4.1. Cero control
Toxic - Invalyd
Noté por el rabillo de mi ojo cómo se me acercaba, a paso firme y acelerado mientras los demás se encontraban distraídos hablando entre ellos. Lo vi a tan solo unos centímetros en cuento sentí su mano sobre mi antebrazo. Quizá notó mi amago de huir y por ello sujetó mi brazo, porque justo cuando la presión aumentó no fui capaz de moverme.
Sentí su mirada penetrante sobre mí antes de girar mi cuello, y cuando lo hice me topé con el ceño fruncido y la mirada furiosa de Andrew. Su forma de observarme, como si tuviera miles de cosas por decirme, me hizo estremecer.
—Tenemos que hablar —decretó, y pude sentir la dureza de sus palabras con solo su tono de voz.
Tragué saliva, nerviosa. Sabía que iba a regañarme, lo supe desde la llamada de Cailye, pero aún no estaba preparada para oírlo.
Abrí la boca para hablar, decirle que lo sabía, pero entonces Sara y Daymon se nos aproximaron de la nada.
—¿Está todo bien entre ustedes? —interrogó mi amiga mientras nos observaba de pies a cabeza, como si buscara alguna anomalía física.
—Actuaron extraño hace un rato —completó Daymon, mirándonos con ojos curiosos—. ¿Problemas en el paraíso? —Y sonrió como un niño pícaro y travieso.
El agarre de Andrew disminuyó hasta que me soltó, y miró a nuestros amigos a los ojos cuando respondió:
—Depende de a qué te refieras con extraño. —Me señaló—. Con ella nada nunca es normal, es un término que está más allá de ella. Y es precisamente por eso que siempre se mete en problemas que me afectan más a mí que a ella.
Lo miré rayado a pesar de la situación. No importaba el tiempo que hubiera pasado, ni cómo hubiera cambiado nuestra relación, esa parte de él que se moría por soltar esos comentarios seguía intacta aun en el peor momento.
Sara me miró a mí, en busca de una respuesta. Por lo visto no se tragaron la explicación de Andrew.
—No ocurre nada, en serio. —Me mostré lo más sincera posible, esperando que les convenciera mi respuesta—. No actuamos más extraño de lo normal, somos igual de extraños que siempre.
Sara me miró confundida, y Andrew ahogó un suspiro.
—¡Déjame a mí! —Se ofreció el pelirrojo, con entusiasmo y una gran sonrisa—. Si ocultan algo lo sabré.
Entonces, Daymon se nos acercó más, queriendo usar su habilidad con nosotros. Me quedé quieta, a la espera de su comentario delator, al igual que Andrew; comencé a sudar sin darme cuenta, y mi boca de pronto se secó. Si él se enteraba justo en ese momento el mundo se me vendría encima. Sin embargo, éste nunca llegó.
Daymon frunció el ceño, confundido, y adoptó una posición pensativa.
—Qué extraño —musitó.
Andrew y yo intercambiamos una mirada igual de confundida mientras Sara se acercaba a Daymon.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Sara a Daymon al tiempo que le tocaba la mejilla.
Se veía preocupada, y como no estarlo si la habilidad de Daymon nunca había fallado. Era de las habilidades más precisas del grupo, imposible escapar de su radar.
Desvié la mirada unos centímetros, y al hacerlo me percaté de un elemento inusual en la puerta por mi periferia. Vi una mancha café cerca de la entrada, a la altura de un niño...
No me hizo falta fijarme dos veces para entender que aquella mancha se trataba en realidad de mi hermano, ese era su cabello, inconfundible al igual que el mío. En cuanto llegué a esa conclusión, y como si me hubiera leído la mente, la parte de la cabeza que se asomaba por la puerta desapareció.
Me quedé unos segundos observando la entraba, esperando a que volviera a aparecer, pero nada pasó. Fue como si lo que vi no fuera más que una ilusión óptica provocada por la exorbitante luz que entraba al palacio. Sin embargo, estaba segura de haberlo visto en ese lugar.
—¡Ailyn! —Escuché la voz de Cailye llamándome. Moví mi cabeza varias veces, regresando a la realidad, y al hacerlo noté que además de Sara y Daymon, ahora las otras tres personas de la sala estaban a mi alrededor—. ¿Todo bien? Pareces distraída.
Observé los seis pares de ojos sobre mí, y asentí.
—Lo estoy, solo me siento algo cansada, es todo. —Me excusé, consiente de la mirada poco fiada de Andrew. Él debía intuir que algo más me preocupaba, ya que al hablar miró también la puerta, en busca de mi preocupación. Pero al no encontrar nada tan solo me miró— ¿Qué era lo que decían? No estaba escuchando.
—Decíamos que es hora de irse —repitió Evan, sonriendo con amabilidad—. Se hace tarde, y debemos pensar en lo que acordamos.
Los demás asintieron, pero yo todavía tenía demasiadas preguntas respecto a Cody en mi cabeza como para hacerlo. Mi hermano ocultaba algo, estaba segura, y a esas alturas ya no sabía cómo sacarle información.
Logan fue el primero en irse, y casi que pisándole los talones Cailye salió tras él, persiguiéndolo como perrito, luego de soltar una despedida general en el aire.
Aparentemente, y quizá por culpa de mi hermano, a Daymon comenzó a dolerle la cabeza, así que Sara luego de despedirse lo sacó de la sala de juntas rumbo a su apartamento. En cuanto a Evan, él permaneció en la sala después de que los demás se fueran; se despidió de Andrew y de mí y se alejó a uno de los rincones de la sala.
—Ahora sí tenemos que hablar —musitó Andrew en mi oído en tono duro.
Asentí, y sin procesar la situación me tomó de la mano y me haló fuera del salón hacia el pasillo aledaño. Caminamos por el lugar hacia uno de los pasillos principales, pasando frente a varios Guerreros de Troya y una que otra Gracia; e incluso, cerca de la armería, pasamos junto a Alala, una de las ayudantes de Ares que siempre parecía borracha, mientras le gritaba a Hefesto porque su espada de nuevo se rompió.
Atravesamos gran parte de la torre norte y subimos al tercer piso, hasta llegar al salón de las estatuas, el único lugar en el palacio limpio de Guerreros de Troya. Aislado, solo, sin seguridad ni vigilancia, un lugar donde se podía hablar sin riesgo de ser escuchado, y lo suficientemente tranquilo para pensar.
Era de mis lugares favoritos, porque era el único donde podía sentir privacidad, y además porque al ser tan grande y poco visitado se convertía en mi lugar secreto. Las ventanas iban desde el suelo hasta el techo en forma de arcos, con bigas intermedias y sin cortinas, lo que dejaba entrar la mayoría de la luz del sol y todo el viento que aquella altura lo permitía. Ahí se exhibían todas las esculturas de los dioses, desde olímpicos hasta semidioses, variando el tamaño de la estatua según la importancia jerárquica del dios en cuestión.
Estaba tan maravillada por la estancia, que cuando recorrí las figuras y el rostro de Andrew se interpuso en mi campo visual pegué un pequeño brinco. Tragué saliva, consciente de lo que seguiría.
—Luces enojado —comenté una obviedad, pero en ese momento fue lo único que salió de mi boca.
—No deberías estar aquí —masculló, con sus ojos fijos en los míos.
—Lo sé, pero era importante, tú mismo lo oíste.
—¡Aun así no deberías estar aquí! —Su ceño se frunció más y la chispa de la ira en sus ojos saltó—. Te dije que no vinieras, ¡te dije explícitamente que no te acercaras al Olimpo! Y es lo primero que haces. ¿Qué demonios sucede contigo?
Yo también fruncí levemente el entrecejo.
—¿Y qué esperabas? Si no venía levantaría aún más sospechas, eso sin mencionar que respecto a Pandora nada está antes, sabes lo importante que es detenerla; y, además, no está la Corte Suprema, no era tan peligroso.
—Pero hay otros dioses, y Daymon y Cailye, ¿qué hubieras hecho si alguno lo notaba? ¿Salir corriendo o retroceder el tiempo? —Lo último lo dijo con sarcasmo, dado mis antecedentes.
