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Epílogo

Get My Way - Vosai, RIELL

Meses después

Antes todo era más fácil. El orden era dictado por dioses y aquel humano que se atreviera a rebatir un hecho tan innegable era castigado con cosas peores que la muerte.

Él era considerado uno de los dioses más importantes, más respetados. Su voz era ley. No estaba debajo de Zeus, se ubicaba a su lado. La distorsión de la historia cambió mucho ese hecho, dejando a Zeus como único dios supremo. Lo cierto era que él se ocupaba de todo cuando Zeus estaba ocupado concibiendo más semidioses y mantenía el orden cuando Hera explotaba a causa de las infidelidades de su esposo.

Adoraba su trabajo. Formar ríos y crear océanos era su pasión, adoraba llevar la lluvia cuando recibía oraciones de los humanos, le tranquilizaba saber que era más que útil, era indispensable. Le enorgullecía el hecho de que no pudieran vivir sin él.

Pero ahora todo era diferente.

Las cosas cambiaron tanto en pocos siglos que su memoria estaba rota. Conservaba la mayoría de sus recuerdos, al igual que gran cantidad de su poder original, pero con el paso de innumerables vidas olvidó muchas cosas. Olvidó lo que se sentía ser adorado, olvidó lo que sentía tener el poder de crear.

Cientos de vidas, demasiadas muertes, millones de recuerdos. Cada cosa que vivió en todos esos siglos se acumularon en su cabeza de tal forma que las pesadillas eran más intensas por periodos. Odiaba eso, los vestigios de su primera vida, aunque hermosos, solo le ocasionaban problemas.

En momentos como ese, mientras Evan caminaba por el pasillo principal en completa soledad y silencio, no podía alejar algunos recuerdos de su cabeza. Porque no podía olvidar lo hermoso de su primera vida, pero los horrores cometidos en ella lo perseguían como fantasmas.

A veces aparecían de una forma tan espontanea que le era muy difícil mantener bajo control el clima, eso solo lo hacía sentir más culpable.

Otras ocasiones ni siquiera sabía quién era.

Su memoria era como una larga película sin fin, con tantos archivos almacenados que sentía que explotaría en cualquier segundo. Pero a pesar de conservar la memoria de cada una de sus vidas, se aferraba a la última identidad que recibió por parte de las personas que le dieron su familia actual.

Recordaba a cada hermano, a cada hijo, a cada padre y a cada madre, también a cada esposa. Recordaba todos los nombres por los que fue llamado en cada vida. A veces lo agradecía, era un regalo conservar a tantos buenos humanos en el corazón. Pero otras solo eran un peso más sobre sus hombros.

Eso lo hacía sentir muy cansado. Al punto donde ni siquiera dormir era suficiente.

Miró los pergaminos que llevaba en los brazos. Trabajar le daba un respiro. No tenía que pensar en la cola que arrastraba, con concentrarse en el presente era suficiente. Por eso amaba su puesto en el Olimpo, porque a pesar de lo cercano que estaba de su primera vida, estaba muy lejos de las demás.

Evan estaba tan elevado en sus pensamientos que olvidó hacia donde iba y se pasó de la sala. Tuvo que retroceder hasta la sala de los Dioses Guardianes, su destino. Pero no entró, se detuvo en la puerta y escuchó. Oía dos voces familiares, era una conversación que no quería interrumpir.

Se asomó por un hilo que le daba buena vista del interior de la sala. Andrew estaba ahí, recostado a la mesa y mirando fijamente la proyección mágica que se iluminaba sobre ésta. Le causó ternura ver su ceño fruncido, esa cara de póker que le causó gracia cuando lo conoció.

Había conocido a varios Apolos a lo largo de sus vidas, hubo uno tan temerario que murió practicando paracaidismo en los Alpes. Otro era un poeta callejero, vivió toda su vida en la pobreza pero rodeado de sus letras.

Uno en particular lo marcó mucho; se trataba de un médico, lo conoció en sus primeras reencarnaciones, cuando la medicina era considerada brujería y sus practicantes eran herejes. Despertó parte de su poder y lo usaba para ayudar a los humanos, fue masacrado por esa razón. Pero fue él quien le enseñó a ver a los humanos como más que ovejas parte de su rebaño. Fue ese Apolo el que le mostró la belleza de la humanidad. Desde entonces Evan se enamoró de los humanos, y hasta su vida actual aún conserva el sentimiento que aquella reencarnación le dejó.

