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37. Promesa de siete

Once in a Dream - In The City

Olvidé la mayor parte de los acontecimientos que siguieron a nuestro regreso al Olimpo. Las voces que se alzaron a nuestro alrededor y todos los cumplidos se archivaron en un lugar de mi memoria al que no le hacía mucho caso.

Me dolía el cuerpo y el alma cuando volvimos, tenía muchas cosas en la cabeza al igual que mis amigos, por lo que poco prestamos atención a oídos curiosos de deidades menores que querían detalles sobre nuestro encuentro con Pandora. Al parecer el espectáculo fue visible incluso desde Kamigami, por lo que oí la Luz de la Esperanza llegó a cada rincón de los tres mundos, su luz alcanzó incluso a Perséfone, pero claro, los humanos no vieron eso, solo las deidades lo hicieron. Todo el mundo estaba intrigado con la esperanza, querían ver a la diosa que resplandecía con, según oí, el brillo de mil estrellas.

Evité dar mucho la cara los días posteriores, aun no controlaba el brillo que aún no era capaz de ver, si una deidad me veía sin duda reconocería el aura que al perecer cubría mi cuerpo como una antorcha.

Había un gran alboroto por todas partes, tanto así que no sabía quién era más urgente, si los humanos o las deidades sedientas de información que incluso querían traspasar las puertas del Olimpo.

—Lo mejor será que te ocultes por un tiempo —había sugerido Andrew mientras ambos, en lo alto de una de las torres del Olimpo, observábamos a la puerta principal cómo Evan y Logan trataban de calmar a las deidades dispuestas a entrar a la fuerza. Algunos eran curiosos, otros querían reclamar la parte del trato que les ofrecí a cambio de ayuda. Sus ojos oscuros no se apartaron de la ventana mientras me habló—. Al menos hasta que la situación se calme un poco. Un problema a la vez.

No era que no quisiera cumplir con mi parte del trato y darles la recompensa a las deidades que se jugaron el pellejo al lado de mis amigos, era que aún no sabía cómo.

En ese momento yo solo asentí, resignada. Dejar a mis amigos con las manos llenas de problemas no me parecía atractivo, pero si yo sumaba en esa lista lo mejor sería desaparecer por un tiempo. Como unas pequeñas vacaciones.

Me oculté en una casa escondida a los ojos de todos, tanto humanos como deidades, bajo el cuidado del Olimpo, en alguna parte de Suecia junto con mi familia mientras las cosas se calmaban un poco. Cuando regresé a casa a papá casi le dio un infarto, me bombardeó con tantas preguntas que no supe a qué responder primero. Por suerte tuvimos mucho tiempo para ponernos al día.

Durante tres semanas me quedé con mi familia, resguardados en un paraíso vacacional donde ninguno de los cuatro quería estar, al menos al principio. Mamá se adaptó rápido, comenzó a estudiar medicina natural, a sembrar todo tipo de plantas medicinales. Papá, por otro lado, estaba que se volvía loco por el encierro. Quería regresar al mundo, a su vida, a su universidad, pero aunque nunca se lo dije directamente, ambos sabíamos que eso ya no sería posible.

Me sentía mal por ellos, de un día para otro los saqué de sus vidas y los arrastré a la mía. Perdieron sus amigos y la vida que tenían en un instante. Ninguno de los dos me culpaba de nada, ambos me reconfortaban y agradecían el tiempo que pasé con ellos en esa casa grande donde daba mucho el sol. Pero yo sí lo hacía.

Cody, por otro lado, poco salía de su habitación. Con el paso de los días comenzó a pasar más y más tiempo a solas. Intenté acercarme en algunas ocasiones, pero él siempre me echaba y me cerraba la puerta en la cara. No habíamos hablado como me hubiera gustado. Algo le preocupaba, y a mí me preocupaba que no lo compartiera conmigo. Mis padres tampoco tenían mucho éxito, mamá consiguió que comiera con nosotros, pero cualquier charla sobre él en la mesa ni siquiera alcanzaba a comenzar. Cuando alguno tenía la intención de tocar el tema de su comportamiento, él usaba su habilidad de ver el futuro y se levantaba de la mesa antes de que alguien pudiera abrir la boca.

Mamá lo enfrentó un par de veces, supe que al segundo intento ambos se encerraron en su habitación durante dos días. No los vimos a ninguno en esas cuarenta y ocho horas. Cuando por fin mamá salió nos dijo que él estaría bien, que solo necesitaba su espacio y que evitáramos presionarlo demasiado. Le pregunté lo que sucedió, pero ella solo ponía una mirada triste y me decía que aunque quisiera ayudar, no podría, así que lo mejor era dejar de molestarlo.

Le obedecí. No volví a intentar hablar con Cody. A pesar de que su apariencia seguía siendo la misma, que más allá de ojeras no había cambiado, su actitud distante y su falta de ingenio al contestar cuando se le hablaba fueron pruebas suficientes de que algo grave le sucedía.

Recibía noticias de mis amigos todos los días, pero era como verlos a través de una pantalla, como una película. Hubo varias reuniones con la Corte Suprema para hablar sobre Pandora, estuve en cada una de ellas aun a distancia. Zeus no parecía muy contento con el hecho de que la mujer se hubiera escapado, pero lo compensaba el que ella ya no tuviera su caja. Si quería su custodia, no dijo nada al respecto. Fue más que un hecho que Andrew la vigilaría, y nadie se opuso a la idea.

El asunto de los humanos era aún un tema fresco. Evité que mis padres vieran noticias, que se enteraran de lo que sucedía fuera de ese paraíso que nos envolvía. Pero lo cierto era que todo solo empeoró luego del fracaso de conferencia de prensa, el ataque del Tifón, y la Tragedia de Michigan, como llamaron al evento en el que nos enfrentamos a Pandora.

Los humanos nos odiaban más que nunca, no confiaban ni siquiera un poco en nosotros. Pandora consiguió lo que quería, sembrar más odio donde apenas había miedo. Las pérdidas que ocasionó el Tifón nunca podríamos reponerlas, y los humanos creían firmemente que fuimos nosotros como venganza por lo que sucedió en la conferencia de prensa.

Suspiré al recordarlo, aun me dolía la cabeza cuando pensaba en eso.

Zeus cumplió su palabra, no se interpuso en cómo hacíamos las cosas, apenas sí habló al respecto. El dios supremo la mayor parte del tiempo que lo veía lucía distante, como si su conciencia estuviera en una parte donde mi imaginación no alcanzaba. Pocas veces reparaba en mi existencia, pero cuando lo hacía podía sentir su mirada como cuchillas clavándose lentamente en mí.

Mis amigos seguían manejando el problema con los humanos lo mejor que podían. Entablaron mesas de dialogo, pusieron a su disposición toda la información que podrían necesitar, e incluso crearon cursos para aprender a diferencia los peligros del nuevo mundo. Saber sobre las Amazonas, que no debían hacer tratos con ellas, sobre la comida que les ofrecían los dioses y sobre las criaturas que aparecían algunas veces a causa de las grietas entre mundos, también a aprender a diferenciar a todos los tipos de deidades y a cada dios. Pero eso aunque ayudaba, lo hacía muy poco. Evan creía que era cuestión de tiempo, de adaptarse. Logan estaba firme en que eso sería como esperar un milagro.

Sonreí sin gracia. «Nuevo mundo». Un término que usaban las personas para referirse al cambio brusco que sufrió la humanidad en pocas semanas. Andrew lo odiaba, yo trataba de no pensar mucho en eso.

