9.2. Pedir perdón
Bird Set Free - Sia
Un descanso y lo que yo sentí como seis horas después, At nos informó que nos encontrábamos cerca del hogar de las Musas. Avanzamos unos metros, desviándonos ligeramente del camino casi recto que At nos guiaba, y al hacerlo noté algo que había visto antes en ese bosque pero que no le había dado tanta importancia.
Cuando descansamos para comer mucho después del desayuno me pareció notar un movimiento anormal en uno de los árboles cercanos. Vi lianas moverse como si se trataran de serpientes, y hojas verdes moverse en la tierra como si fueran hormigas. Y eso era lo que volví a observar por un breve momento.
Giré mi cuello hacia la derecha, captando el momento exacto en el que las raíces de un árbol cercano retrocedieron, justo en el instante en que mis pies pisaron el sitio donde se hallaban. Parpadeé varias veces, y dejé de hacerlo cuando asimilé la idea de que en ese mundo todo era posible.
—At... —llamé, ganándome su atención—. Este bosque, lo que dijiste sobre que era cobarde, ¿tiene alguna característica especial que debamos saber?
Niké sonrió con malicia, divertida e interesada, sin rastro del golpe que afectó sus dientes y con una dentadura perfecta, mientras At tan solo me miraba.
«—Todos los bosques de Kamigami tienen características especiales si a eso te refieres. —Al observar mi rostro de inconformismo agregó—: No han visto aves ¿verdad? O algún otro animal desde que atravesamos el portal. Eso es porque el bosque en sí mismo es un habitante de Kamigami. El Bosque de la Lira tiene vida propia, existe como un individuo; si has visto las lianas moverse, o a un árbol cambiar de ubicación, se debe a eso. Son muy pacíficos, por eso son tan cobardes.»
Me tomé unos segundos para asimilar la nueva información, igual que Cailye a juzgar por su expresión.
Entonces, la música llegó a nuestros oídos antes de notar la repentina oleada de luz que cubrió el ambiente. Pareció que los soles se abrieron paso a través de las hojas de los altos árboles, pero eso no fue lo que en realidad pasó.
Cruzamos algunos árboles, siguiendo a At hacia la intensa luz del sol que parecía querer bañar el bosque, y tras una que otra rama nos topamos con lo que estábamos buscando.
La música aumentó de golpe, con delicados y armoniosos sonidos dulces, provenientes de instrumentos de cuerda, y las voces femeninas no tardaron en hacerse oír a través de la melodía, como versos hermosos.
Y las vimos. Nueve mujeres se encontraban descansando en un espacio libre de árboles, con un nivel bajo, casi como un mini acantilado. Un área de unos veinte o treinta metros cuadrados, con raíces y hojas aquí y allá; los aboles que rodeaban el área eran altos, lo suficiente para ocultar los soles pero no la luz que éstos emitían. Y, además, contaban con algunos instrumentos hechos de la misma naturaleza, como un gran órgano y un arpa.
Lo primero que me llamó la atención de ellas fue su aspecto físico. Su piel lucía blanca, casi transparente, y brillaba como agua con la luz de los soles. Sus melenas, de diferentes tipos de cabellos —lisos, risos, cortos y largos— negros y con el mismo brillo que su piel. Vestían cada una un traje de diferente color, con destinos largos, y con diseños alegres y floreados artísticos.
Eran altas, de hermosos cuerpos curvilíneos, y con voces cantarinas. Y lo más evidente en ellas eran sus marcas; tatuajes con múltiples trazos, ubicados en distintos sitios en cada una de ellas, con variedad en tamaño y forma, pero todos negros igual que sus cabelleras.
Las observamos desde la distancia, ocultos entre los árboles, mientras ellas se desplazaban de un lado a otro, tocando los distintos instrumentos musicales creados a partir de los elementos de los árboles. Sus voces se veían amortiguadas por la música, cada una o bien tocando un instrumento o hablando entre ellas; excepto una mujer de largo y liso cabello con su marca en el brazo derecho, que permanecía sentada sobre una roca con un libro en sus manos, leyendo.
Centré mi atención en ella, sumida en su lectura a pesar de la conmoción de las demás Musas, hasta que de repente levantó la vista de las páginas que leía, y posó sus ojos en nuestra dirección. Sonrió, una sonrisa ladeada acompañada de una mirada curiosa, y tuve la sensación de que nuestros ojos se cruzaron por una milésima de segundo.
Las ramas a nuestro alrededor se movieron entonces. Los árboles, sus troncos y raíces, comenzaron a caminar como si de personas se tratara. Posé mi atención en ese movimiento repentino, igual que los hermanos Knight, en el momento en el que las lianas imitaron el gesto de los árboles.
La música se detuvo de repente, dejando solo el sonido de los árboles al moverse. Nuestro escondite quedó al descubierto, siendo blanco de los nueve pares de ojos que nos observaron con atención. Como si de guardias se tratara, los árboles nos empujaron mediante sus ramas y lianas hacia las Musas, sin tener espacio para retroceder.
Ninguno opuso resistencia al movimiento que los árboles ejercían sobre nosotros, la situación no parecía ameritarlo.
Silencio.
Tragué saliva, nerviosa, mientras los ojos de las musas nos examinaban. Todas ellas, para mi sorpresa, poseían un color violeta intenso en sus ojos.
En vista de la incomodidad y perplejidad de la situación, donde solo nos observábamos unos a otros, tomé aire y abrí mi boca para hablar... Pero no alcancé a emitir sonido alguno.
Los gritillos agudos y energéticos de la mayoría de las musas invadieron nuestros oídos, como colegialas entusiasmadas. Muchas pegaron pequeños brincos de emoción y aplaudieron, otras tres de ellas tan solo permanecieron observando todo con la alegría tatuada en sus rostros.
Se acercaron en medio de cantos y risas, con grandes sonrisas en sus rostros y sus vestidos dejando colores mágicos en el aire por donde caminaban. Pero no se acercaron a nosotros, se acercaron a él.
Yo estaba a su lado, igual que su hermana, pero en cuanto llegaron a su encuentro ambas fuimos tiradas lejos por medio de codos y manos eufóricas y sin control.
Kirok recibió mi peso para no irme al suelo y Niké ayudó a Cailye con lo mismo. Me enderecé, y al hacerlo noté la sonrisa burlona que surcaba el rostro de mi familiar mientras observaba la escena. Le seguí la mirada, advirtiendo el tipo de energía que había en el aire en ese momento.
—Parece que el rayito de sol es bastante popular entre las mujeres, ¿verdad? —comentó Kirok con malicia.
Cailye se alejó de un salto de Niké, mientras ésta a su vez sonreía con un intento de gesto amistoso pero que el realidad lucía algo escalofriante.
Enderecé mi cuerpo, al tiempo que mi rostro de confusión fue evidente. Observé a Andrew, rodeado de aquellas mujeres que parecían salidas de un cuadro de pintura, con sus alegres y coloridos vestidos y sus rostros de finas curvas. Él, como siempre ante esa situación, tan solo frunció el ceño y tensó su cuerpo, sin decir nada y mirando a las Musas con algo de sorpresa en sus ojos.
«—Las Nueve Musas. Hijas de Zeus y la titánide Mnemosine. —At apareció a mi lado, observando la escena de gritos fanáticos y voces cantarinas igual que los demás. Retiró su atención de Andrew y me miró—. Forman parte del sequito de Apolo. Lo adoran.»
Enarqué una ceja.
