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4.2. Cero control

Hypnotic - Zella Day

Salté en cuanto me desperté, sin siquiera abrir los ojos todavía, como si alguien me hubiera empujado de vuelta a la realidad. Me moví con brusquedad, desorientada, y con un grito atorado en mi garganta deseoso de salir. Sin embargo, me era imposible dejarlo salir. Mi voz no respondía, mi cuerpo se movía solo, mis sentidos estaban perdidos...

—Cielos, Ailyn, ¿te encuentras bien?

Abrí los ojos de golpe, observando de esa forma a la persona frente a mí que tenía sus manos sobre mis hombros. Me concentré en esos ojos tan azules como el cielo, tratando de convencerme a mí misma de que lo que viví había sido una pesadilla. Y, sin embargo, no pude evitar que una lágrima recorriera mi rostro.

El rostro de preocupación de Evan estaba presente, sus labios y su ceño ligeramente fruncidos respaldaban su gesto. Apretó mi hombro, y el estímulo de dolor que provocó me confirmó que estaba despierta. Bajé la cabeza, y solté un suspiro entrecortado mientras sentía cómo el ritmo de mi corazón se normalizaba. No recordaba tener taquicardia, pero sí podía percibir cómo mis sistemas poco a poco también entendían que nada fue real y regresaban a la normalidad.

Si aquello fue tan vívido para hacer eso con mi cuerpo, si en realidad pasara algo así no sabría cómo reaccionaría mi mente ante el shock.

—¿Qué te sucede? ¿Por qué lloras? —preguntó mi amigo, siguiendo mi rostro.

—N-Nada, tuve una pesadilla, es todo.

Recordaba fragmentos del sueño, nada más allá de una cabellera roja y del frio de la montaña, eso sin mencionar el cadáver desconocido que yacía sobre el césped. Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero, a lo que mi mente bloqueó la imagen en forma de protección.

—¿Una pesadilla? Ailyn, estás sudando y tu temperatura está muy baja, es como si hubieras pasado el susto de tu vida. —Examinó mi rostro, en busca de alguna otra señal—. ¿En serio te encuentras bien? Te ves muy alterada.

Alterada no era la palabra, aterrada sí. Temblaba, y el frio que tenía a consecuencia del susto. Estaba segura de que mi piel era tan pálida como la de un espanto.

Sabía que mis sueños eran importantes, lo había vivido, pero lo que vi fue tan horrible, tan traumático, que poco a poco el recuerdo de la pesadilla se hacía borroso.

—Sí, segura. —Tragué saliva, con la esperanza de mermar mis nervios—. De todas formas, ¿qué haces aquí?

Mi amigo escaneó una vez más mi rostro; seguía preocupado. Me limpié la mejilla, y enderecé mi espalda contra la base de la estatua de Atenea; controlé mi cuerpo para dejar de temblar, y poco a poco mi temperatura normal regresó.

Se apartó unos centímetros de mí, y retiró su mano de mi hombro.

—Ah, sí, venía a buscarte. Una Gracia te vio aquí dormida y me avisó. Vine a ver si estabas bien. ¿Por qué no regresaste a casa al terminar la reunión? ¿Ocurrió algo en casa?

Ya con la visión más clara, me percaté de un par de detalles que antes, por la conmoción de mi sueño, no había notado y eran lo suficientemente evidentes como pasarlos por alto.

El primero era que cerca de la entrada, parada con los ojos fijos en nosotros, se hallaba una Gracia. La mujer era de estatura baja, con una cabellera negra, lisa y corta a la altura de los hombros. Vestía un vestido blanco crema, con detalles en las muñecas, e iba descalza con no más que un par de tobilleras. Su mirada era neutra, inexpresiva, como una muñeca de porcelana. Era bella, todas las Gracias eran hermosas, gozaban de una belleza divina, y todas eran iguales físicamente con leves variaciones en el color de sus ojos.

La segunda cosa que pasé por alto fue que ya no había la intensa luz solar que estaba presente cuando me dormí. Las oleadas de luz ya no embellecían la estancia, ahora solo quedaba el atisbo de la luz de día, producto del ocaso. Una luz naranja, carente de calor, cubría la sala y mi piel. Estaba cerca de caer la noche, ¿en qué momento pasó tanto tiempo?

Evan notó mi mirada sobre la Gracia, y volteó la cabeza en su dirección.

—Áglae, por favor ve a traerle algo de comer a Atenea —le pidió gentilmente a la mujer—, y procura que no sea Ambrosia.

La mujer lo miró, y se inclinó un poco sobre su eje en una corta reverencia.

—Como ordene, Señor, lo haré en seguida. —La voz de la mujer me recordaba a las contestadoras automáticas, no por que sonara robótica, sino porque hablaba con desapego y generalidad.

La Gracia se dio vuelta, y salió de la sala en dirección a la cocina de la torre norte.

Los ojos azules de Evan volvieron a mí, pidiendo una respuesta a su pregunta.

—Es... —No sabía muy bien qué decirle, porque para empezar no sabía cuál de mis problemas me preocupaba más—. Tienes razón, son mis padres. Aun no quiero volver a casa y toparme con ellos, necesito tiempo, y ellos también.

Me fui por la más normal, por la que todos pasaron con sus padres en algún momento, y por todos me refería a él y a Daymon, ya que en el grupo había tres huérfanos, y Sara aun no hablaba con sus padres al respecto.

Noté cómo sus hombros se relajaron, y una pequeña sonrisa afloró en sus labios. Conociéndolo seguro se percató de que algo me preocupaba, y si tenía en cuanta la actitud de Andrew conmigo a lo mejor pensó que era algo más serio que eso. Evan no era tonto, engañarlo era un arte.

—Ya veo, todavía no se adaptan a la nueva tú. —Se incorporó, pues todo ese tiempo se la pasó acuclillado frente a mí, y se recostó en la estatua adyacente a la de Atenea—. A todos nos costó trabajo, algunos toman mejor la situación que otros.

Lo miré a los ojos.

—Pero mis padres están demasiado afectados por Aqueronte. Quieren que regrese la Ailyn que conocen, quieren que me aleje de ustedes y deje todo esto. Lo soportaron una vez, pero dos... —Suspiré—. No creo que puedan soportar algo así de nuevo.

