36. El legado de los dioses
Circles - Kira, Rachie
«Vi una sonrisa borrosa en medio de la niebla. Todo era blanco, tan cegador que la misma sonrisa era difícil de identificar. Vi sus dientes y sus labios, supe que le pertenecía a una mujer. Era borrosa y a pesar de lo cerca que estaba de mí, la sentía lejos, demasiado inalcanzable.
—Todo final es un comienzo. —Oí las palabras como si estuvieran bajo en agua, no salieron de la boca que me sonreía, pero sentí que la voz le pertenecía a esa persona—. Y para que una era pueda comenzar otra debe terminar.
La sonrisa se desvaneció en el ambiente blanco, entre la niebla, como un fantasma.»
Sentí la dureza bajo mi cuerpo, el dolor de mis extremidades y la incomodidad. Algo se me enterraba a un costado. Estaba empapada y tenía frio. Olía mucho a tierra, a concreto y a humedad, también a petróleo.
Me removí antes de abrir los ojos, pero cualquier movimiento que hiciera fue recibido por pequeños golpes accidentales. La superficie de aquello que me golpeaba resultaba resbalosa y compacta, no fue hasta que pude abrir los ojos que reconocí la causa de esos dolores.
Un cielo diurno me recibió, las nubes jugaban con los colores del amanecer sutil que se alzaba sobre mí. Vi pájaros volar, los oí cantar. Por unos segundos la paz de ese amanecer, la humedad de la mañana y el frio que llevaba el viento, consiguieron que olvidara cómo fue que terminé ahí.
Las rocas abrigaban mi cuerpo, la tierra humedad debajo de mí pasó a un segundo plano ante la calma del ambiente. No había ruido, no había miedo, todo era quietud y armonía. Pero cuando intenté moverme y sentí el peso del cansancio y el dolor, recordé todo lo que sucedió esa noche.
Me incorporé en medio de escombros y me quedé sentada en medio de las rocas, el barro y el agua. Pero eso no fue lo que llamó mi atención. Podía ver el cielo, no había techo sobre mi cabeza. El coliseo, no, la preparatoria entera había desparecido. Un cementerio de escombros se alzaba a mi alrededor, enterrada en medio de un escenario desolado azotado por una catástrofe.
Las piedras me hacían presión, me incomodaban bajo mi cuerpo, algunas me punzaban con sus puntas filosas. Estaba sucia y mojada, mi uniforme era un desastre y a pesar de que todas las heridas importantes sanaron, aun podía sentir el dolor fantasma de cada una de ellas.
Pero el aspecto que más me impactó fue que el cráter en el que estaba, la destrucción que dejó el hoyo negro de Pandora, no se limitaba al área de la preparatoria.
Llegaba tan lejos el daño que mis ojos no alcanzaron a ver hasta dónde. Las casas cercanas, manzanas enteras, reducidas a escombros y tierra. Algunas tuberías sobresalían rotas, botando el agua que aun pasaba por ellas. Había partes de autos y tejados, utensilios de cocina e incluso pedazos de tela por ahí esparcidos. Los hogares quedaron totalmente destruidos, no quedó ni rastro de la preparatoria. Como si un tornado hubiera arrasado con todo.
El corazón se me encogió. Pensé en todas esas personas, en esos cientos de vidas que se encontraban cerca. No quería imaginar hasta dónde llegó el poder destructivo de Pandora, me aterraba saber de cifras, de pérdidas. Casi vomité de solo pensarlo.
Aunque el plan de Andrew hubiera funcionado Pandora sí se llevó algo de nosotros. No quería pensar en las consecuencias de ese hecho, en el dolor de quienes perdieron todo en esa noche. Primero el Tifón y ahora esto... comenzaba a justificar el odio de los humanos hacia nosotros.
A ese paso no quedarían humanos para proteger.
Lo único que me dio alivio cuando mis ojos recorrieron la devastación que nuestro encuentro dejó fue ver a mis amigos cerca. Todos estaban tirados igual que yo, en medio de los escombros, abrazados por la humedad, la tierra y el concreto. Los vi de lejos, me era difícil caminar en ese terreno inestable. Inconscientes, pero a salvo. Vi a Kirok también. Era el que se encontraba más lejano, a al menos tres cuadras de distancia. Vi su ropa ondeante al viento, boca arriba se encontraba, fue así como pude ver el movimiento de su pecho.
Respiré profundo. Saber que se encontraban vivos me quitaba una preocupación del alma.
Quise ir hasta él para revisarlo, quise ir de uno en uno para al menos agruparlos o despertarlos. Pero cuando di el primer paso me di cuenta de que faltaban dos personas. Ni Andrew ni Evan estaban por ninguna parte.
Me giré, presa de un creciente pánico. ¿Y si algo les pasó? ¿Y si estaban enterrados bajo todo ese concreto? ¿Y si Pandora se los llevó con ellos a través del hoyo negro? El aire se atascó en mi garganta como si me asfixiara.
Me llevé una mano al corazón, me impresionaba que aun después de todo lo que pasó aun tuviera uno que siguiera latiendo.
—Ailyn.
Me sobresalté y di un pequeño brinco cuando oí que esa voz familiar me llamó desde mi espalda.
Cuando me di vuelta de nuevo en su búsqueda mis piernas fallaron. Sin haberlo notado desde que desperté seguía agitada, mi torrente sanguíneo volvió a llenarse de adrenalina y solo cuando lo vi pude sentir que no había necesidad de estar tan nerviosa.
Era un desastre, casi tanto como yo. Él no estaba cubierto de barro y con el traje de otro color por la suciedad, pero lucía golpes, tenía sangre seca en el rostro y en el pelo despeinado. Las puntas de sus dedos estaban negras como si hubiera escrito con marcador, sus manos magulladas.
Se acercó a mí justo cuando me vine abajo otra vez. Me dejé caer sobre sus brazos segura de que no me dejaría caer al suelo. Se sentía bien poder tener contacto con él viéndolo a la cara, sin un casco que lo volviera invisible.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó Andrew mientras me sentaba en el suelo y apoyaba mi espalda contra un pedazo gigante de concreto, uno que de seguro antes pertenecía al coliseo de la preparatoria.
Lo miré a los ojos como si lo viera por primera vez, él me examinaba de arriba abajo, en busca de anomalías, con una mirada tan seria que sentí que debía reírme.
Cuando terminó de acomodarme e intentó retirar sus brazos de mí lo sujeté para detenerlo. Lo tomé del antebrazo con determinación, y antes de que dijera algo lo atraje hacia mí y lo abracé con toda la fuerza que pude.
Mientras lo abrazaba, cuando él correspondió mi abrazo y me sostuvo en sus brazos, me di cuenta de lo mucho que mi cuerpo temblaba. No era por el frio, no era por la impresión, temblaba de miedo, de un terror tan profundo que se instaló a vivir en mis huesos.
—Tenía tanto miedo... Cuando se la quitaste creí que te consumiría, creí que volvería a perderte. ¿Cómo me siento? Como si me hubieran arroyado con un camión de carga cinco veces y cada una de ellas estuviera consiente para vivirlo de nuevo. No sabes el susto que pasé... lo angustiada que estuve cada segundo...
Me abrazó con más fuerza, como si quisiera decirme que lo entendía. Pero no era suficiente, el que me abrazaba no compensaba la serie de infartos consecutivos que su alocado plan me arrancó.
—Ya está bien. Salió bien. Tenemos la caja, ese era nuestro objetivo.
Quería llorar, no sabía si de alivio, del susto o de locura.
No podía creer que en serio funcionara. Obligar a Pandora a sacar la caja para que Andrew pudiera quitársela y luego sellarla con las investigaciones de Apolo sonaba tan descabellado que no era capaz de decirlo en voz alta.
Cuando Andrew me dijo lo que quería hacer, cuando me dijo que probablemente podría sellar la caja de Pandora, no supe si fue una broma demasiado pesada o se le había zafado un tornillo. Andrew no hacía bromas, y siempre demostró tener más tornillos que yo.
Conseguí que mi corazón dejara de pensar que seguía en peligro. Mantuve mi pánico a raya y me repetí mentalmente una y otra vez que todo había pasado, que ya estaba a salvo y que todo había terminado.
—¿Qué pasó? —Lo aparté, terminando el abrazo. Andrew no apartó sus manos de mis hombros, me miró a los ojos con la misma intensidad de siempre y la misma seriedad. Frunció más el ceño y tensó la mandíbula; algo le preocupaba—. ¿Dónde está Pandora?
Él tan solo me miró con atención, sus ojos oscuros discrepaban del color de su cabello, pero ahora, con el pelo tan sucio como lo tenía, casi eran del mismo color.
—El hoyo negro de antes, fue producto de Pandora. —Evan contestó a mi pregunta. No me había percatado de su cercanía hasta ese momento, estaba justo detrás de Andrew, a un par de metros, pero lo pasé por alto en algún momento. Lucía igual que los demás, igual de desaliñado y golpeado. Seguramente siempre estuvo al lado de Andrew, incluso antes de que yo despertara—. Las deidades primordiales controlan elementos específicos, Pandora está ligada a las desgracias aunque su poder esté sellado en la caja. La enfermedad forma parte de ellas, creo que fue lo que usó para generar este nivel de destrucción. Degenera, fue lo que pasó aquí.
