33. Proyección de esperanza
Battlefield - SVRCINA
El domo de Daymon que protegía toda la plaza se rompió. Los helicópteros se cayeron. La gente corrió hacia todas las direcciones atropellándose entre sí por huir.
Miré hacia el cielo, topándome de frente con una serpiente gigantesca justo en el momento en que anuló la magia de Ares. Enorme, comparable con el tamaño de Caribdis, semejantes a las serpientes de las Gorgonas.
El viento sopló con violencia, el sonido del rugido de lo que fuera a lo que esa serpiente le pertenecía inundó por completo la instancia, como un retumbar previo al apocalipsis.
Evan fue el primero en moverse, los demás estábamos paralizados por el miedo. ¿Sentían lo mismo que yo? Ese terror inimaginable calaba profundo en mi alma, como si viniera impreso en mí igual a un código genético. No podía huir de ese miedo, no podía hacerlo a un lado; mi cuerpo reconoció de inmediato la presencia imperturbable de ese monstruo.
La luz mágica de Evan cuando invocó su tridente y voló hacia el cielo me segó por un momento. Oí otro rugido colosal. La niebla natural de ese pueblo se despejó por la ola de poder que tiró a casi todo el mundo al suelo, permitiéndome por un breve momento contemplar el causante de todo ese caos.
Solo conseguí ver un pie gigante, del tamaño de todo el pueblo y más. Intenté ver más hacia arriba, descifrar de quién se trataba, pero el cuerpo de ese ser se perdía en la inmensidad del espacio. Tan grande que podría verse desde el espacio exterior sin necesidad de telescopio. Si llegaba a dar otro paso nos mataría todos.
Su cuerpo, o lo poco que me dejaba ver su inmensidad, estaba cubierto por serpientes. Una de ellas fue la responsable de la ruptura del domo. Tan solo una de cientos que alcanzaba a ver. La criatura tenía alas, tan grandes que cubrían el cielo, eclipsando el sol.
El hombre frente a mí se desmayó, al igual que muchos de los presentes, o les dio un infarto, no lo supe. La gente comenzó a correr sin control, gritando como loca que ese era el castigo de los dioses.
No. No teníamos nada que ver.
Solo cuando vi que el niño de antes se lanzó sobre quien supuse era su padre, ahora en el suelo, abandonado por la magia de Sara, y lloró sobre él con todas sus fuerzas, regresé en mí.
Me giré, tan asustada que el movimiento casi me tiró al suelo. Mis amigos estaban inmóviles de la misma forma que yo, observando al gigante con una mezcla de terror impropia de ellos.
—Las personas... —Solo salió un hilo de mi voz—. Las personas están... en peligro...
El piso tembló, un terremoto de tan altas proporciones que el suelo se agrietó. Mucha gente que corría cayó por las grietas, otras tantas se tropezaron con quienes estaban tendidos en el suelo, otras fueron arrastradas por la estampida y murieron por los golpes masivos.
Una grieta se abrió muy cerca de nosotros, el suelo se estremeció de tal manera que un intenso ruido de destrucción nos avisó la caída de los edificios cercanos. Las piedras y los escombros cayeron y el polvo se levantó como una capa de niebla, el ambiente adquirió un fuerte olor a hierro tan mezclado con el del concreto que tosí varias veces para huir del intenso olor.
Me moví. Había personas a las que debía proteger, todas ellas... Tamara y su culto también deberían estar cerca, mi papá...
No esperé nada, no llamé a mis amigos, solo me moví.
Levanté mi mano tanto como pude, una luz rosa vibrante se hizo presente a mi alrededor. Intenté controlar al menos el movimiento terrestre, pero en cuanto hice el esfuerzo la magia me rechazó. Se sintió como si la tierra me gritara que no podía controlarla, que mi poder era tan solo una caricia para quien ya tenía control sobre los elementos.
No pude hacer nada con el terremoto, pero mi magia despabiló a mis amigos.
Ninguno esperó que dijera nada, todos ellos corrieron, volaron a ayudar a las personas que aun podíamos salvar. Los guerreros de Troya que quedaban hicieron lo mismo. Distinguí el brillo de sus poderes, sus colores resplandeciendo a través del polvo.
Me encargué del hombre a mis pies y de su hijo. El niño me miró suplicante, como si me pidiera que ayudara a su padre, pero seguía sin hablar. Para estar así supuse su condición médica.