Andrew. No lo había visto en persona desde que me recluí bajo un domo de protección. Sara me había ido a visitar en una ocasión, igual que Daymon y Evan, pero los demás no. Sabía que Andrew estaba ocupado, pero verlo a través de una pantalla no era suficiente. Quería tocarlo, no solo verlo. Le pedí que fuera una vez, pero la respuesta que me dio fue suficiente para no volver a pedírselo.

Durante el tiempo que me aparté de mis amigos y me confiné en una casa en medio de la nada, aprendí a controlar el brillo de la Luz de la Esperanza. Descubrí con el paso de los días que para atenuar su luz debía primero controlar mi percepción de lo que me rodeaba. La esperanza reaccionaba a estímulos externos, aprender a ignóralos o a sentirlos de forma diferente me ayudaban a ocultar su brillo.

Andrew me ayudó mucho con eso. Gracias a él entendí que los estímulos externos influían. Nos quedábamos hasta altas de la noche practicando, meditando, y si había algún avance él me lo diría. Fue debido a su guía y ayuda que un mes luego de nuestro encuentro con Pandora por fin pude oculta el brillo de la Luz de la Esperanza, aunque solo pudiera conseguir eso.

Había más, sabía que había más. Cuando veía a Elpis podía sentir que apenas podía ver una capa superficial de la naturaleza de la esperanza. A veces me daba la impresión de que la estaba mal gastando, que no podía explotar su potencial al máximo. Elpis no me dijo nada, ella de hecho no hablaba. Me miraba y sonreía, caminaba cerca de mí y jugaba con mariposas, pero no era de gran ayuda en realidad.

Era difícil, si me desconcentraba volvería a brillar de repente. Pero Andrew me aseguró que una vez hiciera los ejercicios de forma inconsciente eso no me pasaría. Y así fue, un día se volvió algo normal, cada ejercicio se volvió parte de mi rutina.

Y precisamente debido a ese logro, una mañana les avisé a mis padres que regresaría a Kamigami, que me iría por un largo tiempo; no serían pocas semanas, serían varios meses.

Al principio no tomaron bien la noticia, mamá se desmoronó en brazos de papá porque se había ilusionado con pasar sus días en esa casa, solo nosotros. Les impactó, papá se enojó, pero no se opusieron, sabían que no podían. Les expliqué mis razones con toda la calma de mundo, y para mi sorpresa Cody me apoyó.

—No pueden interferir —había dicho, en ese tono suyo de obviedad, como si lo que dijera fuera lo más evidente del mundo—. Ya hemos pasado por esto antes. Deben aceptar de una vez que no solo es su hija, que es más que eso. Retenerla, no, oponerse a sus decisiones solo la entristecerá.

Ellos aceptaron luego de las palabras de Cody, no estaban de acuerdo pero aceptaron ese hecho como un niño al que obligan a comer verduras cuando las odia, solo porque acepta que es por su salud

Luego de despedirme les pedí que se quedaran ahí un poco más, les prometí que conseguiría algo mejor para todos. Ellos callaron, luego me desearon un buen viaje y me aseguraron que pensarían en mí cada día hasta mi regreso.

Mis razones eran sólidas, y ya era hora de salir de ese sueño o no lo querría hacer nunca. Había descansado, me había ocultado, había aprendido a ocultar la Luz de la Esperanza. Debía regresar a mi realidad.

Luego de nuestro encuentro con Pandora entendí que yo nunca podría vencerla, que si me enfrentaba a deidades con más poder terminaría muerta antes de notarlo. Estaba en un nivel diferente, muy lejos de mí. Por eso debía encontrar una magia capaz de rivalizar con la suya, el poder necesario para proteger lo que quería no solo de ella sino de quien intentara lastimarme, la esperanza sola no sería diferente, necesitaba algo definitivo. Necesitaba el poder necesario para cambiar algo, para cambiarlo todo, y era algo que no podría encontrar en la Tierra. Kamigami tenía las respuestas a mis preguntas, los recursos que necesitaba, volver era mi única opción a pesar de que la idea me revolvía el estómago.

Un mes luego de todo el alboroto con el Tifón, cuando regresé al Olimpo acompañada por mi familiar, pude sentir una tensa calma. Podía sentir la vida de quienes se hallaban bajo ese techo, pero era frio e inhóspito. Le había pedido a Kirok que me esperara en el jardín, por lo que en ese momento me encontraba sola, recostada a la puerta de la habitación de Sara, esperándola, recordando todo lo que había pasado en poco más de cuatro semanas.

Cuando le comuniqué a la Corte Suprema mi decisión de volver a Kamigami ninguno se opuso, por el contrario, les pareció buena idea que entrenara mi liderazgo en un campo real. Todos creían que pasar una temporada en Kamigami expandiría mis habilidades y me acercarían más a la Atenea original. Pero no podía ir sola. Por eso Andrew y Sara se ofrecieron a acompañarme, y aunque Zeus puso un par de condiciones no se opuso.

Debíamos cambiar cada cierto tiempo, rotar a los integrantes que me acompañarían a Kamigami y los que permanecerían en la Tierra lidiando con sus problemas. Pero para empezar serian ellos dos, además de Kirok, quienes me ayudarían en lo que fuera que estuviera buscando en el mundo de los dioses.

Al día siguiente nos iríamos, pero esa noche Daymon creyó que sería lindo reunirnos en el Olimpo y pasar una velada agradable. Ellos estaban agotados, yo en cambio tenía energía suficiente para reconstruir el Olimpo. Así que ellos necesitaban un descanso y yo una despedida. Todo lo preparó Daymon con ayuda de Cailye, y por lo que sabía solo seriamos nosotros siente, sin Gracias ni Guerreros de Troya u otra deidad en medio.

Los acontecimientos de ese día estaban tan lejos en mi memoria pero aún eran tan recientes que pensar en eso me entristecía. Recordar la forma en la que Pandora casi obtuvo lo que quería, recordar todas las vidas perdidas... me hacía sentir incompetente. No quería sentirme así nunca más, no quería volver a sentir que me quitaban todo de las manos sin yo poder hacer nada. No dejaría que nadie volviera a quitarme algo.

—¡Ailyn! —gritó Sara cerca de mi oído. Yo pegué un brinco del susto, habría jurado que la puerta estaba cerrada—. Por Madre Gea, llevo llamándote por un rato, ¿qué pasa por tu cabeza?

La miré, ella me observaba a los ojos, molesta por mi falta de atención. Llevaba un vestido de vuelo que le llegaba hasta las rodillas, rosa la falda y negra la parte de arriba, con incrustaciones de cuarzos brillantes sobre el pecho. Tenía el pelo suelto como cascada, con una diadema sencilla de color dorado, y un maquillaje otoñal que acentuaba su mirada oscura. Vi su broche, ese que tenía forma de rosa dorada con detalles lilas, colgando sobre su clavícula. Ella siempre lo usaba, casi por habito, desde que Afrodita se lo regaló.

Todos habían recibido algo de los dioses originales. Mi amiga recibió ese broche, al igual que Andrew su anillo de laureles. Evan tenía un brazalete plateado con el relieve de dos olas frente a frente, con un tridente en medio; me lo había mostrado varias veces, como si recuperara un tesoro querido. El obsequio de Daymon era más simple, un par de placas con dos yelmos en cara y cara; siempre lo tenía debajo de la ropa. No había detallado mucho el de Cailye, solo sabía que era una tiara con una luna colgante sobre la frente y zafiros de adorno; al igual que Andrew no hablaban mucho al respecto, ni una sola vez la vi usarla. Y, el de Logan, según lo que me dijo Cailye, era una tobillera con dije de alas y montañas; Logan nunca me lo mostró y estaba segura de que nunca lo haría.

