectacular. Si yo no le temiera al daño del cabello con tinturas, tendría un color distinto cada mes.

—Hay unos tratamientos que...

—¿De dónde vienes? —preguntó Gris abruptamente.

Todos enfocamos a la rubia —excepto Diego que no dejaba de mirarme— y su gesto era bruscamente austero; el tono desafiante solo logró sacarme mi lado defensivo y sin dejarme afectar por el filo de sus palabras, respondí con firmeza:

—Una preparatoria llamada North Forest, a unas quince horas de acá —mentí.

—¿En este país?

—Sí. ¿Por qué? Llegué acá por motivos laborales de mi papá.

Me harté de su rencor cuando me buscó los ojos porque el desprecio que vi en ellos me calentaba la rabia; le sostuve la mirada hasta que pude meterme en su mente y volverla dócil, lo suficiente para que relajara su ceño y encorvara su postura rígida, a como la tenía, podía fácilmente hacer que me pidiera disculpas y hacer como que todo había sido un mal trago de recién conocidas.

Le metí en la cabeza a Gris la certeza de que estaba siendo sumamente grosera y que debía bajar el tono; la hipnosis a los humanos la usábamos los de mi clase para facilitarnos la vida, aunque en este caso solo la usé por temas de orgullo y por una necesidad casi infantil de que ella dejara de verme como alguien inferior; mi madre estaría decepcionada si se enterase de mi motivo para manipularla.

El tono de la rubia bajó al responderme:

—Solo curiosidad. Bienvenida a Midwest. ¿Cómo te ha ido?

La sonrisa que tenía lucía congelada pero amable, justo la que ponen todos los obligados a sonreír. Marco a mi lado suspiró medio aliviado, pero la miró con asombro. Si a alguien le pareció rara mi forma de mirar fijamente a Grishaild, no lo mencionó y por eso no me detuve hasta que ella empezó a respirar cada vez más lentamente y su novio a su lado la llamó:

—Cristal —Diego parecía ser el único que me odiaba con la mirada, quizás consciente de que algo iba mal; yo no despegaba mis ojos de ella, pero de reojo podía notar su gesto hacia mí—. Cristal —llamó de nuevo, pero ella solo me observaba a mí—. Amor. ¡Grishaild! —Diego le sacudió todo el cuerpo, empujándola con su costado, atrayendo la atención de varias personas alrededor.

Fue grosero y rudo, pero cumplió su cometido: gracias al movimiento Gris pudo bajar la mirada, desconectándose de la mía, liberándose de la hipnosis y tosió hasta que sus ojos se aguaron. Tomó una bocanada de aire hasta que pudo respirar normal; efectos secundarios. Actué indiferente y le di un mordisco a mi manzana, no sin antes dedicarle una sonrisa de lado a Diego ante la que recibí un gesto duro.

—Usualmente no se portan tan raros —murmuró Marco, acercándose un poco, lo suficiente para que me sintiera cómoda; reí entre dientes—. Quizás están peleando y lo canalizan con nosotros.

—¿Son novios hace mucho? —susurré; Diego sobaba la espada de Gris así que no quería que me escucharan hablando de ellos.

—Sí. Hace casi dos años ya. O más de dos años, no sé, pierdo la cuenta.

Posé mi plateada mirada en los dos y asentí para sí misma.

—Se ven muy lindos juntos.

Diego sintió mi atención en su rostro y bajó el mentón, fulminándome con la mirada; observarme desde ese ángulo lo hacía lucir amenazante y hasta malvado, parecía un felino justo antes de saltar sobre una gacela. Había pasado el brazo posesivamente sobre Gris y ella se inclinó a él, reposando el rostro en su cuello, evitando mirarme. Gris le susurró a Diego un "vámonos ya de acá" aterrado que solo yo pude escuchar y sin preguntar ni decir nada más, se levantaron tomados de la mano para salir pronto de la cafetería.

—Eso fue raro —concedió Beth—. Bueno, de Diego no, él es así con todos. Pero sí de Gris, ella siempre se despide.

—Puede estar teniendo un mal día —aventuré—. Me agradaron.

Observé a la pareja justo antes de que atravesaran la puerta y me aseguré que iba a tener mis encontrones con alguno de ellos o con los dos. No sabía de qué iba su mosqueo, pero no me he caracterizado nunca por agachar la cabeza.

—Mañana tal vez no estén de malas pulgas —apuntó Beth distraídamente.