—Me cuidé de no toparme con ningún otro dios, y Cody vino conmigo, sospecho que hizo algo para evadir las habilidades de Daymon y tu hermana.
Me miró entre desconcertado y sorprendido.
—¿Tu hermano está aquí? ¿Es que quieres cavar tu propia tumba, es eso? Pues lo haces de maravilla. Sabes que no se permiten humanos en el Olimpo.
¿Solo escuchó la parte en la que traje a Cody, pero no que traerlo quizá me salvó el cuello?
—Lo sé, pero creo que vino para cubrirme, sabes cómo es él, lo hizo para ayudarme. Si no lo hubiera traído...
—¡Pues no hubieras venido! Maldición, Ailyn, hubiéramos encontrado la forma para excusar tu falta, pero arriesgaste demasiado acercándote. Pudo haber ocurrido cualquier cosa y tú...
—Estoy bien, ¿no me ves? —lo interrumpí—. Me encuentro bien, no ocurrió nada. ¿Por qué te enfadas tanto por algo que ni siquiera sucedió? Entiendo tu preocupación, pero no es para tanto.
—¡No es solo por hoy! —bramó, tan alto que bien pudo oírse en todo el ala norte— ¡Siempre lo haces, todo el maldito tiempo haces lo que se te viene en gana! Nunca me escuchas, Will, ni aunque tu vida dependiera de ello, y siempre sales herida por no hacerme caso. Siempre haces estupideces aunque prometas no hacerlas, no tienes arreglo.
—Yo siempre te escucho, valoro tu opinión —espeté.
—Sí, pero se queda en eso, en opinión, en sugerencias. Te dije que no te apartaras de nosotros en la feria, te dije que no usaras los Hechizos Prohibidos, te dije que no entraras al incendio, ¡te dije que rompieras el vínculo con Dark! —Se me acercó más, con los músculos tensos y el pulso acelerado—. Dime una sola vez que hayas hecho lo que dije, sin replicar y sin dudar.
Lo miré a los ojos, oscuros como siempre, y no encontré la respuesta a su petición. Repasé todo lo que vivimos juntos, todas las situaciones por las que pasamos, y no encontré nada. Bebía haber por lo menos una ocasión, pero en ese preciso momento no la recordaba.
—¿Lo ves? Nunca me escuchas.
Su mirada, más que furia, demostraba algo más, quizá era preocupación, o desesperación, no lo sabía identificar. Había algo que ocurría en esa cabeza, algo más grande de lo que imaginaba.
—Confío en ti —Aseguré, con voz firme—. Eres la persona en la que más confío, a quien le dejaría mi vida en sus manos, de quien más me importa su opinión. Y por eso mismo sé que no estás así de molesto por lo que pasó, ocurre algo más para que estés tan alterado y susceptible. ¿Qué sucede? ¿Encontraste algo malo en la biblioteca?
—No ocurre nada —Me miró por un segundo más, luego desvió la mirada al suelo.
—Mientes —susurré—. Te lo dije antes, eres tan honesto que eres pésimo mintiendo. Dime lo que descubriste.
Bufó, y pasó su mano sobre su barbilla, ansioso. Sus ojos escudriñaron las estatuas, como si de alguna forma quisiera escapar, evitando el contacto visual conmigo. Me moví en busca de su rostro, pero cada vez que me acercaba más a su mirada él se movía, evadiéndome.
—¿Tan malo es? —pregunté, con la voz temblorosa.
Ver a Andrew tan fuera de sí, tan opuesto a lo que él era, me llenaba de pánico. Se suponía que de los dos él era el fuerte, y si ya no lo era, ¿qué me quedaba? Él debía estar bien, porque si él lo estaba yo también, así funcionaba. Yo sola no manejaba bien tanto estrés, eso estaba claro, él lo manejaba por ambos.
—Sí —contestó sin titubeos, sin anestesia; una sola respuesta, sin rodeos, solo lo que había—. Se trata de Pirra, la hija de Pandora. A ella le ocurrió lo mismo que a ti cuando era joven, justo después del diluvio. Y no volvió a la normalidad, la maldad la consumió hasta un punto sin retorno.
Me miró a los ojos al fin, y éstos se veían tristes, casi desamparados. Esperaba una respuesta de mi parte, y a juzgar por su forma de mirarme intuí que estaba preparado para la peor.
Intenté procesar la nueva información, pero aquello era tan sorprendente que no conseguía tragármelo. Mi cabeza me dio vueltas, y casi olvidé cómo moverme, cómo respirar. Lo que decía era... no era posible. Hasta donde sabía, Pirra fue la mujer que sobrevivió al diluvio enviado por los dioses, la madre de la humanidad que quedó después de la ira divina, y era considerada una heroína para los antiguos griegos. En ningún archivo que encontré mencionaba nada acerca de su corrupción.
—¿E-Eso cómo es posible?
Andrew suspiró, cansado.
—Después del diluvio Pirra y su esposo fueron los encargados de repoblar la Tierra, cuando lo hicieron Pandora se interesó por su nuevo poder. Al parecer tuvo la idea de que con su habilidad para convertir piedras en mujeres podría formar una nueva era, dominada por ellas. Cuando se reunieron Pandora le ofreció más poder, le ofreció una alianza, compartir el reinado de un nuevo mundo, juntas, igual que ella siempre lo quiso.
—¿Y aceptó? —pregunté, inmersa en su explicación.
El chico de ambarino cabello me miró con seriedad, y continuó su relato.
—Lo iba a hacer, después de todo era su madre, pero Deucalión se lo impidió. Él sabía lo que le esperaba si aceptaba, podía ver en Pandora lo que Pirra trataba de ignorar, así que convenció a Pirra de rechazar la oferta.
—¿Deucalión? Él era el esposo de Pirra, ¿verdad?
Asintió, igual de serio.
—Es —corrigió—, sigue vivo.
—Pero entonces, ¿qué le sucedió a Pirra?
Volvió a suspirar. Cada vez que continuaba con el relato parecía que se internara en un túnel oscuro donde no quería estar. Era evidente que el tema no le agradaba.
—A Pandora no le agradó su rechazo, por lo que cuando fue a verla le introdujo las desgracias que contenía la caja. Su energía le provocó lo mismo ue el Filtro a ti, todas ellas atraían negatividad, que con el tiempo se albergó en cuerpo, corrompiéndola. Ellas permanecieron en su interior muchos años, hasta que alcanzó un punto de quiebre.
Esa palabra «quiebre» la había oído de At en algún momento previo.
Me llevé las manos a la boca, ahogando una exclamación.
—¿Entonces ella...?
Negó con la cabeza, con la mirada triste.
—No murió, pero cambió. Pirra era una buena mujer, pero cuando las desgracias de la caja se adentraron en su cuerpo, las encubó hasta que todas se personificaron. La magia negra y los sentimientos negativos provocaron que tomaran forma, y cuando salieron dejaron un residuo en ella. Pirra no volvió a ser la misma.
Aquello me recordó al nacimiento de Atenea, algo parecido en contexto.
Ya no sabía qué decir, no sabía qué pensar.
—Eso no me va a pasar —musité, más para creérmelo yo misma que para hacérselo saber—. Mi situación es diferente, yo no tengo monstruos en mi interior.
—Pero tienes un Filtro roto, con la maldad característica de Hades, y eso creo que es peor —replicó.
—Cierra la boca —pedí, y me masajeé la cien de la cabeza.
Todo eso era demasiado complicado, hasta para Andrew.
Se me acercó más, cabizbajo, y posó su mano sobre mi cabeza como lo hacía antes. El gesto me tranquilizó un poco, me permitió respirar, pero eso no anulaba la zozobra que me carcomía. Tenía frio, y miedo de comparar ambos casos; mi destino no podía ser el mismo que el de Pirra, eran situaciones diferentes.
—Encontraremos una forma, de alguna manera revertiremos lo que te sucede. Yo... lo prometo.
Por reflejo levanté la cabeza de golpe, topándome de esa forma con su mirada. Nunca había escuchado una promesa de su parte, e incluso se podía decir que hasta para él decirlo en voz alta sonaba extraño.