A todos les habían mencionado que dichos regalos eran especiales, más allá de representarlos como dioses contenían un deseo, algo que solo podría ser usado una vez y con acciones limitadas. No podrían traer a alguien de la muerte, tampoco colocar sentimientos falsos en otros como el amor, no podían obligar a nadie a amar a otra persona. Como dijo Apolo antes de irse, les daría una opción cuando no pudieran elegir. Pero mi obsequio, el pendiente que siempre guardaba en mi cofre especial, no tenía ningún deseo. Era un pendiente corriente, hermoso y pesado, pero normal. A veces creía que ya había usado su único deseo.

—Lo siento. Tengo la cabeza en muchos lugares a la vez. —Me enderecé luego de contestarle, evitando pensar en que mientras ella usaba un lindo vestido yo iba vestida con un suéter de punto de manga larga, color turqués, y unos pantalones cargo color avellana—. Vamos, los demás nos esperan.

Mi amiga me miró con fijeza un segundo, solo para asentir y seguirme el paso a través de los pasillos del Olimpo. Aun me perdía, pero al menos ya conocía el camino a los jardines del palacio, en especial el principal, favorito de Atenea. Antes de irme con mis padres pasé casi todo mi tiempo en ese lugar, pensando sobre muchas cosas hasta que Andrew me indicaba que era demasiado tarde para merodear en la oscuridad. El lugar me daba paz, me aislaba, por eso me gustaba.

Caminamos sin afán, una al lado de la otra, con Kirok como mi sombra a varios metros de distancia; él conservaba siempre la distancia que le impuse y no hablaba a no ser que le preguntara, la mayor parte del tiempo olvidaba que estaba ahí. Todos esos días se mantuvo cerca de la casa en Suecia, escondido fuera del domo, vigilando que todo estuviera en orden. Consideré dejarlo con mi familia por si algo sucedía, pero luego de pensarlo mejor decidí que alguien debía proteger mi espalda mientras yo aprendía a ver por el cuello, por lo que a donde yo iba él también me acompañaba.

Al comienzo del camino el silencio se instauró entre las dos, hasta que ella tomó la iniciativa.

—Nunca nos habías mencionado lo de Atenea —comentó, en un tono bajo y resignado—. Creí que me dirías algo así.

Junto con las reuniones con la Corte Suprema salieron varias cosas a la luz. Los dioses se enteraron de nuestras aventuras en Kamigami con detalles, y de paso nuestros amigos también. No habíamos dicho nada sobre At, ese tema entraba en la misma bolsa donde estaban los temas que no comentamos con la Corte Suprema pero sí con ellos, junto al yelmo de Hades y la supuesta muerte de Andrew.

Me encogí de hombros.

—Muchos temas al mismo tiempo. No había necesidad de meter otro. Y si a eso nos vamos, Sara, nunca me dijeron lo de papá ni nos dijeron la verdad sobre la situación aquí. Estamos a mano.

Ella suspiró. Se veía vulnerable e incómoda. Aun no sabía con exactitud lo que había hecho con sus padres, no los había visto desde que llegué, pero sabía que no corrían peligro y que se reunía con ellos constantemente. Cuando se lo preguntaba evadía el tema, y cuando le preguntaba a Daymon se hacía el tonto.

—No me gusta eso, que estemos a mano a base de mentirnos.

—¿Te molesta que no te lo haya dicho?

Negó despacio con la cabeza.

—Entiendo que tenías tus motivos. Te he ocultado muchas cosas y te he mentido, sería hipócrita de mi parte exigir verdad cuando no soy capaz de dártela.

La miré de reojo.

—¿Entonces? ¿Qué te preocupa?

Ella sonrió, pero fue una sonrisa gris y triste, como la de alguien que estuviera a punto de morir.

—Sé que has cambiado, Ailyn, que tienes mil cosas en la cabeza y no tienes tiempo de pensar en muchas cosas. Pero, quiero que me prometas algo. —Me miró con intensidad, yo solo pude asentir—. Cuando me rompa, cuando vuelva a ocurrir algo como lo de ese día, quiero que estés a mi lado, quiero que me abraces. Sé que es egoísta, pero prométeme que no importa lo que estés haciendo correrás a mi lado. Sé que es mucho pedir, que no sabemos las circunstancias de mañana y que podrías estar realmente ocupada, pero aun así...

—Lo haré —respondí automáticamente, los ojos de Sara se iluminaron, bailaron como dos canicas relucientes—. Te prometo que no importa si mi vida pende de un hilo, iré hasta ti y sostendré tu mano.

Ella sonrió de verdad, con un alivio instantáneo. Fuera lo que fuera que le preocupaba, pareció deshacerse con tan solo eso. Ella no dijo nada más y yo no quise preguntar, con que se sintiera mejor era suficiente para mí.

Y también era cierto que no quería que volviera a pasar otra vez lo mismo, no me perdonaría nunca si ella volvía a sufrir una crisis y no estaba cerca para darle apoyo. Definitivamente estaría a su lado.

En ese momento salimos al exterior, los pasillos que rodeaban el olimpo nos recibieron junto con el olor a flores recién abiertas. Cierto, pronto llegaría la primavera. Solo tuvimos que dar vuelta a un recodo para encontrarnos con el jardín principal, y con nuestros amigos en él.

Había una pequeña fogata en medio del extenso jardín, la única fuente de luz además de pequeñas luces mágicas que flotaban en el ambiente, era de noche, una oscuridad total cubría el cielo sobre nuestras cabezas, lo que permitía que se vieran a la perfección las constelaciones y las estrellas más lejanas. No había un punto más cercano al cielo que ese, y en noches como esas se podía confirmar. No había luna, pero las estrellas iluminaban por sí mismas.

Las fuentes y estatuas fueron reacomodadas para rodear la fogata junto con los cojines y mantas que la acompañaban, toda la decoración fue puesta para que partiera de la fogata y se extendiera en círculos. Mesas con comida estaban más lejos de la fogata, y unas más pequeñas se hallaban entre las mantas que cubrían el espacio adecuado para tomar asiento. Vi pastelillos y macarrones, quesos de diferentes tipos y varias frutas como cerezas y uvas, panes con relleno y cocteles de varios colores.

Todos se habían reunido, solo faltábamos nosotras. Logan, Evan y Daymon estaban sentados en las mantas, charlando animadamente y sonriendo con las cosas que Daymon decía, mientras que los hermanos se hallaban en las mesas de comida, Cailye metiéndose todo lo que podía en los bolsillos y en la boca, y Andrew mirando hacia la cama de nubes que se formaba más allá del balcón, más allá del jardín.

Le pedí a Kirok que se quedara cerca. Le dije que si quería podía ir a dar una vuelta, y pasarse por ahí por ratos. Sabía que si lo obligaba a quedarse sería incómodo para él, pero tampoco le daría la libertad de dejar el Olimpo. Y mucho menos lo invitaría con nosotros, su presencia solo pondría tenso el ambiente. Sus ojos rojos me miraron con detenimiento y luego a mis amigos más allá de nosotros, al final asintió una sola vez.

