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6. Antes de irme

Hungover - Kesha

Atravesé la puerta justo cuando mis amigos bajaban del tribunal, los cuatro a tropeles, sin perder un segundo, y con Kirok como mi sombra.

Mis pies descalzos dejaban un rastro en el suelo debido al choque de temperatura mientras avanzaba, y la túnica que me cubría se arrastraba por el suelo. Con la cabeza gacha y mis manos jugueteando entre sí, nerviosa, sin saber qué decirles a mis amigos.

Tragué saliva en cuento los vi a un par de metros de mí, y frené en seco, igual que Kirok. Observé a Sara, Cailye, Daymon y Evan, frente a mí, con sus ojos sobre los míos. Mi cuerpo tembló, pero mi voz no salió. Quise empezar por explicarles lo que ocurría, hacerles entender por qué lo hice, pero no fui capaz de hablar.

Las miradas de Sara y Evan eran similares, ambas igual de preocupadas, con leves diferencias en la intensidad. Mientras Daymon se veía mucho más serio que de costumbre. Cailye, por otro lado, conservó su distancia, con la cabeza gacha y los labios fruncidos.

—Yo... —intenté formular, pero el nudo en mi garganta no me dejaba hablar.

Entonces, Sara avanzó el espacio que nos separaba y me recorrió con sus brazos. Me abrazó con tanta fuerza, con tanto dolor, con tanta tristeza, que pude sentirla sin necesidad del Filtro. Me estrujó, como si quisiera pegarme a ella, como si hiciera años que no nos veíamos. Noté su respiración irregular, y supe que estaba llorando sobre mi hombro, mientras sus manos se clavaban en mi espalda como si no quisiera dejarme ir jamás.

En cuanto comprobé sus lágrimas, no pude evitar unirme a su llanto. Dejé salir mis lágrimas sin más, en silencio, mientras miraba a mis tres amigos contemplar la escena con cierto pesar en sus rostros.

—Lo siento tanto. —Por un momento creí que fui yo la que habló, porque tenía en mente decir algo similar, pero en realidad fue Sara quien se disculpó en mi oído—. En verdad lo lamento, espero que puedas perdonarnos.

Abrí los ojos, entre sorprendida y confundida, y me alejé un poco de ella para poder observar su rostro. Sus oscuros ojos reflejaban culpa, de ese tipo de culpabilidad que te carcome por dentro, de ese que no te deja respirar. La vi así, dolida, rota, con un nudo en la garganta... y no supe qué pensar.

—¿Por...? ¿Por qué te disculpas? —pregunté, con la voz quebrada—. No has hecho nada malo, soy yo la que debería disculparme por habérselos ocultado.

Ella negó con la cabeza, varias veces, clavándose más y más esa estaca en el corazón.

—Fue nuestra culpa —soltó, y por cómo se tensaron sus músculos supe que ella era de las más afectadas por la situación—. No me di cuenta por lo que estabas pasando, en todo este tiempo me concentré en otras cosas, y te dejé sola, lidiando con el problema.

—No es tu culpa, no lo sabías... —recalqué, pero su postura no cambiaba.

—Pero ese día tampoco hice nada —exclamó, frustrada—. No sabía que tenías problemas para decidirte por lo que ibas a hacer. Te dejé a ti sola la decisión, la responsabilidad, te cargué con mucho peso porque creí que considerarías tu vida al tomar una decisión. Pero no lo hiciste, e hiciste algo peligroso que ahora te está pasando factura. —Sus ojos se cerraron, tratando de contener las lágrimas, y la fuerza de sus dedos aumentó en mis hombros—. Si hubiera sabido lo que pensabas hacer te habría detenido a como diera lugar, a costa de todo. Jamás permitiría que corrieras peligro si puedo evitarlo.

La miré con tristeza, entendiendo el peso que cargaba sobre sus hombros. Siembre había sido consciente de los sentimientos de Sara por mí, de esa necesidad de mantenerme a salvo, de mantenerme a su lado, como un instinto maternal; y verla así, por algo que hice, me rompía el corazón.

—Fue por eso mismo que no te lo dijo —terció Kirok, con cierta obviedad en su tono—. Ustedes siempre tratan de frenarla, nunca la dejan respirar. Mantienen sobre ella como sus guardaespaldas, es por eso que toma decisiones apresuradas y sin consultarles. Denle un poco de espacio, de libertad.

La mirada de fiera que le dedicó Sara me recorrió la espina dorsal, como un tétrico presagio. Se apartó de mí, y en un par de pasos ya se encontraba frente a Kirok, igualando su altura, y sosteniéndole una mirada asesina que Kirok ignoró por completo.

—Tú cállate, maldito demonio, que todo esto es tu culpa —escupió mi amiga, con veneno, y todos los deseos de enfrentarlo, de cortarlo en pedacitos con su látigo—. Le costaste su vida, eso jamás te lo perdonaré.

Me interpuse de inmediato entre ambos, debido a que la cercanía de sus cuerpos resultaba amenazante, mientras la mirada de Kirok se oscurecía, tornándose como la de un verdugo, y su cuerpo se tensaba ante la provocación.

—No fue su culpa —espeté, en medio de ambos, dándole la espalada a mi familiar para retirar a Sara de su cercanía—. Solo yo tomé la decisión, no culpes a otros por mis acciones.

Irónico viniendo de mí; At sin duda se burlaría de mi comentario si pudiera oírme.

—¡Él tiene la culpa! —gritó Sara, provocando que su largo cabello y su capa se movieran con el gesto para enfatizar—. Desde que se unió a ti nos ha traído problemas, eres la única terca que no quiere reconocerlo.

Kirok hizo el amago de hablar, y soltar algún comentario que avivaría la furia de Sara.

—Guarda silencio, es una orden —susurré para que solo él pudiera oírlo, a lo que él de inmediato cerró la boca, como si de un hechizo se tratara—. Tienes muchas cosas que explicar, Kirok, así que por tu seguridad, no digas nada más.

Daymon dio varios pasos al frente, y posó su mano libre sobre el hombro de Sara, intentando calmarla. Ella, en respuesta, tan solo se limitó a observar a mi familiar como la peor peste sobre la tierra, pero sin añadir nada más; incluso, en un intento por controlarse, apretó sus manos en puños, conteniéndose de golpearlo.

Entonces mi atención se posó sobre Daymon, quien evitó cualquier contacto visual con cualquiera de nosotros. No sabía si los demás lo notaron, tal vez algunos lo hicieron, quizás algunos lo sabían, pero nadie mencionó nada al respecto, todos estaban pensando en otras cosas como para iniciar una conversación al respecto.

El pelirrojo notó mi mirada sobre él, pero como Sara seguía acaparando la atención, o tensión, del momento, él se limitó a negar lentamente con la cabeza, dando a entender que ese no era el momento ni el lugar, pero comprobando mis sospechas de que nuestras marcas estaban relacionadas.

—Sara, ya basta, no le des más cargas —intervino Evan, acercándose, y observando a mi amiga de forma severa pero compasiva. Ella relajó sus músculos, soltó sus manos, y desvió su atención al suelo. Evan posó sus ojos sobre mí e intentó sonreír, pero no lo consiguió—. ¿Cómo te sientes? Debes estar cansada, es mejor que descanses, ninguno te hará preguntas al respecto, no queremos agobiarte. Además, lo que dijo la Corte Suprema... es mucho que procesar.

Dejé salir un suspiro pesado. Mi cuerpo me temblaba.

—Yo... en verdad lamento habérselos ocultado, era solo que no sabía qué hacer, tenía tanto miedo... —Sara se llevó su mano derecha a la boca, y cerró los ojos con fuerza. Me mordí la lengua. Tal vez contarles por lo que pasé ese mes no era la mejor opción—. Ninguno de ustedes tiene la culpa. —La tomé de su mano izquierda—. Es algo que sucedió como consecuencia de una decisión que yo sola tomé, nadie más es responsable.

Sara se soltó a llorar, desconsolada, a lo que en respuesta Daymon la atrajo hacia él con su brazo bueno y la abrazó. Entendía lo que ella sentía, porque yo mejor que nadie reconocía el amargo sabor de la culpa e impotencia, pero no había nada que yo pudiera decir que la hiciera sentir mejor.

Y, además, Sara era de esas personas que no lloraban en público, el que lo estuviera haciendo ahora solo me confirmaba mi suposición de que en esa ocasión estaba verdaderamente rota.

—No te preocupes por eso ahora —dijo Evan, con la mirada cansada, y cuando volvió a hablar supe que aquello iba dirigido a Sara—. Comprendemos tu situación y no te pedimos explicaciones, Ailyn, por ahora todo lo que podemos hacer es apoyarte. Buscar culpables a estas alturas ya no tiene sentido. Debemos hacer lo que la Corte Suprema dijo, no tenemos otra opción más que apegarnos a lo que sabemos; ahora que nos condicionaron es mejor no dar motivos para empeorar la situación. —Me miró con atención—. Se trata de tu vida, Ailyn, no podemos permitirnos dar un paso en falso.

Asentí despacio, desanimaba y cabizbaja. Sabía lo que Evan intentaba hacer, pero en esa situación, hasta para él, intentar mantener la armonía era difícil. Lo que dijo la Corte Suprema en realidad era una advertencia camuflada, una amenaza. Ellos no tenían problema en quitarme la Luz de la Esperanza, lo único que nos quedaba era apegarnos al plan y demostrar que... valía la pena mantenerme con ellos.

Volví a mirar a Daymon, pero esta vez me concentré en la luz mágica que rodeaba su brazo derecho. Sabía que esa magia se usaba cuando había demasiado daño que reparar, y la magia en sí del dios no podía regenerar los tejidos afectados. Esa herida, esa magia, estaban ahí por mi culpa, porque la mantícora lo hirió por protegerme. Igual que siempre les ocurría a mis amigos...

Apreté mi mandíbula, intentando con eso retener el nudo en mi garganta y el amargo sabor de mi boca, pero era difícil, más aún con el peso de la situación sobre mis hombros. Quería llorar, vaya que me moría por desahogarme un poco, pero eso solo preocuparía más a Sara y elevaría la tensión en el ambiente. Debía ser capaz de mantenerme tranquila, tenía qué, al menos un poco más.

Entonces, Daymon sonrió, me regaló una cálida sonrisa de esas que solo él podía dar que me decía que estaba bien, que a pesar de recibir el golpe por mí, estaba bien. Eso solo hizo que los deseos de llorar aumentaran considerablemente. Porque no era justo, debía estar furioso por lo que hice, por cómo actué en la misión, no sonreír como si estuviera bien, porque no lo estaba.

Me abracé, tratando de controlar mi temperatura, que gracias a mi habitual remolino de emociones ya no sabía a qué se debía ese frio.

—Ve a casa, Ailyn, tus padres están preocupados por ti. —La voz de Sara me tomó por sorpresa, ahora lucía más calmada, pero sus mejillas y su nariz estaban rojas, prueba de su llanto previo. Noté que le echó una rápida mirada a mi piel, al tono lila que ahora marcaba mis vasos sanguíneos, pero de inmediato desvió su atención a mis ojos, aparentando no haberlas visto—. Les dije que estabas aquí, pero no saben nada más que eso.

