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35. El nuevo sello

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No supe si fue un arrebato de desesperación o alcancé a planearlo con antelación, pero lo único que se me cruzó por la cabeza fue ejercer presión sobre el vínculo que me unía a Kirok.

Alcancé a enviar la señal cuando la mujer acercó más su rostro al mío. Por un segundo creí que abriría la boca y absorbería mi alma, que con el simple roce de sus dedos destruiría mi cuerpo. Temí que me arrancara la Luz de la Esperanza antes de que los demás pudieran interferir.

Sentí cada latido como si fuera el ultimo, cada suspiro como si no me perteneciera. Mi mente se quedó en blanco por un momento, lo que fuera que pensara hacer contra ella en mi posición de desventaja se borró de mi cabeza.

Pero el calor inundó el bosque de repente, encendiendo mi conciencia, aferrando mi alma como hierro a la realidad.

El fuego me rodeó en un perfecto circulo tan rápido que un parpadeo habría durado más tiempo. Se encendió como una lámpara, de la nada, tan espontaneo que tanto a Pandora como a mí nos tomó por sorpresa.

Por un segundo vi el enfado y el disgusto en sus ojos, una pequeña mueca acompañó el gesto. No lucía preocupada, solo molesta por la repentina interrupción.

—Te dije que vinieras sola.

Las llamas entre nosotras la opacaron por un segundo, abrazándome solo a mí en su protección desde cada ángulo. Cuando me di cuenta estaba dentro de una capsula de llamas, fuego que se sentía en mi piel pero no la quemaba.

Y luego finos hilos purpuras salieron de la tierra bajo mi cuerpo, como pequeñas serpientes encantadas que danzaron sobre mi traje como si siguieran una coreografía ensayada.

Sentí pequeñas corrientes eléctricas en medio de las llamas, la luz que los hilos desprendían era más intensa que el mismo fuego a mi alrededor. Fue así como recuperé el control de mi cuerpo en pocos segundos. Los músculos se me durmieron, me dolieron los brazos y las piernas por la presión, pero en cuanto la gravedad dejó de aprisionarme recuperé el control sobre mi cuerpo.

Me abracé a mí misma, en parte para tranquilizarme del terror por el que acababa de pasar y en parte para darme valor a mí misma. Levanté la cabeza, no borré la mirada de mis ojos cuando lo hice; contuve mi propia fuerza para que mi corazón no me abandonara.

El fuego se apagó de la nada, como si se tratara de una vela en una corriente de viento. No dejó nada a su paso, ni siquiera el calor; de repente hizo frio, el mismo previo a que el fuego se encendiera. La luz anaranjada también nos abandonó, al igual que los hilos purpuras.

Fue en ese momento que los vi a los cinco, justo frente a mí. Mis amigos estaban ahí de pie, en hilera y de forma protectora interponiéndose entre Pandora y yo, dándome la espalda para protegerme de ella. Y atrás de mí se encontraba mi familiar, cuidando de nuestras espaldas con un halo de luz roja sobre todo su cuerpo.

Ver sus figuras me dio valor, me devolvió la vida, me dio esperanza, pero en especial me ofreció la fuerza que necesitaba para ponerme de pie. Me tambaleé al comienzo, mi interior aun temblaba y mi piel parecía gritar del susto. Pero contar con su presencia me daba un soporte que sola era inexistente.

Fijé mi mirada en Pandora a varios metros de nosotros, no le quité los ojos de encima al igual que mis amigos; sentía que en el momento en el que dejara de seguir sus movimientos algo arrastraría mi alma al averno.

Una corriente cálida de aire nos envolvió, como un deseo de buena suerte por parte del universo. Y por un segundo, por una fracción de segundo, sentí que ese plan alocado de Andrew no era tan imposible.

La primera mujer nos observó de pies a cabeza con total descaro, a escasos metros de nosotros y con una bruma enfatizando su figura. Su cabello rojo vino flotaba a su alrededor con gracia al igual que su vestido. Pude sentir la tensión como si de una pausa perpetua se tratara.

Esperé que algo pasara, que ella hiciera algo o que nosotros nos moviéramos, pero no supe si fue por nuestro terror colectivo o por la paciencia de Pandora, pero nadie se movió en lo que sentí como un milenio.

Fue por eso que cuando la primera mujer sonrió de una forma tan espontánea y con genuina gracia sentí que el tiempo de repente comenzó a moverse de nuevo.

—Reconozco su osadía. —Se corrió un mechón de cabello detrás de la oreja, como una plática casual en un día cualquiera—. Han escuchado tantos rumores de mí y asusté tanto a uno de ustedes que admiro su valor al considerar la posibilidad de enfrentarme juntos.

Posó sus ojos en Cailye un segundo; la rubia estaba a mi lado izquierdo, tan cerca que cuando tensó su cuerpo me pareció oír el ultimo latido de su corazón del susto que se llevó al sentir el escrutinio de la deidad. Vi que Evan a su lado la codeó con sutileza, pero eso ni siquiera fue capaz de despertarla de su estupor. Vi terror en sus ojos oscuros, como si estuviera reviviendo su peor pesadilla una y otra vez.

Retrocedió, por un segundo creí que saldría volando o se desmayaría del terror. Pero Logan se posicionó tras ella, interponiéndose en su camino. Alcancé a notar vagamente que la sujetó de la muñeca, pero la mayor parte de mi atención se reducía a Pandora.

Fruncí el ceño ante su comentario.

—Jamás hemos tenido oportunidad de enfrentarte juntos. Convenientemente siempre nos has atacado por separado, cuando estamos en un momento vulnerable. —Tomé aire—. A pesar de tu actitud te preocupa enfrentarte a nosotros cara a cara.

Su expresión no cambió.

—No tengo objeción en que quieras creer lo que acabas de decir, ambas sabemos la falsedad tras esa afirmación.

—Nos subestimas demasiado.

Ladeó la cabeza sin dejar de mirarme. Al menos el que me prestara toda su atención desviaba sus ojos de Cailye, quien parecía al borde del desmayo, y de mis demás amigos que a pesar de la situación sabían tan bien como yo que ese era un plan tan estúpido que parecía salido de mi imaginación.

Agradecía que me apoyaran cuando les conté lo que quería hacer, salvo un par de objeciones no hubo mucha discusión al respecto. Pero en ese momento, cuando no era un plan sino una realidad, cuando estábamos frente a Pandora, cuando la mayoría la veía por primera vez, la realidad resultaba tan pesada que no los culpaba si sentían inseguridad o terror extremo.

—Yo no, pequeña, te juro que lo hacen todos excepto yo. —Estiró sus manos al frente, a la altura de su pecho, con los ojos oscuros fijos sobre mí como si leyera cada uno de mis movimientos—. Poseen potencial, reconozco eso; podrán no llegar ni a la sombra de sus antecesores, pero es algo que el tiempo se encargará de remediar. No tengo interés en atestiguar su evolución, no son lo único que sucede justo ahora, por eso mismo comprenderán que no tengo tiempo de jugar con ustedes. Nadie los invitó a esta reunión, pero su aparición tendrá que acelerar un poco las cosas. Y es una lástima, Luciérnaga, porque aún tenía miles de cosas que quería conversar contigo.

Una sombra oscura y mal formada nació entre sus manos extendidas al frente, justo sobre su pecho. Algo comenzó a tomar forma lentamente; no distinguí nada en esa masa en un principio, pero en cuanto mi instinto me gritó una advertencia tan alta que casi destruyó mis tímpanos, di varios pasos al frente en medio de un impulso sobreprotector con mis amigos.

La ira despareció de mi mirada, reemplazándola por el terror. Era muy consiente de esa posibilidad, creí que estaba mentalmente preparada para afrontar esa hipotética situación, pero en cuanto la vi frente a mis ojos todo se me borró de la cabeza, dejando espacio solo para el miedo que me abordó en cuanto las sombras tomaron tamaño. Las risas y los ojos brotaron de ese humo amorfo, como almas endemoniadas.

Lo recordaba, recordaba esas sombras de la vez que casi llevó a Cailye al borde de la locura.

—No puedes usarla en mí... —tartamudeé a sabiendas de lo inútil que era mencionarlo.

Pandora me ofreció una sonrisa con la inocencia de una niña pequeña, oculta tras las sombras de las propias desgracias, contrastando con la oscuridad del bosque de manzanos que ella misma creó a nuestro alrededor.

—No las llamé para ti.

Tomé aire con tanta rapidez que se me atascó en la garganta, retrocedí y busqué con desesperación a mis amigos, con el grito ahogado en mi boca y mis manos en busca de las suyas para tratar de protegerlos, para que pudiéramos comenzar con el ritual que teníamos en mente para detener a Pandora antes de que los alcanzara.

Pero no me giré a tiempo, no me moví tan rápido como quise. Vi que mis amigos levantaron sus armas para dar inicio, Daymon alcanzó a abrir la boca para recitar su parte, Sara apenas sí pudo crear una especie de barrera improvisada para detener el poder de la mujer sobre ellos...

Nada fue suficiente, nada fue tan inmediato.

Vi sombras pequeñas pasar volando a mi alrededor, como pequeños orbes negros que dejaban rastro a su paso. Rozaron mi piel, acariciaron mi mejilla, directo hacia las seis personas a mi espalda, directo a mis amigos. No alcancé ni siquiera a tocarlas con mis manos, mucho menos usar algún tipo de magia en su contra, pasaron en cámara lenta pero tan rápido que ni siquiera alcancé a exclamar del horror.