Evan me miró como lo hacía antes. Siempre que estaba confundida o enfadada, él estaba ahí con su dulce sonrisa, diciéndome en silencio que todo iba a mejorar.

—Solo necesitan tiempo. Son tus padres, y lo que tú elijas hacer ellos lo van a entender, porque confían en ti, confían en la persona que criaron.

Sí, pero además de ser una Diosa Guardián, también tenía un problema de maldad en mi cuerpo que mis padres de alguna forma intuían. Pero eso no se lo podía decir.

Me aseguré de que mis guantes y mi bufanda estuvieran bien puestos, puesto que Evan estaba a un par de pasos de mí, y desde su posición respecto a la mía era más fácil observar mi cuello.

—Tu padre... ¿Cuánto tardó en aceptarlo?

Arrugó las cejas, y sonrió con pesar.

—No lo hizo —respondió con tristeza—. Todavía no lo acepta. Al comienzo tomó, en parte por mamá y en parte por mí. Luego comenzó a usar somníferos; no podía conciliar el sueño. Ahora toma calmantes; lo ayudan, pero a veces no es suficiente.

Escuchar eso me llenó de miedo. Él lo notó, así que se apresuró a completar la idea.

—El que mi padre se haya dejado dominar por sus emociones no significa que a los tuyos les suceda lo mismo. —Me regaló una cálida sonrisa—. Se tienen mutuamente, y tienen a tu hermano, sobrellevar la situación es algo que harán con el tiempo. Debes tener fe y paciencia.

Sonaba lindo, y quería creerlo, pero él no vio los rostros de mis padres cuando los dejé hablando solos en la sala.

—Lamento lo de tu padre, debió ser duro —comenté, pero no estaba segura de querer irme por ese camino—. Solo eran los dos, y él todavía no lo supera, debes sentirte muy solo.

Negó lentamente con la cabeza.

—Sigue siendo mi padre, solo que debo tener cuidado con lo que hago y digo frente a él. Además, tengo a Andrew y a Cailye, y ahora a ti, a Sara, a Daymon, e incluso a Logan.

Lo miré con fijeza. La relación con su padre era difícil, lo entendía, entonces, ¿por qué siempre sonreía y actuaba como si todo estuviera bien cuando en realidad no era así? ¿Podríamos nosotros ser suficientes para él? ¿Cuáles eran en realidad los verdaderos sentimientos de Evan ante todo eso? Él siempre lucía igual, tratar de descifrarlo podía ser más difícil que interpretar a Andrew.

—Aun así, no sé qué hacer para que confíen en mí y acepten lo que soy. Sé que toma su tiempo, pero no sé cuánto esté a dispuesta esperar.

Me observó con más dulzura, como si fuera una niña asustada y preocupada por una minoría.

—Ten paciencia —me aconsejó—. Es nuevo y difícil para ellos, tanto o más como lo fue para ti al comienzo. ¿Recuerdas lo que sentiste cuando despertaste, el miedo a lo que en verdad eres? —Asentí, con un escalofrío recorriendo mi cuerpo—. Bueno, es lo mismo para ellos, pero peor, porque se trata de su hija y no de ellos. Necesitaste mucho tiempo para adaptarte, y aún hoy te cuesta trabajo equilibrar tu vida, pero te esperamos y tuvimos paciencia; haz lo mismo con ellos.

Bajé la cabeza, consiente de su mirada sobre mí, y pensé en sus palabras. Él tenía razón, pero ahora realmente necesitaba que ellos se adaptaran, porque tiempo era lo que nos faltaba. Evitaba pensar en lo que pasaría si llegara a explotar o a perder mi esencia, pero si ocurría hoy o mañana, o al día siguiente, o dentro de dos semanas, quería que ellos estuvieran listos para enfrentarlo. Y con todo, ¿cómo preparas a un par de padres para la posible pérdida de un hijo?

Evan era bueno en ese tipo de problemas, desde que lo conocí siempre sabía cómo llevar una relación adecuada con los demás. Era gentil y amable, todos lo querían, por eso se encargó de la supervisión del equipo ese mes; nunca lo había visto mostrar su lado vulnerable a nadie, se mostraba firme y tranquilo todo el tiempo.

Entonces, haciendo retrospección de su comportamiento, recordé que tenía un asunto pendiente con él que no había querido tocar desde que estábamos en Francia. Lo había evadido mucho tiempo, por miedo a lo que pasaría después; no quería tocar esa llaga porque tan solo había pasado un mes, y era prácticamente fresca. Sin embargo, la posibilidad de convertirme en una bomba era motivación suficiente para cerrar ese asunto, y asumir lo que eso significara.

—Lo siento —solté de la nada, casi que lo escupí, pero no tuve el valor de levantar la cabeza para mirarlo a los ojos.

Hubo un momento de silencio, en el que esperé que me preguntara qué sentía, pero la pregunta nunca llegó. Se quedó en su lugar sin moverse, hasta que vi su mano frente a mí, extendida para que la tomara.

Por impulso lo miré, confundida, pero al hacerlo solo me topé con su sonrisa angelical. Tomé su mano por instinto, como si su sonrisa y su mirada me incitaran a tomarla.

Me haló, ayudándome a poner de pie.

—No te disculpes por algo que no es tu culpa —me dijo—, tú no controlas lo que sientes, ni elijes a quién querer.

Y de nuevo, por milésima vez ese día, un nudo se implantó en mi garganta, y mi lengua me supo amarga. El que tomara esa actitud conmigo me entristecía más, porque era como si dijera que estaba bien cuando en realidad no era así.

—Pero yo no lo sabía —continué; prefería que se enfadara conmigo a que solo aparentara que todo era normal—, nunca me lo dijiste, ¿por qué? De haberlo hecho yo...

—¿No te habrías enamorado de Andrew? —me interrumpió, ahora con una expresión dolida—. Las cosas no habrían cambiado, por el contrario. No quería que te sintieras responsable de nada, ni que te confundieras respecto a tus sentimientos.