Pero este Apolo, Andrew, su amigo de toda la vida, era sin duda la reencarnación más alejada a Apolo que había conocido. Ni siquiera lo reconoció la primera vez que lo vio; por mucho tiempo se cuestionó su autenticidad. Andrew no parecía el dios del sol, su esencia en sí era muy fría, su luz en lugar brindar calor parecía una fría sombra, y toda su vida había sido así.

Esa era la razón por la que aun después de tantos años no podía conectar del todo con la magia del sol. Era una fortaleza tan hermética que ni siquiera los rayos de sol podían alcanzar su interior.

O eso pensó hasta que ese Apolo se reencontró con Atenea. El único rayo de luz que lograba traspasar sus paredes sin debilitarse y dejar de brillar.

Evan estaba firmemente convencido de que si sus personalidades fueran diferentes, si fueran otro tipo de personas, Atenea y Apolo jamás habrían podido estar juntos. No se debía a sus vidas pasadas, eran ellos solo ellos. Y verlos conversar y sonreír se lo confirmaba. No fueron almas hechas para estar juntas, esos dos humanos nacieron para conocerse, lo que ocurriera después estaba solo en sus manos.

Le gustaba verlos juntos, observarlos desde lejos. Adoraba la sonrisa que se le escapaba a Andrew cuando hablaba con Ailyn, ser testigo del abanico de expresiones que su rostro era capaz de mostrar. De la misma forma que admiraba las reacciones de ella a causa de él. Si les prestaba realmente atención incluso podía llegar a sentir la calidez del ambiente que los rodeaba, como si fueran una pequeña familia.

Podía entender a Andrew. Cuando Evan conoció a Ailyn su luz lo hipnotizó. Su pureza e inocencia, sus colores. Había conocido a muchos humanos a lo largo de sus vidas, pero Ailyn siempre sería la más contradictoria de todas. Por momentos brillaba como una estrella, pero otros era tan oscura que absorbía la luz de los demás.

Vio en ella un sueño, vio esperanza, vio un final. Pero aunque lo fuera, aunque Ailyn fuera la diosa de la profecía de Urano, no era todopoderosa ni mucho menos. Evan se equivocó con ella, vio una gran orquesta tras sus acciones cuando en realidad eran catástrofes. Ailyn no era la salvadora que él quería que fuera, se trataba solo de una humana con un destino demasiado grande sobre sus hombros.

Llegó a amarla, a quererla tanto como quiso a muchas de sus esposas o a sus hermanas, incluso a sus hijas. La quería de diferentes formas, a veces como una hermana, a veces como mujer. Siempre que la veía la amaba de forma diferente. Pero ese sentimiento no era suficiente y nunca lo sería.

Desde hacía varias vidas Evan dejó de formar una familia. De lo que más odiaba era morir y al renacer saber que no volvería a ver a la mujer que amaba. Odiaba presentarse ante ellas años después con otro rostro, solo para verlas con una nueva vida o de plano saber que ya no se encontraban en este mundo.

Juró morir solo en sus próximas vidas, amar y admirar desde lejos, sin llegar a pertenecer realmente a alguien. Por muy difícil que eso fuera.

Pero con Ailyn era diferente. No se lamentaba de no ser correspondido. Por el contrario, se alegraba inmensamente de poder ser testigo de la historia de los dos. La seguiría amando, pero también amaba a Andrew, y verlos juntos era como ver feliz a su familia, como si no tuviera que preocuparse por ninguno de los dos.

Con Cailye era otra historia. Mentiría si dijera que nunca lo supo, pero se percató de los sentimientos de Cailye desde hacía muchos años atrás. Eligió ignorarlos por experiencia, sabía que con el tiempo ella elegiría a otra persona, y cuando lo hiciera él seguiría ahí, abrazando su sonrisa como siempre.

Evan recostó su cabeza en la pared y observó, escuchó desde lejos, como el único testigo, a dos personas que amaba casi con la misma intensidad.

Llevaban un rato largo hablando, a juzgar por el envoltorio de comida rápida que descansaba en un rincón de la habitación adivinó que serían algunas horas. Cuando Ailyn llamaba a Andrew se pasaban horas hablando, a veces trascurría toda una noche terrestre. La distancia no era para ellos. Apenas llevaban separados dos meses y para ellos parecían dos años.