—Sí, ama. Estaré en el salón de las estatuas si me necesitas.

Asentí de vuelta. Él adoraba pasar el tiempo en ese lugar, más porque no tenía vigilancia yo estaba segura de que se debía a la escultura de Atenea que se encontraba ahí. Dudaba que él lo supiera, pero yo sabía que conservaba una de las plumas de At. Cuando creía que no lo estaba mirando la sacaba y se quedaba mirándola por horas, pensando. No le mencioné nada al respecto, si él quería torturarse con ese recuerdo lo dejaría.

En cuanto nos acercamos los chicos dejaron de hablar y nos miraron.

—Se tardaban mucho, íbamos a dejarlas sin nada —dijo Daymon levantándose de un salto.

Sara se dirigió a una de las mesas de comida y cogió la primera fruta que vio, evitando por completo cualquier cosa dulce, luego regresó donde Daymon y le ofreció uvas. Él miró su mano tendida frente a él y luego a ella, y aunque sonreía no parecía tener deseos de comer uvas.

—Al parecer no sin nada. —Daymon sonrió más ante el comentario de Sara.

Sonreí por impulso y me acerqué a la mesa donde Andrew se recostaba, le lancé una mirada sin decir nada, a la espera. Quise lanzarme contra su pecho y acurrucarme sobre él, pero sabía que él no era del tipo de persona que apreciara demasiado el contacto físico.

—Hola. —No se me ocurrió decir otra cosa.

Andrew, que hasta ese momento parecía en trance, parpadeó un par de veces y ahora sí me miró. Tenía una expresión ausente, como si su cuerpo estuviera ahí pero él no. Sin embargo, en cuanto lo saludé relajó los hombros y me miró con atención, como si quisiera dejar en claro que sí me estaba mirando.

Aquella reacción ya se estaba volviendo familiar, era como si un cohete aterrizara de repente y tuviera que recordar en dónde cayó. A veces se queda observando la nada por un largo rato, luego le preguntaba si estaba bien pero él solo decía que no era nada. Yo creía que tenía algo que ver con lo que ocurrió cuando estuvo en la Isla de los Bienaventurados, su tiempo técnicamente muerto, pero cuando mencionaba algo al respecto se quedaba callado para decir luego de un rato que no lo recordaba.

Mentía, lo sabía, pero no quise cavar más en el tema. Asumí que no era algo que quisiera hablar con nadie, y lo respeté, si algún día me lo quería contar lo escucharía. Hasta entonces yo pretendía no darme cuenta de sus ausencias mentales, y él pretendía seguirme el juego cuando lo hacía.

Noté su roce sobre mi mano antes de que la apretara; me sujetó con firmeza y me haló hacia él. No esperé ni siquiera un saludo, pero cuando me abrazó todas las suposiciones que tenía sobre su actitud y sus reacciones se desmoronaron. Lo hizo así, sin aviso y sin vergüenza, tan solo me rodeó en un abrazo tierno como si fuera de lo más normal del mundo, como si así nos saludáramos siempre.

Respiró hondo contra mi cabello y se relajó, bajó sus defensas, lo noté. Podía sentir el latido de su corazón constante bajo mi oído, sentir el calor que salía de su camisa. Olía a perfume, una fragancia cítrica, y a humedad, del tipo de humedad que inunda los jardines y los bosques.

—Andrew...

Me apretó con más fuerza, y supe, de una forma casi automática, que esa era su forma de decirme que me había extrañado. Él no hacía gestos como esos tan deliberados, tan cariñosos sin razón. Yo solo podía agradecer que tenía el rostro oculto, porque me ardía la cara de lo roja que estaba.

—Yo también —le dije, y al hacerlo él aflojó su agarre.

Me separó un poco de su cuerpo, dando por terminado el abrazo, y cuando lo hizo me miró, primero normal, pero luego frunció el ceño y desvió la mirada. Yo sonreí, porque ese gesto lo conocía. Cuando desviaba la mirada al suelo y trataba de ocultar su rostro bajo la sombra de su cabello, hacia adelante y no hacia atrás, significaba que se sintió avergonzado. Porque si lo hacía hacia atrás quería decir que había dicho algo que no quería decir.

Me sorprendí a mí misma sobre todo lo que sabía de él, cosas que aprendí sin darme cuenta solo con observación e interés. Adoraba saber esos detalles de él, era como coleccionar tesoros intangibles.

—¿Cómo están tus padres con la noticia? —Su voz sonó ronca, casi quebrada, tuvo que aclararse la garganta y tomar algo del coctel que tenía sobre la mesa.

Sonreí y me giré hacia la mesa, no tenía apetito, apenas sí moví un par de quesos con galletas de sodio y jalea, pero solo me comí dos bocados de cada cosa.

—No se lo tomaron bien. Pero saber que están seguros me da libertad.

Él dejó la copa, ahora vacía, sobre la mesa. Ahí recordé que nunca lo había visto tomar, mucho menos emborracharse. Pero cuando lo miré se veía perfectamente, tal vez tenía alta tolerancia o el nivel de alcohol de los cocteles era muy bajo.

—¿Tienes todo listo? Saldremos justo después del amanecer. —Buscó con la mirada algo en la mesa para comer, pero no se veía especialmente atraído hacia nada—. Seis meses es mucho tiempo para un viaje.

Asentí.

—Para empezar. Tengo un plazo máximo, si no consigo respuestas en dos años regresaré con lo que tenga.

—Es un viaje a gran proyección.

—Y tú estarás conmigo, ¿verdad? Al menos espero que así sea.

Él había cogido un plato y se servía galletas pequeñas con chispas de caramelo, pero ante mi comentario se quedó quieto y me miró. Sus ojos, más oscuros en la noche, me miraron a los míos sin parpadear.

—Es lo que quiero, pero sabes que la situación puede cambiar en cualquier momento. Estaré contigo todo lo que pueda, Ailyn.

Sonreí. Eso era suficiente para mí,

—Y ¿cómo va el tema de las deidades que nos ayudaron? ¿Ya les propusiste el trato del que hablamos?

Él abrió la boca para contestar, pero entonces Daymon apareció de repente y se ubicó entre los dos, cruzó sus brazos sobre nuestro cuello y nos atrajo a él.

—¡Pero claro que no! Estamos aquí para divertirnos y relajarnos, no para hablar de problemas divinos. ¡Acérquense al fuego y calienten sus almas!

Me atraganté con mi risa, Andrew tan solo lo miró como si fuera un loco que se coló al evento. Aun así hicimos lo que nos dijo. Me acerqué al fuego con un platito lleno de queso, con Andrew a mi espalda. Todos los demás ya estaban en sus lugares alrededor de la fogata, Sara se acurrucó en Daymon cuando éste se sentó, Evan y Cailye estaban sentados juntos y hablaban muy animados, Logan se ubicó al lado de la rubia mientras se comía una manzana acaramelada.

—Les quedó bonito, muy romántico —comenté mientras me dejaba caer sobre uno de los cojines.

Andrew se sentó a mi lado, y aunque miraba a todos los presentes y su atención no estaba especialmente sobre mí, sentí su brazo en mi espalda, el roce de su tacto sobre mi cadera, atrayéndome más a él. Sonreí como tonta, pero no lo miré, sentí que se hacerlo mi rostro se vería como Marte.