Evan me sostuvo una mirada tranquila, como si no pasara nada, como si el campo de árboles caídos, casas destruidas, cañerías rotas, autos en pedazos y lodo por todas partes fueran un jardín de flores.
—Las personas... Mucha gente se vio involucrada...
Mi amigo me regaló una mirada triste y miró al horizonte.
—Conseguí evacuar a tantos como pude, me temo que mi rango no cubrió toda la zona afectada pero sí la mayoría. Fue todo lo que pude hacer en el momento.
—¿Cómo es que seguimos vivos? Vi a Pandora cuando esa cosa se la tragó, sentí que me arrastraría a mí también. No tenía fuerza para moverme...
Andrew miró a Evan sobre su hombro y éste al mismo tiempo le regresó la mirada, como si no supera qué contestar a una pregunta tan simple. Noté que la mirada de Andrew fue dura, severa, y me percaté de la forma en la que Evan tensó el cuello. Tuvo que moverlo disimuladamente de un lado a otro para pasar la sensación.
—Aprendí mucho estos meses en el Olimpo —contestó—. Pero fue más un milagro que otra cosa. Lo que importa es que todos estamos sanos.
No me convencía esa respuesta, pero al ver su sonrisa y su mirada serena, no quise preguntar. Tal vez solo estaba viendo cosas y pensando de más.
—¿Y Pandora? ¿Qué pasó con ella?
Andrew soltó un suspiro y alejó su tacto de mi hombro. Vi cómo se marcó la vena de su cien y apretó la mandíbula, vi su ira contenida. Creí que su ceño se rompería de tanta fuerza que hacía en el gesto.
—Se fue. No puede usar las desgracias en su forma más pura, tampoco debería incrementar su poder, pero no sabemos en dónde está. Puede estar en cualquier parte, recuperándose.
Habló con rencor, como si de tenerla en frente pudiera ahorcarla con sus propias manos. Recordé que ella le dijo algo en medio del caos, pero no puede oírlo en su momento y tampoco veía conveniente preguntarlo.
El sonido de su grito, la imagen de sus ojos llorando sangre regresaron a mí de repente. Recordé lo mucho que le dolió, todo lo que la desgarró ser separada de su caja. El vínculo que la unía a ella era demasiado antiguo, demasiado fuerte. Solo podía imaginar cuánto le había dolido. Pensé, por un segundo, que esa fue mi forma de enseñarle lo que sentí cuando apuñaló a Andrew, pero al pensar en Cailye, en lo que le hizo, en las ninfas, en Diana, en Odette, en Pirra y en Deucalión, sentí que aún no era suficiente. Ese pequeño precio a pagar era demasiado bajo.
Andrew estudió mi expresión y miró hacia abajo, no dijo nada mientras extendía sus manos entre nosotros. Una luz nació en el espacio de ambas manos, dorada y cálida, pequeña pero intensa. Tomó forma un segundo más tarde, como un espejismo una silueta conocida apareció. Se veía borrosa al comienzo, pero conforme la luz disminuía de brillo pude ver los detalles de la caja. Relucía como una joya, era refractiva en sí misma, tenía los mismos detalles de antes, dorados y con relieve, pero ahora estaba cubierta por cadenas que la atravesaban de forma lateral, diagonal en ambos sentidos y medial. Eran cadenas delgadas, no muy escandalosas, con una cerradura con forma de sol sobre su cerradura original. Solo desprendía magia de sol, podía sentir la calidez de su tenue brillo; no había rastro de la magia de las desgracias o la esencia de Pandora.
Me la extendió, como si esperara que se la recibiera con los brazos abiertos. Retrocedí por puro instinto, casi que huyendo de esa cosa. Poco faltó para que la tirara lejos de nosotros en cuanto la vi.
Yo misma había visto el efecto que tuvo sobre Pandora, fui testigo en carne propia de cómo reaccionó Cailye. No quería tener nada que ver con esa cosa.
Pero él la acercó el espacio que me alejé. Le lancé una mirada suplicante y aterrada, pero él en cambio me devolvió una severa. Casi parecía que él tampoco quería tenerla bajo su custodia. Casi.
—Está sellada. Las anotaciones de Apolo eran muy precisas, sus sellos inquebrantables. No sale ni entra nada de esta caja. Ailyn, no tienes de qué preocuparte, mientras porte el sello no podrá hacerle daño a nadie.
Casi le dije que en cuyo caso, y ya que fue su idea y además su sello, debería ser él quien la cuidara. Debíamos mantenerla lejos de Pandora, lejos de quien supiera que Pandora había perdido la caja, escondida si era el caso. Pero no quería ser yo la responsable de hacerlo. Se sentía demasiado personal, más aún cuando viera a Elpis; definitivamente no quería.
—Consérvala tú entonces. Si el sello se debilita o Pandora se le acerca solo tú podrías reforzar el sello. No me siento cómoda al guardarla.
Le dediqué la mirada más suplicante que pude, le rogué con los ojos que aceptara. El solo pensar en tocarla me generaba un escalofrío espeluznante.
Su mirada severa se suavizó un poco, alejó la caja de mí en cuanto vio que yo no la tomaría. Tal vez se compadeció de mis suplicas o lo convencí con mi razonamiento, fuera cual fuera la causa al menos parecía haber accedido.
—Si eso te hace sentir más segura lo haré.
Respiré aliviada. La caja volvió a brillar, se encendió igual que antes pero ahora para desvanecerse en sus manos. Cuando la luz se apagó la caja se había ido.
—Tus dedos... ¿fue por el sello o por la caja? —pregunté al notar que la punta de todos sus dedos seguían teñidas de negro, la mancha llegaba hasta la mitad de cada dedo, como si se hubiera manchado con tinta de marcador permanente.
Por un segundo se mostró confundido, hasta que se miró las manos e hizo un gesto extraño. ¿Apenas se vino a dar cuenta de algo tan evidente? Se quedó unos segundos contemplando sus dedos, meditando en silencio. Al final cerró las manos en puños y me miró a los ojos de nuevo. No lucía preocupado o impactado, solo serio.
—Secundario. No tiene importancia. Por cierto. —Se buscó en un bolsillo oculto en el pantalón del uniforme lleno de mugre hasta que sacó algo pequeño, del tamaño de mi índice. Lo extendió hacia mí—. Temí que se perdiera cuando todo se vino abajo así que lo reduje. Sin esto nada habría funcionado.
Le recibí el yelmo de Hades y lo colgué a mi cinturón tal cual estaba. De ese tamaño era perfecto. Tenía razón, le debía tanto a Hades como a Perséfone esa pequeña victoria.
—Pandora... regresará, ¿verdad? —A pesar del silencio que guardó Andrew y como Evan tampoco dijo nada, la respuesta la dieron sin necesidad de decir nada. —¿Cuándo?
Andrew se masajeó la sien derecha y cerró por un segundo los ojos, cuando los abrió miró al cielo mientras contestaba mi pregunta.
—Pronto. Está débil, sin la caja no podría asegurar cuánto tarde en recuperar parte de su poder. Por ahora no podrá hacer nada, si logra mantenerse de pie debería ser un milagro. Su fuente de poder es la caja, sin ella es solo una humana inmortal.
—Por ahora.
Andrew asintió a la aclaración de Evan de mala gana. Eso me hizo pensar en lo que hablaron antes de que yo despertara.
—Seguirá alimentándose de las desgracias, es posible que esté en el mundo humano hasta recuperarse. Tomará más sin la caja y tendrá limite, pero si mis suposiciones son correctas al menos nos dará más tiempo. Paz.
Volvería. En algún momento regresaría a buscar su caja. Me aterraba pensar en lo que haría por conseguirla de vuelta, en cuántas vidas estaría dispuesta a sacrificar y lo nos haría por obtenerla.
Pero el saber que teníamos esa pequeña ventaja, que ella estaba de manos atadas al menos por un tiempo, me dio esperanza. Sabía que podría afectarla, que no era tan invencible como todo el mundo pensaba.
Le eché una rápida mirada a la pila de escombros que nos rodeaba, de todas esas casas hechas pedazos y de lo que quedaba de la preparatoria. Estaba a punto de preguntar lo que diríamos a los humanos sobre ese acontecimiento y sobre lo sucedido con el Tifón, pero entonces un grito agudo captó la atención de todos.
Andrew se puso de pie como un resorte, Evan también se alertó. Una montaña de escombros cercana se movió y alguien movía sus brazos frenéticamente. Ninguno de los dos esperó para correr hacia esa persona, los tres reconocimos ese grito. Cailye. No podía ser de otra persona.
Cuando me puse de pie los dos ya habían llegado hasta ella y la ayudaban a incorporarse, pero ella se dejó caer de nuevo y se quedó en el suelo, temblando y sin poder dejar de mirarse las manos con los ojos bien abiertos. Se pasaba las manos por los ojos una y otra vez, parpadeaba y lloraba, no sabía si de miedo o de alegría, pero sonreía mientras lloraba.