—Sabes que debes partirlos a la mitad y quitarles la semilla, es más fácil que pelarlos y luego dividirlos. —Andrew le hablaba sobre frutos de Ambrosia para vino mientras ella lo miraba mal—. Además, la cascara le da una textura especial.

—Cuando lo hago yo queda horrible. Les dije muchas veces que no podía hacerlo pero ellas insistieron. Van a pensar que trato de envenenarlas.

Atrás de Ailyn estaba oscuro. Era de noche en Kamigami. La iluminaba una tenue luz anaranjada, provenientes quizás de antorchas lejanas o de una fogata. El silencio reinaba de su lado, solo su voz traspasaba la proyección.

Andrew bufó. Pero retomó su expresión seria enseguida.

—Pero aun así aceptaron ayudarte. Sin ellas con ustedes las Amazonas no las habrían dejado pasar.

Ailyn agachó la cabeza.

—Eso no importa. Fue un fracaso. No sé si realmente está débil o solo nos hace creer que lo está. Aunque conservemos su caja siento que no es un gran obstáculo para ella.

Los ojos de Andrew se entrecerraron, pensativo.

—¿La encontraste? ¿Algo útil que haya dejado atrás?

Ailyn negó con la cabeza.

—Nunca damos con ella por muchos indicios de su paradero que tengamos. Pero esta vez no todo fue en vano. Cuando encontramos a su palacio encontramos a alguien más, lo tenía cautivo, creo que él puede darnos información valiosa, en especial de la caja y la conexión que comparte con Pandora.

No hubo mucha reacción de su parte.

—Sabes lo que opino al respecto, Ailyn. —Andrew se enderezó, el cabello sobre su frente le rozó las pestañas en el movimiento—. Retenerla está bien, mantenerla lejos de la caja perfecto. Pero no quieras involucrarte demasiado con ella. No sabemos lo que eso pueda hacerte.

Recibió una sonrisa por respuesta.

—Lo sé. Pero guarda muchos secretos, si los descubro sabré qué hacer con Pandora cuando la volvamos a ver. No haré nada que me dañe, Andrew, te prometí que sería la Ailyn que siempre has conocido.

Andrew guardó silencio por un largo rato y, en vista de su silencio, Ailyn retomó la palabra.

—Te tengo a ti, ¿crees que haría algo que me aleje de tu lado? Lo último que quiero es que te preocupes por mí. Estaré de regreso pronto, a tu lado. Y cuando lo haga lo primero que quiero es que me prepares comida. No sabes lo harta que estoy de los frutos de Ambrosia.

Eso casi consiguió sacarle una sonrisa a Andrew. A veces, cuando él estaba muy preocupado, ni siquiera Ailyn era capaz de hacerlo sonreír. Evan sabía que era una tarea imposible, nadie, salvo una persona, podía quitar el ceño fruncido del rostro de su amigo. En el caótico interior del dios del sol nada tenía sentido.

—¿Cuándo regresas?

—En un mes. —Ailyn lucía emocionada de pronto—. Kirok y yo regresaremos en un mes. Sara y Logan lo harán en un día helio. Quieren quedarse más tiempo, pero deben ir a atender asuntos en la Tierra. Niké y yo podemos manejar las cosas acá, por eso les pedí que regresaran antes.

Evan sabía que a Andrew no le agradaba la idea de estar lejos de Ailyn, sabía que aunque ella pudiera defenderse y tuviera a muchas personas dispuestas a dar la vida por ella, él quería proteger su corazón. Andrew nunca se lo dijo, pero no hacía falta que lo hciera. Andrew quería abrazarla cada vez que llorara, cada vez que estuviera triste, cuando se sintiera débil o cuando estuviera cansada. Abrazar el dolor de Ailyn era la forma que Andrew tenía de demostrarle su amor, demostrarle que pasara lo que pasara él estaría a su lado aunque no dijera nada.

—Estaré bien —afirmó Ailyn, adivinando lo que Andrew pensaba.

Era algo que le sorprendía a Evan. Ailyn aprendió a adivinar los pensamientos de Andrew, no todos y no todo el tiempo, pero sí lo suficiente para que en ocasiones no necesitaran palabras. Eso era algo que Evan solo conseguía el ochenta por ciento de las veces con su amigo, por muchos años que llevara a su lado.

