8. La primera aliada
Pray - Bebe Rexha
Mapa de Gea Hija Sur.
Lo primero que mis sentidos registraron cuando la luz comenzó a desvanecerse a nuestro alrededor fue el frio que acarició mis mejillas. Un gélido viento recorrió mi piel descubierta, haciéndome tiritar, y un extraño olor a eucalipto llegó a mi nariz de pronto. Abrí los ojos gradualmente, con mis piernas temblando de los nervios, y sujeté con más fuerza las manos de las dos personas a mi lado.
Blanco. Bruma. Niebla. Eso fue lo primero que mis ojos captaron mientras me ajustaba a la nueva luz del ambiente. Intenté localizar la fuente de luz, pero el cielo estaba congestionado por la niebla; no conseguía divisar lo que fuera que estuviera sobre nuestras cabezas.
Vi unos cuantos árboles secos a nuestro alrededor, parecidos a los árboles en otoño, pero éstos se veían diferentes, había algo en sus troncos que los hacía muy distintos a los árboles que yo conocía. No vi rastro de hojas secas en el suelo, éste estaba completamente limpio de cualquier suciedad, solo podía sentir la piedra bajo mis pies.
Un imperturbable y aterrador silencio reinaba el lugar, y mi cuerpo comenzó a tiritar de una repentina corriente de viento frio que heló mi piel por debajo de mi ropa. El lugar parecía un cementerio.
Por un segundo nadie se movió, todos estábamos observando con fijeza el nuevo ambiente. A pesar de lucir similar a la Tierra, se sentía diferente. La naturaleza se sentía diferente.
—¿Se encuentran bien las dos? —Andrew fue el primero en soltar mi mano. Posó sus ojos en nosotras, analizándonos; lucía serio, pero al menos no tenía el ceño fruncido, más bien parecía consternado.
Asentí, incapaz de hablar, mientras Cailye a mi lado tan solo se limitó a estar ahí parada, observando lo que nos rodeaba y oliendo el aire con suma curiosidad.
Me moví, soltando el agarre de mi amiga, y me di la vuelta para contemplar el aro de piedra que se alzaba a nuestras espaldas. El portal brillaba con la misma intensidad que lo hacía del otro lado, iluminando el ambiente tan sombrío que gobernaba el lugar. La piedra a su alrededor se veía perfecta, como si alguien hubiera acomodado bloque por bloque para crear un ancho camino de escaleras que iban a dar al comienzo de lo que parecía un bosque, un bosque seco.
—¿Esperaban algo más brillante? —comentó Kirok, recostado en un muro de piedra que acompañaba la estructura del portal. Sus ojos rojos resaltaban en el gris del lugar, observándonos con cierta diversión—. No se preocupen, verán los soles en algún momento, y además está amaneciendo. Cuando salgamos del Bosque de la Lira los verán en todo su esplendor.
Fruncí levemente mi nariz, confundida. ¿Acababa de decir soles?
—¿Bosque de la Lira? —Le preguntó Andrew, pero sonó más como una exigencia que como una pregunta. Miró un poco mal a mi familiar, pero no se alejó de su lugar junto a mí ni siquiera cuando Kirok se enderezó y caminó hacia nosotros.
—Sí, dios del sol —respondió mi familiar con un poco de sorna—. Estamos cerca del bosque de la lira, el hogar de las Musas. ¿No te trae viejos recuerdos, rayito de sol?
Sentí, como aviso previo, las intenciones de Andrew ante la provocación de Kirok. No podían pelearse tan pronto, no avanzaríamos así. Ubiqué mi mano en el pecho de Andrew, invitándolo a calmarse, y él a su vez se quedó en su lugar. Por lo menos él era tan inteligente como para captar el mensaje que intentaba dar, y entenderlo, ya que Kirok eso le importaba poco.
—¿A qué te refieres con soles? —quise saber.
Kirok posó sus ojos rojos sobre mí.
—Kamigami está iluminada por dos soles, uno de gran tamaño y otro más pequeño, llamados Helios Alfa y Helios Beta. Del mismo modo una gran luna llamada Selene ilumina la noche. De ahí viene el día helio. Zeus dijo que teníamos diez días helios para completar la misión, y un día helio con su respectiva noche selene equivale a tres días terrestres. Significa que...
—Tenemos treinta días para conseguir el espejo y regresar —completé, a lo que él asintió.
—Considero que es poco tiempo, pero ya ves, de lo contrario no sería una misión, ¿o sí?
Kirok sonrió con su típica picardía, a lo que en respuesta Andrew frunció un poco su ceño. Se notaba cuánto le agradaba su presencia ahí.
—Ailyn... —llamó Cailye a mi lado, prácticamente escondida detrás de mí; a ella tampoco le agradaba mi familiar. Sus grandes ojos castaños observaron mis hombros, preocupada—. ¿Dónde está la lechuza?
Pegué un pequeño brinco ante su observación, y un frio terrorífico me recorrió la espalda. Miré mis hombros, busqué en el cielo, me fijé en las ramas de los árboles secos más cercanos, pero no había ni pluma de ella. ¿A dónde se fue? ¿Y si algo malo le ocurrió? ¿Se habría ido sin nosotros? No, imposible, ella era At, nunca me abandonaría.
Andrew posó su atención en mí, y debió notar mi rostro preocupado, porque en seguida posó su mano en mi hombro para que me tranquilizara. Abrió la boca para hablar, pero Kirok ganó la palabra.
—No te preocupes, ella está bien —aseguró mi familiar, con una mirada segura y suficiente—. De hecho, se había tardado en ocurrir.
Lo miré, pasmada y confundida, a punto de ponerme a gritar como loca el nombre de mi mascota emplumada.
—¿De qué hablas, demonio? —Andrew caminó a paso rápido hacia él, y lo tomó del cuello de su abrigo, a lo que Kirok en respuesta tan solo sonrió con la misma sorna de antes—. ¿Qué hiciste?
—Yo nada, lo hace este mundo —Hizo una pausa, y en ese momento algo comenzó a brillar. Tanto en mí como en Cailye y en Andrew una nueva luz mágica apareció, brillando con nuestros colores sobre nuestras espaldas—. En Kamigami nada está oculto.
Andrew lo soltó de golpe, justo cuando la luz azul que cubría su espalda se transformó lentamente en su Arma Divina. Un arco con finos detalles dorados y azules cruzó su espalda, materializando su arma sin más. La confusión fue evidente en su rostro, contagiándosele a Cailye en cuando la acción de Andrew se repitió el ella. Un arco amarillo con destellos dorados que representaba su Arma Divina se ubicó en su espalda, siendo más grande que ella.
Los arcos de ambos hermanos ahora reposaban sobre sus espaldas, cruzados y sostenidos a sus pechos mediante la tira delgada del arco que formaba su cuerda, con el cuerpo de este sobresaliendo en sus hombros y caderas debido a su gran tamaño.
Y luego, para terminar, el brillo mágico que reposaba en mi espalda tomó la forma de mi bella espada de hoja dorada y detallado mango. Una funda fucsia la protegía, y las cuerdas que adornaban su mango caían con gracia sobre mi espalda. Al igual que con los Knight, mi Arma Divina se hallaba en diagonal, con el mango a centímetros de mi hombro derecho, listo para ser tomado en cualquier momento.
Los hermanos y yo nos miramos, sorprendidos, a lo que en respuesta Kirok soltó una risita burlona mientras su espada negra con detalles rojos imitaba la posición de la mía. Pero, a diferencia de nosotros, él ni siquiera se molestó en echarle un ojo a su Arma Divina.
—Un momento —Tres pares de ojos cayeron sobre mí, y debí de estar tan pálida como creía porque justo cuando hablé Cailye palideció igual que yo, y el rostro de Andrew se tensó—, si nada está oculto en Kamigami, significa que At...
La gigantesca sonrisa de Kirok respondió mi pregunta, mientras una sombra oscura cubría sus ojos.
«—Ailyn...»
Escuchar el susurro de At presagió un mal desarrollo desde ese instante.
Me giré, tan de repente que escuché el sonido de mi cuello tronar, y lo vi, la vi, literalmente la vi. El alma se me calló a los pies, y con él mi cuerpo en cuanto contemplé a una mujer parada a unos metros de nosotros. Me arrodillé, con el cuerpo temblando y los ojos bien abiertos.
Una mujer alta, de castaño cabello y ojos oscuros, con tocados dorados en el cabello, brazos y tobillos, con un vestido blanco y largo como la seda, y de piel casi trasparente. Me observaba, con una mirada seria y los labios fruncidos.
Eso... era...
—Imposible... —mascullé, aterrada, tendida sobre la fría roca que conformaba el comienzo del portal.
—¿De qué hablas? —preguntó Andrew, llegando a mi lado, confundido. Me observó de arriba abajo en busca de lo que me ocurría, pero con la mirada perdida al no encontrar la causa de mi impresión.
Lo miré con rareza, consternada.
—No podemos verla —aclaró mi familiar, observándome desde arriba con las manos sobre su cadera—. Solo tú la ves y la oyes.
Andrew le lanzó una mirada de interrogación, con el ceño fruncido, pero Kirok no añadió nada más, permaneció con sus ojos carmesí sobre mí, brillando con un color sobrenatural.
—¿Ver a quién? —insistió el chico de ambarino cabello a mi lado.
Tragué saliva, sin saber qué hacer a continuación. ¿Por qué Kirok no me dijo que ella tomaría su verdadera forma estando en Kamigami?
At soltó un suspiro, y movió sus largas piernas hacia mí. Por un segundo mi respiración se dificultó, y casi le dio un ataque a mi corazón cuando la mujer se agachó a mi altura. Se veía traslucida, y si a eso le sumaba la palidez de su piel daba por resultado un espectro, un espectro de hermosa apariencia. En serio parecía un fantasma.
«—Déjalos verme —pidió la que antes era mi mascota, en tono serio—. Permaneceré así todo el viaje, que solo tú puedas verme es un problema ahora que estamos aquí. Además, solo me verá quien tú quieras que me vea y escuche, podría ser una ventaja contra los enemigos.»
—¿Enemigos? —repetí, consiente de las miradas de Andrew y de Cailye como si me hubiera vuelto loca. ¿Cómo se suponía que iba a explicar eso?
Los ojos de At permanecieron inescrutables, duros, como los de una estatua, pero brillantes al mismo tiempo. Resultaba un tanto más amenazante en esa forma que siendo una lechuza.
«—Este lugar está lleno de deidades que quieren matarte, matarme, mi presencia será ventajosa para ustedes si los llegan a capturar. Y además, nadie conoce mejor este mundo que yo, ni siquiera Dark. Hazlo, Ailyn, confía en mí.»
Mala idea, pésima idea. No quería hacerlo, no quería tener que explicarlo, porque de seguro Andrew se enfadaría por no habérselo mencionado, y a Sara le daría un infarto cuando se enterara.
—¿Ailyn? —llamó Andrew, en tono levemente preocupado. Por su mirada endurecida supe que ya se olía algo al respecto.
Hice una mueca, y me preparé mentalmente para responder a sus preguntas. Luego miré a At, a una traslucida At, y asentí. Ella me imitó y se puso de pie, sin apartar sus ojos de mí.
«—Estira tus brazos en mi dirección, con las palmas hacia mí, y visualiza mi apariencia como algo tangible —ordenó, a lo que yo accedí. Me incorporé, a sabiendas de que ni Cailye ni Andrew sabían lo que estaba ocurriendo, y me fijé única y exclusivamente en At. Debía reconocerlo, en su forma humana nos parecíamos un poco.»
Retuve su apariencia en mi cabeza, proyecté mi deseo de que mis amigos pudieran verla, y respuesta una corriente de aire nació de mis pies, cubriendo mi cuerpo como un pequeño torbellino, y la luz rosa de mi magia no tardó en presenciarse.
Pequeñas gotas de luz me rodearon, y luego rodearon el cuerpo traslucido de At. Ella cerró los ojos, y por reflejo yo también, mientras sentía el cosquilleo de mi magia en mi piel. Me concentré en el objetivo, en conseguir que los hermanos Knight y mi familiar fueran capaces de ver y oír a At.
El viento cesó, y con él la magia y el brillo rosa que me cubría. Escuché la exclamación de Cailye, y sentí el cuerpo tenso y alerta de Andrew a mi lado sin tener que verlo. Abrí los ojos, nerviosa de lo que ocurriría, y descubrí que tres pares de ojos estaban posados sobre lo que quedaba de la antigua Atenea, todos observándola a su manera.
Cailye se ocultó detrás de mí, ansiosa, mientras el cuerpo de Andrew no perdía su tensión. Sus ojos oscuros se cruzaron con los míos, a lo que yo evadí su mirada.
—Eso explica muchas cosas —dijo, con cierta resignación en sus palabras, pero yo no dije nada al respecto. Me limité a mirar hacia otro lado, con una mueca en mi rostro—. Hay que hablar.
Entonces, vi el cuerpo de Kirok pasar por mi lado rumbo a donde At se encontraba observando la escena. Noté el brillo rojo en sus ojos, y sus cejas curvas, mientras su mirada me confirmaba los sentimientos que aún conservaba sobre At. Corrió, cual niño pequeño en un reencuentro con sus padres... pero cuando se acercó lo suficiente a At ésta frunció el ceño y le lanzó una mirada asesina a mi familiar.
