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34. La caja de Pandora

Rise - League of Legends

Arrugué la nota tanto como pude, con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos. Quería destrozarla para que nadie más la leyera, borrar toda evidencia de amenaza, pero una nueva voz me interrumpió.

—¿Qué dice? —Andrew, su voz me arrebató un buen susto—. Lo que tienes en las manos, es una carta, ¿qué dice?

Permanecí en mi lugar sin llamar la atención; tenía la impresión de que en esa habitación no existía la privacidad.

No respondí, no me moví, consideré la posibilidad de prenderle fuego en mis manos aun si eso quemaba mi piel, pero él fue más rápido. No supe en dónde estaba hasta que me arrebató la bola de papel de mis manos, como la cosa más fácil del mundo, como quitarle un dulce a un niño.

Entonces me moví, conjuré una esfera a mi alrededor tan rápido como pude, en busca de verdadera privacidad. El color y el brillo me cubrió, y esperé que también a Andrew. Me aseguré de que no hubiera ninguna apertura, nada que pudiera interrumpirnos ni espiarnos; ya no confiaba ni siquiera en las paredes o el viento.

Pasaron cinco segundos desde que conjuré el campo de protección hasta que Andrew apareció. Se quitó el yelmo como si se tratara del casco de su moto, el movimiento le arrebató la invisibilidad, dejando al descubierto su ropa cubierta de mugre y su cabello despeinado en punta. Para mi sorpresa llevaba el uniforme de los Dioses Guardianes; no supe en qué momento se cambió de ropa, pero ese traje también estaba hecho un desastre.

—Sí sabes que solo quiere provocarte, ¿verdad? —preguntó sin despegar los ojos del papel, pero en vista de mi silencio clavó su oscura y seria mirada en mí—. Por ningún motivo puedes ir sola.

No dije nada, incluso desvié la mirada al suelo para disimular mis sentimientos. El silencio se instauró entre nosotros por un rato, él parecía estar sumido en sus pensamientos y yo perdida en mis emociones. La ira no desparecía ni con ejercicios de respiración, ni siquiera el tenerlo cerca, se sentía como si fuera a consumirme en cualquier momento.

—Nadie ha entrado a la habitación —dijo al cabo de un rato—. Me quedé contigo desde que entraste y te aseguro que ninguna fuerza física o mágica entró en estas ocho horas.

¿Ocho horas? Creí haber dormido mucho más. Aun me sentía cansada, mi energía aún no estaba completa y creía que ejecutar conjuros complicados requeriría algo de esfuerzo extra.

—Entonces estaba aquí antes de que yo entrara a descansar.

Él me sostuvo la mirada pero no me observaba a mí, lo que fuera que pensara pareció molestarlo bastante. Frunció el ceño con enojo y cerró los ojos un momento, como si buscara tranquilidad.

—Sin importar el cómo entró esa carta, no puedes ceder a sus peticiones. Te está amenazando, sabe qué hacer para provocarte.

Me masajeé la cien; sentía un dolor fantasma en la cabeza.

—Pero lo hará, lo sé. Si no voy en verdad lo haría. No tuvo problema con lastimarte a ti, matar a millones de personas no le importará. Está dispuesta a todo por conseguir lo que busca, lo sabes tan bien como yo.

Asintió y se recostó en la barrera, cuando cruzó sus brazos sobre su pecho y desvió la mirada al techo me pareció un gesto suyo tan habitual que sentí una punzada en mi pecho. Extrañaba sus gestos.

—Si vas sola te matará. Sin el Filtro la Luz de la Esperanza es vulnerable. Y, Ailyn, eres explosiva. Ella sabe que reaccionarás muy fácil a sus palabras. Si lo haces le darás la esperanza en bandeja de plata.

Suspiré y me deslicé por la pared de la barrera hasta sentarme con las rodillas recogidas. Comenzaba a hacer frio ahí adentro.

—Lo sé. Es una locura, ¿pero crees que tengo opción? No sé por qué no lo hizo antes pero...

Me callé en cuanto lo noté. Miré a Andrew de golpe y él asintió a lo que yo pensaba.

—O antes no era capaz de amenazar a los dioses con un evento de extinción, o solo hasta ahora se convirtió en una amenaza —concluyó—. O tal vez ambas. Lo cierto es que solo a nosotros nos podría amenazar con algo así, sabes que a Zeus eso no le importa, solo debe comenzar de nuevo. Pero a Atenea sí le importaba, así que también es posible que antes no tuviera ese poder.

—¿Crees que recibe ayuda de alguien? En primer lugar, ¿cómo te conviertes en una deidad primordial en un par de milenios? No tiene sentido.

Guardó silencio de nuevo, pensando en el tema que acabábamos de iniciar. Sabía que no me mencionaría ninguna suposición sin tener certeza o al menos estar casi seguro, así que todas sus teorías al respecto se quedaron en su cabeza.

—¿Crees que en verdad pueda hacerlo? —le pregunté entonces, presa de la angustia.

Negó con la cabeza, serio y con una mirada en otra parte.

—Dudo que siquiera pueda contactar con Atlas, la Bóveda Celestial está fuera del alcance incluso de Nyx. Pero también es posible que esa no sea la única forma de dejarla caer.

Eso no me tranquilizaba. Sabía poco respecto a la generación divina anterior a los olímpicos. Los hechos de la Titanomaquia y cómo terminó eran confusos; lo que sabía sobre Atlas, uno de los titanes castigados por Zeus, no superaba el hecho de saber que sobre sus hombros cargaba el peso de la Bóveda Celestial. No sabía con seguridad lo que pasaría si dejara caerla, pero sí sabía que influiría en los dos mundos por igual.

—Aunque no pueda hacerlo debo ir. Si no es ahora será mañana, sino al día siguiente o la próxima semana. No tendré paz si sé que ella puede estar en cualquier lugar, esperando. —Señalé la hoja en sus manos—. Ni siquiera podré sentirme segura en el Olimpo luego de esto. Tengo suficiente con Zeus, si también debo cuidarme de esa mujer incluso aquí ni siquiera podré volver a dormir.