—Lo sé.

—¿Por qué te preocupas entonces?

Andrew apretó los puños y desvió la mirada.

—Nada.

—Andrew...

Evan sabía lo que le preocupaba. Era una de las razones por las que cuando Ailyn le pidió a Andrew que volviera sin ella de Kamigami él se opuso. Pero era algo que él nunca le diría a Ailyn.

—Lo extraño. No pensé que lo haría pero lo hago.

Evan no pudo evitar sonreír. Ese lado de Andrew nunca se lo mostraría. Era un lado que conocía por obsérvalos a escondidas tantas veces, un lado que le pertenecía a Ailyn.

—¿Qué cosa? ¿Golpear a Kirok? Él también te echa de menos.

Andrew negó con la cabeza a pesar de saber que era broma.

—Tenerte cerca. Es como si de pronto alguien silenciara una voz que siempre estuvo ahí, una canción de fondo. Hay demasiado silencio, demasiado orden.

El chico de ojos azules no pudo evitar pensar en la ironía de su comentario. El orden y el silencio eran cosas que Andrew atesoraba mucho antes, cosas que valoraba y odiaba que alguien las rompiera.

—Hablamos todos los días —respondió Ailyn con dulzura.

—No es suficiente. —La miró de repente, una mirada intensa que provocó un rubor en Ailyn. Andrew soltó un suspiro profundo, como si se tragara todas las palabras que quisieron salir de su boca—. Solo cuídate y date prisa. —Hizo una pausa—. Debo irme. Evan llegará en cualquier momento, debemos revisar unos pergaminos para el comunicado de la tarde. Hablaremos luego.

Se dio la vuelta, le dio la espalda a Ailyn. Evan pudo ver la cara de Andrew, su expresión. Pero no supo si Andrew se sentía avergonzado por lo que dijo, o frustrado por lo que no pudo decir.

—Andrew —Ailyn lo llamó en un tono cariñoso, cargado de calidez y alegría—, eres mi hogar.

Aunque Andrew no sonrió, Evan percibió cómo relajó sus hombros, cómo por un segundo bajó la guardia. Eso nunca dejaría de sorprenderlo, era increíble cómo una persona podía pasar de ser completamente precavido a totalmente desprotegido en un instante. A veces incluso Andrew lucía vulnerable, como si el simple aleteo de una mariposa pudiera derribarlo.

Era una debilidad que le pertenecía a Ailyn, una que ella se había ganado.

Para Evan era difícil entender cómo Andrew podía fortalecer a Ailyn, y cómo Ailyn podía debilitar a Andrew. Se equilibraban mutuamente, uno compensaba al otro. Andrew le dio valor a Ailyn. Y ella a su vez le dio humanidad a Andrew.

El chico miró la proyección sobre su hombro, una mirada brillante.

—Y tú eres el mío.

No hubo necesidad de que se dijeran algo más, ese siempre había sido su despedida, la palabra que representaba todo lo que querían decirse.

Era algo que en la antigüedad Evan envidiaría, pero ahora los veía a ellos y a su relación como un tesoro que había que cuidar.

Terminaron la llamada luego de eso. Evan esperó. Dejó que pasaran los minutos y dejó solo a Andrew con sus pensamientos mientras se dejaba caer en una de las sillas que rodeaban la mesa. Evan se recostó a la pared y pensó, pensó por un largo rato sobre muchas cosas, cosas lejanas e historias increíbles.

Se preguntó lo que ocurriría si esa fuera su última reencarnación. Había pensado en eso antes, en qué haría con esa última vida o si recuperaría su inmortalidad. Había hecho muchas cosas, cumplido muchas metas. ¿Cuándo ya hiciste todo, qué te quedaba por hacer? ¿Había alguna otra cosa que él soñara? Hasta ese momento no había nada. Se preguntó si alguna vez la habría.

Sacudió la cabeza, alejando el laberinto de pensamientos al que estaba a punto de entrar, y entró al salón.

—¿Cuánto tiempo llevabas ahí parado? —Esa fue la forma de Andrew de saludarlo, sin siquiera mirarlo.