—Pasamos doce horas con los preparativos —dijo Cailye, mirando las llamas danzar mientras saboreaba un pastelillo—, no aceptamos otra cosa como resultado. Me caen muy bien las Gracias, pienso que sin ellas el Olimpo no se movería, pero no saben nada sobre objetos humanos más allá de la comida. Daymon y yo tuvimos que buscar personalmente todo para la decoración, disfrazados para que no nos reconocieran.

Hizo una mueca, recordando por todo lo que tuvieron que pasar para que esa noche fuera posible.

—Valió cada carrera —afirmó Daymon, sonriendo con orgullo—. Queríamos hacer algo juntos antes de que se vayan, no estaremos reunidos todos en un tiempo considerable. Siempre es agradable tener un bonito recuerdo.

Sonreímos en respuesta, de acuerdo con él. Me sentí algo culpable. Pensar en poder compartir un momento así con mis amigos, mientras afuera el rio de conflictos seguía, me parecía egoísta. No pude evitar preguntarme cuántas veces nuestros antecesores pasaron momentos así, descuidando sus obligaciones. Pero yo no era quien para hablar sobre abandonar, no cuando pasé un mes escondida como la cobarde irremediable que era.

—Los problemas estarán ahí al amanecer —susurró Andrew cerca de mi oído. Estaba inclinado hacia mí, con su brazo aun rodeando mi cintura; pude sentir su aliento en mi nuca cuando habló, demasiado cerca para atreverme a voltearme hacia él—. Descansar una noche no hará que desaparezcan. Tú misma lo dijiste hace tiempo, ¿recuerdas?

Sonreí por pura respuesta, pero no por sus palabras sino por su significado. No, no las recordaba. Pero él sí. Andrew recordaba algo que yo había dicho que ni siquiera yo recordaba haber mencionado. Y eso me gustó. Me gustaba que no olvidara lo que yo decía, que pudiera leer mi mente sin que nada mágico estuviera en medio, que supiera con exactitud qué decir para hacerme sentir mejor.

Andrew tenía poder sobre mí. Una sola mirada o palabra me ponían feliz o me dejaban al borde del llanto, podía usar ese poder como quisiera, y lo usaba para hacerme sonreír. Él lo sabía, tenía pleno conocimiento de mis sentimientos hacia él aunque los suyos aun fueran confusos.

Luego de eso Daymon tomó la rienda de la conversación, nos contó historias con un tinte exagerado que las volvía divertidas. Nos contó cómo una vez el gato de sus padres lo mordió mientras dormía y en respuesta él lo tiró por la ventada sin querer. Cailye se alborotó por eso, defendiendo al gato, y pronto Daymon se vio obligado a defenderse entre risas y gestos. Los demás nos reímos, verlos a los dos, él despreocupado y ella hecha una pequeña furia por el pobre gato, era más entretenido que ver televisión.

Evan se unió al dúo y nos compartió una experiencia con su padre en el lago, cuando fueron a pescar y ambos terminaron en el lago luchando con un bagre que opuso mucha resistencia.

Fue así como la noche comenzó, entre risas, bromas y comida. Cuando me di cuenta la comida de las mesas se estaba terminando y habíamos retocado la leña del fuego cuatro veces. Las horas pasaron sin que nos diéramos cuenta. En determinado momento las Gracias nos llevaron mantas, la noche comenzó a helarse, y nos acurrucamos entre nosotros para conservar calor.

Compartí mi manta con Andrew, quien en algún momento de la noche, entre disparatadas anécdotas y gritos, se recostó sobre mi regazo, con su cabeza en mis piernas, y cerró los ojos. Si estaba dormido o no, no estaba segura, pero por un rato muy largo se quedó quieto, como si en verdad solo quisiera descansar.

Mis amigos se quedaron sin historias vergonzosas qué contar y entramos a charlas más relajadas, en ningún momento tocamos temas divinos salvo para alguna broma ocurrente sobre alguna especie de criatura, pero no nos adentramos mucho en el tema. Fue como si todos evitaran apropósito cualquier hilo que nos pudiera conducir a nuestras preocupaciones diarias.

La noche que comenzó animada pronto se tranquilizó, todos simplemente nos sentamos alrededor del fuego a hablar, sobre cualquier cosa, mientras nos terminábamos la poca comida que aún quedaba. Cosas que sucedieron en nuestra infancia, lo que nos gustaba y lo que no; nos conocimos mejor, hablamos de cosas que entre nosotros nunca habíamos tocado.

Sara mencionó algo sobre querer cambiarse el cabello, le dimos propuestas y oyó cada comentario; Evan incluso le propuso hacérselo él mismo, dijo que era bueno cortando pelo. En otra ocasión, para sorpresa de todos, Logan nos contó acerca de lo que quería hacer, mencionó que quería viajar, que su sueño siempre había sido conocer nuevas tierras y diferentes culturas, algo no muy lejano de lo que lo oí hablar con Hermes; Cailye se ofreció a acompañarlo, pero él no le respondió. Eso dio pie a nuevas conversaciones, llevó la velada por un camino más personal y serio.

Cuando lo noté nos encontrábamos hablando sobre lo que nos gustaría hacer, sobre nuestros sueños, algo que de tener la oportunidad cumpliríamos aun en nuestro nuevo estilo de vida a base de conflictos y ocupaciones. Los escuché en silencio a todos mientras sus ojos brillaban cuando hablaban de ellos, de sus preferencias y sus metas, mientras yo me limité a guardar silencio.

Por alguna razón no me uní a la conversación. Cuando me ponía a pensar en el futuro, no veía nada... Sacudí la cabeza, no importaba si estaba confundida, con oírlos a ellos hablar me era suficiente.

Pillé despierto a Andrew un par de veces. La primera abrió los ojos y me miró, cuando le devolví la mirada él los cerró automáticamente, haciéndose en dormido sobre mis ya dormidas piernas. La segunda vez creí que haría lo mismo, pero cuando le dediqué la mirada él me sostuvo la suya. Por un rato no supe lo que veía, lo que pensaba mientras sus ojos cafés entraban a la fuerza a mi interior. Hasta que estiró su brazo derecho y con sus dedos rozó mi rostro, con una suavidad que parecía triste, como si algo le doliera.

—¿Pasa algo?

Él no respondió, me sostuvo la mirada.

Cuando posé mi mano sobre la suya, dejó de acariciar mi rostro y bajó su mano. Aun así me sostuvo la mirada, no fruncía el ceño, se veía tranquilo, decaído pero tranquilo, y me observaba de una forma que me puso nerviosa. Permanecer tanto tiempo bajo su escrutinio aún me ponía los vellos de punta y me revolvía el estómago. Parecía a punto de decir algo, pero en ese momento Cailye exclamó algo sobre las algas y los camarones y captó la atención de todos. Cuando volví mi atención a Andrew él había vuelto a cerrar los ojos.

No me di cuenta en qué momento pasaron las horas, cuando me fijé en la hora eran las tres de la madrugada. El fuego estaba más tenue, hacía más frio. Sara se acurrucó en Daymon, ambos cobijados con la misma manta, mientras el pelirrojo murmuraba cosas sobre una casa en el cielo. Evan sonreía, observándonos a todos por momentos, en silencio. Cailye y Logan hablaban animadamente, ella tenía energía de sobra debido a todo lo que comió, y él parecía ser el único dispuesto a orla hablar sobre la diferencia entre un gato de monte y un gato domestico; él medio sonreía cuando mi amiga alzaba la voz para enfatizar, y no pude evitar pensar que de todos ella era la más cercana a él. El chico lucía relajado, a gusto, mientras Cailye le seguía hablando.