—Eso espero. Gris parece el tipo de chica que me agrada —respondí de nuevo. Luego miré a Beth—. Tú también.

Eso al menos era cierto, ella me agradaba.

☆☆☆

El balón le dio en la cara a Marco por segunda vez en los recientes veinte minutos.

Al salir de mi última clase me había ido por lo obvio: buscar a Marco, mi novedad con él estaba muy fresca como para negarme a hablarle por un par de minutos más. Pregunté a un par de personas que diligentemente me dirigieron hacia el gimnasio donde se jugaba un partido de voleibol con Marco como parte del equipo.

No me vio llegar y me senté con sutileza en la gradería solo a observarlo y a deleitarme con el latido de su corazón que, por el ejercicio, estaba acelerado, lo que lo hacía más melodioso a mis oídos. Con el paso de los minutos empecé a ponerle más atención al juego en sí e intenté en varios instantes no reírme, pero me era imposible.

Marco era terrible jugando voleibol.

Siendo justos, ninguno del equipo era lo que se llamaba bueno, pero era ineludible la realidad de que él era el que menos pintaba ahí. Cada vez que el balón se acercaba a él, en lugar de golpearlo parecía que lo perdía de vista al último segundo así que, o bien se le iba, o bien lo golpeaba. No había conocido a un humano con tan terribles reflejos. Me pregunté en qué estaba pensando el maestro de gimnasia cuando se le ocurrió la idea de meterlo en ese deporte.

Cerca de que el partido terminara, Marco notó mi presencia y me lamenté porque eso pareció ponerlo más nervioso y desatinar aún más con el balón. Procuré mantener la atención con seriedad en el juego, nada que dejara ver que quería echarme a reír porque podía resultar ofensivo. El público no era mucho, de hecho aparte de mí solo había unas seis personas y deduje que todas acompañaban a alguno de los jugadores y ya. Esperé a que el maestro anunciara con el silbato que todo había acabado y aguardé a que Marco se acercara a mí.

Lucía avergonzado aunque mantuvo la frente en alto y adoptó una actitud de "si no lo menciono, puedo fingir que no vio nada". Le seguí la idea y no comenté sobre el partido fracasado.

—Mi última clase de hoy es gimnasia —contó, señalando el lugar—. Ya la mayoría se fueron, como puedes ver.

Quise preguntarle que para qué se quedaba él y su equipo si jugaban tan mal, pero me pareció muy descortés de mi parte. Al desocuparse el lugar de jugadores de voleibol, quitaron la malla de medio y entraron unos chicos con un balón de baloncesto, no era para un partido en sí porque solo había cuatro personas, pero empezaron a driblar y rebotar el balón a través de la cancha.

—Yo tuve filosofía. Me agradó esa profesora.

Eso pareció darle la salida para cambiar de tema.

—Ella es genial —respondió animado, luego se sentó a mi lado para seguir hablando con más desenvoltura—. El gimnasio es usado casi siempre para las clases de gimnasia, obviamente, o para partidos, pero algunas veces lo usan las profesoras de filosofía, artes e inglés cuando quieren una clase lúdica y necesita espacio. Es divertido la mayoría del tiempo.

—Me gustan las clases lúdicas —admití.

—¿Y qué te trae acá a esta hora? —preguntó, con sana curiosidad.

No iba a decirle que lo buscaba porque su latido me parecía mágico, no iba a mostrarme tan extraña... aún, sin embargo, sí admito que me tomó con la guardia baja porque no había pensado en un posible motivo para dirigirme al gimnasio al sonar el último timbre, y no a la salida como todos los demás.

—Estaba conociendo —respondí sin convicción—, ya sé dónde queda la cafetería y algunos salones, pero pregunté cómo llegar acá, quería ver el gimnasio.

—Si te falta algo por explorar, mañana te lo mostraré. Conozco este lugar como mi propia casa.

—Te lo agradezco.

Marco se encogió de hombros. Yo tenía sobre mis piernas la mochila y noté que él miraba con atención los pines y botones prendados a la solapa. Dio un último suspiro para quitarse lo que le quedaba de fatiga y preguntó:

—¿Quién es él? —Señaló el botón más grande.

Enarqué una ceja, sorprendida.

—Es Jimi Hendrix. ¿Vives bajo una roca?

—No soy Patricio Estrella, pero jamás lo había visto.