—Aun así... No debiste callártelo, porque eso te lastimó aunque no lo reconozcas. Es por eso que me disculpo. Por no haberlo visto, por haber ignorado el tema hasta ahora. Tenía miedo de hablar contigo, porque no sabía cómo actuar, pero me aterraba más seguir hiriéndote.

Negó varias veces con la cabeza, sin dejar de observarme con cierto pesar.

—Ailyn, te amo —Sus palabras me dejaron la mente en blanco, y casi que sin respirar—, pero amo más a Andrew.

Dejé salir un largo suspiro, como globo desinflándose lentamente, y entendí a la perfección a lo que se refería. Estaba enamorado de mí, pero el amor fraternal que sentía hacia Andrew era más grande. Para él era más importante la felicidad de Andrew que tenerme a su lado.

Él era consciente de los sentimientos de Andrew hacia mí, quizá mucho antes que él y que yo, y a pesar de lo que sentía por mí prefería vernos felices a los dos. Valoraba más su amistad con Andrew, que su amor por mí.

Quise llorar, porque entendía su posición, y porque no podía cambiarla. Sus actos, su forma de ver las cosas, su forma de pensar, iban más allá de cualquier palabra. ¿Qué debía responderle? No existían palabras suficientes que le hicieran justicia a su frase, a él mismo y lo que era.

—Gracias —Me miró con cierta extrañeza y quise lanzarme sobre él y abrazarlo con toda la fuerza que tenía—, por ser su amigo y el mío. Eres más importante para nosotros de lo que te puedes imaginar. Somos tu familia, Evan; ante todo somos una familia.

Volvió a sonreír.

—Lo sé.

Y entonces recordé a Cailye, y su rostro antes de irse.

—A propósito, ¿por qué aceptaste el puesto en el Olimpo? Nunca nos lo has dicho.

Percibí su sobresalto ante mi pregunta, y noté cómo trató de evadir su mirada de la mía. Por un momento fue como si no supiera hacia dónde mirar o qué decir.

Abrió su boca para contestar, pero entonces la Gracia que fue a buscar comida regresó.

—Señor, le traigo lo que pidió —avisó la mujer de apariencia de muñeca, parada justo a unos pasos de nosotros.

Evan volvió a pegar un pequeño brinco, y se volvió hacia la Gracia que llevaba en sus manos una bandeja con un plato lleno de frutas.

—Gracias —le dijo mi amigo, y tomó el plato para luego entregármelo.

—No estaba segura de sus gustos, Lady Atenea, así que traje lo más natural que encontré. —Hablaba sin emoción, fría y robótica.

Bueno, al menos era comida humana y no Ambrosia.

—Te lo agradezco, así está perfecto. —Le sonreí, pero ella me ignoró y volvió su atención al chico de ojos azules.

—Y otra cosa, Señor, de venida pasé por la sala de juntas y noté una advertencia en el tablero, quizá debería revisar.

Evan frunció levemente el cejo, serio, y con sus manos invocó una versión más pequeña del holograma de la Tierra que le avisaba los movimientos de las criaturas residentes y las advertencias, que eran, como su nombre lo indicaba, un aviso del cruce de una criatura sin autorización.

Había varios puntos de colores, algunos nos representaban, otros representaban a las deidades, monstruos, y dioses ajenos a los Dioses Guardianes. Me llamó la atención un par de puntos negros que aparecieron en algún lugar de América del Sur, entre Colombia y Brasil.

—Mantícoras —masculló mi amigo, con expresión seria—, en el Amazonas.

—¿A quién enviarás? —quise saber por pura curiosidad.

—A Cailye, su habilidad con los animales puede ser útil, después de todo la mantícora es el resultado de la mezcla de muchos animales. Y a Daymon, a veces se necesita fuerza bruta para una criatura tan grande.

Amplió la zona en el mapa, reduciendo el radio donde se encontraban ambos animales, y su mirada al reconocer el lugar exacto me dio mala espina. Me miró, tan de improvisto que supe que no era una buena señal.

—Y te necesito a ti —concretó—. Se encuentran muy cerca de una aldea de indígenas, son muchas personas, necesitarán el Filtro si algo sale mal.

Mi expresión debió delatar lo que pensaba, porque de inmediato Evan se mostró confundido. Negué con la cabeza, y me imaginé un catastrófico escenario si ese «si algo sale mal» en realidad salía MUY mal.

—¿Ocurre algo? —inquirió.

—No puedo ir, no me siento bien, y mi magia se siente un poco débil —hablé con rapidez, atropellada, se notaba mi nerviosismo—. Además, creo que debo ir a casa y hablar con mis padres, deben estar preocupados por mí. Ya he pasado mucho tiempo fuera de casa, y es de noche. Lo siento, Evan, tendrán que hacerlo sin mí.

Eso sin mencionar que si Andrew se enteraba de que fui a una misión, me encerraría en una mazmorra y me ataría de brazos y piernas para que no volviera a hacer nada parecido. Sí, de seguro era capaz de hacer eso con tal de garantizar mi seguridad

—Ailyn, ¿es solo eso? ¿Te sientes bien? Si te ocurre algo más, además de lo de tus padres, puedes decírmelo, trataré de ayudarte.

¿Podría hacerlo? De todos él era el más cercano a la Corte Suprema, si él lo sabía ellos también, lo tenían lo suficientemente vigilado para enterarse. Sabía que él no diría nada, pero callarlo no era garantía de ocultarlo.

Además, ya de por sí estaba actuando sospechoso, y la Gracia seguía ahí. Si me negaba, podría llevarme a algo peor. ¿Qué decisión me ayudaría más?

—No, no, no pasa nada —insistí—. Es solo que por esta vez no puedo ir. En verdad lo siento, esta vez paso.

Había cometido muchos errores, y le prometí a Andrew que no iría a ninguna misión. Sabía que no debía ir, eso lo tenía claro... ¿verdad?

Vi una niebla que confundió mis pensamientos, de pronto me sentía perdida. Mis pensamientos ya no eran del todo claros. ¿Debería ir? Claro que no... o eso creía... Sentía una maraña antinatural en mi cabeza, no era capaz de razonar correctamente. La cabeza me daba vueltas y comenzaba a doler...

Y de pronto, ya no sabía qué era lo mejor que podía hacer, perdí de vista la decisión correcta.