Su hermano se inclinó y la abrazó, ella dejó que lo hiciera y al cabo de unos segundos cerró los ojos y le regresó el abrazo. Desde la lejanía podía ver cómo temblaba, casi podía sentir su sudor frio. Quería consuelo, no la culpaba, luego de la pesadilla que pasó lo último que querría sería estar sola. Me aliviaba que lo que fuera que le hizo Pandora no haya sido permanente, dudaba que ella pudiera soportarlo.
Evan los dejó solos cuando vio que otro de nuestros amigos despertó, Andrew le hablaba a su hermana pero ella solo se escondía en su pecho, como un animalito asustado que por fin se encontraba a salvo.
Cuando Evan llegó hasta Logan, quien caminaba sobre los escombros como si estuviera ebrio hasta la nariz, el chico de ojos verdes se cayó, se enredó con sus pies y cayó de frente al suelo. Cuando se sentó en el suelo alcancé a ver la línea de sangre que le brotó de la frente. Evan se apresuró a revisar que estuviera bien, y tal vez fue por su estado de confusión pero Logan dejó que lo hiciera, no lo apartó en ningún momento.
Me pareció que Logan no dejaba de balbucear, pero desde mi lejanía no oí lo que decía. Evan se limitó a limpiarlo y usar magia en él para regresarlo a su estado normal antes de que se lanzara encima para abrazarlo.
Tanto Sara, más cerca de mí, como Daymon, a un par de metros de ella, seguían dormidos, sumidos en su cansancio y sin dar señales de despertar pronto. Sabía que despertarían pronto, sabía que los otros dos estarían bien.
Caminé hacia la única persona que estaba segura que ninguno de ellos verificaría si seguía con vida. Tuve que subir un montón de escombros, una pila alta de unos seis metros, para llegar hasta mi familiar. Escalé con las manos, todavía muy débil para usar magia, un hecho que me hizo pensar que tal vez ni Andrew ni Evan cayeron inconscientes como los demás. Ambos no parecían tener problema con usar magia.
Cuando llegué a la cima casi me fui para atrás hacia el vacío. No esperé encontrarlo despierto, sentado en la cima de los escombros y mirando el horizonte, el amanecer; se recostaba a un gran pedazo de concreto con barras de hierro saliendo por los lados, tenía recogida una rodilla y su brazo apoyado sobre la misma. Lo pillé desprevenido, tanto como él a mí. Pero cuando vio que me iba hacia atrás me sujetó del antebrazo para que no me cayera desde esa altura.
Sus ojos rojos me recorrieron al tiempo que me terminaba de subir y no se despegaron de mis acciones mientras me sentaba con los pies colgando, a su lado. Brillaban con la luz de la mañana, pero seguían viéndose perturbadores. Me miró por un largo rato en silencio, con la mirada apagada y sin siquiera intentar sonreír de esa forma tan perversa y socarrona.
—Lo siento, Luz. Debí serte de más utilidad, pero yo solo... —Suspiró, abatido—. Te dejé, cuando me necesitabas simplemente te dejé...
No lo toqué, no hice el intento de reconfortarlo. Aun con todo lo que había pasado no me sentía capaz de hablar con él como antes de saber que me usó para estar cerca de At. Era una herida que todavía dolía, estaba demasiado fresca y siempre que lo recordaba me molestaba un poco con él.
—Me salvaste la vida, eso es lo que yo vi, eso fue lo que pasó —le dije con calma, mirando desde lo alto que Daymon despertó al rodar y golpearse la cabeza con una tabla que sobresalía de la tierra—. Debería darte las gracias. Si no lo hubieras hecho el plan se habría ido a la basura.
—Pero luego de eso...
Me encogí de hombros, eso ahogó sus palabras.
—Tuve suerte, tuvimos suerte. Las cosas salieron como Andrew previó, tenemos la caja y eso es lo que importa. Y todos estamos vivos —Lo miré a los ojos con atención—, incluido tú.
Bajó la mirada, aun después de decirle eso él seguía sintiéndose culpable. O eso me dio a entender, ahora no estaba muy segura de si lo que veía en él era genuino o una farsa.
«Ese familiar tuyo, que por cierto es un fraude.»
Negué con la cabeza para alejar las palabras venenosas de Pandora. Me miré la marca en mi mano izquierda, la cicatriz que me unía a Kirok por medio de un contrato de sangre, un juramento, y ahogué un suspiro.
—¿Qué harás conmigo luego de esto? —se atrevió a preguntar—. Sé que no me quieres a tu lado, que quisieras anular el contrato, ¿lo harás?
Alejé la mirada de él, la volví a posar en mis amigos abajo. Sara ya había despertado, hablaba con Andrew y los dos miraban hacia nosotros ocasionalmente. No supe lo que decían, pero era claro que se refería en parte a mí o a mi familiar, o a los dos.
—No. Lo dije antes, Kirok. Tus habilidades pueden ser útiles, y ahora que la línea que nos divide es más clara no dudaré en usarte. Eres mi familiar, soy tu ama. Actuaré como tal. —Y pensar que no quería que me viera como su propietaria, que me parecía un término horrible para definir una relación. Ahora, a raíz de conocer su verdadera naturaleza, no sentía tanta lastima de hacerlo—. Si volveremos a ser amigos o no, no lo sé. Justo ahora no pienso tomar ninguna decisión drástica.
Y era verdad. No me creía capaz de ser objetiva en ese momento. Prefería que se quedara como sombra al menos mientras mi mente se aclaraba y mi corazón dejara de insultarlo.
—Mientras esté a tu lado, no importa las circunstancias. Luz —Sus ojos rojos brillaron como carmesí bajo esa luz de sol, pero lo vi de reojo, no de frente—, a pesar de todo eres mi luz, nada de lo que haga lo va a cambiar, ni siquiera At.
Me quedé callada. No quería oír lo mucho que le importaba ni todas las veces que lo salvé, para mí esas palabras ya no tenían el mismo valor de antes.
Sara movió su mano hacia mí, llamándome, mientras Andrew tenía los ojos puestos sobre los dos, tanto en mi familiar como en mí. Su mirada era indescifrable, imposible saber lo que pensaba. Asentí hacia mi amiga, indicando que bajaría enseguida. Mis amigos deberían tener muchas preguntas, en especial sobre la repentina aparición de Andrew y el verdadero plan tras la distracción. Debía bajar para explicarles lo que pasó en caso de que Andrew aun no lo hubiera hecho.
Me incorporé y por mero instinto me sacudí la ropa, un gesto inútil ya que no quedaba espacio en mí para más tierra o polvo.
—Vamos. Regresaremos al Olimpo, el mundo es un caos y debemos empezar a ponerlo en orden.
No le di tiempo de responder, me deslicé sobre los escombros y la tierra; me rocé con una barra de hierro que sobresalía de la tierra pero el traje me protegió de la cortada. Salté antes de llegar al final de la colina improvisada, consciente de que Kirok me seguía de cerca pero conservando una distancia prudencial.
La mirada acusadora de Sara me dio la bienvenida, me miraba como si pudiera atravesarme con tan solo eso, pero antes de que comenzara a regañarme se lanzó sobre mí y me abrazó.
Estaba igual de andrajosa que todos, pero ella era la única que conservaba la capa con el emblema de los Dioses Guardianes, todos los demás o se la quitaron o se les perdió. A ella no, ella la lucía con bastante confianza.
—Idiota. Los dos son idiotas —susurró—. Le contagiaste la imprudencia a Andrew, casi nos matan a todos y de paso a ustedes. Si algún día vuelves a hacer algo así me aseguraré de que no puedas caminar por un año. —Se separó de mí pero me miró a los ojos con un alivio y enojo mesclados—. Debieron... —Suspiró—. No importa, mejor vámonos de aquí. Tenemos muchas cosas que arreglar.
Recordé cómo lloraba cuando estaba bajo la influencia de las desgracias. Miré a los demás, a nuestro alrededor, y mi mente viajó a ese momento de impotencia cuando los consumía, cuando estaban atrapados en esa pesadilla infernal. Sabía que lo que vieron los acompañaría por siempre, que les dejó huella igual que lo hizo con Cailye. A pesar de que lucían bien, salvo por algunas dificultades para moverse de parte de Daymon y un tic raro en el rostro de Logan. No murió nadie, nadie perdió la cordura. Y aun así...
Bajé la cabeza.
—Sabía que era una posibilidad que les afectara las desgracias y aun así los involucré. Lo siento. Si se sienten mal ahora es por mi culpa...
—No es cierto, líder —Daymon se acercó; cojeaba de su pierna derecha—. Todos lo sabíamos cuando aceptamos tu plan. De hecho, venimos preparados para algo peor. No nos obligaste, y tu plan —Miró a Andrew a unos metros de nosotros—, el de los dos, funcionó. —Señaló su cuerpo y luego su cabeza, con una sonrisa alegre en sus dientes—. Esto es un costo pequeño a comparación con lo que ganamos.
