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5. Problemas mayores

Madness - Ruelle

Poco a poco abrí los ojos. La cabeza me daba vueltas y me dolía tenuemente. Al comienzo no distinguí en dónde me encontraba, hasta que mis ojos captaron una pared, y mi cuerpo sintió el roce de una sábana. Mi vista se aclaró entonces, permitiéndome notar que me hallaba en una cama pequeña, en una habitación reducida con una de sus paredes hecha de barrotes...

Ahogué una exclamación, y me incorporé en la cama tan pronto caí en cuenta de que aquella no era una habitación normal, se trataba de una celda. Una celda de barrotes dorados, y paredes beige, con una cómoda cama del tamaño de mi cuerpo. Pero, en cuanto me senté, me percaté de que además de hallarme en una celda, mis manos se encontraban encadenadas por un par de esposas, que me retenían gracias a que una cadena iba desde mis muñecas a la pared cercana, atándome.

Por instinto me moví, queriendo desatarme a pesar de que era consciente de que se trataban de esposas, metal, zafarme era imposible. Halé las cadenas, agité mi cuerpo con fuerza, y entonces noté el dolor recorrer mi cuerpo entero, desde la punta de los dedos de mis pies hasta mi cabello, y un insoportable dolor de cabeza apareció.

Hice una mueca de dolor, y me recogí ahí sentada, intentando menguar el dolor que se apoderó de mi cuerpo. Gemí, justo cuando al doblarme sentí la presión en mi abdomen, como si tuviera todos los órganos revueltos.

Traté de concentrarme, de analizar la situación y saber qué era lo que ocurría, y así supe que ya no iba vestida con mi cubierto traje negro de invierno, en su lugar tenía puesta una túnica blanca con un logo en una de sus tiras, tan delgada que dejaba ver a la perfección las marcas de mis venas.

Mis brazos, mis piernas, mi cuello, mi pecho. Todo. Las ramificaciones violetas que ahora eran mis vasos sanguíneos se podían ver perfectamente a través de la suave tela de lino. Además, noté las vendas doradas que rodeaban mi abdomen y algunas partes de mis extremidades; también en mi cuello, y un cuadrado en mi mejilla. Algo que me aterró.

Entonces, como golpe, recordé lo que ocurrió.

Los gritos, las personas corriendo, la voz de Cailye, los golpes de la mantícora, los ojos de Daymon y su sangre en cuanto la bestia lo hirió... y la forma en la que me desconecté de la realidad en cuanto sentí todos esos sentimientos de miedo dentro de mí...

Salté de la cama de un golpe, golpeando las cadenas con la cama en el proceso, y consiguiendo un muy intenso dolor de cabeza. Mi respiración se conectó con los ahora desbocados latidos de mi corazón, y comencé a hiperventilar.

Di varios pasos, caminando en círculo por el poco espacio en el que me encontraba. La cabeza me dolió con más intensidad, dándole la bienvenida a todos los recuerdos de aquella noche. Tan nítidos, tan frescos que todavía escuchaba los gritos, todavía sentía el frio de la noche, todavía veía el rostro moribundo de Daymon en mis brazos.

Dejé de oír mi respiración en cuanto mi corazón ocupó todos mis sentidos. Veía destellos, fragmentos de esa noche, y sentía cómo el miedo, no, el pánico afloraba en mi pecho. No recordaba nada después de desconectarme, por mucho que lo intentara no lo conseguía. Mi vista comenzó a nublarse, y todo dio vueltas y vueltas, como en un laberinto.

¿En dónde me encontraba? ¿Qué ocurrió esa noche después de perder el control? ¿Y Daymon? ¿Él dónde estaba? ¿Se encontraba bien? ¿Y también Cailye? ¿Por qué no podía recordar?

Sacudí la cabeza varias veces, desesperada por desechar los recuerdos previos a mi ataque, pero no podía encontrar serenidad y razón en medio de todo el caos mental que dominaba mi cabeza. Cerré los ojos con fuerza, moví mi cabeza, y los volví a abrir; una y otra vez, en busca de lo que fuera que necesitaba.

Estaba desesperada; necesitaba respuestas. Necesitaba saber qué ocurría, en dónde me encontraba y dónde estaban los demás. Necesitaba saber si todo se fue a la mierda. Necesitaba... salir de ahí.

Busqué en mi cuello el collar-arma, pero no había más que piel expuesta en mi pecho. La túnica no tenía bolsillos, y no tenía zapatos donde pudiera haberla guardado. Revisé la estancia, el poco espacio que había, pero no había rastro de mi espada por ninguna parte.

Mis ojos dieron vueltas, hasta que logré enfocarme en las esposas que inmovilizaban mis muñecas. Las observé con fijeza, y mentalicé un conjuro para deshacerme de ellas. Lo intenté, pero no conseguí hacerle nada a las cadenas.

Fruncí el ceño, y busqué en mi mente otro hechizo, pero ni siquiera conseguía invocar unas cuantas chispas de magia. Era como... como si ya no tuviera poderes.

—No te molestes, la magia no funciona aquí abajo, los barrotes de la celda la inhabilitan.

Durante un segundo no estaba segura de haber escuchado una voz, pero al recapacitar y comprender que no había llegado a ese grado de locura, para imaginarme voces, supe que aquello había sido real.

Giré mi cuello con rudeza, lastimándolo en el acto, hacia la pared de barrotes dorados. Reconocería aquella voz gélida en cualquier parte.

Lo vi a la sombra del pasillo, al otro lado de la celda, saliendo de la oscuridad con las manos al lado de su cuerpo, vistiendo una capa azul turquí con el emblema en bronce de los Dioses Guardianes a un lado del cuello, con actitud seria y ojos observándome con una intensa mirada verde que me generó un escalofrío. Se veía serio, tan pero tan inescrutable que no sabía cómo sentirme.

Me dirigí a los barrotes como loca, ignorando por completo las cadenas de las esposas que con cada paso ejercían más presión en mis muñecas.

En cuanto llegué a su encuentro y toqué los barrotes dorados, una fuerte corriente eléctrica recorrió mi cuerpo, empezando por las palmas de mis manos hasta todo lo demás. Emití un pequeño grito en cuanto mi espalda impactó con el borde de la cama y caí de lado en el suelo.

Observé al chico acercarse más a la celda, sin entrar en contacto con los barrotes, solo mirándome con sus típicos ojos de superioridad.

—Olvidé mencionarte que los barrotes son mágicos. Impiden que alguien ayude a escapar al prisionero. —Frunció lo labios—. Sabes cómo es Zeus de excéntrico y extremista.

Zeus. Entonces me encontraba en las prisiones del Olimpo, los calabozos del palacio.

Observé a Logan fijamente, con tristeza y un nudo en la garganta. El que fuera él el primero en ver no me agradaba. No le caía bien, entonces ¿qué hacía ahí? Además, si él estaba ahí, ¿qué estarían pensando los demás sobre mí para que ninguno estuviera a mi lado al despertar? Ni siquiera Andrew o Sara, era Logan, ¿por qué?

—¿Dónde está Daymon? —Fui directo al grano, a lo que me interesaba saber más que nada, pero al formular la pregunta no pude evitar pensar en la peor respuesta posible, algo que en verdad me asustó.

No retiré los ojos de él mientras me incorporaba, y él a su vez permaneció mirándome. A pesar de su molesta personalidad, ahora se veía más precavido, más serio; no se veía como alguien que buscara restregarme en la cara mis errores, igual que antes. ¿Era posible que sintiera algo de empatía después de todo?

Lo vi desviar sus ojos a mi cuerpo, y entonces recordé que mi piel era una extensa obra de caos, gobernada por ramificaciones escalofriantes. Quise cubrirme, pero no tenía nada para hacerlo, y además ya no tenía caso, Logan ya había visto mi gran problema.

Volvió a mirarme a los ojos, con total seriedad e inescrutable mientras yo contenía la respiración a la espera de una respuesta, y contestó:

—Vivo, si a eso te refieres. —Habló con neutralidad, pero noté cierto deje de molestia en su elección de palabras—. Su herida se trató a tiempo, gracias a Artemisa y a Peán; se está recuperando.

Dejé salir un suspiro, un gran suspiro de alivio. Solo necesitaba saber que él estaba vivo, solo eso para poder preocuparme por lo demás.

Sabía que había ocurrido algo grave, y mucho si me encontraba en una celda del Olimpo hablando a solas con Logan, pero no me alcanzaba a imaginar qué tanto. No recordaba lo que sucedió después de lo de Daymon, solo esperaba que no hubiera costado vidas, porque de ser así no sabría cuánto más podría soportar.

¿El Olimpo entero lo sabía? ¿La Corte Suprema lo sabía? ¿Mis amigos, mis padres, lo sabían? ¿Qué iba a hacer si todo el mundo se enteró de mi condición? Me entró pánico al imaginarme lo peor. Zeus iba a matarme, si no era él lo harían los demás dioses, estaba segura. ¿Cómo me libraría de una ejecución? Yo... sabía que podían descubrirme, pero no de esa forma.

¿Qué me iba a ocurrir ahora?

Cerré los ojos con fuerza, y al abrirlos le pregunté a Logan lo que no estaba segura de querer saber.

—Esa noche, la de la misión en el Amazonas —Mi voz sonó quebrada, débil—, ¿qué pasó? Lo sabes, ¿no es así?

Tragué amargo, y sentí el nudo en mi garganta al hacerlo. Estaba aterrada, llena de miedo, con las lágrimas amenazando con salir de mis ojos. No sabía si quería saberlo, pero tenía qué. Pasara lo que pasara al salir de esa celda, debía ser consciente de lo que hice, sin importar lo horrible que fuera.

El chico de ojos verdes se quedó callado unos segundos, observando, parecía meditar su respuesta, hasta que por fin escogió las palabras.

—Has estado dormida por más de un día, y como te debes imaginar las cosas no están muy bien a decir verdad —comunicó, pero sin responder mi pregunta—. La Corte Suprema ha estado evaluando la situación, por varias horas lo han discutido, pero necesitan realizar un juicio para conocer tu versión de las cosas. Te están esperando, todos lo hacen.

Abrí los ojos de par en par, y sentí el miedo en mi corazón en cuanto noté que quería salir corriendo y abandonarme. La Corte Suprema estaba ahí, lo habían hablado, sabían lo que pasaba. Los demás igual. Mis amigos... ¿qué pensaban ellos al respecto?

¿Un juicio? ¿Era en serio? No hacía falta, todos sabíamos que querían deshacerse de mí, porque era peligrosa tanto para ellos como para los humanos. Imaginé sus conversaciones, lo que decían de mí, sus alegatos. No necesitaban conocer mi versión, porque con lo que tenían era suficiente...

Mi destino estaba sellado con o sin juicio. No conocíamos una cura y el tiempo se agotaba.

Me imaginé a mis padres llorando mi muerte, a Cody tratando de menguar el dolor, a mis amigos dolidos por la traición, a Andrew enojado...

Y fue demasiado. Si la Corte Suprema quería matarme, ¿por qué no hacerlo y ya? Nos evitaba dolor a todos el hacerlo rápido... Y aun así tenía miedo; no quería morir, tenía miedo de lo que mis seres queridos hicieran a causa de eso. Tenía miedo, demasiado para pensar.

Sentí las lágrimas en mis ojos, ardiendo, y mi nariz congestionada por los mocos. Imaginarme el dolor de mis padres, de Sara, de mis amigos, de Andrew... era demasiado, no quería pensar en eso. Me dolía hacerlo.

Mi cuerpo comenzó a temblar, y me percaté del incremento de mis venas, como ríos sin cause, solo se dilataron como si lo que corriera por ellas fuera petróleo en lugar de sangre. Y luego brillaron, palpitaron, reaccionando a mis emociones.

Mi respiración se volvió entrecortada, irregular. Y mi cabeza dolió igual que antes.

—Te recomiendo que te tranquilices —comentó Logan, observando mis hombros descubiertos, mis brazos, y el brillo bajo la túnica—, lo que menos necesitas ahora es otro incidente.

Lo miré a los ojos, mientras trataba de regular mi respiración y mis pensamientos. Tragué saliva, apreté mis manos en puños, e intenté dejar de temblar.

Pero entonces, sentí un pequeño chuzón en la muñeca que me hizo brincar, justo bajo las esposas, y acto seguido toda la energía que subía por mis venas se redujo, como un bajón de azúcar, en un puff.

Me sentí desorientada, aturdida, pero más calmada, lo suficiente para pensar con más claridad en la situación. Fue como si me hubieran administrado una dosis de tranquilizante.

—No sabían cuál sería la cantidad necesaria si llegabas a despertar, creo que te dieron la dosis de una quimera, pero por lo visto no te afectó lo suficiente para dejarte inconsciente.

Permaneció en el mismo lugar, con su atención fija en mí.

—¿Qué tanto sabe la Corte Suprema acerca de esto? —pregunté; debía saber a qué nivel de información me enfrentaba.

—No mucho. Los demás no han querido hablar, en parte porque no saben y en parte porque, aunque lo supieran, no les dirían algo que pudiera afectarte. Solo nos preguntaron sobre los hechos del día de la apertura de portales, a cada uno por separado. Aunque dudo que hayan adquirido algo de ese interrogatorio. Es por eso por lo que te necesitan, exigen escuchar de tu boca lo que pasó. Te darán la oportunidad de defenderte.

Parpadeé varias veces, y a pesar de los niveles de lo que fuera que ahora estaba en mi sistema, no era suficiente para menguar la preocupación en mi corazón.

—Los demás... ¿ellos te han dicho algo sobre mí? —Sentí los ojos vidriosos.

Logan enarcó una ceja, incrédulo.

—¿En serio quieres saber lo que piensan de ti ahora? Confórmate con saber que como siempre te salvaron la vida, otra vez. En verdad no entiendo por qué sienten tanto apego por ti, es ridículo.

Lo miré con más atención.

—¿De qué hablas?

Se cruzó de brazos, y volvió a observarme como lo hacía antes, como si esperara que me cayera en cualquier segundo.