Invoqué mi Arma Divina sin retraso, y lo primero que hice con mi espada fue usar un conjuro que los sacara de ahí. Los ojos del niño no se despegaron de mí mientras se desvanecía en medio del brillo rosa y destellante.
Comencé a correr hacia el escenario hecho pedazos. Mientras lo hacía noté que mis amigos tele transportaban a toda la gente que podían, y aun así muchos caían por las grietas provocadas por el terremoto o corrían tan lejos que les perdíamos la vista.
Me deslicé entre los escombros del escenario y los bastidores, desesperada y con el corazón en la boca. Removí materiales y cortinas, tierra, hasta que me encontré con dos Guerreros de Troya abrazados, protegiendo a un humano.
Aspiré, mis manos me temblaban de terror. Era papá. Estaba inconsciente, lleno de mugre y algunas heridas superficiales, de no haber sido por ambos Guerreros de Troya él estaría muerto.
Moví mis dedos para comprobar que estaba bien. El alma me regresó a los pulmones cuando percibí su respiración, apreté los ojos para no llorar del alivio. Qué susto tan horrible.
Recité un conjuro para sanarle la mayoría de las heridas, no tenía tiempo y tampoco quería que se quedara ahí más de lo necesario. Cuando vi que aspiró con fuerza y comenzó a toser débilmente bajé el nivel de alarma que consumía mi cuerpo.
No esperé a que despertara por completo, usé el conjuro de teletrasporte antes de que tuviera oportunidad de hablar. Lo regresé a casa, lejos de todo ese caos, a salvo. Si supiera de un lugar más seguro lo habría enviado allí, pero casa era lo más lejos que pude pensar.
Cuando se desvaneció me relajé un segundo. Al siguiente regresé al campo de muerte y destrucción que me rodeaba. La cantidad de cadáveres era desoladora, los gritos de dolor, de agonía, pero en especial de horror ahogaban el ambiente.
El polvo no me dejaba ver con claridad a lo lejos, solo las luces de mis amigos me indicaban su ubicación. La sombra de esa criatura gigante solo oscurecía todo...
Fue entonces cuando los rayos llegaron, tan fuertes, tan grandes y tan cercanos que no solo iluminaron todo el pueblo, sino que cimbraron el mundo. Caí a consecuencia, la luz fue tan intensa que incluso lastimó mi piel como si fuera expuesta a alta radiación.
Mucha gente que aún estaba perdida por ahí miró directo a esa luz, lastimándose los ojos de gravedad por hacerlo. Se tropezaron y cayeron, algunos recibieron golpes peligrosos, otros se cayeron por el borde de los precipicios que llenaron la plaza, el pueblo, tal vez incluso toda Grecia.
Alguien cayó cerca de mí entonces. Me levanté del suelo como pude y corrí hacia esa persona, con el corazón como caballo de carreras y la boca seca. Era Evan. Tenía la frente manchada de sangre y su traje estaba hecho pedazos. Se sentó en el suelo, tosiendo, lleno de polvo y con el tridente en su forma de collar.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté como pude en medio de todo ese caos, acercándome para revisarlo.
Él asintió. Sus ojos azules miraron hacia arriba, donde los rayos seguían cayendo, donde el rugido de esa criatura retumbaba en las nubes. Parecía que el cielo se fuera a caer sobre nosotros en cualquier segundo, como si cada ápice de futuro se escabullera entre nuestros dedos. El miedo amargo en mi lengua no era un buen presagio... todo eso parecía salido de una pesadilla.
—¿Qué es...?
Sara y Logan aterrizaron cerca de nosotros entonces, tenían manchas de sangre en sus capas y sus trajes, sangre fresca, y los dos mostraban una mirada fría en sus ojos. A Sara se le esfumó cuando me vio, a Logan no.
—Sacamos a quienes alcanzamos —reportó Logan—. Cailye y Ares siguen buscando sobrevivientes, pero no podemos esperar demasiado. La multitud se replegó en cuanto el Tifón apareció, hay más muertos que vivos. Muchos desparecieron con el primer terremoto, otro grupo se fue a pie hacia el bosque, a algunos las serpientes las capturaron. Solo conseguimos evacuar a una quinta parte de los presentes. El resto están muertos o desaparecidos. —Sonrió con amargura—. Eso sí es mala publicidad.
Fruncí el ceño.
—¿Tifón?
Fue Evan quien me contestó.