Oí el sonido del metal al chocar contra el suelo cuando las espadas de Daymon cayeron, eso justo antes del grito tan desgarrador que rasgó la garganta de Cailye. No supe si fue antes o después de que las desgracias la alcanzaran, pero fue lo suficientemente alto para que todo el coliseo respondiera ante sus vibraciones.

Vi que Sara cayó arrodillada al suelo, halándose cada hebra de su hermoso cabello largo con tanta desesperación que me dolió mi propio cuero cabelludo. Evan se quedó muy quieto, con una mirada perdida en la nada; mientras que Daymon se abrazó con fuerza y comenzó a llorar.

No supe hasta qué punto afectaron tanto a Logan como a Kirok, ya que el primero miraba el suelo y movía los dedos con tics rápidos, y el segundo me daba la espalda.

Un aura negra y distorsionada envolvió a mis amigos, manos oscuras parecían apoyarse en sus hombros, como viejos demonios a su lado. Vi lágrimas y miradas perdidas, pero los gritos que Cailye emitía me rompían el corazón más que los tímpanos.

Cada segundo que pasaba el aura crecía más, las manos se hacían más grandes sobre sus hombros, incluso me pareció ver ojos amarillos en la bruma oscura que los rodeaba junto con sonrisas retorcidas.

Los perdía, podía ver cómo se alejaban de mí aunque sus cuerpos estuvieran justo frente a mis ojos. Podía percibir cómo su conciencia se desvanecía, cómo su personalidad era destruida, casi pude oír cómo se fragmentaba su alma.

No podía respirar, me era difícil mantenerme de pie y mucho más dar un paso frente al otro. Mis manos temblaron y mis ojos se secaron por no parpadear. Me moví, tan dispuesta a lanzarme sobre mis amigos y salvarlos de esa eterna pesadilla que olvidé por completo a la mujer que se encontraba a mi espalda.

Pero no alcancé a dar el primer paso.

Vi sus manos a ambos lados de mi cuerpo, rodeándome en un abrazo sorpresa. Sus pálidos dedos me provocaron un escalofrío, la repentina cercanía de su aliento en mi cuello y su presencia abrumadora me arrebataron el impulso que había conseguido.

Me desarmó, sus manos se mantuvieron a escasos centímetros de mi pecho, sus brazos me cerraban cualquier salida. No hubo conjuro ni poder que me salvara en ese instante. Solo ella, solo yo, justo donde me necesitaba.

El frio se apoderó de mi cuerpo, el terror de mi alma. Quise llorar, mi garganta ardió del pánico, pero no moví un solo musculo.

—Te prometo que será como quedarse dormida, haré lo posible para que la mayor parte de tu alma quede intacta. —Su voz ocupó un lugar tan grande en mi cabeza que dejé de oír mis propios pensamientos—. No quiero que mueras, Luciérnaga, pero si ha de ser así solo puedo hacer que sea lo menos traumático posible.

Desde mi posición podía ver cómo las desgracias enviadas por esa mujer consumían a mis amigos como el fuego, estaba inmovilizada por sus brazos y alcanzaba a sentir su cuerpo rozando mi espalda como un abrazo casi fraternal. Si esa sería mi muerte no tenía nada de pacífica.

Mi pecho comenzó a brillar, una tenue luz blanca en lo profundo de mi cuerpo donde apenas sí se alcanzaba a percibir su brillo. Bajo sus manos comenzó a formarse un orbe familiar que iluminó la penumbra, que acarició mi piel con un cariño tan diferente del caos a mi alrededor que pude sentir cómo las lágrimas se me escapaban de mis ojos.

La vi, alcancé a ver una parte de ella en medio del océano de luz que generaba sobre mi pecho y bajo las manos de Pandora.

«No.»

No podía dejarla ir.

Apreté los dientes, contuve la respiración, la miré con atención.

«No dejaré que te arrebaten de mí.»

Me sentía aprisionada entre los brazos de Pandora, completamente bajo su control y sin posibilidad de moverme ni de pensar con libertad. Ella se convirtió en mi alrededor, en espacio y en tiempo, además de ella solo estaban mis amigos sufriendo a escasos metros de mí.

Pandora me estaba quitando la Luz de la Esperanza, podía sentir cómo salía de mi cuerpo en contra de su voluntad, cómo se aferraba a mi alma como si fuera su única salvación. Mis piernas perdieron fuerza, mis ojos nitidez, el frio que antes sentía me estaba consumiendo.

—Está bien —susurró ella sobre mi oído, abrazándome más y acercando sus manos más a mi pecho, la sentía sobre mí en todos los sentidos—. Nunca fue tu problema, nunca fue tu obligación. No tuviste elección, nadie nunca te la dio. Te liberaré de esa carga, pondré fin a una vida que nunca deseaste. No tienes que pensar en nada, solo deja que me encargue de todo.

Cada vez sentía menos fuerza, cada segundo que pasaba me hundía en la oscuridad y el frio. Sentí lastima de mí misma, me repetía una y otra vez que todo estaría bien y que nada malo iba a pasarme.

Pero entonces me enfoqué en mis amigos. Venas oscuras se esparcían por el cuerpo de Sara y de Logan, pronto también las vería en los demás. La piel de Daymon se deshacía como papel chamuscado, le dejaban grandes huecos de musculo. Cailye se quedó sin voz de tanto gritar, sus ojos estaban negros y vacíos.

Mis parpados me pesaban, mi cuerpo me estorbaba. No tenía fuerza para oponerme a ella.

Sentí una caricia entonces, sobre mi mejilla, suave y cálida. No había nadie frente a mí pero pude sentirla, y no solo eso, sentí su impotencia y frustración, su ira. Lo sentí a él incluso antes de sentir su frente sobre la mía. Estaba justo ahí, tan cerca que me sorprendió que Pandora no lo sintiera también.

Me entregó su mensaje y se alejó, me dejó su fuerza y conservó su posición. No podía arriesgarse, si lo descubría sería el final.

Y aún no había terminado.

Eso me trajo de vuelta, eso consiguió que la última parte de mi alma que abrazaba a la Luz de la Esperanza gritara en la misma sintonía de mi corazón.

No podía dejar que avanzara, no podía dejar que ellos se sumieran en la oscuridad. No podía permitir que se llevara a la esperanza con todo y mi alma.

Me aferré, hice fuerza y me resistí. Mi pecho ardió, la Luz de la Esperanza brilló con la intensidad de mil estrellas, algo en lo profundo de mi cabeza estalló.

Por un segundo Pandora retrocedió sus manos, solo para ejercer más presión al siguiente. Haló, haló con fuerza y determinación, con deseo, con necesidad. También halé, halé por cada ocasión en la que Elpis visitó a Atenea, halé por todas las veces que la Luz de la Esperanza me ayudó, halé por mis amigos y su salvación.

—No intentes resistirte, las cosas siempre regresan con sus dueños. Si lo haces más fácil para ti prometo liberar a tus amigos de la influencia de las desgracias, sé lo mucho que significan para ti, sin ti en medio no me interesan en lo más mínimo.

Me mordí la lengua y apreté con fuerza mi mandíbula. Me negué a ceder, usé cada gramo de la fuerza que me quedaba en hacérselo más difícil.

Y luego los recordé. Llegaron a mi memoria los abrazos que mis amigos me dieron, que Andrew me dio, uno por uno como si fueran mis memorias más preciadas. Me aferré a esa sensación, a esa esperanza. Esos recuerdos fueron mi refugio, mi luz al final del camino, el aliento que me ayudó a seguir.

Usé mi fuerza, usé mi poder, halé con cada gota de mi vida aquel orbe blanco que sobresalía de mi pecho, me aferré en cuerpo y alma a pesar de no poder moverme por la debilidad de mis músculos.

Grité con energía, algo en alguna parte me dolía. Hubo un silencio diminuto, como si todo quedara en pausa por un instante tan corto que casi ni lo percibí. Luego algo me golpeó. Sentí el empujón hacia atrás, sentí la repentina ausencia de los brazos de Pandora y además su cuerpo a mi espalda también retrocedió.

Oí un suspiro al fondo de mi cabeza, mi cuerpo se vino al suelo, y una luz de un blanco inmaculado ilumino toda la preparatoria. No vi nada, la luz segó todo a mi alrededor. Por un segundo antes de llegar al suelo sentí la mano de alguien en mi espalda baja, como si quisiera amortiguar la caída.

Reconocí el tacto enseguida. No puede evitar preguntarme si Pandora retrocedió debido a la Luz de la Esperanza o fue por la intervención de Andrew. Esperaba que fuera la primera, si Pandora se percataba de él todo el plan se vendría abajo.

Un sonido sordo enmudeció cualquier sonido en el coliseo lleno de ilusiones, calló cada grito y cada sollozo, cada lagrima quedó eclipsada por la proyección de esperanza que generó mi alma.

Por unos segundos largos no fui muy consciente de lo que me rodeaba. Veía un aura blanca por todo el lugar, una especie de tela delgada que flotaba en todo el espacio. Sentí paz por esos segundos, me sentí en calma. El dolor se fue, el ardor en mi pecho también. Mi cuerpo volvió a pertenecerme, cada parte de él incluida la Luz de la Esperanza. Ya no sobresalía de mí como un orbe, estaba segura igual que antes.

Los ojos azules de Evan se encontraron con los míos mientras mi atención divagaba sobre la tela flotante varios metros sobre mi cabeza. Me observó con preocupación, fue una mirada triste pero no trastornada.

—¿Puedes levantarte? —Oí su voz ronca, casi sin volumen.

No afirmé, me moví. Más allá del cansancio y de la adrenalina en mi circulación no tenía heridas graves, físicamente podía ponerme de pie.