—¿Cómo? ¿Qué más nos queda ahora? —Levanté los brazos, enfatizando mi alrededor, y con los ojos desorbitados—. Míranos, Andrew, por todos los dioses mírame. —Me señalé—. ¿Crees que tenemos algo? ¿Crees que tengo tiempo? No tengo opciones, nunca las tuve, no existe una cura; desde el momento en el que usé mi Filtro con Hades sellé mi futuro. No me queda nada, ya no.
Hubo un largo silencio, en el que él permaneció con los ojos sobre los míos. Lo estaba meditando, inseguro de lo próximo que diría, era evidente que lo que fuera que pensara no le agradaba. Mientras yo solo lo observaba, con la esperanza escondida en lo más profundo de mi corazón.
En ese momento, comencé considerar la posibilidad de que en verdad tan solo me quedaban dos semanas de mí, de lo que era, de lo que me componía.
—Kamigami —contestó, consciente de lo que eso significaba.
La confusión se mostró en mis facciones de inmediato.
—¿Qué? ¿Insinúas que debemos ir a Kamigami en busca de un antídoto? Ni siquiera sabemos si existe, y si existe cómo encontrarlo o si funcionará. Lo que sabemos es...
—Demasiado poco, lo sé —me cortó, y su mirada se oscureció—. Pero, Ailyn, no tenemos más opción, como dices, no nos queda nada más. Además, tú no irás. No puedo permitir que te arriesgues tanto en Kamigami; es peligroso ir en condiciones normales, como estás tú es una condena de muerte.
—¿Y cómo planeas buscar algo que me cure si yo estoy aquí? —repliqué—. Yo soy la del problema, no puedes no llevarme.
—Puedo y lo haré. —La severidad era clara en su expresión—. No dejaré que vayas, Ailyn, no si puedo evitarlo.
Fruncí el ceño, a lo que él ubicó sus manos sobre mis hombros para acercarme a él. Mi cuerpo se encontraba a centímetros del suyo, mientras Andrew apoyaba su barbilla sobre mi cabeza. Se sentía cálido, a pesar de todo, ese gesto, la cercanía entre nosotros, fue como una bocanada de aire fresco en el fondo del mar.
—Seguiré investigando al respecto, estoy seguro de que encontraré algo útil en la biblioteca del palacio si me adentro más. Tú debes irte a casa, no me quiero arriesgar a que alguien te descubra.
—Lo haré, puedes estar tranquilo, estaré bien- —Pero a esas alturas ya no podía tener la certeza de estarlo.
Inhaló profundo, tan cerca de mí que pude notar cómo se expandía su diafragma. Y entonces, sentí el tacto de sus labios sobre mi frente, de la nada, completamente de improvisto. La suavidad del roce cariñoso me erizó los vellos de mi cuerpo, y una pequeña corriente eléctrica recorrió mi sistema nervioso.
—No voy a perderte, princesa —susurró tan bajo que el sonido de sus palabras se asemejó al del viento—, no otra vez. No importa lo que tenga que hacer, tú vas a vivir.
De una forma que ni yo pude entender, su comentario más que alegría, me causó una profunda tristeza. Si me ocurría algo los demás serían los que tendrían que lidiar con el dolor; mis padres, mi hermano, mis amigos, Andrew... el dolor de mi ausencia para las personas que me amaban era lo que más me aterraba. No quería que pasaran por algo así, no se lo merecían.
Un nudo se plantó en mi garganta, como evidencia de que aunque fuera en un lugar muy remoto de mi interior, tenía un mal presentimiento. Ese sentimiento era tan amargo que me entraron deseos de llorar. Algo no iba a estar bien, y temía que los que lo sufrieran fueran mis seres queridos, incluyendo Andrew; temía hasta qué punto estaba dispuesto a llegar Andrew para mantenerme viva.
El chico se apartó de mí, despacio, sin dejar de mirarme, y retrocedió rumbo a la entrada. Intentó sonreír, pero no lo consiguió, en su lugar solo asintió en señal de tranquilidad y se dio la vuelta para abandonar la habitación.
La luz que entraba a oleadas en el lugar le acentuaba, lo hacían lucir más atractivo, igual que una fotografía. Vi su espalda mientras caminaba, conteniendo mi impulso de salir corriendo para abrazarlo, y tan solo contemplé su figura imponente alejarse de mí.
—Andrew —lo llamé, y al escuchar mi voz se detuvo justo bajo el marco de la entrada y giró su cuello en mi dirección, pero aun así no se giró por completo—, te quiero.
Fue un impulso decírselo, las palabras tan solo salieron de mi boca. Él no se movió por unos segundos, infundiéndome la expectativa de una respuesta, una que nunca llegó. Noté que asintió, y siguió su camino por el pasillo adyacente con la cabeza gacha, sin hacer el amago de volverme a mirar.
Lo vi desaparecer por el pasillo hacia el lado derecho, y justo cuando me dispuse a invocar mi Arma Divina me di cuenta de que aún no podía usarla. Debía esperar un rato para volver a usarla, eso al menos me dejaba un par de horas para estar sola en ese lugar. Nadie nunca subía al salón de las estatuas, todo lo importante estaba demasiado lejos como para hacerlo. Y eso era positivo, de esa forma podía ocultarme de todo.
—Vaya que te regañó. —Una voz familiar resonó en la estancia, haciéndome pegar un brinco del susto—. Ni nuestros padres son tan duros.
Miré hacia la entrada, y lo vi ahí parado al lado del pasillo, observándome con una expresión seria y casi fría.
—Cody —bramé—, ¿dónde te habías metido? ¿Qué fue lo que hiciste ahora, pequeño enano?
Caminé hacia él a paso firme, decidida a obtener respuestas. Respetaba su misterio y su actitud de sabelotodo, pero estaba cruzando una línea peligrosa.
—No sé de qué hablas. —Se hizo el inocente, e incluso se encogió de hombros.
Frené cuando estuve frente a él, y observé su rostro en busca de alguna señal delatora, una que no encontré. Permanecía inescrutable, como si en verdad no tuviera ni idea de mis acusaciones.
—Claro que sabes, no te hagas el tonto conmigo que ya no te lo creo. —Fruncí el ceño para enfatizar importancia, pero mis gestos con él no surtían efecto—. ¿Qué le hiciste a Daymon? Dime la verdad, ¿para qué viniste? Estabas escuchando la reunión, ¿verdad? Te vi en el pasillo cuando terminó. No me quieras engañar, Cody, porque ya no voy a caer en tus juegos.
Le sostuve la mirada, y él a su vez hizo lo mismo, en un reto fraternal se miradas. Él siempre actuaba así, y lo soporté, pero a ese paso iba a terminar más involucrado con mi mundo, bueno, si es que era posible que lo estuviera más.
—No le hice nada a tu amigo, ni a la idiota de la rubia si de eso me acusas —respondió con simpleza—. Solo estaba ahí, no hice nada en particular.
Resoplé y suspiré un par de veces antes de hablar. Ese niño tenía una habilidad increíble para sacarme de quicio, con razón se parecía tanto a Andrew.
—No intentes ocultarlo, sé que tramas algo, por eso estás aquí. Dímelo, Cody, porque lo que sea que hagas tiene que ver conmigo y también me concierne.
Intenté sonar y verme lo más decidida posible, casi como una hermana mayor, queriéndolo forzar a que se explicara. Pero él era inmune a mis presiones, sin importar lo que hiciera Cody solo hablaría si él así lo decidía.
—Te protegí —contestó sin más—, y te salvé, otra vez. Creo que debería empezar a cobrarte, sería un buen negocio.
La confusión se reflejó en mi rostro una vez más, a tal punto que mi hermano se compadeció de mi desconocimiento.
—Si yo estaba contigo tus amigos no podrían enterarse de tu problema, así que vine contigo para asegurarme de darte más tiempo.
Se cruzó de brazos, y me observó con suficiencia. Cada vez que me salvaba de una situación su ego crecía. Extrañaba al hermano que conocí cuando la Sra. Louis envenenó a mis padres, ese que sí parecía un niño.