¿Qué debía hacer? Si iba me pondría en riesgo y de paso a los demás, pero si no lo hacía era posible que la Corte Suprema se enterara de mi situación, sino era por Evan quizá sí por la Gracia que escuchó toda la conversación. ¿Cuánto tardaría la Corte Suprema en interrogarme por la actitud que tenía con las misiones, por mi comportamiento? Si se suponía que debía llevar un perfil bajo, asistir a al menos una misión ¿no era lo correcto?

—Ailyn, hay personas ahí, si algo pasa debes ayudarlas.

Me enfoqué en sus ojos azules, unos que me pedían que lo hiciera, que al igual que los demás cumpliera con mi papel. Y en esencia era cierto, para eso teníamos poderes, para eso éramos Dioses Guardianes. ¿Verdad?

Por alguna razón, la idea de aceptar la misión fue lo único que ocupó mis pensamientos. Era como si una voz me susurrara que debía hacerlo. Traté de ver más allá de ese pensamiento, pero fue como si todas las demás opciones se me hubieran cerrado.

—Lo haré —accedí, aunque todavía no estaba muy segura de mi decisión, algo me decía que debía pensarlo mejor, pero una voz me gritaba que lo hiciera, callando todo pensamiento que me diera razones para no hacerlo—. Iré con Cailye y Daymon, es lo que debemos hacer, ¿verdad?

Aunque, si lo pensaba, estar sola con ese par tampoco era buena idea. Pero de nuevo, todo pensamiento que me proporcionara otra opción simplemente desapareció.

—Bien, come algo mientras les aviso a los demás. —El holograma desapareció, y Evan sacó su celular para realizar la llamada—. Te enviaré para que no uses tu energía en teletransporte, por eso no te preocupes.

Eso no me preocupaba, lo que me preocupaba eran otras cosas, y mucho más graves que el agotamiento mágico.

Los destellos azules de la magia de Evan se desvanecieron a mi alrededor en cuanto mis pies tocaron territorio amazónico. Abrí mis ojos, adaptándome a la escaza luz de luna y estrellas que iluminaba la noche, y buscando algún punto de referencia para ubicarme. El lugar era nuevo, lleno de árboles y de ambiente húmedo. Hacía calor, quizá demasiado para usar una chaqueta como la mía, pero aun así no me quité ni siquiera los guantes.

Las náuseas aparición, como aviso de la cantidad de veces que me trasportaba, pero me las arreglé para impedir que vomitara.

Noté frente a mí una gigantesca huella, una garra de felino, más grande que cualquier felino conocido. La observé, sintiendo el viento de la noche rosar mi rostro y un extraño silencio a mi alrededor. La gran cantidad de árboles me dificultaban la visión, eso sin mencionar que no sabía hacia donde estaba el norte y el sur. Todo se veía igual, viera hacia donde viera solo veía plantas y vegetación.

—Qué bueno que llegas. —Pegué un pequeño brinco de sorpresa al escuchar la voz de Daymon a pasos de mí. Miré sobre mi hombro, y lo vi parado tras de mí, con su Arma Divina en ambas manos—. Creíamos que no ibas a venir.

Poco a poco mis pensamientos comenzaron a aclararse, y al hacerlo fui recordando la razón por la que debía negarme a ir. No podía aceptar ninguna misión, y sin embargo ahí estaba. Abrí la boca para decirles que me iría, pero ya estando en el lugar sería difícil retroceder. ¿Por qué estaba ahí? Si sabía que no podía ir y estaba consiente de mi respuesta a Evan, ¿cómo fue que acepté? Esa decisión... no la sentía mía, o quizá sí... Agh, seguía muy confundida.

—Estaba comiendo, no podía venir con el estómago vacío —me excusé con una pequeña sonrisa, y recé internamente para que su don no se activara conmigo—. ¿Cómo te sientes ahora?

Sonrió, con gran despreocupación.

—¡Me siento mejor! Pero creo que es mejor que no use mi habilidad por un tiempo, para estar seguro.

Lo miré con fijeza, comprobando que en efecto no estaba usando su don en ese momento. Sin embargo, todos sabíamos que por momentos no podía controlar el usarlo; era mejor estar atenta por si por accidente lo usaba en mí.

—Me alegro, te veías confundido en la tarde. —Le devolví la sonrisa.

Asintió, al mismo tiempo que un sonido a mi lado llamó mi atención. El crujir de las ramas me produjo escalofrío, pero por suerte solo se trataba de Cailye, cerca de nosotros y con su arco en mano, observando entre los arboles como si vigilara algo.

—¿Saben en dónde están? —pregunté, pero Cailye estaba demasiado ocupada para prestarme atención, así que fue Daymon quien respondió.

—Las seguimos hasta aquí —comentó, pasando por mi lado hacia donde Cailye se encontraba—, pero dejaron de caminar y usaron sus alas; esta es la última huella que dejó el más grande.

—Están cerca, puedo sentirlas —comunicó Cailye, y entonces, en cuanto me acerqué más, noté que sus ojos brillaban con un amarillo sobrenatural, un aro que rodeaba sus irises marrones iluminaban sus ojos, haciéndolos lucir casi tenebrosos—. Aún se encuentran en el área.

Me miró, y sus ojos dejaron de emitir aquel brillo. Lo más seguro era que se trataba de un conjuro, igual que el que usamos para que se comunicara con los tiburones.

—¿Qué tan cerca? —indagó el pelirrojo.

—No estoy segura, ¿hay alguna aldea cerca? Creo que tienen hambre; están buscando comida.

Recordé la aldea que aparecía en el mapa de Evan, pero no estaba segura de querer mencionar la posibilidad. Sin embargo, ambos se veían demasiado serios considerando sus personalidades; lucían comprometidos, en verdad comprometidos. Quizá, debido a mi poca atención en ellos últimamente, no me di cuenta del momento en el que comenzaron a actuar más como Dioses Guardianes que como simples humanos.

—La hay, la vi en un mapa. —Los dos me miraron, y agradecí para mis adentros que Cailye estuviera tan ocupada con la misión, pensando en las mantícoras, que probablemente ignoró por un momento su habilidad—. Está hacia el norte, imagino que no debe estar lejos.