Kirok se detuvo de golpe, pero me pareció que no lo hizo por la mirada de At, sino por otro factor. Tan solo frenó en seco, agachó la cabeza y una sombra ocultó sus ojos, mientras los músculos de su cuerpo se tensaron al instante. No se movió, no habló, tan solo se quedó ahí, como verdugo frente a los fantasmas de sus víctimas.
«—No es culpa de Ailyn —habló At, refiriéndose a los hermanos. Cailye se ocultó más, y Andrew miró con atención a la diosa—. De hecho, la obligué a ocultarlo y a traerme. Sé que puede parecer que lo hizo ella, ya la conocen, pero esta es mi voluntad. Si tienen preguntas las responderé, ya no hay vuelta atrás de todos modos.»
Silencio, un perpetuo silencio. Andrew no le quitó el ojo de encima, y no tenía que ser adivina para saber que el chico desconfiaba de ella; Andrew desconfiaba de todo. Por otro lado, Cailye no quería ni verla.
La zozobra carcomía mi piel, divagando entre miles de posibilidades ahora que las dos estábamos juntas. Ahora con ella ahí, y con Kirok, ¿cómo sería la convivencia del grupo? Me preocupaba más los problemas que aquella combinación de personas podría traer que los mismos regaños que podría llegar a escuchar. Tragué saliva, intentado evitar pensar en malos escenarios.
—Es mala idea —dijo por fin el chico de ojos oscuros que permanecía a mi lado, con cierto mensaje oculto en sus palabras que no alcancé a identificar—. No debes estar aquí, lo sabes, ¿verdad?
At asintió, como si entendiera lo que quería decir a la perfección.
«—Es algo que debía hacer. No te confundas, dios del sol, esto no es más que mi obligación.»
Andrew bufó.
—Sí, claro, lo veremos cuando llegue el momento.
La diosa de transparente aspecto frunció levemente el entrecejo.
«—Supongo. Pero, por el momento, es la verdad. —Su mirada se dirigió a mi amiga, pero la rubia no quería mirarla—. No temas, diosa de la luna; puedes oler mis intenciones si desconfías de mí, no oculto nada.»
Pero Cailye no se movió. At volvió a posar sus ojos en Andrew, con una mirada que me pareció notar en Astra una vez.
«—Imagino que ya lo dedujiste, pero por si no lo explicaré yo misma. Estoy aquí para guiar a mi sucesora, y ya que ustedes están aquí les ayudaré a llegar a Némesis. —Medio sonrió, pero esa sonrisa no significó nada, era totalmente falsa. At no tenía emociones—. Seré mejor guía que él, y además, eso te hará sentir más tranquilo, ¿o no, dios del sol? El menor de dos males, no es que tengas muchas opciones. Pero puedes confiar en que lo hago por su bien.»
Andrew no dijo nada, tan solo se limitó a observarla. No se molestó como esperé que lo hiciera, algo que me dijo que a lo mejor él ya sospechaba algo acerca de mi mascota.
At miró entonces a Kirok, a un abatido y sombrío chico de cabello negro que parecía una escultura del lugar.
«—Si te me llegas a acercar nunca obtendrás lo que deseas, ¿me oíste? Las cosas no han cambiado, demonio, no te hagas ilusiones.»
Kirok apretó sus manos en puños y una mueca se le escapó, pero no respondió.
—Siento que me perdí algo importante —musité, en voz baja, a lo que Andrew posó sus ojos en mí, serios como de costumbre.
—Ten cuidado —susurró y entrecerró los ojos—. Te encariñas demasiado rápido con la gente.
Lo miré, confundida, pero justo cuando iba a hablar At nos interrumpió.
«—Debemos comenzar a movernos. Son diez días helios, y el viaje es a pie, además ustedes deben dormir y comer. Hay que apurarse, el tiempo apremia.»
—Bien, ¿hacia dónde? —preguntó Andrew, sin bajar la guardia.
«—Al este, debemos alejarnos del portal antes de que termine de amanecer. Encontraremos comida y agua en el Bosque de la Lira. Espero salir de aquí antes de que nos encuentre.»
Eso llamó mi atención.
—De que nos encuentre ¿quién?
At me miró, con algo de pereza.
«—Las Gorgonas suelen recorrer la Cordillera de Maya y Aracne frecuenta los bosques. Si te ven te matarán.»
Pero... Sus nombres estaban en la lista de Evan, era candidatas a aliadas. Al menos debíamos intentar hablar con ellas, pedir su ayuda.
Miré a Andrew, en respuesta él negó con la cabeza. Me quedé callada y comencé a mover mis pies al igual que los demás. Había cosas que At no entendía, si seguíamos todas sus reglas nunca cambiaríamos las cosas, y en definitiva muchas tendrían que hacerlo.
No sabía cuánto llevábamos caminando, quizás unas ocho o nueve horas, solo podía sentir el cansancio en mis pies sobre la tierra grisácea que pisaba. Lo que debía ser tierra lucía como ceniza, pero sin serlo realmente. Esa composición no pertenecía a la ceniza, parecía más nieve, aunque tampoco estaba tan fría como la nieve. Era un tipo extraño de escarcha.
Los arboles a nuestro alrededor seguían siendo secos, sin hojas a la vista ni en el piso ni en sus ramas, y el color de su madera se parecía mucho al color de la escarcha bajo nuestros pies.
Nos habíamos alejado mucho del portal, hacía bastante que dejamos atrás el suelo hecho de piedra y las pilas que formaban algunos muros y estructuras sin sentido. Pero aun así todavía no abanábamos aquella tierra árida y un tanto escalofriante.
La niebla seguía presente, tanto así que aún no éramos capaces de observar el cielo, y mucho menos los soles que supuestamente había sobre nuestras cabezas. Era algo aburrido solo caminar y caminar, además de que debíamos estar atentos a nuestro alrededor. Por lo que tenía entendido la mayoría de las cosas en ese mundo eran venenosas o muy extrañas, así que era mejor estar atentos.
Sara había llamado a mi intercomunicador un par de horas atrás. Aguantó lo más que pudo, hasta que se le hizo una necesidad saber si estábamos bien. Intercambiamos un par de palabras, pues la idea era no llamar la atención y solo contactarnos por cuestiones importantes, lo necesario para calmarla. Le dije que estábamos bien y, por supuesto, que mi ave estaba por ahí volando. No tenía intenciones de hablar de At en un bosque salido de película de terror, los gritos de Sara delatarían nuestra posición hasta el continente de Gea Madre. Debido a eso callé, le dije lo suficiente y nos despedimos, como cualquier otro día normal.
Todo estaba en silencio, un silencio perturbador, mientras continuábamos el camino siguiendo a At, que iba a la cabeza, y Kirok que iba pisándole los talones. Los hermanos se hallaban a mi lado, Andrew atento al entorno y Cailye con los ojos fijos sobre At.
—No me huele a nada —soltó de repente la rubia, con la nariz arrugada, en voz baja—. Y él huele extraño.
La miré, y luego a ellos. Era cierto que el que se encontraran no debería suceder, pero confiaba en ambos; los hermanos solo estaban viendo fantasmas de un pasado lejano.
—No les tengas miedo, ambos son del equipo —la tranquilicé, a lo que ella me observó—. Él es mi familiar y ella es parte de mí. Estamos juntos en esto.
A pesar de querer tranquilizarla, no podía pasar por alto la cercanía que podría renacer entre ellos. ¿Estaría bien que estuvieran juntos, que hablaran? Me preocupaban ambos; Kirok por su actitud al lado de At, y At por su odio hacia mi familiar que a pesar de su situación aún parecía conservar.
Sin duda alguna, todo el viaje estaría cargado de un ambiente tenso sin importar el ecosistema en el que nos halláramos.
Y entonces, de repente, un tremendo rayo se hizo presente.
Salté, justo cuando la luz llegó a nuestros ojos y el sonido no tardó en aparecer. Miré hacia el cielo, pero lo único que podía ver era la luz de los rayos que siguieron a continuación; uno tras otro, sonoros y predominantes, furiosos, como si tuvieran vida propia.
Nos detuvimos y observamos con atención la tormenta eléctrica que se cernía sobre nosotros. Cailye se pegó a mi cuerpo, y Andrew ni siquiera movió un musculo. Vi a At mirar el cielo, con el ceño fruncido, y una sonrisa burlona apareció en el rostro de Kirok.
—Parece que Zeus ya se enteró de tu participación, dios del sol —comentó mi familiar, con una mirada mordaz sobre Andrew.
El cuerpo de Andrew volvió a tensarse, y le devolvió la mirada, pero esta vez con los ojos entrecerrados.
—¿De qué hablas?
«—Ese es el efecto de Zeus sobre este mundo —aclaró At, ahora de perfil y con su atención en nosotros, mientras los truenos seguían danzando en el cielo—. Cada dios que existe influye en la naturaleza y equilibrio de Kamigami, mientras más poder posea el dios mayor es su influencia, y está muy relacionado a sus emociones. —Señaló al cielo, con una mirada vacía—. Zeus está enojado, a eso se deben los rayos.»
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y en respuesta mi cuerpo comenzó a tiritar. Miré a Andrew cerca de mí, pero su reacción no dejó mucho que interpretar. Tan solo se quedó en su sitio, con la mirada perdida y los puños apretados; su rostro lucía serio, pero no preocupado, como de seguro debíamos vernos tanto su hermana como yo.
Como si leyera mis pensamientos nos miró, y relajó su expresión facial, como si nada ocurriera. Mi boca se abrió del asombro en cuanto se acercó a Cailye y le tocó la cabeza, dándole a entender que estaba bien, y ella a su vez dejó salir el aire.
—Andrew... —empecé, pero en cuanto sus ojos se cruzaron con los míos cerré la boca. Movió la cabeza de lado a lado, y una pequeña sonrisa apareció de repente. Asintió, y con él mi cabeza también.
«—Andando, debe haber un rio cerca.»
Andrew continuó con su paso, y detrás de él Cailye lo siguió como cachorro. Mientras continuaba, At debió notar la interrogación en mi rostro, ya que sin que se lo preguntara ella respondió a mis mudas dudas.
«—Kamigami tiene cuarenta y un ríos, entre subterráneos y superficiales, correspondientes a las cuarenta y un oceánidas. Si no estoy mal debe haber uno de ellos justo al comienzo del Bosque de la Lira.»
Nos movimos a paso regular a través de ese extraño bosque de árboles secos, con el sonido y la luz emitidos de los truenos que cada vez parecían aumentar en fuerza y número.
At continuó a la cabeza, y hablaba sin volverme a mirar aunque sabía que lo que decía iba para mí. Sabía muy poco de Kamigami, con mis pensamientos ocupados en mi problema no prestaba mucha atención a las reuniones, y aunque lo hiciera había cosas que no sabíamos con certeza de ese mundo. Los Knight tenían más detalles, como lo del transcurso del tiempo, y muchas cosas que debieron aprender en ese mes, pero en cambio yo... para mí todo era desconocido excepto por algunos detalles muy generales.
«—Este mundo tiene sus propias reglas, leyes que están muy ligadas a los dioses que lo habitan. Es un mundo libre, salvaje, sin gobernante ni regulación. Aquí son pocas las cosas que están prohibidas por Zeus. Es el dios de dioses, pero no es como si vigilara a cada dios todo el tiempo, en especial en las Gea Hijas. Él tiene más cuidado en Gea Madre. —Me miró sobre su hombro—. El clima, el terreno, la luz, las plantas, todo lo que ves depende de los dioses. No obstante, no es muy diferente a la Tierra; después de todo su mundo fue moldeado a imagen de este.»
Asentí, comprendiendo lo que decía. Sabía que el espacio en Kamigami tenía personalidad propia. Cosas como los sismos eran pan de todos los días en algún punto de ese mundo. El terreno se modificaba con frecuencia, a veces una colina o múltiples agujeros aparecían de repente. Y eso sin mencionar las grietas dimensionales. Tenía entendido además que la vegetación era más compleja, aunque Evan nunca lo explicó a detalle sabía que la mayoría de las frutas y flores eran peligrosas, y que no debía confiar en las plantas.
El cielo era otro personaje. Había escuchado una vez de Hefesto que pronto habría un eclipse beta, y que era especial porque ocurría muy seguido del baile de Eos. No sabía lo que era, pero lo interpreté como un par de acontecimientos celestes dignos de ver.
Ese mundo era extraño, se regía por su propia conciencia, como un hibrido de todos los dioses. De por sí solo ya era peligroso, si le añadía sus habitantes peculiares daba como resultado un viaje suicida. Era por eso por lo que no quería venir.
El sonido de un arroyo captó mi atención, sacándome de mis pensamientos. Miré a los demás, y me di cuenta de que At se había detenido de repente; miraba en dirección del sonido, y como ella todos estábamos atentos a lo que eso significaba.
—Debemos recoger agua, no hallaremos más ríos en un tiempo, y el agua de aquí nos durará varios días —comentó Kirok, con una casualidad exagerada—. Y debe haber frutos a la orilla, eso también nos servirá por un tiempo.
Cailye fue la primera en adelantarse al oír eso; pasó por el lado de At sin siquiera mirarla y se perdió en la niebla que cubría los pocos metros que nos separaba del rio. Avanzamos en su dirección, y en unos cuantos pasos nos topamos con un paisaje nuevo.
El suelo comenzaba a adquirir color, y la niebla era considerablemente menor, incluso alcancé a percibir el calor de los soles en mi rostro a pesar de no poder verlos con nitidez. Vi a Cailye cerca de los árboles, arboles con hojas verdes, con uno que otro fruto de color azul en sus ramas.