—¿Cómo lo hiciste? —Abrí los ojos de golpe—. ¿Acaso tú puedes usar...?
—Claro que no —me cortó—, la magia es lo tuyo, no lo mío.
—Y entonces cómo lo explicas. —Lo miré desafiante—. Me diste un brazalete mágico que aún no sé de dónde lo sacaste, me dices cosas que luego quieres que olvide, y ahora evitas que mis amigos usen sus habilidades conmigo. Si eso no es magia, Cody, quiero saber qué es.
Por un breve segundo noté cómo se desencajó con mi comentario; sin embargo, recuperó su expresión en un segundo.
—No puedo decirte nada acerca del brazalete —respondió con simpleza—, y respecto a lo de tus amigos... Aunque no me creas no hice nada, es algo involuntario.
—¿Qué? —Hice una mueca de confusión—. ¿A qué te refieres?
Y otra vez se encogió de hombros. Su actitud de querer restarle importancia a un tema como ese me irritaba.
—A que es mi protección. Si estás cerca de mí no pueden usar sus habilidades, todos los videntes la tienen, como método de seguridad por si ocurre algo. —Entrecerró los ojos—. Es por eso por lo que Sara nunca me controló, en mí esos poderes no funcionan.
—Por eso viniste conmigo, para que ellos no pudieran usarlos conmigo —entendí, a lo que él asintió—. ¿Y lo demás?
No comprendió mi pregunta, lo noté por la expresión de desconcierto que surcó su rostro.
—Hablo de lo que sabes —concreté—. Eres vidente, sabes lo que pasará conmigo; has visto mi futuro, dime qué debo hacer.
Sabía que no debía meterme con el futuro, pero estaba desesperada, ya no sabía qué otra cosa hacer.
Por un momento pude detectar la tristeza surcar sus ojos; por impulso agachó la cabeza, pero de inmediato la levantó y volvió a posar sus ojos en mí.
—No puedo decirte nada, Ailyn, lo sabes. El futuro es... complicado. Si te digo lo que sé cambiará, y cambiará para mal...
—¿Moriré? —solté de repente, interrumpiéndolo, y con el temor a su respuesta—. O... ¿me convertiré en algo peor?
—¿Qué? No, Ailyn, por supuesto que no —se apresuró a responder torpemente. Se aclaró la garganta y continuó—. Lo que trato de decirte es que lo que sé puede cambiar si te lo digo, y muchas veces lo que va a pasar es lo que tiene que pasar; en muchas ocasiones no puede ser de otra manera.
Me llevé las manos a la cabeza, y froté mi frente mientras una mueca se extendía por mi rostro. Ni siquiera Cody podía darme esperanza, estaba en un punto donde todos los caminos se me estaban cerrando. Primero At, luego Andrew, y ahora mi hermano; las personas en las que podía dejar mi futuro estaban tan o más acorraladas que yo con la situación. Necesitaba un milagro, de eso estaba segura.
—Sin embargo —Captó mi atención de nuevo—, sí puedo decirte que lo que necesitas es ir a Kamigami.
Y de nuevo la confusión se apoderó de mi rostro.
—¿Por qué? Si voy a Kamigami como estoy es posible que arme todo un caos, aunque si me quedo aquí también. De todas formas, ¿por qué necesito ir a Kamigami?
Bajó la cabeza, y negó lentamente; cuando la volvió a subir supe que no diría nada más al respecto. No porque no quisiera, sino porque no podía.
Suspiré.
—Bien, no haré más preguntas.
Aunque veía complicado ir a Kamigami. Ya Andrew me dijo que no me dejaría ir, y ese era un gran problema si en verdad el antídoto se encontraba allá.
Él no dijo nada más y yo tampoco. Fue así como caímos en un largo silencio. Me quedé un momento observando la ventana, mientras Cody observaba en suelo; fue casi como si nuestro tema de conversación se redujera a mis problemas divinos. Ya ni recordaba de lo que hablábamos antes de que la marca apareciera, cosas sin importancia, a lo mejor.
—Nuestros padres... —Cody habló, y por ende mi atención pasó a él otra vez. Levantó la cabeza, y el dolor que reflejaban sus ojos lo pude sentir en carne propia— nunca has preguntado cómo tomaron tu partida, ni lo que les pasó cuando te fuiste. Nunca has preguntado ellos cómo la pasaron sin ti.
Había algo en su forma de decirlo que me lastimó, más que por su elección de palabras se trataba de lo que significaba. Y tenía razón. Nunca pensé en mis padres, en cómo lo pasaron mientras yo viajaba a través del país y del océano en una misión casi suicida. Tenía tantos problemas, tantas cosas en mi cabeza, que ellos ocuparon el último lugar de mi lista. Quizá lo que ocurría era que la parte egoísta de mí no quería saberlo, porque sabía que no era bueno y quiso evitarme más tristeza.
No supe exactamente por qué cuando hablé me costó trabajo conseguir que las palabras salieran. Sentía el agridulce sabor de un nudo en mi garganta, tan presente que fue como si mi cuerpo me gritara que no preguntara, que no tocara ese tema.
—¿Y tú lo sabes? —Dolió— Quiero decir, si me lo estás diciendo es por algo. Tú estuviste siempre con ellos, a este punto siento que los conoces mejor que yo. Lo que pasó fue algo muy grande para la familia, imagino que no lo tomaron bien, y tú lo sabes.
Parpadeó varias veces y tomó aire antes de volver a hablar.
—Lo sé, y me gustaría no saberlo —Sus ojos claros se posaron sobre los míos, queriendo calar lo más profundo de mi alma—. Lo que nuestros padres pasaron fue... No fue fácil, ellos todavía no lo superan. Créeme que no puedes siquiera hacerte una idea de lo que sintieron.
Sonreí con desgana.
—Me lo imagino, creo que puedo hacerme una idea de lo que pasaron.
—No, no puedes. No tienes como saberlo porque no estuviste ahí cuando tuvimos que llevar a mamá al hospital, no estuviste ahí cuando a papá lo despidieron de la universidad. No estuviste ahí, así que no tienes una idea de lo que fueron esos meses para nuestros padres.
Me quedé mirándolo, sin ninguna respuesta a sus palabras. Tan solo lo observé con un nudo en mi garanta. Algo dentro de mí se desgarró al oír aquello.
—¿Qué? —farfullé en un intento débil por entender de lo que hablaba.
Mi hermano bufó, y negó con la cabeza antes de mirarme fijamente otra vez.
—Cuando te fuiste ellos entraron en una depresión muy grande —contó—. Mamá no durmió esa noche por estar pendiente del celular en todo momento; ocurrió lo mismo la noche siguiente, y la siguiente, hasta que llamaste cuando necesitabas mi ayuda. Después de eso pudo dormir, pero entonces dejó de comer. Presentó un cuatro de anemia, y la tuvimos que llevar a urgencias cuando tú estabas en el yate.
Tragué saliva, con la esperanza de tragarme el nudo en mi garganta. De haber tenido comunicaciones mientras atravesábamos el océano, me habría enterado de ese acontecimiento.
—¿Y papá? ¿Qué ocurrió con su empleo?
Una parte de mí no quería seguir oyendo, era mejor y más fácil si seguía ignorándolo como hasta ahora. Pero en algún momento debía afrontarlo, por ellos y por mí.
Miró al piso otra vez, como un tic, pero cuando subió la cabeza miró la ventana.
—Mamá pasó varios días en el hospital, salió poco antes de que ocurriera lo de las Amazonas. Papá cargó con mucho estrés, y faltó a demasiadas clases por cuidar a mamá. Al final le pidieron que renunciara, no podían seguir pagándole a alguien que no trabajaba, y además bajó mucho su rendimiento cuando sí asistía a clase. Cuando los hechizaron creí que el que no despertaran se debía al estrés, por eso no...
—Por eso no me llamaste antes —completé, y él asintió. Y entonces, entendí otra cosa—. Por eso no me dejaste hablar con ellos, no me protegías a mí, los protegías a ellos. De verme e irme de nuevo podrían recaer, como lo hizo mamá cuando hablé con ella.