—Acababa de llegar, pero te veías tan pensativo que preferí darte tu espacio. Entré porque no podía posponer más esto, si no nos damos prisa no terminaremos a tiempo. —En respuesta Andrew lo miró de reojo, dudoso de su palabra. Andrew dudaba mucho de él últimamente, algo que antes ni siquiera consideraba. Y aun así Evan no borró su amigable sonrisa—. ¿Has hablado con el otro grupo? Hace días que ninguno me llama, ¿a ti te han hablado? ¿Sabes cómo está Ailyn, cómo les fue? Su plan era bastante arriesgado, debieron esperar refuerzos pero en su lugar fueron solos con el grupo de Diana. Me preocupa que no se hayan reportado.

Andrew se inclinó en su silla, haciéndola rechinar y apartando parte de su cabello de su frente. Evan no supo si lo convenció o no, pero le traía sin cuidado si Andrew se enteraba que conocía su lado vulnerable. Eso no cambiaba nada, al menos no para Evan.

—Mal. No la encontraron. Regresarán pronto, te contarán los detalles en un par de días.

Evan asintió y se sentó sobre la mesa. Buscó la mirada de Andrew mientras éste recibía los pergaminos y uno por uno los examinaba.

—¿Tienes algo que decir? —inquirió Andrew con los ojos fijos en los pergaminos, notando la mirada curiosa de Evan sobre él.

Evan le sonrió, esta vez más de gracia. De niños habían sido muy unidos, incluso hasta hacía pocos meses lo seguían siendo. Se preguntó si recuperarían esa confianza, si Andrew lo volvería a ver como antes. Alguien igual, sin involucrar jerarquías.

—¿Cómo va la búsqueda de eso? ¿Encontraste algo útil?

Por un momento no recibió respuesta verbal, pero sí física. Andrew se tensó y dejó lo que hacía para mirar a los ojos a Evan. Por un momento la reencarnación de Poseidón se sintió culpable por recordarle su inquietud más grande.

Andrew negó con la cabeza, preocupado. Pero había algo en el gesto que le dio a Evan esperanza. Se movió de la misma forma que antes cuando estaban solos, como si solo con él pudiera descargar sus preocupaciones.

—Nada. Es como si se hubiera esfumado. Cuando el trueque se realizó tuvo que haberlo llevado a alguna parte, pero aún no sé a dónde. No pudo haberse desvanecido en el aire.

Andrew frunció el ceño, arrugó la frente. Evan vio tristeza, desesperación y apremio.

—¿Crees que su actitud se debe a su ausencia?

Miró al vacío, pensativo, perdido, hasta que pareció recordar la pregunta de Evan y se enfocó en él. Lo miró a la cara, como un simple amigo que necesitaba ayuda para salir de un problema gordo, igual que antes.

—Sí. Pero ella no se da cuenta. No solo se lo quitó, es como si nunca lo hubiera tenido. No nota la diferencia, para ella es natural. Por eso a veces su comportamiento es robótico.

Evan le sostuvo una mirada seria, compasiva. No le agradaba pensar en que Andrew se culpaba por el trueque que hizo Ailyn. Andrew le decía a menudo que si hubiera estado a su lado eso no habría pasado, pero eso no era cierto, no fue culpa de nadie más allá de Pandora, que sabiendo lo que Ailyn entregaría la guio hasta el Espejo de los Dioses.

—¿Y si nunca lo recupera? Si ella no nota la diferencia no le duele su ausencia, significa que no lo sufre. No es tan malo.

—No puedo —negó Andrew enseguida—. Si eso sucede significa que no tiene futuro. Si su trabajo como Atenea llega su fin ella también lo hará. Tal vez ella no recuerde su sueño, pero yo no dejaré que se pierda en el olvido.

—Además, ya lleva mucho tiempo de esa forma. ¿No crees que se acostumbró? —Evan quería encontrar un buen enfoque, una posición desde donde eso no fuera tan malo—. Tal vez ya no lo necesite.

—Con más razón debo darme prisa.

—Pero eso no es todo, ¿verdad?

Andrew suspiró y negó con la cabeza, se pasó una mano por su desordenado cabello, y al hacerlo parte de los mechones cayeron sobre su frente y otros se quedaron en punta.

—Cuando la miro a los ojos solo puedo pensar en que hay una parte de ella que me ruega que lo traiga de vuelta. Si no lo hago le estaré dando a espalda, la estaría abandonando.

—Andrew, nadie la obligó. Es algo que hubiera ocurrido contigo o sin ti a su lado. No puedes culparte por su decisión.