Sentí la mano de Evan en mi hombro, algo que en cierto sentido me tranquilizó.

—Es hora de que hables con ellos —sugirió mi amigo—, ya es hora, Ailyn, lo merecen, igual que tú.

Lo miré, y sus azules ojos parecían un infinito mar de tranquilidad. Ver a Evan, hablar con él, estar cerca de él, era como un curso intensivo de meditación. Su tranquilidad y calma eran contagiosas.

—Lo haré —respondí, con ojos cansados.

Sara se limpió bien el rostro, y se acercó a mí de nuevo. Tomó mis manos entre las suyas y me miró a los ojos. Ahí supe que aquellos sentimientos de culpa y responsabilidad no desparecerían por unas cuantas palabras bonitas.

—Ailyn, te juro que haré lo que sea necesario para llevarte al Espejo de los Dioses; no dejaré que nada malo te suceda, no te dejaré morir —decretó, con total firmeza y seguridad—. Pero por ahora ve a cambiarte. Te dejé ropa en una de las habitaciones de abajo, pídele a una Gracia que te lleve, no puedes presentarte frente a tus padres así.

Asentí. Si mis padres me veían así luego de dos días de ausencia le daría un infarto a mi madre.

—Gracias, eso haré —curvé la comisura de mi labio hacia arriba—. ¿Y mi collar-arma? Con lo que sucedió esa noche no supe a dónde fue a parar.

Noté el pequeño brinco que Cailye pegó, varios pasos lejos de nosotros. Ella estaba rara. Se veía demasiado distante. No había oído su voz desde que desperté.

Sara y Evan intercambiaron una mirada.

—Lo tiene Andrew —confesó Evan—. No dejó que nadie lo tocara desde que te trajeron aquí, e insistió en conservarlo hasta que lo volvieras a necesitar.

Bajé la cabeza, triste y frustrada. ¿Por qué se tenía que haber ido en ese momento? No era ocasión para tener una diferencia con él; justo ahora, más que nunca, debíamos estar unidos, todos nosotros. Y más importante aún, sabía que él no se quedaría de brazos cruzados, encontraría la forma de saltarse la ley de la Corte Suprema, lo conocía lo suficiente para saber que eso no lo detendría.

—Él... ¿les dijo algo acerca de mí? Cuando estaba dormida, cuando el caos empezó, ¿él les dijo lo que ocurría?

La pelinegra me miró con tristeza antes de responder.

—No hasta después de que nos interrogaran —comentó—. Justo antes de tu juicio, él aceptó contarnos lo que sabía, para prepararnos para el juicio. No quería que nos tomara por sorpresa el caso, así que nos contó lo que tú le contaste a él. —Sonrió sin gana—. Sin él nos hubiéramos vuelto locos. Nadie sabía lo que pasaba hasta que él nos puso al tanto de tu situación.

—Todo fue demasiado rápido —agregó Evan—. En un momento te había enviado a la misión, y al segundo siguiente Cailye llamó por refuerzos... —Suspiró, y noté que a pesar de no mirar a la rubia en ese momento, omitió todo lo relacionado con ella—. Cuando te trajimos te veías mal. Nos separaron de ti, y Daymon fue llevado al consultorio de Peán, no teníamos idea de lo que sucedía, ni de lo que había ocurrido. Todo era tan extraño, tan repentino, y tú estabas inconsciente...

—Fue un caos —completó mi amiga, en medio de un soplo—. La Corte Suprema llegó en poco tiempo, y puso en alerta el Olimpo completo; parecía un toque de queda, o algo peor. Nadie salía ni entraba si Zeus no lo autorizaba, e incluso cerraron el portal de forma indefinida. Te pusieron en cuarentena, no nos dejaban verte, y luego comenzó la investigación...

—Querían quitarte la Luz de la Esperanza en cuanto se dieron cuenta de lo que te sucedía —prosiguió el chico de ojos azules—, pero entre Andrew y yo conseguimos un poco de tiempo, y la oportunidad de ser juzgada. Fue muy difícil, pero al menos sigues viva.

No tuve que preguntar si habían dormido, porque tanto Cailye como Sara y Evan lucían tan cansados como lo podía estar una persona con días sin dormir. Ellos debieron pasarlo peor que yo, y aun así ahí estaban, intentando sobrellevar la situación. Debieron estar tan preocupados... incluso Andrew debió estar preocupado, o mejor dicho, molesto.

—Andrew habló con cada uno de los dioses de la Corte Suprema, y logró que escucharan sus motivos para darte una oportunidad. —Hizo una pausa, dudando de si continuar o no—. Incluso garantizó que los convencerías de confiar en ti, dijo que si tú no los hacías cambiar de opinión les entregaría el poder del Sol. Y, como sabrás, a Zeus le encantan las apuestas, no desperdiciaría la oportunidad de tener algo así.

Eso no me lo esperaba.

Abrí los ojos como platos, intentando entender que Andrew se jugó su magia por mí, y que ni siquiera sabía si yo sería capaz de hacerles cambiar de opinión. Él tan solo confió en mí ciegamente, aunque eso le costara su dominio sobre la luz del sol. Un poder que igualaba incluso la magia de Zeus, o mejor dicho, tenía lo que a él le faltaba. La magia de Andrew no era solo luz y calor, era vida, toda la vida que podía otorgar el Sol.

Jugársela en una apuesta estaba por mucho lejos de lo que una persona con cinco dedos de frente haría.

—¿Saben a dónde se fue? —quise saber.

Tanto Sara como Evan negaron en respuesta.

—Está con Logan, pero no sabría decirte si todavía siguen aquí —comunicó el pelirrojo.

Podría localizarlo con un conjuro de rastreo, pero no tenía tiempo para lidiar con él justo ahora. Tenía otras cosas en las que pensar, incluyendo mis padres, y Kirok; lo buscaría, no me iría sin hablar con él, mucho menos después de lo que hizo para salvarme, pero esa charla podía esperar.

Asentí.

—Iré a cambiarme, y tengo que hablar con Kirok sobre mañana, los veré después ¿bien? Quiero dejar algunas cosas claras antes de irme.

Los tres, menos Cailye, asintieron, mientras Sara le enviaba una mirada de desconfianza a mi familiar.

Mi amiga me regaló un último abrazo antes de despedirse en mi oído con un suave «no olvides que te quiero». Asentí ante sus palabras, mientras se alejaba de mí y Evan apoyaba nuevamente su mano en mi hombro, infundiéndome fuerza. El chico me sonrió, animándome, a lo que sonreí para asegurarle que lo haría.

Quise despedirme también de Cailye, pero cuando la busqué ella ya no estaba con nosotros. Vi a lo lejos su cabellera rubia, corriendo, apresurada, sin siquiera voltearme a ver.

—Cailye... ¿ella cómo está? —pregunté, pero solo Evan me respondió.

—Ella... —Bajó la cabeza, y resopló con cierta tristeza—. Ella no ha hablado desde que regresó. —Me miró con pesar en sus ojos—. Es por eso que no sabemos lo que pasó esa noche, porque Cailye no ha dicho una palabra desde entonces. Ha permanecido así como la ves, y cuando alguien le ha preguntado por eso tan solo niega con la cabeza.

—No quiere hablar con nadie —añadió mi amiga, decaída—, ni siquiera con Andrew. Está bien físicamente, no tiene ninguna herida, pero lo que sea que vio esa noche le afectó demasiado. —Me miró, y sonrió con resignación—. Quizá, si hablas a solas con ella, te escuche. Creo que eres la única persona a la que le tiene más confianza, más incluso que su hermano.

Sonreí sin gracia. Dudaba que siguiera teniéndome esa confianza. Se veía tan asustada que pensaba que conmigo sería con la última persona que quisiera hablar.

—Lo intentaré.

Ella asintió, igual que Evan.

—Mañana nos veremos un par de horas antes de que crucen el portal —mencionó Evan—. Tenemos algunas cosas que hablar, detalles que pulir antes de que se vayan.

—Sí, lo haremos.

Cuando Daymon se me acercó no supe si abrazarlo era lo correcto, no después de lo que hice. Sin embargo, al extender su brazo izquierdo y notar mi rechazo, fue él quien se me acercó, rodeando su brazo izquierdo a mi alrededor, y abrazándome con cierta fuerza.

—¿Vas a decirme lo que te sucede? —pregunté en un susurro—. Tu tatuaje...

—Por ahora no —me cortó—. Pero, líder, ten por seguro que algún día lo haré. Hay cosas que a veces es mejor callar, pero soy consciente de que no puedo ocultarlo por mucho más tiempo.

Y se alejó, junto con Sara, junto con Evan.

En ese momento, mi corazón dolió, pero era un dolor nuevo, un dolor ajeno a la situación en general, porque en ese momento me di cuenta de que todos teníamos secretos que no queríamos que salieran a la luz, y eso, por muy pequeño que fuera, creaba una brecha entre nosotros, entre todo el grupo.

En cuanto estuve segura de que mis amigos se habían marchado, y no había ninguna Gracia ni Guerrero de Troya cerca, me giré hacia mi familiar, a mi espalda, que permanecía con la boca cerrada y una mirada perdida.

—Comienza a hablar, Kirok, tienes muchas preguntas que responderme —Le ordené, a lo que en respuesta dejó salir un suspiro gracias a que ahora podía volver a hablar.

Me miró a los ojos, mientras los suyos brillaban con un intenso rojo escarlata, y una sonrisa se curvó en sus labios, despacio, con un deje de diversión perversa en su mirada. Era, en efecto, aterrador por momentos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, obligándome a tragar saliva para controlar mis deseos de temblar. Había olvidado lo amenazante que podía resultar su mirada, y el miedo que en ocasiones lograba producirme. No era su culpa, claro, se debía a su poder de Hades, pero aún no me acostumbraba al rostro de pesadilla que tenía.

—Te escucho, ama, comienza cuando lo prefieras —susurró, con ese tono de seda que me recordaba tanto a una serpiente cascabel —. De todas formas, tendré que responderte si tú me lo preguntas.

Me paré recta, evitando que su mirada me consumiera.

—N-no me llames así, sabes que no quiero ser tu ama.

—Pues lo eres, así que acostúmbrate al papel. Además, ya me diste la primera orden.

Volví a tragar saliva, y me enfoqué en su rostro, evitando el contacto visual completamente.

—Kirok, necesito que me expliques qué fue lo que pasó allá adentro —comencé, mientras él enarcaba una ceja—. Primero te desapareces por un mes, y ahora llegas como si nada, y con un mapa para hallar a Némesis. —Mantuvo su postura relajada, y comenzó a observarme con la cabeza ladeada—. ¿Qué estuviste haciendo todo este tiempo?

Sonrió, una sonrisa escurridiza que dejó ver sus blancos dientes.

—Estuve buscando una forma de ayudarte —confesó, así, sin más. Lo miré con ojos confundidos, y la pregunta en la lengua, pero él se adelantó y contestó a la interrogante que nunca le dije—. Te dije que había sentido tu cambio esa noche en el lago, estamos unidos, Luz, hay cosas que no me puedes ocultar.

—¿Y cómo fue que diste con el Espejo de los Dioses? No estoy entendiendo nada, Kirok, explícate mejor.