Los dos intercambiaron una mirada y luego Daymon me miró a los ojos.

—Bien hecho, Ailyn, pero ¿estás bien? Siento algo diferente en ti. —Me miró de pies a cabeza—. Es extraño, no puedo verlo claro, creo que mi habilidad sigue mal, debo ir a ver a Peán al volver.

—Me ocurrió lo mismo cuando fui a tu casa —añadió la rubia—, creí que era solo yo.

Me percaté de que los dos estaban pensando, tratando de encontrar una explicación, así que rápidamente invoqué mi Arma Divina en medio de un resplandor rosa.

—No tenemos tiempo para esto, mientras más nos tardemos es más probable que las mantícoras ataquen a alguien.

Daymon sacudió su cabeza para despejarse.

—Es verdad, debemos concentrarnos y, además, sé que si algo te estuviera ocurriendo nos lo dirías.

Su radiante sonrisa hizo acto de presencia, añadiendo más culpa a mi conciencia. No podía imaginarme su expresión si algún día se llegaba a enterar de mi condición.

El brillo amarillo a nuestro lado captó mi atención. Me giré, y observé cómo Cailye se encontraba conjurando un hechizo en sus manos.

—¿Qué haces? —quise saber.

Al terminar su invocación en sus manos apareció una bolsita de tela que me resultaba muy familiar. Nos miró, y sonrió con inocencia.

—Es el polvo que usamos con Astra. —Al notar nuestro desconcierto exclamó—: ¡No esperaran que las lastime, ¿verdad?! No lo haré, solo tienen hambre, no es su culpa buscar comida. Con esto será suficiente, un poco en sus rostros y se dormirán, así no saldrán heridas.

Daymon y yo intercambiamos una mirada, y mientras Daymon se reía yo solo me limité a observar a Cailye.

—Su comida son los humanos; son carnívoros, Cailye, van a matar gente si están por aquí.

—Sí, sé que comen carne, no es muy diferente a un tigre o un león; pero solo debemos regresarlas a su casa. No las voy a lastimar, en ninguna circunstancia —declaró.

Quise decirle que tenían veneno, dientes más grandes que los de un dinosaurio, y alas que podían cortarla con solo agitarlas. Pero me lo ahorré, porque dijera lo que dijera ella no cambiaría de posición.

Daymon me tocó el hombro, apoyando mi pensamiento porque a lo mejor él pensaba lo mismo. Suspiré, y levanté mi Arma Divina al mismo tiempo que mis amigos hicieron lo propio, mientras pronunciaba las palabras del conjuro.

En respuesta nuestros cuerpos se sintieron más livianos, con menos gravedad, hasta que gradualmente se elevaron en el aire, a tal altura que sobrepasábamos las copas de los árboles. Levitamos por unos segundos, hasta que Daymon tomó el control de su arma y trazó la ruta; él sabía hacia dónde era el norte, así que por consiguiente tanto Cailye como yo lo seguimos a través del cielo.

La sensación era nueva, sentía un vacío en el estómago emocionante, y la brisa de esa altura además de fría se sentía más pura. Quizá se debía a la pureza del pulmón del mundo, o tal vez solo era la velocidad, en cualquier caso, la sensación de volar era de las pocas recompensas de usar magia.

Volamos por un rato, siguiendo a Daymon quien iba a la cabeza, hasta que todos notamos que, volando muchos metros bajo nosotros, se encontraban la pareja de mantícoras. Se movían relativamente despacio, sin duda sin usar toda su capacidad, en busca de personas solitarias mientras se acercaban a la aldea.

Tenían buen olfato y la cantidad masiva de humanos las atraía. Había leído de ellas mientras investigaba una cura, pero nunca había visto una en persona. Su cuerpo pertenecía al de un león gigante, con alas de murciélago y cola de escorpión; sus garras y la punta de su cola tenían la capacidad de producir veneno tan letal que no se conocía antídoto para humanos, quizá lo había para dioses, pero si picaba o arañaba a un humano sería una muerte segura.

Y lo más importante de ellas, además de su fuerza y su tamaño, era su precisión en cuanto a puntería.

Daymon nos dirigió una mirada, y movió su cabeza para indicarnos que siguiéramos adelante. Unos kilómetros en línea recta se encontraba la aldea que mencionó Evan, la de la tribu indígena, así que de hacer algo era antes de que llegaran a la comunidad.

Vimos a Daymon descender en cuanto dejamos a las mantícoras atrás, por lo que tanto Cailye como yo lo seguimos. Aterrizamos entre árboles, al pie de un pequeño riachuelo.

—¿Y bien? ¿Qué tienes en mente? —le pregunté al pelirrojo mientras guardaba mi espada en la funda a mi espalda que Hefesto me dio.

Él sonrió, con esa picardía suya de niño, y señaló el gran espacio libre de árboles que había al otro lado del riachuelo.

—Tendrán que pasar por aquí en algún momento, y están volando bajo, será fácil capturarlas en un espacio abierto.

—Bien, dime, estratega, ¿cuál es tu plan? —Daymon tenía buenas ideas, en su mayoría; de los tres él era el que mayor probabilidad tenía de acertar en un plan.

Levantó la barbilla, y con una confianza de admirar comenzó a explicar su idea:

—Ailyn, necesito que cuando pasen por aquí las sujetes. —En cuanto notó mi expresión se apresuró a aclarar—. No digo que con tus manos, a lo que me refiero es que uses un material que resista su fuerza; mantenerlas fijas en un lugar es lo que necesitamos para que el hechizo de Morfeo funcione.

»Mientras las sujetas me encargaré de sus garras y colas; bloquear su veneno será más seguro, si algo sale mal al menos no podrán usarlo. Luego Cailye se acercará y las pondrá a dormir, pero solo te acercarás cuando estén aseguradas, de otra forma sería demasiado peligroso. ¿Les parece bien?

Mi amiga y yo nos miramos, y ambas asentimos en aprobación.

—Bien. —El pelirrojo miró hacia atrás—. Llegarán pronto, démonos prisa.

Sin esperar nada más los tres nos separamos. Corrí hacia el espacio abierto, libre de árboles, mientras Cailye se escondía unos metros atrás y Daymon unos metros adelante.