Me prestó atención de nuevo, me miró con los ojos entrecerrados. Me observó de arriba abajo hasta que desvió la mirada a un lado, conservando su semblante serio. Aunque lucía sumergido en su cabeza, parecía preocupado o alterado, más allá del tema de Pandora.

—Le ordenó a los Guardias de Troya vigilarte, a donde sea que vayas él podrá verte. Desde ahora debes tener cuidado con cada paso que das dentro o fuera del Olimpo. Sea cual fuera la charla que tuvieron, no le agradó; está esperando que te equivoques. —La intensidad de su mirada, la profundidad de sus ojos, le sumó importancia a su advertencia—. Ailyn, no sé qué te dijo, pero él no te quiere aquí.

Me desinflé; eso no me ayudaba. Era algo que intuía, pero confirmarlo solo me reafirmaba la idea de que necesitaba más Algas Hypnos para no volver a dormir.

—¿Averiguaste quién es el infiltrado?

Permaneció inmutable, tanto que por un momento creí que no escuchó la pregunta o decidió ignorarla.

—Hablaremos de eso en otro momento, ahora debemos pensar en lo que haremos con Pandora. Es verdad que en algún momento tendrás que encararla. Además me preocupa lo que pueda hacer ahora. Los humanos nos odian en este momento, si Pandora interfiere más nos obligará a aceptar el método de Zeus.

Recosté mi cabeza en la pared que parecía de cristal, mirando el techo de la barrera redonda. Mi cabeza se sentía pesada, mis ideas cubiertas por un banco de niebla. A pesar de haber dormido estaba agotada.

—Debo ir, no tengo otra opción —suspiré las palabras—. Y si no voy sola ella lo sabrá. Además no tengo idea de cómo detenerla. Es casi una deidad primordial, su única debilidad es su caja y acercarse a ella es imposible. ¿Cómo se supone que derrote a alguien así? Ni siquiera puedo deshacer un conjuro de Zeus, y es solo un dios, pretender estar a la altura de una deidad primordial es impensable.

Releyó la carta, como si buscara una pista que pasó por alto. Al cabo de un par de minutos me preguntó:

—¿A qué lugar se refiere? ¿En dónde te citó?

Lo miré y suspiré, cansada.

—La preparatoria. Ahí apareció la marca, fue ahí donde se selló mi destino.

Asintió.

—Llevo pensando en algo desde que visitamos a Perséfone, puede funcionar pero solo si sigues el plan al pie de la letra sin importar qué suceda. He querido intentarlo desde que conseguí los diarios de Apolo, puede ser una solución aunque sea temporal.

Lo miré con cuidado.

—Sí sabes que la de los planes imposibles y arriesgados soy yo, ¿cierto? Confío en que lo que sea que estés pensado sea algo completamente racional y con altas posibilidades de éxito.

No comentó nada respecto a mis palabras, no hizo ningún gesto, tan solo comenzó a hablar.

Al comienzo lo escuché con atención, consumida por su plan, pero pronto mi expresión se tiñó de horror y al final se transformó en pánico puro. Con cada palabra que salía de su boca, cada paso a seguir, menos creí que era él quien hablaba. Descabellado, un plan por completo demente.

Me levanté de un salto tan de repente que la esfera se sacudió, le planté la mejor expresión que representara mi estado y esperé que fuera suficiente para decirle mi opinión. Pero él no reaccionó, tan solo cerró los ojos con calma como si estuviera esperando esa reacción y solo esperara que la ola pasara.

—¡¿Estás loco?! —exclamé tan fuerte como pude, sin temor alguno de ser escuchada—. ¿Acaso se te zafó un tonillo? Por todos los dioses, Andrew, ¡se supone que eres el racional y realista! Eso ni siquiera es un plan, es una imposibilidad tan alta que solo un milagro podría hacer que funcione. En el remoto e imposible caso de que resulte, será pura suerte. ¡Suerte! ¡¿Quieres depender de la suerte?! ¿Tú? ¡¿Ahora?!

No dijo nada, conservó su postura y sus ojos cerrados.

Caminé de un lado a otro con la tentación de halarme del pelo. Aquello no sonó como algo que Andrew, mi Andrew, propondría. Eso sonaba más como uno de mis planes improvisados que siempre salían mal. Por mucho que argumentara que llevaba tiempo pensando en eso, no podía tragarme que siquiera lo considerara.

—Te golpeaste la cabeza, te enterraste un trozo de espejo o alguien cambió tu cerebro —seguí, bramando y gruñendo fuera de mis casillas. Trataba de asimilar su plan, pero no me pasaba de la garganta—. Es completamente impensable, ni siquiera entiendo cómo llegaste a esa conclusión. Estoy segura que existen muchos ceros antes del número en ese porcentaje de probabilidad. En definitiva se te zafó toda una caja de tornillos.

Respiré hondo varias veces, comenzaba a hiperventilar.

—¿Terminaste?

Gruñí ante su pregunta retórica mientras él abría sus ojos para posarlos en mí. Me le acerqué, suplicante.

—Andrew, te lo suplico, dime que fue un chiste y que ese no es tu verdadero plan. No puede ser que algo tan descabellado salga de tu boca.

Bufó y suspiró al mismo tiempo. Me tomó de mis muñecas, como si eso consiguiera tranquilizarme.

—Yo soy el que se encarga de deducir todo lo que puede salir mal y tú eres la que apuesta por planes imposibles. —Relajó su presión en mis manos y suavizó su mirada—. Dices que confías en mí, te pido que lo hagas ahora también. Sé lo que digo, cree en eso. Cree en mí.

Le sostuve la mirada con el corazón en la boca. Su plan no me daba buena espina, si algo llegaba a salir mal no tendríamos una segunda oportunidad. Me preocupaba lo que Pandora pudiera hacer a consecuencia de eso, en especial con él.

—Sí sabes que para que eso funcione se deben cumplir varias condiciones que de por sí son complicadas, y juntas serán imposibilidades, ¿verdad? Empezando por el supuesto donde sigo con vida luego de verla.

Él asintió.

—Confío en que lo harás. Puede que aún no seas capaz de hacer muchas cosas, es cierto que siempre necesitas ayuda, pero sé mejor que nadie lo que estas dispuesta a hacer por las personas que te aman. —Su mirada se suavizó un poco—. Y si en algún momento necesitas ayuda, estaré a tu lado. No te dejaré caer, Ailyn, no de nuevo.