Sonreí al verlos también, no supe cuánto me alegraba sus sonrisas hasta que las vi al mismo tiempo. Había olvidado cómo lucían. Pasaron tantas cosas que solo podía recordar lágrimas y gritos, sufrimiento por parte de todos. La auténtica felicidad era algo tan raro que cuando lo veía era todo un acontecimiento.

Quería proteger esas sonrisas, esas miradas, esos ojos llenos de vida. A cualquier costo. Para ese punto de mi vida no tenía certeza de nada, no podía estar segura ni siquiera de mis propios sentimientos, mucho menos podría garantizar su bienestar el día de mañana. Pero aun así seguiría caminando, seguiría adelante, de esa forma podría proteger todo lo que era importante para mí.

Estaría bien, todo estaría bien siempre y cuando todos aquellos importantes para mí estuvieran conmigo. Juntos nada nos derrumbaría. Verlos bajo esas luces, sonriendo y felices, me hacía sentir que cada sacrificio que tuve que hacer hasta ese momento valió la pena.

No había nada que no pudiera dar por ellos.

Estaba a punto de recostarme junto a Andrew cuando Cailye captó la atención de todos. Sara y Daymon, que hablaban entre sí, se callaron y se volvieron hacia ella, igual que Evan.

—¿Y si hacemos algo? No sé... crear algo que nos una, como una especie de monumento o recordatorio...

—¿Por qué quieres algo que represente nuestros lazos? —preguntó Evan con amabilidad—. ¿No es suficiente saber que están ahí?

La rubia lo miró por un segundo, pensativa, hasta que negó con la cabeza con una expresión inocente, como si la respuesta a esa pregunta fuera obvia.

—No lo es. Debe haber algo que pueda simplificarlo y al mismo tiempo mostrarlo, algo que el mundo sepa que existe por nosotros, que representa nuestra unión.

—Me parece bien —accedió Daymon con entusiasmo, sus ojos amarillos brillaban de alegría—. ¿Pero qué cosa puede ser?

Inmediatamente Cailye se puso a pensar, frunció los labios y meditó, mirando las llamas bailar en la fogata. La madera sonó mientras se quemaba, enfatizando el silencio que se extendió entre nosotros. El pelirrojo también se veía reflexivo, mientras Sara se limitó a acurrucarse más en la manta que ahora solo ella tenía sobre los hombros.

Los recorrí con la mirada, buscando también un símbolo que pudiera representarnos. Mi mirada calló sobre Andrew, recostado en mi regazo mientras la suave briza de la noche le acariciaba la piel, le movía el cabello como si jugara a hacer remolinos con él. Sus parpados cerrados lo hacían ver vulnerable y tranquilo, sin quitarle su belleza natural.

No pude contenerme. Rocé el contorno de su rostro, recorrí con mis dedos su mandíbula, mejillas y nariz, sus ojos y sus cejas pobladas. Me detuve sobre sus labios, suaves y rosados, pero al parecer lo hice por demasiado tiempo, ya que en seguida abrió los ojos y me miró a los míos. No se movió, no hizo el amago de apartarme, eso me hizo ver los detalles de sus ojos. Oscuros y brillantes, podía ver las estrellas reflejadas en ellas como puntos blancos a la distancia...

—Creo que sé qué podría servir —Aparté mis dedos del rostro de Andrew cuando hablé y me centré en todos los presentes.

Él se quedó unos segundos más acostado hasta que se incorporó; sentí la falta de su cabeza sobre mis piernas y un frio me acarició ahí donde su cuerpo dejó una huella cálida. Se quedó a mi lado, su brazo rosaba mi hombro.

—¿Qué cosa? —quiso saber Cailye, inclinándose hacia nosotros con curiosidad y una sonrisa.

—«Las constelaciones están formadas por un grupo de estrellas que se conectan entre ellas en perfecta sincronía, si falta aunque sea solo una, ya no sería una constelación.»

Repetí las palabras que Andrew me dijo una vez. Recordaba cuando no quería unirme el grupo y él fue detrás para aconsejarme que lo hiciera, dijo algo sobre las constelaciones pero entonces me parecía que diría cualquier cosa para atarme a la misión, por eso no le presté mucha atención a sus palabras. Ahora, sin embargo, entendía muy bien a lo que se refería.

Andrew me miró de reojo y sonrió de lado, como si inconscientemente dejara salir el gesto, pero no dijo nada al respecto.

—Eso suena como algo que Andrew diría —soltó Evan, mirándolo con fijeza y una sonrisa en su rostro, luego me miró—. ¿Propones hacer una constelación?

—¿Eso es posible? —Cailye se volvió hacia Evan, preguntándole a él con una ceja arqueada y ojos asombrados.

—Para los dioses sí —contestó Sara en su lugar—. Pero sería complicado, por lo general alguien debe morir para que nazca una constelación.

El horror se reflejó en el rostro de Cailye, algo que le causó gracia a Sara y no pudo contener su sonrisa.

Negué con la cabeza y saqué una mano de la manta. Hice trazos en el aire, usando magia para que el dibujo tuviera brillo. Una estrella de siete puntas apareció en el aire, solo el contorno, iluminada por una luz neón de color rosa.

Una gran sonrisa apreció en el rostro de Cailye, y sin esperar aprobación se inclinó todavía más y movió sus manos, con los ojos cafés fijos sobre el dibujo. Mi lustración se movió, como si el viento la arrastrara a manos de mi amiga, al llegar a ella se quedó levitando sobre sus palmas abiertas, como si la saludara. Cailye miró a sus lados y al frente, emocionada como un perrito, esperando la colaboración de los demás.

No hubo objeciones, solo sonrisas, incluso de Sara. Andrew, al contrario, solo la miró con cariño, como si fuera feliz a través de ella, él fue el primero en apoyarla, para sorpresa de todos. Extendió la mano al frente, un tenue brillo azulado se encendió en su palma, luego el dibujo recibió ese brillo como si agregara un ingrediente a la olla.

Los demás lo imitaron, uno por uno levantaron sus manos y le otorgaron magia a aquel dibujo en el aire que Cailye sostenía, incluyendo a Logan, poco a poco se elevó hasta que quedó flotando varios metros sobre nosotros, justo sobre la fogata que rodeábamos. La rubia se apresuró a ofrecer su parte, y pronto tenía seis pares de ojos sobre mí, a la espera del ultimo ingrediente que faltaba.

Estiré mi mano, mirando únicamente la estrella rodeada de luces de colores, y pensé en ella, en lo que representaba. Nosotros. Juntos. Unidos. Eso me hizo sonreír, estaba segura que la euforia que había en mi corazón se reflejaba en mis ojos sin poder retenerla en mi interior. Mi luz la alcanzó, como un pequeño orbe voló hasta la figura.

Y luego brilló. Fue una luz plateada, rebosante de destellos azules y cian, inundó la estancia como si se tratara de cintas danzantes en el aire. Aumentó el fuego de la fogata, la luz en general incrementó. Y ahí estaba, una estrella de siete puntas, como si se tratara de un cristal que reflejaba todo bajo sí mismo. Giraba sobre su eje, como una verdadera estrella, y su luz nos acariciaba como si nos reconociera, cálida y relajante.

—Es nuestra promesa. —Oí la voz de Cailye pero no la vi, estaba muy ocupada dejándome hipnotizar por la estrella de siete puntas y su luz.

—Promesa de siete.