Me ubiqué cerca de la continuidad de la arboleda, dejando toda el área despejada frente a mí, y esperé. Si aquel plan resultaba bien no tendríamos que entrar en contacto con los habitantes locales, y eso significaba menos peligro de salirme de control.

Respiré hondo, y desenfundé mi espada, lista para comenzar. Pasaron cerca de dos minutos, hasta que las mantícoras fueron visibles. De inmediato anclé mi espada al suelo, y recité las palabras del conjuro en mi cabeza, varias veces, mientras más mejor, y sentí cómo mi espada brillaba bajo la tierra, y cómo las raíces de las plantas subterráneas comenzaron a crecer.

El viento sopló con más fuerza, justo cuando tuve de cerca a las criaturas. Se veían más grandes a esa distancia, y en cuanto abrieron sus bocas para rugir supe que la descripción de aquellos dientes no era exageración. Su aliento me olió a pescado, y el timbre de su voz resultó tan amenazante como el rugido de un león.

Abrí la boca, sorprendida, y con un escalofrío recorriendo mi cuerpo entero, desencadenando el desenfrenado latido de mi corazón. Se veían tan grandes, tan peligrosas... Y entonces se dirigieron hacia mí, con sus ojos enromes y oscuros clavados en mi cuerpo.

—¡Ailyn! —gritó Daymon desde alguna parte detrás de los árboles, y capté el mensaje en seguida.

Me despabilé, y apreté el mango de mi espada con toda la fuerza que mis manos me permitieron. Mi cabello saltó, y sentí una carga eléctrica recorrer mis músculos justo cuando docenas de raíces salieron de la tierra, como flechas, con dirección a las mantícoras. No eran raíces normales, podían verse como tal, pero en realidad estaban hechizadas para resistir mucho más que cualquier raíz existente.

Movieron sus alas con fuerza en cuanto las primeras raíces las alcanzaron, generando oleadas de viento con la suficiente fuerza para mover las copas de los árboles. Se agitaron y patearon, e incluso usaron sus colas para cortar, mientras sus rugidos sonaban claros y fuertes, pero no les sirvió de nada.

Con cada movimiento ejercían más fuerza, mientras más raíces rodeaban el dorso de león y sus alas. En cuanto se vieron imposibilitadas para moverse, y fueron incapaces de volar, las raíces cubrieron sus patas, rodearon sus colas, y enrollaron sus alas a su cuerpo. Luego cubrieron sus mandíbulas, callando sus rugidos rompe-tímpanos, hasta que poco a poco las raíces las trajeron de vuelta a la tierra.

Se agacharon, incomodas y enfadas, luchando aun por liberarse a pesar de la presión sobre sus cuerpos. Mantuve mi espada en su lugar, y la concentración en el conjuro para que no perdiera poder, mientras observaba a las dos bestias moverse y las raíces enterrarse en el suelo como una especie de jaula a tamaño personalizado.

No me había percatado de mi sudor hasta que lo sentí en la boca, quizá por el esfuerzo o por el calor, y sentí el cansancio en mis brazos a los pocos segundos de iniciado en conjuro. Comencé a hiperventilar, como si hubiera corrido un maratón, y mis ojos se sentían cansados. ¿Ese era un efecto de lo que me sucedía? Esperaba que no, aun no termináramos.

Vi a Daymon salir corriendo detrás de los árboles, cerca de las mantícoras, y acto seguido se metió entre las patas de los animales, bajo su pecho y abdomen. Lo contemplé atónita, sin pensar cómo se le pasó por la cabeza hacer algo tan peligroso. Contuve la respiración mientras se deslizaba bajo sus cuerpos como niño en parque de diversiones.

Usó sus Armas Divinas y las extendió, una a cada lado de su cuerpo, de forma que la punta de ambas hojas rosara las patas posteriores y anteriores de la primera mantícora. A su paso, una sustancia gelatinosa creció alrededor de las patas, cubriendo sus garras y dedos.

Salió por la parte delantera de la mantícora, y esquivó un golpe provocado por la cabeza de esta. Los tenía sujetos, pero eso no impedía que pudieran realizar pequeños movimientos. Entonces, el pelirrojo se levantó del suelo y corrió con la misma velocidad hacia la siguiente mantícora, repitiendo la acción previa.

Lo observé mientras se movía, sellando el veneno en las garras de las mantícoras, mientras mi pulso se volvía cada vez más alto. Sentí los latidos de mi corazón en los oídos, y casi era incapaz de respirar apropiadamente. Podía percibir el agotamiento de mi cuerpo, y al mismo tiempo me percaté de que el brillo de mi espada disminuía, titilaba, perdiendo potencia.

Me di cuenta de que el conjuro estaba perdiendo fuerza en el momento en que dejé de percibir el poder bajo mi espada, que se distribuía a las raíces. Intenté gritarle, advertirle que se alejara de ellas, pero mi voz no fue suficiente, no podía hablar tan alto como para que me escuchara sobre el sonido de los intentos de gruñidos de las mantícoras.

Lo vi a punto de saltar sobre las bestias justo cuando perdí el control sobre las lianas, pero no fui capaz de advertirle...

—¡Daymon!

No fui yo, fue Cailye quien gritó. Se encontraba detrás de mí, y lo más seguro fue que notó mi estado y se percató de la situación. El pelirrojo volvió su mirada hacia nosotras, y evitó saltar, en su lugar se quedó mirándonos...

Entonces, las mantícoras ejercieron mayor fuerza en sus alas, liberándose de la mayoría de las raíces.

Lo vi lento, aunque ocurriera rápido. Fui capaz de ver fotograma por fotograma, vi cómo levantaron sus alas, cómo abrieron sus bocas... escuché sus rugidos tan presentes y cercanos que por algunos segundos no escuché más que el silencio ensordecedor que provocaron.

Sus ojos y los míos se encontraron por un milisegundo, paralelo a escuchar la voz de Daymon gritándome que me retirara del camino.

Y después tan solo emprendieron vuelo. Se dirigieron a mi dirección, pasando cada una por mi lado... y en el camino me arrastraron. Mi espada seguía unida a las raíces que aun llevaban encima, y por consiguiente yo a ellas.