—La Corte Suprema quería retirar la Luz de la Esperanza cuando estabas inconsciente, esconderla en otro lugar antes de que Pandora se enterara, algo que por repuesto te mataría. Pero Apolo y Poseidón consiguieron un juicio, te dieron una oportunidad, tiempo. Ellos lograron convencer a la Corte Suprema de escuchar lo que tienes que decir antes de tomar una decisión.

Me dejé caer en la cama, en medio de un profundo suspiro. Andrew y Evan me salvaron, otra vez, y a lo mejor los demás también habían hecho algo para ayudarme. No soportaría verlos a la cara, no quería averiguar cuánto los había decepcionado.

Y entonces Cailye vino a mi cabeza. Recordaba sus gritos de esa noche, sus ojos llenos de miedo igual que los míos. Ella... ella seguramente me estaba odiando. Lo que tuvo que pasar después de que me desconectara no debió ser agradable. No me alcanzaba a imaginar lo que pasó después, y su reacción al respecto.

¿Le hice daño? A ella o a Daymon, ¿los lastimé? No sabía cómo era cuando me daba un ataque, y si tomaba en cuenta lo que ocurrió en el centro comercial... solo podía esperar lo peor.

Tomé aire y me cubrí la cara con las manos. En ese momento consideré que nunca salir de aquella celda era lo mejor. Afuera, frente a la Corte Suprema, frente a mis amigos, me esperaba una pesadilla, si los dioses no me mataban lo harían mis amigos, o al menos Cailye y Daymon, quienes por mi culpa debieron pasar la peor noche de sus vidas.

Era peligrosa, siempre lo fui pero ahora más que nunca. No podía pensar en todas las vidas que ahora se acumulaban en mi culpa, con la sangre en mis manos, porque no lo recordaba. Sabía que había hecho cosas malas, pero solo sentía un gran vacío, una profunda tristeza y remordimiento en donde deberían estar esos recueros.

No lo había hecho yo, no yo, pero sí mi cuerpo, y dejé que pasara. Era igual de responsable por los desastres que causaba al desconectarme, y eso me daba miedo. Quizá podría vivir con la conciencia oscura si me repetía que no conocía a esas personas, que no quise que sucediera, y que sus muertes no fueron mi culpa; porque sí, era posible tan solo ignorarlo hasta que la herida cicatrizara. Sin embargo, si por mí uno de mis amigos terminara de esa forma, no me veía capaz de sobrellevarlo.

Sentí un intenso ardor en mi garganta, y los ojos llorosos, ahí supe que mi poca fuerza emocional no me permitiría aceptar ni superar algo así.

—Logan —llamé, subí la mirada para darme cuenta de que él en ningún momento apartó la suya de mí. Me miraba igual de serio, inescrutable—, si algo sale mal, si me convierto en una amenaza para los demás, protégelos de mí, ¿bien? Si es necesario... —Tragué saliva— Si es necesario mátame. No permitas que los lastime, de la forma que sea, por favor.

Noté su desconcierto por unos segundos. Sin duda, de todo lo que esperaba que le dijera, eso era lo último que pensaba escuchar. Lo entendía, no era algo cotidiano o sencillo, era delicado, tanto para él como para mí.

Me examinó de arriba abajo, como si buscara la trampa, hasta que habló.

—¿Por qué me lo pides a mí? —quiso saber, desconfiado.

Lo miré con tristeza, porque aquella verdad que él expresó un mes atrás que antes vi con malos ojos, ahora lo veía como el único seguro de vida de mis amigos.

—¿Recuerdas lo que dijiste cuando nos conocimos? —Entrecerró los ojos, a lo que cité—: «Yo no estoy dispuesto a morir por ti». Eres el único capaz de hacerlo, Logan, porque los demás jamás lo harían, lo sabes tanto como yo. Solo a ti puedo pedirte que hagas algo así.

Silencio. No dijo nada, no respondió, permaneció en su lugar con sus ojos verdes puestos sobre mí, analizándome. Y así pasaron varios segundos, que se convirtieron en minutos.

Me sentí sola en esa celda, puesto que él parecía ser un maniquí, parte de la decoración. No decía nada, no se movía, ni siquiera notaba su respiración.

No se escuchaba nada, total silencio perduraba en la estancia. Imaginé que había más celdas, pero éstas aparentemente estaban vacías, ya que nada en el lugar hacía ruido. Ni siquiera pude percibir una ligera corriente de aire, lo que sin duda significaba que las celdas se hallaban muy bajo tierra.

Permanecí sentada en la cama, analizando lo que ocurría y considerando mis opciones, sin saber todavía qué le iba a decir a la Corte Suprema cuando fuera la hora de salir; hasta que escuché de pronto los sonidos de los pasos acercándose, cada vez se oían más fuertes, más cerca. Dos, quizá tres personas se dirigían a mi celda.

Me levanté de la cama, expectante, mientras Logan se giraba para observar a los nuevos presentes, luego retrocedió unos cuantos pasos, alejándose de los barrotes.

Contuve la respiración, y justo cuando aquellas tres personas se hicieron presentes, olvidé cómo respirar. Intenté llenar mis pulmones, pero mi cabeza estaba demasiado ocupada procesando la imagen de un chico de ojos azules junto a dos Guerreros de Troya.

Intenté caminar, acercarme, pero algo me decía que no era real, que Evan no podía estar frente a mí en ese momento. Se veía cansado, agotado, decaído, y aun así consiguió regalarme una sonrisa.

El alma se me cayó a los pies en cuanto lo vi sonreír, intentando decirme que todo estaba bien, cuando ambos sabíamos de sobra que no era así. Se acercó a los barrotes, y me observó con calma, pero con culpa escondida. Se veía triste, a pesar de su apariencia y expresiones de chico tranquilo. Y, al igual que Logan, vestía la capa oficial de los Dioses Guardianes. Estaba uniformado, algo que no me calmaba ni un poco.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, de la forma más genérica posible. Se oyó vacía su pregunta, forzada.

Tragué saliva, en busca de mi propia voz. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué sabía? ¿Qué creía que iba a suceder? No podía ver nada de lo que buscaba en él, se veía tan normal que ni yo supe qué pensar.

—He estado mejor —contesté, con la voz temblorosa.

Asintió, y con un gesto le ordenó a los dos Guerreros de Troya, vestidos con una armadura dorada en el pecho, algún tipo de falda roja, unas sandalias, y un casco con cresta, que abrieran la celda. Ellos obedecieron, moviéndose alrededor de los barrotes; éstos brillaron, y luego regresaron a su estado natural. De la nada, en forma mecánica, la puerta se abrió, y la cadena que me ataba a la pared se deshizo, dejando solo las esposas en mis muñecas.

Dudé unos segundos antes de salir, en parte porque sabía que eso significaba que era hora del juicio, y de ser así me acercaba más a un terrible final. Y por otra parte porque sentía que a pesar de todo estaba mejor en aquella celda que en una habitación llena de dioses.

—Adelante, nos están esperando —apuró Evan, con la misma pequeña sonrisa en su rostro.

Era como si ignorara mi posición, como si solo estuviera haciendo lo que le dijeron que hiciera.

Lo miré, confundida ante su actitud y aterrada por lo que seguía. Sentía mi corazón acelerado, bombeando adrenalina, y la garganta seca con un amargo sabor en la boca.

Caminé hacia la puerta hecha de barrotes, y pasé al lado de los Guerreros de Troya, quienes permanecían con la cabeza recta y la piel hecha de arena; sus facciones no se definían debido a la textura del material, y de igual forma no tenían ojos más allá de un par de hoyos arenosos.

Permanecí con la cabeza gacha, sin saber hacia dónde mirar. No quería ver a Evan a los ojos, me aterraba enterarme de algo desagradable al hacerlo.

Los Guerreros de Troya cerraron la celda, mientras Evan les lanzaba un conjuro a mis esposas; estaba concentrado en la magia, logrando que un perfecto brillo azulado cubriera mis muñecas.

Entonces, Logan, que se mantuvo al margen de la escena, se acercó a mí, con los brazos cruzados, luego de echarle una rápida mirada a los Guerreros de Troya que continuaban arreglando la celda.

—Piensa muy bien en las palabras que vas a usar con la Corte Suprema —murmuró—, mostrar miedo ante ellos es colgar tu propia cuerda al cuello. Tranquilízate y controla la información que das.

Lo observé pasar por mi lado, al tiempo que me percaté de que Evan le echó un ojo antes de irse, por el pasillo que de seguro daba a la salida del sótano. No miró hacia atrás, no dijo nada más, solo desapareció en el fondo del pasillo. Nunca esperé un consejo de su parte, pero quizá era una buena señal si consideraba nuestra extraña relación.

Evan terminó el conjuro, y al devolverme la atención por un segundo nuestros ojos se encontraron. Y entonces, vi lo que antes había ignorado: tras esa mirada tranquila y despreocupada, se ocultaba una mirada intensa que me regaló justo cuando realizó el gesto de silencio con uno de sus dedos.

Me sorprendí, y la confusión apareció en mi rostro en el momento en que comprendí que quería que me quedara callada. Señaló con la cabeza al par de estatuas vigías que ahora estaban a mi espalda, y entendí la razón de su actitud.

—Vamos —ordenó, y en respuesta los Guerreros de Troya apoyaron sus manos sobre mi espalda, incitándome a avanzar.

Evan comenzó a caminar, y detrás de él lo hice yo, guiada por las estatuas vigías.

Atravesamos el pasillo, que conectaba a otro pasillo que llevaba a una serie de escaleras en espiral demasiado largas, como las escaleras de un castillo, y empezamos a ascender sin poder verle el fin a la serie de escalones que de seguro empataba con la sala donde nos esperaban.

No hice ruido, no dije nada, seguí las instrucciones de Evan sin siquiera voltear a ver a mis escoltas.

El momento se acercaba, en el que encararía a la Corte Suprema por mi decisión. Se suponía que debía defenderme, dar motivos para que no me quitaran la Luz de la Esperanza, pero ¿cuáles eran esos motivos? ¿Qué podía decir que los hiciera cambiar de opinión? Ni yo misma lo sabía.

Escuché el latido de mi corazón en mis oídos, y a cada paso que daba solo podía pensar en que me acercaba a una cacería de brujas. Mi reparación se volvió pesada, y mis ideas dieron vueltas y vueltas en mi cabeza, buscando una solución.

Inhalé y exhalé tantas veces que perdí la cuenta, intentando calmarme, mostrarme serena y segura para ellos, pero era imposible tan solo conservar la calma en esa situación. Se trataba de mi vida, pelearía por ella en un juicio que no creía que fuera justo, pensar en mi defensa era demasiado en qué pensar mientras subía esas escaleras infinitas.

De repente Evan se detuvo, sacándome de mis pensamientos. Los Guerreros de Troya también lo hicieron, y al frenar y observar lo que había delante de mí supe que nunca había estado en esa sala, y que sin duda ahí se llevaría a cabo mi juicio.

Tragué saliva, y observé a Evan con el terror en mis ojos. Necesitaba tiempo para saber lo que iba a decir, para formular un plan. Si cruzaba esa gigantesca puerta de madera que se alzaba frente a mí, sería comida viva por los argumentos de la Corte Suprema.

Mi amigo se dio vuelta, y por medio de un ademán les indicó a los Guerreros de Troya que se retiraran. Ambos sujetos realizaron una pequeña reverencia y comenzaron a descender por las escaleras, dejándonos solos.

Evan seguía sonriendo, hasta que ambos guardias desaparecieron de nuestro campo visual en medio de la inmensidad de las escaleras.

Y de pronto, tan solo dejó de sonreír. Su angelical rostro se deshizo como una pintura mojada, dejando en su lugar una expresión igual de seria que la de Logan. Sus ojos se veían más duros, y su entrecejo se frunció, al igual que noté cómo sus músculos se tensaban un poco.

—No haré preguntas, ya tendremos tiempo para eso después —dijo, en tono más concreto que antes; su voz se oía casi fría—. Concéntrate en la Corte Suprema y en cómo salvarte, no pienses en nosotros durante el juicio, ¿entiendes? El juicio de los dioses es diferente al de los humanos, no tendrás abogado, y estarás sola; será tu palabra contra la de los dioses, una batalla de argumentos.

»Debes dejarles en claro tu valía, en por qué no deben quitarte la Luz de la Esperanza. Te dirán muchas cosas, te llamarán de muchas formas; no respondas con violencia o irrespeto, no los insultes, no te alteres ni explotes. Debes demostrar autocontrol y raciocinio, sino no tendrán ninguna objeción para ejecutarte. ¿Entiendes lo que te digo?

Asentí mirándolo a la cara, y entonces nuestros ojos se cruzaron de nuevo. Ahí confirmé su tristeza y desanimo. Se veía afectado por la situación, ¿así estaban los demás también?

—¿Cómo están ellos? —Tenía que saber lo que mis amigos opinaban al respecto, lo que sentían—. Las personas de la aldea, ¿están vivas?

Agachó su cabeza unos centímetros, por inercia.

—No debes pensar en eso ahora, concéntrate en...

—Andrew... —lo interrumpí—. ¿Él está bien? ¿Qué ha dicho al respecto? ¿Qué piensa hacer?

Entrecerró un poco los ojos, y dejó salir un suspiro.

—Mantente segura delante de ellos, no dejes que noten tu inseguridad, tus dudas, mucho menos tu miedo. Maneja lo que les dices. Es posible que retuerzan tus palabras, así que piensa antes de abrir la boca. Sé que es poco tiempo, y es complicado, pero nosotros llegamos hasta un punto, Ailyn, debes zafarte de esto por tu cuenta o no te tomarán en serio.

En otras palabras, debía actuar como Atenea, o al menos sonar como ella y que se lo creyeran.

Asentí, de acuerdo con su sugerencia. Me repitió lo que dijo Logan, pero aún no tenía claro cómo ejecutar su consejo. Sabía que si actuaba como cobarde, con miedo, nunca sería más que una humana ante ellos, y en ese momento necesitaban que me tomaran en serio más que nunca.

No pregunté más acerca de mis amigos, porque era evidente que no quería hablarme al respecto, y quizá era mejor que no lo supiera antes del juicio.