Me tambaleé por un pequeño mareo, pero me puse de pie sin mucha dificultad. Me enfoqué en mi amigo frente a mí, sin duda él fue el más rápido en recuperarse. Lucía decaído pero alerta, con la fuerza para correr sin problema.

Los demás eran otra historia. Sara se puso de pie mientras se abrazaba, cubierta por una especie de nube blanca que danzaba a su alrededor; de la misma forma se encontraban Daymon y Logan. De todos Cailye era la que más cubierta se encontraba, casi ni distinguía su cuerpo por lo espeso de esa nube.

—Es el efecto de la proyección de esperanza —explicó mi amigo siguiendo mi mirada—. Se manifestó en ese estado, pero lo que nos cubre también es resultado de la Luz de la Esperanza. Algunos necesitan más que otros, pero también hay quienes la rechazan.

El más apartado del grupo era Kirok, y sobre él no había ninguna nube. Incluso todo a su alrededor parecía más oscuro. Pero aun así sus ojos rojos se enfocaron en mí con la intención de decirme que estaba bien; algo que no consiguió, ya que parecía que su energía fuera drenada poco a poco.

Evan me miró de nuevo.

—Nos sacaste de esa pesadilla. —Sus ojos brillaron—. Gracias.

Asentí. Lo importante era que todos estaban bien.

Un domo blanco nos cubría, no era sólido como cualquier barrera, este bailaba como tela al viento y se mecía de adelante a atrás. El corazón me galopó con fuera dentro de mi pecho cuando aterricé en la situación.

Me giré de golpe hacia la barrera, y aun con lo traslucido la figura de Pandora fue imposible de pasar por alto. Su vestido destacaba en la oscuridad. Afuera era oscuro, adentro del domo una luz suave iluminaba nuestros pasos, un contraste tan marcado que parecían dos existencias interponiéndose mutuamente.

No estaba tan lejos, a lo sumo tres o cuatro metros, pero no se movió. Se quedó en su lugar tan solo observándonos, sin siquiera intentar tocar el domo creado por la proyección de esperanza. Supuse que no podía, me convencí de que la lastimaba o era algo que estaba fuera de su control.

Pero esa distancia no duraría para siempre. Las nubes sobre mis amigos se desvanecieron gradualmente, las ondulaciones del domo se hacían más lentas, sabía que era cuestión de segundos para que la barrera desapareciera.

—¿Por qué te mira así? —La voz de Sara a mi lado me tomó por sorpresa. Me fijé en ella. Tenía el rostro mojado de lágrimas y su mirada reflejaba cansancio, fuera de eso lucía por lo menos cuerda—. Se siente diferente de antes.

Los ojos oscuros de Pandora ni siquiera parpadeaban. Su postura era inmutable y muy serena, no había alteración en ninguno de sus músculos o pista alguna de incomodidad o daño. No tenía heridas, ni siquiera rasguños en su vestido o suciedad en su piel.

Fruncí el ceño. Su postura y quietud me ponían todavía más nerviosa.

—¿Aun así lo haremos? —preguntó Daymon. Miraba a Pandora con ira más que terror. Nunca lo había visto enojado, pero justo en ese momento me pareció ver la mirada autentica de Ares en lugar de su usual alegría—. La protección que nos diste se desvanece, si lo haremos es ahora.

—¿Cómo está Cailye? —quise saber sin apartar la mirada de la primera mujer. Estaba tan quieta que por un momento temí que fuera una ilusión y la verdadera estuviera rozando mi espalda— ¿Puede moverse?

A pesar de lo afectados que todos estaban la que más me preocupara era ella. Sabía que los demás continuarían con el plan por muy magullados que estuvieran, aunque se encontraran al borde del colapso, pero ella no. Andrew lo sabía cuando pensó en el plan, yo también era consciente de que si Cailye no hacía su parte era posible que no funcionara.

Pero su hermano creía en ella, y como su líder yo también.

A mi lado Logan asintió.

—Dudo que siga cuerda mucho tiempo, para ella fue el doble de traumático. Pero lo hará, y de hacerse debe ser rápido o su lucidez no lo soportará.

El domo parpadeó varias veces hasta que su color se desvaneció frente a nosotros. Retrocedí al igual que mis amigos con el corazón en la boca y temblando como un indefenso cachorro. Abrí los ojos de golpe y me atraganté con mi propia saliva; Pandora cobró más color y nitidez ante nuestros ojos.

La protección que nos brindó Elpis desapareció, dejándonos tan vulnerables como antes.

Aun así ella no se movió. Contrario al ambiente que sí se modificó.

Los manzanos desaparecieron, consumidos por la oscuridad creciente que nació a la espalda de la primera mujer. Un hoyo negro que succionó todo a su paso, cada hoja y cada rama, cada aspecto de ese bosque de fantasía creado por ella regresó a la nada. La oscuridad tomó su lugar, incluso su vestido blanco se tiñó de rojo vivo, imitando el color dulce de las manzanas.

La nada bajo nuestros pies se hizo notable. Retrocedimos, nos agrupamos y reducimos el espacio entre nosotros. Llegué a chocarme con la espalda de Kirok y a rozar la piel de mis compañeros.

Me era imposible apartar la mirada de su cuerpo, de sus ojos. Su aspecto se tornó más intimidante a pesar de lo apacible de su expresión.

Debía aprovechar la oportunidad, dar la señal, pero me sentía desprotegida y vulnerable, como si al moverse o pensar en moverme volviera a atacar a mis amigos.

—Es el miedo absoluto, cuando ni siquiera puedes lograr que tus pensamientos te obedezcan. Juré ser tu sombra, protegerte. Puedes usarme como lo veas necesario, mientras sea por ti nada me parece demasiado. —Apenas sí alcancé a oír las palabras de Kirok—. Te daré esa seguridad.

Su espalda se volvió caliente. Pegué un pequeño respingo al sentir el cambio de temperatura, eso me obligó a separarme de él. El calor aumentó a mi espalda, pero no fui capaz de verificar lo que hacía. Ardía y quemaba, como el fuego del Inframundo. No vi luz de ningún color, solo oscuridad se desprendió de su cuerpo.

Nos cubrió como un caparazón, arriba y a nuestros costados, dejando nuestro frente despejado. Humo negro, hilos de almas semejantes a los tentáculos de un monstruo marino y el calor de su cuerpo, todo eso nos brindó protección.

No entendí de qué tipo ni sabía si funcionaría contra las desgracias, lo más seguro era que no, pero saber que había algo que nos respaldaba me dio seguridad, confianza.

Pandora dio un paso hacia nosotros, con las manos unidas sobre su regazo y con una elegancia comparable a la de Sara. Luego otro, otro y otro, hasta que la distancia que nos separaba se hacía cada vez más insignificante. Su vestido se arrastró haciéndole énfasis, su postura nunca flaqueó, su mirada y su mentón eran inamovibles.

—Urano no tenía idea... —balbuceó para sí misma pero con los ojos fijos en mí, una mirada seria—. Se equivocó, vaya que lo hizo. Zeus tenía razón. Es más que eso, más que ella... ni siquiera es una coincidencia, es la respuesta.

La adrenalina impedía que mi cuerpo se relajara, pensaba tan rápido que me era difícil retener las ideas. Mis manos sudaban casi tanto como el resto de mi cuerpo, cada paso que daba era un golpe de pánico en mi corazón.

En cuanto estaba a pocos pasos de nosotros tomé por instinto las manos de las dos personas a mi lado, de Evan y de Logan. Si lanzaba las desgracias hacia nosotros otra vez invocaría tan rápido la proyección de esperanza que no lo notaría.

Pero se detuvo en cuanto notó mi acción. Miró mis manos un segundo, no supe si vio algo pero no le pregunté. Para cuando regresó su atención a mi rostro su expresión había cambiado.

—Entonces sí pasó, no fue un delirio de mi parte. —No pude descifrar la expresión de su rostro, pero sus ojos estaban mucho más abiertos que antes—. No es posible que una niña que no sepa ni siquiera quién es pueda proyectar la vida primordial tan fácil. Es un chiste de mal gusto.

«Necesito más valor». Si no lo hacía en ese momento la oportunidad se habría ido.

Dejé de temblar con toda la voluntad de mi alma, respiré por todas aquellas vidas que me fueron arrebatas antes de nacer, pero en especial por Atenea, aquella que inhalaba valor y fuerza. Me apoyé en eso, en mí, en mi pasado y en el futuro que tenía en mis manos.

Le regresé la mirada, esa mirada que me pertenecía pero que compartía con esa versión de mi existencia que ella cortó.

—Te equivocas, sé exactamente quién soy. —Hablé con claridad, en un tono tan alto que ella sin duda escucharía—. Soy hija, dos maravillosas personas me criaron y me dieron mi primera identidad. Soy hermana, pilar de un pequeño niño que cuenta conmigo. Soy amiga, de todos aquellos quienes me aceptaron en su corazón. Soy aliada, de quienes decidieron juzgarme bajo otros ojos. Soy aprendiz, de un par de maestras que dieron su vida por mí. Soy compañera, comparto mi destino con seis personas bajo las mismas circunstancias. Soy causa de alegría, de amor y de esperanza; también de odio, rencor y dolor. Soy débil y soy fuerte. Soy humana, nací con un cuerpo mortal. Y soy diosa, con un destino tallado en piedra. —Levanté el mentón, enderecé mis hombros y proyecté mi voz—. Soy Ailyn Will, protectora de la esperanza, líder de los Dioses Guardianes, diosa de la sabiduría. ¡Mi nombre es Palas Atenea, humana tanto como diosa! Y no dejaré que toques este mundo.