«—Esas son comestibles —señaló At, mirando a la rubia, pero ella ni siquiera le prestó atención—, pero no tomes las que están en el piso, esas son venenosas. Las de las copas son las únicas maduras para ingerirlas.»
—¿Qué son? —quise saber, observando a At con cierta curiosidad.
«—El fruto de Ambrosia, uno de tantos. Es lo único comestible que vas a hallar aquí, al menos para ustedes. Si ves algo que se parezca a una fruta de la Tierra no la comas, aquí no se pueden ingerir. —Debió notar mi expresión horrorizada, porque curvó la comisura de su labio hacia arriba y giró su cuerpo hacia mí—. No te preocupes, el agua de aquí neutralizará los efectos en ustedes. Tiene propiedades curativas para las heridas, y es un buen inhibidor de magia en algunos casos.»
Andrew se apartó de mi lado y se arrodilló a la horilla del rio con un frasco en sus manos. Entonces reparé en el rio en sí. Era de unos diez o quince metros de ancho, tan superficial que podríamos cruzarlo a pie, de corriente suave. En lugar de ser transparente, aquel líquido era de un muy claro color lila, parecido al color de las marcas de mi cuerpo. Era hermoso, el tenue brillo del ambiente se reflejaba en él como lo haría cualquier cuerpo de agua normal, pero el resultado era un brillo violeta en lugar de blanco.
El chico recogió agua en el frasco, y a pesar de cambiar de recipiente el agua no cambiaba de color. Observé sus muñecas cubiertas por los brazaletes de cuero, intentado no recordar con tanto detalle cómo llegaron ahí. Me acerqué a él y me arrodillé a su lado. Lo miré a los ojos sin decir nada, y él a los míos en el mismo silencio. Sonreí, una sonrisa un tanto titubeante.
—¿Qué tienes? —me preguntó con una mirada de interrogación y una ceja alzada. Me observó con atención, como si buscara la causa de mi sonrisa titubeante en mi cuerpo.
—Estás aquí —dije en voz baja—. Desafiaste a la Corte Suprema para acompañarme, sigues ayudándome. Y yo no he hecho nada por ti. Te quiero, y quiero demostrártelo, pero no sé qué hacer para hacerte feliz.
Si me ponía a pensar en todo lo que Andrew había hecho por mí terminaría con una lista bastante larga. Gracias a él podía cambiar, podía intentar mejorar. Pero yo, ¿qué había hecho por él? ¿En qué lo había ayudado o apoyado? Él había hecho tanto por mí, pero en cambio yo tan solo me apoyaba en él.
—Haz hecho mucho por mí —declaró, en el mismo tono bajo que el mío, y miró para otro lado—. No hace falta que intentes demostrar nada.
Vi de soslayo a Cailye mientras saltaba para alcanzar los frutos azules ovalados de lo alto de los árboles, con At observando el alrededor, vigilando, y Kirok unos pasos rio arriba guardando agua en su botella. Era raro no oír el canto de las aves en un lugar así, el silencio que cubría el bosque era demasiado.
Le busqué la mirada a Andrew, y me topé con un muro de concreto reforzado. Una fortaleza en sus ojos.
—No he hecho nada por ti —rebatí—. Solo te traigo problemas. No sé qué pueda ofrecerte ni cómo ayudarte.
Su atención cayó de nuevo sobre mí, una mirada gélida, hasta que parpadeó y sus ojos reflejaron, solo por un segundo, cierta dulzura. Me quedé estática, mirándolo, hasta que subió su mano y rozó con sus dedos mi mejilla. Su tacto se sintió frio, pero no supe si por el agua o porque así era su temperatura en ese momento. Solo supe que aquel simple gesto encendió mi piel, como si millones de hormigas caminaran por esa área. Me sonrojé, sentí el calor en todo mi rostro, y mi respiración me falló.
—Ailyn —dijo, y siempre que usaba mi nombre se sentía como si lo cantara, como si de repente tuviera más significado del que un nombre podía tener—. Tal vez tú no te has dado cuenta, pero me has ayudado de formas que no podría explicarte. —Bajó la cabeza, ocultó sus ojos bajo la sombra de su cabello. No me miró a los ojos cuando continuó—. Me has dado algo que nadie puede darme. Y el que no seas consciente de eso es... agradable.
No había más a nuestro alrededor. De pronto el sonido de los saltos de Cailye por conseguir frutas y las pisadas de Kirok cerca de nosotros pasaron a un tercer plano. Estaban ahí, había otras tres personas presentes, pero justo en ese instante mi mente tan solo las borró. Solo existía Andrew, solo tenía atención para él.
Abrí la boca para continuar hablando, pero no alcancé a pronunciar palabra, ya que su cuerpo acercarse al mío me quitó el habla. Dejó caer su cabeza sobre mi hombro, y ocultó en él su rostro. No movió sus brazos y ninguna otra parte de su cuerpo, solo su cabeza se acomodó en mi cuerpo.
Sentí su respiración en mi espalda, mientras su columna permanecía arqueada debido a la diferencia de altura, y observé su cuello desde mi posición; su respiración, e incluso el latido de su corazón fueron captables por un momento. Me quedé quieta, sin siquiera respirar, confundida y nerviosa. ¿Por qué de repente se dejó caer?
Oí que susurró algo, pero lo hizo en voz tan baja que no alcancé a entender lo que dijo.
Intenté preguntarle sobre lo que dijo, pedirle que lo repitiera, pero entonces sentí cómo su cuerpo se tensaba de golpe. Un frio recorrió mi espalda, y mis piernas cosquillearon. El aire se volvió más denso, y una extraña presencia irrumpió en el ambiente de una forma tan abrupta que me asustó.
Capté el movimiento rápido del cuerpo de Kirok unos metros lejos de nosotros, y me percaté de que Cailye dejó caer todas las frutas que había conseguido. El cuerpo transparente de At se estremeció, y ahí supe que no era solo mi imaginación la que sentía que algo iba a llegar.
«—Mierda.»
Y luego todo pasó demasiado rápido.
Sentí la presencia de un Ser de Oscuridad segundos antes de que Andrew usara sus brazos y la fuerza de su cuerpo para derribarme. Me tiró al suelo, boca arriba, provocando un ruido sordo con mi espalda al caer, mientras él permanecía sobre mí, a centímetros de mi rostro con la punta de su nariz rozando la mía.
Vi pasar una mancha borrosa y negra sobre su cabeza, como un fantasma, y luego una fuerte ventisca casi derribó a Andrew. El viento movió con fiereza los árboles, tirando muchos de los frutos al rio, y el agua se movía como si de un vendaval se tratara. Hubo un pequeño caos por unos segundos, donde lo único que captaban mis sentidos era la fuerte ventisca.
Por un momento no oí nada, el viento selló los sonidos alrededor. Tan solo me fijé en la mirada oscura de Andrew, y de cómo entrecerraba sus ojos mientras sus labios se fruncían en una mueca. Esa fue la confirmación de mis sentidos a que algo malo estaba ocurriendo.
«—¡Cierren los ojos!»
La orden de At resonó en mi cabeza cuando el viento menguó, pero aun así las cosas seguían teniendo poco sentido; no sabía qué ocurría realmente. Sentí una presencia oscura, tan grande que no podía pertenecerle a una sola entidad, eran por lo menos dos deidades. Deidades con un gran poder divino.
La mano de Andrew cubrió mis ojos, mientras su otro brazo sostenía su peso. Lo sentí acercarse a mi oído, y sentí su susurró como una cálida caricia.
—No abras los ojos por nada del mundo, no importa lo que oigas, y obedece solo la voz de Atenea.
Un nuevo escalofrío recorrió mi espalda, entendiendo por el tono que usó que aquello era de vida o muerte. Asentí, y al hacerlo retiró su mano de mi rostro. Permanecí con los ojos cerrados, con fuerza, aun después de que se retiró de encima de mí.
Rodé mi cuerpo, y apreté mi pecho al suelo todo lo que pude. Me concentré en las sensaciones a mi alrededor, mientras la presencia oscura se hacía cada vez más presente. Registré la corriente de aire en mi piel, las vibraciones del suelo bajo mi cuerpo, las sombras y los brillos que alcanzaba a detectar junto a mí, y agudicé tanto mi olfato como mi audición, preparando mi cuerpo para lo que llegara.
No tenía que ser adivina para saber a quiénes les pertenecía esa aura, lo noté con la advertencia de At. Se trataba de uno de los tríos de hermanas más temibles del mundo de los dioses: las Gorgonas. Mujeres que, según lo que había leído, poseían serpientes por cabello y habilidades terroríficas de matanza. Las lideraba Medusa, que contaba con el poder de petrificar con la mirada, una criatura que antes fue humana pero que dejó de serlo gracias a Atenea.
Percibí el brillo mágico a pesar de tener los ojos cerrados, y por la sensación familiar supe que aquella magia le pertenecía a Andrew. No vi lo que hizo, pero oí el sonido del viento al ser cortado por una de sus flechas divinas. Una explosión no tardó en llegar, y la energía residual que produjo al momento del impacto casi elevó mi cuerpo del suelo. Me aferré al césped, con los ojos tan apretados como podía, y con el corazón acelerado.
Noté una intensa luz, un gran calor en el ambiente, y luego silencio. Oí las piedras caer al suelo junto con algunas ramas, y las respiraciones de otros tres cuerpos junto con sus corazones a diferentes tiempos; había calma. La presencia de pronto desapareció, como si nunca hubiera existido, y me tenté a abrir los ojos para comprobar que todo estaba bien.
Pero no lo hice, porque justo cuando consideré la posibilidad de saber lo que ocurría, la presencia reapareció con la misma velocidad que desapareció. Oí un golpe seco, luego escuché un grito, y luego me alcanzó el olor a sangre.
Aguanté la respiración y mi corazón pegó un brinco. Hice el amago de levantarme, pero me quedé quieta en cuanto sentí la familiar presencia de At a mi lado.
«—No te muevas, no abras los ojos —murmuró, a pesar de que las Gorgonas no podían oírla—. No respires siquiera.»
Mi cuerpo tembló, y levanté mi mano para ubicarla sobre al mango de mi espada. Mis manos se movían de los nervios, igual que mis labios. ¿Cómo se suponía que debía enfrentar a un enemigo que no podía ver? La situación me ponía ansiosa, era frustrante y desconcertante dejarse guiar solo por lo que alcanzaba a escuchar en un momento así.
—¿Q-Qué sucede? —logré formular, en un tono apenas audible.
Por un segundo no escuché respuesta, pero sí oí los gemidos de Cailye y la ausente respiración del chico que se suponía estaba a mi lado.
«—Esteno hirió a Dark y golpeó al dios del sol. No te preocupes, ambos están bien, igual que la diosa de la luna, pero no debes abrir los ojos por ningún motivo, ¿oíste? —Mi respiración falló, y en verdad quise abrir los ojos solo para confirmar que ambos estuvieran bien. ¿Cómo fue que pudo herir a Kirok y golpear a Andrew? Ellos eran... eran fuertes, mucho más que yo—. Seré tus ojos, pero debes obedecerme. No te dejes llevar por lo que oigas, podrás hacer algo, pero solo si me obedeces.»
Abrí la boca, pero una perturbadora nueva esencia me la cerró de golpe. Sentí cómo mi piel se erizaba, cómo los vellos de mi cuerpo reaccionaban, cómo mis glándulas suprarrenales comenzaban a librar pequeñas dosis de adrenalina.
—Oh, vaya, esto será divertido. —Una voz femenina llegó a mis oídos, suave y rastrera, divertida y seductora; una voz aterradora—. Tu intuición es correcta, Euríale, igual que siempre.
Oí pasos acercándose, y percibí la sombra de alguien a mi lado. Contuve la respiración, y mi corazón me golpeó fuerte contra el pecho, a la expectativa; el sabor a sudor se coló en mi boca, y ya no recordaba cómo respirar adecuadamente.
—A Medusa le complacerá verla, no debe tardar en llegar —habló otra voz, parecida a la primera, pero con un tono más frio—. Ha estado esperando esto por un largo tiempo.
Noté el brillo mágico debajo mis parpados, como un nuevo cambio en el contraste del negro, y no me faltó analizarla para saber que se trataba de la energía divina de Andrew. Sentí el aleteo de las alas, y después el estruendo de varios árboles cayendo, acompañados del viento producto del impacto masivo de docenas de árboles. El ambiente se cargó de olor a madera cortada, un olor más dulce del habitual.
Quería decirle a Andrew que no las enfrentara, que se quedara quieto mientras pensábamos en algo, pero eso no funcionaría. Alguno debía hacer algo, debíamos hacer algo.
La primera mujer, la que supuse se trataba de Estano, la hermana de en medio, soltó tal carcajada que congeló mis nervios.
—¡Interesante! —exclamó, con energía y éxtasis; cuando volvió a hablar escuché su voz más cerca, dando a entender que ahora se encontraba a pasos de mí—. ¡A pesar de estar bajo mi control tiene las agallas de apuntarnos con una flecha! —Hizo una pausa, una aterradora, y sentí el peso de su mirada sobre mí—. Humm, quiero jugar un poco.