Evan me miró con pesar, y ubicó sus manos en las perillas de la puerta, listo para abrir.

—Demuéstrales que vale la pena que vivas, convéncelos de que te necesitan, de eso depende tu vida. —Noté cómo tragó saliva—. Y, Ailyn, buena suerte.

Abrió las puertas, dejándome solo un segundo para tomar aire, intentando con eso no solo llenar mis pulmones sino infundirme valor. Mi corazón latió tan rápido que ya no lo escuchaba, y sentía cómo sudaba. El brillo de la sala me segó por unos segundos, contrastando con mis sentimientos, como si aquella luz fuera un abrazo de confianza, que me decía que todo estaría bien.

Caminé hacia la luz, con Evan a mi espalda, y con el corazón golpeando mis oídos. Sentía que me acercaba a mi ahorcamiento, que no saldría viva de esa sala, pero entonces lo intenté, intenté ver la esperanza en ese asunto, intenté ver un mejor futuro. No podía solo... dejar de intentar.

Respiré una y otra vez, regulando mi frecuencia respiratoria y con suerte la cardiaca. Le ordené a mi cuerpo dejar de sudar, dejar de temblar, pero no era tan fácil. Me repetí mentalmente lo mismo, una y otra vez, mientras mis ojos se adaptaban al resplandor y divisé el suelo, las paredes, el alto techo, y el estrado:

«Tranquila y serena. Confiada y segura. Nada malo va a pasar»

Tragué saliva por inercia en cuento mis ojos se encontraron con los múltiples ojos del lugar, en lo alto del estrado, muy por encima del suelo, mientras que yo me sentía diminuta ante sus miradas. Y esa era la idea. El tribunal era alto para que el acusado se sintiera como hormiga, y funcionaba muy bien.

Aquellos dioses se encontraban sentados alrededor de la sala, imitando la forma circular de la sala, todos en total silencio. Debido a la falta de ruido lo único que escuché fueron mis pies descalzos caminando hacia una pequeña mesa alta y circular en el centro del lugar, mientras que Evan se apartó de a poco de mí, dirigiéndose a su sitio correspondiente.

En cuanto me ubiqué en el lugar del acusado, sentí mi presión arterial. Sonaba extraño, pero en serio podía sentir la sangre circulando a toda velocidad por mis venas.

Levanté la cabeza poco a poco, y ahí, tan cerca y tan lejos de los dioses que determinarían mi castigo, detallé de quiénes se trataban.

Vi a la Corte Suprema justo frente a mí. En el centro se hallaba Zeus, con sus dorados ojos sobre mí, escudriñando mi cuerpo con la frialdad de una serpiente, y postura firme pero serena, sin llegar a verse como pensé que se vería: como un monstruo furioso. De hecho, él era el dios más tranquilo de la Corte Suprema. A su lado se encontraba Hera, con mirada seria y seño ligeramente fruncido, observándome con total neutralidad.

Distinguí los demás rostros en seguida, a pesar de haberlos visto pocas veces desde que los dioses regresaron. Deméter, una mujer de cabello entre verde y café, de tersa piel y ojos heterocromáticos del mismo tono que su cabellera; me miraba expectante, juzgándome con la mirada. Hestia se encontraba al lado de Hera, con su cabello gris y ojos oscuros, de cuerpo esbelto y mirada compasiva; era la única que me observaba con cierto pesar.

Reconocí a Temis en la otra esquina, una diosa de piel tan bronceada que se parecía a una estatua de bronce, observando con ojos calculadores de color bronce, con su larga cabellera bronce y extraña apariencia equilibrista. Tenía un lado de su vestido teñido de negro, como una media velada hasta el cuello, y el otro teñido de blanco, ambos contrastando entre sí, más como tatuaje que como vestido por lo ajustado que se encontraba a su cuerpo.

Supe que ahí faltaba alguien. Leto, diosa de la luz del sol y de la luna, madre de Apolo y Artemisa. ¿Por qué no estaba presente en ese momento?

Aparté la mirada de ellos entonces, percatándome de que al otro extremo de la sala se encontraban mis amigos. Todos ellos, vestidos igual que Evan, con esa capa turquí por uniforme con el sello de los Dioses Guardianes. En cuanto los vi una bocanada de aire ingresó a mis pulmones, infundiéndome valor.

Sara me observaba atentamente, con el rostro lleno de preocupación. Daymon, a su lado y con el brillo de la magia sobre su brazo izquierdo, me regaló una pequeña sonrisa en cuanto notó mis ojos sobre él; aún tenía moretones, y su brazo se veía mal, pero estaba consiente. Me permití respirar. Él estaba bien, herido, pero vivo. De no ser por mi situación me soltaría a llorar, pues un nudo en mi garganta al recordar lo que había pasado me incitaba a hacerlo.

Busqué a Cailye entonces, y la encontré sentada en la parte de atrás, con la cabeza gacha y los ojos ocultos tras la sombra de su cabello; una pequeña mueca se esparcía en sus labios, y noté sus puños apretados. Se veía triste, o mejor dicho... asustada. ¿Por mí o por lo que pasó esa noche? ¿Acaso Cailye... me tenía miedo? Sacudí la cabeza, reacia a sacar conclusiones apresuradas en ese momento donde mi actitud decidía mi futuro.

Mientras observaba a Cailye noté a Andrew a su lado. Mi corazón me dio un vuelco en cuanto lo vi. Estaba ahí, sin embargo, su actitud se veía oscura, lúgubre, se veía... igual que la tarde siguiente al incendio del restaurante. Abrí los ojos de par en par en cuento nuestros ojos se cruzaron, y no distinguí más en ellos que furia, se veía enojado, con los ojos cargados de ira. Pero solo eso, sus ojos reflejaban lo que sentía, aunque su cuerpo se mostrara seguro y sereno. Tomó aire en cuanto notó mis ojos sobre él, y lo expulsó en medio de un asentimiento casi imperceptible que de alguna manera me apoyaba.

Tragué saliva de nuevo, y evité pensar en lo que ocurrió mientras dormía. Andrew... sabía que por muy enojado que estuviera era razonable, y dudaba que pudiera enfrentarse a la Corte Suprema o a algún otro dios si sabía que aquella situación había que abordarla con cuidado. Confiaba en él, en que sería capaz de controlar sus acciones por mí...

Vi a Evan sentarse al lado de Andrew, al tiempo que le regalada una palmada sobre su hombro a forma de apoyo; luego me miró, y asintió, dando alusión a lo que me dijo un par de minutos atrás. Correspondí su gesto, e inhalé profundo, intentando infundirme valor. Todos estaban ahí, excepto Logan. Lo busqué con la mirada, y fue cuando lo vi ingresar a la sala para tomar su lugar junto a mis amigos. No me miró en ningún momento, tan solo se sentó y esperó... esperó lo mismo que yo.

¿Por qué nadie hablaba? Desde que entré el lugar permanecía sumergido en un profundo silencio, tan tenso que solo era consciente de la sangre circulando por mis venas. Sentía demasiado calor aun con la brisa, pues parecía que en aquella sala hasta el tiempo hubiera dejado de fluir.

Miré a la Corte Suprema de reojo, y comprobé que en efecto ninguno decía nada. Todos, absolutamente todos en esa sala, solo me observaban. Era como si ni siquiera pudieran respirar... o quizá solo era yo la que no podía respirar.

Sentía frio ahora, pero no estaba segura si se debía a la situación o a la delgada túnica que me vestía... Ahí entendí sus miradas, más que por la situación se debía a que mis marcas eran visibles, saltaban a la vista a través de la tela de la túnica.

Agaché la cabeza y cerré los ojos con fuerza, avergonzada, tratando de contener mis emociones, pero era simplemente humillante. Estaba ahí parada, delante de todos esos dioses, con mi decisión tatuada en la piel; estaba expuesta, encadenada, como un cordero... Quería llorar, gritar, cubrirme, pero cualquier movimiento que delatara mi debilidad me condenaría.

—Lamento la tardanza. —Una voz masculina penetró la sala, cortando el silencio como una guillotina, y ganándose mi total atención. Un hombre vestido con una túnica crema y una corona de hojas, alto y de brazos largos entró a la sala, y se encaminó hacia la Corte Suprema con total confianza. Lo conocía, lo había visto, pero ¿dónde?—. Hefesto tuvo un accidente, me disculpo nuevamente.

Ante la excusa del dios, Zeus asintió, y en respuesta tomó asiento cerca de Deméter. Entonces, cuando se sentó y sus ojos se posaron en mí igual que el resto, lo identifiqué. Era Peán, el medico de los dioses, ¿qué hacía él ahí?

Mi cabeza se dirigió hacia Zeus y las integrantes de la Corte Suprema, sabiendo de antemano lo que iba a suceder. Vi al dios de los dioses asentir cuando Hera se giró hacia él, y luego los ojos plateados de Hera se cruzaron con los míos.

—Palas Atenea, ¿sabes por qué estás aquí? —preguntó la esposa de Zeus, en tono fuerte y algo frío. Asentí a duras penas, todavía no era capaz de formular una frase con mis palabras, sentía que de hacerlo lo arruinaría—. El día de retorno de los dioses usaste tu poder para sellar el poder de Hades, ¿podrías narrar lo ocurrido ese día, y las acciones que llevaron a su derrota?

Mis manos me sudaban, y era consciente de que mi frecuencia cardiaca era bastante elevada. Miré a Andrew de reojo, tan sereno que parecía una pintura, y supe que debía verme así, tranquila, segura, pero era más difícil de conseguir de lo que creí. Tenía miedo, estaba aterrada y nerviosa, ¿cómo mantener la calma en un momento donde lo que me jugaba era la vida?

Abrí la boca para hablar, pero al comienzo no salió nada. Volví a intentarlo, no obstante, era como si mi voz se hubiera apagado del miedo. Quería que alguien más hablara, que otra persona explicara lo que pasó, pero solo yo sabía lo que había ocurrido, lo que me llevó a hacer lo que hice. Y, además, solo yo debía responder.

Le eché una última mirada al lugar del tribunal donde se encontraban mis amigos, e inhalé tanto como pude, dispuesta a salvarme.

—Cuando los portales se abrieron Hades quedó en libertad, y con él llegó su ejército de demonios —comencé, con la vista al frente y el corazón en la boca—. Los Dioses Guardianes acabábamos de reunirnos, y As... Hebe, nuestra mentora, nos instruyó para llegar al Olimpo y completar la misión. Lo enfrentamos en el palacio, pero ocurrieron un par de cosas inesperadas que nos obligaron a retirarnos...

—¿Qué cosas? —La voz de Deméter sonó rígida, no era fluida, era más bien rustica—. Explícate, no escatiméis en palabras.

Por un momento mi cabeza se estremeció, y noté cómo Cailye se frotó su abdomen ante la pregunta. Tragué saliva con disimulo y pensé una forma correcta de decir lo que tenía en mente sin sonar como una incompetente.

—Uno de nosotros, Artemisa, fue gravemente herida por el último ataque de Hades; estaba débil, demasiado para enfrentarlo. —Hice una pausa, consciente de su espera a la otra cosa que cambió nuestros planes—. Y, además, el familiar que servía a Hades lo traicionó para unirse a mí como mi familiar, eso generó un daño muy grave en Hades, descontrolando su poder, convirtiéndolo en un monstruo.

En cuento lo dije me pregunté si habría sido bueno mencionarlo de esa forma, o si solo debía omitir ese hecho como si nunca hubiera sucedido.

—Y ese familiar del que hablas —continuó la diosa de la agricultura— ¿era solo el familiar de Hades?

La miré a sus ojos heterocromáticos, y supe en ese instante que la Corte Suprema no necesitaba conocer los hechos de ese día, solo querían oír de mi boca lo que hice, necesitaban que confesara mi error. Si estaban al tanto de mi condición, lo demás, lo que estuviera detrás, solo eran excusas.

Tomé aire, consciente del leve temblor de mis rodillas, y de lo escandalosa que se veía mi piel. Con ese aspecto, ¿valía de algo mi palabra? Para ellos seguramente no era más que una traidora, tan solo buscaban la confesión de mi parte que confirmaría sus acusaciones.

—No —admití—, mi actual familiar es una parte de Hades. Hace muchos años Hades separó su bondad en un recipiente vivo, para romper las limitaciones que lo ataban, dando a luz a un ser con el potencial divino de Hades. Mi familiar representa todo lo bueno que Hades fue en su tiempo, toda la luz que un dios de independiente naturaleza puede poseer.

—En otras palabras, una parte de la esencia de Hades habita en ese ser que ahora es tu familiar. Te uniste al enemigo por medio de un lazo tan sagrado como el de un familiar y su amo, ¿correcto?

—Mi familiar no es el enemigo —contradije con la voz firme, pero consiente de que aquella afirmación se podía desvanecer con tan solo nombrar las cosas que Kirok hizo por órdenes de Hades. Permanecí con la vista sobre ella, sin parpadear, y agregué—: Puede usar parte del poder de Hades, pero eso no lo vuelve Hades. Pueden hacerle una prueba de energía divina si así lo desean. Mi familiar no tiene nada que ocultar.

Ni siquiera sabía en dónde estaba, el argumento se desvanecía por sí solo.

—¿Estás segura? —inquirió, con seguridad—. Según los expedientes de los antiguos Dioses Guardianes, Atenea quería reclutarlo como miembro oficial. ¿Lo sabíais? ¿Estás segura de que puedes confiar en él? Si era tan leal, ¿por qué Atenea no lo nombró miembro cuando tuvo la oportunidad? Dime, Palas Atenea, ¿qué tanto conoces a tu familiar?

Sonrió mínimamente, y desenfocó su mirada para generalizarla.

»Kirok Dark, nombre usado por la creación de Hades, es el actual familiar de Palas Atenea, líder de los Dioses Guardianes, y el más cercano a la Luz de la Esperanza por el lazo que los une. —Centró su atención de nuevo en mí—. ¿O me equivoco? ¿Es o no acertado asegurar que, sea cual sea la razón y el método, estás unida a Hades?