Cuando oí esa voz no pude evitar mirar a la persona a que le correspondía. Logan rara vez participaba en una conversación grupal, cuando lo hacía siempre tenía un comentario en la punta de la lengua afilada que poseía. Pero esa fue la primera vez que lo oía tan... relajado, sin estar a la defensiva y... ¿sonriendo? Sí, sonreía sutilmente mientras observaba la estrella con ojos brillantes.

Me pregunté si acaso la estrella tenía algún poder especial que sacaba lo mejor de las personas, que las hacía sentir a gusto. Pero por más que la observaba parecía una escultura normal, hecha de cristal que se encendía por luz propia.

Estaba tan ocupada mirando la estrella, mientras mis amigos retomaban una charla sobre habilidades, que cuando alguien tocó mi hombro me hizo saltar. No me había dado cuenta en qué momento Andrew se había levantado del cojín, pero ahí estaba, de pie a mi espalda con su mano sobre mi hombro.

Cuando lo miré, interrogante, él apuntó con su cabeza a un lugar apartado del jardín, con sus ojos oscuros invitándome a seguirlo. No esperó respuesta cuando retiró su mano y comenzó a caminar. Me levanté luego de un rato, con la manta sobre mis hombros, y lo seguí. Si los demás notaron nuestra ausencia no dieron señales al respecto, estaban muy ocupados hablando sobre instrumentos musicales.

—Claro que toco la guitarra. También sé tocar piano y el violonchelo, y un poco de lira —alardeó Sara mientras movía los dedos en el aire para formar una especie de guitarra acústica improvisada. El instrumento era trasparente, delimitado por hilos violetas brillantes.

—Pero por supuesto que sí —comentó Cailye con ironía, sacándole una risa a Evan y Daymon y una pequeña sonrisa a Logan.

Hasta donde Andrew llegó cuando se detuvo aún se oían las risas de nuestros amigos, como música de fondo más allá de la melodía a la que Sara dio inicio con entusiasmo.

Se detuvo en el balcón, ese que quedaba en un extremo tan apartado de las fuentes y las flores que quedaba prácticamente sobre la cama de nubes que rodeaba el Olimpo. Ese era el lugar al que At iba cuando quería pensar.

Las flores a nuestro alrededor estaban florecidas. En el Olimpo había una primavera perpetua, nada de molesta nieve ni despampanantes soles, siempre el clima era agradable. Solo había tormentas cuando Zeus se enfadaba, desde que eso no ocurriera el lugar parecía estancado en un momento determinado de la historia.

Los lirios azules y blancos ocupaban gran parte de ese rincón, se hallaban en el piso y sobre el balcón, también en macetas altas que había cerca. Los tulipanes no dieron espera, que junto con pinochos le daban variedad a la vegetación. Las enredaderas cubrían gran parte del balcón, arrastrándose también por el piso; a veces, cuando me paraba en ese lugar, me parecía verlas moverse como serpientes.

El viento movió mi manta y mi cabello, mientras a Andrew apenas parecía rozarle la piel. Su cabello, ese que caía sobre su frente, se balanceó con gracia. Miraba hacia la cama de nubes, con las manos ocultas en los bolsillos de su chaqueta y ojos tranquilos.

Me acerqué más. La única luz que nos iluminaba era la que las estrellas en el cielo nos brindaban, estaba oscuro, pero la tenue iluminación volvía el espacio más personal.

—¿Por qué nos alejamos de los demás? —pregunté.

Hacía frio debido a la altura, por lo que me acurruqué más en la manta en busca de protección contra el viento. Eso a Andrew parecía darle igual, solo se concentró en el paisaje nocturno, en cómo la noche tocaba las nubes bajo el palacio. Era una noche tranquila y amena.

—Quería un momento a solas contigo, solo eso —contestó con la misma serenidad de la noche.

El leve rubor que subió a mis mejillas me calentó, y en ese justo momento él se dio la vuelta para mirarme. La poca luz del ambiente lo perfilaba como si se tratara de una pintura el óleo, cada detalle resaltaba en la oscuridad como si fuera hecho con ese propósito. Su cabello ámbar y sus ojos brillantes, sus labios rosados y su perfil simétrico.

Lo miré como una boba por prolongados segundos. No fruncía el ceño, de hecho, su expresión estaba libre de tensión, al igual que su cuerpo. No estaba alerta ni preocupado, no parecía pensar en nada a gran escala como siempre. Su rostro no reflejaba esa inteligencia que todo el tiempo parecía usar, como si siempre estuviera intentando armar un rompecabezas mental.

Era hermoso, un tipo de belleza que iba de la mano con la belleza divina, pero diferente. Su casi sonrisa era hermosa, sus ojos oscuros que brillaban como dos estrellas eran hermosos. Cada hebra de pelo, cada musculo y cada centímetro de su piel lo eran.

Dejé salir una exhalación. Pensar en lo atractivo que era siempre me distraía, por ello pocas veces me detenía a reconocerlo. Pero cuando me miraba con esa fijeza que pretendía abrir todas las ventanas de mi alma no podía pasarlo por alto.

Me acerqué hasta quedar a su lado, y tuve que mirar hacia la cama de nubes para distraerme con algo y no perderme en su rostro, en esa forma que tenía de mirarme.

—Ahora lo veo —dijo al cabo de un rato.

Fue inevitable no posar mis ojos de nuevo en él.

—¿Ver qué?

—Lo que hablamos en la cueva. En momentos así, cuando estamos en paz y podemos tomarnos un momento para respirar, es cuando lo veo.

Me sonrojé todavía más. Verlo. Ver aquello que no podíamos ver cuando estábamos corriendo, cuando había algo más importante que hacer y no podíamos detenernos a examinarlo con calma.

—¿Y qué ves? —me atreví a preguntar.

No me había dado cuenta de lo nerviosa que estaba, de cómo me sudaban las manos o del molesto tic en una pierna que de repente apareció.

Con Andrew nunca se sabía nada. No sabía lo que sentía aunque ni lo que pensaba, eso hacía todo más complicado. Era difícil sacarle información de sí mismo, casi imposible, cuando la conversación lo involucraba siempre cambiaba de tema.

—Todo. Veo cada detalle, cada cosa. Antes también lo hacía, pero lo veía de forma diferente. Lo que pasó en Kamigami me hizo ver las cosas de otra manera, también los diarios de Apolo me ayudaron a despejarme.

Le sostuve la mirada sin más. Aun desconocía lo que sucedió luego de que Pandora lo apuñalara, mucho más el contenido de los diarios de Apolo. Solo sabía que él se la pasaba leyéndolos y que aun pensaba en lo que pasó el día que nos separamos, cuando pensé que él estaba muerto.

—¿Eso qué significa? Para nosotros, quiero decir...

Lo miré expectante, sentía un nudo en el estómago y la ansiedad me consumía de a poco.

Pero él solo sonrió. Sonrió de verdad, una autentica sonrisa de esas pocas que parecían un espécimen en extinción. Había calidez en esa sonrisa, amabilidad, había... amor.

—Tengo algo para ti.

Buscó en sus bolsillos hasta que extrajo un par de objetos. Uno era un pedazo de papel, doblado a la mitad ocultando las letras que contenía; el otro era una caja, pequeña, no más grande que mi mano, roja escarlata con un corazón de fuego tallado en plateado en la tapa. Extendió ambas cosas hacia mí, pero no las miraba, observaba mi reacción con una curiosidad enternecedora.