Eso hubiera sonado más lindo en otro tipo de conversación bajo circunstancias menos catastróficas. Pero oír eso me dio fe. Porque lo sabía, sabía que por muy cerca de la muerte que estuviera él tomaría mi mano.

Solté una larga exhalación.

—¿Se lo dirás a los demás?

Ni siquiera se movió. Vi la duda cruzar por sus ojos un segundo, pero aun así mantuvo su postura.

—No. Necesito que solo tú conozcas los detalles, los demás se darán cuenta en el proceso. Sabrán lo que deban saber.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué?

Guardó silencio unos segundos, midiendo sus palabras. Pero al cabo de un rato entendí que no respondería a mi pregunta y que no me daría detalles, lo entendí con tanta claridad que me preocupó.

—Consideras que es algo que no deba saber. Tienes tus motivos para hacerlo de esa forma pero no me los compartirás. Solo puedo suponer, ¿no es así?

Se enderezó y sostuvo el yelmo con ambas manos, como si me avisara que volvería a usarlo.

—No tiene nada que ver contigo, solo considero que las posibilidades de éxito son más altas de esta forma. Confía en mí incluso en esos aspectos.

No aparté mi mirada de sus ojos por un largo rato, hasta que al final su postura seria y convicción vencieron mi necesidad de explicaciones. Sabía que si se trataba de él todo saldría bien de una u otra forma.

—Confío en ti, Andrew. Y si tú crees que funcionará entonces yo también.

O a esa idea me quería aferrar para hacer semejante locura que estábamos a punto de realizar.

Lo vi inclinarse sobre mí de repente, como si solo se tratara de un impulso. Sentí sus labios sobre la comisura de mi labio, tentadoramente cerca, cálidos y suaves. Una corriente eléctrica me recorrió, yo me quedé quieta mientras me regalaba ese único gesto de cariño.

Cuando se apartó me sentí insatisfecha. Quería más, un beso de verdad, con esa caricia no era suficiente.

—Hay algo que quiero darte cuando todo se calme —susurró—. Debes asegurarte de regresar a salvo. Es algo que te va a gustar, solo te adelantaré eso. Pase lo pase, debemos volver.

Me quedé sin palabras, con la boca entreabierta e hipnotizada por su cercanía. Hubo algo que quise decirle, algo que me daba vueltas en la cabeza, pero no conseguí que nada saliera de mi boca.

Lo único que pude hacer fue asentir, hacerle entender que lo haría, que tenía muchas razones para vivir.

Cuando abandoné el Olimpo ya había amanecido, un sol brillante y vividos colores cálidos teñían el cielo como si todo lo ocurrido la noche previa hubiera sido una alucinación. Pero cuando aterricé en Michigan, a las afueras de mi antigua preparatoria, una noche helada y anormalmente silenciosa se cernía sobre mi cabeza.

El viendo transportaba un frio digno de invierno, el suelo estaba cubierto por una leve capa de nieve escarchada y la oscuridad del cielo anulaba el poco brillo de las farolas públicas.

La preparatoria estaba vacía, sin siquiera su usual guardia nocturno. Se me hizo raro no oír disturbios en la calle y vecindarios vacíos debido a los acontecimientos recientes, pero a lo mejor todo el mundo tenía miedo de salir de sus casas o se aglomeraban más al centro.

Atravesé la reja alta y cerrada que rodeaba el área del lugar de un salto. Me cuidé de no hacer mucho ruido y llamar la atención antes de tiempo, me moví con sigilo y agilidad incluso adentro del edificio; Pandora sabía que iría, pero no quería avisarle que ya había llegado.

Recorrí los antiguos pasillos por los que solía correr todas las mañanas porque la mayor parte de los días llegaba tarde, en completa oscuridad. El día que la marca apreció llegué tarde a clase junto con Sara, casi sonreí al pensar que en ese momento lo único que me preocupaba era pasar mis materias y que mis padres no se enteraran de mi mal desempeño académico.

Cuando llegué a la cafetería me abordaron recuerdos más precisos sobre ese día. Recordaba la sensación que me llevó al suelo, mi miedo al despertar y encontrarme con la marca, y el rostro de Sara preocupado por mí.

Me pareció vernos a Sara, Evan, Andrew y a mí comiendo en una de esas mesas, como cualquier otro grupo de amigos en el receso para almorzar. La imagen de Melanie pasearse por ahí también llegó a mí. Todas esas risas y conversaciones tan triviales ahora las extrañaba, al igual que esos paseos sin sentido en el centro comercial.

La nostalgia me invadió conforme seguía con mi camino. Estaba atenta a las señales de Pandora para saber en dónde se había metido, pero a veces los recuerdos de una vida normal me abrumaban. Quería volver a eso, cuando la mitología se quedaba en Historia y nadie me consideraba un monstruo.

Dejé esos pensamientos atrás; de nada me servía desear un mundo tan lejos de mi alcance.

Me detuve frente a la puerta del gimnasio. Sentía una energía extraña fluir de su interior, no como Pandora pero sí una perturbación en el ambiente. El aire era más pasado, la oscuridad parecía acumularse debajo de la puerta, y un extraño instinto me susurró una advertencia antes de pararme frente a la puerta.

Hubo un tétrico silencio previo a que la puerta se abriera. Contuve el aliento mientras un olor dulzón pero amargo se apoderó del ambiente. Se abrió despacio, con un aire dramático mientras lo hacía, y cuando me dejó contemplar el gimnasio por completo lo primero que vi fueron las hojas.

El lugar estaba repleto de árboles, manzanos, y sus hojas completamente verdes flotaban por todo el lugar. El césped se alzaba en el suelo antes marcado para los deportes y una leve capa de niebla baja se arrastraba a mis pies. Hacía calor a pesar de la humedad; me resultaba difícil distinguir algo además de los árboles en ese bosque artificial lleno de manzanas tan rojas y anormales como la que reposaba en mi cama al despertar.

Parecía un bosque encantado en medio de la noche; si miraba hacia el cielo solo había oscuridad, el techo del gimnasio parecía un cielo nocturno sin rastro de estrellas. El lugar no era muy grande, pero en ese momento se sentía inmenso e interminable, como un laberinto sobrenatural.