Soltó una risita, algo que hizo que sus ojos ya de por sí rojos, se encendieran con un brillo sobrenatural.

—Fui a Kamigami, a buscar algo que te devolviera a la normalidad. Es todo. —Debió notar mi expresión que le decía que eso no era suficiente, ya que continuó hablando—. Bien, te lo contaré. Cuando nos separamos en el bosque vine a buscar información, aquí, en la biblioteca del Olimpo; fue fácil pasar desapercibido con todo el revuelo que había por la destrucción de parte de la estructura del palacio. Pero solo encontré lo de la hija de Pandora, Pirra.

—¿Y luego?

Se enderezó, sin apartar sus ojos de mí, y prosiguió:

—Me escabullí por el portal a Kamigami, y le seguí el rastro a Pirra. Una cosa llevó a la otra y terminé encontrándome con Astrea, una diosa que conoce a Némesis, de pésimo carácter por cierto... Y después encontré el mapa del Espejo de los Dioses. Intenté llegar, pero el camino es demasiado largo, y sabía que debía volver antes de que te ocurriera algo...

Enarqué una ceja, incrédula. No dudaba de su palabra, era solo que aquella historia se oía muy superficial, como si estuviera inventada en el momento.

—No me crees, ¿verdad? —preguntó, con una mirada más oscura, y una sonrisa lúgubre, muerta.

—No he dicho eso, es solo que siento que hay cosas que no me estás diciendo. ¿Cómo es que llegaste justo ahora? ¿Y por qué creíste en el Espejo de los Dioses cuando nadie sabía si existía? Y más importante aún, ¿por qué lo dices hasta ahora?

La picardía apareció en su rostro, como un niño travieso, antes de responder con simpleza y orgullo.

—Regresé de Kamigami hace un par de días, pero me presenté solo hasta hoy porque quería hacer una gran entrada. Estaba esperando mi momento, no podía solo presentarme frente a ti, debía ser más llamativo y oportuno que eso.

—¿Qué...? ¡Claro que podías! —exclamé, pero él ignoró mi comentario y siguió hablando.

—Sabía que era real, Hades me lo confirmó, y hace muchos años Perséfone no dejaba de hablar de eso. Solo tenía que encontrar la forma de hallarlo. Desde que Hades le habló de él a Atenea y Apolo sabía que existía, solo era cuestión de hablar con las personas correctas. En el Inframundo se escuchan muchos rumores, te sorprenderías por la cantidad de voces informadas que vagan por los Siete Ríos. Investigué, es todo.

Se encogió de hombros, restándole importancia, y observándome con un interés que resultaba pesado. Su postura no cambió, y aunque su sonrisa se suavizó, su mirada seguía igual de lúgubre que la de un verdugo, brillaba de rojo vivo, pero no se veía igual que el Kirok que conocí aquella noche en Nueva York.

—¿Es todo? Te fuiste por un mes, ni siquiera sabía si te volvería a ver, ¿y ahora solo regresas y ya? ¿Eso fue todo lo que hiciste desde que nos vimos por última vez? Es un resumen muy vago, Kirok, no es suficiente.

Permaneció en calma, conservando su postura, hasta que volvió a hablar y lo hizo con su típica voz aterciopelada, deslizando las palabras por su lengua con cierta suavidad.

—Luz, en serio me gustaría contarte con detalles todo lo que pasé en Kamigami, pero ambos tenemos que ocuparnos de otras cosas, ¿o me equivoco?

—¿Y de qué te tienes que ocupar tú? —interrogué.

Volvió a sonreír, ahora con satisfacción, como si estuviera esperando esa pregunta.

—Mañana a esta hora nos iremos a Kamigami, en un viaje bastante largo, necesito conseguir una última cosa antes de irnos.

—¿Qué cosa? —insistí.

Levantó el mentón, con seguridad y un nuevo aire de superioridad.

—En Kamigami no nos podemos teletransportar, y Némesis está muy, muy lejos del portal. Cuando lleguemos es muy posible que tengamos que salir de prisa. Conozco una poción que puede sacarnos de allá, pero se encuentra en Salem.

Me quedé quieta por varios segundos, tratando de entenderlo. Sabía que en Kamigami no se podían usar ciertos conjuros, y el de teletransporte era uno de ellos, porque para teletransportarse se debía tener conciencia de hacia dónde se iba, algo que no ocurría en Kamigami por lo especial de su ciclo estacional. Ahí el tiempo y el espacio transcurrían de forma diferente, y no precisamente paralelos entre sí.

Sin embargo, lo de la poción era algo nuevo para mí.

—Salem... ¿Te refieres a las Amazonas? —inquirí. Él asintió, dándome la razón —. Pero... Son aliadas de Pandora, ¿cómo esperas conseguir algo de ellas así de fácil?

—No dije que fuera fácil, y tampoco será gratis. —Levantó una ceja—. Podrán ser leales a Pandora, pero siguen siendo comerciantes, y yo un comprador interesado. Déjamelo a mí, Luz, me encargaré de tener todo listo para mañana. Tú ve a casa, prepárate, y nos veremos en la mañana, ¿bien?

Sabía que había cosas que quería evitar, sabía que me omitía muchos detalles, sabía que él estaba raro, sabía que algo no cuadraba. Y sabía, muy en el fondo de mi corazón, que Kirok, por muy buenas intenciones que tuviera, y por mucho que hubiera cambiado, seguía siendo el mensajero del infierno. Su biología no cambiaba.

Las palabras de At, lo que vi de él en el pasado, seguían tan presentes como todo lo demás. Él la traicionó, pero en eso había cosas que Atenea no vio, pero yo sí; era cuestión de perspectiva, de a quién le preguntara al respecto. Además, tenía el presentimiento de que Kirok seguía enamorado de Atenea, y ese sentimiento no podía ser malo.

—Me parece bien, pero, por favor, esta vez no te desaparezcas.

Y, aun así, elegía confiar en él, quería hacerlo, porque creía en él, y creía en que ahora que era libre de Hades cambiaría su vida, y tomaría mejores decisiones. Todos merecíamos una segunda oportunidad, después de todo, y en ocasiones hacía falta más de dos.

No le dije nada acerca de lo que sabía, no tenía caso, y quizá era mejor si él no sabía que yo conocía su historia con Atenea. Como dijo Daymon, había cosas que a veces era mejor callar.

Él asintió, y sin añadir nada más, volvió a desparecer. Un remolino rojo lo cubrió, como un pequeño tornado, llevándoselo a otra parte, mientras seguía mirándome a los ojos.

No tenía mi collar-arma conmigo, por lo que fue Evan quien me hizo el favor de teletransportarme de nuevo a mi casa. Él aún seguía en el Olimpo, puesto que ahora vivía ahí, así que fue fácil pedírselo, y él de igual forma lo hizo con gusto.

En cuanto mis pies tocaron la nieve que cubría el suelo de Prados Mágicos me acomodé la chaqueta celeste que Sara me prestó, al igual que la bufanda blanca y el gorro a juego. Al menos estaba presentable. No era mi ropa, pero era mejor que presentarme ante ellos con una túnica que a duras penas ocultaba las partes íntimas de mi cuerpo.

Suspiré, y en respuesta mi aliento se convirtió en una pequeña nube blanca. Hacía bastante frio, el suficiente para encender la calefacción, y eso que era medio día.

Me quedé unos segundos ahí afuera, en la entrada principal del conjunto residencial, contemplando las torres, en especial la A, sin saber cómo comenzar a explicarles a mis padres la situación.

Consideré comenzar por decirles que estaba enferma, pero eso no los haría sentir mejor; también consideré la posibilidad de ocultar la verdad con una pequeña mentira, pero eso tampoco ayudaría. No tenía más opción que contarles todo, Evan tenía razón, no podía ocultarlo por mucho más tiempo.

Pasaron cerca de diez minutos, hasta que sentí que mi nariz se congelaba y supe que ya era hora de entrar. Avancé por la reja de la entrada, y comencé a subir las escaleras que llevarían a mi apartamento, con el corazón en la boca y las manos sudando a pesar del frio. Los latidos de mi corazón retumbaban en mi pecho, más y más fuertes conforme me acercaba. Hasta que llegué a la puerta, y ahí parada me quedé unos segundos, todavía pensando en cómo actuar.

¿Por dónde debía comenzar? ¿Cómo se lo tomarían? ¿Podría dejarlos después de enterarlos por lo que estaba pasando?

Estiré mi mano, con las llaves en la mano, temblando, pero justo cuando estaba por ingresar la llave en el cerrojo, ésta se abrió.

Me quedé un segundo quieta, sin respirar, esperando que al levantar la cabeza el rostro de mi madre o de mi padre me estuviera observando, con una mezcla de asombro y preocupación. Esperé encontrarlos con el corazón en la boca.

—Hasta que por fin llegas, se estaba haciendo tarde. Apuesto a que te quedaste un buen rato en la entrada.

Tardé un par de segundos en salir de mi estupor al escuchar la voz de mi hermano menor taladrar mi cabeza como un balde de agua fría. Todos los nervios que sentía, la incertidumbre, parecieron ponerse en pausa al observar los ojos serios de Cody, con una mano en la perilla de la puerta y la otra sosteniendo su cuaderno.

Lo miré, atónita, sin poder respirar, expectante. Esperé oír la voz de mis padres, o divisar sus siluetas, pero solo tenía a Cody, no había más que eso.

Inclinó su cabeza, y se hizo a un lado de la entrada. Me regaló una ceja alzada, interrogándome, y me observó como bicho raro.

—¿Te piensas quedar ahí toda la vida? Ya entra de una vez, hace frio y si no pasas cerraré la puerta otra vez.

Moví mi cabeza, intentando despertar de mi trance. Entré a casa, mientras mi hermano cerraba la puerta tras de mí, sin saber hacia dónde mirar. Mi cuerpo todavía temblaba, aún estaba nerviosa.

—¿Dónde están papá y mamá? —pregunté en cuanto Cody pasó por mi lado rumbo al sofá de la sala.

Me miró sobre su hombro, igual de serio que siempre, mientras su castaño cabello se movía acorde a su paso; tenía el cabello más largo, noté con sorpresa. Mamá era quien se lo cortaba, insistía en hacerlo, era uno de sus placeres, el que lo tuviera de ese largo solo indicaba que hacía bastante ella ya no lo hacía.

Recordé las palabras de Cody, sobre lo que nuestros padres pasaron mientras yo recorría el país, y un nudo se implantó en mi garganta. ¿Realmente estaba lista para enfrentarlos? ¿Eso era lo correcto?

—Se cansaron de esperarte —contestó mi hermano, con los ojos fijos en el cuaderno que llevaba en manos, absorto en su lectura—. Salieron hace media hora; mamá se fue a su turno y papá salió a una entrevista de trabajo. —Alzó la vista, clavando su mirada en mí—. Te esperaron despiertos, las dos noches, en algún momento tenían que salir de casa o mamá también perdería su empleo.

Sus palabras se clavaron directo en mi corazón, hiriéndome.

—¿Dijeron a qué hora regresarían?

—Mamá termina su turno a las ocho, pero papá llega antes.

Asentí, y sin agregar nada más me dispuse a dirigirme a mi habitación, a empezar a empacar.