Mi cuerpo se elevó en el aire, siendo llevado por las criaturas que seguramente se dirigían a la aldea. Me aferré al mango de mi espada, e intenté formular un conjuro, pero por más que pronunciara hechizos mi magia no me obedecía, me sentía agotada, y mi arma lo sabía, por eso no me obedecía; al parecer todavía no recuperaba el nivel normal de mis poderes.

Las colas de ambas bestias se dirigieron a mí al mismo tiempo, dispuestas a inyectarme el veneno de su agujón. Me impulsé hacia arriba, y esquivé una, luego me moví hacia abajo y esquivé otra. Usé mi espada como punto de equilibrio, y conseguí cortar el vínculo que unía mi arma a las raíces.

La fuerza resultante, y el viento, me llevaron hacia atrás. Giré la cabeza, solo para enterarme de que de no hacer algo sería atravesada por el agujón de una de las mantícoras. Usé mis manos entonces; si mi arma no me obedecía, mis manos no me traicionarían.

Mi mano izquierda apuntó a la base cola, hacia donde realicé un hechizo simple de atracción para que mi cuerpo fuera dirigido ahí. En cuento mi medio cuerpo chocó con el largo pelaje, y la otra mitad contra la piel rustica y recubierta de la cola de una de las mantícoras, me abracé a ella y con la espada en mi mano derecha estuve lista para cuando el agujón se me acercara.

—¡No le hagas daño! —gritó Cailye, y ahí me di cuenta de que tanto ella como Daymon nos acompañaban desde una altura más considerable—. ¡Solo se está defendiendo, no la lastimes!

Fruncí el ceño. Yo también me estaba defendiendo. No obstante, prefería no enfrentarme a la ira de Cailye en esos momentos y, además, mientras permaneciera sobre ella no me dirigiría el agujón.

Noté a la distancia las luces de las antorchas de la aldea, y me percaté de lo cerca que estábamos. Regresé mi espada a la funda y, sentada en el dorso del animal, dirigí mis dos manos al frente. Me concentré en el conjuro, y como respuesta a algunos metros de nosotros una luz rosa flotante apareció, formando en espiral una superficie vertical que podría impedir el paso de las criaturas a la aldea.

Pero no era suficiente, sola no podría, no tenía la suficiente energía. No obstante, y de repente, la superficie se hizo más grande rápidamente. Miré hacia arriba, y verifiqué que en efecto mis amigos me ayudaban desde la altura. Me concentré más, igual que ellos, en el conjuro, con la esperanza de detenerlos.

Sin embargo, las mantícoras al contrario de reducir, aumentaron la velocidad. Adquirieron más rapidez en su vuelo, a lo que por efecto secundario mi cuerpo se fue hacia atrás, quedando agarrado por no más que una cola venenosa. Me aferré a la punta de la cola, y en ese segundo que estuve ahí, tan cerca de su veneno, usé el conjuro que asumí había usado Daymon para las patas, pero ahora en la cola. Una masa gelatinosa se esparció por el agujón, cubriéndolo por completo justo cuando las mantícoras se encontraron con la pared.

La atravesaron. Con la velocidad que adquirió, más su fuerza, romper la pared aparentemente fue sencillo. Se escuchó el sonido del vidrio al romperse, y luego los pedazos rotos de la barrera golpearon sus pelajes, pero sin ocasionar gran daño debido a lo grueso de su piel; en mí, por otro lado, rasgaron mi abrigo dejando al descubierto partes de mi piel.

No tuve tiempo de pensar en mis ahora visibles marcas en la piel, puesto que tres segundos después del impacto las mantícoras alcanzaron la aldea.

Un par de fuertes rugidos predominaron en la noche, seguidos de los gritos de las personas que ahora se encontraban algunas paralizadas, y otros corriendo en busca de un refugio. No tuve oportunidad de observar a detalle a la comunidad, tan solo me percaté del momento en el que la mantícora a la que me sujetaba realizó con su cola un movimiento tan brusco que lanzó mi cuerpo por los aires.

Me desplacé como bala un segundo, hasta que impacté contra una casita hecha de un material extraño. Mi cuerpo atravesó la pared, entré y salí de la estancia tan rápido que apenas fui consciente de que estaba vacía.

El dolor se expandió por todo mi cuerpo en cuanto me estrellé contra el suelo. Rodé unos metros, y me mareé debido al golpe de la cabeza. Mis brazos, mis piernas, cada extensión de mí era una masa de dolor.

Me quedé unos segundos ahí, presa del dolor y saboreando el sabor a sangre en mi boca. Escuchaba los gritos, los rugidos, los llantos... Y todo eso solo me mareaba más. Notaba los brillos mágicos de mis amigos, buscando detener a las mantícoras, y supe que debía pararme, a pesar de todo debía seguir, porque ahora involucraba la vida de personas inocentes, ajenas a todo eso.

El esfuerzo que puse en levantarme lo sentí en cada parte golpeada de mi cuerpo. No me detuve, seguí con mi intento de incorporarme hasta que quedé de pie. Sentí los moretones en mis brazos, y noté la línea de sangre de mi cabeza correr desde mi frente hasta mi boca.

Posé mis ojos en el campo de batalla, donde mis amigos usaban sus conocimientos en magia para frenar a las bestias sin herirás. Desde conjuros simples para evitar su avance, hasta hechizos para inmovilizarlas, pero nada de lo que hacían duraba lo suficiente para doparlas.

Cailye y Daymon consiguieron dormir a una de las mantícoras, la que tenía el agujón sellado, pero la otra, en compensación, se volvió más agresiva y fuerte. Por lo visto le enfadó que a su compañera la hubieran sedado.

Vi personas corriendo, de un lugar a otro, y a otras, los hombres para ser exacta, se armaron de fuego para de alguna manera hacerle frente a la bestia. Los rugidos podían oírse a kilómetros, ahora más fuertes que antes, lo suficiente para tenerme que tapar los oídos mientras caminaba hacia el lugar donde se hallaba. Ahí recordé que en determinadas situaciones las mantícoras tenían la capacidad de llamar a otros animales para ayudar. Y ese era el Amazonas, un gran problema debido a la cantidad de animales que vivían ahí.