Observé a detalle a las mujeres a unos metros de nosotros y conté siete. Entonces, justo al advertir su ausencia, las dos Musas faltantes caminaron hacia nosotros. Una de ellas era la mujer que antes estaba leyendo un libro, y la otra mujer, a su lado, de cabello corto y liso, con una corona de hojas en su cabeza y la marca en su cuello. Ambas nos observaron, con sumo interés, mientras sus compañeras seguían sumidas en sus gritos.
La mujer del libro posó sus ojos sobre mí, pero fue su compañera quien habló.
—Niké, diosa de la victoria. Kirok Dark, mensajero del infierno —dijo la mujer de corto y negro cabello, observándolos con curiosidad, en un tono decente y formal. Posó entonces su atención en Cailye—. Así que asumo que tú debes ser la reencarnación de Artemisa. —Y luego a mí—. Y tú, Atenea.
Medio sonrió, y al hacerlo sus ojos brillaron.
»Soy la musa de la elocuencia, Calíope —se presentó, y señaló a la mujer de su lado que no despegó sus ojos de mí en ningún momento—. Y ella es mi hermana, Clío, musa de la historia. Habíamos escuchado muchos rumores acerca de ustedes, todo el mundo habla sobre el regreso de los Dioses Guardianes. Admito que nunca esperamos que vinieran por aquí. —Hizo un gesto con la cabeza para apuntar hacia Andrew y las demás Musas—. Nuestras hermanas están encantadas de volver a ver al señor Apolo, espero puedan comprender su entusiasmo.
Me aclaré la garganta, sintiéndome un tanto extraña e incómoda en la situación. La mirada constante de Clío me ponía más nerviosa.
—Lamentamos interrumpir sus actividades —dije, en un tono suave y que esperaba fuera gentil—. Venimos a hablar con ustedes, a pedirles ayuda. Si han escuchado los rumores entonces deben hacerse una idea de por qué estamos aquí, ¿verdad?
Calíope enarcó una ceja, sin abandonar su expresión de curiosidad e interés, pero no respondió a mi comentario. En cambio, miró de reojo a Andrew, quien había conseguido abrirse paso entre las siente Musas hacia nosotros. Caminó, con las mujeres pegadas a su sombra.
Al llegar Andrew se ubicó frente a Calíope y su hermana. Todos lo observamos por un momento de silencio. Las Musas que lo seguían se acomodaron al lado de Calíope y Clío, imitando una formación. Y después... hicieron una reverencia, todas ellas excepto Calíope se inclinaron ante Andrew.
—¡Bienvenido, señor Apolo! —exclamaron en coro.
Miré a Andrew, en busca de algo que me indicara cómo tratar la situación, pero su postura y su expresión me dejaron confundida. Su cuerpo se erguía con confianza, y su rostro no parecía sorprendido o incomodo, tan solo se veía igual de inescrutable como siempre. Parecía un militar saludando a su equipo.
Abrí la boca para hablar, intentar seguir con el plan, con la conversación a la que las Musas me dejaron en espera. Pero dudaba que siquiera me escucharan si hablaba.
—Tal vez... —Cailye se me acercó, tocando mi brazo para llamar mi atención— deberías dejar esto en manos de mi hermano. Lo escucharan si es él quien habla.
Solté un suspiro de resignación y cerré mi boca. Cailye tenía razón.
—Hemos estado esperando su regreso por mucho tiempo —comentó Calíope, haciendo contacto visual con Andrew por primera vez.
Andrew ni se inmutó.
—¡Ha pasado tanto tiempo! —exclamó una de las Musas, dando vueltas en su lugar. Tenía el vestido corto y el cabello rizado—. Ningún otro dios se iguala a usted, me ha hecho mucha falta mi compañero de baile.
Calíope sonrió. Andrew observó a la Musa de cabello rizado, en completo silencio y demasiado serio para la situación.
Otra musa, una de cabello ondulado y al largo de sus hombros, se acercó de nuevo a Andrew, y con total confianza lo tomó de la mano. Lo miró, como una niña pequeña, con las mejillas rosadas y mirada tímida.
—¿Se quedará con nosotras...? Es decir, ¿a comer? —Miró de soslayo a Cailye y a Niké, ignorándonos por completo y a propósito a Kirok y a mí—. Si está de viaje, de paso, podemos ofrecerle posada y alimento. Puede... quedarse el tiempo que desee.
Andrew alzó una ceja. La tierna Musa sin duda captó su atención.
—Le tocaré una canción solo para usted —ofreció otra mujer, de largo, muy largo vestido.
—Terpsícore, Erato, Euterpe, no lo agobien —intervino Calíope, sin apartar los ojos de Andrew—. Debe estar cansado.
Andrew deshizo el tacto de Erato de un solo movimiento, con suavidad y, para mi sorpresa, gentileza. Intentó sonreír, pero la sonrisa más que educada se vio forzada.
—Se los agradecemos, pero no hemos venido para descansar —anunció Andrew, provocando que la Musa que no quería alejarse de su tacto y varias de las otras se entristecieran—. De hecho, vinimos a hablar con ustedes. Si han oído los rumores deben conocer la situación en la que nos encontramos.
Un leve murmullo se extendió entre las Musas, mientras algunas agachaban la cabeza con incomodidad.
Calíope suspiró, pequeño pero lo hizo.
Me removí incomoda en mi lugar. Ninguna de las musas tenía ojos para los demás presentes, no nos miraban. Pero Clío no alejaba sus ojos de mí ni siquiera para parpadear.
—Apolo, si usted nos pide algo, no podemos negarnos —explicó la musa de la elocuencia—. Formamos parte de su sequito, le debemos lealtad sea cual sea su apariencia. Sin embargo, precisamente porque conocemos la circunstancia en la que se encuentran, le pido, a nombre de las Nueve Musas, que reconsidere su petición.
Andrew enarcó sus cejas, e infló su pecho con una inhalación. Kirok soltó un suave silbido, mientras Cailye y At permanecían observando la escena. Y Niké... Niké literalmente estaba mirando el cielo, sin conectar con la situación.
—¿Qué? —solté, pero mi replica se perdió en el silencio que se apoderó del lugar.
La mirada de Andrew a Calíope le pidió una muda explicación, a lo que ella disminuyó la sonrisa en su rostro hasta que desapareció.
—No somos guerreras, nuestras habilidades no existen para generar conflictos y derramar sangre. Nos encargamos de mantener a Kamigami viva; nos encargamos de atestiguar las hazañas de grandes héroes y dioses. Nuestra existencia es arte, es belleza, no guerra. No tenemos ni el poder ni la voluntad para pelear, sea o no por usted, es algo que simplemente no está en nuestra naturaleza.
Andrew frunció el entrecejo, más reflexivo que molesto. Calíope soltó un suspiro, mostrando una actitud serena.
»Además —añadió—, no tenemos conflicto con Pandora ni su reino. Lo que haya hecho ella o planee hacer no tiene nada que ver con nosotras. Las Musas no tenemos disputas con ninguna divinidad, y nos guastaría que siguiera siendo así.
¿El reino de Pandora? ¿Qué tanta influencia y poder tenía realmente la primera mujer?
La mirada y la postura de Andrew no cambiaron ante las palabras de la Musa. Se mantuvo en su lugar, pensando acerca de lo que debía decir, se notaba.
Pasaron varios segundos, varios murmullos y susurros, hasta que Andrew enderezó sus hombros y volvió a hablar.
—No les estaba pidiendo ir a una guerra, solo solicitaba su ayuda —aclaró, creando confusión tanto en las Musas como en su hermana y en mí—. Sé bien que las Musas son deidades pacíficas, que son las encargadas de atestiguar historias más no de intervenirlas.
Silencio por parte de las demás Musas, esa fue la respuesta al comentario del chico de cabello ambarino.