Casi me reí por el mal chiste, pero responderle me pareció más importante porque, como toda fanática medio obsesionada, me indignaba que no supiera quién era Jimi Hendrix.

—Es uno de los mejores artistas del rock del mundo. —Marco se quedó mirando el botón con el rostro del artista y su frente reveló una pequeña arruga, quizás intentaba pensar si lo había visto antes, lo cual yo dudaba mucho—. De los sesentas, ya no vive.

—¿Y eres fan?

—No, cargo botones de gente que no conozco en mi mochila.

Marco rio ante mi sarcasmo.

—Lo acepto, fue una pregunta tonta. No lo había escuchado antes. El nombre, me refiero... obviamente su música tampoco.

—Eres una maravilla llevando una conversación —bromeé, condescendiente.

—Lo sé, estoy compitiendo por el premio local de conversacionista.

—¿Esto cuenta como entrenamiento?

—Sí.

—¿Aceptas críticas constructivas?

—Sí.

—No te inscribas a ese concurso, perderás el tiempo.

Me reí con ganas de ver la expresión que me dedicó, era una mueca risueña sin separar los labios que le revelaba un hoyuelo en una mejilla, la izquierda; casi que le pregunto por qué no tenía hoyuelo en ambas.

—Tomaré el consejo. —Señaló mi mochila de nuevo—. ¿Y los demás? Solo reconozco un par.

—¿En serio? —exageré mi tono—. ¿Al menos dos?

—Sí... el símbolo de la paz y la hojita de marihuana.

Ahora sí que me reí audiblemente, llamando la atención de un par de chicas que estaban una grada más arriba hablando y que, por lo que supe, llegaron unos minutos atrás con los chicos que estaban con el balón de baloncesto.

Las ignoré y empecé a señalar mis pines con entusiasmo contagiado.

—Bueno, lo acepto, al menos dos te sabes. —Meneé la cabeza—. Este es el escudo de Queen, este otro es el rayito de Flash. —Seguí señalando cada uno. Marco se había inclinado para verlos de cerca así que la vista de ambos estaba en la mochila—. Este es un dibujito que hice de un canario que tuve y luego lo mandé hacer en botón. Esta banderita con La Tierra es por el cuidado del medio ambiente. Esta que dice The Doors es por la banda The Doors —ironicé—. Este que dice AC/DC es de AC/DC, este arcoíris en el prisma es de Pink Floyd y...

En lo que cabe medio respiro, mi corazón se aceleró encendiendo la alarma en mi interior y me puso de pie por reflejo. Levanté la mano izquierda como si lo hubiera planeado y bloqueé con el puño cerrado el balón que venía a la cabeza de Marco. El dorso de la mano me picó ante el golpe, pero no le presté atención de inmediato, a cambio miré a Marco que se había quedado con la boca abierta pues no había visto ni de lejos el balón por estar concentrado en los botones.

Giré la cabeza hacia el balón, todo pasó en dos segundos así que seguía en el aire por mi golpe repentino. Apreté los dientes al ver la dirección de la bola y predecir mentalmente lo que pasaría: el balón continuó su trayectoria natural y terminó metiéndose en el aro del tablero sin tocarlo, en una anotación perfecta y digna de los mejores jugadores del mundo... o de un brujo promedio.

—¿Cómo... ? —Marco balbuceó y los chicos que estaban en la cancha me observaron entre asombrados e incrédulos—. ¿Cómo hiciste... eso?

Sonreí, intentando restarle importancia, usando la misma actitud que él de unos segundos atrás, esperando que, si me hacía la desentendida, nadie me pondría atención... pero sabía que eso era imposible. Tenía una docena de ojos encima y todos querían explicación.

Me puse de pie con mi mochila colgada sobre mi pecho, lo hice todo con una velocidad media que no luciera como que quería salir corriendo, pero lo suficientemente rápida para hacerle saber a cualquiera que ya tenía que irme.

—Tengo buenos reflejos —respondí vagamente a Marco—. Creo que iré a casa. Gracias por todo, Marco.

De la impresión, Marco ni siquiera se movió, solo se quedó allí, mirándome como si fuera un bicho raro. Salí con parsimonia fingida pero con el corazón bombeando salvajemente. No llevaba ni un solo día y ya la maldita magia me estaba exhibiendo sin yo poder evitarlo.

Resoplé al cruzar las puertas del gimnasio y alejarme, me sentí ilusa por creer que esa vez sería diferente.  

☆☆☆

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