Mis ojos se encendieron en un dorado con el que comenzaba a familiarizarme, eso me dio fuerza. Me sentí respaldada y poderosa, capaz de enfrentarme a Pandora con posibilidad de victoria. Creí en mí, creí en el plan de Andrew, creí en mis amigos. Tuve fe.

Esa fue la señal que mis amigos esperaban.

Los cinco levantaron sus manos derechas y apuntaron a la primera mujer, al mismo tiempo y con una postura firme que parecía a la espera de recibir un gran golpe en respuesta. En sus manos izquierdas pegadas a sus cuerpos sostenían sus Armas Divinas con tanta fuerza que los nudillos de la mayoría resaltaron en blanco.

Pandora abrió la boca, pero antes de que consiguiera decir o hacer alguna otra cosa Daymon habló en un tono determinante.

—La fuerza de la guerra.

Su mano extendida se iluminó de un tenue anaranjado, al igual que la espada que sostenía en su otra mano. No hubo mayor cambio además de ese detalle.

—La inteligencia de los viajeros. —Logan continuó, imitando su tono.

De igual forma el tono verde que adquirió fue semejante a la intensidad de Daymon.

—La paciencia de los mares. —Evan fue el siguiente.

Su tridente se iluminó antes que su mano, pero el resultado fe el mismo que el de los dos primeros. Un índigo acompañó el brillo de los otros dos.

Pandora intentó dar otro paso, pero justo cuando lo hizo una nube negra se lanzó sobre ella, una sombra proveniente de nuestras espaldas, proveniente de Kirok. No le hizo gran cosa, apenas sí la rozó, pero fue suficiente para incomodarla.

—Admiro su imaginación, pero son apenas un vestigio de los antiguos dioses, no cuentan con el nivel para quitarme mis dones. —De nuevo inclinó la cabeza. A pesar de la oscuridad sus ojos se hacían notar con un brillo fantasmal—. Es inútil y lo sabes, Luciérnaga.

Me mordí la lengua. Ella tenía razón, no seriamos capaces de desamarrar el arma perfecta de los dioses, de quitarle lo que nuestros antecesores le regalaron. Si en verdad lo intentáramos terminaríamos como Cailye cuando interfirió en Calisto o peor.

Pero ese no era nuestro objetivo real, eso era algo que solo Andrew y yo sabíamos.

—Continúen —mascullé.

Un escalofrío me recorrió la espalda cuando Pandora movió su mano frente a su cara, como si espantara una mosca, y de un puff las sombras de Kirok se desvanecieron. No quedó rastro de la magia de Kirok ni sobre ella ni a nuestras espaldas.

—Rápido...

Podía sentir la vida de Kirok, sabía que estaba bien. Pero no dijo nada, no oí su voz ni tampoco me atreví a quitarle los ojos de encima a Pandora para verificar su estado.

—El instinto de la caza. —La voz de Cailye se oyó más suave de lo que debería, pero eso no impidió que su magia reaccionara a sus palabras.

El turquesa cubrió su mano extendida y su arco, y enseguida Sara se apresuró con su parte.

—La persuasión de la belleza.

Ahora el violeta se unió a la paleta de magia, iluminando tanto su mano como su látigo de forma armoniosa. El color de su poder siempre me tranquilizaba, se sentía cálido. Ella cerró los tributos de los Dioses Guardianes. Solo hacía falta aquel don que la volvería tan resistente e invencible.

Pero cuando abrí mi boca vi a Pandora justo frente a mí. La vi saltar, vi su mano sobre mi pecho otra vez y sentí sus dedos rozar mi uniforme, casi pude sentir cómo mi alma volvería a desprenderse de mi cuerpo.

El corazón me dio un vuelco, ella estaba a centímetros de mí. En ese momento lo único que se me ocurrió hacer fue terminar con el conjuro. Extendí mi mano derecha hacia ella y con la otra me aferré a mi espada.

—La sabiduría de los dioses.

Se oyó como un suspiro, casi ni yo misma me oí cuando las palabras se escaparon de mis labios.

Aun así fue suficiente.

Los ojos me ardieron y mi mano derecha brilló con una intensa luz rosa muy fluorescente, misma que encendió mi Arma Divina.

Pandora estaba prácticamente sobre mí cuando el conjuro inició, cuando el brillo mágico de mis amigos y el mío se unió, cuando una luz dorada nació en el espacio que nos separaban de esa mujer.

Alcancé a tocar el pecho de la primera mujer debido a la cercanía, fue en ese momento que el conjuro inició. Por un segundo todos nos quedamos quietos, nadie ni siquiera respiró, incluyendo a Pandora.

Sentí el latido de su corazón bajo mi mano, su cuerpo entero me eclipsó. Su cercanía se llevó el último aliento de valor que me quedaba.

Abrió mucho los ojos y entreabrió la boca, son dejar de mirarme. Lucía estupefacta, tanto que por un segundo, por un instante, creí que en verdad le habíamos quitado los dones.

Pero entonces sonrió, una sonrisa dulce y femenina.

—Es broma. —No lo dijo, sus labios lo pronunciaron.

Me quedé helada, mi rostro perdió todo rastro de color.

Sentí sus labios sobre mi frente entonces. Delicados y pequeños. Ese no fue el beso de la muerte, fue el beso del caos.

No sentí mi cuerpo luego de sentir su tacto sobre mi frente. Lo próximo que supe fue que mi cuerpo se alejó volando de ella. Algo me empujó, pero lo hizo con una fuerza tal que sentí que de repente iba en un jet.

Mis pies ya no estaban sobre el suelo, mi cuerpo no era más que un trapo al que el viento se llevó. El frio de la briza que acompañó mi viaje resultó ajeno a mí, mi alma se quedó en el lugar donde antes estaba mi cuerpo, ahí parada frente a esa mujer, junto a mis amigos. Se alejaron de mí, me alejé de ellos como su hubieran caído por un abismo al mismo tiempo.

No pude aferrarme a la mano de nadie.

Los vi moverse como si se tratara de una cámara lenta, a pesar de que todos actuaron en el segundo en que los labios de esa mujer me rozaron apenas ahora vi sus acciones.

No oí nada, la escena delante de mis ojos que se alejaba de mi cuerpo no tenía sonido. Pero sí vi las luces, sí sentí cada golpe y percibí cada movimiento.

La atacaron al mismo tiempo, como un solo organismo, algunos con sus Armas Divinas, Evan evitó usarla y Cailye ni siquiera se movió de su lugar. Pero ninguno llegó a tocarla.

Sara la atravesó cuando saltó sobre ella, como si Pandora no fuera más que un holograma. Daymon se llevó un gran golpe contra una pared invisible, algo que lo dejó en el piso al igual que a mi amiga. Y a pesar de eso Pandora no dejó de mirarme, no dejó de sonreír como una inocente niña.

Entonces desapareció. Un segundo estaba ahí y al siguiente ya no.

Luego llegó la tormenta. El cielo se abrió sobre nuestras cabezas, la lluvia violenta proveniente de algún punto dentro del coliseo borró mi visión.

Oí truenos, vi relámpagos, pero el más fuerte de todos llegó con mi inminente caída. Me preparé para un gran golpe, incluso para perder la conciencia. Pero me fijé tanto en lo que mis amigos hacían, en cómo se movían para ubicar a Pandora, que solo noté que me había llevado a alguien por delante cuando el impacto llegó pero no lo sentí en mi espalda.

Mi vuelo terminó en una pared, oí el sonido de ruptura del concreto e incluso noté que se vendría abajo por la colisión. El golpe fue duro, todo mi cuerpo se estremeció y mi cabeza dio vueltas. Pero gracias a la persona que me amortiguó la caída no me dejó inconsciente.

Me dolió el cuerpo, pero aun así me moví tan rápido como pude para verificar el estado de esa persona. Me giré y, al hacerlo no solo confirmé que el impacto fue tal que un gran hueco decoraba la pared, sino que además Kirok responsaba ahí tirado, con un golpe en la cabeza tan grande que la sangre se mezclaba con su cabello negro y su ropa oscura.

Vi borroso, no confiaba en lo que mis ojos veían. Me era difícil mover mis dedos, no podía sentirlos. Lo toqué, estaba inconsciente. Lo moví con fuerza con la cabeza aun aturdida; no hubo respuesta.

La tormenta aumentó, se volvió feroz e implacable. El agua me nubló todavía más la visión, los truenos no me dejaron oír a mis amigos al otro lado del lugar.

—¡Kirok! —grité, o eso creí, no pude oír el timbre de mi voz en tanto caos.

No hubo respuesta. Sabía que estaba vivo, pero no reaccionaba. Al menos sabía que no era grave, un golpe en la cabeza era algo de lo que pronto se recuperaría.

Respiré profundo varias veces, moví mi cabeza de un lado a otro para pensar. Oí que a lo lejos me llamaban, pero la incesante lluvia no me dejaban calcular la distancia.

Me levanté, apoyé mi mano en la pared. Pero cuando lo hice algo lastimó mi mano, algo la cortó. Gemí en respuesta y la revisé. El agua se llevó la sangre, pero la herida producida por el corte se extendía por toda mi palma.

Revisé una vez más, con más atención la pared, y lo que vi le dio un vuelco a mi corazón. Estaba cubierta por picos cortos pero filosos, perfectamente camuflados. Ahí me di cuenta de que aquel beso de Pandora fue una despedida, entendí que con eso ella quiso matarme.

Kirok.

—¡Kirok!

Mi respiración se cortó cuando me agaché junto a él. Mis manos me temblaron mientras lo volteaba, pero el ambiente oscuro y la lluvia me estorbaban. Toda la sangre que pudiera ver se la llevó el agua, mis manos me temblaban demasiado para ubicar las heridas.