—La pesadilla de los dioses. Tifón. —Apuntó hacia el oscuro cielo eclipsado por un monstruo de proporciones incalculables, de serpientes locas y alas descomunales—. Solo Zeus ha podido con él.
Movió sus brazos, o al menos vi el borrón de uno de ellos en el cielo. El brillo del fuego llegó mucho antes que las mismas llamas, el calor se sintió en mi piel aun a distancia, el color naranja resaltó en el paisaje monocromático.
Me moví, mis cuatro compañeros igual, extendimos nuestras Armas Divinas hacia arriba para protegernos ante la inminente llegada del fuego. Una barrera nos protegió justo medio segundo antes de que el fuego llegara a nosotros, casi no fue suficiente, por poco no fue a tiempo, a duras penas pudimos protegernos nosotros. La llamarada cayó sobre nuestras cabezas, ahogándonos en llamas, pero no sentimos más que un leve ardor por el fuego en nuestra piel.
Las llamas nos abrazaron sin causar mayor daño en medio de una danza volcánica que parecía moverse solo para nosotros. Por largos segundos solo pudimos protegernos. Intenté contrarrestar el poder del fuego, empujarlo, pero era como intentar mover un edificio. No cedía ante mi poder por mucho que me esforzara, Evan también intentó anularlo pero de igual forma su magia no conseguía traspasar la del Tifón.
Ninguno de nosotros pudo hacerlo, nuestro poder ni siquiera se medía con el suyo. Sobrepasaba nuestro control, completamente inalcanzable e impenetrable.
Para cuando el fuego se apagó los relámpagos se intensificaron, los rayos cayeron con más fuerza, llegando incluso a impactar en la plaza, o lo que quedaba de ella. El humo oscureció todavía más el ambiente, los rayos lo iluminaban de modo espectral.
El fuego se llevó lo poco que aún quedaba, cada cuerpo, cada edificación, todo... Las cenizas se apoderaron del pueblo, dejándolo desolado y con la muerte como único habitante. Podía sentir el aliento de la tristeza en cada poro.
Me incorporé, con un tremendo nudo en la garganta y la boca seca, perpleja al observar el resultado de la conferencia de prensa. Miles de personas que antes llenaban esa plaza, millones que nos observaban en todo el mundo... vieron eso. Muchos murieron, murieron solo por estar en el lugar equivocado en el peor momento.
Me mordí la lengua con fuerza, tratando de contener más que tristeza, toda la ira que hervía en mi interior. Y apreté el mango de mi espada para buscar tranquilidad.
Cailye y Daymon aterrizaron cerca entonces. Ambos se acercaron con la cabeza gacha.
—Esto pasó en toda Grecia —confesó Daymon, como si decirlo le doliera.
El alma se me cayó a los pies, fui incapaz de hablar. Mi cuerpo se estremeció tanto que no supe si fue por la noticia o por la cantidad simultanea de rayos que acompañaron el rugido del Tifón a continuación. Por un segundo la luz me segó, el grito ensordeció mis oídos, luego de que pasó no era capaz de sentir mi propio cuerpo. Me sentí bajo en agua, muy en lo profundo, donde solo había oscuridad y soledad.
—¿Sobrevivientes? —preguntó Sara, observando a los recién llegados con seriedad.
Cailye pegó un brinco y levantó la cabeza para mirarla, pero tan pronto lo hizo desvió la mirada. Ella estaba llorando. Fue Daymon quien contestó a la pregunta.
—Protegimos a los que estaban cerca. Creemos que alguien del Olimpo protegió algunas ciudades, aún hay grandes grupos de humanos con vida en la capital y ciudades cercanas, pero en general... —Suspiró y masajeó su cuello, su voz se volvió más ronca—. Las pérdidas son incalculables.
Ni siquiera supe cómo me sentí cuando lo dijo. La mezcla de agonía, ira y culpa no me dejaban ni siquiera pensar.
—Si antes nos odiaban ahora nos creen genocidas. —Logan miró hacia el cielo justo cuando más rayos se hicieron presentes—. Y apenas está comenzando.
Un resplandor apareció ante nosotros. Una luz plateada y angelical que iluminó la escena desolada a nuestro alrededor, y una diosa emergió de él. El vestido platino se le arrastraba por el suelo, su corona relució en lo alto de su cabello fantasía.