Consideré contrarrestar sus palabras, refutar su comentario, pero me quedé callada por temor a empeorar las cosas. Sabía quién era Deméter, lo leí en mi investigación, y su odio hacia Hades era tanto que era preferible callar a empeorar la situación. Además, no me agradaba el tono que estaba adquiriendo respecto a Kirok.

Deméter sonrió por un milisegundo, y luego Hera prosiguió con las preguntas.

—Enfrentaron a Hades en el Lago de los Recuerdos, ¿es verdad? —Asentí—. ¿Qué ocurrió en ese lugar con exactitud?

Volví a tomar aire, y una vez más desvié la mirada hacia mis amigos, más para poder hablar que para buscar apoyo.

—Al llegar al lago los ocho enfrentamos a Hades, cara a cara. Mi familiar fue el primero en luchar contra él, demostrando su lealtad hacia mí, y por eso resultó gravemente herido. —Miré a Deméter cuando hablé—. Apolo, Hermes, Afrodita y Ares también lo enfrentaron a su tiempo. Artemisa estaba herida, por lo que ella junto a Poseidón nos protegieron del ejército de Hades el tiempo que requeríamos para sellarlo de nuevo.

Me salté varios detalles, como nuestra estadía en casa de Tamara, o lo que ocurrió en mi casa debido a Hades. Evité mencionar que guie a mis amigos con la ayuda de At, y por supuesto omití el desagrado de ellos hacia Kirok. Había más, como la muerte de Astra, y por qué tardamos en llegar a Grecia. Había muchas cosas en esa misión que para ellos podrían condenarme, porque nunca hice las cosas como se suponía debía hacer, pero no estaba dispuesta a sacarlas a la luz por voluntad propia.

En ese momento me di cuenta de que si se lo proponían ellos en verdad podrían condenarme por cualquiera de los errores que cometí durante la misión. Tenían mucha tela de donde cortar, si no lo hacían probablemente era porque no lo sabían.

—¿Es verídico que en ese lugar se encontraba un humano? —preguntó Hestia de repente. No sonó con malas intenciones, fue en realidad verdadero interés.

Por un segundo se me heló la sangre. No me esperaba que preguntaran por Cody, su presencia ahí, como yo lo veía, no tenía nada que ver con mi decisión final. Debía cuidar lo que decía, obviamente la información que tenían no era del todo completa.

Respiré entrecortado, intentando mantener la postura de mafia de Andrew. Solo un poco más, debía resistir el juicio sin derrumbarme o jamás me tomarían en serio.

—Sí, Hades secuestró a mi hermano menor para proponer un trato. Su vida a cambio de la Luz de la Esperanza.

—Y tú, pequeña Atenea, ¿cómo reaccionaste ante tal barbaridad? —quiso saber la diosa del hogar, ofendida e intrigada.

Medité mis palabras, viendo esa pregunta como mi oportunidad de remarcar mi postura como líder.

—No accedí. Proteger la Luz de la Esperanza es mi misión. No permitiría ni permitiré que caiga en manos equivocadas, mi deber está primero que todo. Es mi trabajo, mi responsabilidad, y algo realmente valioso, entregarlo no es una opción.

»Con la ayuda de los Dioses Guardianes conseguimos salvar a mi hermano, alejarlo de Hades y negar cualquier trato que quisiera proponer. Cuando se hallaba a salvo procedimos a abrir un portal para enviar a Hades de vuelta al Inframundo. Sacrificar una vida tampoco está dentro de nuestros planes.

—¿Cómo lo consiguieron? —cuestionó entonces Deméter.

Noté la tensión en los músculos de Andrew incluso sin verlo en específico; mi periferia lo captó suspirando profundamente, y también vi sus manos en puños ante la pregunta de la diosa. Se estaba acercando, cada vez más, él lo sabía tanto como yo.

Sentí mi garganta seca cuando abrí la boca, y al comienzo lo que salió sonó un poco opaco.

—Mi familiar creó una puerta para nosotros, es algo que pudo hacer debido a su poder sobre el Inframundo. Una puerta solo de entrada. Nosotros la abrimos y obligamos a Hades a cruzar.

—¿Y después? —insistió la diosa.

Bajé las manos para poder formar puños con ellas, y me mordí la lengua para evitar que el temblor de mis piernas subiera al resto de mi cuerpo. No estaba segura de elegir las palabras correctas para que la situación se viera bien... No, de hecho, la situación no tenía forma de verse bien.

—Yo... —Me aclaré la garganta, llenándome de seguridad con la esperanza de hacer sonar mejor lo que tenía que decir—. Usé el poder del Filtro para absorber la negatividad de Hades para que pudiera atravesar el portal. Hice lo que tenía que hacer, es todo.

—¡Mentira! —Deméter elevó la voz—. Usaste tu habilidad para contaminar la Luz de la Esperanza, pusiste en peligro la esperanza del mundo por salvar a Hades.

—Eso no es verdad —alegué, con las manos temblorosas—. Hice lo que tenía que hacer para proteger a mis compañeros...

—¡Y a tu familiar! —contraatacó—. De haber enviado a tu familiar con Hades no habrías necesitado usar el Filtro para compensar la balanza. Podrías haber encontrado otra manera, pero elegiste usar el Filtro. Había otras maneras de hacerlo, pero optaste por la única que arriesgaba la Luz de la Esperanza.

Vi a Zeus levantar la mano, callando a Deméter en seguida.

—No hice nada malo, lo que hice lo hice pensando en el bienestar de todos los Dioses Guardianes. —Hablé, incluso cuando supe que no debía seguir hablando, hablé—. El mundo, los humanos, nos iban a seguir necesitando, y también ustedes. Nuestra presencia es importante, arriesgar a los Dioses Guardianes para sellar a Hades era innecesario. Si algo nos sucedía la esperanza, la fe, se disminuiría, dejarían de creer en ustedes, en los dioses, y con el tiempo se quedarían sin poder. Nos necesitan, ustedes más que los humanos, porque gracias a nuestro deber con los humanos ustedes siguen siendo dioses.

Sentí mi respiración irregular, y me percaté de las expresiones horrorizadas de Sara y de Evan, mientras los demás lucían más sorprendidos. Andrew frunció más el entrecejo, con la mirada fija en mí... Ahí me di cuenta de que estaba preparado para lo que sucediera, entendí que él estaba listo para tener que enfrentar a la Corte Suprema de ser necesario. Y me aterró que considerara esa posibilidad.

La expresión de Zeus se endureció, y sus cejas se fruncieron. En ese momento caí en cuenta de que quizá las elecciones de mis palabras los había ofendido. Solo esperaba no haberlo echado todo a perder.

—Peán —ordenó Zeus, en tono firme y concreto.

—Sí, Señor.

El medico de los dioses se levantó de su silla, respondiendo al mandato del dios de los dioses, y empezó a mover sus manos para usar su magia como tablero. Pequeñas luces amarillas formaron la silueta de un cuerpo humano en el centro del salón, con algunos detalles incorporados, y luces moradas comenzaron a aparecer sobre el cuerpo en cuestión, formando trazos curvos a lo largo de todo el cuerpo.

—Este es un boceto del cuerpo de Lady Atenea en este momento; las pequeñas luces que ven ejemplifican su flujo de energía divina, y las ramificaciones que la recorren representan el avance de la contaminación de la energía de Hades en su divinidad —dijo el médico de los dioses, concentrado en el diagrama. Una luz mucho más grande se originó en el pecho del cuerpo, justo en el centro, donde las curvas violetas aun no llegaban—. Ésa es la Luz de la Esperanza. —Entonces, una esfera roja apareció alrededor de la luz del centro, cubriéndola como la cascara de un huevo, pero ésta se veía rota y fragmentada en algunas partes—. Y esa capa protectora a su alrededor, es el Filtro.

Todos los presentes observamos con fijeza la ilustración mientras Peán seguía con su discurso. Sabía lo que ocurría en mi interior, At me lo explicó en detalle, pero verlo reflejado y en tiempo real era algo muy diferente.

Las ramificaciones violetas parecían tener circulación propia, a la par con lo que correspondería a mi sangre, y con el paso de los segundos parecían recorrer más terreno del cuerpo. Era como una plaga, expandiéndose lentamente a través del sistema circulatorio, de afuera hacia adentro, empezando por las extremidades y llegando de a poco al centro del pecho.

—Como verán, la energía de Hades coloniza cada más sobre la energía divina de Atenea, reemplazándola. El avance es progresivo, debió comenzar como pequeñas marcas apenas visibles, hasta convertirse en lo que ven ahora. —Me miró, o mejor dicho, miró las mismas marcas de la ilusión en mi piel, empezando en mis muñecas y tobillos, hasta los hombros y el abdomen—. Lleva mucho tiempo resistiéndose, su cuerpo y lo que queda del Filtro han intentado frenar el avance, sin embargo, es inevitable que contamine toda su energía divina.

Hubo un pequeño silencio, en el que realmente no supe qué decir. ¿Qué me iba a sacar de esa situación? Ellos no se fijarían en mis motivos, solo verían el resultado. Sí, derroté a Hades usando mi poder, pero a cambio puse en peligro algo más importante que mi vida misma y la de mis amigos.

—Pronostico —ordenó Zeus, aun con la mirada fija en mí.

Peán asintió, serio e inescrutable.

—Con el avance actual y considerando el tiempo que tomará en llegar a la Luz de la Esperanza, tiene no más de dos semanas de conciencia. Pasado ese tiempo su energía divina será consumida por la energía oscura de Hades, convirtiéndola en un Ser de Oscuridad, y por ende, la Luz de la Esperanza se apagará gradualmente hasta que se extinga para siempre.

Las luces mágicas de Peán desaparecieron, como si se volvieran arena, acentuando aún más sus palabras.

Y entonces, de la nada y en tono muy alto, Deméter habló:

—¡Es una traidora! —exclamó—. Su inaptitud para el puesto quedó confirmada a partir de este momento. No tiene la habilidad ni la sabiduría de cumplir su misión, no tiene el poder para proteger la Luz de la Esperanza. ¡Sus acciones la llevarán a la muerte! Si no hacemos algo ahora, la esperanza desaparecerá de los corazones de los humanos. ¡Se repetirá la historia de Pirra!

Abrí la boca para negar sus acusaciones, pero solo pude tartamudear un débil «no es cierto» entes de que volviera a hablar.

—Se unió a Hades y nos traicionó, ¡su familiar es un demonio! Puso en peligro la Luz de la Esperanza por motivos egoístas, y ahora está condenada a convertirse en un Ser de Oscuridad.

—Yo no... —Mi voz salió firme, dispuesta a negar su afirmación, pero ella no me dejó terminar.

—Ni siquiera ha podido encontrar a Pandora, lo más aparente es suponer que todo este tiempo ha estado de su parte. Si nos traicionó con Hades, nada impide que lo haga con Pandora. Rompió las reglas de la Corte Suprema, por segunda ocasión, no tiene control sobre nada. Su permanencia con los Dioses Guardianes pone en peligro la vida misma, no merece vivir como diosa, no merece piedad de nuestra parte.

Quise decir que ellos tampoco, que no estaban moviendo un dedo para ayudar, pero me tragué mis palabras, porque tomar una posición en su contra no me beneficiaría. Tomé aire, y evité pensar en todo lo que dijo; tiré mis incontenibles deseos de tan solo actuar, y pensé, pensé en lo que debía decir.

—No soy como quieren creer que soy —hablé con toda la firmeza que mis cuerdas vocales me permitieron—. No soy una traidora, ni me alié con nadie. No me convertiré en un Ser de Oscuridad. Sé tomar las decisiones que beneficiarán a un bien mayor, arriesgando mi propia vida y la de los seres que amo para conseguirlo —Miré a Hera—, igual que lo hizo Hebe, nuestra mentora.

»Mi hermano menor casi murió, al igual que mi familia, mi amiga Artemisa aun presenta secuelas del ataque, y muchos de los Dioses Guardianes tenemos heridas que no sanarán con magia. Apostamos más que nuestras vidas por cumplir con nuestro labor, por proteger a los humanos y su fe, mi condición es un precio que pagar por hacer lo correcto, y de ser así acepto cualquier castigo que tengan en mente a pesar de no considerarlo justo, pero aun con todo lo que han dicho, aun no me arrepiento de mi decisión, porque gracias a ella más de una vida se salvó. Sigo viva, aun con todo lo que pasó, esto no me va a matar.

Noté la sonrisa de Daymon sin verlo, porque por fin entendí lo que quiso decir el día de Aqueronte, y me percaté también de cómo Andrew infló su pecho, soltando presión. Mis decisiones quizá no eran las mejores todo el tiempo, pero no podía vivir mi vida arrepintiéndome de ellas. At me lo hizo entender, yo quería algo diferente a solo equivocarme y pedir perdón, ya me estaba cansando de agachar la cabeza y lamentarme, porque de seguir así no llegaría a ningún lado como líder.

Deméter abrió la boca de nuevo, pero por medio de un ademán Zeus la calló. Me miró, igual que todos, y se giró en dirección a Temis sin decir una palabra.

La diosa de piel bronce y ojos del mismo color se levantó de su puesto, con su mirada clavada en mí. Su cabello se movió con elegancia, y cuando habló su voz sonó aterciopelada pero fibrosa al mismo tiempo.

—Usaste el Filtro de forma imprudente, y a consecuencia la Luz de la Esperanza corre peligro, es la única verdad que nos interesa. —Caminó por el tribunal, con postura recta y firme, transmitiendo seguridad—. En otras circunstancias habríamos procedido a despejarte de ella, pero por pedido de Poseidón, y escuchando las razones de Apolo, accedimos a enjuiciarte para oír tu versión, para darte la oportunidad de excusarte y presentar una solución, pero tus argumentos carecen de convicción, están llenos de sentimentalismo, y eso en una diosa como tú es una mala combinación.

—Eres la diosa de la justicia —intervine, consciente de la descortesía al interrumpirla, pero a sabiendas de hacia dónde iba el tema—. Tienes el poder de juzgar la inocencia o culpabilidad de cualquier ser, y aun así alegas que me equivoqué y que lo que esté detrás no importa. Se supone que debes ser imparcial, ver a través de las acciones, ver corazones, no solo acciones.