—Kirok... ¡Kirok! Por todos los dioses, Kirok, ¡no te puedes morir ahora!

No hubo respuesta. Lo moví, le busqué las heridas mortales que la pared de propinó, pero mis ojos nublados por la angustia no me ayudaban.

El suelo se movió entonces. El césped oscuro, algunos puntos en la tierra, como si se tratara de gusanos que quisieran emerger.

Por un segundo me quedé quieta, observando. Pero enseguida me despabilé y empujé a Kirok; debía alejarlo de esa tierra, debía colocarlo en un lugar seguro.

Pero entonces las raíces salieron de la tierra como serpientes.

Pegué un brinco, el agua me hizo resbalar y caí sobre mi brazo derecho. Apreté los dientes con el corazón a punto de salirse de mi pecho y me levanté una vez más, dispuesta a llevarlo sobre mi hombro si era necesario.

Las raíces danzaron sobre él, lo tomaron como prisionero y me incitaron a intentar quitárselo. Fruncí el ceño. Era consciente de lo que ocurría a mi espalda, pero no lo dejaría tirado.

Me lancé sobre él con la intención de pelear contra las raíces por su custodia, pero una fuerza contraria no solo me detuvo, también me lanzó hacia atrás. Sentí el impacto, como si me empujaran lejos.

Casi perdí el equilibrio pero conseguí mantenerme de pie. Las raíces lo aprisionaron más, parecía que se lo querían llevar a las profundidades de la tierra como rehén.

Fui una vez más por él, pero de nuevo alguien me empujó. Sentí con claridad sus manos sobre mis hombros, obligándome a retroceder.

Andrew.

No dije nada, solo me quedé de pie con el odio en mis ojos y mi cuerpo entero palpitando de adrenalina.

Oí una explosión, vi la luz violeta y luego el grito de mi amiga taladró mis oídos como una bala.

El trueno llegó, junto con su relámpago. Eso me aferró el alma a mi piel. El susto se me quedó en la garganta, los ojos me dolieron. Me giré, pero la lluvia no me dejaba ver lo que ocurría con ellos. Regresé mi atención a Kirok, su cuerpo estaba cubierto por raíces excepto por su cabeza.

No supe qué hacer, no sabía a quién abandonar ni cómo seguir con el plan. Mi corazón se aceleró todavía más, quería desmayarme solo para tener un segundo de paz.

Sentí sus dedos en mi espalda entonces, danzando para crear una frase que yo fuera capaz de interpretar. A pesar de ser invisible sabía cómo comunicarse.

«Pandora. Recuerda por qué estás aquí». Levanté la cabeza, miré a Kirok prisionero de las raíces. No supe si yo estaba llorando o eran gotas de agua, mis ojos me ardían mucho y si aspiraba solo se iría el agua por mi nariz en lugar del aire.

En ese momento me decidí.

—Lo siento... Prometo regresar por ti...

Observé una vez más su rostro golpeado y mojado, sus ojos cerrados y las raíces sobre su cuerpo. Desvié la mirada tan rápido como pude y arranqué a correr antes de arrepentirme.

Mi boca sabía amarga, mi cabeza palpitaba al mismo ritmo de mi corazón. Aparté cualquier pensamiento sobre Kirok. Andrew tenía razón, debía enfocarme en lo que debía hacer y luego me preocuparía por mi familiar. Confiaba en que estaría bien, en que sin importar la gravedad de sus heridas nada lo mataría. Podía sentir su vida a través de nuestro vinculo, eso me daba fe.

Corrí en dirección de dónde provino el grito de Sara con una velocidad divina y creando plataformas para evitar los huecos en el piso, me guie por las luces violetas que alcanzaba a ver bajo la lluvia. Pasé corriendo tan rápido que cuando pasé por el lado de Cailye casi ni la vi.

Estaba acurrucada en el suelo, con la cabeza oculta entre las rodillas recogidas y apretando su arco con toda su fuerza, como si eso la atara a la cordura.

—¿Cailye?

Un relámpago apareció, el sonido del trueno no se hizo esperar. Llovió con más fuerza, las gotas ahora se volvieron dolorosas. Muy grandes, lastimaban como piedras.

Estiré mi brazo hacia ella creyendo que no me oyó cuando la llamé. No sentía la cercanía de Pandora, llevaba un rato sin saber su paradero, pero a juzgar por aquella tormenta propia de Evan intuí que él sí sabía en dónde estaba.

La sombra que proporcionaba la roca gigante a la que se recostaba no la cubría del brillo azul que apareció en el ambiente, solo enfatizó el miedo que empañaba su cuerpo.

Tuve un mal presentimiento mientras me le acercaba, pero el afán del momento no me permitió analizar la atmosfera.

—¿Cailye...?

Cuando mis dedos rozaron su piel ella levantó la cabeza oculta entre sus rodillas, pero lo que vi me obligó a retroceder. Sus ojos eran completamente negros, no había iris en ellos, tan oscuros como los de los demonios...

Su cuerpo temblaba, lloraba lágrimas negras mientras giraba la cabeza de un lado a otro. No sentí el suelo bajo mis pies, el mundo entero se me fue.

—Es... una pesadilla... —murmuró mi amiga. No me miró directamente, seguía moviendo su cabeza de un lado a otro con desesperación—. Tengo tanto miedo... Haz algo, Ailyn... Te lo suplico... sácame de aquí...

Moví mi mano frente ella pero no me siguió, no me miró. Ahí me di cuenta de que no solo tenía los ojos negros como un abismo, además de eso no podía ver. Sentí una inmensa bola en la garganta, supe que la desesperación se quería apoderar también de mí.

Me mordí la lengua tan fuerte como pude, obligándome a tranquilizarme. Tomé aire, evité pensar en un hipotético futuro para Cailye, evité lamentarme por algo que no era definitivo.

—Todo estará bien, Cailye. Te juro que haré que todo esté bien de nuevo. —Ella no podía ver mi expresión en ese momento, pero esperaba que mi tono reflejara toda la determinación que se me escapaba por los poros—. Quédate aquí por ahora, cuando oigas mi voz repite el conjuro.

Por un rato ella solo tembló, hasta que sostuvo con fuerza sus hombros y se obligó a asentir aun entre lágrimas.

Me enderecé con un nudo en la garganta, me obligué a no mirar atrás mientras me alejaba a toda prisa de ella, siguiendo el sonido de los gritos y quejidos de Sara. Evadía la idea de que a ella también la abandoné, igual que a Kirok, pero si me tardaba más tiempo entonces todo habría dio en vano. La lluvia me golpeaba tan fuerte que dolía sobre mi piel, las gotas se me resbalaban por las pestañas dificultándome la visibilidad.

Corrí, me moví a través del barro a punto de caerme varias veces, hasta que me topé de frente con ellos. Hubo un rayo, luego otro grito, todo mientras el corazón se me encogía por el escenario que encontré.

Era un desastre, pero lo primero que captó mi atención fue ella. Pandora se encontraba justo ahí, a pocos metros de mí, con el cabello y el vestido completamente secos a pesar del diluvio sobre nosotros. Pero no solo ella, también mis amigos. Evan se encontraba a su espalda con varios metros de distancia, Daymon frente a ella casi a la misma distancia. Ambos empuñaban sus Armas Divinas y jadeaban del cansancio, estaban golpeados y con varios cortes, exhaustos, muy opuestos al aspecto pulcro de la primera mujer.

Di un paso hacia ellos, segura de lo que hacía. Pero el grito ahogado que alcanzó mis oídos en ese momento me petrificó. Sentí un escalofrío en el momento en el que giré mi cabeza en su búsqueda.

Vi su brazo, su cabeza, su mueca de dolor y la sangre que brotaba de su cuerpo, o de lo que era visible desde su posición. Las rocas la aprisionaban en la tierra, se movían y crecían sobre ella, enterrándola viva, lastimando cada parte que tocaban. Gimió de nuevo, su boca se abrió para gritar pero no salió nada. Con su única mano libre intentaba escavar para salir, pero solo obtenía lodo y agua de su parte, en lugar de salir las rocas la enterraban más y más.

Me moví hacia ella, ignoré el intento de mis amigos por enfrentar a Pandora, ignoré el hecho de que no sabía en dónde estaba Logan o siquiera si seguía vivo. Vi a Sara siendo consumida por el lodo y las rocas que crecían sobre ella, y solo corrí con el corazón en la boca.

Ella me vio, o eso creí, no supe de qué forma registró mi imagen, estaba demasiado ocupada quejándose del dolor y batallando por moverse como para reparar en mí. Así de insoportable era su sufrimiento.

Pero antes de que pudiera alcanzarla o lanzara un conjuro para intentar contrarrestar el efecto de Pandora, un muro apareció de la nada entre nosotras. Alto y ancho, semitransparente. No lo vi a tiempo, pero de igual forma a duras penas sentí el golpe en mi nariz. No podía dejar de mirar a Sara en problemas, sin la fuerza necesaria ni siquiera para gritar.

—Tardas mucho en llegar, ¿alguien te dijo lo impuntual de tu naturaleza? —La voz de Pandora se escuchó cerca, casi sobre mi oído, pero no me quise girar—. Tus amigos son admirables, pero tienen el mismo problema que tú. Un mísero cuerpo frágil como las alas de una mariposa.

Fruncí el ceño, seguí sin querer verla la cara. No sabía si me sentía enojada, preocupada o desesperada; tal vez sentía todo al mismo tiempo.

No lo pensé dos veces para blandir mi espada, ni siquiera me gravé el momento en el que la hoja de mi Arma Divina atravesó el muro que Pandora levantó. Dolieron mis dedos, me torcí una muñeca de la fuerza que apliqué. Oí el sonido del cristal, luego se deshizo como acido, dejándome el camino libre.