«—Esto es malo —se le escapó a At el comentario—. Ailyn, Estano tiene el poder de manipular la mente de sus oponentes, es la más agresiva de las tres. Obligó al dios del sol a mirarla a los ojos —soltó, y sentí como si me tiraran encima una cubeta de hielo, con golpes y todo—, fue cuando intentaba enfrentarlas. Está bajo su poder ahora.»
Tomé aire, pero a pesar de eso no llegaba oxígeno a mis pulmones. Mi mano tembló con más fuerza, hasta que rodeé el mango de mi espada y dejó de hacerlo, pero aun así mis labios se movían con nervios y mi corazón golpeaba con fuerza. De no ser por el sello de Hera me preocuparía de un posible ataque.
Eso no podía estar pasando. Era Andrew, ¿cómo fue que la miró a los ojos? Me lo hubiera esperado de todos excepto de él, se suponía que de todos era el que más posibilidades de sobrevivir tenía. Me horrorizaba saber de lo que hablaba la Gorgona, no quería pensar en el estado de Andrew, me daba pánico siquiera imaginar que él...
—No tenemos tiempo para juegos, Estano —aclaró la otra mujer, Euríale, en el mismo tono gélido—. Medusa está en camino, no le gradará saber que la rompiste antes de tiempo.
Una gran carcajada volvió a sonar, provocándome más miedo.
—At... —susurré, supliqué.
Sin mis ojos no podría moverme como me gustaría, necesitaba sus ojos. Necesitaba que me dijera cómo moverme para detenerlas antes de que ocurriera algo grave. Pero At estaba muda, sus largos silencios me preocupaban. ¿Qué era lo que estaba haciendo?
El gruñido de Andrew lo noté. Estaba cerca, a un metro si mucho, pero no podía percibir su movimiento, su presencia seguía en el mismo lugar. ¿Estaba quieto? Mejor dicho, ¿no podía mover su cuerpo?
«—Mantén tu espada lista para desenfundarla, y acomoda tu cuerpo para saltar.»
No objeté, hice lo que me pidió, a pesar de que el tono que usó no me tranquilizaba ni un poco. Ubiqué mi mano izquierda como soporte de mi peso, y doblé mi rodilla derecha mientras la izquierda reposaba en el suelo, lista para cumplir su papel de resorte. Tragué saliva; mi boca estaba seca y no podía respirar bien; y esperé, esperé la señal de At.
—Siempre hay tiempo para juegos —refutó la Gorgona—. Solo la rasguñaré un poco, no la voy a romper. Aunque no diría lo mismo de él. —Mi corazón brincó. Hablaba de Andrew, estaba segura—. Si los rumores son ciertos quiero ver la expresión en su rostro cuando tenga que decidir cuál de los dos debe vivir.
¿Qué rumores?
Sentí una punzada en mi pecho, y mordí mi lengua con fuerza para tratar de dejar de temblar.
—¿Y qué harás con ellos? —indicó la voz fría de su hermana.
—¡Ja! ¿Con ese par? —repitió Estano, con burla y diversión—. La niñita está demasiado aterrada para moverse, sin abrir los ojos no podrá hacer gran cosa; me quedaré con su cabello después de que Medusa termine con Atenea, aun no tengo ese color en mi colección. Y el demonio está gravemente herido, me sorprendería que pudiera levantarse. Creo que me pasé un poco con él.
Mi cuerpo se tensó.
—At...
«—Te dije que no te preocuparas por lo que oyeras. Confía en mí, Ailyn, lo demás no importa.»
Asentí, no muy convencida. Quería creer que tanto Cailye como Kirok estaban bien, pero con los ojos cerrados apenas podía preocuparme de mi propio ritmo cardiaco como para hacerlo por ellos.
Hubo un par de segundos de silencio por parte de las Gorgonas, un silencio perturbador.
«—Escucha, lo que tendrás que hacer será difícil, pero si haces todo lo que te digo ambos saldrán de esta. Prepárate para luchar, Ailyn. Tu objetivo serán los ojos de Estano, solo debes obstruir su visión, si no puedes con ambos ojos atacarás a uno solo. Sin embargo, ella hará que te enfrentes a él. —Pegué un pequeño brinco, algo que de seguro At notó porque se apresuró a continuar—. Si evitas que use su poder lo liberas de su control, pero debes hacerlo antes de que llegue Medusa, ¿entendido? Una vez que ella esté aquí no podrás pensar en nada más.»
Asentí, a sabiendas de que en esa situación no tendría otra opción. No podía hacer más que escuchar a At y confiar en que las cosas saldrían bien. No quería luchar contra Andrew, no podría ganarle a Andrew; en fuerza y agilidad me superaba. Con él solo me servirían las distracciones, pero si estaba bajo un control mental, ¿cómo lo distraería? Tragué saliva, con el cuerpo entero temblando de ansiedad, y me mordí la lengua en un intento desesperado por asimilar la situación.
Sentí un escalofrío extraño, y el ambiente se volvió pesado de repente. No pude evitar pensar que las miradas de las Gorgonas estaban sobre mí. Hubo un segundo de silencio, o tal vez fue mi imaginación gastándome una broma, pero así lo sentí, justo antes de percibir el terror de una sonrisa maligna y oír el grito de At en mi cabeza.
«—¡Salta!»
No lo pensé dos veces, tan solo salté.
Impulsé mi cuerpo con mi pierna izquierda, y usé mi agilidad y fuerza para conseguir un salto alto. Sentí cómo me alejaba del suelo y me desplazaba por el aire. Percibí el brillo de una flecha bajo mi cuerpo. Luego llegó el sonido del impacto de la flecha mágica de Andrew, tan fuerte que me dejó sorda por un instante.
Mi cuerpo comenzó a caer. Me giré, de forma que mis piernas dirigieran mi ruta, y a los pocos segundos sentí el impacto de mis pies contra el suelo.
Acomodé mi posición para ganar equilibrio, y al estar segura de que no me caería desenfundé mi espada. La ubiqué en diagonal a mi cuerpo, con un pie más atrás que el otro en soporte. Contuve la respiración, y esperé a lo siguiente que escuchara.
Percibí la magia oscura de Estano antes de oír la voz de At, y para cuando lo hice tenía la suposición de las acciones que tomaría la Gorgona respecto a Andrew.
«—Lanzará fechas consecutivas a tu derecha, prepárate para eludirlas.»
Oí el sonido de la flecha cuando Andrew la soltó, y mi sentido de diosa percibió su cercanía justo en el momento indicado para evadirlas. Salté de nuevo, esta vez más cerca del piso y haciendo uso de mis manos. Conocía el estilo de arquería de Andrew, tanto o más que At conocía el de Apolo, que en ese aspecto eran muy similares; ambas sabíamos que adivinaba el patrón de forma rápida, y usaba el estilo del oponente en su contra. Debido a eso las dos sabíamos que moverse sin un patrón era lo mejor. Alterné velocidad y fuerza en cada uno de mis movimientos, consiente de la cercanía con la que las flechas rosaban mi ropa.
Mi corazón ya no podía con el ritmo que llevaba, y estar a ciegas tarde o temprano jugaría en mi contra. Debía darme prisa, si continuaba evadiendo los ataques de Andrew nunca podría acercarme a Estano.
«—Detente —ordenó At, a lo que mi cuerpo obedeció y permanecí en mi lugar, con el corazón en la boca. ¿Qué estaba pasando?—. Se detuvo, Estano parece confundida. Aguarda un poco ahí.»
—¿Y te diviertes? —preguntó Euríale, en tono irónico.
—¡Cállate! —bramó su hermana, y pude notar la ira en sus palabras. La oí añadir en voz baja, casi para sí misma—: ¿Cómo puede moverse así con los ojos cerrados? Debería tener la mejor puntería entre los dioses, pero ha fallado todos los tiros. Esto no tiene sentido.
Entonces lo entendí, de golpe y como una revelación. Quise golpearme por no haberlo notado desde el comienzo, pero aún tenía chance. Andrew podía estar bajo en control mental de Estano, pero no controlaba su corazón. La intuición de Andrew siempre tenía razón, fuera lo que fuera que ella hubiera hecho con su cabeza, la idea que le hubiera implantado, él sabía que estaba mal. Andrew no estaba siendo duro conmigo, usaba una parte muy pequeña de su verdadero poder; sus flechas especiales no habían salido a la luz, esas solo eran flechas normales.
Y, además, Estano no conocía el verdadero poder de Apolo. No era solo flechas, era mucho más, pero ella no lo sabía porque Andrew no la había dejado entrar a esa parte de él, y mientras no lo hiciera solo era un arquero más.
Apreté la empuñadura de mi espada, y me concentré en las presencias que había a mi alrededor. Sentí a Kirok cerca del rio, y a Cailye al pie del árbol que antes quería alcanzar; registré las presencias oscuras de las Gorgonas a unos metros a mi izquierda, y estaba segura que la presencia difusa que se hallaba varios metros frente a mí se trataba de Andrew.
—At, ayúdame a acercarme a él —pedí, en un susurro apenas audible.
Sentí la presencia de At cerca, justo detrás de mi espalda, y supe que me había oído a pesar de eso. Me pareció que se encontraba pensando, debido al silencio, meditando la situación.
«—Bien, pero ten cuidado con tus pies. Sabes dónde está y conoces bien la presencia de su energía divina. Mi poder supera al suyo aunque no lo uses al máximo, y no está usando todo su poder divino, deberías poder superar sus ataques como lo has hecho hasta ahora. Avanza hacia él, y usa tu espada para superar sus flechas.»
Asentí, y apreté el mango de mi espada. Conocía el largo de mi arma, el alcance de mi cuerpo, la presencia de la magia de Andrew; el terreno era el único factor del que dependía para moverme con la posibilidad de vencer.
«—Ahora.»
Tomé impulso, preparé mi cuerpo para empezar a correr, y reuní parte de mi magia en velocidad. Arranqué a correr, dejando a mi rastro el viento mezclado con el brillo de mi magia. Sentí el aire golpear en mi rostro, junto con el aroma del lugar, consiente de la mayor parte de las cosas que me rodeaban.
Me dirigí hacia donde sentía la presencia de Andrew, moviendo mis pies con seguridad y cuidado, tan rápido que si pisaba en falso no tendría tiempo de caer, y con los ojos apretados para evitar cualquier tentación de abrirlos.
Sentí la primera flecha cerca, demasiado para esquivarla, tan solo apareció en mi radar de la nada. Podía sentir su magia a centímetros de mi cabeza...
«—¡Usa tu arma! Son solo flechas.»
Moví mi espada en el aire, confiando en cortar la flecha sin verla. Realicé el corte, sin sonido ni residuo mágico, tan solo desapareció la presencia de la magia como si se hubiera esfumado.
«—Lanzó más, está apuntando a tu cabeza, mantén la espada cerca.»
Apreté mi mandíbula, y moví mi arma con la agilidad que había adquirido. Me percaté de la cercanía de las flechas antes de que llegaran a mi espacio personal, y traté de cortarlas tan rápido como podía mientras seguía corriendo. Agradecí que apuntara a mi cabeza, ya que de haber apuntado a los pies tendría las cosas más difíciles.
El tiempo se hizo lento mientras zigzagueaba al encuentro con Andrew, destruyendo sus flechas mágicas con la filosa hoja dorada de mi espada. Sentía el sudor y el cansancio en mi cuerpo, a sabiendas de que incluso con el aumento de mi energía divina aún tenía limites, tanto de tiempo como de mantenimiento.
—¡Maldición! ¡Dale de una vez! —oí que gritó Estano, furiosa, y al hacerlo sentí el cambio en la energía mágica que Andrew desprendía.
Sabía lo que eso significaba, y que debía darme prisa si no quería entrar en una verdadera pelea entre Andrew y yo.
Tomé aire, y antes de darle tiempo de lanzar otra flecha, salté. Mis pies se despegaron del suelo, y aprovechando ese milisegundo me dirigí a él para desarmarlo. Estiré mi espada, calculando en mi mente la posición que debería tener para sujetar su arco y cómo debería moverme para golpear su Arma Divina sin herirlo a él.
Estaba segura de ir en buena dirección, y el poco tiempo de reacción que tendría Estano me garantizaba un movimiento limpio y rápido... Pero olvidé calcular algo importante: Andrew era más que un arquero. Lo sabía, pero a pesar de tenerlo en mente no calculé que podría moverse en respuesta a mi salto.
«—¡Cuidado, Ailyn, agáchate!»
No podía. A pesar de escuchar su advertencia no tenía tiempo para hacerlo, porque justo cuando procesé lo que iba a ocurrir, sentí el golpe antes de oírlo. Una patada, el pie de Andrew. Estaba cerca de su cuerpo, aun en el aire, por lo que la patada que recibí a un costado de mi abdomen redireccionó mi cuerpo.
Me dirigí al suelo con tremenda fuerza, en medio de un grito ahogado. Mi cuerpo impactó contra el césped en cuestión de milisegundos, aplastando mi plan inicial. Caí sobre mi hombro izquierdo, y con mi mano derecha sostuve la espada con toda la firmeza que pude. Mi cuerpo templó, producto del dolor que se extendía por todo mi sistema.
No tuve tiempo de recuperarme, porque cuando intenté moverme para buscar la forma de acomodarme para continuar, percibí la sombra de un cuerpo sobre el mío...
«—Tu espada.»
—Detente ahí —ordenó Estano.
La moví, sin detenerme a pensarlo, pero cuando recalculé la situación me detuve en seco. Sentí la energía divina de Andrew sobre mi cabeza, a un centímetro de mi frente. Del mismo modo noté que la hoja de mi espada quedó a la misma distancia de su cuerpo.