Cerró los ojos con tranquilidad, y permaneció serena cuando respondió.

—Lo soy, pequeña Atenea, y creedme que he visto tu corazón. —No había cólera o molestia en sus ojos, pero tampoco cariño precisamente, solo era una mirada ajena—. No te estoy juzgando por tus sentimientos, porque reconozco las buenas intenciones que albergas, te juzgo a partir de un hecho innegable. No te estoy diciendo que eres culpable o inocente, solo remarco la situación en la que te encuentras. A diferencia de Deméter, no te veo como una traidora, porque sé que no lo eres, pero el que seas una buena persona no te quita lo estúpida, ingenua e imprudente.

La miré confundida, sin saber ella de qué lado estaba. Sonrió de lado, con ojos cansados.

—Te equivocaste, quizá no lo veas así, pero sin duda las consecuencias de tus actos son cuestionables. Si se te juzgara por cualquier otra cosa la situación no iría a tan extremas medidas, pero debes entender que no estamos hablando de un simple error, ni de una nimiedad. Es la esperanza, lo más importante que existe tanto para los humanos como para nosotros. Debes comprender nuestra preocupación y mi decisión respecto a ti. No es personal, la justicia no debería serlo, pero viendo las circunstancias actuales, lo que habéis dicho todos vosotros, y lo que he podido observar, he llegado a una sola conclusión razonable.

Contuve la respiración, expectante, igual que todos mis amigos.

—Palas Atenea, eres una diosa con potencial, tanto divino como guardián, puedo ver en ti proyectos que sin duda marcarían una diferencia. Reconozco tus sentimientos, y admiro tu devoción a lo que crees correcto y a los seres que amas. No obstante, tus buenas intenciones no borran lo sucedido, ni mucho menos lo remedian —Tomó aire, me miró con ojos caídos, y dio su veredicto—: En vista de la situación, y el avance de la energía de Hades en tu cuerpo, se debe extraer la Luz de la Esperanza antes de que quede tocada por la magia oscura; por consecuencia, ya no serás la Protectora de la Esperanza y serás deshabilitada como miembro y líder de los Dioses Guardianes.

Un frio intenso me recorrió los huesos al oír aquello, y mis ojos se desenfocaron. El latido de mi corazón se detuvo de golpe, y los sonidos comenzaron a oírse lejanos.

Sabía que existía la gran probabilidad de que decidieran matarme, quitarme la Luz de la Esperanza, pero aun así guardaba la esperanza de ser perdonada, de que entendieran la situación y me permitieran seguir cuidándola. Morir de esa forma... nunca se me cruzó por la cabeza. Pensé en mis padres, en lo preocupados que deberían estar y en el dolor que sentirían al enterarse de la situación de la forma más horrible; pensé en Cody, es cómo se sentiría si la Corte Suprema me quitaba la vida. Pensé en mis amigos, en Andrew...

La voz que predominó en el lugar me sacó del hoyo oscuro donde estaba cayendo, consiguiendo ganarse la atención de todos los presentes:

—Me temo que eso es un grave error de su parte. —Se trataba de Andrew. Estaba de pie, mirando a la Corte Suprema con la seguridad que lo caracterizaba, con un aire a su alrededor que lo ponían al mismo nivel que cualquiera de ellos—. Juzgar a una persona por solo un error que cometió, sin tener en cuenta su capacidad para manejar el problema, es algo que lamentarán de llevar a cabo.

Vi a Sara, a Evan, y a Daymon levantarse de sus sillas con la misma firmeza que Andrew, apoyándolo. Los cuatro lucían imponentes sin nada más que una buena postura, con una mirada igual de imponente que la de Andrew, y con sus capas ondeando como héroes.

Me quedé mirándolos, atónita, pues ellos no podían intervenir en el juicio, y mucho menos en la decisión.

—No le corresponde a ninguno de vosotros decidirlo —decretó la diosa de la justicia, con su natural calma—. La decisión está tomada, y en base a la información que tenemos es la mejor opción para asegurar la existencia de la Luz de la Esperanza.

—Y seguirá existiendo en cuanto Atenea la conserve —aportó Evan, en tono serio—. Si asegurarla es lo que desean, no podrán encontrar nada que la proteja más que ella. Es por eso que fue elegida como su portadora hace miles de años, porque consideraron que era la más apta para la tarea.

—Eso es cuestionable —dijo Deméter—. Es por su culpa que está en peligro en primer lugar, ya dejó claro que no tiene la capacidad para cuidarla como se debe.

—La mantuvo a salvo desde que despertó —continuó Andrew, con los ojos clavados sobre la diosa de la agricultura, casi como un duelo de miradas—. Luchó por protegerla, incluso estuvo dispuesta a sacrificarse a sí misma y a los que la rodean para impedir que Hades la tomara. —Me miró—. No encontrarán a alguien mejor para protegerla, porque no hay nadie que esté dispuesto a perder tanto para mantenerla a salvo.

Lo miré con fijeza, sin saber qué gesto o qué cara poner. Debía estar furioso conmigo, tanto que si la Corte Suprema no me mataba él se encargaría de encerrarme en una torre para garantizar mi seguridad. Y, aun así, ahí estaba, hablando por mí, defendiéndome, igual que los demás.

—¡Pues no tiene buen criterio al parecer! —contraatacó Deméter, en tono alto. Frunció el entrecejo, y me miró—. Se unió a un demonio, ¿cómo podríamos confiar en alguien que hace algo así?

—¡Porque nosotros lo hacemos! —habló Sara, con dureza—. Atenea nos ha salvado de diferentes formas, y nos ha demostrado su capacidad para liderar cuando Hebe murió. Se enfrentó a Hades ella sola, y lo venció gracias a su poder. Puede que no entiendan sus acciones y critiquen sus decisiones —Me miró, y su mirada se suavizó—, pero dudo que alguno hubiera puesto tanto corazón en proteger la Luz de la Esperanza como ella.

Una media sonrisa se me curvó en los labios al escuchar aquello.

—¡Son puros sentimentalismos! —alegó Deméter—. ¡Estáis segados por vuestro amor por ella, no veis lo que realmente es, ni lo que puede llegar a hacer! Es un riesgo muy grande tanto para nosotros como para los humanos. La Luz de la Esperanza estaría mejor con nosotros, ninguno de los Dioses Guardianes tiene la capacidad para cumplir su objetivo. Teníais una sola misión, y en el proceso no solo destruisteis el Olimpo, sino que además os aliasteis con un demonio y vuestra líder destruyó el Filtro, lo único que protegía la Luz de la Esperanza.

Noté la cólera invadir el rostro de Sara, igual que la fuerza que puso en sus manos, y la forma en la que Andrew y Evan intercambiaron miradas solo confirmó mi sospecha de las intenciones de Sara mucho antes de abrir la boca.

—¡Ustedes no hicieron nada tampoco! —explotó, y me di cuenta en el momento en el que habló que Daymon posó su mano en el hombro de mi amiga para intentar calmarla, pero no funcionó—. El día que los portales se abrieron luchamos nosotros solos contra Hades, nos dejaron a nuestra suerte porque no querían involucrarse. ¡Incluso ahora se mantienen al margen de la situación con los humanos!

Todos la miramos, excepto Cailye, quien estaba muy ocupada cubriendo sus oídos con la palma de sus manos como para participar en el debate. Incluso Logan, sentado todavía, observaba el escenario como un simple espectador.

—¡Ese era vuestro trabajo!

—¡Pero podían ayudar, nada les costaba tan solo intentar proteger a los humanos también! —continuó Sara, con las mejillas ahora rojas y los ojos desorbitados igual que el día de la tormenta en Titán—. Nos abandonaron, igual que a los humanos, y ahora juzgan a nuestra líder con una amenaza de muerte por cometer un error. ¡Cualquiera se equivoca! Hicimos lo que estuvo a nuestro alcance, y conseguimos cumplir la misión, ¡sin su ayuda! Critican a Atenea por equivocarse, pero ninguno nos brindó su ayuda para que eso no sucediera, ¡ustedes también la orillaron a tomar esa decisión! ¡Ustedes también son responsables de lo que ocurre por omisión!

Silencio, total silencio, esa fue la respuesta al discurso de mi amiga. Jamás imaginé que fuera a explotar de esa forma, pero debí suponerlo en cuanto vi su rostro lleno de preocupación. Debí suponer que, al tratarse de mí, su temperamento cambiaba y se convertía en una especie de ave protegiendo a su cría.

Y también noté, con un poco más de sorpresa, que tras sus acusaciones se escondía la culpa, su propia culpa. Vi sus ojos brillar, y la inquietud de sus manos, y supe que lo que dijo no solo iba hacia la Corte Suprema, sino también hacia ellos, hacia los Dioses Guardianes.

Tragué saliva, con un temblor en mis piernas que no desaparecía. Las cosas se habían tornado todavía más tensas, al punto de que ya no sabía quién más iba a opinar. Estaba nerviosa, mis manos sudaban, y mi mente ya no sabía cómo manejar la situación. Todo estaba demasiado disperso.

—Tienes razón, Afrodita —comentó Hestia, en tono decaído, y con una mirada de lastima—. No ayudamos en vuestra misión, como dijiste, también tenemos responsabilidad en el asunto.

—¡Hestia! —exclamó Deméter, abriendo los ojos de par en par—. Era y sigue siendo su trabajo, de hacerlo nosotros, ¿qué propósito tendría formar a los Dioses Guardianes?

—El propósito es dejarle a alguien más el trabajo —concluyó Andrew, en su tono firme pero neutro—. La verdad es que, a pesar de necesitar la fe de los humanos, no les gusta involucrarse con ellos en ese sentido. Por eso existen los Dioses Guardianes. Si quieren que sigamos haciendo su trabajo, si desean conservar su poder, necesitamos a nuestra líder. La Tierra nos necesita, igual que ustedes, pero si falta alguno de nosotros los Dioses Guardianes no tendrían sentido.

Recordé las palabras de At en una ocasión: «Si así lo quiero, si en verdad así lo deseo, no podrán negarse». Era por eso por lo que los Dioses Guardianes tenían tanta libertad, tanto antes como ahora, porque la Corte Suprema, todos los dioses en realidad, eran conscientes de lo mucho que nos necesitaban.

—¿Es una amenaza? —inquirió Hera de pronto, con los ojos sorprendidos, evidentemente ninguno se esperaba algo así por parte de ninguno.

—Sí, lo es —dijo Andrew, con naturalidad, como si fuera un hecho escrito en piedra—. Solo digo la verdad. Si Atenea muere, si le quitan la Luz de la Esperanza, buscar un nuevo portador no será su único problema. O estamos juntos, o los Dioses Guardianes se disuelven. Es así de simple. Nuestro poder no es el mismo sin uno de nosotros. Podrán nacer más sucesores, pero tomarán años que no tienen, pues la amenaza de Pandora está aquí, ahora, y requerirán entrenamiento, uno del que tampoco disponen porque Hebe ya no está para hacerlo. Solo nos tienen a nosotros. Les guste o no, esto es lo que hay, no habrá más Dioses Guardianes además de nosotros.

Temis entrecerró los ojos, interesada, mientras Hera observaba fijamente a Andrew y a mis amigos. Mientras tanto, todo ese rato, Zeus se limitó a observar, igual que Logan, igual que Peán, tan solo observar.

El giro que estaba tomando el juicio no me agradaba nada. Volverse enemiga de la Corte Suprema era un pésimo plan en un pésimo momento.

—Sabemos que es una decisión difícil —Esta vez el que habló fue Daymon, sin su divertido tono de voz, habló con seriedad; esa fue de las pocas veces que Daymon entraba en su papel—, que son muchas cosas para tener en cuenta. Somos conscientes de que nuestra líder tiene problemas que no solo la involucran a ella, pero también somos conscientes de que quitarle la Luz de la Esperanza no es una buena opción. Podemos solucionarlo, solo tenemos que hallar la forma.

—Y según tú, Ares, ¿cuál es esa solución? —interrogó Deméter.

Los ojos de Daymon se clavaron en los míos por inercia, al igual que los de Andrew. Entonces, Zeus me miró, y después de observar mi piel, hizo la pregunta para la cual no existía respuesta.

—Palas Atenea, ¿tienes en tu conocimiento una cura que revierta los efectos del Filtro sobre tu cuerpo? ¿Conoces un antídoto a tu condición?

Sabía, vaya que era consciente, de que de esa respuesta dependía mi vida. No obstante, lo que todos queríamos oír, no se los podíamos decir por el siempre hecho de que no lo sabía. Desconocía por completo una forma de salvarme.

Mis ojos se encontraron con los de Andrew entonces, y vi reflejado en ellos la misma desilusión que yo sentía. Ambos lo sabíamos, no existía cura, o al menos no la encontramos. Si le decía la verdad a Zeus ya no habría nada que mis amigos pudieran hacer por mí, ya estaba condenada a la muerte por no saber algo como eso.

Levanté la cabeza, dispuesta a decir la verdad, consciente de la mirada lúgubre y oscura de Andrew mientras negaba lentamente con la cabeza, y de la expectación de todos los demás. Quizá tendrían piedad, quizá podría encontrar la forma de vivir sin la Luz de la Esperanza; pero, aunque la hubiera, dejaría de ser yo en cuento la energía de Hades colonizara todo mi cuerpo.

De todas formas, iba a morir...

Abrí la boca, con la palabra en la lengua, pero entonces, lo sentí.

Las voces de los Guerreros de Troya a las afueras del salón llamaron la atención de todos en el lugar. Eran los gritos de advertencia de los soldados hacia el intruso que, a deducción por lo que gritaban, se estaba acercando cada vez más a la puerta principal.

«Ser de Oscuridad» «Aléjate» «Intruso». Fueron las palabras que usaron con mayor frecuencia. Todos nos quedamos a la espera de lo que sucedería, mientras Zeus se levantaba de su silla y el par de Guerreros de Troya que había adentro se disponían a usar sus lanzas en contra del intruso en cuento atravesara esa puerta.