—Lo pensaría mejor si ir en esa dirección es lo que deseas.

Apenas alcancé a dar un paso hacia Sara cuando otro grito vino de mi espalda.

—¡Evan! —Daymon fue el que gritó.

La lluvia se detuvo de golpe, literalmente se quedó suspendida en el aire como si la hubieran pausado en pleno caer. Las gotas no se movieron, el tiempo se detuvo para la tormenta. Cada rayo y cada gota, suspendida en el ambiente. Incluso el viento dejó de moverse.

Me giré en ese momento, recordando de golpe que Sara no era mi única amiga en apuros, que había más personas que ocupaban ese lugar en mi corazón. Que Pandora tenía muchos blancos que elegir.

Me topé de frente con su rostro, muy cerca del mío. Sonreía con inocencia, sin una gota encima, perfectamente impecable desde que llegó a la preparatoria.

Extendía un brazo hacia arriba, diagonal a su cuerpo, pero sin dejar de observar mi reacción. Al seguir la dirección de su brazo lo vi, vi a mi amigo colgando de la nada muchos metros lejos del piso, moviendo sus piernas en el aire y luchando contra una fuerza invisible que aprisionaba su cuello. Sus ojos permanecían encendidos en un vivo azul que jamás vi en ellos mientras observaba a Pandora, mientras su enojado rostro nos miraba a las dos.

Me quedé pasmada, preocupada, confundida y aterrada. Observé a Evan falto de aire, a Sara siendo consumida por la tierra, entendí que mis amigos estaban en sus manos, que yo estaba en sus manos.

Por la periferia vi a Daymon moverse. Unas luces eléctricas se encendieron en sus pies y recorrieron sus brazos, sus ojos también se encendieron en un naranja vivo. Estaba a punto de correr hacia Evan, pero entonces Pandora abrí la boca.

—Puedo hacer que se hunda más rápido —dijo en tono casual—. Y créeme que más te tardarás en llegar a él que yo en matarlos a los tres. —No movió la cabeza pero sí los ojos. Se enfocó en Evan primero, quien a pesar de la falta de oxígeno seguía peleando y el azul de sus ojos no se apagaba—. Tú eres un desperdicio, tus temores te retienen. Es un castigo solo si dejas que te atormente, ¿lo sabías? Tiene sus ventajas tener una memoria tan...

Pero no pudo terminar de hablar. El suelo se movió un poco, las gotas de agua suspendidas en el aire comenzaron explotar una por una como si se tratara de mini globos de agua. Los relámpagos cayeron, los truenos se oyeron, y la mirada que surcó los ojos de mi amigo ni siquiera yo la reconocí.

—Pero qué genio —se burló ella con total despreocupación—. No importa, de todas formas se sabrá en algún momento. Y tú —miró al otro lado sobre su hombro, a Daymon aun con el brillo de su magia rodeando su cuerpo, esperando el momento de avanzar—, eres patético. Sí sabes que ese sello en tu brazo no durará para siempre, ¿verdad? Eres un cobarde, un inútil. Así que no pienses siquiera en intentar moverte de ahí, porque ¿qué crees? Sé cómo quitar esas cosas.

Estaba muy lejos para comprobar su reacción, pero podría jurar que el terror recorrió el rostro de Daymon como una serpiente. Su brillo se apagó, se quedó muy quieto, como un rehén que solo obedecía órdenes. Observó a Sara con una mueca en sus labios, luego a mí con impotencia y dolor.

—Lo cierto es, Luciérnaga, que no esperaba que eso te lastimara —continuó ella, ahora hablándome a mí—. Pero es un truco que aprendí de Hades y siempre funciona. Ese familiar tuyo, que por cierto es un fraude, era como una molesta pulga cerca de ti. Le afecta de diferente forma las desgracias, después de todo su naturaleza se asemeja, por eso es tan molesto. Pero no te preocupes, sigue vivo, igual que todos tus amigos. Pero, ¿qué crees? Esta velada ya me está comenzando a irritar. Vine por algo, no me iré de aquí sin ella y, llegado a este punto no tengo más opción que acabar con tu vida con mis propias manos. Prometo que ahora podrás sentir cada palmo desprenderse de ti, tu oportunidad de no sentir dolor se ha ido junto con mi paciencia. Pero lo haré rápido para ti y menos tortuoso con tus amigos.

Lo primero que se me cruzó por la cabeza fue moverme, evitar que me pusiera su mano encima. Quise huir, alejarme de ella todo lo que pudiera y conservar la Luz de la Esperanza a salvo. No quería volver a sentir lo que sentí cuando casi me la arrebató, no creía que pudiera soportar ese dolor de nuevo.

Apreté el mango de mi espada, alcancé a flexionar una rodilla. Pero oí el gemido de Sara, su dolor. Las gotas de lluvia cayeron de repente al mismo tiempo, marcando el fin de esa tormenta; Evan ya no podía respirar debido a la presión del poder de esa mujer sobre él, incluso dejó de mover las piernas.

Me dolía el corazón, a lo mejor por tantos golpes que se dio contra mi pecho. Para ese momento la descarga de adrenalina en mi sangre se volvió normal.

—Deja libres a mis amigos y te la entregaré, lo prometo —solté. No supe exactamente en qué tono fue, ni siquiera qué tan ciertas fueron esas palabras. Pero ahí, viendo a mis amigos al filo de sus vidas, me daba más terror que ellos murieran a que ella me quitara la esperanza—. Solo... déjalos...

Entrecerró los ojos y corrió un mechón de cabello tras la oreja. Pandora me sonrió.

—Me niego. No necesito que me la des, mucho menos soltaré a ese par para que tú voluntariamente rompas tu alma. Ni siquiera necesito ambas manos, solo debo alcanzar una parte para tomarla toda. Lo siento, Luciérnaga, pero te dije que tu oportunidad se fue.

Levantó su mano hacia mí, la vi acercarse a mi pecho en apenas un segundo. Quise cerrar los ojos, gritar o soltarme a llorar. Pero el sonido de ruptura interrumpió el momento, el suelo se calentó, la temperatura del ambiente subió de forma tan súbita que se robó nuestra atención.

El brillo que salió del suelo cuando se resquebrajó fue suficiente para iluminar de forma espectral la escena, el calor proveniente de su interior me indicó de lo que se trataba antes de ver la lava. El líquido se esbozó por las grietas con rapidez, inundando el lugar, pero sin llegar a tocarme.

Luego lo vi a él. Caminaba hacia nosotras, un pie frente al otro con imposición y fuerza, cada uno de sus pasos marcó la tierra que pisaba, dejando la lava bajo su suela. Sabía que era grande, alto, pero justo en ese momento se veía como una montaña. Sus ojos, encendidos en un ferviente naranja, resaltaban en la oscuridad como si se tratara de un vengador perdido en la tierra.

Daymon, que hasta hacía unos segundos respondió a la amenaza de Pandora, se convirtió en otra persona.

Había locura en su mirada, una mezcla peligrosa de ira y desesperanza. Nunca lo había visto así, incluso su lustrosa sonrisa había desparecido de su rostro, reemplazándola por una fina línea. Me asustó por un momento, su postura y su mirada, el brillo que desprendía su cuerpo me erizaron los vellos de mi cuerpo. Era irreconocible, otra persona por completo.

—Suéltalos —exigió. Su todo sonó alto, profundo, resonante en todo el lugar.

Pero Pandora no hizo otra cosa más que ladear la cabeza y seguir sonriendo. Noté que le echó una ojeada a la marca en el brazo de Daymon y luego lo miró a la cara.

Consideré correr hacia Sara y saltar hacia Evan en ese breve momento, aprovechar que la atención de aquella mujer recayó en mi amigo. Pero las rocas en pico que brotaron de la tierra en un abrir y cerrar de ojos me bloqueó todos mis planes. El sonido que hicieron al romper el suelo para emerger a la superficie me atrapó, su gran tamaño superaba los tres metros de altura. Pero lo peor fue que aparecieron con dirección, trazando un camino directo hacia Daymon. Oí cada ruptura, el suelo tembló acorde a la cantidad de rocas que emergieron de la tierra.

Vi cómo todas ellas se dirigían a su encuentro pero él ni siquiera se inmutó ante su amenaza. Pero en especial me fijé en que Pandora tenía los ojos fijos sobre Daymon, necesitaba verlo para guiar a las rocas hacia él.

Todo se quedó en silencio un segundo, incluso mi voz interior se calló. Sentí cómo se movieron mis brazos sin pedir permiso, ni siquiera procesé por completo lo que hacía hasta que me vi sosteniendo la daga de Astra en mis manos, justo sobre mi pecho.

Me di cuenta de la forma en la que el tiempo trascurrió más lento, en cómo Pandora se volvió hacia mí en el instante en el que me vio moverme. Sus ojos fríos se fijaron en mí con una mirada curiosa y la cabeza ladeada. Los picos no dejaron de salir, mis amigos no salieron del peligro. Pero aun así me aferré a eso, a la única forma que tenía de distraer a Pandora.

Sí. Me repetí a mí misma que mi única tarea era distraerla, que si fracasaba el plan de Andrew se iría a la basura junto con nuestras vidas.

La desafié, la miré con toda la determinación que pude en medio de mi entrecortada respiración y un corazón que me abandonó hacía horas.

—No podrías —dijo ella en un todo casual y tranquilo, ignorando la lava y el fuego, las rocas y los sonidos que se generaban a su espalda. Me di cuenta que no necesitaba ver a Daymon para atacarlo, un hecho que me inquietó bastante—. ¿Lo olvidas? Te conozco. No serías capaz de abandonar a tu familia ni a tus amigos, mucho menos en esta situación. Deja de jugar, luciérnaga, no sirve de nada.