No se movió para afirmar o negar, continuó con la vista fija en la ventana mientras la luz iluminaba su rostro y resaltaba sus ojos miel.
—Supongo que no lo has notado, pero a papá lo corrieron del trabajo, es por eso que lo viste esta mañana en casa. Y mamá a estado corriendo con los gastos, dobló su turno en el hospital debido a eso, mientras papá busca un nuevo empleo.
Quise sentarme, pero al no haber sillas en la sala lo único que hice fue recostarme a una estatua que se me hacía conocida, y me cubrí la cara con las manos como si así empujara mis emociones hacia adentro.
No debía alterarme, lo sabía, al igual que Cody probablemente, pero no había una forma de contarme todo eso sin que fuera doloroso de oír. Y si él decidió sacar el tema a la luz, debía tener un motivo.
—¿Por qué...? ¿Por qué nunca me lo dijeron, por qué me lo dices ahora? —interrogué, mientras apretaba los ojos para retener las lágrimas.
—Porque no querían preocuparte. Aceptaron dejarte ir, y todo lo que eso significó, pero no querían que te preocuparas por ellos cuando tenías otras cosas en qué pensar. —Suspiró—. Y no me dejaron decirte.
Abrí los ojos y lo miré con atención.
—¿Saben lo que eres? ¿Se los dijiste?
Sonrió sin gracia y bufó.
—¿Cómo crees que les voy a decir algo así? A duras penas soportaban tu ausencia, decirles que su otro hijo es vidente hubiera sido demasiado.
Imaginé que a pesar de haberlo dicho en una ocasión, simplemente olvidaron el tema y se enfocaron en pensar en su hija sobrenatural, además de que al comienzo creyeron que nos drogábamos. Tenía sentido que él mantuviera un bajo perfil.
—Ellos quieren que vuelvas a ser como antes, quieren recuperar la familia que tenían —mencionó con desgana—. Quieren que regreses a la escuela, y que te dejes de reunir con tus amigos; papá no soporta a tu novio, y mamá le tiene desconfianza a Sara a pesar de que le agrada la tonta de tu cuñada.
—No puedo hacer eso, mucho menos ahora —le dije con tristeza—. A mí también me gustaría tener de vuelta mi vida, pero hay cosas que debo hacer, y ellos no lo entenderían.
—Te entendieron una vez —recordó, mirándome a los ojos con seriedad—, ¿por qué no lo harían de nuevo? No has intentado confiar en ellos, quizá pueden ayudarte más de lo que piensas.
Porque tenía miedo, pánico de que se involucraran más de lo que estaban. Si les ocurría algo otra vez por ayudarme nunca me lo perdonaría. Eran mi familia, si no podía evitar que Cody perteneciera a ese mundo, era mi deber evitar que ellos lo hicieran. Ahora entendía de lo que hablaba Atenea, entendía por qué prefería estar sola.
No me hizo falta decirlo para que entendiera mi motivo, porque con una leve mirada a las cicatrices que él también tenía como recuerdo de la batalla con Hades habló por sí solo.
—Lo sé —contestó a lo que nunca dije—, pero merecen saberlo por el simple de hecho de ser tus padres. No se los hagas de nuevo, Ailyn, porque no creo que pueda manejarlo yo solo otra vez.
—Todavía no puedo, al menos déjame resolver mi problema y luego se los diré —pedí—. Arriesgarlos ahora es tonto; se los diré, pero a su tiempo. Si les digo lo que me pasa es posible que les dé un infarto o algo peor.
Su expresión seria me llegó a asustar.
—Ailyn, están pasando por algo peor.
Resoplé, frustrada. Todavía no podía decirles, no estaba lista para hacerlo.
—No quiero ir a casa todavía —mencioné de la nada, a lo que Cody me miró confundido—. No quiero afrontarlos aun, menos como estoy ahora. No iré a casa por el momento, toparme con ellos me haría hablar, y no tengo nada que decirles.
Abrió la boca para continuar con su sermón moralista hasta convencerme de hablar con mis padres, pero entonces, tuve el presentimiento de la cercanía de un dios; los vellos de mi nuca se erizaron y de pronto esperé encontrarme con una deidad a metros de mí. Eso era lo que sentíamos siempre que un dios estaba presente, era como una alarma corporal. Y eso sin tomar en cuenta que mi marca reaccionó, algo que solo ocurría con los Dioses Guardianes.
Me acerqué a Cody en una sola zancada, y le tapé la boca antes de que hablara. Lo halé de su cabeza para que se moviera, y lo llevé al fondo del salón, muchas, muchas estatuas atrás. La sala era grande, debido a las esculturas, por lo que si alguien pasaba no vería a mi hermano si lo ocultaba tras la última estatua.
Gruñó y balbució mientras lo arrastraba, renegando bajo mi mano. Lo empujé tras la escultura de Zeus, la última y la que encabezaba a las demás, justo la del centro.
—Oye, ¿qué sucede contigo? —replicó, sin entender. Por cómo se veía supe que no sabía lo que ocurría, confirmando que en efecto había cosas que él no podía ver.
—Usaré un conjuro para que no puedan sentir tu presencia, pero no evita que te vean. —Le dije mientras trataba de recordar las palabras correctas—. No salgas hasta que te diga, y si llegas a abrir la boca yo misma me encargaré de reducirte a cenizas, ¿entendiste?
No le di tiempo de respuesta, porque de inmediato ubiqué mis manos al frente, con la palma extendida, y me concentré en la energía mágica que corría por mis venas para canalizar ese poder y transformarlo en una orden.
El viendo tomó una nueva dirección, alocándose a mi alrededor mientras yo trataba de encontrar la palabra correcta. Una pequeña luz entre mis manos, a la altura de mi pecho, tomó forma; la luz rosa se dirigió hacia mi hermano, quien al verla ni siquiera se movió.
La luz rodeó a mi hermano como una luciérnaga, en espiral, varias veces, de pies a cabeza y viceversa; una vez completó el recorrido se apagó de la misma forma que nació, y al hacerlo ya no pude percibir su presencia, me sentía sola en aquella sala.
Retrocedí varios pasos, alejándome de la escultura de Zeus lo más que pude, hasta que me topé con la estatua de antes, aquella que se veía tan familiar. La miré por un segundo, buscándole forma, hasta que la capa la delató. Dirigí mi mirada de soslayo al pie de la escultura, donde permanecía escrito el nombre «Hebe, diosa de la juventud» en letras con relieve.
Por un instante, haciendo memoria de mi situación, no pude evitar pensar en qué haría Astra en mi lugar. La mirada seria de la estatua no le hacía justicia a la diosa, mi mentora tenía algo más maternal que no sabría explicar; mi Astra era más dulce y humana de lo que aquella imagen representaba, e incluso de lo que ella misma alguna vez reconoció.
—De acuerdo, eso lo registrarás en tu próximo reporte, me interesa la reacción de la grieta. —Reconocí esa voz aunque solo la hubiera escuchado una vez, el tono de la diosa era inconfundible.
Mi cuerpo se giró por completo hacia la entrada, tan rápido que me enredé con mis pies y caí de espaldas hacia la estatua de Astra.
La silueta de Hera fue lo primero que capté cerca de la entrada, y a su lado, con una clara diferencia de estatura, divisé a Logan. Ambos se veían concentrados en su charla, pero en cuanto la diosa sintió mi presencia giró su cabeza en mi dirección.
Por un segundo nuestros ojos se encontraron, los de ella violetas como los de Astra, mientras que los míos esperaban que no delataran ninguno de mis secretos. Sonrió, y al hacerlo un sabor amargo se instaló en mi boca; sus gestos eran tan similares a los de su hija que dolía.
—Pequeña Atenea —comentó con dulzura—, ¿qué te trae por aquí? Creí que vuestra asamblea ya había concluido.
No sabía qué me alteró más, que ella estuviera hablándome, o que si ella se encontraba en el Olimpo era posible que la Corte Suprema también.
—Yo... —tragué saliva, mientras la diosa me observaba desde la puerta, sin adentrarse a la sala—. Yo... Este es de mis lugares favoritos del palacio, pasé a mirar.