Le sonreí, evitando pensar en lo que dijo Pandora sobre la marca de su brazo que hasta hacía unas semanas yo creía que era un simple tatuaje. Que Daymon tuviera un sello me preocupaba, el no saber las circunstancias que lo llevaron a eso todavía más, pero algo me decía que pronto sabría más al respecto.
—Pero no nos habría hecho daño saber lo que tenían en mente. —Las palabras de Logan, afiladas, taladraron el ambiente. Más que molesto estaba que echaba chispas por los ojos. Lo prefería tambaleante. Nos dedicó una mirada asesina tanto a Andrew como a mí, pero el chico de ambarino cabello se la devolvió tal cual, en cambio yo solo lo miré—. Habríamos estado prepararos, tal vez no hubiéramos estado al borde de la muerte. No les costaba nada ser informativos.
Me quedé callada. A pesar de todo le estaba agradecida de su participación, de no ser por su luz verde y cómo se llevó a mis amigos literalmente de las manos de Pandora, no estaríamos teniendo esa discusión tan amigable.
—De esa forma había más garantía de éxito —se limitó a explicar Andrew, algo muy vago que cabreó más a Logan—. Si ustedes creían en el plan que Ailyn les dio entonces Pandora también. Debía ser convincente.
Le dediqué una mirada a Andrew, él tenía los brazos cruzados sobre su pecho y una mirada implacable. Lo cierto es que yo no me creía del todo su argumento, podría ser verdad
, pero no completamente. No dejaba de pensar que tenía algo que ver con el infiltrado de Pandora en el Olimpo, tal vez alguno de nosotros era cercano a esa persona y no quería que alguno lo alertara por accidente. Pero era algo que Andrew no diría a menos que fuera necesario.
Logan hizo una mueca burlona.
—Convincente, por supuesto. —Dio unos pasos hacia Andrew, desafiante, pero no se acercó mucho a él, conservó la distancia—. Lindo yelmo, por cierto. Imagino que Hades no lo echa de menos.
Andrew no hizo ningún gesto y yo me centré en los demás. Esa era otra cosa que omitimos. Bien podríamos haberles dicho que Andrew en efecto murió y tendríamos una reacción mucho peor por parte de todos y no solo de Logan.
—Hablaremos mejor en el Olimpo —intervino Evan. No supe de dónde pero le ofreció una barra de chocolate a Cailye que ella enseguida devoró como si no comiera durante milenios. Evan sonrió al ver cómo la disfrutaba, era como alimentar a un animalito silvestre. Regresó su atención a todos para continuar—. Hay muchas cosas que arreglar y no tiene caso quedarse aquí, los humanos llegarán en cualquier momento y no es bueno si nos encuentran cerca antes de poder pronunciarnos.
Sara asintió a nombre de todos.
—No me siento bien... —mencionó Cailye, sentada en el suelo con los dedos untados de chocolate y una mueca de dolor.
Por un momento creí que vomitaría, que el chocolate estaba caducado o que se lo comió demasiado rápido. Pero en cuanto Daymon puso la misma mueca y se llevó una mano a la cabeza vi que no tenía nada que ver con el dulce.
Una luz se encendió, pero fue la de Sara. Una luz violeta la cubrió como una espiral, del dorso para arriba como si se tratara de una serpiente. Luego, con la misma forma pero en azul, una luz mágica cubrió a Andrew, acompañada de un poco de viento que les agitó el cabello y les acarició la piel.
Daymon, Logan, Evan y por ultimo Cailye le siguieron, cada uno con un color diferente pero de la misma forma. El rostro de estupefacción de mis amigos debió verse como el mío, los vi iluminarse como si un hada les recorriera el cuerpo. Tanto Andrew como Logan se mostraron hostiles, los demás expectantes, Cailye temerosa.
Luego las luces los abandonó y todas juntas saltaron hacia adelante, en un terreno abierto cubierto por escombros de metal y madera, con más tierra plana producto de los derrumbes. Tocaron el suelo, las seis al mismo tiempo, como pelotas de plástico, y rebotaron una sola vez.
Vigas de luz crecieron justo en donde rebotaron, sustituyendo las pequeñas luces de colores con grandes destellos cúbicos conservando sus colores originales. Mis amigos observaron atentos, algunos en guardia, mientras yo me preguntaba por qué ninguna luz me cubrió a mí.
El brillo de las vigas creció de repente, segándonos por unos segundos, hasta que se apagaron con la misma espontaneidad. Los colores desparecieron lentamente, dejando seis siluetas humanas poco definidas. Poco a poco esas siluetas adquirieron detalles, vi cabello largo, vestidos que rozaban el suelo, brazos contorneados y otros musculosos, coronas de hojas y brazaletes altos, anillos y pulseras, ojos brillantes e incluso signos sobre sus cuerpos semejantes a los tatuajes.
Me quedé de piedra, con la exclamación atascada todavía en el estómago. Los reconocí en medio de un susto impresionante, los había visto docenas de veces a través de otros ojos, y el hacerlo más que impresionarme me aterró todavía más. No di crédito a lo que vi, por mucho que los viera, que estuvieran justo ahí, era imposible, completamente imposible, que esas seis deidades estuvieran paradas a pocos metros de nosotros. Al contrario de la primera vez que vimos a Zeus y Hera, estos seis dioses no podían estar más muertos.
Un hombre, alto y de pelo de oro, se ubicaba en medio de las otras cinco personas. Iba vestido con una capa dorada que rozaba el suelo, una que cubría su traje debajo, y una corona de laureles dorada también, la forma de sus músculos iba al descubierto, pero no tanto como la del hombre a su lado izquierdo. Sus ojos eran del mismo intenso dorado, y su piel bronceada como si fuera tocada por el sol. Lo reconocí de inmediato. Yo misma estuve entre sus brazos cuando estaba dentro de la cabeza de At.
Dio un paso al frente. La capa dorada le llegaba hasta los pies, éstos eran cubiertos por un par de sandalias de cuero que se entrelazaban alrededor de sus piernas. Sus ojos dorados los recorrió a todos, cada uno de nosotros igual de confundidos y atónitos. Y sonrió. No supe si le dio gracia nuestro desconcierto o fue su forma de saludar, tal vez ambas. Su sonrisa fue ladeada, como si se contuviera de soltar una carcajada.
—Pueden relajarse, no venimos a suplantarlos o a maldecirlos, si eso piensan. —Habló con total soltura, como si hablara entre amigos de toda la vida. Le di una mirada a Andrew, quien lo observaba sin parpadear, y luego al dios frente a nosotros. Me era imposible considerarlos una misma alma—. Solo... queríamos hablar un poco con ustedes.
Sara dio unos pasos al frente, vacilante. Observaba a los recién llegados como si portaran un disfraz de lo más convincente y real. Entrecerró los ojos; noté que no tenía el collar-arma en el cuello, en cambio apretaba su mano derecha en un puño.
—¿Qué son ustedes? No son... Es imposible que lo sean. No se supone que puedan estar aquí. —Había una amenaza implícita en las palabras de mi amiga, una que acentuó más cuando adoptó una postura recta y firme.
Apolo, quien estaba segura que era el dios de dorada apariencia, le dedicó una sonrisa pero por toda respuesta clavó sus ojos en mí. Yo desvié la mirada. Era lógico lo que quería decir, tan evidente como la razón por la que At no estaba entre ellos. Saberlo me decepcionó, cuando los vi materializarse conservé el anhelo de volver a verla, creí por un momento que aparecería, que llegaría tarde, pero cuando el dios del sol me miró supe que eso no sería posible.
—Son dioses. Intentar ver las cosas lineales y mantenerse en el corral de lo posible solo limita su imaginación y su potencial. —Otro de ellos, un hombre alto y de delgado cuerpo, con ojos rasgados y mechones verdes en el pelo lacio, intervino. Vestía una túnica corta hasta las rodillas y su sonrisa era más seria, más por cortesía que por gracia.
—Aun así no es natural que se manifiesten. Están muertos, se supone que reencarnaron, si ese es el caso no veo qué puedan querer ustedes de nosotros. —Por alguna razón Sara estaba bastante molesta por su presencia.
—Y pensar que nos tomamos la molestia de venir —exclamó una diosa. Tenía el cabello ondulado, al largo de su cintura, de un color rosa acaramelado a juego con su maquillaje primaveral perfecto. Su vestido era de colores pastel, blanco principalmente pero con tela lila y una diminuta tiara de rosas en la cabeza. Su piel era demasiado pálida, casi como un lienzo en blanco. Fijó su atención en Sara, y al hacerlo la reconocí—. No es fácil salir de esa parte sin luz en sus cabezas, deberían estar agradecidos de que consiguiéramos estos minutos para responder a sus preguntas en lugar de pensar blandir sus armas en nuestra contra. Y aquí están, cuestionando la probabilidad en lugar de aprovechar la oportunidad.