Tenía la piel de gallina, el solo sonido de mi respiración me alteraba. Cuanto más me adentraba en ese bosque de manzanos más escalofrío y más adrenalina se descargaba en mi torrente sanguíneo. Traté de caminar con el mayor cuidado posible para no llamar la atención, por mucho que sabía que era imposible que Pandora no advirtiera mi presencia no quería gritar mi ubicación.

—Kai to mílo pou fílise, épese apalá sta pódia tis...*

El susurro de una canción llegó a mis oídos con una delicada briza, fría y aterradora.

No alcancé a procesar las palabras en griego que la componían, solo entendí la palabra «mílo». Manzana. Me giré de repente, en un intento anticipado de descifrar su posición antes que ella me alcanzara.

Pero ella ya estaba ahí, a tan solo un respiro, a tan solo un movimiento Pandora se encontraba justo frente a mí. La vi como una aparición fantasmal en medio de un bosque encantado, igual que en las películas de terror. Su cabello, rojo oscuro igualando el vino, saltaba a la vista en medio de los árboles y a juego con todas esas manzanas. Su largo vestido de corte imperial con cola se arrastraba a su paso, blanco inmaculado como una cama de nubes, sin ensuciarte por la tierra que rozaba. Llevaba varios brazaletes en los antebrazos, plateados, un par de ellos con forma de serpiente, y en su cabeza relucía una sencilla tiara que colgaba sobre su frente. Vi un dije de manzana en ella, demasiado pequeño, tan plateado como el resto de su joyería.

Retrocedí por puro impulso, pero me obligué a frenar al recordar la charla con Andrew. Tragué fuerte en cuanto los ojos oscuros y caóticos de la primera mujer se posaron sobre mí.

Mi cuerpo se hizo más pesado en cuanto me regaló una pequeña sonrisa de saludo, sentí que el bosque entero me engullía cuando sus ojos me recorrieron, cuando vi en ellos todo el caos y la destrucción que cargaba en su interior. Vi su alma, un vistazo tan directo que casi tomó la mía.

Me tragué mi grito, obligué a mi cuerpo a dejar de temblar como un cachorro asustado y le sostuve la mirada aunque eso consumiera mi valor.

La mujer me miró por varios segundos en un silencio escalofriante, soporté cada uno de ellos a la espera de que algo saliera de la nada y me arrastrara al infierno. Pero nada pasó. El ambiente por muy tétrico que pareciera resultó ser muy normal, su belleza gótica parecía diseñada para armonizar con el aspecto angelical de Pandora.

Estiró su brazo para tomar un fruto de un árbol cercano, conservando una distancia prudente entre nosotras, no más de diez metros nos separaban, pero por su abrumadora presencia bien podría estar encima de mí y yo no poder ver la diferencia.

Esperé que hablara, no supe qué creí que diría pero cuando tomó en sus manos una manzana y le prestó toda su atención no supe qué pensar.

—¿Qué sabes de la magia primordial? —Su voz suave recorrió todo el bosque, por un segundo, por una fracción de segundo, su tono inocente me convenció.

Me quedé en mi lugar sin hacer movimientos bruscos, tan solo observándola mientras me tragaba mi terror por su presencia. Me sentía en una caja, en sus manos, el bosque me hacía sentir acorralada.

No le contesté.

Ella miró la manzana por un largo rato más, dándole vueltas en sus manos e inspeccionándola con sus uñas cortas bien cuidadas. Sus uñas no tenían ningún color fuerte, sus dedos solo contaban con un simple anillo. Hasta que tiró la manzana al suelo y en el instante en que abandonó sus manos se pudrió hasta deshacerse por completo.

Se giró hacia mí pero no se acercó, su sonrisa se fue y una expresión seria tomó su lugar.

—Está en todo, ¿sabías? —continuó—. En el aire, en la tierra, en lo tangible e intangible. No hay barrera que pueda detener la energía primordial, fluye como la vida misma. No solo es, también está. Significa que puede estar en ambos mundos al mismo tiempo.

Conservé mi silencio a la espera de su próximo movimiento. De ella me podría esperar hasta el más infame de los trucos. Ella, a su vez, no dejó de mirarme. Fue como si repasara con exactitud las palabras que tendrían más efecto sobre mí.

—Nadie te conoce mejor que yo, Luciérnaga. He estado contigo desde mucho antes de tu nacimiento, te acompaño desde tu primera respiración y estuve contigo en tus primeros pasos. —Un escalofrío recorrió mi espalda, en puro terror, y en respuesta ella tiró su cabeza a un lado, entornando sus ojos en mí—. ¿Nunca se te ocurrió? Un simple vecino, una maestra sustituta, el amigo de tu hermano, el colega de tu madre, o una simple persona con la que te cruzas en la calle. Estuve cerca de ti todo el tiempo.

Un nudo, no supe si de terror o de impresión, se me atascó en la garganta. Se me hizo difícil seguir mirándola a los ojos, me concienticé de verdad de la posición en la que estaba. Estaba ahí, frente a ella, sin ningún medio físico de defensa, en un ambiente creado a su voluntad respondiendo a un llamado que ella me hizo. Me sentí vulnerable y pequeña, como un saco de boxeo sujeto a un hilo por cuerda.

Sin duda ese plan era por lejos una mala idea.

No esperaba un ataque físico, su fuerte eran los ataques mentales. Y algo me decía que se moría de ganas de ejercer esa táctica de nuevo en mí.

Sabía que debía controlarme frente a ella, conservar la compostura y no delatar cuánto me afectaban sus palabras. Pero aun así no pude mantener mi boca cerrada ante su comentario.

—Mientes.

No se me ocurrió otra cosa.

La comisura de su labio se curvó en una sutil sonrisa, como si se alegrara de mi respuesta.

—¿Quieres oír una historia interesante?

Fruncí el ceño.

—No quiero oír nada que venga de ti. Eres más venenosa que las Gorgonas.

Pero ella ignoró mi comentario y siguió hablando, tan sumida en sus palabras que no parecía que me hablara a mí.

«Y la diosa emergida de su cabeza cargaría con un castigo eterno.