Él lo miró de reojo.

—Eso es algo que un dios diría, Poseidón. Cuidado.

Evan le sostuvo la mirada sin más, tratando de ocultar lo herido que se sintió ante el tonó que usó en el comentario. Lo hizo con toda la intención, los dos lo sabían.

—Lo siento, pero es la verdad. Sabes que te ayudaré en lo que pueda, pero no me gusta que te culpes por algo que no puedes controlar. Y no me llames así, cuando lo haces tú lo odio.

—Es tu nombre.

Evan notó que Andrew quería evadir el tema. Siempre hacía eso, cuando se trataba de él no importaba qué otro tema eligiera ni qué tan fuerte o doloroso se sintiera, él lo tomaría solo para evadir una conversación sobre sí mismo.

—Creí que habíamos dejado el asunto atrás.

Andrew bufó.

—Agradezco todo lo que has hecho por mi familia, pero considero que es algo que pudiste haberme mencionado. No te culpo, te entiendo, pero creo que pude haberte ayudado, saber cuáles eran tus necesidades y poder haberte apoyado de la forma correcta.

La mirada de Evan se suavizó. A veces creí que el cariño que le tenía a Andrew, el aprecio que le tenía a sus amigos, se le saldría por los poros y lo acuchillaría; era su debilidad, su hermosa debilidad de la cual estaba orgulloso. No eran solo buenas personas, eran buenos dioses, eran mejor que los dioses a pesar de ser humanos. Tal vez se debía a eso mismo.

—No me he sentido solo, si a eso vas. Tú y Cailye son mi familia, los demás también lo son; sabes que es algo que prefiero que permanezca oculto para evitar problemas. —Evan lo miró con cariño, por mucho que le molestara que tocaran el tema no podía enojarse de verdad con Andrew—. Me tratarían diferente y no quiero que las cosas cambien, temo que crean que los engañé.

—No lo pensarían, al menos no todos. Pero sería de mucha ayuda si lo supieran. Eres el único que conserva los recuerdos de sus vidas pasadas, eso te hace más sabio y te da información a la que nosotros no tenemos acceso.

Evan negó con la cabeza mientras sonreía. No quería explicarle lo que implicaba conservar la mayoría de sus recuerdos, ni que muchos de los recuerdos de su primera vida estaban rotos e incompletos. Distorsionados incluso.

—No me hace más sabio, solo me convierte en mentiroso. Hay recuerdos que aún están muy lejos de mí, en especial los de la vida de Poseidón, retengo los de vidas más cercanas a esta. —Ahora lo miró con pesar—. Digamos que prefiero conservar las pesadillas solo para mí.

Andrew se quedó en silencio un largo rato, analizando las palabras de Evan, y de igual forma Evan se sumergió en el lago de recuerdos que no quería recordar, al que no quería entrar.

Al cabo de un rato Evan retomó la palabra.

—Lo que te dije ese día, el día del incendio, ¿lo olvidaste?

A pesar de que Andrew lo miró un segundo cuando lanzó la pregunta, clavó su atención en los pergaminos que debía revisar y contestó sin mirarlo.

—No podría. Me dijiste que había muchas cosas que no sabía, que tendría muchas preguntas y que no obtendría todas las respuestas. Pero que debía estar seguro de que tú harías hasta lo imposible por protegernos a los seis. En ese entonces creí que hablabas de nosotros, de mi familia y de la tuya, ahora entiendo a lo que te referías.

—Sí hablaba de mi familia. La única familia que me ha acompañado todos estos años.

—A veces decías cosas extrañas, ahora comprendo por qué hablabas así. Eras un viejo en el cuerpo de un niño, pensabas en cosas que yo no podría imaginar cuando ambos usábamos pañales.

Evan ladeó la cabeza y sonrió. Era raro que Andrew hiciera una broma, por lo general decía cosas así, que causaban gracia pero en un tono tan serio que siempre estaba la duda de si era en broma o no.

—¿Recuerdas lo que te dije cuando nos conocimos? —preguntó el chico de azules ojos con curiosidad. Quería saber qué tanto recordaba Andrew.

Su amigo asintió, molesto de repente. Le lanzó una mirada enfada mieras contestaba.