Ante aquello Sara se quedó callada. La diosa sonrió con victoria y dio unos pasos hacia ella. Se detuvo a pasos de mi amiga y la miró de arriba abajo. Eran de la misma altura, pero aspecto era muy diferente. Mientras Afrodita usaba colores pasteles y lucía accesorios preciosos —como anillos, brazaletes, cadenas y aretes colgantes—, Sara portaba un estilo mugroso a consecuencia de todo lo que pasó y lo único en ella que conservaba su porte era su cabello. Permanecía liso y brillante en negro, como una cascada, sin siquiera una hojita estorbando. Sabía que mi amiga prefería los colores oscuros, por nada del mundo la veía configurando todo su estilo en rosa o lila.
—Eres bonita, tu belleza es innegable —le dijo Afrodita. Extendió su mano y tocó el mentón de Sara, al comienzo trató de evitar el roce, pero la diosa fue más obstinada y aunque mi amiga retrocedió ella le sujetó el mentón con fuerza y movió su cabeza de arriba abajo y a los lados, como si inspeccionara su mercancía—. Pero en el amor eres un desastre, empezando por el amor familiar. No conseguirás nada si no empiezas a arreglar ese problema. Si la base no es firme, tu castillo se vendrá abajo.
Los ojos de afrodita, claros tirando a grises, brillaron de emoción. Soltó a Sara, ella la miraba con los ojos bien abiertos y la boca entreabierta, sorprendida y con el ceño fruncido. Parpadeó varias veces, hasta que el final se venció y le respondió a la diosa.
Estaba cerca de ella, pude haber oído lo que sea que le dijo y la charla que entablaron, pero el movimiento de los demás dioses captó mi atención. Al parecer, mientras yo oía a Afrodita, Apolo había dicho otra cosa y ahora se dispersaron. Cada dios tomó lugar frente a su reencarnación, como si se estuviera repartiendo niños para apadrinar y temieran quedarse sin ahijado.
Los vi rodearme, muchos me pasaron por el lado sin apenas mirarme. Vi a Ares, supe que se trataba de él porque su cabello era de un naranja más encendido que el de Daymon, tenía una mirada de pocos amigos y era tan grande como un muro. Reconocí a Artemis, lucía igual que los recuerdos de At; pequeña pero delicada, como una nube, con una sonrisa escurridiza y una ceja enarcada todo el tiempo.
Yo me quedé en mi lugar mientras el sonido diverso, el murmullo de todas sus voces, se esparció por el terreno lleno de escombros. Me sentía sola, huérfana, como si todos pudieran conocer a su ídolo y yo acabara de perder al mío. Kirok también conservó la distancia, poco faltó para que se escondiera tras una pila de piedras. Me dio la impresión de que se escondía de Apolo, pero tal fue mi imaginación.
Todos estaban cerca de mí, por lo que a pesar de estar sola tuve buena vista y casi perfecta claridad de lo que hablaban. Noté que Cailye le huyó a Artemis, la vi correr de un lado a otro mientras la diosa, entre risas, la perseguía sin necesidad de tocar el suelo. Me percaté también de que Poseidón, un hombre con una ligera barba perfectamente perfilada y de cabello índigo, alto y con apariencia un poco mayor que la de los demás, permanecía en silencio frente a Evan. Ellos eran los únicos que no se decían nada.
Cuando me di cuenta había perdido de vista a Apolo y a Andrew, tal vez se alejaron para hablar más tranquilos. Los busqué con la mirada, pero al no encontrarlos comencé a caminar. Había algo que quería preguntarle a Apolo, sabía que él era el único que tendría una respuesta a esa pregunta.
Pasé por el lado de Cailye, quien por fin se había detenido cerca del techo de una casa que sobresalía de la tierra. Se quedó sin aliento de tanto correr. Artemis, frente a ella, soltó una gran carcajada. Cuando la rubia se resignó y la enfrentó, la diosa borró su sonrisa. La miró con dureza, con unos ojos pesados muy parecidos a los de Zeus.
De todos los dioses ella era la de la apariencia más fantástica. Parecía salida de un cuento de hadas. No portada vestido como Afrodita, ella llevaba un traje de dos piezas, uno superior que cubría solo el área de su pecho y otro inferior que era como una minifalda. Era azul, con retazos morados y turquesas, rasgados como si fuera más una artesanía que un vestido. Su cabello era platino, un rubio tan opaco que se parecía a la luna, y lo sujetaba en una coleta alta. Era delgada, pequeña, como un hada, y tenía una media luna en la frente del mismo color de su cabello, como un tatuaje.
—Eres demasiado bajita —comentó como queja. Yo me quedé mirándola, sin entender y contenido mi risa. Artemis era mucho más bajita que Cailye, mi amiga le sacaba una cabeza—. Al menos dime que te gusta la carne.
Cailye la miró con una confusión digna de fotografía. Parecía que ambas hablaran en idiomas diferentes. Al no obtener respuesta Artemis tomó sus manos, las agarró sin aviso ni permiso, y Cailye no tuvo más opción que dejar que las examinara las palmas dedo por dedo, como si fuera capaz de ver letras donde solo había mugre.
—Eres como el papel, me sorprende que aun estés en una sola pieza. De todas mis reencarnaciones eres la más débil. —Levantó la cabeza y se encontró con una mirada extrañada por parte de mi amiga. De repente Cailye se entristeció, noté la mueca que hizo y cómo se sonrojó. La expresión de Artemis se suavizó un poco, sus ojos oscuros la observaron con empatía—. Te entiendo. Es como estar en constante caos, como si todo el tiempo algo se estuviera rompiendo. Es difícil controlarlo, me tomó años e hice cosas de las que no me enorgullezco. Busca a las nueve musas, ellas me ayudaron a encontrar mi equilibrio.
—Es... doloroso...
Artemis tan solo la miró, aún no había soltado sus manos.
—Pero también hermoso. Cuando brilla todo tiene más color, eso hace que la felicidad sea más valiosa. Tus sentimientos son extremos, eso incluye la alegría. Lo es todo o nada. Cuando lo es todo vale la pena la nada. Atesórala.
Noté la expresión de Cailye, como si estuviera a punto de echarse a llorar sobre los hombros de la diosa. Seguí mi camino, queriendo darle privacidad.
Pero en cuanto me giré para seguir mi búsqueda me topé con la espalda de Evan. Retrocedí para que no me notara y no interrumpir en su concurso de miradas con Poseidón. A ellos no les oí conversación alguna, más bien fue como si pudieran comunicarse telepáticamente.
—No. —Oí cuando ya había puesto distancia entre nosotros. Era la voz de Evan, pero no fue un no de objeción sino de rechazo, como si declinara de una oferta.
Los miré sobre mi hombro, cuando lo hice noté un detalle que había pasado por alto: la transparencia de Poseidón. Se veía menos solido que los demás, casi sin forma, sin definición. Sus ojos eran tranquilos, su mirada una caricia.
El dios asintió sin decir una palabra.
Sacudí mi cabeza para despabilarme. Seguí mi camino en busca de Apolo. Creí que se encontraría detrás de un grupo de rocas que había una pila con troncos de árboles, pero cuando di la vuelta en esa esquina no me los encontré a ellos.
—¡Eso es fantástico! Y dime, ¿es cierto lo del peso? ¿Cuál es el límite? La lava es tannn ¡Woww! Necesito aprender a controlar eso, nunca antes había pasado. Y el carruaje, he oído que lo ocultaste. Dicen que el templo de Ares tiene una colección impresionante de armas, ¡me encantaría conocerla! Lo de la ira debe ser muy ventajoso, ya sabes, siempre hay predilección por ese tipo de sentimientos...
Hice una mueca y apreté el filo de roca en la que me apoyaba. Daymon, el siempre perspicaz e intuitivo Daymon, no leía la atmosfera que rodeaba a Ares.
Mientras él hablaba y parloteaba, mientras sonreía como un tonto y los ojos le brillaban como un niño con un nuevo juguete de navidad, a Ares le brillaban los ojos de ira. Estaba enojado, con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho y el cabello encendido como llamas de verdad. Sus cejas eran muy pobladas, y solo contaba con la parte de debajo de su atuendo, dejando al descubierto su perfecto dorso y su colección de cicatrices.
Cuando el dios de la guerra movió su brazo, luego de entrecerrar los ojos, por instinto apreté mi mano sobre la superficie de la roca. Daymon seguía hablando, con mil preguntas que no supe de dónde se sacaba.
Ares señaló su brazo, el del tatuaje que en realidad era un sello. Daymon se quedó quieto, se calló de repente a medio terminar de una frase.
—No huyas, no lo rechaces. Sellarlo no hará que desaparezca. No le temas, no te temas. Es tu naturaleza, negarla es como negar tu propia existencia. Debes quitártelo, limita tu verdadero poder.
Daymon conservó su sonrisa, al menos en sus labios ya que fue un gesto que no llegó a sus ojos.
—No lo sello para ignorarlo —le dijo mi amigo—, lo hago para no olvidar lo que sucede cuando no lo tengo. Acepté tu legado, aprendí a vivir con él, estás aquí para responder a las preguntas que yo te haga, no para que me ordenes aceptar incluso tus pecados. Solo yo decido hasta donde llegar, qué tanto quiero soportar y qué puedo hacer, no tú. —Los ojos amarillos de Daymon, junto con su sonrisa divertida, les restaban importancia a palabras que quizá bajo otro tono habrían resultado amenazantes—. Así que te agradecería si me dices lo que quiero saber en lugar de sermonearme.