Condenada estaba a sufrir en alma la ausencia de su amado,

mientras él vagaba por la tierra de ella separado.

Los siglos pasarían, sin ella seguir viva.

Hasta que un día, cerca de la belleza nacería quien continuaría con su legado, marcando el fin de una cadena de dolor y el inicio de una nueva era que ella con sus manos forjaría.»

—No soy admiradora de los poemas, les dan muchas vueltas y complican lo simple. —Retomó en cuanto recitó el verso—. Pero este en particular tiene muchos errores. Dudo que alguien conozca la verdadera historia luego de que esas palabras fueron escritas, y de haberlo hecho habrán disfrazado la historia para verse más trágica y romántica. Lo cierto es, pequeña Atenea, que esta no es tu primera reencarnación.

Tensé los músculos de mi rostro y la miré tan mal como pude. No podía evitar que mis sentimientos hacia ella se me salieran por los ojos.

—¿De qué hablas? —pregunté en un tono firme, sonando enojada.

Me miró con calma e interés.

—Sí existió la profecía, la maldición era real. Pero la deshice hace cientos de años. Fue lo primero que hice cuando mi poder se transformó en magia primordial, algo que, si Zeus no te lo dijo, fue una consecuencia directa de la muerte de los Dioses Guardianes. Pero ese es tema para otra conversación, ahora hablamos de ti.

—No puedes romper un conjuro de Zeus. —No sabía cómo responder a sus disparates, así que me fui por lo más obvio.

Pero me ignoró y continuó con su historia, casi como si hablara con un maniquí incapaz de responder.

—Siempre eras la última en reencarnar, siempre cerca de Afrodita. Ese era mi único indicio de cómo renacerías. Pero, por desgracia, nunca llegaste a nacer. Siempre ocurría algo que lo impedía; al comienzo creí que se trataba de la maldición residual de Zeus, pero cada día lo dudo más. Ahora creo que Atenea nunca pudo enfrentar los errores de su primera vida y temía revivir. Cada una de las ocasiones fue diferente, a veces un trágico accidente te separaba de tu madre, o un aborto espontaneo o premeditado, otras tu madre simplemente moría justo antes de dar a luz. —Se le escapó una risita que contrastaba con unos ojos que demostraron condolencias—. Una vez tu madre se apuñaló diecinueve veces cuando entró al último trimestre.

Apreté mis manos en puños, olvidando por un segundo la situación y todo el plan de Andrew.

—¡Eso no es verdad! Dices todo eso solo para afectarme, los portales estaban cerrados, no pudiste seguirme en todas esas reencarnaciones. Atenea nunca reencarnó, es la primera vez que lo hace.

Era imposible. At me habría dicho algo, habría encontrado alguna pista de eso en alguna parte. No podía reencarnar y no nacer por miles de años sin que alguien lo supiera. No. No. Tenía que ser una de sus artimañas para lastimarme, un truco desesperado por hacerme perder la cordura.

Recordé las palabras de Andrew, me repetí nuestra conversación antes de venir una y otra vez hasta recuperar mi tranquilidad. Tenía que seguir adelante con su plan al pie de la letra.

—Puedes elegir creerme o no, lo cierto es que yo siempre he tratado de salvarte, cada una de las veces. —Se acercó un par de pasos, oscureciendo el ambiente a su paso sin cambiar su expresión—. Te necesitaba viva, un nonato era lo mismo que nada. Pero nunca pude acercarme lo suficiente para hacerlo. Elpis te protegía, no de la muerte, de mí. Hasta que un día, hace dieciséis años, una estudiante de enfermería que no sabía que estaba embarazada dio a luz a una bebé en extraordinarias condiciones. Ese día tu madre casi murió cuatro veces, las conté, yo estuve ahí. Eras su milagro —Se le escapó una pequeña carcajada—, no tenía idea.

Esta vez apreté los dientes. Evadía la idea de considerar sus palabras, pero el que mencionara a mi madre me ponía en duda. No conocía los detalles, mis padres no quisieron contarme todo, pero sí sabía que mamá no supo de mí hasta que entró en labor y que ese día ella tuvo mala suerte. Siempre decía que yo era su milagro, que el universo me puso en su camino de una forma tan inevitable que solo pudo amarme.

Y el que Pandora conociera más detalles al respecto me parecía perturbador.

Giró su cabeza y estiró su brazo para tomar una nueva manzana; ésta se deshizo en sus manos con más rapidez que antes. La briza se llevó las cenizas mientras la mujer las observaba.

»Elpis no pudo protegerte de tu nacimiento, pero yo tampoco pude tocarte. No importaba lo que hiciera, no podía ver la Luz de la Esperanza, en el momento en el que naciste dejé de percibirla, Elpis se esfumó. Sabía que eras tú, la reencarnación de Atenea, pero al mismo tiempo no lo eras. Fue entonces cuando tu camino se cruzó con Afrodita, solo eso necesité para comprobarlo. ¿Sabías que ella estaba ese día en la sala de espera del hospital donde naciste? Sí, las Moiras y su sentido del humor.

Abrí los ojos de repente. Eso no lo sabía, dudaba que Sara lo hiciera. Las dos creíamos que nuestro camino se cruzó en la guardería, cuando nos hicimos amigas mucho antes de que ella despertara como diosa.

Al no responder para negar sus palabras, la mujer regresó su atención en mí y continuó hablando.

»Creciste, pero salvo el hecho de estar cerca de Afrodita parecía que fueras una humana normal. Me quedé cerca, esperando, observando. Fue entonces cuando las señales aparecieron. El día en que la marca apareció, Elpis despertó. Su luz se encendió de nuevo dentro de ti, y cada día que pasaba brillaba con más intensidad. Comenzó a reconocerte, empezó a unirse a ti como lo hizo con Atenea.

Hizo una pausa en la que no despegó sus ojos oscuros de mí. El tiempo parecía ir más lento, el ambiente se sentía pesado. De pronto una nube oscura nos cubrió, la expresión de Pandora se tornó más sombría y su mirada me taladró el alma.