—Sí. Dijiste que tenía la expresión de un anciano de noventa años que había perdido hasta su bastón. Me diste una mala primera impresión debido a eso. Incluso dijiste que era amargado y veía las cosas de la peor forma posible.

Evan se rio. Al recordar eso lo que más gracia le causaba era el hecho de saber que Andrew había cambiado mucho desde entonces, pero los aspectos más básicos de él seguían ahí. Era genuino, genuinamente mal humorado.

En ese momento el celular de Andrew interrumpió la risa de Evan. Se calló para que pudiera contestar, y luego de fruncir el ceño con extrañeza Andrew respondió la llamada.

—Filiph, ¿ocurre algo?

Evan enarcó las cejas. Le sorprendió la llamada del abogado de los Knight, a pesar de que seguían en contacto no hablaban con frecuencia luego de todo el alboroto del Tifón. Trataban de mantener distancia entre los humanos que conocían, vecinos, compañeros, o en caso de los hermanos era su abogado y su esposa, las personas más cercanas a las que ellos consideraban familia. Por su seguridad era mejor que no los ligaran a ellos, el mundo aún era muy sensible y no querían forzarlo demás.

Su apoyo durante los días más oscuros de los hermanos había marcado una diferencia. Sin Filiph y su esposa en sus vidas no quería imaginar lo que habría sido de la vida de los Knight. Sabía que eran de confiar, aun después de saber la verdad sobre ellos, nunca los trataron diferente. Tuvieron su periodo, igual que todos, pero al final regresaron a los hermanos y los aceptaron. Algo que su verdadera familia nunca comprendió.

El color abandonó el rostro de Andrew, por primera vez en mucho tiempo Evan contempló el verdadero asombro en su amigo. Se quedó de piedra, estupefacto, como si más que un balde de agua fría hubiera recibido una serie de abofeteadas consecutivas.

Su teléfono se resbaló de su oreja y sonó cuando llegó al piso, dando por terminada la llamada. Hubo un silencio dramático y tenso, el ambiente se llenó de expectación.

—¿Pasa algo malo? —quiso saber Evan al ver que Andrew no reaccionaba.

Movió su mano frente a sus ojos, lo empujó de los hombros varias veces. Parecía que su alma se hubiera ido de viaje tan lejos y tan rápido que no dejó rastro. No estaba ahí, su cuerpo sí, su cabeza por otro lado...

—¡Andrew!

Hasta que por fin, luego de gritar su nombre cinco veces y sacudirlo, Andrew reaccionó.

Lo miró a los ojos, los de Andrew oscuros y brillantes, como si estuviera a punto de soltarse a llorar; pero eran pocas las veces que Evan lo había visto llorar, y cuando lo hacía incluso a él le partía el corazón. Sus manos comenzaron a sudar, dejó su boca entreabierta y el ritmo de su respiración cambió por completo. Incluso desde la puerta se oiría su acelerado ritmo cardiaco.

Evan se preocupó. Algo grave tuvo que haber pasado para que Andrew reaccionara de esa forma, él, quien mantenía la cabeza fría incluso en la peor situación.

—Es... Es ella. Está... —Movió su cabeza para aclarar sus ideas y parpadeó varias veces, pero antes de terminar se levantó de la silla de un salto—. Despertó. Ella... despertó.

Evan no tuvo oportunidad de preguntar detalles, no pudo ni siquiera retenerlo. En el momento en que abandonó la silla también abandonó el salón, salió corriendo como si alguien estuviera muriendo. Y se fue, dejando a Evan con la pregunta en la boca.

El chico se agachó para recoger el celular de Andrew, en busca de una mejor explicación de esa; las personas no despertaban de una maldición por milagro médico. Al encenderlo una foto de Ailyn apareció en la pantalla. Era una foto donde ella estaba rodeada de árboles de Ambrosia con frutos maduros en sus ramas, con el sol iluminando su rostro y aclarando todavía más sus ojos ámbar, dándole un brillo artístico a su cabello oscuro. Una gran sonrisa acentuaba todo, como si se tratara de un cuatro fríamente calculado.

Mientras miraba la foto de Ailyn, Evan más que alegría por la noticia de Andrew, sintió lastima por ella. Porque él lo sabía, Andrew también era consciente de ello: esa chica nunca podría despertar. El que lo hiciera le daba un mal presagio, un amargo sabor en la boca.

—Ailyn...

Continuará...

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