Me quedé de piedra, Ares se quedó de piedra. Observó a Daymon con una fijeza aterradora. Pensé que le haría algo, pero el dios no intentó nada. Al cabo de unos segundos descruzó por completo los brazos y se dejó caer en el suelo, cruzando ahora las piernas como un niño obediente. Sus ojos, de un amarillo quemado, observaron desde abajo a Daymon.
—Soy todo oídos.
Los dientes de Daymon resplandecieron cuando sonrió, y tan rápido como pudo tomó asiento frente a él y retomó su bombardeo de preguntas. Esta vez, a diferencia, obtuvo respuesta. Al verlos desde lejos, juntos, noté que físicamente ellos eran los que más características compartían; casi podrían ser hermanos.
—No. Ese es el otro. En el monte Otris encontrarás criaturas poco identificadas. Es un buen territorio de investigación y recolección de datos.
Aquella voz la reconocí del hombre que habló antes. Me giré, en efecto era él, Hermes, paseando al lado de Logan como dos viejos amigos que llevaban mucho tiempo sin verse. Iban a un buen ritmo, uno al lado del otro, sin prestar atención a otra cosa que no fueran ellos.
—Eso he oído.
Para mi gran sorpresa, Logan estaba sonriendo. No recordaba nunca haberlo visto sonreír, ni siquiera por descuido. Creí que era amargado por naturaleza, incapaz de divertirse o sentir felicidad. Pero ahí, hablando sobre cosas que yo apenas entendí, descubrí una nueva faceta de él.
Hablaban sobre hierbas, sobre animales, pero en especial sobre lugares. Hermes parecía gustoso de compartir sus experiencias con Logan, la sonrisa del dios era atractiva, eso junto a su cabello bicolor y sus ojos esmeralda lo hacían ver tan joven como Logan. Eran del mismo alto, de la misma compleción, parecían dos gotas de agua a un nivel diferente del de Ares y Daymon.
—Tarde o temprano lo encontrarás —le decía Hermes luego de una charla a la que no le llevé el hilo—, algo tuyo, algo que solo te pertenece a ti, que solo tú puedes tener. No te limites, no te hablo de algo que encuentres en una cueva bajo el mar, tal vez es algo que tienes al lado y aun no has visto. Pero debes expandirte para que tengas un panorama rico y completo. Aprende, conoce, crece. Usa nuevos filtros, mira las cosas desde otros ángulos, eso también es explorar.
—Tu limite es el cielo, es fácil para ti decirlo —añadió Logan, casi decaído. Había una amargura en su mirada, una frustración que le molestaba.
Hermes sonrió.
—Nuestro. Pero las estrellas no solo las encuentras arriba, y no siempre debes estar en el suelo para llegar a las nubes. —Se encogió de hombros, despreocupado, suelto—. Las cosas son más simples de lo que crees. No te compliques.
Y se fueron caminando. Los vi cuando siguieron con su camino, sumidos en una conversación agradable. Cuando los vi desparecer tras un muro que aún estaba en pie, distinguí el cabello de Andrew.
Me alejé de Daymon, quien seguía hablando con Ares con mucha emoción, y corrí hacia Andrew y Apolo antes de que los perdiera de vista otra vez.
—El sol. La magia del sol es esplendida. —Era la voz de Apolo. Me quedé detrás del muro por puro instinto, no quería interrumpir pero tampoco alejarme—. Es imposible no sentirte a gusto con ella. Es cálida, se filtra en todo. —Hizo una pausa—. ¿Sabes por qué tienes esa habilidad física? La agilidad, la velocidad, los sentidos más agudos que el resto de tus compañeros... Se debe al sol. La sensibilidad es algo con lo que Artemis y yo nacimos, pero siempre me afectó más a mí. Una caricia, un beso, un abrazo. Como dios del solo puedes sentir todo eso a un nivel diferente de los demás, por eso cada momento es valioso e irrepetible. No pienses mucho las cosas, solo vive el momento. En retrospectiva, valorarás más los momentos que no tenían control que los que sí.
—No lo siento como tú. Todo lo que has dicho, para mí es diferente. Es algo que no logro entender —le contestó Andrew en un tono neutral, casi con decepción.
No sabía sobre qué habían hablado todo ese rato, pero parecía que salían de una conversación bastante larga. Me asomé un poco sobre el muro para poder mirar sus expresiones. Apolo, sonriente y relajado como siempre. Andrew, por otro lado, estaba tenso y lucía incómodo.
—Es por tu conexión con el sol. Es fría, debería ser cálida. Mantienes distancia, por eso no la sientes, cuando dejes preocuparte tanto y te dejes llevar por lo que sientes, cuando dejes de encontrar excusas sentirás esa conexión. Es... como abrir la ventana por la mañana y dejar que entre la luz. Te da energía, alegría, entusiasmo, calidez. La sombra es fría cuando la luz del sol no la alcanza. No se trata de entender, como si fuera una fórmula matemática, se trata de sentir como si fuera un sentimiento.
Andrew desvió la mirada, lucía verdaderamente incómodo y frustrado. Había algo en su postura, en sus brazos cruzados y la forma en la que se recostaba al muro, pero no sabía de qué se trataba. El dios le sostuvo su mirada simpática.
—Te agrada la investigación, ¿verdad? —continuó Apolo—. Es una meta interesante. La ciencia tiene un caos y un orden... exquisitos. Es como no tener nada pero tenerlo todo al mismo tiempo.
Andrew lo miró de reojo cuando volvió a hablar, parecía molesto pero no supe si con Apolo o por todo lo que le decía.
—Tus diarios —dijo—. Tenías muchas investigaciones al mismo tiempo.
La sonrisa de Apolo no se hizo esperar. Echó la cabeza atrás para ahogar su carcajada.
—Son cientos, de los que hablamos antes fueron solo los más recientes. La investigación que llevaba con At era la más importante, pausé muchas por centrarme en esa en específico. Te pido que la tengas en cuenta, no llegamos a concluirla pero creo que ustedes podrían.
Andrew entrecerró los ojos.
—¿Nosotros?
El dios del sol alzó la vista, fijando sus ojos en mí. Sentir su escrutinio tan de repente y tan intenso causó que perdiera el equilibrio, caí hacia adelante, de bruces hacia ellos. Vi el piso acercarse y sentí el impacto segundos después. Aterricé de cabeza, por suerte el muro no era superior a los tres metros y el golpe no fue tan grande. Mi cabeza dolió al igual que mi hombro izquierdo, sentí que algo en mi espalda se rompió.
Oí en suspiro de Andrew y vi por rabillo del ojo cómo se cubría la frente con su mano, sin mirarme. En cambio, Apolo me observaba con una juguetona curiosidad. Tardé unos segundos en poder ponerme de pie, solo hasta que sentí que había sanado pude incorporarme. Sentía las mejillas rojas de la vergüenza y comprobar la forma en la que Andrew me miraba no alivió la situación.
—Tu nombre es Ailyn, ¿verdad? —inquirió el dios. No pude evitar sobresaltarme al notar que en todo ese rato no había oído a ninguno de los Dioses Guardianes Originales pronunciar alguno de nuestros nombres.
Asentí, retraída. Se acercó a mí, mirándome a los ojos con amabilidad y paciencia, se sentía tan ameno y ligero que no parecía real, era un Apolo diferente al que conocí desde los ojos de At. ¿Acaso ese era una versión de él que solo le mostraba a ella? Apolo era más atrevido, sin descaro alguno, éste, por el contrario, parecía demasiado maduro y educado para ser el mismo. Me observó de pies a cabeza y escaneó mi rostro, como si buscara un error de fábrica en una muñeca de porcelana.
—Eres tan diferente a ella que asusta, pero al mismo tiempo son iguales. Eres la dualidad que nunca tuvo. —La comisura de su labio se curvó para dar inicio a una sonrisa ladeada, pequeña pero ahí estaba. Lo que fuera que pensara sí le causó gracia—. Puedo ver porqué se siente así respecto a ti, es inevitable. Pero, ¿sabes? Es un lado de ella que yo nunca pude sacar a la luz. Sabía que lo tenía, pero solo pude ver vestigios. Gracias, porque el conocerte le dio paz. Ahora puede descansar.
Me sonrojé todavía más. Yo no había hecho nada por At aparte de darle problemas y dolores de cabeza, el que me diera las gracias por obligarla a regresar de la muerte para ayudarme me parecía absurdo.