—Dioses Guardianes, es una grata noticia saber que os encontráis bien. —Nos observó abatida, con el pesar reflejado en sus ojos. Hera, contrario a lo que muchos pensaban, era muy sensible—. Lamento ser portadora de malas noticias, pero Zeus requiere vuestra presencia en el Olimpo cuanto antes. La situación en este momento es grave.
Grecia fue declarada en emergencia, las noticias oficiales no eran para nada esperanzadoras. El mundo estaba en pánico otra vez, ahora por un monstruo gigante cuya altura alcanzaba las estrellas. Y todos pensaban que era obra de los dioses, un castigo divino.
Caminamos a través del pasillo hacia el jardín, Hera nos acompañaba a donde Zeus se encontraba. Al parecer él quería vernos, pero estaba muy ocupado enfrentando al Tifón como para hacerlo él mismo. Por lo que entendí llevaba todo ese rato en la tarea.
—Tifón es una criatura antigua, proviene de la unión entre Madre Gea y Tártaro, dios primordial de las profundidades del averno. —Hera caminaba rápido por el pasillo mientras trataba de poner orden sobre la situación, cada ciertos metros una Gracia o deidad menor aparecía frente a ella en busca de ordenes—. Posee el poder de general catástrofes climáticas, de sembrar la muerte donde sus ojos se posan o donde sus rugidos se oyen. Fue enviado luego de la Titanomaquia como castigo por encerrar a los Titanes. Demasiado poderoso para uno de nosotros, aun hoy aparece en nuestras pesadillas más oscuras. El único con el poder suficiente para hacerle frente es Zeus.
—¿Qué hicieron para derrotarlo? —preguntó Sara, caminando a su lado.
Yo iba en la parte de atrás, en completo silencio. Cuando nos encontramos con la diosa no hizo ningún comentario respecto a mí, o al espejo, o a Némesis. Ni siquiera estaba segura de que se hubiera fijado en que yo parecía una antorcha. Nos trasportó al Olimpo y caminó, nada más importaba en ese momento para ella.
Hera, reina de los dioses, negó con la cabeza.
—Nuestras acciones fueron nulas. Huimos a Egipto y esperamos a que Zeus consiguiera doblegarlo. Ningún dios llega a su altura, como señalé previamente, es demasiado peligroso. Incluso nosotros estamos atados por nuestros límites, aunque siempre lo ocultemos hay cosas que superan nuestro poder.
—¿Cómo lo venció Zeus?
—Apuntó a las cabezas de las serpientes y a su núcleo con sus rayos, al mismo tiempo. Eso lo debilitó. Fue condenado a una eternidad en el Monte Etna, se escapa de mi comprensión el motivo por el cual está libre.
Me podía hacer a una idea de cómo y por qué estaba causando estragos justo en el Olimpo. Era tan evidente que no podía ser de otra forma y saberlo me enfurecía. La situación tenía sus huellas por todas partes, gritaba su complicidad.
La luz cegadora de los rayos nos dio la bienvenida cuando doblamos el ultimo recodo. El jardín se alzaba frente a nuestros ojos, pero eso fue en lo último que nos fijamos.
Incluso desde lo alto del Olimpo el Tifón seguía siendo bastante alto, si conseguía llegar a su abdomen era demasiado, aun su cabeza estaba oculta entre las nubes del cielo y sus alas recorrían todo el palacio. Ocultaba el sol, su hedor a ceniza lo impregnaba todo. Se sentía como si el suelo se moviera bajo nosotros, como si el solo movimiento por minúsculo que fuera de aquel monstruo generara un huracán.
No vi a Zeus en ninguna parte, solo a las serpientes gigantes que el Tifón tenía por todo el cuerpo fueron captables. Se movían con frenesí, soltando sonidos antinaturales que no alcancé a entender.
Hera nos hizo una señal para que no se nos ocurriera interrumpir el encuentro entre el monstruo y Zeus, a pesar de que a duras penas alcanzábamos a ver las serpientes y los flashes de los relámpagos. Dudaba que alguno siquiera lo considerara, yo no podría mover un pie frente al otro y mis amigos no lucían muy diferentes.
En ese momento hubo un gran estruendo, el Olimpo se estremeció y casi nos tiró a todos al suelo. La luz que desprendía Zeus inundó el palacio de codo a codo, tal vez incluso a todo el país, obligándonos a protegernos del brillo. Sentí presión en mi piel y en mi cabeza, como si una bomba acabara de explotar; no entendí cómo no me caí de bruces al suelo, pero la fuerza resultante fue tan brutal que a pesar de querer gritar ningún sonido pasó por mi garganta.