—Si es así, dios del sol, ¿qué desea exactamente de nuestra parte? —inquirió Calíope— ¿En qué le podemos ser de ayuda?
Andrew entrecerró los ojos, y una media sonrisa apareció en sus labios.
—Ya han oído de supuestos «rumores» que han circulado desde que la conexión entre la Tierra y Kamigami se restauró —afirmó, a lo que Calíope asintió sin entender el punto—. Pues, no estoy muy seguro de que esos rumores sean del todo exactos. Hasta donde sé, solo les ha llegado información vaga acerca del nuevo grupo de Dioses Guardianes que quiere iniciar una guerra contra Pandora, y que Hades estaba implicado, ¿me equivoco?
Recordé las palabras de las Gorgonas acerca de los rumores, y fue algo que Niké también mencionó. Todos sabíamos que para esas alturas todos debían saber lo que ocurría, pero ¿y si lo que andaba en circulación no era exactamente la verdad? Y, para todo caso, ¿cómo fue que iniciaron aquellos rumores para comenzar? Dudaba que la Corte Suprema diera detalles al respecto, y no era que esa noche estuvieran presentes más testigos. Estaba segura de que la Corte Suprema ponía mucha atención en dejar a la luz detalles al respecto, por múltiples razones.
Calíope asintió.
—Para comenzar, quiero oír exactamente lo que oyeron y lo que saben al respecto.
Aunque Calíope se mostró un tanto confundida, asintió de acuerdo. Pero fue Erato, la musa al lado de Andrew, quien habló primero.
—Hubo una batalla, entre los dioses del Olimpo y Hades, hace más de tres mil años —dijo, mirando con ojos de bebé a Andrew. Su mirada brillaba y sus mejillas no podían estar más rojas cuando Andrew posó sus ojos en ella—. Apolo y Atenea traicionaron a los dioses, y ellos en castigo les lanzaron una maldición. —Meneó la cabeza de lado a lado—. No se sabe cuál, pero oímos que murieron, no solo ellos, todos los Dioses Guardianes lo hicieron. Como consecuencia de la batalla el lazo que unía a los dos mundos se cortó.
—No creímos en eso al principio —aportó Terpsícore, atrás de Calíope—, pero cuando notamos que la conexión estaba rota... creo que a nadie en Kamigami le quedó duda.
—Luego pasaron los años —continuó hablando Erato, ahora con una mirada triste—, y usted no regresó —frunció los labios, hizo silencio. Andrew la miró con compasión, pero no movió su cuerpo. La Musa volvió a hablar—. Hace diez helios una ninfa esparció el rumor de que los Dioses Guardianes habían reencarnado, y como consecuencia la conexión con la Tierra había regresado. Cuando lo comprobamos todos asumieron que la parte de la reencarnación también era cierta. Desde entonces se dice que los Dioses del Olimpo le declararon la guerra a Pandora y a su reino, usando al Rey del Inframundo para conseguirlo, y ella había aceptado. Por eso están buscando a criaturas que se unan a su guerra y peleen con ellos contra Pandora. Pero nadie sabe exactamente qué fue lo que sucedió.
Un momento... ¿cómo era que sabían que estábamos en busca de aliados para empezar? No había pasado tanto tiempo desde que consideramos la idea, entonces, ¿cómo llegó tan rápido la noticia?
El entrecejo de Andrew se frunció más, pero esta vez supe que había algo que le preocupaba. Lo que fuera que estuviera pensando, lo analizaba a fondo.
Permaneció de esa forma un largo rato, con las miradas de todos los presentes sobre él, a la espera de su respuesta. Exhaló, volviendo su atención a las Musas.
—Sé que no quieren ir a la guerra, no les estoy pidiendo que peleen. Solo necesito su colaboración y hay más de una forma de ayudar en una guerra que con armas. —Eso consiguió que un nuevo brillo iluminara los rostros de las Nueve Musas—. Los rumores no son del todo falsos, pero carecen de detalles. Eso es lo que deseo que hagan. Quiero que corrijan las inexactitudes y lleven la verdad. Las demás deidades deben entender la situación para que estén dispuestos a unirse a nosotros.
La sorpresa fue evidente, tanto en el rostro de las Musas como en el mío.
»Esto no es solo una guerra entre los dioses y Pandora, involucra a las tres dimensiones por igual. Fue Pandora quien provocó la muerte de los Dioses Guardianes y la caída del Olimpo. Manipuló a Hades. Y fue ella quien declaró la guerra primero. Quiere algo que nosotros tenemos. —Miró de soslayo a At, y justo cuando lo hizo advertí, al mismo tiempo que la figura traslucida, a dónde quería llegar. At abrió la boca para protestar, igual que yo, pero fue demasiado tarde, él ya tenía planeado decirlo—, quiere recuperar la Luz de la Esperanza.
At lo miró con los ojos bien abiertos, y mi boca se secó. Lo que fuera que Andrew tuviera en mente, más le valía que supiera que era lo correcto.
Calíope frunció el ceño enseguida, y noté cómo las demás Musas se tensaron enseguida. Me percaté de la sonrisa burlona de Kirok, pero no dije nada al respecto.
—Eso es... imposible... —farfulló Calíope, consternada—. Eso es algo que se perdió hace millones de años, nadie sabe siquiera si todavía existe...
—Lo hace. —Andrew tensó sus hombros, y su mirada se volvió más intensa—. Está en un lugar seguro.
—Pero... ¿cómo...?
Por un instante Andrew me miró, directo a los ojos; sus gestos se suavizaron antes de continuar hablando y poner toda su atención en las Musas
—Necesito que propaguen la noticia, quiero que les hagan saber a cuantas deidades puedan que los nuevos Dioses Guardianes están aquí y que están dispuestos a corregir los errores que los dioses cometieron a cambio de su colaboración para detener a Pandora. Cualquier deidad que se nos una obtendrá su recompensa, y será parte del nuevo mundo que los nuevos Dioses Guardianes quieren construir.
Atrás de Calíope las Musas intercambiaron susurros, creando una oleada de voces dudosas, llenas de preguntas y hambrientas de más información, de más detalles.
Miré con fijeza a Andrew, confiando en que sabía lo que hacía y por qué, pero aun así un escalofrío recorrió mi espalda al contemplar la idea de que todos se enteraran de que poseíamos la Luz de la Esperanza... en algún lugar.
La Musa de la elocuencia se lo pensó. Su rostro reflejó su reflexión interior, tratando de comprender lo que las palabras de Andrew implicaban.
—Nos ordena que llevemos su mensaje —concluyó—. Desea que preparemos a las demás divinidades para su llegada, que sepan que las cosas van a cambiar, y que los Dioses Guardianes quieren que sean parte de ese cambio.
Los ojos de la Musa a su lado, Clío, brillaron con un inquietante interés.
Andrew asintió, firme.
—Les pido que nos apoyen de una forma que ustedes puedan hacerlo. Nada de guerras y sangre, solo quiero que estén a nuestro lado —Noté cómo tragó saliva y desvió la mirada al cielo por un segundo, algo nuevo en él—, que estén a mi lado.
Y ahí se tragó un pedacito de su orgullo.
Un grito alborotado se hizo presente entre las musas, mientras Calíope dejaba salir una sonrisa sincera.
Kirok me codeó, con gesto cómplice, y sin mirarlo advertí la sonrisa socarrona que dibujaban sus labios. Solté un bufido, a lo que el pecho de mi familiar se infló.
—No hace falta pedirlo —dijo Calíope—, sus deseos son nuestras órdenes. Es el dios al que le debemos lealtad, haremos lo que nos pida. Y le agradecemos considerar nuestra posición dentro de sus planes. Si podemos ser de ayuda, lo seremos, pero pelear no es nuestro fuerte.
Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Andrew. Vi cómo relajó sus hombros, pero su postura seguía siendo a la defensiva.
—Sé que serán de ayuda —afirmó, ganándose un coro por parte de las Musas restantes. Andrew miró de soslayo a At, que lo observaba con mirada inescrutable. Por la forma en que ambos intercambiaron miradas se sintió como si compartieran un idioma secreto. Devolvió su atención a las mujeres frente a él—. Debemos irnos ahora, nuestro viaje es largo y aún no hemos salido del Bosque de la Lira.
—¿Ahora? —repitió Erato, sujetando su mano nuevamente y observándolo con ojos encantadores; se oía desilusionada—. Podrían quedarse... un poco más.
Andrew negó con la cabeza, y con más gentileza de la que creí soltó sus manos. La miró a los ojos, y supe, por cómo lo hacía, cómo ella debió sentirse bajo el escrutinio de una mirada tan pesada como la de él.
—No podemos. Llevamos prisa.
—Lo comprendemos —apoyó Calíope, mirando a Erato con cierto poder—, ¿verdad, Erato? —La Musa aludida la miró, cabizbaja, y sin protestar más asintió. Se alejó de Andrew, y entonces la Musa de la elocuencia continuó hablando—. Les deseamos un buen viaje, a todos ustedes. Que Madre Gea guie sus pasos con sabiduría.
Asentimos, o al menos los hermanos y yo lo hicimos, mientras un grito de ovación se extendió entre las Musas. Calíope nos recorrió con la mirada, pero se detuvo en mí de repente. Examinó mi expresión, de la misma forma que Clío lo hacía desde que llegamos; la Musa de la historia seguía observándome con una fijeza aterradora.
»Y a ti, Palas Atenea —dijo Calíope, callando con su interrupción los gritos de sus hermanas—, creo que puedo ayudarte con tu problema.
Por un instante me tensé, igual que los hermanos y Kirok. Por un segundo creí que se refería a ese problema, pero me obligué a mí misma a no sacar conclusiones y solo escuchar. Tomé aire con disimulo, y hablé, siendo escuchada de verdad por primera vez desde que llegamos al hogar de las musas.
—¿Cuál problema?
Calíope sonrió, la curva de su labio derecho se curvó hacia arriba. Avanzó unos pasos hacia mí, mientras yo permanecía quieta en mi lugar. Extendió una mano sobre mi pecho, con la palma abierta, y una luz violeta tenue iluminó sus dedos.
—Deseas el poder de convencer, de tocar corazones; crees que de esa forma los demás te escucharán y te reconocerán, te verán a ti. —Sus ojos se encontraron con los míos—. Elocuencia. Me especializo en eso. Puedo ayudarte, como adelanto de lo que harás por nosotras a futuro.
Consideré preguntarle cómo sabía eso, pero ella era mágica, era una deidad de la naturaleza, no tenía por qué encontrar explicación a lo que hacía.
—¿Cómo me ayudarás?
En respuesta tan solo amplió su sonrisa.
La mano que mantenía frente a mí brilló con más intensidad, hasta formar una pequeña esfera violeta, similar a una mota de algodón o a un diente de león, del tamaño de mi pulgar. La Musa me miró a los ojos en todo momento, mientras la pequeña luz violeta se acercaba a mi pecho. Ascendió, y llegó a mi garganta.
Cuando la magia entró en contacto con mi piel sentí un cosquilleo, luego un pequeño choque eléctrico, y después nada. La luz mágica ingresó a mi garganta como si nada, pero al hacerlo no me sentí particularmente diferente.
Le pregunté a Calíope lo que había hecho con mi mera mirada. Ella bajó su brazo; me miró satisfecha y un tanto orgullosa de su trabajo.
—Puedes no sentirte diferente ahora, pero cuando lo necesites encontrarás dentro de ti el poder que te di. —Hizo una pausa, advirtiéndome con su mirada—. Pero ten cuidado. Úsalo con sabiduría. La elocuencia, dependiendo de su uso, puede resultar contraproducente.
Tragué saliva sin saber qué decir.
—Gracias... —murmuré.
Por un par de segundos el silencio reinó, hasta que Andrew volvió a tomar la palabra.
—Nos volveremos a ver después, pueden estar seguras de eso.
Y de nuevo las fans de Andrew enloquecieron por sus palabras. Me dio la ligera impresión de que la relación de Apolo con aquellas Musas fue más física de lo que aparentaba. Pero no mencioné nada al respecto. No era de mi incumbencia.
Calíope asintió, y las demás Musas se despidieron con entusiasmo. Algunas pedían que no se fuera, mientras otras incluso parecían a punto de llorar. Las más serenas eran Calíope y Clío, que no hacían un alboroto por la presencia de su amado Apolo.
Me di la vuelta y Andrew me regaló una mirada tranquilizadora cuando pasó por mi lado. No dijo nada, tan solo me miró y asintió despacio. Pero eso fue suficiente para entender lo que quería decir. Le respondí con una sonrisa igual de tranquilizadora.
Lo vi adelantarse hasta su hermana, preguntándole algo que no alcancé a escuchar, mientras Niké aparecía de repente al lado de los hermanos y caminaba como si nada; un pie frente al otro, a un ritmo casi cantarino.
«—Ahora todos sabrán que tienen la Luz de la Esperanza —comentó At a mi lado, observando a Andrew con los ojos entrecerrados—. Sea cual sea su plan, espero que funcione. No tenemos tiempo para apuestas —Me miró—, y eso va también para ti.»
Me quedé callada y tan solo la miré. Kirok a mi lado también se quedó mirándola, pero al igual que yo no espetó al respecto.
Y entonces, de la nada, sentí el tacto de una mano sobre mi muñeca. Pegué un pequeño brinco, llamando la atención de mi familiar en el acto, y me giré en medio de un movimiento brusco. En cuanto me fijé, tenía mi otra mano sobre el mango de mi espada, así no fuera mi mano dominante.
Me topé de repente con el rostro terso de Clío frente a mí, con sus ojos violetas brillando de curiosidad mientras me observaba.
Exhalé, recuperándome del susto, y Kirok posó su mano sobre la muñeca de la Musa obligándola a soltarme. Ella lo hizo, pero no reparó ni un segundo en la presencia de mi familiar a nuestro lado.
—Existe una profecía sobre Atenea, ¿lo sabías? —soltó. Al ver sus ojos pude notar la cantidad de pensamientos que surcaban su mente, como si lo que dijo apenas fuera una punta muy diminuta de lo que pensaba—. Antigua, incluso antes que las Moiras.
Asentí, dudosa. Ella sonrió en respuesta, fascinada con quién sabe qué.
—El ciclo se repite, la historia está condenada a vivirse una y otra vez —dijo, con un aire un tanto siniestro, aunque nada en ella reflejara algo cercano al terror o maldad. Era solo que yo ya tenía un problema con las profecías—. Urano, Cronos, Zeus, Atenea... El hijo le arrebata el poder al padre en medio de una guerra, ese es el destino de aquellos que nacen bajo el sello divino. Heredar, forjar una nueva era; no se puede si aún quedan rastros de la era pasada.
Miré de soslayo a At, en busca de ayuda, pero ella tan solo observaba a la Musa con expresión pensativa.
—Yo...
—Sé que crees no ser ella —me interrumpió, con su expresión de fascinación intacta—, pero si ella no era la Atenea de la profecía, ¿qué te hace pensar que no se trata de ti? Al final el resultado es el mismo, ambas son lo que son. —Sonrió, con amplitud y expectación—. Estoy ansiosa por ver qué tipo de era forjarás tú.