El dios extendió su mano hacia mí, la vi, decorada con algunos anillos gruesos y con uñas perfectas. Su piel bronceada se podría confundir con el color oro de sus accesorios. La tenía cerrada con la palma hacia arriba, pero al ver que yo no me moví la abrió, dejando ver un único pendiente tan largo que de usarlo me llegaría hasta el pecho. Era dorado, con hilos finos colgando que le daban el largo; era un trozo de oro rosado con forma de diamante y detalles relucientes que se mantenían en la misma gama de colores, plano, de dos caras, y pequeños detalles que de usarlo cubrirían todo el contorno de mi oreja. Era sencillo, relucía bajo la luz del día, y los dibujos grabados en ambos lados de la superficie resaltaban en blanco como si más que tallarlos parecían pintados sobre el pendiente. De un lado una lechuza, del otro una flor de loto.
Lo miré, confundida y fascinada al mismo tiempo. La pieza era preciosa, de ese tipo de elementos que sabes que no conseguirás en ningún lado.
Él mantuvo su sonrisa de gracia.
—Es tu regalo. At me pidió que te lo entregara. Quería que supieras que siempre estará dentro de ti aunque no la veas, aunque ya no puedas hablar con ella.
Lo recibí y sin perder tiempo lo apreté entre mis manos, lo abracé contra mi pecho como si a través de él pudiera abrazarla a ella. Nunca llegué a tocarla, no con su verdadera forma, y los recuerdos que tenía de At cuando era lechuza estaban demasiado lejos en mi cabeza como para considerarlos momentos de unión. Tuve que cerrar los ojos por unos segundos para evitar llorar, y aun así una que otra lagrima se me escaparon por los ojos cerrados.
La extrañaba. Lo hacía más de lo que pensé que lo haría. Se sentía como si de pronto una de las paredes que me protegían se hubiera venido abajo, obligándome a dar la cara a ese campo que trataba de ignorar.
Abrí de nuevo mis ojos cuando oí la voz de Apolo otra vez, ahora hablándole a Andrew. Él lo miraba de la misma forma de antes, pero me pareció ver la sombra de la tristeza cuando lo miraba durante mucho tiempo.
—Ten paciencia. Vive cada momento, cada instante, como si fuera e último, como si fuera un regalo único e irrepetible. De esa forma cuando mires atrás no tendrás arrepentimientos. Vive la eternidad que desees, pero primero debes descubrir qué deseas y hacerlo realidad. Descubrirás la felicidad de esos pequeños detalles, de que por esos insignificantes detalles vale la pena poner tu vida en riesgo.
El cuerpo de Andrew se tensó, como si hubiera tocado un nervio sensible.
—¿Tú te arrepientes? De todo lo que pasó.
La pregunta incluso a mí me tomó desprevenida. Algunas veces toqué el tema con At, de si valió la pena pasar por todo eso y si lo hubiera cambiado. No recordaba la respuesta, no recordaba si alguna vez obtuve respuesta.
Porque Pandora tenía razón, Hades tenía razón, Zeus tenía razón. Todo eso comenzó porque los dos se enamoraron, si eso nunca hubiera ocurrido todo lo que sucedió a consecuencia tampoco.
Apolo sonrió con más amplitud, con más libertad. Sus ojos saltaron de una alegría infantil. Casi parecía que estuviera esperando esa pregunta.
—No. De nada, ni por un segundo. Cada momento y cada sensación fueron un regalo. Muchos condenan nuestra relación, nos maldijeron y tanto nosotros como cada vida siguiente han cargado con el peso de la responsabilidad de todo lo malo que pasó después. Cargamos con la conciencia de destruir a los Dioses Guardianes. —Un brillo travieso, casi diabólico, surcó sus ojos—. Pero si me dieran a elegir no habría cambiado nada. Cada decisión que tomé me llenó de felicidad, no sacrificaría eso ni por todas las vidas humanas que existen. —Su expresión se relajó un poco, sus ojos ahora resplandecían igual que antes—. Viví mi momento, disfruté de todo lo que la vida tenía para mí. Ahora es tu turno. A veces ese «por qué» es un «porque». Está, existe, eso es más que suficiente.
Andrew frunció los labios, vi cómo apretó sus brazos. No entendí su reacción, no sabía si había algo que lo incomodaba o le molestaba. Tampoco supe de qué tanto hablaron antes de mi llegada, qué tanto le dijo Apolo y porqué a pesar de no desconfiar del dios tampoco compartían una conexión como los demás. De todos ellos eran los que menos se parecían, los que más distaban en personalidad y apariencia. No sabía si era que Andrew desaprobaba el comportamiento de Apolo o solo se trataba de decepción al conocer a su primera vida.
—No influyen —soltó Andrew en un tono que parecía más que decretara en lugar de mencionar—. Su vida no influye en la nuestra, sus poderes sí, ustedes no. No tenemos relación alguna con el modo en que vivieron ni con las decisiones que tomaron, mucho menos con las experiencias que los forjaron.
Apolo le sostuvo la mirada y la sonrisa. De nuevo parecía a punto de soltar una carcajada.
—Claro que no. Como dije, vivimos nuestras vidas y tomamos nuestras decisiones, yo no estoy tan arraigado en que deban asumir nuestra vida con todo y problemas como At, ya tienen suficientes con la suya. Ni siquiera el destino que se escribió para nosotros es el mismo que ustedes están recorriendo. —Miró al cielo por un momento, distraído con sus palabras y pensando Urano sabría qué—. A veces las Moiras no interfieren, a veces el destino se borra, a veces el futuro deja de predecirse. La vida no está escrita con tinta permanente, eso es lo maravilloso y lo divertido: elijes qué camino tomar y a qué meta apuntar. Ustedes no son nuestra sombra o nuestro legado, son ustedes, con sus propias vidas y sus propios corazones. No importa cuánto algunos de nosotros lo deseen, no los podemos influir a un nivel tan alto.
Recordé a At, lo obstinada que estaba con que yo aceptara la corona que ella llevó, con que cargara con sus enemigos también. Recordé lo que le dije entonces, algo no muy diferente a lo que Apolo opinaba. Pero aunque nosotros no lo reconociéramos, aunque rechazáramos las acciones cometidas por los Dioses Guardianes originales, los demás al mirarnos los verían a ellos y lo que ellos hicieron. Ese era un hecho que ni toda la voluntad del mundo podría cambiar.
Alcé la mirada para preguntarle lo que quería saber, pero cuando lo hice me di cuenta que Apolo nos había dado la espalda y caminaba hacia un espacio abierto. Intenté dar un paso hacia él, pero me detuve cuando noté a los demás dioses reunirse a su encuentro.
—¡Ah! Casi lo olvido —exclamó el dios del sol. Giró su cabeza y observó a Andrew sobre su hombro. Cuando levantó la mano, sin volverse del todo, noté que algo brilló por la luz del sol en su mano, algo pequeño. Movió los dedos y algo salió volando directo a Andrew, él extendió los brazos y alcanzó en vuelo el objeto. Abrió las manos, pero no alcancé a ver de qué se trataba. Él enarcó una ceja y miró de nuevo a Apolo, el dios tan solo sonrió con satisfacción—. Es mi regalo, cuando llegue el momento sabrás qué deseo pedir. No es absoluto, pero será una opción cuando ya no puedas elegir.
Andrew aún no había guardado el objeto, así que me acerqué ligeramente solo para ver de qué se trataba. Un anillo, dorado con dos espigas de laurel entrecruzadas entre sí, con relieve a lo largo del aro. Andrew lo apretó en cuanto notó mis ojos sobre él, y sin dejar de mirar a Apolo lo guardó en uno de sus bolsillos. Al parecer con la vaga explicación del dios sobre su función quedó satisfecho.
Cuando vi que todos los dioses se reunieron y nuestros amigos se nos acercaron, recordé de golpe la urgencia de mi inquietud. Me adelanté unos pasos, apenas sí noté en el camino que mis amigos sostenían diferentes objetos en las manos. Me lancé sobre Apolo, le agarré la capa dorada que ondeaba a su espalda debido a la briza de la mañana. El gesto captó no solo su atención, sino también la de los otros dioses. Por un momento creí que Ares me cortaría el brazo o Artemis me lanzaría una flecha, pero todos se veían demasiado tranquilos e imperturbables, lo que hice apenas sí los distrajo.
Apolo miró mi mano sobre su capa, con interés y curiosidad, luego sus ojos dorados se posaron sobre mí.
Lo solté por instinto antes de hablar. Tomé aire, lista para soltar cada palabra como si me fueran a callar en cualquier momento.
—Pandora... Esa mujer mencionó que muchas cosas pasaron a raíz de la desaparición de los Dioses Guardianes, que con su muerte todo se puso en pausa y con nuestro nacimiento volvieron a moverse de nuevo. Dijo que había muchas cosas ligadas a los Dioses Guardianes. Y ella incluida, dijo que su poder lo adquirió a raíz de ese mismo hecho. Me temo que al igual que ella otras deidades hayan sacado provecho de su ausencia, que causen problemas igual que ella. Pandora ya es una amenaza, si hay más como ella entonces...
—¿Dónde está tu pregunta? —Fue Ares quien me interrumpió. Tenía una mirada apacible, pero su aspecto me intimidaba.
Tragué saliva. Estaba más nerviosa de lo que pensé.
—¿Qué saben? Si tuviéramos una lista o algo que nos dijera qué deidad tenía mala relación con ustedes o de todos los asuntos que manejaban antes, sería más fácil para nosotros evitar futuras amenazas.