Fruncí el ceño. Mis piernas temblaron y un cosquilleo recorrió mi estómago. Usé magia entonces, sujeté con fuerza el mango de la daga y mis manos se iluminaron de un tenue blanco a juego con el color de la hoja de la daga, una hoja cristalina que la hacía lucir más como un utensilio de cocina que como el arma que casi se llevó a Andrew.

Era irónico, lo reconocía, y quería que ella notara el mismo chiste.

Hice más presión hacia mí, hundí la punta de la daga en mi pecho con toda la intención de hacerlo. Debía creerlo para que ella lo hiciera, debía estar dispuesta a que fuera cierto para que Pandora lo considerara una posibilidad.

—Suelta a mis amigos o tendrás que esperar a mi próxima reencarnación, si es que reencarno, para obtener la Luz de la Esperanza.

Ella sonrió.

—Puedo tomarla de tu cuerpo agonizante. Si reunirte con tu amante es lo que deseas, no tengo inconveniente en que tú misma cortes el hilo de tu vida.

Apreté tanto la daga que mi mano se encalambró. Lo vi en sus ojos, en la forma que tenía de mirarme. Entendí que no importaba lo que le dijera, cómo la mirara o lo decidida que me mostrara. Ella no me creería. Sabía también que a ese paso Andrew nunca podría hacer su parte, que si yo no le daba la brecha él solo podría ser otro espectador más.

Pero no podía pensar con claridad. El sudor se me entraba a los ojos y me impedía la visión, mi agotado cuerpo se vendría al suelo en cualquier momento. Mi corazón no tenía tanta resistencia, mis amigos no tenían tanto tiempo.

Estaba a punto de bajar la daga cuando la explosión de luz verde a lo lejos interrumpió el momento. El suelo se estremeció, la luz verde inundó la estancia como una mega estrella naciente, el aire se puso más pesado, mis oídos se quedaron sordos por un momento.

No vi nada más que la luz. Me pareció notar la exclamación en el rostro de Pandora y su auténtica rabia. Estaba enojada, no conmigo, sino con el responsable de ese despliegue de energía divina.

Las rocas en pico se desintegraron, la lava se alzó del suelo presa por una nueva gravedad, danzando en el aire como gotas de agua suspendidas en el cielo. El agua que quedaba se evaporó, múltiples relámpagos cayeron al mismo tiempo en la tierra, haciéndola estremecer.

Una fuerza quiso tirar de mí hacia atrás, pero anclé mis pies a mi lugar y me negué a salir volando otra vez.

Perdí de vista a Sara. Cuando me fijé ya no existía el conjunto de rocas que la aprisionaban. Tampoco vi a Evan suspendido en el aire, la luz verde lo cubría todo y lo ocultaba de mis ojos. Daymon fue otro que desapareció. Ninguno de mis amigos estaba a la vista, me sentí sola, abandonada, pero al mismo tiempo sentí que podría moverme sin que ellos corrieran peligro.

Pandora se giró hacia la luz, hizo una mueca de asco y se volvió hacia mí en cuanto percibió lo mismo que yo: el control que ejercía sobre mis amigos había desaparecido. El tono verde del ambiente contrastó con sus tonos rojos, haciéndola lucir como una bruja. Cuando se enfocó de nuevo en mí supe que mis segundos estaban contados, cuando vi en sus ojos mi muerte, mi cuerpo en sus manos, entendí que en verdad se había cansado de rodeos. Respiraba oxigeno prestado, mi alma ya ni siquiera me pertenecía.

Por un segundo lo vi tan claro que decir que me asusté quedaría corto. Había estado cerca de la muerte muchas veces, más de las que recordaba, pero solo ahí, frente a ella, suspendida en un segundo perpetuo, me enfrenté a esa realidad, en verdad lo sentía cerca, palpable. Me di cuenta de que en ocasiones anteriores no creía realmente que sería el fin de mi vida, en cambio ahí, atrapada en ese bucle, la posibilidad fue tan real que no supe cómo sentirme.

Me pregunté lo que sentiría, me preocupé por todas las personas que dejaba atrás, me lamenté de las palabras que dije y de aquellas que siempre callé. Me aferré a la idea de vivir, a un hilo de esperanza, mientras sentía que con el solo parpadear ya no volvería a abrir los ojos nunca más.

No pude gritar, no me pude mover, el alma ya no me llegaba todo el cuerpo. No entendía cómo seguía consiente.

Fue en ese momento que vi su figura en la luz verde, cuando sus ojos al tono par del brillo se fijaron en mí a lo lejos, como si me gritara desde la distancia que si no era en ese momento no lo sería nunca.

Solo me bastó ver a Logan, interviniendo por fin, para saber que mis amigos estaban ahí aunque no pudiera verlos, que solo necesitaban un empujón.

Levanté la mano tan rápido como pude. Vi sombras negras salir de la espalda de Pandora como tentáculos, la realidad se distorsionó a su alrededor. Sus ojos se clavaron en mi como puñales, supe que no podría mover más mi cuerpo, supe que solo era cuestión de tiempo para que el suelo en caos me recibiera.

—¡La sabiduría de los dioses! —No supe si lo dije en voz alta, lo susurré, o solo alcancé a pensarlo.

Y luego mi mundo se redujo.

—¡La fuerza de la guerra!

—¡La inteligencia de los viajeros!

—¡La persuasión de la belleza!

—¡La paciencia de los mares!

—El instinto de la caza.

Sus voces llegaron de todas las direcciones más allá de la luz verde que nos cubría, pero a pesar de eso se oyó fuerte y claro, como si estuvieran a mi lado.

El viento cambió de dirección, pude sentir en mi cuerpo la magia subir de la punta de mis pies hasta mi mano extendida. Lo sentí de verdad, con todo el deseo de mi corazón de remediar el error, de quitarle algo que ella nunca debió poseer. Era la única forma, debía querer hacerlo para conseguir nuestro objetivo.

Tenues luces se encendieron en la cúpula del coliseo, cubierto por la luz verde, los truenos y la lava flotante. Como partículas de polvo que se dirigieron a Pandora y la rodearon. Como mariposas, como destellos de justicia.

No sentí mis piernas, no sentía mis brazos, solo podía sentir el poder suave y consolador que salía de mi cuerpo. No fue agresivo, no fue un ataque, fue un designio, un veredicto.

Pude notar la genuina expresión de sorpresa que se apoderó de su rostro, sus ojos se abrieron y su boca se redujo, todo su rostro se contrajo mientras su cabello cubría sus mejillas y su cuerpo era rodeado por las partículas de colores. Su vestido se ensució por primera vez, la lava alcanzó a quemar parte de su piel expuesta y de paso la mía. Pero yo ni siquiera sentí el dolor de la quemadura.

Cayó agua entonces, una nueva tormenta. La oscuridad de las nubes se mesclaron con la luz verde que persistía, los relámpagos iluminaban la mitad de su rostro a la par con el mío. Y ahora las gotas de agua convivían con la lava en capsulas que flotaba en el caos. El edifico entero se estremeció, alcancé a oír el colapso de la estructura a pesar de los sonidos de tormenta que opacaban cualquier sollozo que pudo haber quedado en el aire.

Pude sentirlo, sentir cómo mis amigos se esforzaban, cómo jalaron con todas sus fuerzas y cómo se resistían a soltar. Llegué a pensar que tal vez, con un poco más de práctica, en verdad sería posible quitarle los dones divinos y regresarla a la arcilla.

Pero ese no era nuestro plan en ese momento.

Cuando su estupor pasó frunció el entrecejo y clavó sus ojos en mí, una mueca se escapó de sus labios, y supe de una forma tan inminente que lo que pensara hacer nos dejaría fuera del juego que me aferré a ese momento, a esa oportunidad, con toda mi alma.

Me esforcé, quemé cada gota de energía que me quedaba, cada pisca de conciencia. Lo di todo, mis amigos dieron todo, un esfuerzo enorme por revertir un conjuro antiguo que nuestros predecesores decretaron.

Entreabrió la boca para hablar, pero al mismo tiempo yo usé más poder. Intenté gritar pero mi cuerpo estaba inmóvil, congelado por una fuerza invisible. Algo dentro de mí dolió, algo en mi interior se quemó. Mis ojos ardieron, quemaron, sentí cómo se iluminaron debido a la cantidad de magia que liberaba.

Ella se quedó quieta, las sombras a su espalda perdieron oscuridad. Lo sabía, Pandora era consciente de que esta vez era en serio, que al contrario de la primera vez que lo intentábamos ahora nos aferramos a esa posibilidad como si fuera la última, como si fuera la última línea de defensa. No importaba si quemábamos nuestros cuerpos o nuestras almas, todos sabíamos que si ella salía intacta el futuro dejaría de existir.

No lo permitiríamos. Aunque nos costara la vida, aunque se llevara nuestras almas, no dejaríamos que Pandora pasara de ahí.

Se llevó una mano al pecho, algo le dolía. Estaba enojada, podía ver la ira creciendo como un incendio en lo profundo de sus oscuros ojos. Me miró a los ojos una última vez antes de extender los brazos al frente.

Fue en ese momento que la vi, que se materializó como si se tratara de una ilusión. Una caja pequeña pero más grande que sus manos nació en el aire, en la nada, justo frente a su pecho. Era rojiza con detalles en oro, una cerradura a frente era su única protección, una con forma de manzana y ramificaciones idénticas a las raíces de los árboles. Era preciosa y pequeña, una reliquia.