Lo sentí mucho antes de verlo, y con su cercanía solo confirmaba su presencia. Rogué al dios que me oyera que fuera una equivocación, que no se tratara de él, que yo no podía tener tan mala suerte en la vida, pero la sensación persistía a pesar de mi negación. Simplemente no podía ser verdad que él...

La puerta que conectaba al pasillo voló por los aires en cuento algo fuera de la sala la golpeó con excesiva fuerza, consiguiendo que los Guardias de Troya del interior fueran expulsados junto a las dos grandes puertas de madera.

Me quedé estática, al igual que Andrew, al igual que mis amigos, porque conocíamos muy bien su presencia. Los ojos de Deméter casi salieron de sus cuencas, y los demás dioses de la Corte Suprema tan solo observaron al ser que atravesó el umbral de la puerta.

Lo vi entrar a la sala, con un atuendo negro y detalles rojos que lo hacían lucir como una rareza andante, con sus ojos rojos brillantes igual que siempre, y una sonrisa confiada y picara al conseguir su objetivo con aquella gran entrada.

Debía ser una broma, tenía que ser una maldita broma que Kirok se encontrara ahí, de pie, en carne y hueso frente a nosotros, adentrándose más en la habitación como si nada.

Parpadeé varias veces, aun sin creerme lo que mis ojos veían, y con el corazón en la boca. Kirok, que no veía desde que se fue en medio del bosque, que ni siquiera sabía si estaba vivo, apareció frente a mí como si nos hubiéramos visto ayer.

Caminó, nadie dijo nada mientras se adentró en el salón y se ubicó justo a mi lado. Lo observé como una loca, preguntándome qué hacía ahí, cómo llegó y por qué justo en ese momento.

Me miró, y observó las marcas en mi piel. Por un segundo su sonrisa se desvaneció, pero luego de notar mis ramificaciones violetas me miró a la cara, sus ojos rojos se centraron en los míos, y sonrió, sonrió como si fuera un saludo de lo más casual.

—¿Qué significa esto? —bramó Deméter, con los ojos fijos en mi familiar—. Un demonio como tú no tiene derecho a pisar el Olimpo. ¡Vete al hoyo de donde saliste!

Kirok la miró, y en lugar de replicar, sonrió de forma socarrona.

—Deméter, han pasado cientos de años, tu hija te envía saludos, por cierto.

Los ojos de la diosa casi saltaron de su cabeza tras el comentario de Kirok. Sin embargo, la mirada de Hera la hizo callar. No replicó nada más, pero eso no evitó que sus deseos de hacerlo se fueran.

De cierta forma la aparición de Kirok y su comentario le quitó peso a la situación, pero al mismo tiempo la tensión que ahora sentía por parte de mis amigos se volvió asfixiante. Las miradas de Evan y Sara no dieron espera, mientras que Andrew parecía querer clavarle una flecha con los ojos. Al parecer, yo era la única en ese salón que no veía a Kirok como una sanguijuela, o como la personificación del diablo.

Aquel juicio solo se complicaba más.

Los nervios iniciales que sentía, el miedo, fueron reemplazados por el pánico creciente. Con Kirok ahí ya era mujer muerta. Mi vista viajó de la Corte Suprema a mis amigos, y de ellos a Kirok, sin saber qué decir ni qué hacer. Seguía en shock.

—¿Qué haces aquí, mensajero del infierno? —La preguntó de Hera me sacó de mi trance. La miré, con el corazón corriendo en mi pecho, pero ella solo tenía ojos para mi familiar—. No se te es permitido el ingreso al palacio, lo sabes muy bien.

Intenté tragar saliva, pero mi boca se secó de inmediato. Ya ni siquiera estaba segura de permanecer consciente, todo eso debía ser un sueño, tenía que serlo.

Kirok agachó la cabeza, en gesto de respeto hacia Zeus y Hera, a las otras tres y a Peán poca atención les prestó. Nunca lo creí capaz de comportarse de esa forma con algún otro dios, su apariencia y sonrisa maliciosa no le deban una buena primera impresión.

—He venido a ayudar, Señora —explicó, y giró su cuerpo por completo hacia el tribunal—. Por lo que alcancé a escuchar necesitan una solución a la condición de mi nueva ama, así que les he traído algo que no podrán rechazar.

Lo observé, pasmada, igual que mis amigos y en especial Andrew. Eso significaba que él estaba ahí para solucionarlo... Kirok, ¿de dónde sacó él una pista sobre mi problema? Estaba confundida. Desapareció todo un mes, y ahora estaba frente a mí, asegurando que conocía una cura que a mí me tomó semanas encontrar y aún no tenía nada.

Hera le dirigió una mirada a Zeus, quien a su vez miró a Temis en la otra esquina. La diosa de la justicia estaba atenta a mi familiar, con los ojos entrecerrados, y el lado de su cuerpo teñido de negro brilló, pareció aumentar de color, mientras el blanco se opacó casi por completo. Asintió, sin dejar de observar a Kirok, dándole a Hera su respuesta.

—Explícate —pidió la esposa de Zeus.

Kirok sonrió con suficiencia, lleno de aires de grandeza, y comenzó a explicar mi cura:

—Como muchos aquí habrán oído hablar alguna vez, existe un objeto capaz de juzgar a cualquier dios, con la capacidad de igualar e incluso superar el poder del Filtro. Un objeto creado por los Primordiales, pero olvidado con el paso de los años, tanto que ahora nadie está seguro de su veracidad.

Un viento frio recorrió la estancia, como el aliento de un muerto, y mis hombros me pesaron debido a la tensión del ambiente. Si ese juicio se alargaba más la presión me aplastaría en seguida. Todos permanecieron con la vista sobre él, algunos confundidos, otros escépticos, hasta que el silencio que se instauró fue roto.

—El Espejo de los Dioses no existe, es una vieja leyenda para asustar a los dioses menores —replicó Deméter.

Kirok giró su cabeza, lanzándole una mirada coqueta a Temis, y acompañando el gesto con una sonrisa cómplice. La diosa enarcó una ceja, interesada, y enderezó su postura.

—De hecho, existe, yo lo he visto —confesó la diosa de la justicia—. La diosa Némesis es su custodia. Sinceramente, no esperaba volver a oír ese nombre, todos creen que es una invención.

La miré, confundida, ¿si ella lo sabía por qué no lo dijo antes? Además, At me dijo que nunca lo encontró, que no sabía en dónde se hallaba ni si era real. El Espejo de los Dioses... si en efecto cumplía la función del Filtro quizá podría tener una oportunidad.

Aquella relevación se sintió como una bocanada de aire fresco, me permití respirar, por un segundo me dije a mí misma que había esperanza, que no tenía que tirar la toalla todavía. Todo lo que pasé angustiada, todo lo que pensé que no tenía salida, que no tendría salvación, todo lo que angustié también a Andrew... ahora existía, un pequeño hilo de luz que me decía que las cosas podían estar bien.

—Si Atenea se refleja en él, absorberá la energía de Hades, purificando la suya en el proceso —continuó Kirok, sin dar tiempo para procesar la nueva información—. Revertirá los efectos en su cuerpo como si nada hubiera sucedido. En otras palabras, eliminará toda posible fuente de contaminación que habite en ella. La Luz de la Esperanza estará a salvo.

—Sin embargo, el viaje para encontrarlo es peligroso, más aún para alguien es su estado. Los peligros que asechan pueden ser peores que el antídoto, y no hay garantía de hallarlo antes de que sea demasiado tarde —anotó Temis. Movió sus ojos hacia mí, y como si leyera mi interrogante añadió—: Es por eso por lo que no lo propuse, porque significa poner tu vida y la Luz de la Esperanza en juego; es una apuesta, y una muy arriesgada. El camino para hallar el Espejo de los Dioses te puede quitar más de lo que estás dispuesta a perder.

Parpadeé varias veces, bajé la cabeza unos centímetros, y por reflejo miré a Andrew. «Más de lo que estás dispuesta a perder». En realidad, ¿qué estaba dispuesta a perder por la Luz de la Esperanza? No lo sabía, no podía estar segura de querer perder algo para protegerla. Pero ¿y si perder algo era lo correcto? Andrew me miró con fijeza, preocupado, como si ambos pensáramos lo mismo.

—No es una opción viable —habló Hestia, analizando lo que eso significaba—. La búsqueda puede poner en peligro la Luz de la Esperanza y a la pequeña Atenea. Sin la seguridad de éxito emprender un viaje para encontrarlo es demasiado arriesgado.

—Sé en dónde se encuentra —comentó Kirok, seguro de sí, y con el mentón en alto. De su traje, o mejor dicho, de uno de los tantos bolsillos de su traje, extrajo un papel doblado en pergamino, atado con una cinta roja, y de apariencia vieja y gastada—. Conseguí un mapa con las indicaciones para encontrar el lugar donde Némesis lo oculta. Tracé la ruta más segura en Kamigami para llegar.

Temis entrecerró los ojos y estiró el brazo. En respuesta, la hoja de papel antiguo que sostenía Kirok salió levitando de su mano; él la soltó, y el pergamino voló hacia el tacto de la diosa. Ya en su posesión, Temis lo abrió y observó su interior con genuino interés.

—Es real —le confirmó la diosa a Zeus y Hera—. Y mi experiencia con Némesis es la suficiente para saber que llegar al lugar donde guarda el Espejo de los Dioses no será sencillo. Sin embargo, de lograrlo, los resultados serían beneficiosos no solo para Atenea, sino para nosotros también. —Me miró, con una pequeña sonrisa en su rostro—. Quizá aún haya algo que hacer por ti.

Sin embargo, los demás dioses aún no se veían muy convencidos de aceptar la propuesta de Kirok. Debía hacer algo, tenía que hacer algo para aferrarlos a esa posibilidad como yo lo estaba haciendo. De tener razón mi cuerpo sanaría, y podría seguir siendo parte de los Dioses Guardianes; ya no tendría que cargar con el peso de una decisión como esa.

—Es la oportunidad que me dieron, la solución que me pidieron. —Mi voz al comienzo sonó débil, pero mientras hablaba fue tomando más fuerza—. Lo que tengo, lo que hice, puede ser revertido. Ustedes mismos lo oyeron. El Espejo de los Dioses es real, y sin importar los obstáculos lo voy a encontrar, porque de eso depende no solo mi vida, sino también la existencia de la Luz de la Esperanza.

—Eso no es seguro —intervino Deméter.

—Pero es la única opción que tenemos —contraataqué, no muy segura de lo que decía—. ¿Qué no lo ven? Todos queremos lo mismo: proteger la Luz de la Esperanza, evitar que caiga en manos de Pandora o de cualquiera que la anhele. Esto no se trata de lo que hice, se trata de lo que puedo hacer. No hallarán a alguien que la cuide mejor que yo, ni alguien a quien le puedan dar su confianza nuevamente. Ya pasaron por ese proceso una vez, y llegaron a la misma conclusión: entregarme la Luz de la Esperanza; buscar un nuevo protector en medio de una guerra contra Pandora es mucho más arriesgado que dejarme buscar una forma de asegurarla.

»No tenemos tiempo de darnos el lujo de solo reemplazarme, porque al intentar hallar a otro solo pone en peligro la esperanza sin alguien que la cuide, porque saben que Pandora es un enemigo poderoso e inteligente. Solo yo puedo protegerla, porque solo yo estoy dispuesta a dar mi vida para que siga existiendo. Denme la oportunidad de remediar mis actos, de corregir mis decisiones. Déjenme demostrarles que puedo dar más de lo que he dado, déjenme demostrarles que soy apta para proteger la Luz de la Esperanza y liderar a los Dioses Guardianes contra Pandora y contra el que sea para salvaguardar el futuro de la humanidad, porque soy Palas Atenea, diosa de la sabiduría, y tengo el poder y la voluntad suficientes para luchar por un futuro mejor.

Cuando terminé de hablar no pude evitar sentir un extraño déjà-vú en la lengua. Los observé, expectante, y con el corazón latiendo en mi pecho como el de un ratón. A esas alturas ya no sabía qué decir para que me tomaran en serio. Quizá las palabras no bastaban para ellos, tal vez no importara lo que dijera, su decisión ya estaba tomada.

Silencio. Completo silencio por un buen rato.

Zeus miró a Temis, quien asintió. Entonces, Hera le tomó la mano a su esposo, y le regaló una sonrisa maternal, y aun así el rey de los dioses no cambió su expresión endurecida y mirada firme e indomable. Por el contrario, Deméter se veía más disgustada. Hestia asintió, aunque nadie la estuviera observando, mientras Temis le devolvía el mapa a Kirok de la misma forma que lo tomó.

Al parecer, la Corte Suprema tomó una nueva decisión.

—Aceptaremos tu petición, pequeña Atenea —comunicó Hera al cabo de unos minutos—, dejaremos en tus manos la protección de la Luz de la Esperanza como hasta ahora, pero aun así continuarás en evaluación hasta que demuestres tu aptitud para la responsabilidad que conlleva. Asimismo, tendrás que buscar una solución pronta al equilibrio de tu energía divina, o de lo contrario procederemos a retirar de forma inmediata la fuente de la esperanza que albergas. Te daremos tiempo, Atenea, solo eso.

Movió sus manos en el aire, haciendo uso de su poder divino. Primero vi pequeñas luces plateadas aparecer a su alrededor, y luego esas mismas lucecitas se dirigieron a mí, rodeándome y danzando. Las observé con fascinación, pues desprendían una belleza difícil de desapercibir.

Y entonces, de la nada, se adhirieron a mi piel desnuda, como sanguijuelas. La sensación, contraria a creerse pegajosa, era en realidad suave y casi imperceptible. Poco a poco las luces mágicas se pegaron a mi cuerpo, envolviéndome por completo, cubriendo las ramificaciones de la magia oscura. Llegaron a mi cuello en cuestión de segundos, y para cuando lo hizo, lo que sea que Hera estuviera haciendo, sentí un tremendo apretón en todo mi cuerpo, del cuello hasta los pies, obligándome a emitir un pequeño grito de dolor.