No tenía caso hablar con Cody, todo lo que me pasó él ya debía saberlo, y no tenía intenciones de atacarlo con preguntas que no tenían respuesta. Mi hermano era casi como un espectador, y como tal no podía intervenir, sin importar la situación.

—¿No me vas a preguntar si tengo algo que te gustaría saber? —inquirió, observándome sobre el respaldo del sofá, mientras yo emprendía mi camino.

Lo miré sobre el hombro, cruzando nuestras miradas. La verdad no podía entender cómo podía actuar tan neutral, tan frio todo el tiempo. Era como si todo lo que estuviera pasando a su alrededor no le importara. Su mirada a veces se veía opaca, pero desde que pasó lo que pasó con Hades su mirada se había vuelto más oscura. A veces no parecía un niño, a esas alturas había ocasiones en las que no parecía humano.

—¿Me responderías? —interpuse—. Siempre que te pregunto algo encuentras la forma de evadir la respuesta, o solo no la das. Cody, hace tiempo dejé de intentar conseguir algo de ti. ¿De qué te sirve saber lo que va a pasar, si no puedes cambiar el futuro?

Frunció levemente el entrecejo, y cerró su cuaderno para prestarme total atención. Sus ojos ámbar se habían dilatado, y una pequeña venita sobresalía en su cien.

—Te ayudo en lo que puedo, Ailyn. Desde que todo empezó he estado con nuestros padres, intentando que sigan sus vidas mientras tú te juegas la tuya. ¿No te he ayudado? Por si no te has dado cuenta, eso es lo único que hago desde que nací, a veces es como si mi vida no tuviera otro propósito además de ser tu hermano.

A pesar de no haberlo gritado, o dicho en tono alterado o hiriente, de igual forma así lo sentí. Me guardé su comentario en el fondo de mi cabeza, en un lugar donde archivaba las cosas que los demás hacían por mí que los lastimaban a ellos.

Era cierto, mi hermano, hasta cierto punto, era muy similar a Sara en ese aspecto. No recordaba las veces en las que nos centramos en sus problemas más que en los míos. Yo siempre sacaba malas notas, por eso papá me ayudaba más en el estudio, porque Cody era brillante en todo lo que hiciera. Y siempre era yo la que tenía algún accidente y me ganaba los cuidados de mamá. Y desde que me convertí en diosa ellos habían sufrido por mí, mientras mi hermano intentaba tranquilizarlos y al mismo tiempo me ayudaba en mis líos mágicos.

Él tenía razón, nuestra familia giraba a mi alrededor, incluso él. No recordaba haberlo escuchado hablar de su futuro, ni de las cosas que lo afectarían a él desde que supe que era vidente; como lo que ocurrió con Hades, ¿él lo sabía? Y de ser así, ¿por qué dejó que pasara? ¿O sería que acaso no podía ver su propio futuro? Y, de todas formas, ¿por qué Cody tenía ese poder?

Soltó un suspiro, y se acomodó de nuevo en el sofá mientras abría su cuaderno.

—Olvídalo, no importa. De igual forma no te iba a decir nada de lo que en verdad quieres escuchar. Las preguntas que tienes no te las puedo responder.

Permanecí mirándolo con fijeza, tratando de descubrir su personalidad. ¿Por qué siempre actuaba así? ¿Por qué no solo se comportaba como un niño normal?

—¿Algún día vivirás acorde a tu edad? —se me escapó la pregunta.

Dejó de pasar las páginas de su cuaderno, pero a pesar de eso no me miró.

—Me comportaré como un niño cuando tú dejes de hacerlo. —Inclinó su cabeza—. No podemos ser niños ambos, Ailyn, alguno tiene que crecer.

Bajé la cabeza en cuanto sentí su mirada sobre mí, y caminé hacia mi habitación. No esperé que dijera nada más, tan solo me fui. Abrí la puerta de mi habitación, y una vez adentro la cerré con llave y me deslicé por la pared.

Entendí lo que Cody quiso decir, y entenderlo, enterarme de que tenía razón, era además de un impacto, algo triste y doloroso. Me recogí las piernas, y escondí la cabeza entre las rodillas.

Debía cambiar, no solo por mí, sino por Cody, por Sara, por Andrew, por todas esas personas que vivían sus vidas a mi alrededor, y que mis decisiones y actitud afectaban de una forma que quizá jamás entendería. Y ese viaje, esa misión a Kamigami, sería la mejor oportunidad que tenía para intentar ver las cosas de otra forma, para intentar evitar equivocarme tanto.

Antes no sabía qué hacer, pero ahora quería aprender, quería mejorar. Sin Astra sería un reto, pero ahora era necesario avanzar a una nueva versión de mí.

El sonido del aleteo de las alas de un ave llamó mi atención. Me levanté del suelo, en busca de la lechuza, pero a pesar de escucharla no la veía. Me acerqué a la ventana, y la abrí, ganándome una ventisca fría en respuesta. Cerré los ojos mientras cedía, y al abrirlos lo único que alcancé a ver fueron las garras de At volar directamente hacia mí.

No tuve tiempo de agacharme, ni siquiera de exclamar, porque de un segundo a otro tenía las garras de At enterradas en mi rostro. Retrocedí con brusquedad, desesperada por quitármela de encima, pero ella no cedía.

Sentí sus garras en mi piel, rasgándola, e hiriéndome; sentí el ardor de una herida, de sus rasguños, mientras mi visión era nula y la fuerza de mis manos no era suficiente para apartarla de mi rostro.

—¡At! —grité, más de una vez, pero ella no me hacía caso.

Tiré mi mesita de noche en el afán del momento, y me tropecé varias veces, hasta que de un solo movimiento la lechuza aferrada a mi rostro me empujó con tanta fuerza que caí al suelo de espalda, golpeándome la cabeza al caer.

Con la respiración agitada, el pulso acelerado, y la cara ardiéndome, me senté en el suelo y miré con toda la furia que mis ojos me permitieron a la lechuza que se mantenía en vuelo frente a mí, con sus pequeños y oscuros ojos sobre mí, y con sus garras manchadas de mi sangre.

—¡¿Qué sucede contigo?! —exclamé, enojada, mientras sentía cómo las heridas abiertas en mi piel se cerraban debido a la regeneración. Cada célula se reprodujo a tal velocidad que en cuestión de segundos las heridas eran a penas visibles—. Por todos los dioses, At, ¿te has vuelto loca?

La miré con ojos de loca, confundida y enojada, mientras ella no cambiaba su perturbadora mirada negra, que aunque no pareciera ocultaba tantas cosas que era como una ventana al Inframundo, un pequeño vistazo a la muerte.

«—Tú, Ailyn Will, eres la que se volvió loca. —Se acercó más a mí, con la elegancia de una lechuza, pero con el porte amenazador que poseía Atenea—. Agradece, niña insensata, que solo te hice eso. Por la memoria de Atenea, debí haberte sacado los ojos en lugar de rasguñarte el rostro. Mereces eso y mucho más.»

Me quedé mirándola, intentando no demostrar lo intimidada que estaba debido a su mirada tan oscura.

—Si me vas a dar un sermón moral, o a repetirme lo mismo que me dices siempre, puedes quedártelo —Respondí mientras me incorporaba, sin apartar la mirada de sus ojos—. Ya tuve suficiente con lo que dijo la Corte Suprema como para tener que aguantar tus gritos también.

No me molesté en preguntarle cómo lo sabía, si Cody no se lo dijo debió intuir que algo no iba bien en cuanto no vine a dormir dos noches seguidas. De todas formas, ella era At, ocultarle algo era imposible.

Entrecerró sus negros ojos, reprochándome con la mirada, hasta que dejó de volar para posarse en mi escritorio.

«—¿Suficiente? —repitió, incrédula, como si fuera una ofensa—. Lo que hiciste no se paga con un simple susto por parte de Zeus o Temis, ni siquiera con tu vida. Te dije que tuvieras cuidado, que no te acercaras a las multitudes, pero nunca escuchas, Ailyn, es por eso que siempre te pasan cosas malas.»

Mi entrecejo se frunció, cansada de escuchar siempre lo mismo. Quise decirle que no fue un simple susto, y que si seguía viva era gracias a que Kirok apareció en el momento indicado. Pero me lo tragué, porque le dijera lo que le dijera sobre el juicio, o sobre lo que pasó antes y durante la misión, lo usaría en mi contra para regañarme y recalcar su teoría de que no era la adecuada para ser su sucesora.

—Bien, acepto que debí escucharte a ti y a Andrew y a Astra y a todo el mundo, ¿contenta? Ya de nada sirve que me regañes. Ya lo capté.

«—¡Aun no lo entiendes! —bramó—. Y ya no sé si algún día lo entiendas. Ailyn, en verdad que no sé qué es lo que se te pasa por la cabeza todo el tiempo.»

—Lo haré, ¿bien? Eso intento —exclamé, moviendo mis brazos en el aire, como una loca—. Intento ser la líder que esperan que sea, intento ser más como tú, pero es difícil, ¿vale? Es realmente agotador intentar seguir tus pasos cada vez que hago algo.

Hubo silencio, un perpetuo y perturbador silencio, en el que ambas nos miramos fijamente, sin siquiera parpadear. Mi pecho subía y bajaba con intensidad, y mi mirada hacia ella no cambiaba de concepto; de igual forma ella permanecía inmutable.

«—Iré contigo.»

Por un momento me pareció haber oído mal.

—¿Qué? —exclamé, arrugando mi rostro.

«—Sé que debes buscar el Espejo de los Dioses, ir a Kamigami, y no puedo dejarte ir sola, con el Filtro roto y con la Luz de la Esperanza expuesta. Iré contigo, Ailyn, lo quieras o no. No dejaré que cometas más errores, estaré ahí para impedirlo.»

No supe qué decir, mi mente estaba en blanco. Ella mejor que nadie debía ser consciente de lo que eso significaba; el simple hecho de presentarse en el Olimpo ponía en peligro su identidad, mucho más si atravesaba el portal.

—Sabes que no puedes. En primer lugar, ni siquiera deberías estar aquí, es antinatural, ¡no deberíamos estar teniendo esta conversación!

Se mantuvo seria, con su porte habitual, mirándome.

«—Si Krono no se opone, algo que estoy segura que aceptará, no habrá nada que me detenga.»

—¡Por todos los dioses, At! Zeus lo hará si te ve, o Hera, o Deméter, o Temis. Pondrás en riesgo tu secreto.

Ladeó la cabeza, pensativa.

«—Temis no dirá nada, si me ve no me detendrá. Es la diosa de la justicia. Y dudo que los demás te despidan en el portal, no tienen tiempo para esas cosas.»

Me senté en mi cama, sin poder procesar lo que At quería hacer. ¿Cómo se los iba a explicar a Sara y a Cailye, o mejor dicho, a todos, que mi mascota me acompañaría al más peligroso lugar donde podría estar? Sin duda, siempre que algo estaba mal, podía empeorar.

Suspiré, y me cubrí el rostro con las manos.

—No puedo detenerte, ¿verdad? —Ella negó despacio, igual de inescrutable que siempre—. Bien, entonces adelante, tengo suficientes problemas, pero no importa, puedes unirte a ellos siempre que quieras.

Parpadeó, no más que eso obtuve en respuesta.