Tomé mi Arma Divina, que aunque no me sirviera en cuanto a magia, no dejaba de ser una espada con increíble filo. Y sentí cómo las heridas de mi cuerpo comenzaban a sanarse.

Comencé a correr, y cuando estuve lo suficientemente cerca me dirigí hacia el agujón. Lo lamentaba por Cailye, puesto que la entendía, pero a esas alturas, o era su cola o eran las vidas de aquellas personas. Podía ver algunas personas en el suelo, alcanzadas todas por su veneno, y no podíamos permitir que siguiera ocurriendo.

Noté que Cailye se encargaba de la seguridad de las personas, protegiéndolas de los ataques de su cola, mientras Daymon evitaba que se moviera tanto. Quería derribarla, lo entendí, pero tratar de detener a un animal de ese tamaño, con esas características y sin hacerle daño, era todo un reto.

Salté, con el objetivo en mente, pero entonces la cola volvió a moverse, golpeándome en el abdomen; la mantícora percibió mi intención, y cambió la ruta de su cola para defenderse. De nuevo caí, pero esta vez mi espada voló lejos de mí, impacté contra el suelo de espaldas, cerca de una de las casas donde al parecer se ocultaban los residentes, y demasiado cerca de la mantícora. Los vi orando, llenos de miedo, y algunos llorando... Y lo sentí.

Primero sentí el latido de mi corazón, como si todo mi cuerpo palpitara... y luego percibí la energía de su dolor, el poder de sus sentimientos negativos. Los sentí en la piel, tan presentes que podían ser míos y no notar la diferencia. Un nudo se implantó en mi garganta, y los ojos se me llenaron de lágrimas; sin desearlo, sin controlarlo, sentí cómo aquellas emociones se filtraban a través de mi cuerpo, cómo penetraban hasta alcanzar las mías.

—¡Ailyn, cuidado! —Escuché el grito de Daymon, tan cerca y de improvisto que no tuve tiempo de reaccionar.

Vi el agujón de escorpión dirigirse a mí, con tal velocidad que evadirlo era imposible... luego mi campo de visión se vio interrumpido con la aparición de Daymon justo frente a mí, entre el agujón y yo. El pelirrojo conjuró una barrera, usando sus Armas Divinas, para mantenernos lejos de la bestia. Sin embargo, la mantícora parecía tener resentimiento, ya que siguió golpeando la barrera hasta que consiguió hacerle un par de grietas.

La frustración en el rostro de Daymon demostraba el poder que ejercía para mantener la barrera en pie. Intenté sentarme, pero me resultaba complicado; mi cuerpo se sentía pesado, con más gravedad, y como si estuviera atrapada en una cámara lenta. Lo conseguí, pero el amago del gesto dejó ver algo más que mi agotamiento.

Los ojos de Daymon de abrieron de par en par, y percibí cómo se le escapaba un hilo de aire en cuanto mi chaqueta invernal, ya de por sí dañada, se abrió más ahí en donde estaba rota, dando paso a las marcas de mis venas, violetas y como ríos, ramificando mi sistema circulatorio.

Retiré mis manos, y cubrí los espacios expuestos, pero ya era tarde, mi amigo ya lo había visto.

—Ailyn, tú...

No pudo terminar de hablar, porque en cuanto se desconcentró la barrera se rompió, dando paso al agujón, que enseguida se enterró en el brazo derecho del pelirrojo.

Grité, la voz me regresó y solté un grito tan agudo que la mantícora retrocedió, llevándose consigo el agujón. Cailye llegó entonces, y con una de sus flechas doradas le cortó la punta de la cola a la bestia. En respuesta, el animal rugió, un rugido que estremeció el Amazonas entero, y se mezcló con el mío.

Fui consciente de la acción de Cailye después, la vi por el rabillo del ojo mientras usaba más fechas para crear una especie de atadura alrededor de la mantícora. Lazos seguidos por flechas pasaban de un lado a otro de la criatura, obligándolo a agacharse al nivel del suelo. No obstante, aquellos lazos al parecer apretaban demasiado, ya que el animal seguía rugiendo y su movilidad se vio considerablemente frustrada.

—¡Daymon! —grité su nombre varias veces, tantas que perdí la cuenta.

Solo podía llamarlo, solo eso, pero no era suficiente, Daymon no reaccionaba. La sangre seguía saliendo de su cuerpo, sin freno, y aunque contábamos con un rápido crecimiento celular, parecía que el veneno también había estancado esa función, porque sin importar lo que le hiciera la hemorragia no cesaba.

Lo seguí llamado, pero sus ojos estaban cerrados, y su cuerpo se puso cada vez más frio; fue perdiendo el color en sus labios, y luego el de su rostro, hasta que noté que ya no se molestaba en hacer fuerza sobre sus propios músculos.

Lloré a cantaros, desesperada, y con mis vías respiratorias tan congestionadas que ya no era capaz ni de hablar.

Busqué mi Arma Divina, con la esperanza de usar magia y ayudarlo, pero mis ojos registraban pocas cosas de la realidad, me encontraba muy abrumada para ver con claridad; bien podría estar a mi lado y no ser capaz de verla.

El sonido, la conmoción de lamentos y gritos me ponían más y más nerviosa. Los sentimientos de esas personas, sus llantos, sus gritos, su pánico a flor de piel; los gritos de Cailye preguntándome cosas, pidiéndome que lo ayudara, que la ayudara a ella, y al igual que yo con los ojos húmedos; la amenaza latente de la mantícora, sus rugidos tan escandalosos; la situación de Daymon, al borde de la muerte... Mi propio miedo...

No supe cuál de todos los factores fue el detonante, solo sentí el inmenso dolor de cabeza, y la energía llenando mis venas a un nivel en que bien podrían estallar mis vasos sanguíneos, y luego un pito...

Mi cabeza me dio vueltas, mis vasos sanguíneos se sentían ardientes y latentes, y el pito que me aisló de todo lo demás fue la gota que llenó el vaso.

Dejé caer los hombros, luego los brazos, y observé una vez más al moribundo Daymon recostado en mis piernas, justo antes de que mi vista se tornara negra.

No vi ni sentí nada después de eso.


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