Grité, pues la presión que ejercían en mi piel era demasiada. Apretaron y apretaron, como una anaconda a su presa, hasta que ya no era consciente ni de los latidos de mi corazón. Me removí en mi sitio, sin conseguir alivio con los movimientos que hice, hasta que solo me quedé quieta y esperé a que el malestar pasara.

Noté las expresiones de mis amigos, y de la alerta que cruzó por el rostro de Andrew y Sara; olí sus intenciones de intervenir, pues parecía que más que ayudar Hera me estuviera matando. No obstante, fue Daymon quien cruzó su brazo frente a ellos para detenerlos.

El pelirrojo frunció el ceño, por primera vez desde que lo conocí se veía conmocionado de verdad, atento al conjuro de Hera.

El brazo me ardió, como si alguien me hubiera marcado con hierro caliente, lo que me obligó a emitir un grito todavía más sonoro. Y luego tan solo desapareció. El dolor de la fuerza de las luces en mi cuerpo, y el ardor en mi brazo, se esfumaron de un momento a otro.

Las luces que me cubrían se fueron extinguiendo gradualmente, hasta que mi piel quedó libre de todo rastro de magia. Tomé aire, intenté regular mi respiración, necesitaba tranquilizarme... Hasta que algo captó mi completa atención, al igual que la de mis amigos y mi familiar.

Observé mis brazos, mis piernas a través de la tela del vestido, sorprendida y casi horrorizada de lo que veía. Mis marcas, las ramificaciones violetas que cubrían mis vasos sanguíneos, ahora eran casi transparentes. Seguían ahí, pero ahora eran de un color tan lila que se podían confundir con mi piel, eran casi invisibles, era como si ya no tuviera nada...

Y luego sentí un tenue ardor en mi brazo izquierdo; giré mi cuello, y confirmé que en efecto algo ocurría en la piel de esa zona. Observé con cuidado, hasta que una marca negra con la forma de un brazalete adornó mi brazo, casi llegando al hombro, rodeándolo como un adorno. Las líneas curvas, el lugar, el tamaño, el color, incluso el grosor me recordó a...

De inmediato dirigí la mirada hacia Daymon, confundida y consternada. Él, al notar mi nuevo tatuaje, me miró a los ojos, sorprendido, casi que pasmado, en el mismo estado de shock que yo. La marca que ahora adornaba mi brazo era la misma que el tatuaje de Daymon. Al parecer no era solo un tatuaje. La pregunta estaba implícita en mis ojos, pero él, a pesar de haberla notado, lo único que hizo fue permanecer quieto, con su atención sobre mí, sin decir ni hacer nada que me ayudara a entender la situación. Era demasiado específico para ser una coincidencia; ¿qué ocultaba Daymon?

—Eso, pequeña Atenea, es un sello de energía negativa. —La voz de Hera me sacó de mi trance, obligándome a prestarle atención—. No revierte tu situación, ni cura tu estado, es tan solo un sello que te dará tiempo. El proceso de contaminación se pausará momentáneamente, pero solo durará unos días, transcurrido cierto tiempo seguirá de nuevo, en marcha lenta, pero lo hará. No es una solución permanente, pero al menos te dará la oportunidad de realizar el viaje sin la interferencia de un repentino ataque de energía de Hades.

Miré mi nuevo tatuaje, y me entraron deseos de tocarlo; se sentía tan extraño y ajeno que quería sentirlo en mis dedos. Sin embargo, las esposas mágicas en mis manos me lo impidieron.

—¿Podré usar magia con normalidad? —quise saber—. El sello... ¿qué tanto va a afectar mi energía divina? Mi Arma Divina, los conjuros, todo, ¿tendrá alguna consecuencia en ese aspecto?

Las comisuras de los labios de Hera se curvaron hacia arriba, con suavidad.

—No lo hará —respondió, en tono tierno—. El sello solo afecta la energía negativa ajena a tu cuerpo, tu energía vital, tu magia, seguirá intacta en tu interior. Al igual que el Filtro, al igual que la Luz de la Esperanza. Puedes usar tus habilidades como hasta ahora. Solo evita usar el Filtro de nuevo; el sello inhibe la energía negativa en tu interior, pero no le niega la entrada a una nueva carga. Sé cuidadosa y responsable, el Filtro sigue estando roto.

Una sonrisa de alivio se escapó de mis labios. A pesar de ser temporal, y ser solo un medio para alcanzar un objetivo, el que no volviera a sufrir de ningún ataque me despejaba la conciencia. Me sentí más liviana, como si me quitara un peso de encima al menos por un tiempo.

—Sin embargo, eso no te protegerá de todo lo que hallarás en el camino —aportó Temis—. Accedimos a la petición de tu familiar, pero aun así sabemos que el viaje hasta Némesis es demasiado peligroso para emprenderlo sola. Necesitamos más garantía de éxito, seguridad para ti y la Luz de la Esperanza.

Los miré, expectante, consciente de que a pesar de todo necesitaban algo más a qué aferrarse que a la palabra de una sola diosa.

—Si temen por su seguridad no se preocupen, yo la acompañaré en el proceso. Soy su familiar, es mi deber acompañarla —anunció Kirok, sin cambiar su aire de superioridad—. No estará en mejores manos, se los aseguro.

Lo miré, con los ojos como platos, apenas entendiendo la situación. Un viaje a Kamigami, en busca de lo que podría salvarme a mí y a la Luz de la Esperanza, lo aceptaba, igual que aceptaba el hecho innegable de que sola no lo conseguiría. Pero ir con Kirok... No era mala idea, solo daba pie a muchos problemas.

—No irá solo con ella. —Lo que me temí sucedió, Andrew habló, intervino. Sabía que lo iba a hacer, solo esperaba que mantuviera su boca cerrada por más tiempo. Lo miré por el rabillo del ojo, y fruncí el ceño un poco. Él me observó a su vez, y pareció captar el mensaje debido a que su pecho se desinfló un poco—. Los Dioses Guardianes la acompañaremos también, después de todo, no solo es trabajo de Atenea velar por la seguridad de la Luz de la Esperanza.

Solté un pequeño suspiro, agradecida de que controlara sus palabras. Si la Corte Suprema notaba que mis amigos no confiaban en Kirok, si sabían que en realidad lo querían lejos de mí, no solo descartarían la idea de Kirok, sino que tendrían más motivos para acusarme de traición.

Me miró, y asentí disimuladamente.

Fui consciente de la mirada de Kirok sobre Andrew, y de su sonrisa ante su comentario, como si se burlara de él, pero no dijo nada referente a ninguno de mis amigos, ni contradijo su comentario. Al contrario de lo que me imaginé, Kirok se estaba portando mejor de lo que lo vi comportarse antes.

—Concuerdo con Apolo —apoyó mi amiga de negro cabello, observando con fijeza a Kirok, y ocultando en sus palabras la advertencia hacia mi familiar—. Debido al estado actual de nuestra líder, precisa de la mejor compañía en su travesía. Necesita ayuda, y mientras más, mejor. Necesita a los Dioses Guardianes, nos necesita.

Vi a Sara al lado de Andrew, a Daymon a su espalda, y junto a Evan. Vi a Cailye observar desde su asiento, con una mirada perdida, y a Logan prestar atención a cada detalle sin mover un solo musculo de su silla. Y verlos así... por mi cabeza solo pasó la idea de una nueva misión, de una nueva aventura, juntos. Nuestras nuevas responsabilidades nos habían separado, pero emprender un viaje hacia Kamigami, en busca del Espejo de los Dioses, reformaría nuestros lazos.

Sara sonrió, igual que Daymon, pero tanto Andrew como los demás permanecieron con una expresión no muy buena en sus rostros.

—Eso no será posible. —Escuchar la voz de Zeus me descolocó un poco. Me giré hacia él, y comprobé que en efecto fue él quien habló—. Os recuerdo que esa no es la única misión que tenéis.

Mi rostro reflejó cierta confusión, hasta que un rayo de entendimiento me recordó que los Dioses Guardianes teníamos otros proyectos en mente.

—Recibimos el informe de Poseidón, vuestra propuesta —continuó Hera a lo que su esposo decía—. Y la aceptamos —Tanto a mis amigos como a mí nos cruzó un brillo nuevo por los rostros—. Pandora es un enemigo poderoso, lo reconocemos; estamos al tanto de lo que hizo con Hades y lo que hizo con vuestros antepasados. Es un ser de inigualable poder, que ha adquirido fuerza conforme el paso del tiempo. Es por eso que apoyamos vuestra idea de que necesitáis conseguir aliados, convencer a los demás dioses y criaturas de pelear a vuestro lado. —Me miró, y me regaló una cálida sonrisa—. Personalmente, creo que es una buena forma de crear lazos, de crear paz.

Noté cómo Zeus fruncía las cejas un poco; sus facciones se endurecieron.

—Sin embargo, no estamos tan complacidos con el tema de los humanos —añadió Deméter—. Revelarles a los humanos nuestra existencia, en el tiempo actual, no es tan conveniente como queréis hacerlo ver.

—Corte Suprema, con todo el respeto, eso no es del todo cierto —dijo entonces Evan, adoptando una postura madura y profesional que no había visto de él antes. Sus hombros se alinearon, su espalda se enderezó, y su mentón se levantó unos centímetros; sus manos, antes enfrente, se ubicaron a los lados de su cuerpo—. El poder que los dioses podrían adquirir si se hace público podría alcanzar niveles excepcionales.

—No deja de ser un riesgo, joven Poseidón —contradijo Hestia, en calma, siendo de las pocas personas en la sala que aún se encontraban sentadas—. El conocimiento y la actitud de esta nueva generación de humanos no están preparados para aceptarnos. No han tenido contacto con nosotros en siglos; el lazo que existía se rompió hace mucho, intentar devolverles la fe puede traer consecuencias negativas no esperadas.

—Déjenos intentarlo —pidió mi amigo—. Nosotros crecimos como humanos, si alguien puede devolverles la fe en los dioses somos nosotros. Nosotros también necesitamos una oportunidad. Piénsenlo, los resultados incrementarían nuestro poder, su poder, la edad de gloria de los dioses puede regresar. Las adoraciones, las oraciones, las ofrendas, todo lo que antes tenían lo pueden recuperar.

La Corte Suprema intercambió una mirada entre sí, pensativos, tanto así que por un momento creí que se podían comunicar telepáticamente.

—¿Cómo pensáis conseguirlo? —preguntó Temis.

—Hablando con ellos —contestó mi amigo—, relacionándonos con ellos, que nos vean como lo hicieron antes. Llegaremos a sus corazones de nuevo, les devolveremos la confianza en nosotros, nos verán de nuevo como sus héroes. Podemos conseguirlo, estoy... —Hizo una pequeña pausa, y miró a los demás, e incluso a mí—, estamos seguros.

Tanto Hera como Temis le dirigieron una mirada a Zeus, quien, sin ver realmente a ninguna, asintió.

—En cuyo caso no podrías acompañar a vuestra líder a Kamigami —mencionó Temis—. No podrán ir todos, al menos. Debéis elegir, Dioses Guardianes, qué gestión tiene mayor prioridad.

Les lancé una mirada a mis amigos, y ellos a su vez me observaron a mí. Ambas cosas tenían igual importancia, no podíamos solo renunciar a una de ellas. La idea era realizar alianzas tanto en Kamigami como en la Tierra. Si yo iba al mundo de los dioses, en el camino hacia el Espejo de los Dioses, podríamos formar alianzas, hablar con otros dioses... pero no importaría cuántos fuéramos al final si no teníamos más poder.

—Haremos ambas cosas —declaré, ganándome una mirada confundida por parte de Sara, Daymon y Evan. Miré a la Corte Suprema mientras hablaba—. Formar alianzas y devolverles la fe a los humanos es importante, no sirve una sin la otra. Nos dividiremos. Mientras yo voy a Kamigami junto a un par de mis compañeros, los cuatro restantes se encargarán de aumentar la fe de la humanidad.

Noté los rostros confundidos de algunos de mis amigos, en especial el de Sara, como si me reprochara por mis palabras. Entendía su necesidad de acompañarme, de no dejarme sola en esa situación, pero había cosas más importantes en ese momento que lo mucho que los fuera a extrañar y necesitar si nos alejábamos.

Asentí disimuladamente, para hacerles entender que eso era lo mejor, que así era más eficaz y también con más posibilidades de éxito.

—En cuyo caso, Palas Atenea, deberás elegir a dos de tus comparemos para acompañarte en tu travesía —anunció Zeus, en tono potente—. Aquí y ahora.

Abrí los ojos como platos, contrariada. No se suponía que los eligiera yo, ni mucho menos en ese preciso momento. Acordamos que cada uno elegiría lo que mejor pudiera realizar, lo más eficaz y lo más seguro. Pero si los elegía en ese momento, ya no podría cambiarlos. Por sus expresiones supe que no lo habían pensado, que aún no habían elegido, y entendí además que esa decisión, al final, dependía de mí.

Tomé aire, y respiré profundo, esperando no equivocarme.

Tanto Daymon como Sara debían permanecer en la Tierra. El pelirrojo era carismático, la gente lo escucharía, y además mencionó que conocía personalmente a varias de las criaturas que habitaban aquí. Y en cuanto a Sara, ella tenía los medios económicos y sociales para hacer escuchar su voz; conocía a gente importante, lideres, que podría convencer con más facilidad.

Evan también debía quedarse, porque su influencia con la Corte Suprema era necesaria, y su capacidad para organizar todo era más útil en Tierra; su aire de seguridad haría que cualquier persona confiara en él. Algo similar ocurría con Logan, él tenía deber en la tierra, cosas como las grietas dimensionales; no podía irse y dejarlas abiertas. Además, su inteligencia y conocimiento extenso de muchas áreas humanas eran más útiles con ellos.

Sin duda Andrew iría conmigo, no porque lo quería, sino porque su fuerza y habilidad en combate podrían ser necesarias en Kamigami. Y, además, muchas de las criaturas de Kamigami tenían asuntos pendientes con Apolo. Lo mismo ocurría con Cailye. Sabía que no le agradaba viajar, pero Artemisa sería una buena influencia con las ninfas, y su poder con los animales sería de mucha ayuda en Kamigami.