Contuve la respiración, ni siquiera me atrevía a moverme. Sabía lo que eso significaba, y podía hacerme una imagen de lo que ocurría en ese momento. Sabía que tenía una fecha de Andrew apuntando a mi cabeza, mientras su otro brazo realizaba el soporte de su cuerpo a un lado de mi cabeza, de la misma forma que sabía que por la posición de su cuerpo en referencia al mío mi espada debía estar muy cerca de su cuello.
—¡Ja! Ahora sí es divertido —exclamó la Gorgona. Sentí su mirada sobre nosotros—. Interesante. Y dime, pequeña diosa, ¿qué harás ahora? Puedo ordenarle que use esa flecha en este momento, pero eso no tendría sentido. Quiero que elijas tú, te daré esa oportunidad; quiero ver tu rostro cuando lo atravieses con esa espada.
Me mordí la lengua al tiempo que un escalofrío tétrico recorría mi cuerpo como una descarga eléctrica. Oí mi corazón, golpeando fuerte, tanto que sabía que se debía a la adrenalina.
La presencia de At llegó entonces. La sentí cerca, demasiado cerca, y oí cómo soltó aire.
«—Abre los ojos, Ailyn —dijo, dejándome en shock—. Estano está lejos, si abres los ojos y miras solo lo que tienes en frente no podrá controlarte.»
Tragué saliva, nerviosa, confundida, con miedo. Hasta que entendí por qué lo decía.
Dejé de apretar los parpados, y poco a poco, sin mover nada aparte de mis ojos, los abrí. La luz me cegó por un momento, intensa, hasta que me acostumbré al cambio de iluminación y vi con completa nitidez lo que tenía frente a mí.
La expresión de Andrew no dejaba ver nada de él. Se veía neutro, apagado, vacío, igual que lucía mi hermano cuando fue controlado por Hades. Sin embargo, había algo diferente en sus ojos, algo que no tenía la mirada de Cody; estaban grises. Un brillo grisáceo sobrenatural se apoderó de sus irises, como prueba innegable de su control sobre él. Me dolía verlo así, me aterraba que nunca volviera a mí; ¿cómo pudo caer bajo su control?
Fruncí el ceño, y me concentré solo en esos ojos grises, los observé con fijeza, buscando en ellos una señal de lucidez, algo que me dijera que mi Andrew seguía ahí. Me atraganté con el nudo en mi garganta, luchando por no derrumbarme, por no pensar cosas que a lo mejor nunca ocurrirían, por no entrar en pánico.
Estano quería saber a quién elegiría para vivir, quería ver si era capaz de matarlo o si dejaría que él me matara a mí. Pero estaba fuera de discusión, porque no le daría el gusto de obligarme a decidir. Elegí vivir, me aferraría a esa decisión con cada parte de mi alma, y Andrew era parte de esa vida; no desperdiciaría ninguna de las dos vidas en algo tan banal como el ego de un monstruo.
Evalué mi posición con respecto a él, cómo podría recuperarlo sin tener que herirlo. Y, además, ¿cómo llegaría hasta Estano en esa posición? Si consiguiera una distracción podría tener una leve posibilidad de alcanzarla.
Sus ojos vacíos me observaron, sin centrarse en ningún punto en específico, y sin titubear. Su mano derecha no dudaba de la ruta de la flecha, y su brazo izquierdo permanecía como pilar de su cuerpo a mi lado... Ahí lo capté, la forma de recuperarlo...
Observé por el rabillo del ojo su brazo derecho, y con cuidado, despacio, moví mi mano izquierda hacia su muñeca, y recorrí su piel con la yema de mis dedos ahí donde permanecían sus cicatrices.
Noté el pequeño brinco reflejo que pegó su cuerpo, siendo esa mi única brecha para traerlo devuelta. Lo miré a los ojos, decidida. No estaba dispuesta a que me lo quitaran, si debía aferrarme a algo elegía aferrarme a él.
—Sol de invierno —musité, en un tono apenas audible.
Sus pupilas bailaron por un segundo, y su boca se entreabrió dejando salir una diminuta exhalación. Su respiración se aceleró, dejándome ver a través de su trance que había escuchado mi voz. Y, aun así, no tenía control sobre su cuerpo, mucho menos sobre su magia.
No aparté mis ojos de los suyos, pero sabía que no podía permanecer así mucho tiempo o Esteno haría algo al respecto.
El cuerpo de Andrew se movió unos milímetros, abriéndome los ojos ante su acción. Fue rápido, ni siquiera alcancé a responder ante su movimiento, porque cuando reaccioné era demasiado tarde, ya lo había hecho...
Hubo un segundo de silencio, no oí ni siquiera mi propia respiración entonces, tan solo observé cómo el cuello de Andrew se movía para que la hoja de mi espada lo rosara. Ahogué una exclamación y abrí los ojos como platos al observar cómo una línea de sangre recorría su cuello, hasta su pecho. La herida era lo suficientemente profunda para dejar salir bastante sangre, y aun así no pareció afectar ninguno de sus vasos sanguíneos importantes.
Noté la sonrisa de Estano y sentí el desconcierto en mi rostro. Me atraganté con mi propia saliva, incapaz de hablar. Permanecí con los ojos sobre él, mientras él no parecía siquiera notar lo que estaba pasando. Aparté mi espada, y sentí que la flecha que apuntaba a mi cabeza se acercó un poco más, al punto de rozar la piel de mi frente. Pero no le presté atención, porque es ese momento solo podía pensar en lo que tenía frente a mis ojos, solo tenía cabeza para la herida que Andrew tenía en el cuello, la cual no dejaba de sangrar.
—Margen... de error —lo oí susurrar, en medio de un jadeo, pero sin cambiar la apariencia de sus ojos.
Me quedé pasmada, sin tiempo para asimilar lo que acaba de decir, porque entonces, de la nada, su cuerpo se iluminó. A pesar de su mirada ausente se las arregló para formular un único conjuro, uno que encendió su cuerpo en medio de una luz abrumadoramente amarilla, igual a la intensa luz del sol.
Brilló, brilló y brilló, como un gran faro; sus brazos, su cabeza, su cuerpo entero se iluminó de repente, emitiendo una luz cada vez más y más cegadora, y no dejó de hacerlo por unos segundos. Oí la exclamación de Estano, confundida, y escuché la voz de At a poca distancia de donde me encontraba.
«—Es tu oportunidad, Ailyn. Estano se encuentra a tu izquierda, usa la luz para acercarte, pero mira en todo momento hacia el suelo.»
Usé mi espada para deshacerme de la flecha que me inmovilizaba, y cuando ésta ya no era un obstáculo me escabullí del cuerpo de Andrew y comencé a correr.
Moví mis pies tan rápido como pude, cuidando de no caerme y con los ojos puestos siempre en el piso. Sujeté con fuerza en mango de mi espada, e incliné mi cuerpo para mejor agilidad, mientras que la luz a mi espalda seguía creciendo a cada segundo. Le agradecí mentalmente a Andrew por darme esa oportunidad, por no dejar que el control de Estano lo consumiera, por regresar a nosotros, por regresar a mí.
Vi los pies de una mujer entonces, y pronto su cuerpo se hizo captable por mis ojos. Traté de que su aspecto no me afectara, pero aun así me tomó por sorpresa. Su piel estaba cubierta por escamas, doradas y brillantes, mientras en otras áreas era más verdosas, sin nada más que cubriera su piel que eso. Tenía las curvas de una hermosa mujer, pero su cuerpo no dejaba de ser sobrenatural y terrorífico, y un par de alas acompañaban su espalda, alas de murciélago del tamaño de su cuerpo.
Salté en cuanto estuve cerca, y al hacerlo me fijé en que poseía unos largos y sobresalientes colmillos de serpiente que causaban escalofrío, además de que aparte de eso su cabello no estaba constituido por hebras de cabello, sino por cientos de delgadas serpientes verdes.
Solté una exclamación de sorpresa al observar con atención su aspecto, mientras permanecía en el aire con mi espada trazada hacia ella. Por suerte sus ojos se encontraban cerrados, y sus brazos protegían sus ojos de la luz a mi espalda...
Entonces la luz a mi espalda cesó de repente. Gradualmente disminuyó, con rapidez, hasta que la inmensa oleada amarilla se convirtió en el tenue brillo del cuerpo de Andrew, más similar al aura que a un faro, consiguiéndome entrar en pánico.
Vi cómo los brazos de Estano descendían, dejando al descubierto sus ojos cerrados. Las serpientes de su cabello me observaron en ese instante, y todas ellas abrieron sus bocas en mi dirección, amenazándome. Los parpados de la Gorgona se abrieron lentamente...
«—¡Cierra los ojos!»
Obedecí, no sin antes asegurarme de que mi espada tuviera una ruta libre hacia la Gorgona. Mi cuerpo comenzó a descender, y cuando estuve segura de mi proximidad a ella estiré un poco mi espada, sintiendo en el acto cómo ésta realizaba un corte.
Oí el grito de Estano justo cuando aterricé en diagonal a ella. Me incorporé, y me giré en su dirección, aun con los ojos cerrados. Me concentré en su presencia oscura, sin disminuir la fuerza de mis manos en el mango de mi espada, a la expectativa.
«—No le diste a los ojos —comunicó At, cerca de mí—, pero estuviste cerca. La heriste en la cara, y cortaste varias de las serpientes de su cabeza. Ataca ahora que está distraída con su dolor.»
Avancé unos pasos, y entreabrí los ojos para saber cuál era su posición. Estaba de espalda hacia mí, así que aproveché eso y crucé mi espada sobre su pecho, con la punta justo sobre su ojo izquierdo. Se quedó quieta, inmóvil, mientras un líquido oscuro y espeso brotaba de su herida abierta.
Usé mi energía divina entonces, para aumentar la fuerza de mi mano izquierda, y apreté su brazo para que no pudiera usar su fuerza física. Me agotaba, pero era efectivo. Era por eso por lo que prefería los ataques con mi Arma Divina, así no consumía mi energía divina, me daba resistencia.
Hizo una mueca y buscó mis ojos, pero yo permanecí con ellos levemente abiertos y observando con fijeza su escapula. Era más alta que yo, pero aun así si se movía arriesgaría a ganarse una nueva herida por parte de mi arma.
Noté su cuerpo estremecerse de la impotencia, así que la sujeté con más empeño. Acerqué más la punta de mi espada a sus ojos, lista para cegar tan solo uno y cortar el vínculo que la unía a Andrew.
No obstante, algo cambió mis planes por competo.
El aleteo de un par de alas captó mi atención, y al observar qué era lo que sucedía me percaté de las acciones de Euríale. Se hallaba a varios metros, cerca del rio, donde Cailye permaneció todo ese tiempo con los ojos cerrados y el cuerpo doblado. Vi cómo tomó del cabello a la rubia, de una de sus coletas, y cómo ella soltaba un grito de miedo y dolor. La vi emprender vuelo con Cailye en manos, sujetándola como si no fuera gran cosa.
Cailye comenzó a llorar, a sollozar, a pedir ayuda, mientras la Gorgona la elevaba más y más. La observé, y me encontré con que sus ojos estaban fijos en mí, un par de ojos negros con una línea verde como un reptil. Un escalofrío me recorrió en cuerpo, una corriente eléctrica de preocupación, y no pude evitar que la fuerza que ejercía sobre Estano disminuyera.
Estano sonrió, igual que su hermana, mientras mi amiga se movía como lagartija sin abrir los ojos, desesperada por liberarse.
Busqué con la mirada a Andrew, y lo vi tirado donde lo dejé, con los ojos cerrados y la respiración regular. Estaba inconsciente, o mejor dicho, en pausa, Estano lo sumió en un estado de inactividad. No podría moverse, y dudaba que pudiera oír lo que sucedía. Examiné el lugar en busca de mi familiar, pero él no estaba por ninguna parte, había desaparecido.
«—No te preocupes por Dark, concéntrate en lo que estás haciendo. —No la vi, pero sí que la oí—. Euríale no hará nada con su mirada, pero puede envenenar a Artemisa con facilidad. Ten cuidado.»
Fruncí el ceño, molesta, y acerqué un poco más la espada a su ojo izquierdo.
—Deberías bajar esa cosa, Diosa Guardián, no vaya a ser que te cortes —dijo Euríale, con una sonrisa fría en sus labios, y halando aún más el cabello de Cailye—. Si lastimas a mi hermana envenenaré a tu compañera justo frente a tus ojos. Morirá en cuanto en veneno toque su piel, no tendrás tiempo ni siquiera de parpadear.
Una de sus serpientes se acercó al rostro de Cailye, acariciando con su lengua su mejilla mojada de lágrimas, a lo que Cailye en respuesta frunció los labios y movió sus manos para alejarla.
Tragué saliva, analizando mis posibilidades.
—No venimos a buscar pelea —confesé, pero ella ni se inmutó—. Queríamos hablar con ustedes, proponerles un trato, terminar con la discordia, con los conflictos.
Estano soltó una sonora carcajada.
—¡¿Un trato?! —se burló— ¿Ustedes quieren hacer un trato con nosotros? ¡Ja! Ustedes iniciaron los conflictos, no quieran dárselas de héroes ahora.
—Es por eso que venimos —continué—. Queremos arreglar lo que les hicimos, formar una alianza. Queremos cambiar las cosas, ofrecerles una vida mejor.