«—No soy un problema, Ailyn, debes empezar por ver mi presencia a tu lado como algo más que compañía y sermones. Te lo dije cuando aparecí, ¿recuerdas? Soy tu voz de la razón, úsame como tal. Y cuando te hable, hazme caso, o no importará que esté aquí. Aprovéchame mientras esté para ayudarte, lo último que quiero es que lo desperdicies como lo hiciste con Hebe.»

Mi corazón brincó, y la miré con más atención, atenta a sus palabras.

—¿A qué te refieres?

Soltó un suspiro.

«—Sabes a lo que me refiero. Tenías a una diosa antigua, sabia, dispuesta a instruirte, como maestra, y lo único que hiciste en tu tiempo con ella fue discutir y llevarle la contraria. No cometas el mismo error dos veces, no repitas los mismos errores

Extendió sus alas, y emprendió vuelo rumbo a la ventana.

«—Piensa en lo que te dije, algún día estarás sola, sin nadie que te diga qué hacer ni te ayude a tomar una decisión. Y cuando ese momento llegue, debes estar preparada para tomar el control y hacerlo bien. Debes crecer, Ailyn, nadie crecerá por ti.»

Y se fue, igual que la última vez que hablamos, tan solo salió volando por la ventana, mientras una nueva nevada era anunciada por las nubes.

Me quedé unos minutos sentada en mi cama, analizando la conversación con la antigua Atenea. La similitud de sus palabras con las de Cody y Andrew me abrumaba. Ya había tenido tiempo para adaptarme, pero aun así seguía siendo difícil llevar las cargas que ahora me correspondían.

Tal vez ya era hora de aceptar que así era mi vida ahora, que había cambiado, que todos habían cambiado, y que la única que aún no cambiaba era yo.

Me pasé las tres horas siguientes empacando. Busqué un maletín hondo, y con la ayuda de un conjuro simple lo hice todavía más espacioso. Empaqué lo necesario primero, entre ropa y objetos de higiene personal. No estaba muy segura de cómo era el clima en Kamigami, solo tenía entendido que era muy variado e impredecible, toda una personalidad, o varias; por lo que empaqué ropa para todo tipo de temperaturas.

Guardé también la daga de Astra, además de representar un valor sentimental también era un arma que podía ser útil en alguna situación. También uno de los «libros» que usé en mi investigación, aunque en realidad solo eran muchas páginas anilladas.

Guardé varias mantas, y una almohada, junto con una pequeña tienda de acampar que solía usar con Sara cuando era pequeña. No sabía bajo qué circunstancias íbamos a dormir, así que era mejor prevenir.

Entre tanto, tomé algunas pertenencias que no tenían nada que ver con el viaje, como la caja donde guardaba las cartas de Andrew, o un libro de cocina de mi madre. No iban a estorbar, así que estaba bien llevarlas.

Empaqué más cosas que la última vez, pero en esta ocasión el viaje era más largo e incierto que la ocasión anterior, así que mi equipaje era proporcional.

Mientras pensaba en qué llevar y qué no me sería de utilidad, se me ocurrió una forma de hablar con mis padres, con calma y en un ambiente tranquilo. Una cena familiar, como hacía meses no teníamos una, era el momento y el lugar perfecto para ponerlos al día de mi vida.

Así que ahí estaba, saliendo de mi apartamento para dirigirme al apartamento de los Knight. Yo era pésima cocinando, preparar una cena estaba fuera de mis aptitudes. Cailye era mi única esperanza, debido a que cocinaba delicioso y estaba cerca.

Bajé las escaleras con rapidez, y dos pisos más abajo me paré frente a la puerta del apartamento de los hermanos, buscando en mi cabeza las palabras correctas para pedirle un favor a Cailye después de lo que tuvo que pasar por mi culpa. Sabía que lo que fuera que había ocurrido esa noche la afectó lo suficiente para no querer hablar, pero a pesar de eso ella seguía siendo mi amiga, ¿verdad?

Toqué la puerta de madera, y al hacerlo recordé que ahí no solo vivía Cailye, sino también Andrew. ¿Y si él me abría la puerta, qué le iba a decir? Aun no pensaba en hablar con él, ¿se encontraría en casa al menos?

La puerta se abrió, dejándome tiempo solo para tragar saliva en cuanto visualicé a la persona que la abrió. Dejé salir el aire contenido, agradecida de que no se tratara de Andrew, en su lugar se encontraba un hombre alto, de cabeza canosa y traje formar de color café. Su mirada era dura, y junto a su altura resultaba algo intimidante. Sus ojos oscuros se posaron sobre mí, interrogante.

—¿Sí, señorita? ¿Se le ofrece algo? —inquirió, en tono grave.

No recordaba haberlo visto antes, pero si se encontraba ahí solo podía ser una persona.

—Usted debe ser el señor Filiph, el abogado de los Knight, es un gusto conocerlo al fin. —Le extendí mi mano, él la miró con desconfianza un momento, dudoso—. Soy Ailyn, una amiga de los hermanos, vivo un par de pisos más arriba.

Una sonrisa se deslizó por su rostro, dulce y suave como mantequilla, y aceptó mi saludo mientras la expresión dura de sus ojos se transformaba en una amistosa mirada.

—Ah, sí. Tú debes ser la razón por la que decidieron mudarse. —Me miró de pies a cabeza—. Me alegro que tengan más amigos además de Evan, a mi esposa y a mí nos preocupaba que se quedaran solos por siempre. Ellos son... especiales; no conectan muy bien con la mayoría de la gente.

Sonreí con timidez. Por la forma en la que hablaba de ellos parecía que hubiera superado la barrera profesional hacía bastante tiempo. Más que un abogado parecía un padre hablando de sus hijos.

—Lo son, ambos, es por eso que somos amigos —¿Qué tanto le abrían contado de mí? ¿Qué le habría dicho Andrew?—. Busco a Cailye, ¿se encuentra?

—Oh, claro, adelante, pasa, ella está en la cocina.

Sonrió, y se hizo a un lado de la puerta para que pudiera ver el interior. Entonces, de la nada, Tom, el perro de Cailye, al verme se abalanzó sobre mí, igual que hacía siempre que bajaba a visitarlos. Sus grandes patas me tumbaron al suelo, y su lengua comenzó a recorrer mi rostro con energía. Reí, intenté quitarlo de encima, pero el can era bastante pesado.

Pasaron unos segundos en los que Tom seguía lamiéndome a pesar de suplicarle entre risas que se detuviera. Mi rostro, húmedo, se movía de un lado a otro, mientras mis brazos intentaban alejar el hocico de Tom.

—¡Tom! Ya es suficiente —gritó el abogado de los Knight, pero el perro siguió con lo suyo unos segundos más.

Al final, Tom calmó su emoción y me dejó tranquila. Se quitó de encima de mí, moviendo su cola con alegría de lado a lado. Sonreí, acariciando la cabeza del perro de mi amiga, mientras su gigantesco cuerpo se hacía a un lado, dejándome ver hacia el interior de la casa.

Había estado muchas veces ahí, conocía muy bien cada rincón de ese apartamento, excepto la habitación de Andrew. Los muebles coloridos eran los mismos que tenían en su casa en Ohio, al igual que la decoración y casi la misma distribución. Sin embargo, a pesar del gusto alegre y brillante de Cailye que se reflejaba en todo el lugar, lo que más llamaba la atención era que en las paredes, cubriendo el área total de la sala y la cocina, se encontraba un pequeño jardín, macetas rectangulares repletas de girasoles le daban un toque todavía más feliz y hogareño a la vista.

Y entonces, la vi ahí parada, lejos de la puerta pero cerca de la cocina. Ahí estaba Cailye, con su cabello rubio recogido y con Vanilla, su gata blanca, en sus brazos. Su expresión al verme me hizo sentir una punzada en mi pecho. Se veía congelada, como si tuviera un espasmo en el rostro, y tan sorprendida que parecía que estuviera viendo un fantasma.

Permanecí con mis ojos fijos sobre ella, mientras de asombro dejó caer a la gata, quien aterrizó con elegancia sobre el suelo y se dirigió a una de las sillas de la sala. Adquirió un tono pálido su piel, al tiempo que su cuerpo se quedó totalmente quieto, ni siquiera parpadeó.

El señor Filiph me miró, en el suelo, y luego a Cailye, con cierta extrañeza e interrogación en su rostro. Se acercó a la rubia, y posó su mano sobre su cabeza.

—Me iré ahora, pequeña Cailye, para que puedan hablar en privacidad. —Sonrió, a pesar de que ella no lo volteó a ver, e incluso ni siquiera pareció oír lo que dijo—. Vendré el próximo mes, a no ser que haya noticias, entonces vendré antes. Despídeme de Andrew, y dile que si hay novedades sobre Dominique le avisaré.

No supe qué fue lo que me impactó más, si el hecho de que Cailye estuviera en trance, o que el abogado de los hermanos estuviera también al pendiente de Dominique. Más importante aún, ¿no se suponía que la iban a desconectar? ¿Por qué su asunto todavía estaba abierto a «novedades»?

Él se apartó de la rubia, tomó el maletín que se encontraba en una silla, y con apuro salió del apartamento. Se despidió de mí con un leve gesto, y pasó por mi lado rumbo a las escaleras.

Me levanté del suelo, aún con una Cailye hecha estatua frente a mí. ¿Debía preguntarle sobre el asunto de Dominique, o hacer de cuenta que no escuché nada? El tema de la exnovia de Andrew me ponía, además de incomoda, nerviosa. Sabía que era un tema delicado, y que no era de mi incumbencia, pero si lo pensaba bien también me involucraba a mí.

Noté cómo Cailye comenzó a temblar, y de repente las lágrimas empezaron a salir de sus ojos. Ahí, viéndola así, supe que meter mi nariz en el asunto de Dominique en ese momento no era buna idea, ya que había otras cosas en las cuales enfocarme en lugar de hacer suposiciones y comenzar todo un interrogatorio a cerca de algo que a lo mejor ni siquiera era importante.

—¿Cailye? ¿Qué te ocurre? —pregunté, adentrándome al apartamento.

Conforme me acerqué a ella supe que quería irse, noté su amago de moverse, pero no pudo, estaba estática. Sus ojos temblaron, fijos en mí, y sus labios se fruncieron en una mueca.

—A-Ailyn... —balbuceó, en tono apenas audible.

A pesar de no tener certeza de lo que le ocurría, podía hacerme una idea de la razón de su estado.

—Lo siento —solté, a lo que ella abrió más los ojos—. Esa noche... debió haber sido horrible para ti. No me imagino por lo que tuviste que pasar, en verdad espero que me puedas perdonar.

Su rostro se desfiguró y su llanto comenzó. Lloró, lloró a todo pulmón, sin consolación alguna, como una niña pequeña a la que le quitaban su juguete favorito.

Di un pequeño brinco al notar su reacción, y no supe cómo consolarla. Lloró tan de repente, con tanta fuerza, que temía que los vecinos creyeran que le estaba ocurriendo algo grave.

—Cailye, cálmate, deja de llorar, ¿qué te pasa?