Cuando tomé su regalo me pareció notar el leve rubor que apareció en su rostro, incluso pensé que me quitaría ambas cosas en un impulso de arrepentimiento. Pero no lo hizo, se limitó a cubrirse la boca con su mano y desviar la mirada hacia un lado.

Sonreí, más por su expresión que por el gesto del regalo. Volví mi atención a la cajita, pues sabía que el pedazo de papel era una de sus cartas, algo que se me hacía raro era que estuviera ahí mientras yo la leía, no me dijo que lo hiciera cuando él no estuviera presente. Siempre se avergonzó de lo que escribía aunque fuera honesto y real en cada palabra.

—¿Qué es? —pregunté, emocionada y curiosa, sacudiendo ligeramente la cajita.

Se aclaró la garganta, y cuando se atrevió a mirarme vi una extraña vulnerabilidad en sus ojos, como si eso que tuviera en mis manos no fuera un simple objeto, fuera su corazón.

—Mi promesa.

Su respuesta me dejó consternada, pero antes de abrir la caja desdoblé la hoja, en busca de algo más específico que eso. Su letra me recibió como un cálido abrazo.

~~

«Es un regalo, pero más que eso es la promesa que te hago.

Esta es la forma que tengo de decirte que te veo cuando crees que no lo hago.

Que te escucho cuando crees que nadie te oye.

Que pienso en ti aunque tenga mil cosas en la cabeza.

Con esto te estoy diciendo que eres importante para mí y que aunque me sea difícil ponerlo en palabras, te quiero. Lo hago de una forma que me sorprende, que a veces me irrita, pero también me ilusiona.

Me diste un sueño, me ayudaste de una forma que nunca podré expresarte. Tal vez nunca sepas hasta qué punto, puede que yo tampoco, pero lo que siento cuando estoy contigo me hace feliz. Eso es suficiente para mí.»

~~

Guardé la nota en uno de mis bolsillos, con las manos tan torpes que por poco se me cayó la caja de las manos. Me temblaba todo el cuerpo, no era capaz de mirar a Andrew a la cara, y algo me decía que él tampoco me miraría a la mía luego de escribir eso.

Tenía afán, un nudo me ardía en la garganta. Abrí la caja como si adentro estuvieran todas las respuestas del universo, y tal vez así era.

Un par de anillos me dieron la bienvenida en cuanto levanté la tapa. Eran pequeños, más que los anillos promedio, de un brillante y reluciente color rojo carmesí, como si fuera oro rojo. Relucían con la poca luz que había, casi brillaban con su propia luz, resaltaban en la noche oscura, como un punto de color en las sombras. Uno de ellos era más delgado que el otro, con un pequeño rubí incrustado de forma sutil en medio; el otro era más grueso, con líneas brillantes de un grabado sencillo.

Eran hermosos, anillos a juego que nunca había visto en ninguna parte. Mis manos temblaban cuando Andrew estiró su brazo para tomar el más delgado, el que tenía la joya casi en el mismo tono que el anillo.

Me pareció verlo sonreír con nostalgia, pero por un rato no fui capaz de mirarlo a los ojos. Si lo hacía no podría resistir el impulso de lánzame hacia sus brazos.

—No son como los que viste en el bazar, los del Hogar de Hestia no eran tan rojos. Espero no te moleste que haya conseguido estos en su lugar. Son iguales salvo por el diseño, pertenecen a la misma colección.

Levanté de golpe la cabeza, topándome de lleno con su mirada brillante. No había vergüenza, más bien parecía ensimismado. Ya no observa el anillo, me miraba a mí, una mirada amable, suave, tan opuesta a como era normalmente que algo en mi pecho pegó un brinco.

Me quedé muda, algo se había llevado mi lengua. Él tomó mi mano entonces, no fui capaz ni siquiera de parpadear mientras lo hacía.

Cuando me di cuenta él estaba colocando el anillo en mi mano, en el dedo meñique. Eran anillos para el dedo meñique, esos anillos para parejas que había visto en Kamigami; bendecidos por Eros, de un característico color y tamaño para atar nuestros meñiques con un hilo rojo, como si se tratara del hilo del destino del que antes había oído hablar.

Me quedé sin aliento, tan solo lo miré mientras terminaba su acción. El anillo encajó perfecto en mi meñique derecho, con el rubí hacia arriba reluciendo con orgullo. Me quedé absorta observándolo en mi dedo, sin saber qué pensar o qué decir.

—¿Te gusta? Sé que te agradan este tipo de cosas, más aún con la historia detrás. Creí que esto podría... hacerte feliz.

¿Que si me gustaba? ¿Que si me hacía feliz? No encontré palabras, ninguna que conociera alcanzaba a describir cómo me sentía, en qué nube flotaba o a qué ritmo danzaba mi corazón.

Me quedé callada, no porque no me agradara el regalo, de hecho era el mejor regalo que había recibido en mi vida. Aventajaba por mucho el pendiente de At o el brazalete de Cody. Era perfecto, me hacía feliz en un nivel completamente nuevo.

Tuve miedo de que mi silencio le diera una idea equivocada a Andrew, quien aún esperaba una respuesta. Tomé el otro anillo de la caja que aun reposaba en mis manos. Me temblaban las manos y tenía la garganta seca.

En cuanto tomé su mano derecha él pegó un respingo, aun así no se movió, dejó que hiciera lo que iba a hacer sin siquiera abrir la boca. Observaba cada uno de mis movimientos, pero como no era capaz de mirarlo a los ojos no supe qué expresión tenía.

Coloqué el otro anillo en su meñique, igual que el mío encajó perfecto, como si fueran hechos a la medida. En cuanto estuvo en su lugar, ambos brillaron. Se encendieron en un brillo escarlata pequeño, que no sobrepasaba nuestras manos, pero de un color tan intenso como los mismos anillos.

Tomé aire cuando dejaron de brillar, dispuesta a hablar e intentar decirle lo mucho que adoraba el detalle. Pero apenas conseguí abrir la boca, ninguna palabra alcanzó a salir cuando tomó mi muñeca y me haló hacia él.

Su cuerpo me recibió, sus dedos obligaron a mi mentón a mirarlo a la cara. Entreabrí la boca en cuanto sus ojos se toparon con los míos, cuando nuestros rostros estaban a escasos dos sentimenteros de distancia. Sentí su respiración sobre mi nariz, sus labios tentadoramente cerca de los míos. Se inclinaba sobre mí, se acercó a mí sin que yo alcanzara a moverme... y borró la poca distancia que había entre nosotros.

El beso me tomó por sorpresa, pero al mismo tiempo algo dentro de mi pecho explotó. Cuando me di cuenta había cerrado los ojos y dejado llevar por sus labios. Su mano derecha sostuvo mi cabeza en su lugar mientras la izquierda me abrazaba para que no me apartara. Lo seguí, recorrí su cuello con mis manos, intentando estar más cerca de él. Pero no podía, no quedaba espacio que nos separara,

Sentí sus labios, su piel, su cuerpo entero sobre mí. Su calidez, cada parte de su aroma y de su esencia, todo de él. Me llenó de vida, de esperanza. Vi colores, creí que todo sería posible si él estaba a mi lado.

Lo besé con más intensidad, él me abrazó con más fuerza. Sonreí, casi lloré. En ese preciso momento era tan feliz que ni siquiera un muro podría derribarme. Quería sonreírle al universo, que todos supieran que en verdad valió la pena. Que valió cada lagrima y cada grito, que valió cada beso.

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