Esta vez fue Euríale quien soltó una sonora risa.
—Oímos lo que sucede, su guerra contra Pandora. —Acercó a Cailye a su cuerpo, donde sus serpientes siguieron acariciando con malicia su rostro—. No nos interesa los problemas que tengan con ella, pero, de unirnos a su lucha, no sería de su lado.
Me mordí la lengua, observando la seguridad con la que hablaba y lo firme que estaba respecto a su posición. ¿Era realmente posible formar una alianza con ellas?
—Será su enemiga también, quizá no ahora, pero en el futuro lo será. Si trabajamos juntas formaremos un futuro mejor, uno donde puedan vivir con libertar, sin ser humilladas por los dioses. Queremos curar las heridas que les hicimos y comenzar de nuevo.
Estano volvió a reírse, pero debido a mi magia sobre ella no podía mover su cuerpo para burlarse a gusto.
—¡¿Comenzar de nuevo?! Estás mal de la cabeza si crees que con unas cuantas palabras bonitas remediarás todo lo que los dioses nos han hecho. No cometeremos el error de confiar en ustedes dos veces.
Mi cuerpo se tensó y mi boca se frunció.
—¡No es un error! Somos diferentes a los dioses que les hicieron daño. Buscamos construir un mundo para todos, volver a empezar, olvidar lo que haya ocurrido. Buscaremos la forma de devolver a Medusa a la normalidad, anularemos la maldición. Tan solo les pedimos una oportunidad para demostrarles que en verdad nuestras intenciones no son malas.
Estano no se movió, y en igual medida Euríale permaneció con una mirada fría en sus ojos. Cailye se había quedado quieta, escuchando y oliendo a su alrededor, expectante igual que yo.
Por un momento hubo silencio, uno tenso, en el que noté que el cuerpo de Andrew se movía, intentando reaccionar pero sin mucho éxito. Sentí cómo mi energía divina descendía a gran velocidad, producto del tipo de hechizo que estaba usando; pronto me quedaría sin fuerzas para luchar. Entonces, tras un momento de tensión, Euríale habló, en tono gélido:
—No seas inocente, niña, tal vez tus discursos funcionen con los demás dioses, pero no con nosotras. —Su mirada se oscureció—. Hemos visto suficiente de este mundo, y hemos oído todo lo que se te ocurra. No nos aliaremos con dioses, mucho menos con la diosa que maldijo a nuestra hermana. No hay nada que puedas ofrecernos para unirnos a seres tan crueles y despreciables como ustedes. Puedes proponer lo que quieras, nuestra posición no cambiará.
Fruncí mi entrecejo, y ejercí más fuerza sobre el brazo de la Gorgona. Observé con detenimiento a mi amiga, que permanecía con los ojos cerrados, sin moverse, completamente inmóvil. Una mueca surcaba su rostro, y alcanzaba a notar la tensión a la que Euríale sometía su cabello.
Dudé. ¿Qué debía decirles que les hiciera cambiar de opinión? ¿Qué acción me permitiría ganar su confianza? No sabía cómo tratar con ellas, cómo razonar con su conciencia; no sabía cómo convertirlas en nuestras aliadas.
«—No son el tipo de alianza que buscas —advirtió At, pero no supe de dónde llegó su voz—. Créeme, no puedes apelar a su lado razonable, no tienen uno. Deja de verlas como posibles aliadas, o de lo contrario perderás a Artemisa.»
Noté cómo la hoja de mi arma titubeó, y Estano también debió notarlo porque una gran sonrisa se extendió por su piel escamosa.
—No te lo repetiré otra vez, suelta a mi hermana o despídete de tu compañera —apresuró Euríale, acercando más a Cailye a sus serpientes.
¿Qué estaba haciendo? Cailye estaba en problemas, se suponía que ellas eran el enemigo. Lastimaron a Andrew, querían que lo matara, y ahora me amenazaban con la vida de Cailye. ¿Era eso lo que quería? ¿Era eso a lo que Metis se refería? ¿Eso era lo que no estaba dispuesta a entregar?
¿En verdad quería que fueran nuestras aliadas? De todas formas, ¿cómo era que pensaba conseguir aliados sabiendo el rencor que muchos sentían hacia nosotros? ¿Así se comportarían todas las criaturas de Kamigami? ¿Cómo iba a lidiar con algo así?
«—Debes aprender que no todos están dispuestos a cambiar, Ailyn, debes aceptar que no a todos puedes volverlos tu familiar.»
Lo entendí, y no me gustó hacerlo. Sabía a lo que se refería At. Debía aprender a diferenciar a un enemigo de un candidato a compañero, o esas cosas terminarían sucediendo.
—Ai... lyn —oí que musitó Andrew, desde el suelo, con apenas fuerzas de hablar.
Sabía que debía cortar el vínculo que compartían Estano y Andrew, sabía que debía ayudar a Cailye y enfrentar a Euríale, y sabía que debía hacerlo rápido o Medusa llegaría. Lo podía sentir, su presencia se hacía más y más fuerte a cada segundo. Pero aun así, todavía no quería actuar. No quería tomar esa decisión, no quería equivocarme al tomarla.
—Ailyn —habló Cailye, en voz baja y temblorosa. La vi tragar saliva y luego abrió su mano; contemplé la tenue luz amarilla que emitía su palma, una magia de la cual la Gorgona no se había percatado—. Está bien.
Miré a Euríale, y al contemplar cómo una de sus serpientes abría su boca sobre el cuello descubierto de mi amiga, tomé una decisión.
Moví mi espada sin aviso previo, realizando un el corte justo sobre su ojo. Oí el grito agonizante que desgarró la garganta de la Gorgona, y entonces solo tuve unos segundos para moverme.
Dejé caer a Estano al suelo, en medio de un sollozo aturdidor y con un líquido oscuro saliendo de su ojo izquierdo mientras ella trataba de detener el dolor y la hemorragia. El efecto de su magia sobre Andrew se anuló, devolviéndole la movilidad completa sobre su cuerpo.
El aleteo de las alas de Euríale dominó el ambiente. La Gorgona, aun con Cailye en su poder, nos dedicó una mirada cargada de odio, de ira... y gritó. Gritó, pero no gritó de furia, gritó de dolor. Desvié la mirada hacia Cailye, y vi cómo la rubia usaba un intenso rayo de luz plateada, justo sobre la piel escamosa de la Gorgona.
Euríale gritó con más fuerza, pero aun así Cailye no retiró su mano del brazo de la Gorgona, por el contrario, ejerció más fuerza y más poder, obligándola a soltarla. No obstante, tal parecía que se negaba a dejarla ir.
Intuí el acto de la serpiente mucho antes de comprobar su movimiento. No alcancé a advertirle, o a usar algún conjuro a tal distancia, solo vi cómo una de las serpientes más grandes de la cabeza de la Gorgona se dirigía a toda velocidad hacia el brazo de mi amiga.
Sin embargo, Andrew fue más rápido. No supe en qué momento tomó su arco, solo percibí el brillo mágico de su flecha cuando ésta atravesó la cabeza de la serpiente, cortando a la serpiente a la mitad y salvando a su hermana.
El grito de Euríale se mezcló con el de Estano, al mismo tiempo que, debido al dolor, la Gorgona que retenía a Cailye abrió su mano, liberando a mi amiga de su agarre. Vi cómo el cuerpo de la rubia se precipitó hacia el suelo, y cómo la sombra de Andrew se movió hacia ella para ayudarla...
Pero no pude ver nada más, porque entonces llegó, ella llegó, y llegó con dolor.
El ruido de los gritos de las Gorgonas me impidió oír el sonido del golpe, pero sí que sentí el dolor extenderse por mi espalda, justo cuando mi cuerpo se dirigió al suelo como un muñeco. Rodé, rodé y rodé por el césped, como un objeto inerte, presa del dolor paralizante que invadió mi cuerpo.
Gemí en cuanto me detuve; tosí, y al hacerlo pude sentir el sabor metálico en mi lengua. No supe si me mordí la lengua o fue algo más grave, porque la adrenalina que recorría mis venas y el caos a mi alrededor poco me dejó entender mi propio cuerpo. Dolía, vaya que dolía; no me alcanzaba a imaginar la cantidad de poder que usó en ese golpe.
Tardé un segundo en reaccionar, y al hacerlo no tuve tiempo de recuperarme, porque pronto llegó un golpe más, esta vez en mi cabeza. No supe qué fue exactamente lo que me golpeó, pero el dolor tan espantoso que dejó el impacto me aturdió por varios segundos. No tuve ni siquiera fuerza para gritar.
Di más vueltas en el césped, sin tener control sobre mi cuerpo; solo tenía fuerza para sujetar mi espada, nada más. Vi borroso... No, de hecho, no vi nada, no oí nada... no sabía qué era lo que estaba pasando.
Mi mundo vio vueltas, no me podía mover, no podía pensar con claridad... todo estaba tan confuso, tan... ajeno... Todo solo... solo dolía.
Dejé de oír mis propios pensamientos en cuanto el tercer golpe llegó, pero esta vez no supe de donde, no sabía dónde estaba mi cuerpo ni en qué posición. Tan solo sentí el impacto contra mi abdomen, y el dolor muscular que eso me provocó. Intenté gritar de dolor, pero la voz no le salía, mis cuerdas vocales no me respondían.
Volví a toser sangre, y alcanzaba a escuchar una voz que me llamaba, pero todo estaba demasiado borroso y confuso.
Intenté mejorar mi visión, pero para cuando supe que me encontraba a la orilla del rio una nueva ola de dolor se apoderó de mí. Sentí los cortes antes de oler la sangre, pero esta vez sí pude gritar.
Grité, con toda la fuerza de mis pulmones, sin noción del mundo que me rodeaba. Sentí las cortadas en mis piernas, en mis brazos, en mi espalda, en mi pecho, en mi rostro... Todo yo ardía, ardía cada centímetro de mi piel, incluso donde estaba sana. Dejé de gritar cuando se fue mi voz debido a un nuevo golpe que aterrizó en mi garganta. Me atraganté con mi propia sangre, y quise que eso se detuviera, quería que el dolor parara.
«—¡Tus ojos, Ailyn!»
No podía pensar, no podía respirar... no me podía mover... Y aun así me las arreglé para cerrar mis ojos. Dejé salir el aliento, sin la energía y la fuerza para hacer algo al respecto.
No sabía qué había sucedido con los demás, pero tampoco tenía cómo saberlo. No oía nada, no percibía la magia de mis amigos, no sentía sus presencias... Nada. Era como si me hubiera transportado a otro lugar...
Sentí una mano sobre mi cabeza, grande y de baja temperatura; sentí cómo sujetó toda mi cabeza con una sola mano, enterrando sus uñas en mi frente y mi cuero cabelludo, y luego me levantó. Mi cuerpo abandonó la firmeza del suelo, ni siquiera mis pies alcanzaron el césped cuando aquella criatura me tomó de la cabeza y me mantuvo así, en lo alto, por unos segundos.
Podía sentir los cortes de mi piel, los golpes en mi cuerpo, el sabor a sangre en mi boca, y la debilidad de mis pulmones al respirar. Me sentía mal, horrible, así debía de verme también. No me moví, no parpadeé, no respiré mientras sentía cómo aquellas garras se enterraban más y más en mi piel.
Un gemido se escapó de mis labios entonces, debido al dolor que ejercía la mano en mi cabeza, y en respuesta la fuerza con la que me sujetaba disminuyó. Quería saber si seguía con vida.
—Humm... qué bien, pensé que te había roto antes de tiempo —murmuró una voz femenina frente a mí, en tono agrio y molesto—. Debes permanecer viva, Atenea, debes pagar con cada uno de tus gritos lo que me hiciste; me quedaré con tus lágrimas, con las gotas de sangre que derrames, hasta que tu existencia sea solo dolor, como lo es la mía.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, doliendo por donde pasó por cada una de las heridas que tenía. Sabía de quién se trataba, lo sabía y aun así no tenía ni idea de cómo zafarme de ella.
Necesitaba ayuda. Mi cuerpo no me obedecía y el dolor no me dejaba pensar con claridad. Solo sabía... que necesitaba a alguien, el que fuera.
—Y no esperes un milagro, porque mis hermanas se encargarán de tus compañeros —continuó, leyendo mi mente—. Somos tú y yo, diosa de la sabiduría. Por fin, después de tantos años somos tú y yo. Es hora de ajustar cuentas.
Quise tragar saliva, pero no pude; mi garganta ardía y mis cuerdas vocales dolían. Mi energía divina estaba en un nivel muy bajo, a ese ritmo ella me heriría más rápido de lo que podía regenerarme. Podía sentir cómo mis órganos internos regresaban a su lugar, pero el dolor seguía ahí, y mis heridas todavía eran palpables.
El sonido de las serpientes acarició mis oídos, y luego lo hicieron sus lenguas. Roces diminutos pero cargados de amenazas se esparcieron por mi rostro y por las partes de mi piel expuestas debido a los pedazos de mi ropa faltantes. Me estremecí, y sentí a centímetros el rostro de Medusa.
—¿Empezamos de una vez? Aun no te he hecho nada de lo que tengo en mente.
No necesitó respuesta.