Pero en lugar de calmarla, lloró con más pulmón. Hice una mueca, desconcertada, y estiré mi mano para tocarla. Entonces, ella evitó mi tacto de forma brusca. Me detuve, me quedé quieta, entendiendo muy bien el mensaje de Cailye. Regresé mi mano a su sitio, con un aire preocupado en mi pecho, y consideré la posibilidad de tan solo retirarme.

Pero si lo hacía las cosas seguirían igual. Si Cailye me tenía miedo entonces debía solucionarlo rápido, no podía dejar que nuestra amistad se dañara por un error. No debí aceptar esa misión, de haberla rechazado como Andrew me aconsejó entonces no tendría que pasar por esa situación. Pero ¿por qué fue que la acepté? El recuerdo estaba borroso.

—Cailye... si algo te molesta debes decírmelo para que lo arreglemos —hablé, en tono suave, invitándola a tranquilizarse y dejar de llorar—. Pero debes calmarte, ¿bien? Hablemos.

Me miró, con sus ojos vidriosos, contendiendo sus deseos de llorar. Hubo silencio, un perpetuo silencio, lleno de tensión. ¿Qué más podía decirle que la tranquilizara, que le mostrara que todo estaba bien ahora y que no tenía por qué temerme?

La vi retroceder, sin el ánimo de hablarme, y con la cabeza gacha mientras seguía llorando. Entonces, a pesar de que sabía que quizá lo evadiría, me lancé sobre ella y la abracé. La rodeé con mis brazos, con tanta fuerza que a pesar de que se movía para tratar de liberarse no lo conseguía.

Sentí su miedo a través de mi piel, al igual que sus lágrimas; noté su temblor, y me percaté de su temperatura inusualmente baja. Y aun así, tan solo la abracé, con la misma fuerza que Sara usó al salir del salón, porque había momentos en los que no podía hacer nada más que eso.

—No puedo saber cómo te sientes ahora, ni lo que tuviste que hacer esa noche, ni siquiera me imagino el miedo que debiste haber sentido... y estabas sola... —Tomé aire, consciente de que dejó de moverse—. Lamento que tuvieras que pasar por eso, y te prometo que nunca tendrás que pasar por algo parecido de nuevo. Pero por favor, Cailye, háblame, necesito oír tu voz.

Más y más silencio obtuve en respuesta. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, quizá fueron cinco minutos, o veinte, pero para mí fue toda una eternidad hasta que sentí que dejó de temblar, y ya no movía ni siquiera un musculo.

Esperé, y esperé, a que dijera algo, a que algo pasara, pero esa espera era tortuosa y me oprimía el pecho. ¿Y si nunca la recuperaba? Me aterraba la idea de que nunca volviéramos a ser las mismas amigas de siempre.

—Ailyn... —masculló, casi que tartamudeó—. ¿A qué viniste?

Más que una pregunta era una señal. Era evidente que ella no quería tocar el tema, no quería hablar de lo que pasó esa noche. Estaba haciendo un esfuerzo, intentaba tan solo no pensar más en eso. Y la entendí. Porque a pesar de no imaginarme lo que tuvo que pasar, entendía el deseo de darle la espalda a aquello que le dolía.

Tragué saliva, dudosa de responder, pues no estaba segura de pedirle ayuda cuando sabía que su estado de ánimo, en especial hacia mí, era turbio. Pero a eso fui, y era importante, así que estaba segura de que aceptaría.

Me aparté de ella, sin retirar mis manos de sus hombros, y busqué sus ojos, pero siempre que intentaba hacer contacto visual ella evadía mi mirada.

—Necesito tu ayuda, esta noche. Planeo hablar con mis padres de todo lo que ha pasado, y solo puedo hacerlo en la cena. Mañana no tendré tiempo, y no quiero irme sin que ellos sepan por qué.

Su mirada a pesar de notarse apagada y vacía, ya no reflejaba miedo, solo estaba ahí, seria, gris, pero al menos me miraba. Parpadeó varias veces, procesando mis palabras, hasta que poco a poco el brillo volvió a sus ojos, como si el episodio de pánico que vivió se hubiera archivado en un lugar lejano de su cabeza.

Me prestó verdadera atención, entornando sus ojos, entendiendo el peso de lo que quería hacer.

—¿En verdad... quieres decirles todo? —inquirió, preocupada y sorprendida, sin apartar sus ojos de los míos.

Asentí, y medio sonreí. Ese momento me recordó a la vez en la que estuvimos en la Torre Eiffel, ¿ella habría solucionado las cosas con Evan? Lo dudaba, nunca mencionó nada más al respecto, como si lo hubiera olvidado.

—Sí, creo que ya es hora de que lo sepan. Quiero que estén preparados por si algo pasa, necesito que estén al tanto de lo que ocurre; ya no puedo seguir ignorándolos, ya no.

Se quedó mirándome, sin parpadear por un buen rato, hasta que captó el mensaje y asintió, de acuerdo. Me tomó de las manos, permitiéndome saber que a pesar de su cambio de expresión, su temperatura corporal seguía baja. Sonrió, fue una tierna sonrisa, como las de antes pero al mismo tiempo muy diferente; aquél gesto no le llegaba a los ojos.

—Te ayudaré en lo que me pidas, Ailyn —dijo, mientras se apartaba de mí—. Pero tendrás que esperar unos minutos. Ahora mismo estoy ocupada, en cuento termine lo que estoy haciendo subiré.

Le devolví la sonrisa, agradecida de que a pesar de la situación y de cómo se sentía, pudiera ayudarme. Pero luego recordé mi apatía por mi apartamento, porque además de Cody allí estaba At, o era lo más posible; no tenía cara para mirar a mi hermano a los ojos, y no tenía deseos de aguantarme la personalidad de At. La casa de Cailye era mi refugio.

—¿Puedo esperarte aquí? No tengo prisa, aún faltan algunas horas para la cena.

—Claro —accedió—, y de paso te sirvo algo, te ves hambrienta.

Asentí, puesto que no había comido nada desde que salí del Olimpo, y eso que antes tampoco lo había hecho. Y, además, tanto Cailye como Andrew cocinaban fenomenal.

Cuando entré al apartamento, en lugar de quedarme sentada en el sofá a merced de la familia peluda de Cailye, decidí quedarme de pie, mientras ella desaparecía en la cocina. La escuché mover hoyas y platos, mientras el olor a carne llegaba a mi nariz. El apetito de pronto se me abrió, expectante de lo que mi amiga estaba preparando.

Estaba fuera de su campo de visión, por lo que podía moverme sin que lo notara. Recorrí la sala, con Tom detrás de mí, curioso; y así seguí un rato, elevada en mis pensamientos, hasta que de pronto me vi frente a la habitación de Andrew. Su puerta estaba cerrada, y por lo visto no se encontraba en casa o Cailye me lo hubiera mencionado.

Me quedé de pie frente a la puerta, con la duda de entrar o no. Nunca había estado en el cuarto de Andrew, ni siquiera cuando estuve en su casa en Ohio, y tenía curiosidad, quería saber cómo era su habitación, qué cosas tenía, porque de esa forma descubriría cosas de su personalidad que aún no sabía. Después de todo, el cuarto de una persona y sus pertenencias decían mucho de ella.

Tomé aire con el corazón latiéndome rápido, y miré hacia la sala, y más allá de la sala la cocina, segura de no ser vista, y giré la perilla. La puerta sonó mientras se abría, dándome paso a la habitación de Andrew.

Cerré la puerta tras de mí, para que su sonido me sirviera de alarma por si acaso, y me recosté en ella mientras miraba a mi alrededor.

Era una habitación sencilla, ordenada y limpia, con pocas cosas además de lo usual: un gran closet, un escritorio, una mesa de noche, y una librería al lado de la cama. Sin embargo, había cosas que sí que resaltaban del lugar.

Caminé hacia adentro, donde la luz que entraba por una ventana similar a la mía iluminaba mejor, algo que me permitió notar que los libros que había en la librería no eran libros cualquiera, todos eran textos relacionados con la investigación forense. Entre enciclopedias alusivas al trabajo de un criminalista, ensayos, y una que otra novela de misterio, la librería estaba llena de ese tipo de literatura.

Por un momento no supe qué pensar, ya que ese era un lado de Andrew totalmente nuevo para mí. Nunca se me pasó por la cabeza que le atrajera el trabajo de criminalista, aunque, si lo pensaba bien, tenía el perfil perfecto para desempeñar cualquier papel en el ámbito. Era serio, reservado, aterrador por momentos, y muy calculador, el tipo de persona que haría de «policía malo». Le quedaba como anillo al dedo.

Recorrí los libros con mis dedos, mientras notaba el olor a Andrew en todo el lugar. Su cama de color gris, las cortinas blancas, sus cosas, olían a él, y era reconfortante. Era como estar en una cueva que me regalaba un cálido abrazo, porque se sentía como si Andrew estuviera a mi alrededor.

Ojeé una de sus enciclopedias, devolviéndola de inmediato en cuanto me topé con imágenes muy reales de cómo se vería una escena del crimen. Y continué con el recorrido. Después de todo, dudaba que tuviera otra oportunidad de estar ahí.

Me topé de casualidad con un artefacto cubierto por una sábana blanca, apartado en un rincón, al lado del escritorio donde la luz que entraba por la ventana no llegaba. Me acerqué, con la ligera sospecha de qué se trataba, y al estar frente a ella confirmé que se trataba de su moto, esa misma que vi tirada en el jardín de su antigua casa.

Me agaché para observarla mejor, notando que estaba llena de polvo, y además tenía varias partes sueltas, incluyendo la ausencia de una de sus ruedas. Parecía chatarra, difícilmente tendría un arreglo, y de tenerlo seguro resultaba muy costoso por la cantidad de repuestos que ameritaba. No me alcancé a imaginar lo que le ocurrió para terminar así, y más aún, no entendía por qué la conservaba así, sin uso.

Cuando me incorporé mis ojos se toparon con algo que había ignorado al entrar. Las vi pegadas a la pared, sobre el escritorio, como un gran collage. Se trataba de dibujos, docenas de dibujos hechos a lápiz, con bastante técnica. Me acerqué para observar mejor sus detalles, mostrándome que se veían tan reales que la persona que los hizo tuvo que haber estudiado dibujo para poder hacer algo como eso.

Paisajes naturales que iban desde parques hasta lagos, animales de los cuales muchos eran silvestres y otros retrataban las mascotas de Cailye, pero en especial me llamó la atención los dibujos de personas, tan reales y con tanto detalle que de tener color podrían confundirse con una fotografía. Distinguí al Sr. Filips, retratado con una mujer joven y hermosa que supuse era su esposa, también vi a Evan en una de ellas, con una tierna sonrisa y mirada cálida.

Había otros dibujos de personas, entre los que muchos eran de Cailye, sonriendo de alegría, y otros capturaban a ambos hermanos en momentos muy graciosos; no obstante, la gran mayoría se trataban de Andrew. No el Andrew que yo conocía, el Andrew de aquellos dibujos se veía más relajado, con una sonrisa sutil y sin el ceño fruncido, con ojos de amor, enamorado de la vida.

De no ser por esos detalles sería idéntico a mi Andrew, pero el de aquellos dibujos parecía otra persona, una persona que yo no conocía.