Y sonreí, pero más pareció una mueca que una muestra de simpatía. Estaba demasiado nerviosa tanto por Cody como por mí como para ofrecer algo mejor.
Entonces, a su lado, Logan quien traía unos papeles en sus manos, alzó la vista de los documentos y me miró. No hizo ningún gesto legible, tan solo me observó con frialdad para luego pasar sus ojos a la estatua que sostenía mi espalda. Debí retirarme en cuanto lo noté, pero ya era demasiado tarde para apartarme de la estatua de la persona que se encargó de criar a Logan. A pesar de no hacer ningún gesto en específico, su mirada seguía siendo tan gélida como siempre.
—Ya veo —dijo la diosa, y ella también le echó una mirada a la estatua a mi espalda—. El lugar se destaca por su belleza, es espléndido. La esencia de cada divinidad capturada a la perfección en monumentos como estos.
Entonces no conoció a su hija tan bien como creía.
A juzgar por sus expresiones tan, dentro de lo que cabe, normales, asumí que Cody aún bajo mi conjuro podía esconder mi problema. De lo contrario no podría haber escapado de su sentido divino.
—La Corte Suprema... —hablé, y al hacerlo ella volvió a mirarme; por el contrario, Logan continuó con sus ojos sobre la escultura— ¿de casualidad está con usted? Creí que no vendrían por un par de días más.
Fue inevitable fijarme en al aura plateada que rodeaba su cuerpo, que ya de por sí era mucho más grande que el de un humano normal—casi tres metros de altura, de hecho—, y en su cabello similar a una cascada tan plateado como su túnica; su piel, igual a la de Astra, era tan blanca que no se asemejaba a la de ningún humano.
—No es así, pequeña Atenea, he venido sola —respondió con normalidad, y miró a Logan cuando continuó hablando—. Hermes y yo nos enfocamos en las grietas dimensionales entre mi mundo y el de los humanos, y su informe respecto a la situación debía ser entregado hoy.
Respiré con alivio, porque al menos era una buena noticia. Si estaba sola significaba que los demás no irían al menos por unos días, y eso me daba tiempo para permanecer en el Olimpo por unas horas más.
—Noto que te encontrabas detallando la escultura de Hebe, pequeña Atenea —comentó Hera, observando con cierta nostalgia la estatua de su hija, y me miró con dulzura pero con un pesar escondido.
Justo el tema que temía que tocara. El que estuviera justo al pie de la estatua de Astra fue una coincidencia, en realidad no estaba observándola ni nada parecido. Además, hablar de Astra cerca de Logan me ponía incomoda.
—Yo... Supongo que todavía la extraño. —Me percaté del pequeño espasmo de Logan cuando lo dije, pero no me miró en ningún momento—. Fue una guía excepcional. Todavía me inspira, espero desarrollar una parte de su sentido de responsabilidad con el tiempo.
Los ojos de la diosa brillaron de alegría.
—Y lo harás, pequeña Atenea —aseguró con convicción—. Eras a la que más quería, sus sentimientos por ti van más allá de lo que hizo en vida, su alma seguirá guiándote, porque por ti sentía el amor que un día yo sentí por ella. Puedo saberlo con tan solo observar vuestro rostro; tú representas su sueño, y siempre lo harás.
Por reflejo le eché una mirada a Logan, justo cuando dejó de prestarle atención a la estatua y fijó sus ojos en mí. Ambos nos miramos por un milisegundo, hasta que él habló observando a Hera, y cambiando así el tema.
—Eso era todo, señora, la próxima semana le entregaré un informe sobre lo que hablamos. —Me ignoró por completo—. Recuerde que tenemos más temas pendientes.
Hera volvió a sonreír, viéndose realmente radiante. La belleza de la diosa casi igualaba a la de Afrodita, con razón lo de Troya.
—De acuerdo, haced lo que os dije, me interesa la evolución de la grieta —le contestó la diosa. Y luego se volvió hacia mí otra vez—. Nos vemos pronto, pequeña Atenea, y espero que recuerdes siempre a aquella mujer que tanto te amó.
Asentí, lo suficientemente bajo para que se considerara reverencia, y ella en respuesta hizo algo parecido, pero con menor énfasis. ¿Por qué a Logan le decía Hermes, pero a mí me decía pequeña? No tenía sentido. Pero lo más importante era que debido a sus palabras Logan probablemente estaba enojado, y ese chico era lo bastante inteligente como para no subestimarlo.
Observé a Hera cómo se marchaba de la puerta, siguiendo su camino por el pasillo como si nada, dejando el aura plateada a su paso. Esperé a que Logan también se fuera, pero permaneció bajo el marco de la puerta, observando la estatua de Astra a mi espalda.
—La persona que más amó... —masculló por inconciencia.
Me quedé mirándolo, sin saber qué decirle. Logan y yo nunca estuvimos solos en la misma habitación, lo conocía poco y por su actitud hacia mí tenía entendido que no le caía muy bien. Entonces, de repente, sus ojos abandonaron la estatua y se posaron en los míos, con una gélida mirada, sin brillo, casi sin alma.
—Tú también eres la persona que más amó —dije, me sentí obligada a hacerlo ya que su expresión parecía pedirme una explicación—, todos de hecho. Nos quiso a todos, pero a ti te tenía especial cariño, eras como su hijo. Te decía niño erudito, ¿verdad? Creo que te queda el nombre.
La comisura derecha de su labio se elevó hacia arriba, mientras dejaba salir un bufido de escepticismo. Me observó con dureza, casi con resentimiento.
—Sí, claro —comentó, y por alguna razón su presencia se me hacía pesada, incomoda, como si él estuviera esperando que me equivocara en cada momento—. No la conociste como yo, no puedes saber lo que sentía.
—¿Y tú sí? —Me mordí la lengua en cuanto lo dije. Su mirada me incitó a continuar con la idea, como un desafío.
—¿Qué? —Enarcó las cejas, molesto.
—Es decir —traté de corregirme para que no sonara ofensivo—, tú la conociste mejor que nosotros, pasaste más tiempo con ella, era tu familia.
Tal vez debía cerrar mi boca.
No dijo nada, se quedó callado mientras me observaba. Quise escapar de su mirada, estar cerca de él me ponía nerviosa; sin embargo, no podía irme de ahí sin Cody, y pasar por el lado de Logan no me agradaba.
—Te odiaba —soltó de repente, ganándose de nuevo mi atención sobre él.
—¿Qué dijiste? —pregunté, incrédula ante lo que acababa de oír.
—O al menos la mayoría del tiempo —prosiguió, como si yo no hubiera hablado—. En ocasiones incluso su poder se desequilibró debido a ti. Tus acciones la enloquecían todo el tiempo, siempre me lo decía, estuvo muy cerca de renunciar a su misión debido a tus impulsos y errores. Por momentos no podía contigo, no sabía qué más hacer para que aprendieras. —Frunció el entrecejo—. Le trajiste demasiados problemas, ella nunca imaginó que fueras así de difícil. Te idealizó, creía que la Atenea que conocía estaba en ti, y darse cuenta de la verdad la lastimó.
Dolió, no supe exactamente de qué forma, pero dolió. Sabía que le compliqué el trabajo a Astra, pero de ahí a lastimarla había un gran abismo.
—Astra...
—Hebe —me cortó, con ese destello en sus ojos que indicaba ira—, te lo he dicho muchas veces, su nombre era Hebe, no Astra. Y no tienes idea de lo que arreglar tus errores le costó.
Mi garganta me ardió, igual que mis ojos. Hablar de Astra, con Logan, era demasiado agridulce, más tirando a lo agrio.
—¿Por qué lo dices?
Volvió a bufar, esta vez en burla.
—No te lo diré, no mereces saberlo.
Se dio la vuelta, de cara al pasillo, con los brazos colgando al lado de su cuerpo y una carpeta en las manos. No obstante, no movió un solo pie, se mantuvo observando el horizonte, donde en lugar de montañas y bosques se halla una gigantesca cama de nubes.