La gravedad en mi cuerpo cambió, de un segundo a otro sentí mi cuerpo volar por el aire, como un trapo viejo. Sentí el impacto contra el suelo un segundo más tarde, provocando una reacción en cadena de dolor en todos mis demás golpes. Quise gritar, pero ni siquiera eso pude conseguir. El sonido... No, mi conciencia quería alejarse de mi cuerpo, se quería desconectar.
Me había lanzado, o mejor dicho, estampado contra el suelo. Di un par de vueltas, pero sabía que no estaba tan lejos de ella como me habría gustado. La oí acercarse, percibí el sonido de sus serpientes eufóricas cada vez más cerca.
—Te pedí ayuda —comenzó cuando estaba frente a mí, con palabras cargadas de rencor, con sed de venganza—. Te pedí ayuda y me la negaste.
Sentí su mano nuevamente sobre mi cabeza, y acto seguido el impacto abrupto de mi cabeza contra el suelo. Me golpeó la cabeza contra la tierra una, dos, hasta tres veces, como si de un muñeco se tratara. La presión de mi cráneo aumentó, en la misma medida que percibía cómo mi lucidez se quería apagar. Algo se rompió dentro de mi cabeza, quizá mi cráneo, y todo me dio vueltas y vueltas.
—Te supliqué que me protegieras —reclamó en voz alta, cerca de mi oído—. Tenía tanto miedo, tan solo quería que alguien cuidara de mí, alguien que me dijera que todo estaría bien; necesitaba oír que no era mi culpa. Pero no lo hiciste, por el contrario, me culpaste de la situación, aseguraste que fui yo la responsable de lo que me sucedió.
Haló mi cabello, levantándome del suelo con rapidez, para luego lanzar mi cuerpo contra los árboles cercanos. Mi espalda impactó contra varios árboles secos, derrumbándolos en el proceso debido a la fuerza que la Gorgona aplicó en lanzarme. Oí el sonido de la madera romperse, pero no estaba muy segura si se trataba de eso o de mis huesos. Mi espalda dolió, ardió con intensidad, hasta que una gran superficie detuvo mi trayecto. Lo sentí como una roca, pero bien podría haber sido un muro o algo más.
Escupí sangre, y mi cuerpo se deslizó por la superficie como un objeto inanimado. Temblé, como un espasmo nervioso. Y esperé. Sabía que ella se acercaba a mí.
—Sentí más dolor por tu rechazo que por lo que él me hizo. —El tacto de su mano sobre una de mis cortadas me alteró, provocando un ligero brinco en mi cuerpo casi imperceptible. Hundió sus dedos en la herida abierta, a lo que en respuesta solo pude gemir de dolor—. Y no contenta con insultarme me lanzaste una maldición. ¡Tuviste el descaro de castigarme por algo que no fue mi culpa! Argumentaste deshonra, alegaste que no querías volver a ver mi rostro nunca más, y me convertiste en un monstruo.
Un golpe contra mi mejilla llegó entonces. Un puño, con la suficiente fuerza para mover mi cuerpo por el suelo unos metros más. El dolor se extendió por todos los demás golpes, como si estuvieran conectados, reviviendo la sensación una y otra vez.
—No sabes cuánto me arrepiento de haberme convertido en tu sacerdotisa. Eres el peor error que cometí, el monstruo más asqueroso con el que me he topado. Me diste la espalda cuando más te necesité, igual que toda tu especie. Te odio más a ti que a Poseidón por lo que me hizo.
Lo sabía, sabía que de seguir así me iba a matar. Sabía que debía hacer algo o terminaría desmayándome del dolor, pero mi mente no me respondía, mi cerebro estaba bloqueado. Pero ¿qué debía hacer? Disculparme no funcionaría, rogar por mi vida tampoco, huir menos, y enfrentarla en mi estado era imposible...
No obstante, una parte de mi mente, esa que permanecía siempre sellada, me gritaba, me imploraba que sobreviviera, que no muriera.
«Levántate» me dijo esa parte de mí. «No te dejes morir, no dejes que te mate. Aférrate a la vida con tus uñas si es necesario» «Debes vivir»
Conseguí mover mis manos, y poco a poco mis brazos, consiguiendo como respuesta el dolor conjunto de mis heridas. Apreté los ojos con fuerza, y con la poca fuerza que mandé a mi brazo derecho conseguí anclar mi espada al césped. La dejé ahí, anclada al suelo, como lo hacía a menudo, y me sostuve de ella como mi forma de aferrarme a la vida. Apoyé mi peso en mi Arma Divina, sufriendo de pequeños espasmos en todo mi cuerpo debido al dolor, y conseguí incorporarme así fuera un poco.
Medusa llegó hasta mí. Sentí su mano gélida en mi barbilla, sus uñas rozando mi piel herida.
—No servirá de nada que intentes resistirte, eres mía ahora, tu vida me pertenece, como la mía te perteneció hace mucho, mucho tiempo.
Tomé aire, intentando despejar mi mente y pensar en algo antes de que llegara su próximo golpe, pero no conseguía nada en concreto.
Noté la sombra sobre mis parpados y sentí el cosquilleo en mi piel ahí donde las serpientes acariciaban... y supe lo que quería hacer. Apreté con más fuerza mis parpados, pero Medusa ubicó su mano sobre mi cuello, donde la herida que me hizo aun no comenzaba a regenerarse, y ejerció presión.
La resistencia de mi cabeza cedió, y con ella mis parpados. Dejé salir aire, y la voluntad se me escapó de mis dedos como el agua.
—Mírame a los ojos, Atenea, mira en lo que me convertiste y sé parte de tu propio castigo. Comienza a pagar por tus crímenes.
Comencé a abrir los ojos, con lentitud, dejando entrar de a poco la luz del ambiente. Vi primero su cuerpo, sus hombros y su pecho, cubierto de escamas verdes brillantes y preciosas; contemplé las serpientes que alcanzaban su cuello, sus diminutos ojos rojos y sus lenguas violetas; divisé su mentón, su ausente sonrisa y la mueca que ocupaba su lugar... Y así fui abriendo los ojos...
Hasta que una nueva aura llegó. Sentí su presencia cerca, como un grito de esperanza, la esencia de un Ser de Luz que nunca había percibido. Oí el aleteo de un par de alas, y una brisa angelical acarició mi piel; y luego vi la pluma. Una pluma dorada descendió del cielo y cayó por la espalda de Medusa, la observé, sin querer mirar hacia arriba por temor a encontrarme con los ojos de la Gorgona, y entonces solo pasó...
Vi el líquido oscuro caer en pequeñas gotas frente al rostro de Medusa, para luego caer en mis mejillas. El agarre de Medusa se deshizo de repente, aruñando mi piel en el proceso.
Me quedé quieta, mientras oía el grito que lanzó la Gorgona al aire. Mis oídos cimbraron debido al ruido que llegó, y luego todo el piso bajo mis pies se movió. Por un segundo me encontré perdida, sin saber qué ocurría, hasta que decidí levantar la cabeza y observar con mis propios ojos qué pasaba.
Lo hice, y al fijarme en mi entorno me di cuenta de varias cosas que no me pude haber imaginado de otra forma: la mayoría de los árboles a mi alrededor estaban destrozados, igual que el suelo donde mi espada se hallaba anclada y donde antes mi cuerpo había impactado; no me encontraba cerca del lugar inicial, como tampoco estaban cerca mis amigos; alcanzaba a oír atisbos de lucha, pero mi mente seguía demasiado confundida como para estar segura.
Me enfoqué un poco más, y así descubrí que Medusa se hallaba varios metros lejos de mí, con ambas manos sobre sus ojos, el cuerpo encorvado y sus alas de murciélago extendidas en su espalda. Su piel estaba cubierta de escamas, sin nada más que miles de escamas de diferentes y brillantes colores cubriendo su cuerpo. Todas sus curvas resaltaban, dejando ver una silueta esbelta, sin nada oculto.
En verdad era hermosa, a pesar de su maldición; sin embargo, lucía sumamente afectada... Y ahí noté que al suelo caían pequeñas gotas de lo que fuera que corriera por sus venas, provenientes de su rostro. Estaba herida, pero no podía asegurar que aquella herida fuera de sus ojos.
La brisa del batir de un par de alas captó mi atención, y al levantar un poco más mi cabeza la vi...
Un ángel.
Eso fue lo primero que pensé en cuento las alas doradas, grandes, llenas de plumas brillantes, cruzaron por mi campo visual. Se veía gloriosa, poderosa, como un verdadero guerrero. La poca luz del ambiente jugó con el color puro y reluciente de sus alas, hipnotizándome por un segundo.
La vi sobrevolarme, con su ruta clara hacia la Gorgona que aún no se recuperaba del ataque sorpresa de la recién llegada. En cuanto se alejó lo suficiente de mí pude detallar su figura femenina, pero a esa distancia no podía ver nada más aparte de que su cabello resaltaba sobre sus alas gracias al rojo encendido que poseía.
Medusa extendió por completo sus alas oscuras, a la par de las serpientes de su cabello. Emitió un fuerte rugido, consiguiendo que las serpientes que tenía en la cabeza se alargaran. Observé cómo crecían en obediencia a la Gorgona, cómo se expandían en mi dirección.
Abrí los ojos tanto lo que pude debido a los golpes mientras las cabezas de las serpientes se me acercaban a gran velocidad, todas con sus bocas abiertas y con la furia de Medusa en sus ojos.
Pero no alcanzaron a llegar, porque un segundo después un vidrio rojo, cristalino y brillante, apareció frente a mí, interponiéndose entre las serpientes y yo. El impacto contra la pared de vidrio no tardó en llegar, cada una de las serpientes golpeó la pared, intentando atravesarla, pero sin mucho éxito, hasta que comenzaron a hacerlo juntas, al mismo tiempo. Noté una pequeña grieta, que conforme aumentaban los golpes se hacía más grande.
Por el rabillo del ojo noté los rápidos movimientos de la mujer alada, pero se me hizo imposible seguirlos debido a que lo que tenía justo frente a mí captaba toda mi atención.
El sonido del vidrio agrietarse me preocupó. No tenía energía suficiente para moverme, y a pesar de que el proceso regenerativo había comenzado el dolor de mis heridas seguía ahí.
Observé cómo el vidrio se dividía en miles de partes antes de romperse, y justo cuando el sonido de la pared siendo destruida por los ataques de las serpientes predominó el lugar, sentí la fuerza de alguien sobre mi cuerpo. Fue rápido, tanto que no alcancé a registrar el tacto de aquella persona sobre mí cuando usó sus brazos para alejarme de ahí con un salto.
El mundo dio vueltas antes de sentir de nuevo la seguridad bajo mis pies, al tiempo que todas las heridas de mi cuerpo reaccionaban ante el movimiento. Intenté mantenerme en pie, pero mis piernas temblaban y mi espada ya no era suficiente para ayudarme con el soporte. De no haber sido por la presencia de mi familiar en ese momento, dándome un apoyo firme donde sostenerme, me habría caído.
Kirok cruzó mi brazo sobre su hombro, dándome más soporte, mientras sus ojos rojos brillaban al observar las múltiples heridas que cubrían mi piel. Debía parecer un saco de boxeo; era todo un milagro que pudiera poner un pie frente al otro.
—¿Dónde te habías metido? —murmuré, sin fuerza para hablar—. Creí que estabas herido...
Me acercó más a su cuerpo, permitiéndome verificar que en efecto se encontraba libre de cualquier herida de gravedad. Estano dijo que lo hirió, que casi lo mataba, entonces ¿cómo podía moverse de esa forma?
—No, eso fue lo que le hice creer a esa bruja. —No me miraba a mí ahora, parecía estar buscado algo desesperadamente—. Necesitaba tiempo para ir por alguien, alguien capaz de enfrentar a Medusa. —Apuntó a la mujer alada que se hallaba volando sobre la Gorgona—. Fue plan de At, ella me obligó. No te preocupes por ella, es una vieja amiga de Atenea, estará bien sola.
No pregunté nada más, no dije nada más, en parte porque mi cabeza no seguía funcionando bien y en parte por el cansancio y dolor que me invadían era demasiado.
—Ven, debemos reunirnos con At. Es mejor que te alejes de Medusa, si estás cerca ella no podrá derrotarla.
Creí haber asentido, pero no estaba segura. Empezamos a caminar, aunque más se trataba de Kirok cargando mi peso muerto, mientras una intensa luz blanca se alzaba a nuestra espalda y el viento soplaba con fuerza en esa dirección. Alcancé a notar con mi periferia los movimientos de la mujer alada, y del cabello sin control de Medusa moviéndose como una bestia furiosa.
Hubo una explosión, y de no haber sido por el agarre de Kirok me habría tumbado al suelo. Mi familiar me sostuvo con más fuerza, ayudándome a caminar y compensando mi falta de energía, pero en realidad mis pies solo se arrastraban. Avanzamos, dejando atrás la pelea entre la mujer alada y la Gorgona.
Caminamos unos metros, rio arriba por unos segundos, hasta que su voz llegó a mis oídos. Primero lejos, luego demasiado cerca.
—Ailyn... —susurró Andrew, mi Andrew, el Andrew que yo conocía.
Lo oí antes de sentir su presencia, y para cuando levanté la cabeza él ya estaba frente a mí. Sus ojos lucían preocupados, y sus músculos estaban tensos; múltiples golpes cubrían su cuerpo, algo que no tenía cuando Medusa apareció, y su ropa estaba sucia, muestra de que estuvo rodando por la tierra. Era evidente que había luchado.