Kirok posó sus ojos en mí, pensativos, pero no dijo nada de lo que seguramente pensaba. At hizo algo parecido, pero mientras la mirada de Kirok poseía un tinte de confianza... la de At lucía preocupada.
—¡Ailyn! ¡Date prisa!
El repentino llamado de Cailye me sobresaltó. La miré, igual que mi familiar, descubriendo que tanto ella como Niké nos llamaban. Andrew, en su lugar, observaba algo más allá de nosotros, con el ceño fruncido, y al hacerlo posó sus ojos sobre At más no sobre mí.
Me giré de nuevo descubriendo que Clío se había ido. Suspiré, y alejé la mano izquierda de mi espada. Me di vuelta y me adelanté, siguiendo de cerca a los Knight, consiente de la mirada indescifrable de Andrew sobre mí mientras caminaba.
Hacía calor, cada vez más y más, mientras seguíamos a pie nuestro camino. Los pies me dolían; aun no me acostumbraba a las largas horas de caminata y el poco descanso que eso implicaba, y si a eso le sumaba mi falta de sueño, pues... me sentía agotada. Por suerte mi poder divino alivianaba la carga; estaba segura de que por mucho agotamiento que sintiera mi cuerpo no desfallecería. Mi mente, en cambio, era otro tema.
La última vez que tomamos un descanso para comer había sido unas cuatro horas atrás, algo así como un ligero almuerzo que consistía en frutos de Ambrosia y agua lila. No me molestaba, era solo que aquel bosque en verdad parecía interminable.
Bostecé, con los ojos amenazando con cerrarse a cada paso que daba. Pero aunque descansáramos, aunque paráramos para dormir, yo no quería hacerlo. No conciliaba el sueño, y cuando sí no quería tener pesadillas. Prefería seguir caminando como zombi a volver a cerrar los ojos.
Intentaba mantener la mente en mis pasos, para evitar pensar en todo lo que tenía en la cabeza, mantenerme entretenida con las cosas que Niké decía esporádicamente, y ocupada procesando algunos datos se información suelta que At cada tanto nos recordaba, como no comer frutos del suelo o no tocar las flores hermosas que viéramos. Pero aun así, en ocasiones mi mente divagaba entre lo que sabíamos de Pandora, lo que mis amigos en la Tierra estaban haciendo, y lo que nos esperaba más delante del camino. Hasta donde sabía, en cualquier momento algo nos caería encima, matándonos sin siquiera notarlo.
Suspiré, en parte por el nudo en mi cabeza y en parte por mi cansancio. At, a mi lado, se percató de mi estado.
«—Hay un buen punto para descansar a unos ocho de kilómetros más adelante. Si seguimos derecho llegaremos en un par de horas, antes de que caiga la noche selene. Podrán dormir y comer entonces.»
No hubo respuesta por parte de ninguno. Si acaso Niké sonrió, conforme, aunque de todos ella era la que menos cansada se veía, ya que la mayor parte del tiempo usaba sus alas en lugar de sus pies.
Caminamos, evadiendo algunas raíces y otras se movían por voluntad propia, alejándose de nuestro paso. La verdad era que a esos árboles no les parecía la idea de ser pisados o siquiera tocados por nada vivo.
Miré a mi alrededor, curiosa por el paisaje, y en el acto noté algo que no encajaba con el entorno: telarañas de gran tamaño. En las ramas de un árbol alto, en las raíces con forma de arco, en los troncos de uno que otro árbol. Blancas, con lindos diseños que me recordaron a los diferentes copos de nieve.
La cantidad desmesurada de telarañas llamó mi atención, pero no le di mayor importancia hasta que tanto At como Niké se detuvieron en seco. La diosa alada se acercó a las telarañas, inspeccionando, y cuando detalló el tejido una extensa sonrisa se explayó en su rostro, sínica, igual que la expresión que mostró al enfrentarse a las Gorgonas.
Miró hacia atrás, hacia nosotros, sin dejar de sonreír de forma escalofriante. Y su mirada cayó automáticamente sobre At.
—Patas de araña... —masculló la diosa, como si en eso hubiera un mensaje oculto.
Tanto Cailye como yo miramos a At, en busca de una respuesta, mientras Andrew agudizaba sus sentidos y se encontraba ya con su arco en mano. Los ojos del chico recorrieron el lugar, al tiempo que Kirok hacía lo mismo.
Sin embargo, el único gesto por parte de la mujer traslucida a mi lado fue entrecerrar sus ojos. Mantuvo su postura recta, sin inmutarse, mientras sus ojos oscuros se estremecían por dentro. Conectó con Niké por un momento, como si fuera capaz de hablarle mentalmente...
Y luego lo sentí. Su presencia, abrumadora y cargada de rencor, llegó antes que su esencia de Ser de Oscuridad. Una oleada de viento frio acarició mi piel, contrastando con el calor, e incluso pareció que la luz de los soles disminuyó como si de sombra se tratara.
Niké alzó vuelo de inmediato, y Kirok juntó su espalda con la mía en reflejo defensivo.
Mi corazón golpeó fuerte contra mi pecho, y sentí cómo mis sentidos, mi cuerpo, se preparaba para enfrentar lo que llegara. Posé mi mano derecha sobre el mango de mi espada... y esperé, igual que los demás; expectante a lo que sucediera.
Los árboles comenzaron a moverse entonces; al comienzo solo movieron unas cuantas ramas y raíces, pero de un momento a otro la estampida comenzó. Mi boca se abrió en una perfecta O, sin poder entender del todo lo que mis ojos veían.
Las raíces de los árboles se desenterraron del suelo, en medio de un arrebato brusco, y agitaron sus ramas con velocidad y sin el menor cuidado. Carente de sentido u orden alguno, los árboles empezaron a correr. En círculos, en líneas rectas, iban y regresaban a su lugar... se veían confundidos y casi aterrados...
Por el movimiento de los árboles, entre hojas, ramas, raíces y lianas, el polvo de la tierra se removió, creando una capa que limitó nuestra visión. Tosí, y agité mi mano frente a mi nariz, esperando ver algo más que manchas cafés borrosas que pasaban cada tanto frente a mis ojos.
Era un caos. Los árboles moviéndose de un lado a otro sin control, levantando polvo y obstaculizando nuestra visión de lo que fuera que se acercaba.
Giré mi cuello, en busca de un rostro familiar en medio de la capa de tierra... y fue entonces cuando lo oí. Cailye gritó; emitió un fuerte grito de sorpresa. La busqué con la mirada, y mientras lo hacía vi una mancha blanca surcar el aire, como una flecha.
Divisé a Cailye en el suelo, boca arriba, cubierta por un tejido blanco desde el cuello hasta los pies; parecía una crisálida de mariposa. Andrew ya se encontraba a su lado cuando Cailye le dirigió una mirada aterrada, con los ojos cristalizados y moviendo su cuerpo con afán de liberarse.
Andrew extendió su dedo índice frente a ella, y concentrándose recitó el conjuro entre dientes. En respuesta, una luz amarilla muy pequeña apareció en la punta de su dedo, y al dirigir la magia hacia el tejido que la cubría éste se rompió como si de una hoja de papel se tratara.
Mi amiga se quedó quieta mientras Andrew la liberaba, y para cuando terminó las hebras de aquel hilo blanco cayeron a ambos lados del cuerpo de Cailye; lo observé con atención, reconociendo de inmediato a qué pertenecían esas hebras: eran, en realidad, telarañas, las telarañas que vimos antes.