»Todos creen que la gran Atenea despertó para enfrentar a Hades, para salvar al mundo de la destrucción y bla bla bla. Su heroína, quien derrotaría al mal con su luz y todo lo demás —se mofó—. Lo cierto es que el balance entre los tres mundos se estaba debilitando mucho antes de tu nacimiento, tu llegada solo apresuró ese hecho, pasaría tarde o temprano en algún momento. Lo único que te hace importante y especial es la Luz de la Esperanza, algo que ni siquiera te pertenece. Era lógico pensar que todo se iría al carajo cuando los Dioses Guardianes se reunieron, porque vamos, sus predecesores no eran ningunas almas inmaculadas. Ningún dios es tan santo como les hacen creer a los humanos.

Una sonrisa apareció en sus labios pintados de un pálido color rosa, dejando ver sus dientes y encendiendo en sus ojos esa locura que tanto me aterraba.

»La liberación de Hades no fue la única consecuencia de su reunión, te sorprenderías de la cantidad de cosas ligadas a los Dioses Guardianes que existen, esa solo fue la más inmediata. Su encuentro significa que todo eso que se detuvo hace miles de años comenzó a moverse de nuevo. Es cuestión de tiempo para que te alcancen.

Me mordí la lengua, no supe qué contestarle. Creer en todo lo que decía estaba fuera de mi alcance, no podía confiar en sus palabras. Solo quería alterarme, me colgué de esa idea para no caer en sus trucos. Fuera cierto o no lo que decía eso no cambiaba la situación actual.

Me llené de valor para hablarle, pensé en cómo debía mirarla para que siguiera creyendo que Andrew estaba muerto. Expresé cómo me contenía para no atacarla, pensé en cómo me sentí cuando quería venganza, en cómo en ese mismo momento quería que sintiera la perdida que yo sentí. Y al hacerlo, al mirarla con el odio que gritaba mi corazón, al obligar a mi cuerpo a no moverse, entendí que no estaba fingiendo.

En verdad me moría de ganas de poder dañarla, quería verla sufrir y contar los segundos que tardaría en caer en desesperación.

—Un monstruo como tú jamás podría tocar algo como la Luz de la Esperanza, está demasiado lejos de tu alcance. Condenaste a tu propia hija, mataste a cientos de deidades, le quitaste el alma a miles de ninfas. Heriste a mis amigos, a mi familia, a mí. —Tragué saliva tan fuerte como pude, intentando que la frase saliera del nudo de mi garganta—. Mataste a Andrew. —Mis ojos se sintieron arder del fuego de mis lágrimas—. Elpis jamás regresaría con alguien como tú.

Pero ella ni siquiera se inmutó. Me sostuvo la mirada, seria y con un deje de superioridad. La bruma a mi alrededor aumentó, cuando me di cuenta mi visión se había reducido, el espacio lucía más pequeño. Las manzanas de repente habían desaparecido, dejando sin fruto a los árboles. Solo había espacio para ella y para mí, sin nada más que un vacío frio a nuestro alrededor y bruma.

Caminó unos pasos en mi dirección, pero no se acercó mucho, se aseguró de guardar una distancia prudencial.

—¿Un monstruo? Por Caos, no soy diferente a los dioses que proteges. Los mismos que han recreado a los humanos cuatro veces porque algo nunca les satisfacía, los mismos que devoran a sus hijos por el temor de que estos sean más poderosos que ellos, los mismos que envían catástrofes y comienzan guerras en un mundo que dicen amar. Los mismos que condenaron a una mujer por la curiosidad que ellos mismos le otorgaron. ¿Un monstruo? Nadie es más monstruoso que los dioses, esos que se sientan en lo alto de su palacio a observar cómo la humanidad se destruye sin intervenir más que para engendrar semidioses que no harán otra cosa más que seguir sus caprichos.

»Zeus se jacta de su ordenada monarquía, de cómo las demás deidades deben rendirle respeto, pero esa jerarquía en un completo chiste. Se pisotean entre sí, se apuñalan por la espalda y se profanan por razones no menos egoístas que las mías. Yo solo quiero paz, ellos quieren poder. Cualquier cosa que no se los dé no sirve, cualquiera que se oponga es enviado al Inframundo, y quien ose retarlos es castigado con la muerte o peor. Atenea no fue diferente. Conociste a Aracne y a Medusa, pero ellas no fueron las únicas víctimas de su arrogancia. No soy un monstruo, Luciérnaga, los verdaderos monstruos son los mismos que no movieron un dedo cuando los portales se abrieron.

Dejé de fruncir el ceño un segundo para expresar la sorpresa que recorrió mi rostro. Por un momento la fuerza de mis puños me abandonó, por un instante no supe ni cómo pararme.

—¿De qué hablas...?

Sus labios se curvaron hacia arriba y fingió inocencia, como si hubiera cometido un error al mencionarlo cuando se notaba que esa fue su intención desde el comienzo.

—¿No lo sabías? La razón por la que Zeus no movió un dedo cuando los portales se abrieron fue por la misma razón por la que han existido tantas guerras y eventos desafortunados. Porque del miedo nace la esperanza, y esa esperanza se convierte en poder. Me pregunto qué es lo que tiene en mente. Sí sabes que él haría lo que fuera para conservar su trono, ¿cierto? Tú eres su mayor amenaza, el único hijo de Metis, sobre ti recae una gran profecía. No tienes futuro, si no caes por mis manos lo harás por las de él.

Sonrió más, ahora con total libertad y desfachatez, como si todo eso no fuera más que un chiste para ella.

»Tú, Luciérnaga, eres la razón de todo esto. El único y el gran por qué. La única Atenea que nació, la única hija de Metis y Zeus, la única diosa que completaría la profecía del sello, la única cuyo despertar marcaría el inicio de una nueva era, la única diosa con un destino tan grande escrito en piedra. Muchos creerían que todo es una serie de coincidencias inevitables, yo discrepo de esa conclusión. Nada ocurre por casualidad.

»¡Y es muy irónico! Porque Atenea amaba a los humanos de la misma forma en que lo haces tú, pero estás al lado de dioses para los que una vida humana no significa nada. Eres la única deidad con el potencial de ser todo, pero no eres nada. Te conformaste tanto con ser la hija favorita de Zeus y un amor imposible que no tomaste tu destino, y ahora te conformas con un mundo en paz. —Mostró sus dientes en una gran sonrisa—. No tienes la determinación necesaria para aceptar tu destino, mucho menos la tienes para alejarme de la Luz de la Esperanza. Tú ni siquiera sabes quién eres, estás demasiado dividida para entender el significado de todo lo que te rodea.