La diosa de la luna fue la primera en soltar una gran carcajada, Afrodita en cambio mostró una mueca de asco a su lado.
—Todos los hijos de Gea si a eso nos reducimos —masculló Hermes en medio de un suspiro.
Enarqué las cejas. Eso no ayudaba. Cuando se referían a todos los hijos de Gea hablada de todas las deidades, dioses o no, que al fin y al cabo todos descendían de Madre Gea.
Apolo sonrió, pero a pesar de sostenerme la mirada fue Ares quien respondió directamente a mí pregunta, más o menos.
—Como equipo llevábamos un registro, no era preciso, a nadie le gustaba el trabajo de escritorio y solo los anotábamos cuando lo recordábamos o estábamos muy aburridos. Pero supongo que ustedes ya deben tener conocimiento de los pocos documentos que dejamos. Es todo lo que encontrarán al respecto, no cubre ni siquiera una décima parte de todos nuestros enemigos pero es todo lo que tienen.
—Muchas profecías nos involucran, es cierto —dijo ahora Artemis, con una sonrisa pícara y una ceja enarcada, sonreía como si todo fuera una gran ironía—. La mayoría nunca se cumplieron y la otra parte no son importantes. ¿Quieren evitar que otra deidad apunte su ira contra el Olimpo? Buena suerte con eso. Las deidades enloquecen todo el tiempo, para ellas es fácil culpar a los dioses, así no piensan en sus propias deficiencias. ¿Quieres cambiar eso? Tendrías que rehacer a cada deidad. Hay cosas que los dioses no pueden controlar, el odio y el rencor forman parte de esa lista.
Eso no resultaba alentador en absoluto.
—Luchan contra un incendio que nunca se extingue —añadió Hermes, pensativo—. Las deidades siempre buscan algo de los dioses. Venganza, poder, protección. Harán lo que mejor sea para ellos. Bajo ese concepto lo más apropiado es considerar a toda deidad como potente conspirador en su contra. La confianza que pondrán en sus manos es un arma de doble filo, una traición puede venir de donde menos lo esperen.
Dejé caer mis hombros, decepcionada y abatida.
—Eso no... —mascullé en voz baja.
—¿No ayuda? —completó Ares, levantando una ceja y cruzando sus grandes brazos sobre su pecho—. El caso de Pandora es raro, generalmente no viven tanto para hacer algo importante. Lo que ella ha hecho es algo a lo que muchas deidades solo pueden aspirar, por eso mismo es un fuerte motor. Sus acciones en contra del Olimpo inspirarán a muchos, muchas deidades se unirán a su causa solo por el odio a los dioses. Es inevitable. Un líder es alguien que inspira a los demás, se puede usar para el bien y para el mal. Y Pandora es una líder nata, el que esté loca es algo que los demás no les importa si con ella cumplen su objetivo.
«Tienen muchos enemigos, se los han ganado a pulso. Solo hace falta que alguien aparezca y los una en su contra». Recordé las palabras de Odette en la Ciudad de las Amazonas. Cada día comprobaba cuánta razón tenía.
—¿Dicen que si eliminamos a Pandora las otras deidades lo tomarán como ejemplo y dejarán de atentar contra nosotros? —inquirí.
Eso no solucionaba nada, solo retrasaba el problema, como una bola de nieve a la que solo retrasas antes de que se haga más grande.
—Es una opción —Artemis se mostró pensativa mientras hablaba—. Pero volverán, siempre vuelven. Es por eso que el trabajo de los Dioses Guardianes nunca termina. Cuando superen un obstáculo llegará otro, luego otro, y así por la eternidad. Es un circulo de odio imposible de romper. Los Dioses Guardianes representan equilibrio, orden. Sin ellos el caos crece, se pierde el balance y son los humanos quienes lo pagan. Si desaparecen de nuevo la cuerda que sostiene la humanidad se romperá. Aparecerán más deidades tan poderosas como Pandora, pero entonces nadie podrá hacerles frente.
El sueño de una vida humana se desvaneció frente a mis ojos, como si nunca hubiera existido. En alguna parte dentro de mí sabía que mi vida como diosa no terminaría con Pandora, pero cuando los oía a ellos decirlo se volvía tan real que un escalofrío me recorría el cuerpo.
A ellos no les preocupaba demasiado Pandora, la veían como un nombre en la interminable lista de sus enemigos. Alguien que se debía erradicar porque les causaba problemas a los dioses. Para nosotros un obstáculo incalculable, para ellos alguien más del montón que se alzaba en su contra. Su tiempo pasaría y el de otro llegaría sin mayor novedad, pero claro, era dioses a los que no les importaba rehacer a la humanidad cuantas veces fuera necesario. Visto así los humanos, protegerlos, se sentía como una simple excusa para eliminar a sus enemigos.
Apolo se movió entonces. Se volvió hacia mí, observándome de frente. Su sonrisa se volvió suave, amable.
—El mundo se ha hecho y deshecho muchas veces desde su nacimiento, siempre cambia de forma y lo seguirá haciendo pase lo que pase. No es que no nos duelan esos cambios, no es que no nos haya importado la vida de esas personas que vivían en ese tiempo. Lo que sucede es que mientras la especie siga existiendo entonces también existe la esperanza. No subestimamos a Pandora, es un enemigo al que por desgracia les tocó enfrentar a ustedes y no a nosotros, que cuenta con la capacidad de rehacer el mundo de forma inesperada y abrupta. Pero nosotros no vemos el tiempo como algo lineal, para nosotros un instante es eterno, y en la eternidad pueden pasar muchas cosas. Igual que en un campo masacrado y lleno de sangre por la guerra cuando el tiempo pasa y crecen las flores, así mismo es la humanidad. Renacerá y seguirá su historia. Los Dioses Guardianes protegen ese futuro, uno donde puedan florecer.
No pude evitar pensar que él, que ellos, veían las cosas desde arriba y nosotros desde abajo. Para ellos era una cinta de acontecimientos, para nosotros nuestra vida, todo lo que habíamos conocido. No éramos tan etéreos como ellos, al menos para mí era imposible ver las cosas desde su perspectiva.
—Es difícil verlo así. ¿No se cansaban? Luchar y esperar al próximo rival, luego al siguiente, por siempre.
Solo en el momento en que lo dije lo consideré. Hasta entonces no me había cuestionado lo agotador que era para todos ellos siempre pelear, fuera por el motivo que fuera. No estaba segura de querer pasar mi vida en constante conflicto, en constante perdida.
Sus ojos brillaron, un brillo excitante que recorrió todo su rostro.
—Cuando perdía de vista el propósito de su trabajo, cuando sentía que no era suficiente lo que hacía y estaba cansada, Atenea salía al jardín principal del Olimpo. —La repentina mención de At capturó mi atención, al notarlo él sonrió, complacido—. Sí, fue ella la que nos dio a todos esa recarga, esa fe. Solía llevarnos al jardín, a la parte más alta, desde donde mejor se veían las aldeas humanas a lo lejos, cubiertas por camas de nubes. Nos pedía que miráramos hacia abajo y escucháramos con atención, que en verdad sintiéramos sus voces. Desde entonces siempre que perdíamos de vista el camino hacer eso nos regresaba al lugar correcto. —Todos los dioses sonrieron, de acuerdo con las palabras de Apolo a un nivel tan personal que me dio envidia. Recordaban, lo hacían con nostalgia y felicidad, todos ellos—. El mayor fracaso de los dioses también es su más grande éxito, cuando puedan ver eso la eternidad les parecerá poco tiempo.
No encontré palabras para añadir, no tenía más dudas.
Ellos dieron varios pasos al frente y Apolo los acompaño, cuando él llegó a su encuentro se formaron de la misma forma que hicieron cuando aparecieron. Un brillo dorado nació a su espalda, luego ese mismo los abrazó como si la mano que los trajo los pidiera de vuelta.
Poco a poco los dioses se perdieron en la luz, su figura fue absorbida por el brillo dorado. Algunos sonrieron a modo de despedida, otros movieron la mano para hacerlo más informal. Mis amigos también les sonrieron, pero estas fueron sonrisas raras, como si no estuvieran seguros de hacerlo.
Apolo fue el último cuyo cuerpo era medianamente identificable, noté su sonrisa aun con toda la luz.
—Es una promesa, de ustedes al mundo. Asegúrense de cumplirla. —Oí su voz cuando su cuerpo se volvió una sombra y se lo tragó la luz, y de nuevo la oí cuando se habían marchado—. Porque ustedes son los Dioses Guardianes.
La luz se desvaneció, dejando pequeñas chispas en el ambiente. Los Dioses Guardianes originales se habían ido, y tenía la sensación amarga y extraña de saber que no los volveríamos a ver. Ni a ellos ni a At.
Ahí supe que ahora en serio era nuestra responsabilidad y obligación, que ellos en verdad nos habían cedido su pesada corona. Y la acepté, todos lo hicimos, porque entendí que era nuestro turno de lucirla en alto para todos a quienes debíamos proteger.
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