Ella soltó el aire, aliviada, pero entonces las telarañas que yacían a ambos lados de su cuerpo se movieron. Se levantaron a una velocidad imperceptible, y cubrieron de nuevo el cuerpo de Cailye, como serpientes abrazando a su presa, pero esta vez apresando a la rubia con más fuerza.
Cailye volvió a gritar, desesperada y atemorizada, sin siquiera poder mover su cuerpo. Su hermano, de inmediato, se dispuso a realizar de nuevo el conjuro que usó para liberarla la primera vez.
Kirok desvió la mirada hacia atrás de nosotros, captando algo que no supe qué fue. Percibí la tensión en su cuello, y acto seguido... tan solo me arrojó lejos. Su mano me empujó con fuerza en el momento justo que ocupaba el espacio en el que yo estaba parada.
Me choqué la espalda contra el tronco de un árbol en movimiento, eso detuvo mi trayectoria, justo en el momento en el que una de las manchas blancas que vi antes se dirigía hacia mi familiar. Grité, intentando advertirle, pero no fui lo suficientemente rápida. El tejido volador abrazó el torso de Kirok, y luego aparecieron muchos más tejidos... no, eran telarañas.
Salieron de la nada, como si tan solo hubieran aparecido de repente, y rodearon el cuerpo de Kirok igual que le ocurrió a Cailye. El cuerpo de Kirok salió volando, al mismo tiempo en el que los árboles se detuvieron de golpe. Pasmados, aterrados, todos los árboles tan solo se detuvieron como si los estuvieran amenazando con una motosierra.
Mi familiar, llevado por las telarañas gigantes que cubrían su cuerpo, se estrelló contra una roca cercana. Las telarañas que lo apresaban comenzaron a extenderse y retorcerse, apoderándose más tanto del cuerpo de Kirok como de la roca debajo.
Hizo una mueca, apretando su mandíbula, y en lugar de moverse como lo hacía Cailye él usó sus poderes. Alcancé a notar el brillo rojo bajo la capa de telarañas, en donde estarían sus manos, y luego el humo comenzó a salir... Sin embargo, a pesar de quemar con éxito las telarañas, éstas seguían apareciendo, una tras otra, más gruesa y apretada que la anterior, reponiendo las partes dañadas sin tregua para poder liberarse. Lo oí maldecir entre dientes, y sus ojos rojos se prendieron en un color sobrenatural.
Me incorporé, recuperé el equilibrio por completo, y visualicé a ambos lados antes de decidir qué hacer ahora que los árboles se habían quedado quietos; se veían asustados, algo así, pero al menos no al borde del pánico como para comenzar a correr otra vez. Andrew aun ayudaba a Cailye, sin éxito, pues cada vez que una extremidad quedaba libre las telarañas volvían a aprisionarla sin mucho esfuerzo. Kirok, solo, intentaba zafarse de su agarre, pero de lo que fuera que estaba hecho aquel tejido era bastante resistente.
Me decidí por ir a ayudar a Kirok, pero antes de que siquiera pudiera mover un pie, vi un grupo de telarañas arrastrase por el suelo, como serpientes, en dirección a Andrew...
—¡Andrew! ¡Cuidado! —grité, esperanzada de que oyera mi voz en medio de su concentración para probar con otros conjuros para liberar a su hermana.
Él, a pesar de no haber dado muestras de entendimiento, movió sus manos. Una pared protectora se elevó entre él y las telarañas que se encontraban a escasos metros. El tejido golpeó contra la pared, deshaciéndose en el acto y quedando como hilos normales tirados sobre el suelo.
Solté el aire que había estado contenido, pero fue muy pronto para respirar en paz. De un momento a otro el nivel de telarañas aumentó considerablemente. Alrededor de Kirok, alrededor de Cailye, sobre las ramas de algunos árboles cercanos, en el suelo bajo nuestros pies... fue como si se multiplicara de repente.
«—Está cerca —masculló At, en algún punto fuera de mi alcance visual.»
Las telarañas terminaron de cubrir a Cailye hasta la cabeza, mientras ésta se movía como gusano intentando salir. Andrew posós sus manos sobre la cabeza de su hermana, intentando dejarle orificios por donde respirar.
«—Puede respirar, no te preocupes por ella, estará bien si no se mueve más. —La vi. At se encontraba parada tras unos árboles que se encontraban al lado de los hermanos. Miró a Andrew, pero él no hizo contacto visual con ella mientras seguía hablando—. Artemisa, escúchame, no te muevas, ¿bien? Tan solo relaja tu cuerpo, saldrás de ahí pronto, pero debes calmarte.»
Cailye gimió, pero no supe si esa fue la respuesta al comentario de At o un grito que negaba su posibilidad de calmarse.
Me fue imposible ver el césped bajo mis pies. Todo se encontraba lleno de telarañas. Pronto predominó el blanco al verde en el ambiente. Los árboles se quedaron quietos en cuanto las telarañas los alcanzaron, al punto de versen normales, y todo adquirió un tono tenebroso salido de una casa de terror.
—At, ¿qué es esto? ¿Qué pasa? —pregunté, pero todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo de registrar lo que ocurría a mi alrededor entonces.
Un estallido de luz roja provino del cuerpo de Kirok, iluminando el ambiente por un segundo mientras su magia eliminaba las telarañas cercanas a él. Su poder emanó calor, un calor infernal, mientras el tejido a menos de dos metros cerca de él se consumía ante la temperatura. Movió sus manos una vez libre, con el rostro tenso, mirándome, y dibujó una secuencia de luces con forma de punta, apuntando en mi dirección, mientras alimentaba esa especie de lanza con más energía divina, hilándolo.
Andrew advirtió lo que estaba haciendo. Frunció el ceño, debatiéndose entre ayudar a su hermana o averiguar lo que Kirok hacía... pero no tuvo tiempo de decidir nada.
—¡Ahí estás! ¡Araña patona! —gritó Niké, desde el cielo, observado algo justo frente a mí...
Y luego, la presencia de un Ser de Oscuridad cubrió el ambiente como una capa negra.
Inhalé, presa del susto en el momento en que ella se hizo visible. Apareció de la nada, frene a mis ojos, frente a los ojos de los demás, acercándose con la velocidad de una flecha hacia mí.
Cuerpo de araña gigante. Ocho patas peludas y negras. Con tórax, brazos y cabeza humanas. Largo cabello y sin nada que cubriera su piel. Y una mirada asesina en sus totalmente oscuros tres pares de ojos. Eso fue lo que vi antes de recibir el impacto: un monstruo.
Gritó, un sonido desgarrador y lleno de dolor. Se me acercó, furiosa, con cara de loca y los brazos extendidos hacia adelante. Sus manos con uñas largas y negras se abrieron frente a mí. Y no tuve tiempo para comprender la situación cuando ocurrió.
Me quedé sin aliento en el momento en que sus manos rodearon mi cuello, con insignificancia y un gran contraste entre el tamaño de sus manos y el tamaño de mi cuello. Sentí mis pies elevarse del suelo, siendo arrastrada por ella, y mis ojos tan solo se centraron en los suyos.
Oscuros, sin nada blanco en ellos, y cargados de ira, los seis. Sus manos frías, su cuerpo grande y espeluznante. Sus patas firmes sobre el suelo. Me levantó, dejándome a la altura de su cabeza, y estrelló mi cuerpo contra un árbol cualquiera. Noté el brinco que pegó el árbol, asustado tanto o más que yo, y ahí comprendí que aquel bosque en verdad era cobarde.