—Apolo y Artemisa, ellos serán quienes me acompañen en mi viaje —decidí, y sentí en mi cuello tanto la mirada de indignación de Sara, como la aterrorizada expresión de Cailye.

Noté por el rabillo del ojo cómo la rubia se hundía en su silla, con las manos en los oídos, y el cuerpo temblando. Estaba aterrada. ¿Sí habría sido una buena elección involucrarla?

Los chicos se veían conformes, incluso Logan —aunque su expresión no dejaba ver mucho en realidad—; por otro lado, el ceño fruncido y la molestia de Sara no se hicieron esperar.

—Me temo que eso no será posible —intervino Hera—. Apolo, al asumir el cargo de sublíder, no podrá acompañaros en vuestro viaje. Él tiene el deber de quedarse en la Tierra en ausencia de vuestra líder.

Fruncí el ceño de inmediato, igual que Andrew, pero no supe cuál de los dos fue el pronunció la pregunta:

—¿Qué? —Quizá fuimos ambos.

—Así como lo oís, Dioses Guardianes —fue Deméter quien continuó la idea de Hera—. Según las reglas, si el líder de los Dioses Guardianes debe dejar su puesto, es obligación del sublíder realizar las actividades que el líder llevaba a cabo. No es opcional, dios del sol, es una orden.

Me desinflé en mi lugar, y miré a Andrew. Él lucía igual de decepcionado que yo, pero mucho más enojado. La idea de emprender un viaje para salvar mi vida, en un lugar que haría todo lo posible por matarme... entendía su preocupación de dejarme ir sola. Más allá de lo que sintiera por mí, a cualquiera lo pondría incomodo mandarme a una trampa homicida con mínimas posibilidades de éxito, con poco apoyo de donde sostenerme.

Me observó con fijeza, pensativo; se veía que en serio estaba teniendo una batalla interna. Hasta que apretó las manos en puños, tomó aire, y quitó los ojos sobre mí para posarlos sobre la Corte Suprema.

—No me quedaré aquí —decretó, en tono firme—. Puedo ser el sublíder, pero eso no impide que la acompañe. Necesita todo el apoyo que pueda, y no por una vieja regla dejaré que se vaya solo con dos personas como refuerzo. Me necesita, y yo necesito asegurarme de que esté a salvo.

A pesar del tono y la situación, no pude evitar que un tierno rubor se expandiera por la piel de mis mejillas. Bajé la cabeza, avergonzada. Noté la mirada de Kirok en ese momento, lo que me incomodó todavía más.

—En eso tienes razón, Apolo —apoyó Hera, y seguido me miró—. Puedes elegir a otro acompañante; como dice Apolo, necesitas toda la ayuda que consigas.

Noté el enfado de Andrew mucho antes de ver cómo abría la boca. Entonces, vi la señal de Kirok que me dijo que él debía guardar silencio, o de lo contrario al que le iría mal iba a ser a mí. Y tenía razón. Si Andrew continuaba alegando llegaría a la conclusión que antes quise evitar, que Kirok no era una compañía apta, y de ser así me quitarían la única oportunidad que tenía. Además, ese seguía siendo un juicio, dirigido por la Corte Suprema, llevarles la contraria en ese punto no sonaba como una buena idea.

Miré a Andrew, leyendo su mente justo antes de que hablara, y mi nariz se arrugó de tristeza. No me agradaba la idea de ir sin él, de hecho lo odiaba, y me aterraba, pero justo en ese momento no era acertado luchar por conseguir el permiso de la Corte Suprema, porque como dijo Evan, ese no era un juicio como el de los humanos, ese protocolo ni siquiera debería llamarse juicio. Pero era lo que había, y teníamos que adaptarnos a ellos porque ahora formábamos parte de su jerarquía, de su mundo, y las reglas eran diferentes.

—Eso es... —empezó Andrew, pero me le adelanté.

—Llevaré a Afrodita entonces —hablé, de inmediato, como escupiendo las palabras. Evité todo contacto visual con Andrew—. Ella no tendrá inconveniente, ¿verdad?

Sentí la mirada de Andrew, su tensión, su ira, sobre mi cuello. Un escalofrío me recorrió, obligándome a tragar saliva para no decir que era un malentendido y objetaba su decisión. Podía percibir la traición que Andrew sentía en ese momento.

Hera curvó sus labios hacia arriba.

—No, en lo absoluto.

—Es un error —replicó Andrew. Su voz me llegó, pero aun así me negué a verlo cuando habló—. Me necesitan más allá que aquí. Mi poder divino, mi historia con las criaturas de Kamigami, serán más útiles en su viaje. No es necesario atarme a aquí...

—Apolo —llamó Hera—, no es tu decisión.

—¡Pues debería serlo! —espetó, elevando el tono de su voz por primera vez durante el juicio. Me percaté de la mano de Evan sobre su hombro, invitándolo a tranquilizarse, pero él lo ignoró por completo y siguió—. Me niego a aceptar su regla, porque es estúpida. Tanto Afrodita como Poseidón tienen la capacidad de reemplazar a nuestra líder por un tiempo...

—Pero ellos no fueron elegidos sublíderes —contraatacó Deméter—. Es tu deber, tanto como el de ella.

Y de nuevo, Andrew iba a volver a abrir la boca. Valoraba sus intentos, pero ya había quedado clara la intención de la Corte Suprema; y, además, había algo en la mirada de Zeus respecto a ese asunto que me impedía continuar con el tema.

—Debes aceptarlo, Andrew —dije entonces, llamándolo por su nombre para darle más personalidad a mi declaración, y atreviéndome a mirarlo a la cara para continuar—. Aunque no quieras, ni yo, debes aceptarlo —Me encogí de hombros, y con las manos lo invité a observar las apenas visibles marcas de mi piel—; porque es lo que tenemos.

La mirada que me lanzó en ese momento me desencajó el corazón. Tuve que cerrar los ojos un segundo para pasar el trago amargo que significó que me mirara de esa forma, tan herido, como si de entre todo mi comentario fuera el peor.

Sus ojos se dirigieron a Kirok, encontrándose con un demonio bastante serio para mi sorpresa. Creí que se burlaría, o haría un comentario entre dientes, pero tan solo se quedó quieto, mirándome, sin siquiera girar a ver a Andrew. Luego miró a la Corte Suprema, con ojos duros, y por último regresó sus esferas oscuras hacia mí, y, como yo lo hice, me habló a mí, no a la Atenea que los dioses presentes veían.

—No lo acepto, Ailyn —Comenzó a caminar.

Se alejó del estrado, y siguió su rumbo a lo que quedaba de puerta. Y se fue. Con la espalda recta y la capa ondeando, tan solo abandonó el salón. Lo vi alejarse, perderse en el pasillo, sin mirar atrás, ofendido y molesto, y quise ir tras él, decirle que no era que no quisiera que me acompañara, sino que las circunstancias así lo indicaban. Quería decirle que a lo mejor no era tan malo, o que podríamos solucionarlo de alguna forma en otro momento, pero no podía. Justo en ese momento, tan solo no podía salir corriendo.

Estaba, literalmente, atada de manos, y con un vestido tan transparente que apenas sí ocultaba algunas partes de mi cuerpo; correr tras él así, en ese momento, no mejoraría nada.

Logan se levantó al segundo siguiente, y al igual que Andrew, salió por lo que antes era la puerta, en la misma dirección que se fue el chico de cabello ámbar.

Pasaron unos segundos de silencio, hasta que la Corte Suprema tomó de nuevo la palabra.

—Pequeña Atenea, ahora que has elegido a tus acompañantes, debes prepararte para partir hacia Kamigami lo más pronto posible —anunció Hera—. Krono no perdona el tiempo, debéis apuraos en vuestra misión. El sello que te puse no durará por siempre, debes encontrar el Espejo de los Dioses antes de que su efectividad termine y regreses a tu cuenta natural.

—Yo... —Pensé en mis padres, en Andrew, en mis amigos; todavía no había tenido oportunidad de explicarles lo que ocurría, de oír con mis propias palabras lo que me pasaba, y tenía que hacerlo antes de irme; y además, no podía irme y dejar las cosas así con Andrew, no me lo perdonaría—... Necesito tiempo. Tengo cosas que quiero arreglar antes de irme.

Tanto Hera como Deméter se notaron sorprendidas.

—¿Qué cosas? —inquirió la diosa de la agricultura— .No veo qué puede ser más importante que recuperar la pureza de la Luz de la Esperanza.

Un brillo mágico pasó por el rostro de Hestia en cuanto Deméter hizo la pregunta. Se mantuvo estática un segundo, hasta que parpadeó varias veces y me regaló una sonrisa. Los poderes de los dioses eran todo un mundo que desconocía, cada uno de ellos tenía habilidades, poderes, y reacciones diferentes ante su especialidad, interpretar esas respuestas era complicado.

—Está bien, pequeña Atenea —intercedió Hestia, con su sonrisa—, puedes hacerlo.

Le sonreí, ella debía entender lo que sentía, lo que necesitaba.

—Te daremos un día, Palas Atenea —decretó Zeus, en tono firme y alto, consiguiendo que su voz resonara en todo el salón. Sus dorados ojos se posaron en mí, severos, como los de un juez de avanzada edad—. Mañana en la mañana deberás cruzar el portal hacia Kamigami, y a partir de ese momento contarás con nueve días helios para alcanzar tu objetivo, de lo contrario procederemos a retirar de tu cuerpo la Luz de la Esperanza.

Asentí por impulso. No tenía ni idea de cuánto duraba un día helio, así que en realidad no sabía cuánto tiempo en verdad disponía. Me parecía haber escuchado que en Kamigami le llamaban helio al día y selene a la noche, pero no podría convertir un día en Kamigami a un día en la Tierra.

—El sello que te he puesto durará de entre diez a quince días helios, pequeña Atenea —agregó Hera—, por lo que te recomiendo que te apresures en tu misión. —Miró hacia el lugar donde se hallaban mis amigos, o al menos cuatro de ellos—. Y a vosotras, Diosas Guardianas, espero estéis listas para los desafíos que encontrarán; confío en que vuestra líder haya elegido sabiamente.

Sara asintió con decisión, segura y orgullosa de los resultados, mientras que Cailye se encogió más en su silla, mordisqueando su labio inferior.

Hera miró a Zeus, y éste en respuesta continuó hablando.

—Los Dioses Guardianes que permanecerán en la Tierra pondrán en marcha la estrategia para revelarle al mundo nuestra existencia —Sus ojos observaron a Evan mientras hablaba—. Tendremos una reunión dentro de dos días terrestres para discutir vuestras propuestas, hasta entonces continuad con vuestro trabajo habitual.

Evan fue el único en asentir, ya que ni Daymon ni Cailye le estaban prestando mucha atención realmente, ambos estaban en su propio mundo en ese momento.

—Siendo así, Dioses Guardianes, y en vista de los cambios que ha tomado este juicio —añadió Temis—, no determino castigo alguno a Palas Atenea por arriesgar la Luz de la Esperanza, por el momento. Al regreso de vuestra misión reevaluaremos la situación, de esa forma sabremos qué medidas tomar a continuación. Hasta entonces, Dioses Guardianes, solo los observaremos en vuestros avances. Están en periodo de prueba, todos vosotros, así que confiamos en que vuestro desempeño sea positivo.

Dejé salir el aire de mis pulmones, y dejé caer mis hombros. Por un segundo me permití relajarme, dejé de tensionar mis músculos y me permití pensar que lo peor había pasado, a pesar de saber en algún lugar de mi cabeza que eso no era cierto, y que ese juicio apenas era un obstáculo más que saltar.

Sin embargo, la odisea que resultó ser nuestra misión anterior me enseñó a apreciar esos pequeños momentos en los que podía respirar sin que mi vida corriera peligro.

Kirok me dedicó una sonrisa con la barbilla en alto, presumiendo de su plan, al que respondí con un mudo «gracias», y él continuó con su postura erguida y relajada, denotando la seguridad en sí mismo que poseía.

Hestia se levantó, al igual que Peán, y de esa forma toda la Corte Suprema, y el medico de los dioses, se alinearon, con sus ojos sobre mí.

—El juicio ha concluido, Palas Atenea, y postergado para futuras evidencias de vuestro avance —habló Hestia, con dulzura en su voz—. Ya pueden continuar con vuestras labores, y prepararse para emprender un viaje a Kamigami.

Hizo una señal con la mano a uno de los pocos Guerreros de Troya que seguían en pie luego de la entrada de Kirok. El soldado se me aceró, con una llave dorada en la mano, y abrió las esposas doradas que sujetaban mis manos. Las esposas cayeron al suelo, haciendo un eco metálico en toda la sala, determinando así el fin de mi custodia.

Me masajeé las muñecas, confirmando con mis dedos que las marcas violetas que tenía hacía unos minutos ahora eran apenas visibles, y que su delicado color lila las camuflaba bien entre mi piel.

—Gracias por la oportunidad —mascullé, pero el silencio de la estancia lo hizo resonar por todo el lugar.

Hera y Hestia sonrieron, pero fue Deméter quien contestó.

—Todavía no nos des las gracias.

Zeus permaneció con sus ojos sobre mí, pensando quién sabe qué, hasta que cerró los ojos un segundo y se dirigió a la salida, sin añadir nada más, tan solo se retiró.

Hestia y Hera lo siguieron de cerca, mientras Deméter se les unía unos segundos después. Peán también salió del lugar, pero lo hizo corriendo y con mucho afán. Y luego, casi un minuto posterior a la salida de la Corte Suprema, Temis me regaló una sonrisa curva, y siguió con su camino.

Los vi alejarse, todavía sin creer del todo que me había librado de una muy mala situación, hasta que el toque de Kirok sobre mi brazo me hizo pegar un brinco de sorpresa. Eso me sacó de mi estupor.

—Ya terminó —dijo, a modo de cierre—, puedes relajarte.

Lo miré, y solté un pequeño suspiro.

—No creo que haya terminado, Kirok, pienso que es lo contrario.

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