Sus ojos se conectaron con los míos por un momento, y pude ver en ellos el reflejo de mi estado. Noté cómo apretó la mandíbula, y el ceño fruncido de su frente era imposible no verlo, además de que sus manos las apretó en puños.
No supe si fui yo quien se alejó de Kirok, o si fue él quien me soltó, pero apoyaba más la primera; tan solo fui consiente de faltarme un pilar que me sostuviera, y en consecuencia mi cuerpo se inclinó hacia adelante, sin fuerza. Me choqué con el pecho de Andrew, algo reconfortante y tranquilizador. Por un segundo olvidé a las Gorgonas y a la mujer alada, tan solo me quedé así, disfrutando de mi pequeño respiro, hasta que Andrew me apartó.
Sus ojos recorrieron mis golpes mientras sus manos me alejaban de él para obligarme a sentar. Lo hice sin oposición, no podía rebatir en ese estado, tan solo me dejé caer en el césped al tiempo que sus dedos tocaban algunos de los golpes que aún eran visibles en mi piel. Me fijé en su cuello entonces, y comprobé que en efecto la herida de mi Arma Divina estaba ahí; ya no sangraba tanto, pero no se había cerrado aún. Era natural, las heridas de Armas Divinas no sanaban tan fácil, necesitaban tiempo.
Ubicó sus manos con las palmas hacia mí, y cerró los ojos para recitar un conjuro. Una luz azul emitió sus manos, una luz mágica que recorrió mi cuerpo como una suave caricia, abarcando cada centímetro de mi piel. Fue una sensación relajante mientras duró, como un curso de yoga, haciéndome sentir mejor. El dolor se redujo drásticamente, permitiéndome mover sin sentir las consecuencias.
—Me alegra que estés bien —comenté, pero la mirada de Andrew seguía siendo dura. Estaba enojado, no conmigo, pero sí molesto—. Has mejorado mucho con la magia curativa, se siente demasiado bien.
Silencio, por unos segundos. Me miró a los ojos, con una fijeza preocupante. Pensaba, no sabía en qué ni de qué forma, pero su mente estaba ocupada sin duda.
—Bastará por ahora, pero debes darte un baño en el rio cuando no haya peligro —aconsejó, ignorando mi comentario. La mirada de sus ojos se suavizó, ahora había más compasión en ellos. Estiró su mano y acarició mi cabeza con ella, un gesto tierno pero que no pude evitar pensar que tenía un significado oculto—. Te lastimó demasiado, una persona normal habría muerto con el primer golpe. No olvides que no eres inmortal, sigues siendo humana al final. Debes cuidarte, Ailyn.
Asentí, sin añadir nada más. Sentí que no era precisamente el momento de hablar. Si podía moverme podía luchar, y al final Medusa era mi problema, debía hacer algo contra ella, no dejárselo a aquella mujer alada caída del cielo.
—¿Dónde están las otras dos? —preguntó Kirok al aire, refiriéndose a las Gorgonas.
Cailye estaba a unos pasos de nosotros, observando el bosque con cierta desconfianza, y olfateando el aire como un sabueso. Al menos se veía bien, para lo que pasó ella era la menos herida.
Ninguno de los hermanos tuvo la intención de responder.
«—Huyeron cuando ella llegó. —Busqué a mi alrededor, hasta que vi a At salir de entre las sombras de los árboles secos que conformaba el bosque—. Están cerca, no bajen la guardia.»
Tanto Andrew como Kirok asintieron, en cambio Cailye estaba muy ocupaba olfateando el aire. Me quedé unos segundos en mi lugar, mientras guardaba mi espada en su funda para no perderla por accidente. Mantuve mis sentidos alerta, preparada para lo que llegara, pero lo único captable era el polvo resultante de la batalla de la mujer alada contra Medusa. El ruido atrapaba nuestra atención, pues era imposible pasar por alto el escándalo que ambas estaban armando.
—¿Quién es la que está luchando contra Medusa? —quiso saber Andrew, en tono sombrío y desconfiado. Estaba a mi lado, alerta, con los ojos entrecerrados y una mirada oscura.
Eso era algo que yo también quería saber.
At estaba demasiado lejos de nosotros como para detallar sus gestos faciales, tan solo permanecía en su lugar, como una estatua.
Vi que abrió la boca para contestar, pero algo la interrumpió.
Su energía llegó de repente, ni siquiera Andrew las vio llegar, cuando lo supe se dirigían hacia nosotros, como un meteorito. Tanto la mujer alada como la Gorgona se hallaban a metros de nosotros, volando en nuestra dirección, enrolladas en ellas mismas, creando una extraña combinación de alas emplumadas doradas y alas de murciélago.
Andrew tomó mi cabeza y la agachó justo cuando ocurrió el impacto, al mismo tiempo que Cailye se tiraba al rio para huir de su trayectoria.
El ambiente se cubrió de una capa grisácea proveniente de la tierra, mezclada con la niebla del lugar, producto del choque. El olor a eucalipto aumentó, y el poco cielo visible quedó cubierto por una densa capa que limitó bastante nuestra visión.
Tosí, igual que Andrew, y ambos nos fijamos en los dos cuerpos que acababan de llegar que debido a la cantidad de tierra en el aire no eran más que dos manchas. El chico a mi lado tomó su arco es cuestión de segundos, y para cuando pude ver más allá de mis manos él ya tenía una flecha mágica lista para soltar. Sus ojos brillaban con un filo aterrador, una mirada seria, concentrada, atento a cualquier movimiento, sin dejar de ser escalofriante.
La mujer alada se movió, y tras unos cuantos movimientos consiguió incorporarse. Sacudió sus alas de la tierra y las extendió; eran más grandes que su cuerpo, lo que la hacía lucir más pequeña. Sus alas eran amenazantes. Su cabello brillaba a pesar de la oscuridad del ambiente, brillaba como las llamas encendidas, y estando tan cerca de ella pude notar que vestía un traje que dejaba al descubierto sus piernas, con tela en los lugares necesarios para que pudiera moverse con libertad.
Me acerqué un poco más a ella, y cuando estuve a unos tres metros pude entender por qué era la única que podía enfrentar a Medusa. La mitad de su rostro estaba cubierto por una máscara que ni siquiera tenía los orificios de los ojos. Sus ojos, su frente y parte de su nariz permanecían ocultos bajo una máscara de relieve precioso y detalles notorios que la hacía ver como una reliquia.
«—Son pocas las deidades que pueden luchar a la perfección con la ausencia de alguno de sus sentidos o extremidades, se necesita un alto nivel de habilidad —explicó At, apareciendo en mi campo visual—. Ella es una de las diosas más peligrosas que conocerás, y también de las más poderosas. Tienes suerte de que esté de tu lado.»
Me quedé observando a la imponente diosa que estaba frente a mí, tanto que no me di cuenta de que ella no era la única que se estaba recuperando de la caída. Las alas y las piernas de Medusa se movieron, pero no parecía tener la fuerza suficiente para levantarse.
Desde mi ángulo no alcanzaba a observar su cabeza, por lo que estaba lejos de su mirada petrificante, pero la mujer alada tenía completa visión de su rostro.
La diosa puso uno de sus pies descalzos sobre la Gorgona para que no siguiera moviéndose. Observé con más detalle el rostro de la diosa alada, y descubrí que una enorme sonrisa surcaba sus labios rojos. No era una sonrisa de satisfacción o superioridad, era ese tipo de sonrisas macabras que lucían los asesinos en serie deschavetados.
Tragué saliva por impulso; esa sonrisa me puso nerviosa.
Noté que Andrew no relajaba su arco, y que Kirok también permanecía atento a lo que sucediera justo detrás de mí. Vi cómo Cailye salía del rio, totalmente empapada y temblando de frio; ella se encontraba más lejos de nosotros, pero aun así su atención estaba con la nuestra.
—No te metas, diosa de la victoria, esta no es tu guerra —masculló Medusa—. Mis problemas son con Atenea, no intervengas.
La diosa soltó una gran carcajada, ignorando a todos los presentes.
—No estás en posición de decir esas cosas, Gorgona —rebatió la diosa, con una voz firme pero divertida—. Y, además, si es su guerra también es la mía.
El mango de una espada se materializó en la mano izquierda de la diosa, para luego dar paso a la hoja; pequeñas luces doradas cubrieron la espada hasta que estuvo completa. Se parecía un poco a la mía, pero ésta era completamente dorada, desde el mango hasta la hoja, toda ella parecía hecha de oro.
Apuntó su espada a Medusa, y la levantó en alto como una guillotina. Leí sus intenciones enseguida, y estuve cerca de lanzarme sobre ella para detenerla justo cuando una nueva capa de tierra se levantó.
Todo quedó cubierto por una ventisca cargada de tierra grisácea y madera que se hallaba en el suelo, por unos cinco segundos eso fue lo que ocurrió. Hasta que la diosa alada usó sus gigantescas alas para romper la capa y despejar la visión de la escena con un solo movimiento unánime de sus alas.
Cuando todo regresó a la normalidad Medusa ya no se encontraba en el suelo, y la diosa de cabello en llamas tan solo se quedó en su lugar, con la espada en sus manos y una expresión seria.
Sin embargo, la Gorgona todavía estaba cerca, podía sentir su presencia... No, la presencia de sus hermanas estaba con ella.
Me giré por instinto, igual que Andrew, y justo cuando lo hice me topé con un par de ojos brillantes frente a los míos, alineados y a centímetros...
Mi cuerpo se paralizó por un segundo, pero los milisegundos que aquellos ojos permanecieron así fueron tan escasos que no alcancé a desenfundar mi espada o siquiera moverme, y para cuando Andrew soltó su flecha aquella mirada había desaparecido. Esa era la mirada de Euríale.
—Vengaré a mis hermanas, Atenea —susurró la voz del viento—. La próxima vez que nos veamos no estaremos solas.
Y despareció. Tanto la presencia de Euríale como la de Estano y Medusa se esfumaron. No quedó rastro de su energía divina ni de sus esencias. ¿Habrían atravesado una grieta dimensional? No, sería mucha casualidad que hubiera una justo en ese lugar y en ese momento.
Hubo un segundo de quietud y silencio, hasta que una risa comenzó a ganarse la atención de todos los presentes. Me giré de nuevo, escuchando poco a poco cómo aquella risa tomaba volumen, y para cuando volví a mi posición normal me encontré con una mujer alada riendo como una loca.
Tanto los hermanos como yo nos limitamos a observarla, hasta que su risa adquirió nuevos niveles y soltó una carcajada que bien podría haber despertado a todos los seres vivos de ahí al portal. Más que felicidad eso parecía demencia. Rio tanto que su máscara se cayó, dejando al descubierto sus ojos dorados y el maquillaje decorativo del mismo color que los acompañaba.
Sus curiosos ojos dorados junto a su siniestra y preocupante risa resultaban aterradores. Me percaté del brinco que pegó Cailye, y de la confusión en el rostro de Andrew, mientras yo tan solo me limité a observarla sin saber qué pensar. De alguna forma, esa diosa... parecía un poco loca.
—Oh, vaya, otra vez huyeron. Siempre que las alcanzo es lo mismo —mencionó, más para sí misma que para nosotros. ¿Sí estaría consiente de nuestras presencias ahí?—. Pero Aracne debe estar cerca, me desquitaré con ella. Hace tiempo que no la pongo en su lugar.
Le lancé una mirada interrogante a Kirok, a lo que él dejó salir una sonrisa ladeada y se acercó a la diosa. At observó en silencio, atenta a lo que ocurría.
—Ya vasta, la vas a asustar. —Mi familiar posó su mano sobre el hombro de la diosa, a lo que ella mostró sus dientes en una gran sonrisa—. Te dije que es diferente a lo que recuerdas, no está acostumbrada a la extravagancia de los de tu clase.
Los ojos de la diosa se cruzaron con los míos, penetrantes y vibrantes ojos dorados. Me miró de arriba abajo, y se me acercó. No dejó de observarme en el trayecto, y cuando estaba más cerca movió sus alas y las plegó a su espalda; éstas, en respuesta, desaparecieron en medio de luces doradas.
Ya frente a mí me di cuenta de que tenía casi la misma altura que Daymon, y por su físico lucía joven, a pesar de que yo sabía que todos los dioses eran jóvenes y hermosos, ella parecía más natural que ellos.
Sonrió con más amplitud en cuanto terminó de observarme de pies a cabeza, y posó sus ojos sobre los míos. Pasaron unos segundos, hasta que de la nada la diosa se me lanzó encima y me rodeó con un fuerte abrazo. Me estrujó en sus brazos, emocionada.
—¡Ha pasado tanto tiempo! Oh, vaya, tengo tantas cosas que contarte, han pasado muchas cosas desde que te vi por última vez. —Se apartó unos centímetros de mí—. Sin ti no hay ley ni orden en ninguna parte, hice lo mejor que pude, pero muchos no me escuchan, hacer tu trabajo estos años ha sido agotador, lo bueno es que ya estás aquí y puedes...
Alejé sus manos de mis hombros, logrando que por un momento se callara, y miré de nuevo a Kirok en busca de respuestas. Él se acercó, con una sonrisa socarrona en sus labios, contemplando la escena con gracia mientras Andrew lo hacía con suma desconfianza.
—Luz, ella es Niké, diosa de la victoria —explicó—. Tu más grande aliada a partir de ahora.
La miré entonces, con su gran sonrisa y su cabeza asintiendo con energía. Y sonreí también, aun confundida y trastornada.
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