Un gemido se me escapó de la garganta, mientras sus manos huesudas presionaban en mi cuello para mantenerme a esa altura. Vi el odio en sus ojos, su cuerpo temblaba, y apretó con más fuerza. Mi cuerpo pronto se vio afectado, adormecido, sin fuerza, y se me hizo tarea imposible alcanzar la espada colgada en mi espalda, o tan siquiera la daga de Astra que reposaba en mi cadera. No tenía... fuerza suficiente...
—¡Ahora sí! ¡Te tengo! —exclamó Niké, desde el cielo, y no me hizo falta observarla para saber cuál era la expresión en su rostro. Noté su cuerpo descender a toda velocidad, aunque solo fuera capaz de ver una mancha.
Más allá de ella advertí a los demás. Kirok estaba a punto de lanzar su espada mágica llameante en rojo vivo, y Andrew, con una mirada que me dio miedo, apuntaba una flecha... negra. Andrew tenía una flecha divina de color negra; nunca había visto ese color en sus flechas. Frunció el ceño con fuerza, y una mueca iracunda se apoderó de sus labios justo antes de intentar soltar su flecha, con rumbo fijo hacia la cabeza de la mujer mitad araña.
Por una milésima de segundo, por un diminuto instante, el reconociendo cruzó por mi rostro, y supe lo que debía hacer.
—¡N-No lo hagan! ¡Todos quédense quietos! —grité, pero cuando las palabras atravesaron mi garganta ésta ardió.
Las manos de Aracne apretaron más, deseosas de ahorcarme con sus propios dedos. Mi garganta dolía, mi cuerpo no resistiría la situación. E incluso ya comenzaba a sentir la falta de aire atravesando por mi tráquea.
No tenía mucho tiempo. No tenía tiempo en absoluto. Era una apuesta arriesgada, pero quería confiar en mí, en mis instintos y decisiones al menos mientras pudiera.
Ni Kirok ni Andrew bajaron sus armas, por el contrario, estaban a un solo movimiento de dejarlas libres. En cambio, sí noté que Niké había frenado en seco... pero no por mi petición. At, al lado de Andrew, observaba la situación en silencio y con una mano abierta apuntando a Niké, ordenándole detenerse. La vi entrecerrar los ojos, y supe aunque no lo dijera que me estaba poniendo a prueba. Su mirada me recordó, de una forma un tanto dolorosa, a la mirada de Astra.
Gemí, debido al dolor, y Aracne acercó su rostro al mío. Sus ojos en forma de espiga completamente negros a centímetros de los míos.
—Atenea... —Aracne arrastró la palabra, como si le causara repulsión—. La gran diosa Atenea... No sabes cuánto he querido agradecerte por lo que me hiciste. —Una sonrisa torcida apareció en su rostro, sin rastro de gracia—. Piedad, lo llamaste tú, ahora quiero ser tan piadosa contigo como lo fuiste conmigo.
Luché para mantenerme consiente, para no desvanecerme en sus manos, pero era difícil. La presión me estaba matando, y el cansancio de mi cuerpo a falta de sueño no mejoraba la situación. Las puntas de los dedos de mis pies... no, mis pies, mis piernas, mis rodillas, se estaban adormeciendo, igual que los dedos de mis manos.
—Pueden matarme, deseo que lo hagan, pero te llevaré conmigo al Inframundo, diosa repugnante y arrogante —masculló, cerca de la piel de mi rostro—. Te arrastraré al infierno, eso es poco a comparación de lo que te mereces.
Mi visión se estaba desvaneciendo...
—No... soy lo que tú... recuerdas... —balbuceé, sintiendo la lengua pesada—. La diosa Atenea que te convirtió... en araña... murió. Te estás... equivocando...
Me apretó más contra el tronco. Sentí cómo se me desvanecía la conciencia, pero me obligué a mantenerme despierta un poco más. Sabía que los chicos querían dispararle, sacarme de esa situación, pero At les impedía hacerlo. Ella... ella quería saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar.
—Tonterías —reiteró Aracne, bajando el tono de su voz para sonar más amenazadora—. No me importa lo que digan. Tú te sientes como ella, tú eres ella. No me importa cómo te veas, ni lo que digas. Me vengaré aquí y ahora, y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.
Reuní fuerza para volver a hablar, pero no estaba segura de cómo se oían las palabras cuando lo hice. Mi garganta dolía, mis cuerdas vocales temblaban.
—Mátame... si quieres. Es lo menos que... podemos hacer por lo que te sucedió. Sufriste mucho... a causa del orgullo de los dioses, matarme es lo menos que puedes hacer. Si crees que al hacerlo... dejarás de sufrir, y todos... los años de dolor desaparecerán, hazlo. —Sentí sus uñas en mi nuca, filosas, peligrosas, a nada de cumplir su palabra—. Pero... matándome no cambiarás la situación... No regresarás a lo que eras antes. Puedes matarme... y seguir viviendo como hasta ahora... o escucharme y forjar... un futuro mejor.
Uno de sus parpados derechos brincó, pero aun así su fuerza no disminuyó. Por el contrario. De alguna forma se sintió más ofendida por mi intento de persuasión, así que hizo el último esfuerzo en ahorcarme, igual que ella lo hizo muchos años atrás.
Dejé de sentir mis brazos, dejé de oír los latidos de mi corazón... y poco a poco mis ojos se fueron cerrando. Mi boca, en busca de aire, gimió, pero no encontré más que presión y resentimiento...
Vi que Andrew estaba a un centímetro de dejar salir la flecha...
—Perdó...name... —dejé salir, antes de que mis ojos se cerraran.
No supe cuánto tiempo pasó, solo sentí mi cuerpo caer al suelo sin el menor cuidado. Sentí el césped bajo mi cuerpo, y al árbol moverse hacia atrás emprendiendo huida cuando tuvo oportunidad.
Aspiré, mis pulmones reclamaron aire con despescarían. Tosí, y sentí mis cuerdas vocales dañadas por la presión y el esfuerzo en hablar. Una sensación liviana recorrió mi cuerpo, avisándome que mis células se estaban reparando; las heridas que tuviera ya se estaban sanando.
Abrí los ojos, esperando encontrarme a Aracne tirada en el suelo con un gran agujero en la cabeza. Pero no había nada de eso. Ella estaba en el mismo lugar de antes; sus patas peludas bien ancladas en la tierra, sus brazos caídos a los lados, su cabello cayendo como cascada y cubriendo su pecho desnudo...
Vi la flecha mágica de Andrew estática a centímetros de la cabeza de Aracne, suspendida en el aire, como si alguien le hubiera puesto pausa.
Me incorporé, y vacilante me acerqué un par de pasos a ella para observarla mejor. Fruncía los labios en una mueca atormentada, y sus ojos acompañaban el sentimiento que la invadía. Miró con fijeza el lugar donde se hallaba el tronco donde sujetó mi cuello, pero de la nada posó sus ojos completamente negros sobre mí. Su mirada me atravesó, haciéndome sentir dolida y culpable; fue imposible no lanzarle una mirada silenciosa a At. Ella, igual que los chicos, observaba la escena con suma atención.
—Es tarde —masculló la criatura arácnida, cerrando sus manos en puños y moviendo sus gigantescas patas para acomodar su posición—. Ya es demasiado tarde para una disculpa. Ya es demasiado tarde para arreglar las cosas.
Intuí su intención de lanzarse sobre mí de nuevo. Su postura rígida, sus manos temblantes, sus ojos efervescentes, la tensión de sus hombros... La flecha de Andrew se acercó un poco a Aracne, lista para atravesar su cabeza con tan solo una orden. A lo lejos, la mirada de Andrew se sentía pesada y amenazante.