Me pregunté cuáles serían sus efectos directos. Ella no necesitaba tener la caja en sus manos para controlar las desgracias, el que la sacara era nuevo.

Pero era justo lo que quería. El resto dependía de Andrew.

Me estaba ahogando. No podía respirar, ya no oía mi corazón. Mi cabeza iba a explotar, mis ojos se saldrían de sus cuencas. Todo en mí dolió, pero la marca más que otra cosa fue lo que más ardió, lo que gritó con mi voz en la misma sintonía. Rasgué mi garganta cuando por fin pude gritar con más energía. Lloré. Sentí lagrimas calientes quemando mis mejillas, espesas como la sangre.

Vi la caja abrirse, vi sombras tenebrosa danza en su interior. Su sonrisa antes inocente se tornó perversa, como si diera rienda suelta a un instinto dormido, a una sed de sangre antinatural...

Pero no llegó a usarla.

Un destello dorado pasó cerca de Pandora, un brillo divino que se superpuso a la oscuridad y al verde espectral. Ella parpadeó, desubicada, yo abrí los ojos tanto como pude, expectante y con el corazón en la punta de la lengua.

Y en un abrir y cerrar de ojos la caja que flotaba entre sus manos ahora reposaba en otra parte.

El casco cayó, al parecer algo lo golpeó con tanta fuerza que Andrew se preocupó por la caja en lugar del caso. Rodó por el suelo, como una lata que caía en el peor momento. Ambas lo miramos, las dos por un segundo contemplamos a Andrew con la caja de Pandora entre sus manos.

Estaba muy herido, pequeños cortes en especial, y le daba la espalda a Pandora de forma que yo le vi el frente. La mujer se quedó en shock, en un estado tan de estupor que no daba crédito a lo que veía. Y yo tampoco.

Andrew sostuvo la caja con ambas manos, ajeno al caos que se alzaba sobre su cabeza y sobre mi corazón. Contempló la caja por un segundo tan largo que llegué a pesar que su poder lo había consumido, que su alma había sido consumida por las desgracias. Pero no podía ayudarlo, no podía moverme y estaba segura que no tendría energía para poner un pie frente al otro aunque pudiera.

Se aferró a la caja con las uñas, Pandora se movió aun con el dolor y la incomodidad del hechizo encima. Intenté advertirle; nada salió de mi boca.

Pero él fue más rápido. Una luz dorada nació entre sus manos, sobre la caja, rodeando todo su cuerpo. La luz divina, semejante a la de Zeus. Contuve el aliento, Pandora saltó hacia él con los ojos abiertos como platos, asustada de verdad por primera vez.

Cerró los ojos, relajó los hombros, parecía a punto de meditar. No sacó su Arma Divina, no se movió de su sitio. Se aisló del caos y de la furia de Pandora y se concentró en lo que estaba haciendo. Noté la forma en la que aspiró... y luego la magia solo se manifestó.

Su cuerpo entero se encendió, símbolos que nunca había visto aparecieron sobre la caja a una distancia prudente, y las cadenas. Hilos de caneas de oro nacieron de Andrew, se extendieron por todo el terreno, suspendidas en el aire como todo lo demás, danzando como si en lugar de cadenas fueran cintas de tela. Acariciaron mi mejilla en un momento atemporal, todo se detuvo salvo las cadenas, incluso Pandora en pleno movimiento hacia Andrew. Danzaron y exploraron, como si tuvieran vida propia y acabaran de nacer.

Andrew no abrió los ojos en ningún momento, pero tampoco dejó de fruncir el ceño y de sudar. Noté su respiración acelerada, cómo temblaron sus brazos un par de veces. Pero aun así no flaqueó, llevó el conjuro hasta el final.

Cuando el tiempo volvió a moverse las cadenas se contrajeron hacia la caja, como si las arrastraran de repente a su punto de origen. Dieron vueltas alrededor de la caja tan rápido que solo vi borrones. Andrew movió sus labios pero no oí lo que dijo ni comprendí su movimiento. En respuesta dejaron de moverse de golpe, rodearon el cofre como un tesoro y se ajustaron sin dejar espacio para aperturas. Una cerradura completó el sello, una cerradura con forma de sol justo sobre la cerradura con forma de manzana.

El grito llegó un segundo después. Fue tan alto y tan desgarrador que rompió mis oídos. Agradecí el silencio a pesar de sentir las vibraciones en mi piel, a pesar de sentir los hilos de sangre que recorrieron mis mejillas provenientes de mis oídos.

Pandora se dejó caer al suelo, acurrucada sobre sus propias rodillas y llorando lágrimas de sangre, vi que gritaba, que todo se movía en respuesta, pero no pude oírla. Se apretó el pecho, le dolía el corazón, y miraba a Andrew como si estuviera viendo a Hades en persona luego de asesinarlo. No cabía el odio en sus ojos, no había espacio para otra cosa que no fuera tristeza e impotencia. Contemplé cómo se sumergía en la desesperación, cómo le arrancaban un pedazo de su corazón justo frente a sus ojos sin ella poder intervenir. Igual que la primera vez que abrió la caja y fue castigada.

La vi derrumbarse, cómo se cayó su traje de todopoderosa e invencibilidad, cómo con un gesto tan pequeño como el quitarle su caja y sellarla podía hacer que se rompiera a pedazos. Se veía vulnerable y pequeña, demasiado humana, demasiado rota.

Andrew abrió los ojos para mirarla, y cuando lo hizo noté que éstos no se encendían como en los demás, los de él tenían un pequeño sol en el iris, un dibujo dorado que los hacía resaltar, diminuto pero característico. La mirada serena y determinada que le dedicó a la mujer la destrozó todavía más, mientras en sus manos aun reposaba la caja de todos los males, ahora con un nuevo sello, lejos de la primera mujer.

«Tal vez aun no has perdido lo suficiente.»

Quise sonreír en ese instante eterno. El saber que le habíamos quitado algo cuando ella quería quitarme todo me provocó una satisfacción tan efímera que cuando el cielo se vino abajo casi no me cuenta.

Quise sonreír en ese instante eterno. El saber que le habíamos quitado algo cuando ella quería quitarme todo me provocó una satisfacción tan efímera que cuando el cielo se vino abajo casi no me cuenta.

El techo se hizo pedazos sobre nosotros, el bosque se desintegró como si cada árbol de los escasos que aún quedaban en pie fueran solo rocas que se derrumbaban. La lava cayó por gravedad, la tormenta se hizo más intensa y un viento salvaje lo sacudió todo.

Un charco negro como el petróleo nació bajo Pandora, su vestido rojo se tiñó de negro como si absorbiera el líquido grasoso y el dije de manzana que colgaba sobre su frente se rompió, sus lágrimas de sangre también se tornaron negras mientras miraba a Andrew. El charco creció y creció hasta encerarla en un círculo. Vi que movió los labios, algo le dijo a Andrew, pero el silencio se apoderó tanto de mis dañados oídos que aún no podía oír con claridad.

Mi magia se terminó, lo que fuera que intentara quitarle a Pandora se quedó con ella. La conexión, el hilo con el que halábamos los dones, se rompió. No sentí mi cuerpo, no sentí mi magia, incluso la magia de mis amigos se esfumó. La luz verde de Logan se apagó como una vela ante el viento, dejando solo oscuridad.

Y luego el caos cayó sobre nosotros.

Algo succionó a Pandora, un hoyo negro que creció en el charco la arrastró a otro lugar. No dejó nada tras de sí además de su preciosa caja.

Pero ese mismo hoyo negro se tragó lo demás. Los bloques que conformaban la escuela, todo ese concreto, se fue directo a la oscuridad del abismo. Se tragó el viento, se llevó la lluvia y los truenos, se llevó cada roca y cada gota de sangre derramada.

Vi el cielo nocturno, las estrellas, y también las casas cercanas a la escuela que se vieron arrastradas por el conflicto. El hoyo siguió creciendo, las inmensas rocas pasaron tan cerca de mí que en más de una ocasión casi me llevaron con ellas en su recorrido al olvido.

Se llevó la luz, se llevó la oscuridad, se llevó todo a su paso.

Intenté usar la Luz de la Esperanza para proteger a mis amigos en donde estuvieran, sabía que perdieron la conciencia, así se sintió cuando su magia despareció. Estaban indefensos, a merced del monstruo que quería arrastrar todo a la oscuridad.

Pero no salió nada de mí, ni siquiera un gemido. Ni siquiera me di cuenta en qué momento había quedado en el suelo, pero ahí estaba, tendida sobre la poca superficie que quedaba, como un trapo sin voluntad, como un cadáver.

Me quedé sorda, no podía mover ni siquiera mis parpados. La oscuridad y el súbito exceso de gravedad me marearon, se llevaron mi mundo entero. Ni siquiera vi a Andrew, todo era demasiado oscuro y yo estaba más inconsciente que alerta.

Lo vi a él entonces, a Evan, parado entre mi cuerpo inerte y el hoyo negro, con su tridente en lo alto e hilos azules flotando a su alrededor, contrastando la silueta del caos. Se veía como un salvador, o como un sacrificio. No vi diferencia.

Me alegraba saber que al menos él podía moverse. Su cuerpo brillaba con un aura azul, sus labios se movían, ancló su tridente al suelo con tanta fuerza que pude sentir esa vibración en particular.

Por un segundo sentí una paz invasiva, luego vi la luz azul de su magia, y por ultimo todo explotó. Hubo una intensa luz, una inmensa oscuridad, un vacío tan grande como el abismo del Inframundo.

Eso fue lo último que vi, de lo último que fui testigo. Luego de eso toda experiencia sensorial me abandonó.

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