Me fijé con más detalle en todos los papeles llenos de dibujos que llenaban la pared de cara a la cama, para tratar de identificar al autor, pues era un trabajo profesional digno de admirar, hasta que en una de las esquinas de un dibujo identifiqué las iniciales «DQ» escritas con una tipografía elegante.

Mi cuerpo se acercó tanto que tuve que apoyarme sobre el escritorio, y al hacerlo empujé un pequeño portarretratos que se encontraba sobre el escritorio. Sonó en cuanto llegó al suelo, haciéndome pegar un pequeño brinco, pero por suerte no se rompió el vidrio que protegía la fotografía.

Me agaché para recuperarla, y al hacerlo no pude evitar mirar la fotografía. Tomé el pequeño cuadro en mis manos, y en cuanto vi a la persona de la foto un sabor acido se implantó en mi boca.

Fruncí los labios, con un nudo molesto en la garganta, mientras observaba a una chica joven, de cabello rubio oscuro casi castaño y ojos verdes, sonreír a la cámara mientras le tomaron la foto. Se veía hermosa, con un cuerpo curvo y amable sonrisa, y con un brillo especial en sus ojos. Parecía una muñeca, en una foto perfecta, brillante viera por donde la viera.

No me hizo falta conectar los puntos, no me hizo falta saber lo que significaban las iniciales en los dibujos ni ponerle nombre al rostro que contemplaba, porque ya tenía nombre propio. Y dolía, era un sentimiento con sabor agrio, que dolía en el pecho como si se quedara sin oxígeno, algo que no me esperaba.

—¿Se puede saber qué haces en mi habitación? —preguntó una voz a mis espaldas, en tono ronco y opaco.

Pegué un brinco, un gran sobresalto, que me obligó a soltar el marco que tenía en mis manos. Lo oí caer al suelo otra vez, pero ni siquiera me molesté en seguir su dirección.

Un escalofrío recorrió mi espalda, mientras la vergüenza y el pánico se apoderaron de mi rostro. Mis piernas comenzaron a temblar, y mis ojos buscaron una salida desesperada en cuanto sus palabras llegaron a mi cerebro. Incluso llegué a contemplar la posibilidad de tirarme por la ventana, pero sabía que su cuerpo me bloqueaba el paso aunque no lo estuviera viendo. ¿En qué momento llegó? ¿Cómo entró sin que me diera cuenta?

No me moví, quizás una parte de mi subconsciente me decía que si me quedaba quieta me volvería invisible u olvidaría mi presencia ahí. Pero a pesar de eso, sentí su cercanía cada vez más aunque estuviera a mi espalda.

—Te hice una pregunta, Ailyn, ¿qué haces en mi habitación? ¿Se te perdió algo aquí?

Mi interior gritaba en busca de la salida de esa situación. Sin embargo, estaba rodeada, ni siquiera la magia me podría salvar.

Me giré despacio, como en las películas de terror, preparándome mentalmente para enfrentar su ira.

Lo primero que vi fueron sus oscuros ojos sobre mí, serios e inescrutables, como un juez, mientras sus brazos permanecían cruzados frente a su pecho, y su pelo se movía con la brisa que entraba por la ventana.

Tragué saliva, nerviosa, con el rostro rojo y deseando que la tierra me tragara.

—Te estaba buscando —solté lo primero que se me cruzó por la cabeza, sin poder mirarlo a los ojos por más de un segundo—. N-Necesitaba hablar contigo sobre lo que pasó, debemos arreglar las cosas antes de comenzar con la misión.

Clavé mi mirada en el suelo, consiente del sudor de mis manos, y me mordí la lengua en cuanto él ni siquiera se inmutó.

—¿Y por eso decidiste entrar a mi habitación sin mi consentimiento? ¿Acaso creíste que estaba adentro? Ailyn, dime la verdad.

Por el rabillo del ojo noté cómo miraba los dibujos sobre la pared, para luego buscar el portarretratos que se hallaba sobre la mesa que ahora estaba en el piso. Los músculos de su cara se tensaron al instante, al igual que sus hombros, pero no dijo nada al respecto.

—Es verdad que necesito hablar contigo, pero aun así lamento entrar a tu cuarto en tu ausencia. Fue un...

—¿Impulso? —Entrecerró los ojos, a lo que me encogí en mi lugar— La culpa es mía, sabía que en algún momento lo intentarías, debí tomar medidas al respecto.

No le respondí, me quedé callada.

—Espero que hayas encontrado lo que buscas, ahora sal de mi cuarto. No tienes nada que hacer aquí.

Se retiró de mi camino para darme paso, sin mirarme, a la espera de que saliera y lo dejara solo. Apreté las manos en puños, y me atreví a mirarlo a la cara.

—Necesitamos hablar, Andrew, lo sabes.

—No tenemos nada que hablar, no desde que decidiste hacer las cosas por tu cuenta. Tomaste tus decisiones, Ailyn, quizás yo también deba tomar las mías.

Me miró con esa mirada gélida que no veía en un tiempo, helándome el corazón. Estaba enojado, furioso, más que muchas veces previas, lo podía sentir en la forma que me miraba.

—Andrew...

—No me escuchaste, como siempre —me interrumpió, mientras su mirada taladraba mi alma—. Te dije que no fueras a ninguna misión, igual que te dije que no pusieras un pie en el Olimpo; y lo hiciste. Adoras hacer las cosas que te pido que no hagas, adoras meterte en problemas y arriesgar tu vida. No importa cuánto trate de cuidarte, al final tan solo haces estupideces.

Me encogí en mi lugar. Tenía razón, siempre hacía estupideces, y ni siquiera podía darle una explicación de por qué acepté la misión porque no lo sabía. Ese momento todavía estaba confuso en mi memoria, como si en lugar de haber sido mi elección fuera la de otra persona.

—Fue... Ya sé que estuvo mal, lo siento, perdóname por no hacerte caso aun cuando siempre tienes la razón. No volverá a suceder, lo prometo, esta vez en serio pensaré mejor las cosas.

Bufó, sin tragarse mis palabras.

—Sí, claro. —Entrecerró los ojos—. Siempre dices lo mismo, y siempre lo vuelves a hacer. Ya no creo que puedas hacerlo. Tu cerebro no procesa lo que dicen los demás.

Solté un pequeño suspiro.

—Debes creerme —pedí—. De ahora en adelante escucharé y consideraré todo lo que me digas, igual que a los demás.

Me continuó observando con fijeza, sin moverse siquiera.

—Entonces cambia de opinión, diles a la Corte Suprema que cambiaste de parecer y que te acompañaré a Kamigami —propuso.

Sacudí la cabeza de un lado a otro.

—No te molestes porque no puedes acompañarme, sabes que eso no está en mis manos. Yo quería que fueras conmigo, ¿crees que no quiero tenerte a mi lado? Nunca te dejaría fuera de algo como eso.

—Está en tus manos, lo sabes, sabes el poder con el que cuenta Atenea, pudiste haber dicho algo. Todavía puedes, estás a tiempo, pero no quieres hacerlo —alegó, con el ceño fruncido.

Mi cuerpo comenzó a temblar.

—¡No habría cambiado nada! No me respetan, Andrew, mi voz ante ellos es un susurro. ¿En serio crees que pude haber cambiado algo? Sabes que no debemos llevarles la contraria, lo sabes mejor que nadie.

—Al menos lo hubieras intentado. —Me miró a los ojos, y pude ver a través de ellos el dolor pasivo que sentía, su tristeza—. No quiero dejarte ir sola, Ailyn, ¿qué parte de eso no has entendido? Me estoy esforzando también, ayúdame a ayudarte al menos una vez.

Mi garganta ardió, a lo que tragué saliva para intentar hablar sin que mi voz se quedara en mi boca.

—¿Acaso crees que quiero ir sin ti? —pregunté con incredulidad—. ¡Estoy aterrada! Y sin ti a mi lado, ¿cómo crees que me siento? Quiero que vayas, más que nada, pero también tengo miedo de lo que pueda pasar contigo si rompes las reglas. Los oíste, Andrew, serían capaces incluso de quitarte el poder del Sol...

Frunció el entrecejo, y me miró con interrogación.

—No me harán nada —me interrumpió—. No podrían quitármelo aunque lo quisieran, y además necesitan mi poder tanto como el tuyo, no se atreverían a ponerme un dedo encima. Los viste tú misma, harán lo que les digamos.

—¡No lo sabes! —exclamé, apretando mis manos en puños—. No sabes lo que podrían hacerte. No quiero que te pase nada. No quiero que te opongas a ellos. Apenas sí salí con vida de esa sala, y bien sabes que harían lo que fuera por quitarme la Luz de la Esperanza. Ya no puedo arriesgarme con ellos.

—Tú no, pero yo sí —contraatacó, en tono firme, y parándose recto frente a mí, demasiado cerca—. Entiendo que quieras tener las cosas en calma al menos con ellos, y estoy de acuerdo, pero no está en discusión si te acompaño o no. Iré contigo, atravesaré el portal a tu lado mañana, con o sin la aprobación de la Corte Suprema.

Me mordí la lengua, y traté de controlar el temblor de mi cuerpo. Sus palabras me hicieron recordar el pensamiento que atravesó por mi cabeza con anterioridad, y las palabras de Temis durante el juicio lo remarcaron. La verdadera razón por la que prefería obedecer a la Corte Suprema era porque de entre todos mis miedos, perder a Andrew era el más grande.

Agaché la cabeza, sin creer lo que iba a decir.

—Y si te digo que no quiero que me acompañes, que no quiero tenerte a mi lado, ¿te quedarás aquí?

Andrew era terco, pero aun así debía intentarlo, por él y por mí. La Corte Suprema no quería que atravesara el portal, y si lo pensaba bien, yo tampoco, ellos tenían sus razones y yo las mías. Era cierto que quería que estuviera a mi lado, pero el estarlo lo podría lastimar. Temis dijo que el viaje podría quitarme más de lo que estaba dispuesta a sacrificar, y desde que derrotamos a Hades me puse a pensar en qué estarían dispuestas a hacer por mí las personas que me querían, y era aterrador y agobiante pensar en eso, tanto que ya no sabía qué debía hacer.

Quería estar cerca de él, pero no quería que estar cerca de él lo pusiera en peligro. ¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo mejor?

Sus músculos se relajaron de repente, al tiempo que dejó salir un pequeño suspiro. Me miró con cierto pesar, con ojos tristes y mirada caída.

—No, porque te conozco —Ladeó la cabeza—. Te lo he dicho muchas veces, ¿lo olvidas? No tengas miedo, Ailyn, sabes que es peligroso tenerlo.

Debí mirarlo con el corazón roto, porque sentí en mi lengua un amargo sabor y noté en el brillo de sus ojos mi propia incertidumbre.

—¡No quiero que te pase nada malo! —bramé—. Si te quedas aquí estaré más tranquila. Si vas, aunque me sienta segura, tendré más miedo. Si algo te ocurre por mi culpa, si sales herido de nuevo... ¡no podría vivir con eso! ¿Lo entiendes? Tan solo quiero que estés bien...

No se movió ni un centímetro, continuó mirándome.

—¿Y tú con quién crees que estás hablando? —preguntó con incredulidad, a la par que con una gota de gracia—. Ailyn, es más fácil que tú salgas herida que yo.

Bajé la mirada.