Pasó uno, quizá tres segundos en realidad, pero yo lo sentí más largo. El tiempo pareció detenerse en el instante en que sentí en carne propia el dolor, la ira, que estaba sintiendo Aracne. Lo sentí tanto que fue como si usara el Filtro sin darme cuenta. La miré, a sus ojos cargados de rencor, a la agonía detrás de su aspecto...
Y casi me puse a llorar. Conocía la historia de Aracne, lo leí en la biblioteca entre otras cosas, pero verla, comprobar que el dolor que atestiguaba la leyenda era tan, pero tan, real, fue devastador. En una situación así, donde la criatura tenía tanta razón en reclamar venganza, en sentirse dolida, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Algo de lo que yo hiciera sería suficiente?
Exhalé, tras un momento de contemplar su negra mirada, y dejé caer mi cuerpo. Mis rodillas se doblaron sobre la tierra, y agaché mi cabeza en el mismo movimiento. Posé mis manos sobre mis rodillas, y relajé mi cuerpo.
Me percaté de la expresión de sorpresa y confusión por parte de Kirok, de la inhalación de Andrew, y del ceño fruncido de At mientras tomaba mi posición. Aracne retrocedió un paso, consternada, y aunque no la vi pude percibir el desconcierto ante mi acción.
Me arrodillé frente a Aracne, con toda la honestidad y culpa que pude. Por el momento, eso era todo lo que podía hacer por ella.
—Mis acciones no remedian lo que Atenea te hizo, el dolor por el que pasaste, y aunque sé que no es una solución, te pido perdón. Lamento las acciones de Atenea, lo que hizo no tiene excusa ni perdón, soy consciente de ello. —Alcé la cabeza, y solo vi reflejado en su rostro tristeza—. Te prometo, te juro, que haré lo que pueda para reparar la maldición que te lanzó Atenea. Quizá no sea ahora, no hoy o mañana, pero te doy mi palabra de que haré hasta lo imposible para devolverte tu vida. Eso... es lo menos que puedo hacer por ti.
Hubo un silencio escalofriante, donde mi estómago se revolvió. Permanecí en el mismo lugar por varios segundos, mientras el rostro de Aracne permanecía estática frente a mí. La tensión del momento pareció aumentar, hasta que llegó a un punto de quiebre. Esperé una mala reacción por parte de Aracne, algo como lo que hizo Medusa, pero fue todo lo contrario.
Las telarañas cercanas se cayeron al suelo. Primero las de las ramas de los árboles que no habían huido, luego las de las rocas y raíces cercanas, e incluso las que abrazaban a Cailye se movieron. Recorrieron el suelo, como serpientes, quedando como hilos normales tendidos en el suelo.
Cailye se removió al tiempo que cada hilo blanco que aún permanecía sobre su cuerpo caía sin vida al suelo. Pegó un grito ahogado, y se sacudió la ropa y los brazos como si sintiera que aún estaba rodeada por ese tejido que parecía un capullo de mariposa. Saltó, alarmada y con pánico aun en el rostro, pero se quedó quieta en el momento en que advirtió la presencia de Aracne. Se movió con cuidado hacia un Andrew que le extendía la mano para que se acercara sin despegar los ojos de la criatura, y se quedó detrás de su hermano, observando a Aracne con los ojos bien abiertos.
Aracne no se movió. Su mirada parecía perdida, como si su mente se hubiera ido a otra parte. Sus brazos se movían como péndulos a un lado de su cuerpo humano, mientras sus patas permanecían ancladas a la tierra. Entreabrió la boca, pero no habló, y sus ojos negros como su parte araña se humedecieron. Por un segundo, por un instante, me pareció ver el atisbo de una lágrima.
Niké aterrizó al lado de At, observándome consternada, al tiempo que Kirok deshacía su magia.
—Ella... —intentó preguntar la diosa alada, pero At negó con la cabeza, callándola.
At se acercó, pero en ningún momento observó a la criatura frente a mí, todo el tiempo mantuvo su mirada sobre la mía.
«—Debemos irnos ahora que ha dejado libre a Artemisa. Aunque parezca inofensiva sus telarañas no lo son.»
Abrí la boca para protestar, para alegar que ella aún no había dicho nada y al menos quería oír lo que tenía que decir. No quería dejarla así, con esa expresión lúgubre y dolida en su rostro. Sin embargo, cuando Andrew y su hermana se acercaron y él me miró de un modo que me decía «ya basta», no pude objetar.
Kirok apareció detrás de ellos, pero él a diferencia de Andrew, tan solo lucía una sonrisa de curiosidad. Relajado como siempre, con sus ojos rojos brillando de forma sobrenatural.
Se alejaron de Aracne, Andrew llevando a Cailye al frente para empujarla. Niké los alcanzó en el aire, mirando una última vez a Aracne con ojos confundidos. Y At se quedó a mi lado, esperando a que me fuera.
Me incorporé, despacio, sin despegar mis ojos de Aracne, pero aun de pie ella no daba señales de escucharme o de siquiera reparar en mi presencia ahí. De cerca pude notar con más nitidez las curvas angulosas de su rostro, las marcas negras que sobresalían en su piel, y sus labios blancos. Su piel, su aspecto humano, lucía como la de un fantasma, y su cuerpo arácnido se veía espeluznante viera como lo viera.
Examiné su rostro una última vez antes de darme la vuelta y caminar, comprendiendo que ella no diría nada, su conciencia abandonó su cuerpo como si hubiera huido despavorida; y noté que una solitaria lágrima corría por su mejilla. Percibí el aliento que se escabulló entre sus labios, pero no estuve segura de que sus ojos me observaran una última vez, quizá fue mi imaginación.
Seguí a los demás a través del bosque, guiados por Kirok y Niké a la cabeza, intentando que mis deseos de mirar hacia atrás disminuyeran. A unos pocos metros de distancia se oyó. Un grito, un sollozo lleno de rabia, de tristeza, recorrió el lugar.
Me detuve un momento, con una opresión en el pecho, y Andrew paró a mi lado. Me miró y luego en la dirección del lamento. Por cómo me miró supe que quería decir algo, algo de aliento, pero se trabada de él, las palabras no eran lo suyo.
—Ailyn —llamó, pero no lo miré—, es suficiente, ya lo verás.
Tragué saliva, pero un nudo en mi garganta me lo impidió. Sentía un sabor amargo en mi boca.
Hubo un momento de silencio, y cuando me di cuenta los demás también se habían detenido. Observaban en la misma dirección que yo, y era consciente de que todos sabían a quién le pertenecía ese sollozo. Después de todo, veníamos de esa dirección.
«—A ella no le pediste ayuda —observó At, mirándome con los ojos entrecerrados—. Creí que al menos lo intentarías.»
Me abstuve de mirarla a los ojos. Sus palabras resonaron en mi cabeza. «A ella no le pediste ayuda» ¿Cómo se suponía que debía hacerlo? ¿Con qué cara le pediría su ayuda? O, mejor dicho, ¿con qué cara, con qué derecho, le pediría a cualquiera que odiara a los dioses que los ayudara?
Al comienzo creí que sería fácil, que solo era cuestión de pedirlo y garantizar cambios, pero ahora... ¿era siquiera posible dejar a un lado el rencor, el odio, el dolor? Alguien como Aracne, como Medusa, que tuviera problemas directos con Atenea, ¿cómo confiaría en mí? ¿Cómo podría dar mi palabra cuando ante los demás era aquella diosa que tanto los lastimó?
No se trataba solo de cargar con el peso de Atenea, de ser reconocida como ella, se trataba de esas criaturas. El odio que sentían por Atenea o cualquier otro dios era tan grande que dudaba que con promesas pudiera cambiar miles de años de sufrimiento y aliviar los deseos de venganza.
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