Por un momento me miró con euforia, como si el decirme eso la hiciera sentir mejor. Parecía que no tenía muchas personas con quien hablar. Respiró hondo, queriendo recuperar su postura.

»Pero nada de eso me concierne. Lo que los dioses decidan hacer con los humanos o con otras deidades no me importa en lo más mínimo. Yo solo deseo una cosa, una vez la consiga me alejaré lo más que pueda de aquellos dioses arrogantes que destruyen todo lo que crean.

Me mordí la lengua cuando terminó de hablar. Me molestaba cada una de sus palabras, cada una de las referencias hacia mí o hacia At. Me irritaba su sonrisa, su presencia me generaba ira.

Lo sabía. Sabía que los dioses tenían miles de defectos y cometieron incontables errores. Yo más que nadie reconocía lo que el peso de esos errores dolía, lo injusto de pagar por algo que no hice y la impotencia de no poder corregirlos.

Pero en ese momento no me preocupaba la moralidad de los dioses. Solo tenía en mente una cosa y si me ponía a pensar en otra cosa nunca haría lo que se suponía debía hacer.

Levanté la barbilla ante Pandora, con el frio de la bruma acariciando mi poca piel expuesta. La miré a los ojos, demostrando por ella todo mi odio y viendo en los suyos la impaciencia de lo que tenerme cerca significaba.

—Te desecharon, es normal odiarlos —comenté con un hilo de voz, no pretendía que sonara tan bajo pero mi voz me traicionó—. Te crearon para castigar a los humanos pero fallaste por un don que ellos mismos colocaron en ti. Te castigaron y te exiliaron, rompieron tu alma. Pero ellos no te hicieron el monstruo que eres ahora, lo hiciste tú misma. Te dejaste caer en la oscuridad y te acurrucaste en los brazos de las desgracias, las dejaste entrar en ti. Nadie te obligó a hacer nada de lo que hiciste, decidiste hacerlo por tu cuenta. Cada alma que corrompiste, cada deidad que llevaste a la locura, cada muerte que provocaste... lo hiciste tú, no fueron los dioses. —Me llené de valor, tomé aire y alcé más la voz—. El único error de Zeus fue no matarte cuando tuvo la oportunidad.

En respuesta ella solo sonrió. La niebla se alzó más hasta convertirse en un banco donde a duras penas podía ver a Pandora. El cielo, el techo del gimnasio, parecía infinito oculto bajo toda esa oscuridad. Sentí que mis pies se congelaron, pero pudo deberse a mi nerviosismo.

—Te equivocas. Todo lo que he hecho ha sido para recuperar lo que me quitaron. Es mi derecho tener paz. No está mal querer tener de vuelta una parte de mí. Nadie lo entiende, todos están completos. Ni Epimeteo, ni Pirra, ni Deucalión. Ni siquiera Perséfone. Hades era el único que podría llegar a entenderlo, creí que lo haría, pero ni siquiera cuando perdió una parte de sí mismo lo hizo. —Entornó sus ojos oscuros en mí, casi los vi brillar de la emoción. Por un segundo no vi mis pesadillas en esos ojos, solo la vi a ella—. Pero tú sí lo haces. Has perdido tanto de ti... debes ser capaz de entenderlo. Si aún no lo haces significa que no has perdido lo suficiente. Es posible que deba quitarte más...

Retrocedí un paso por inercia, temerosa, y me odié a mí misma por hacerlo. No quería que viera lo mucho que me aterraba, que en verdad la consideraba una amenaza.

Tragué duro, tratando de mantener mi posición, y recordé mi objetivo. Debía encontrar su punto de inflexión.

—Nadie en este mundo te amó —balbuceé, recordando lo que sabía sobre aquella mujer, con la mirada más fría pero ferviente al mismo tiempo que pude expresar, con cada célula de mi cuerpo suplicando su dolor—. Tu relación con la caja es lo único que tienes, pero todas esas desgracias son incapaces de responder a tu amor hacia ellas. Por eso anhelas la esperanza, porque solo Elpis puede poner orden y paz donde hay oscuridad y dolor. Pero ella no quiere regresar a tu lado, te teme y aborrece como todos los demás, ve en ti un monstruo que no le preocupa la vida de los demás. La quieres devuelta, pero ella huyó de ti hace mucho tiempo, ¿no es así? Fue por eso que no deja que la toques, por eso se quedó con Atenea. Elpis jamás regresará a tu lado, si falto yo encontrará a alguien más pero esa persona no serás tú, lo único que puede darte paz en este mundo jamás será tuyo. Lo sabes, la Luz de la Esperanza no podría estar con la responsable de las desgracias en el mundo, con la persona que abrió la caja y la encerró.

Por un segundo hubo un silencio perturbador, creí que no reaccionaría ante mis provocaciones, pero supe que toqué un nervio sensible cuando todo se desvaneció a mi alrededor.

Vi borroso por un segundo, la perdí de vista en medio de la nivela y la oscuridad. Parpadeé, con una mano ya sobre mi espada, pero ella reapareció. Sentí su respiración en mi rostro, su cuerpo a centímetros del mío, sus ojos tan fijos en los míos que sentí que me absorberían.

Di un respingo, me atraganté con mi propia saliva. Ella estaba tan cerca que su presencia me quitaba la fuerza, mi cuerpo comenzó a pesar y un escalofrío lo recorrió como una corriente eléctrica. Me estremecí cuando su cabello rojo cubrió mi periferia, flotando sobre mi cabeza como si tuviera vida. Casi se escapó mi alma cuando estiró su mano y su dedo índice rozó mi nariz justo en la punta.

—Crees que no puedo herirte, pero te equivocas —dijo ella, y por un segundo el tiempo se detuvo sobre nosotras, mi respiración fue lo único que me dijo que el tiempo seguía corriendo y yo seguía viva—. Que no te haya matado hasta ahora no significa que no pueda hacerlo, puedo tomar la Luz de la Esperanza de tu cuerpo agonizante. Estás viva porque tenemos algo en común: nos regimos por nuestros propios deseos y no nos importa lo que debamos hacer para mantenerlos. Eres la única que puede llegar a entenderme, pero si debo matarte no dudes que lo haré.