Hubo un pito muy agudo, cuando abrí los ojos éstos aún no se acostumbraban al nuevo contraste del paisaje. Oí entre cortado, vi borroso, hasta que el efecto pasó y me topé con un jardín despejado. Ni Zeus ni el Tifón se encontraban ahí, estaba completamente libre, dándole paso a escasos rayos de sol a través de la nubosidad tormentosa que se apoderaba del cielo.
—¿Pero qué...? —Hera calló a Sara de un solo ademán.
Pasaron un par de minutos, luego tres; transcurrieron cinco sin que nada ocurriera.
El rey de dioses descendió de los cielos, envuelto en un aro dorado que irradiaba energía divina, despacio y con gracia. Tenía los brazos cruzados sobre su pecho y la cabeza en alto, igual que Atenea pero en ella el gesto lucía más sutil; en Zeus, por otro lado, lucía amenazante, como si le advirtiera al mundo que no debía tocarlo.
Cuando sus pies alcanzaron el césped una oleada de viento se elevó hacia el palacio, como si aterrizara algo muy pesado a pesar de la suavidad de su aterrizaje. Ya no tenía la capa de piel de la mañana, ahora vestía una única armadura dorada que parecía estar hecha de estrellas por sí misma; brillaba como un pequeño sol.
Giró su cabeza hacia nosotros, sobre su hombro. Lucía una corona con puntas de rayos y sostenía en su mano derecha su cetro, el cetro que le conocí a Astra pero que en sus manos se veía más grande. Nos miró con severidad y, justo cuando lo hizo, un rayo cayó hacia el vacío de la cama de nubes. Estaba enojado y, a juzgar por el tamaño y la fuerza de ese rayo, bastante.
Él no dijo nada aun con un jardín entre nosotros, fue Hera, a nuestro lado, que luego de mirarlo se volvió hacia nosotros con una expresión, más que de preocupación, de terror. Abrió mucho los ojos, trató de mantener la postura pero noté la forma en la que su mano derecha tembló.
—Zeus ha fallado en la labor de retener a Tifón. Me temo que solo pudo regresarlo al Monte Etna, pero la prisión que ahí se alzaba diseñada para sus características ha caído. No queda en dónde se pueda apresar a tal criatura.
—¡¿Qué?! —exclamó Sara—. ¿Eso cómo...? ¿Cómo es posible? Escapar al poder de Zeus... ¿Cómo que no se puede apresar?
Ella suspiró, agotada, mientras la diosa del matrimonio agachaba la cabeza con pena.
—El poder del que ahora dispone discrepa del que poseía hace milenios. La prisión que Zeus diseñó ya no existe, los cimientos que la sostenían han caído. El poder que manipula los rayos no es suficiente para apresarlo en una nueva prisión, en individual es inútil.
Un nuevo rayo aterrizó, esta vez en el jardín, contrastando con el atardecer que se observaba al horizonte. Zeus ya no se encontraba a la vista, había desparecido de nuevo, pero sus rayos continuaron cayendo como lluvia sobre la cama de nubes y más allá.
Hubo un momento de silencio, de desánimo y terror. Hera se quedó sin palabras y nosotros sin esperanza. Si Zeus no pudo con el Tifón, el único que pudo derrotarlo en el pasado, ¿qué podíamos hacer? Huir a Egipto no era una opción; y todo pasó en tan pésimo momento que los humanos debían estar odiándonos y temiéndonos en medidas iguales.
Las imágenes de toda esa gente se repetían en mi cabeza, me parecía oír el fantasma de sus gritos y aun no me quitaba el olor a polvo, sangre y humo de mi nariz. Intentar imaginar el daño que esa cosa podría causar si no hacíamos algo me estremecía cada célula del cuerpo. Cada segundo que pasaba, cada minuto... los muertos y la destrucción sobrepasaban mi imaginación. A comparación con lo que el Tifón podría ocasionar la opción de Zeus se veía piadosa.
Apreté las manos en puños, mandando a callar el eco de los gritos en mi cabeza.
—No podemos observar de lejos ni escapar —murmuré y, a pesar de mi voz baja, todos me oyeron—. Terminará acabando con la Tierra, con la humanidad...
Me estremecí de solo pensarlo. Por suerte Daymon asintió y retomó la idea que dejé en el aire.