—El día antes de Aqueronte, después de la pelea contigo —continuó, pero no supe por qué seguía hablando. Lo interpreté más como un gesto hacia él, no hacia mí—, creí que por fin entendería lo que siempre le dije. Esperé que lo hiciera, que recapacitara contigo, pero no lo hizo, sino por el contrario. Si lo hubiera hecho, si me hubiera hecho caso, ella seguiría viva.
Sus palabras me dejaron fría, en más de un sentido. Lo miré fijamente, en silencio y sin mover un musculo de mi cuerpo. Tenía una vaga idea de a lo que se refería, y hasta cierto punto lo apoyaba, porque tenía razón. No sabía qué le dijo Logan a Astra, ni todo lo que ella hizo a nuestras espaldas, pero a juzgar por la forma en la que él hablaba y sus comentarios, supe que yo no era la única persona en el equipo que vivía con el sabor de la culpa en la lengua.
El chico de ojos verdes y yo no éramos muy cercanos, a duras penas aceptábamos la presencia del otro, pero quizá teníamos más en común de lo que ambos pensábamos.
Dio un paso hacia el pasillo con la intención de irse, sin añadir nada más y sin mirarme.
—Logan —lo llamé, pero no se detuvo ni se volvió hacia mí—, ¿sabes por qué no somos seis de siete? —Disminuyó el paso, y aun así no hizo amago de atención—. Porque el siete es el número de la suerte.
Noté que me oyó, lo presentí, pero no pude estar segura ya que desapareció de mi campo visual.
En cuanto estuve segura de que Logan ya no se encontraba cerca, y no sentía la presencia de ningún ser sobrenatural, me dirigí tan rápido como pude a la última estatua de la estancia, y al llegar ubiqué la mano de Cody tras el zapato gigante del dios. Tomé su mano de improvisto, y halé de su brazo para sacarlo del escondite.
—¡Ay! —exclamó mi hermano ante mi fuerza sobre su brazo—. Ten más cuidado, es el único que tengo. Oye, creo que tienes más problemas de los que crees.
Frunció el entrecejo, y se sacudió la ropa como si de alguna manera le hubiera caído polvo o suciedad, y de paso se pasó la mano por el cabello para conservar su corte sobre la frente. Su reacción fue como si hubiera salido de un agujero, o algo peor.
Rodé los ojos, y moví mis manos sobre su cuerpo para revertir el conjuro. Las luces que cubrían el cuerpo de mi hermano lo recorrieron en espiral hasta la cabeza, donde se unieron para desaparecer al unánime.
—Ya deja de quejarte y decir incoherencias, tienes que irte a casa ahora. Nos salvamos por un pelo, si otro dios pasa y te ve estoy muerta, ¿entendiste?
Aunque, en principio, no tenía sentido que ellos pasaran por ahí, se suponía que el lugar era poco transitado.
Me miró con su típica seriedad, y se cruzó de brazos.
—No me iré a ninguna parte sin ti —sentenció—. Aún no hemos terminado de hablar, y no puedes quedarte en el Olimpo en tu estado.
—Oh, claro que lo harás, ya terminamos de hablar.
Antes de que pudiera replicar, saqué mi celular y marqué el número de la rubia. Ella lo trajo, era la única que podía llevarlo de vuelta. No quería ir a casa todavía, con lo que Cody me dijo no sabía si ver a mis padres en ese momento era lo correcto; aun no sabía cómo actuar, ni qué decirles, no había pensado en eso y necesitaba un tiempo para hacerlo.
¿A dónde iría entonces? Me aterraba ir a un lugar público, pero también lo hacía quedarme en el Olimpo; no podía pedirles alojamiento a mis amigos por obvias razones, y aunque Andrew me dejara quedar en su casa unas horas o días, resultaba que vivíamos en el mismo edificio residencial, y ese sería el primer lugar donde mis padres buscarían, y eso sin contar a Cailye. Viéndolo desde esa perspectiva, ocultarme en el palacio unas horas más hasta que decidiera a dónde ir era lo único que me quedaba.
Luego de unos segundos, Cailye respondió.
—¿Sí? —Su voz se oía ronca.
—Cailye, ¿dónde estás? Necesito que te lleves a Cody a casa, aun no me iré y no puedo dejarlo aquí más tiempo.
Pasaron unos segundos, hasta que repetí su nombre para confirmar que siguiera en la línea.
—Sí, te oí. Estoy a cinco habitaciones del salón de las esculturas.
Y colgó. No me dio tiempo de preguntarle qué hacía ahí, ni si estaba bien, tan solo me dejó hablando sola.
Sin tiempo que perder, tomé a Cody de la muñeca, asomé la cabeza por la puerta y miré en ambas direcciones del corredor para asegurarme de que estuviera vacía. Salí de la habitación, y como hacia la izquierda después de dos habitaciones estaban las escaleras, solo podía ser hacia la derecha, de donde venían Hera y Logan.
—Ailyn —llamó Cody, pero ahora sonaba vacilante, inseguro. Lo miré de reojo, y noté cierta mirada extraña en sus ojos, me miraba con tristeza—. Cuídate, ¿bien?
No le contesté, tan solo asentí y lo halé de la muñeca, fuera de la habitación.
Sabía que Cody tenía más por decir, pero él sabía muy bien que no debía hacer ruido, por lo que se quedó callado mientras caminábamos hasta una habitación vacía, donde Cailye esperaba recostaba a la pared.
Tenía la cabeza gacha, así que le toqué el hombro para que reaccionara.
—Cailye, ¿qué te ocurre? ¿Te sientes mal? —pregunté, en vista de su desanimo.
Ella me miró, y sonrió al tiempo que se enderezaba.
—Estoy bien, solo un poco cansada. —Su expresión no se veía muy honesta, parecía esconder algo.
—Estuvo escuchando la conversación —soltó Cody, con su mirada fija en la rubia y con una ceja entornada en señal de grandeza—. Te estaba espiando.
—¿Qué? —En mi rostro fue evidente la necesidad de una explicación.
¿Qué acaso era moda espiar a las personas?
Mi corazón se aceleró, a la espera de una confirmación. Si Cailye oyó todo, desde el comienzo, también oyó la conversación entre su hermano y yo, y de ser así se habría enterado de mi condición. Me preparé para oírlo, aunque no estuviera segura de qué esperar; ¿regaño, preocupación, miedo? ¿Cuál sería la reacción de mis amigos al enterarse de que mi cuerpo era una gigantesca bomba que podría estallar en cualquier momento, y que dejaría de ser yo misma en consecuencia?
—No es verdad —se defendió mi amiga, ubicando sus palmas extendidas frente a nosotros—. Yo solo...
—¿Qué haces aquí entonces? —pregunté—. El lugar está lejos de todo lo demás, ¿por qué estás aquí arriba si no nos escuchaste hablar?
—A ustedes no —confesó, cabizbaja—. Solo pasé por aquí cuando hablabas con Logan, no escuché nada más que eso.
Un momento, si hacía memoria, Cailye salió detrás de Logan al terminar la reunión. ¿Acaso lo estaba siguiendo?
Sacudí mi cabeza, y asumí que su desanimo se debía a que tocamos el tema de Astra, y eso todavía nos afectaba a todos; sin embargo, había algo en su comportamiento que se me hacía extraño.
—Como sea, no importa. —Di por terminado el tema, mientras mis signos volvían a la normalidad—. Hazme el favor de llevarte a Cody a casa, aun no recupero mi energía divina para hacerlo yo misma.
—¿Tú no vienes? —inquirió mi amiga, mirándome con interrogación.
Negué con la cabeza.
—Lo haré después, por ahora solo llévatelo, es peligro para él estar aquí.
—Hablas de mí como si tuviera tres años —comentó Cody con molestia, haciendo una mueca.
Lo miré mal.
—Ni cuando tenías tres años te comportabas normal, así que cierra la boca.
De hecho, si me podía a pensarlo, mis recuerdos con un Cody pequeño eran bastante extraños. Él nunca fue un niño o un bebé normal.
Bufó, exasperado, pero no dijo nada más.