—Lo sé, es por eso que lo digo —mascullé, esperando que entendiera lo que eso significaba.

Hubo un momento de silencio, un par de minutos, incomodos de verdad, hasta que Andrew tomó aire, inflando su pecho. Me echó una última mirada antes de dirigirse al escritorio, tomó una hoja de papel y un bolígrafo, y comenzó a escribir. Lo vi de perfil, concentrado en sus palabras, hasta que terminó lo que hacía y dobló la hoja en dos. Se paró con la espalda recta, y mirándome a los ojos me entregó la hoja que tenía en sus manos.

Lo miré con interrogación, sin entender la situación, a lo que él insistió en que la aceptara. La tomé en mis manos, y con curiosidad la abrí, consiente de los ojos del chico sobre mí.

«Si crees que algo malo me pasará por estar a tu lado, quiero que sepas que no puedes estar más equivocada.

No moriré, por la misma razón que tú no morirás.

Necesitas vivir por mí, de la misma forma que yo necesito vivir por ti.

No temas, princesa, porque pase lo que pase estaré a tu lado, y eso ni siquiera tú lo puedes impedir.»

Cerré los ojos con fuerza y traté de regular mi respiración. No lo miré, no levanté mi cabeza, porque no quería verlo así. Sus cartas, lo que expresaban sus palabras que no podía hacerlo con su voz, era como un pedacito de alegría directo al corazón. Y esa vez, lo que escribió, me llegó como flecha.

Apreté la hoja en mis manos, sin saber qué decir ni qué hacer, hasta que la sombra de Andrew frente a mí captó mi atención. No tuve tiempo de reaccionar a su gesto a continuación, porque cuando me di cuenta tenía los brazos de Andrew rodeando mi espalda. Sentí el calor corporal de su pecho contra el mío, justo cuando se robó mi voluntad.

Hundí mi cabeza en su pecho, sintiendo la presión de sus brazos cada vez más. Amaba sus abrazos, porque al contrario de lo que podría pensar al ver su ceño fruncido y su porte de sombra, eran cálidos, llenos de energía y cariño.

—No tengas miedo por mí, lo único que quiero es estar junto a ti, quiero protegerte. No me quites eso, por favor.

Tomé aire para controlar mis emociones, pero era complicado. Siempre que Andrew actuaba de una forma tan sincera respecto a sus deseos me volvía vulnerable a sus gestos y a mis sentimientos.

Me quedé ahí, me dejé llevar por su abrazo, y no dije nada más. Era placentero, era cómodo estar solo así, con él, sin nada más, era como un respiro en medio de una asfixia; realmente atesoraba sus abrazos, sus muy pequeñas muestras de afecto llenaban mi vida de fuerza, me recargaban para seguir adelante.

Entonces, rompiendo por completo el momento, se escucharon los pasos de alguien en el pasillo, y al segundo siguiente sentimos la presencia de Cailye bajo el marco de la puerta.

—Hermano, ¿en qué momento entraste? No te oí abrir la puerta —mencionó, ocasionando que Andrew se apartara de mí unos centímetros, dando por terminado el abrazo.

La miró, mientras sus ojos brillaban.

—¿Necesitas algo, Cailye? —inquirió.

Me aparté completamente de su tacto, mientras recordaba lo que había ido a hacer a esa casa en primer lugar.

—Sí, a Ailyn. —Pasó su mirada a mí, y medio sonrió—. Ya estoy lista, cuando quieras subo.

Asentí.

—Bien, voy detrás de ti.

Ella nos echó una última mirada antes de devolverse por donde vino, sin agregar nada más, y sin ningún gesto delator. Cailye estaba seria, rara, más de lo normal. Me preocupaba que no volviera a sonreír como antes.

—¿Qué van a hacer? —indagó Andrew, serio de nuevo.

—Me ayudará a preparar la cena para mis padres. —Lo miré a la cara, decaída—. Les diré todo esta noche, quería que fuera especial y neutro, por eso le pedí ayuda.

Sus oscuros ojos vieron a través de mi alma, como si buscara más en mí de lo que tenía delante, como si buscara algo que omitía. Lo dejé ser, después de todo en él era normal que a veces tuviera esa mirada.

Se sentía extraño el ambiente ahora, diferente a la tensión de antes. No era que hubiéramos arreglado el tema, por el contrario, empezaba a pensar que de alguna manera avivé sus deseos de ignorar una orden de la Corte Suprema. Sin embargo, me sentía un poco más tranquila en ese sentido, y a la vez triste.

Él tenía razón en lo que dijo, pero eso no anulaba la verdad detrás de la orden de la Corte Suprema. Era una regla, romperla era difícil. Ocurría lo mismo con At, a pesar de que ambos se empeñaran en acompañarme, conseguir atravesar el portal ya era un reto. Mañana habría seguridad, más aún después de lo que me pasó, y dudaba mucho de que fueran capaces de armar un alboroto para conseguirlo. Era casi imposible hacerlo.

—Olvidaba que no sabes cocinar —comentó, mirando la ventana y el árbol que conectaba a mi habitación. Me miró un segundo de reojo—. Todo estará bien, son tus padres después de todo.

La luz de día le dio directo al rostro, iluminando sus ojos castaños haciéndolos ver un tono más claro, y regalándole a su cabello pequeños brillos solares. Las curvas de su cara y de su cuello también sobresaltaron, luciendo la belleza que caracterizaba a los dioses, como una preciosa escultura de mármol. Tal vez la luz de día lo favorecía más debido a su poder del Sol, o quizá solo era lindo bajo cualquier filtro.

—¿Estás de acuerdo con mi idea? Contarles todo es...

—Es lo mejor —me cortó—. Están sufriendo al saber que les ocultas información, se preocupan por ti. Decirles todo es lo que debes hacer, por ellos...

—Y por mí, lo sé —terminé su comentario. Me acerqué un poco a la ventana, contemplando la luz naranja producto del atardecer—. ¿Quieres acompañarnos a la cena? Nunca has cenado con nosotros.

Pegó un pequeño brinco, tan discreto que casi ni lo noté. Sus músculos volvieron a tensarse, y me miró a la cara cuando respondió. Ahora la luz iluminó su perfil, ocasionando una pequeña sombra de su cabello sobre su rostro.

—No creo que sea buena idea, no le caigo muy bien a tu padre. Además, es familiar, deben ser solo ustedes; conmigo ahí creo que se complicarían las cosas.

Una pequeña sonrisa se deslizó por mis labios, intentando imaginar el cuadro. Tenía razón, no era conveniente ahora. Pero seguro que algún día lo sería.

Extendí mi mano hacia él, con la palma hacia arriba. Él miró mi mano, confundido, a lo que yo le ofrecí una sonrisa.

—Tienes mi collar-arma, devuélvemelo —le pedí.

Medio sonrió, sin rastro del enfado que hacía unos minutos dominaba su rostro. Estiró su brazo, y me tomó de la mano con fuerza. El rubor no tardó en llegar a mis mejillas ante su repentino gesto.

—Lo haré mañana frente al portal, antes de cruzarlo, juntos —afirmó, como si fuera un hecho su participación en la misión.

No objeté, tan solo asentí. Tratar de convencerlo no tenía caso, era tan o más terco que At; solo esperaba que no tuviera problemas con la Corte Suprema al día siguiente, yo solo... no quería que nada malo le sucediese.

Me alejé del tacto de su mano y empecé a caminar por su habitación, con la intención de marcharme. Le di una última ojeada de lejos a su librero, y a la moto que tenía tirada en un rincón, así sin querer me topé de nuevo con la pared cubierta por dibujos de DQ.

Me mordí la lengua mientras Andrew me seguía el paso fuera de su cuarto, intentando no meterme en ese asunto. Suficiente tenía con mis problemas, no necesitaba meter uno más en mi vida. Y, sin embargo, no pude evitar mis impulsos cuando moví mi cuerpo.

De pronto mi cuerpo frenó, me volví hacia Andrew en menos de un segundo, y sin siquiera meditarlo lo tomé del cuello de su chaqueta. Noté la sorpresa en su rostro ante mi gesto tan repentino y sin sentido, pero poco me detuve a analizar la situación en cuanto mis pies se inclinaron hacia él para compensar un poco la diferencia de altura.

Fue rápido, apenas sí capté lo sucedido cuando me encontré con centímetros de distancia entre el rostro de Andrew y el mío. Sin esperar comentario alguno tan solo lo hice, cubrí la distancia faltante con un pequeño brinco, en dirección a los labios del chico que quería.

Sentí los labios suaves de Andrew bajo los míos, cálidos, dándome la bienvenida. Esta vez, a diferencia de nuestro primer beso, pude notar el nulo rechazo de Andrew hacia mí. No se movió, en efecto, pero tampoco intentó apartarme. Nuestros labios se encontraron en un lento beso, anhelado pero discreto, que poco a poco fue tomando más fuerza y profundidad, mientras sus brazos rodearon mi cintura en un intento de acercar mi cuerpo más al suyo.

Sentí una corriente eléctrica que se originó en mis piernas y subió poco a poco por mi cuerpo hasta la cabeza, dándome vida y vigor, al mismo tiempo que sentía el calor en mi rostro gracias al intenso rubor que me cubría; un hueco en la boca de mi estómago se hizo presente, comprobando la autenticidad del sentimiento, al igual que una pequeña descarga de endorfinas en mi torrente sanguíneo. Fue un corto momento, perfecto y divino, que duró apenas unos segundos.

Andrew fue el primero en apartar su rostro, pero tan solo un poco, para luego apoyar su frente contra la mía. Tomó aire, y entreabrió la boca, como si le faltara el aliento. Escuchaba el latido de nuestros corazones, fuerte y claro, como una bella canción al unísono.

Cerró los ojos, pero aun así no retiró sus brazos de mi cintura ni yo alejé los míos de su cuello.

—No vuelvas a tomarme así por sorpresa —pidió, con voz débil, mientras sus parpados se abrían para mostrar un par de brillantes y vivaces ojos castaños—, mucho menos en mi habitación. No me gustan las sorpresas, Ailyn, lo sabes.

Sonreí con auténtica alegría.

—Lo siento, fue un...

—Lo sé, impulso —concluyó—. Ve con Cailye, volverá si no te ve.

Asentí, sin deseos de obedecerlo, pero lo hice. Me aparté de nuevo de él, mientras sus brazos abandonaban mi cintura con cierta duda, y me apresuré a salir de su habitación antes de que cualquier otro impulso se apoderara de mí. Lo miré a los ojos todo el tiempo, sintiendo un brinco de alegría en mi interior al contemplar el brillo de sus ojos y la pequeña sonrisa que surcaba su rostro, una sonrisa de verdad.

Sus sonrisas eran tan raras y pocas que cada una de ellas era un auténtico tesoro. Algún día le tomaría una fotografía sonriendo, para tener una prueba física de que él sí podía sonreír.

Cuando conseguí atravesar el pasillo hacia la sala todavía tenía las mejillas rojas, y el hueco en la boca de mi estómago seguía ahí. Con esas sensaciones en mi cuerpo y los recuerdos de su beso en mi cabeza, ¿sería capaz de concentrarme para hablar con mis padres? Ya no sabía en dónde tenía mi cabeza.

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