—No puedes usar la caja conmigo. —Soné más segura de lo que me sentía, me sorprendía que pudiera hablar.

Curvó una de las comisuras de sus labios hacia arriba, acercando más su rostro.

—Eso no me limita. Tienes tantos puntos débiles que pensar en cual usar requiere una ruleta. La relación de Atenea y Apolo fue una gran ventaja, sin ella nada habría ocurrido, y es una bendición que tú seas una humana limitada por su moral y sus sentimientos. Es fácil lastimarte, Luciérnaga, no debo apuntar a ti para hacerlo, solo a una de las tantas personas que te aman. El amor es una moneda de doble cara, la mejor de tus debilidades.

Algo subió por mi cuerpo, algo quemó en mis venas, el fuego se salió por mis poros hasta el punto en que creí que explotaría.

No lo soporté más, me moví tan rápido como pude para mi posición, ignorando por un segundo lo que se suponía que debía hacer.

Desenfundé mi espada tan rápido como mis habilidades lo permitieron, apenas me moví cuando recibí el primer golpe. No lo vi llegar, me impactó como una bala tan rápido que ni siquiera supe de dónde vino. No alcancé a usar mi arma, el golpe me sacó el aire, así que ningún conjuro logró atravesar mis labios.

Sentí el impacto cuando llegué al suelo un segundo más tarde, fue doble dolor, pero no dolió tanto como mi impotencia en ese momento. Me dolía el abdomen por el golpe y la espalda por el impacto, fue tan intenso que la capa de cemento bajo el césped mágico se agrietó y me dejó incapaz de recuperarme tan rápido como habría querido.

El mundo me dio una vuelta, todo se vino de cabeza. Me apresuré, fui demasiado ilusa al creer que un ataque sorpresa funcionaria en ella. Ni siquiera entendí bien que fue lo que pasó en esa fracción de segundo.

—Elpis solo está contigo porque naciste con ella —continuó la mujer desde algún punto cerca de mí mientras yo me retorcía en el suelo frio y húmedo. Más que adolorida me sentía aturdida, confundida—. Si ve tu verdadera naturaleza no querrá estar dentro de ti. No te eligió, está atada a ti.

Me levanté de un salto en cuanto mi cuerpo se sanó. Dolía aun, pero no era nada que no pudiera soportar. Sin embargo, ya de pie no vi a Pandora por ninguna parte. Sujeté con fuerza mi espada, lista para que el próximo golpe llegara, pero no sentí su presencia ni oí su voz por un largo rato.

Hacia donde me girara ella no estaba, solo había oscuridad y bruma, nada más.

Intenté crear una esfera de luz, algo similar a la luz de Andrew, pero nada funcionó. Mi magia fue eclipsada por el control ambiental de Pandora sobre ese lugar. No importaba si quería controlar el espacio, su influencia sobrepasaba tanto la mía que ni siquiera conseguía manifestarla.

—No eres apta para ser su portadora.

Recibí otro golpe, tan rápido que ni siquiera me dio tiempo de voltearme. No sentí su presencia cuando me golpeó, solo el dolor. Mi columna se estremeció, se encogió, el golpe en mi espalda baja se sintió como percusión en todo mi cuerpo. Cuando caí de nuevo al suelo no podía mover mis piernas; me mordí tanto la lengua que sentí el hierro en mi boca, eso fue lo único que evitó que gritara.

Me arrastré; eso no sirvió de nada. La humedad bajo mi cuerpo que rozaba mis dedos se sintió como una despedida, ahí supe que Pandora no necesitaría mucho esfuerzo para inmovilizarme. Los nervios que dañó tardarían en sanar, mi mente se quedó en blanco de cualquier conjuro corpóreo que pudiera usar.

—Te convertiré en una portadora tan inapropiada que tu cuerpo será incapaz de contenerla.

Algo me aprisionó contra el suelo, una fuerza tan impresionante que se sintió como si me pisaran por equivocación. No pude ni siquiera mover los músculos de mi cara, estaba tan inmovilizada que a duras penas podía mover mis fosas nasales.

Vi el vestido de Pandora frente a mí segundos antes de que se agachara para tomar mi mentón, lo levantó sin problema, como si esa extrema gravedad se limitara solo a mi cuerpo. Me vi obligada a verla a la cara, mi cuello dolió por la forma en que lo sostenía, pero más que eso el pánico de no poder moverme se apoderó de mi cuerpo.

Me observó con una expresión apacible, casi tierna, pero en sus ojos no había tal cosa. Estaba lejos por mucho de expresar algo tan suave. No pude mirar hacia otra parte, solo estaba su rostro, en mi posición era incapaz de ejecutar cualquier conjuro por muy pequeño que fuera.

—Olvidé mencionarlo, pero brillas, Luciérnaga. Una hermosa y pura luz blanca. Pero no puedes verla, ¿verdad? Observarte toda tu vida tiene sus ventajas, te conozco bien, a veces más que tú misma. Y ¿qué crees? Sé qué importa tanto para ti como la Luz de la Esperanza. —Se acercó más a mi rostro, sus palabras rosaron mi piel como una cruda amenaza—. Sé con exactitud qué perdiste.

Mis alarmas se dispararon, entré en un puro y verdadero pánico. De haberme podido mover habría gritado o entrado en un ataque de terror. No era capaz de desmayarme, sabía que no usaba el poder de la caja sobre mí, pero se sentía igual que la vez que la usó con Cailye.

No quería ver esos ojos, no quería estar ante su presencia. Me aterraba más que cualquier otra cosa, más que cualquier monstruo, porque sabía que ella podría hacer cosas peores que la muerte, cosas que me harían desear la muerte.

Sus ojos eran caos, eran miedo y soledad, desesperación y anhelo. Eran locura, la locura de miles de deidades. Y me vi en ellos como ella me veía: como el único obstáculo que se interponía entre su mayor sueño y ella, justo al frente, inmóvil... su oportunidad perfecta.

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*Traducción de la canción: Y la manzana que ella besó, suavemente a sus pies cayó...

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