—Lo haré, de todas formas ya me iba, no le di almuerzo a Tom ni a Vanilla, deben estar hambrientos.
Volvió a sonreír, y a pesar de ser la misma sonrisa de siempre, se sentía diferente.
—Bien, gracias.
Vi cómo sacaba su collar-arma de entre la ropa para posteriormente expandirlo en medio de un brillo ahora amarillo. Recordaba que antes era más azul, aguamarina quizá, pero el color de su magia cambió.
Ya con el arco en la mano, empujé a mi hermano hacia ella para que se acercara, él lo hizo y acto seguido mi amiga levantó su Arma Divina para conjurar el hechizo.
Me aparté unos pasos, para darle espacio, y entonces Cailye me volvió a mirar.
—Ailyn, ¿sabes por qué Evan aceptó el puesto en el Olimpo?
Su pregunta me confundió, en ese momento no le encontré sentido, ¿por qué lo preguntaba tan de repente, sin que viniera a cuento?
—No, ¿por qué lo preguntas?
Por un segundo vi su tristeza, sus ojos me la mostraron, se veía dolida, pero no dijo nada más, tan solo desvió su atención de mí y se enfocó en el poder creciente de su arco. Vi sus labios moverse, al igual que su cabello debido a la corriente de aire, y en respuesta una luz amarilla los rodeó como viento, llevándoselos lejos de ahí, llevándose a mi hermano a casa justo después de que Cody volviera a mirarme con aquella triste expresión.
Entré de nuevo a la sala de esculturas, puesto que de quedarme unas horas más en el palacio ese era el único lugar seguro, sin vigilancia y solitario. Caminé un rato por el lugar, observando las docenas de estatuas, y leyendo sus descripciones. La divinidad e imponencia irradiada de las estatuas a pesar de ser objetos inanimados, casi podía sentir la mirada detallada en sus rostros sobre mí.
En ocasiones resultaba intimidante e incómodo, al punto de tenerme que recordar que no tenían vida, pero a pesar de eso en el lugar se podía respirar paz, verdadera paz. El sonido de mis pasos era lo único que oía, además de que el eco era impresionante debido al tamaño de la sala.
Miré sus rostros, su figura, su mirada, y me sentí como el papito feo. Todos ellos fueron o eran grandes personalidades, reconocidos por sus hazañas, temidos o amados, o ambas, pero sobre todo respetados. Si cerca de aquellas estatuas me sentía pequeña, delante de los verdaderos me sentía invisible.
¿Algún día llegarían a verme como más que una humana? Y más importante aún, si le pedía a algún dios u otra criatura que se uniera a nosotros contra Pandora, la mujer más temida por tantas deidades, ¿lo harían? ¿Yo realmente podría convencer a alguien de confiar en mí? Ni siquiera yo misma lo hacía, ¿cómo podría otro hacerlo entonces?
Todo el odio que sentían hacia los dioses, y en especial hacia los olímpicos, ¿podría ser menguado por simples palabras? ¿Qué acciones llevarían a una verdadera alianza? Convencer a alguien de estar de nuestro lado... Era más fácil decirlo que hacerlo. Evan se veía convencido de lograrlo, al igual que Daymon, pero los demás lo veían tan difícil como yo. Miles de años de odio y dolor no se olvidarían por una simple disculpa.
Suspiré, y me recosté a los pies de Atenea, donde permanecían escritas todas sus virtudes.
Si At nos ayudaba, ¿lo podríamos conseguir? Dudaba que me escucharan a mí, pero a ella quizá sí la tomarían en serio. Yo, o cualquiera de mis amigos, ante otra deidad éramos simples humanos, parodias o chistes de lo que fueron e hicieron nuestros antecesores; pero con lo que quedaba de Atenea existía más posibilidad de ser tomados en cuenta.
Lo veía difícil, y si a ese asunto le sumaba mi bomba de tiempo... Era un mal panorama. Tenía suficientes problemas, dudas, y miedos en mi cabeza como para aumentarle el factor paternal, que aunque lo evitara en algún momento tenía que enfrentarlo. Eran mis padres después de todo, debía empezar por formar una alianza con ellos.
Lo que Cody me dijo todavía daba vueltas en mi cabeza. Todo por lo que pasaron en mi ausencia, lo que pensaban respecto a la situación, y lo que sentían por mí... Todavía no lo ubicaba en mi cabeza ni en mi corazón. Había ignorado la situación de mis padres de forma inconsciente, para protegerme, porque sabía que me dolería enterarme de lo que pasaban. Y ahora que mi hermano me lo dijo, simplemente ya no podía hacerme la de la vista gorda.
El sentimiento se parecía mucho a lo que sentía respecto al tema de Astra, y del dolor de Logan. Aquello era una herida tan fresca que no me atrevía a tocarla otra vez; tuve suficiente con las palabras de Logan. Mencionar a Astra siempre dolía, y que él lo hiciera se sentía culposo, porque no dejaba de pensar que era como si le hubiera quitado la madre a un huérfano de guerra.
Bostecé, presa del cansancio y del sueño. Mi condición me provocaba más sueño que de costumbre, mi cuerpo se agotaba más rápido. Recosté la cabeza en el mármol de la estatua, dejándome llevar por la pesadez de mis ojos.
Tenía muchas cosas que pensar, muchas decisiones que tomar, y pensar en todo al mismo tiempo me daba dolor de cabeza, eso y que lo que descubrió Andrew tan solo hizo que me agotara más rápido. Tal vez dejar de pensar por un rato era lo que necesitaba en ese momento. Dejar de pensar que en cualquier segundo podría explotar, dejar de pensar que tenía otros problemas además de mis venas violetas, y dejar de pensar que debía comenzar a moverme y a formar un plan.
Tan solo dejé de pensar.
Me dejé llevar por el sueño, hasta que todo lo que me rodeaba desapareció.
«Olía a sangre, el ambiente estaba impregnado de ese sabor a metal característico del hierro. Abrí los ojos, sin saber en dónde me encontraba, y lo primero que observé fue un cielo teñido de rojo; las nubes eran rojas, al igual que el astro que relucía en el centro de todo.
Me percaté de que me encontraba recostada sobre el césped, uno húmedo y frio; el viento que circulaba por el lugar era gélido, como el de un lugar muy alto, y sentí en mis dedos la sensación de la nieve sin serlo realmente, más parecía una escarcha muy delgada y brillante, de color lila pero muy pálido.
Incorporé mi cuerpo, y busqué a mi alrededor algo familiar. Era una montaña, con algunos árboles secos cerca de donde me hallaba. Nada me era conocido, hasta que me di la vuelta para revisar a mi espalda, y entonces lo vi...
Tirada en el suelo, cubierta de sangre y con la mirada perdida, se hallaba una persona muy importante para mí. Sus manos extendidas sobre el césped, y su rostro del color de la nieva con una herida en su pecho tan prominente que ignorarla era imposible.
Sentí el frio de su cuerpo sin tocarlo, aunque quizá se trataba de mi propia piel. No procesé la imagen hasta segundos después, cuando sentí en verdad que aquello estaba frente a mis ojos.
No lo entendía, no lo veía verídico, hasta que por el rabillo del ojo pude notar una melena roja y ondeante a mi lado. Todo el paisaje se veía estático, como una imagen, excepto por aquella mujer cuyo cabello rojo se alzaba como bandera, contrastando con el césped, pero entonando con el cielo.
No la miré, permanecí en mi lugar, con los ojos clavados sobre el cuerpo frente a mí.
—Esa no es tu consecuencia —La voz de aquella mujer se oía suave, pero al mismo tiempo fría y casi perturbadora—, tu consecuencia soy yo, luciérnaga.
Entonces, un enchufe se encendió en mi cabeza, haciéndome reaccionar y entender que en efecto lo que veía delante de mí era un cadáver.
No grité, no lloré, no me moví, lo que sentía iba más allá de poder ser expresado en una acción tan corriente como esas, tan solo me dejé caer. Me dirigí al suelo, como si mi alma tan solo se hubiera ido de mi cuerpo, viendo por última vez el cabello rojo de la extraña mujer.»
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