—Si no puede conseguirlo solo, lo ayudaremos. Si todos los dioses olímpicos se unen es posible.
Logan negó con la cabeza, serio y con ojos fríos.
—Aun así no seríamos suficientes. Es demasiado grande. Tendríamos que construir una nueva prisión y retenerlo mientras lo conseguimos, eso asumiendo que consigamos acercarnos lo suficiente para afectarlo. Atacar a las cabezas al mismo tiempo, a su núcleo y además habilitar una prisión apta en minutos.
—Y además de eso tenemos que proteger a los humanos a su alrededor —aportó ahora Cailye, con una mirada desanimada y temerosa—. Si hace lo mismo que hizo aquí nosotros no seremos suficientes.
—Pediremos ayuda entonces —insistió Daymon, con más fervor—. Hay muchas deidades que estarán dispuestas a ayudarnos, serán manos suficientes.
De nuevo Logan intervino; soltó un suspiro y se masajeó la frente como si le doliera la cabeza.
—Suponiendo un remoto caso en el que aceptaran cooperar, aun nos faltaría poder. Es Tifón, por Urano, no una simple Gorgona.
Evan asintió a Logan.
—Tiene razón. Ni siquiera Zeus fue capaz de encerrarlo, eso significa que es diferente al Tifón que enfrentaron antes. Algo o alguien debe estarle otorgando más poder.
No tuvo que mencionar el nombre para que nosotros lo captáramos, solo podía tratarse de una persona y todos ahí lo teníamos demasiado claro.
Se hizo el silencio entre nosotros, los ánimos se cayeron al suelo y todo se veía tan imposible que cualquier posibilidad que contempláramos parecía irracional y todavía más imposible.
Era un hecho innegable que el Tifón se comparaba solo con las deidades primordiales, que ni Zeus ni nosotros solos teníamos la más remota posibilidad contra él, y que además de ser prácticamente imposible que otras deidades decidieran cooperar aun si lo hacían eso no garantizaba nuestro éxito.
Algo era claro: necesitábamos más poder.
El viento helado producto de la tormenta eléctrica rozó mi mejilla como si quisiera llamar mi atención a propósito, fue en ese momento que la vi. Por un segundo tan breve que pareció una alucinación. Ahí, a metros de nosotros, tras las altas vigas que rodeaban los pasillos externos, me pareció ver el cabello nieve de Elpis, iluminada por una aura blanca y resplandeciente que contrastaba con el gris del ambiente.
Parpadeé un par de veces creyendo que mi cabeza me estaba jugando una broma, pero aunque ya no la vi cuando lo hice estaba segura de que no lo fue.
Recordé de nuevo las palabras de At, en lo increíble e imposible que era el que pudiera ver a la personificación de la esperanza.
«No te dará sabiduría ni valor, pero verás luz, y eso a veces es suficiente.»
—Existe una forma de conseguir más poder.
De esa forma hablé luego de varios minutos, obteniendo la atención de mis amigos y de Hera.
Me recosté en la pared de la sala de los Dioses Guardianes, al lado de la puerta desde el pasillo, escuchando en silencio cómo Evan buscaba por todas las formas posibles contar con la colaboración de las deidades residentes en la Tierra.
Llevaba así por un largo rato, tal vez una hora. Él les explicaba la situación y pedía su ayuda, les prometía cosas, les hacía ver que el Tifón también los afectaba a ellos; pero nada dio resultado. Solo Eris y su grupo aceptaron al primer intento, por lealtad a Daymon.
No me asomé a ver con quiénes o cuántos hablaba, no quería arriesgar a que vieran la Luz de la Esperanza. Pero oír sus gritos y sus suplicas me partía el corazón. A juzgar por la cantidad de voces debía tratarse de un número considerable.
Sara partió junto con Cailye y Daymon hacia Italia, a evacuar a todas las personas que pudieran y hacer algo de tiempo reteniendo al Tifón. El mundo debería pensar que ese país estaba maldito, las catástrofes míticas siempre daban lugar ahí. Supe que Temis y un grupo grande de Guerreros de Troya y dioses menores se ofrecieron a ayudar mientras llegaba la ayuda más grande, pero esa caballería se veía imposible.
—¿Vas a entrar?
Kirok estaba a mi lado. Se apuró a reunirse conmigo en cuanto regresamos de la aldea, se mostró tranquilo, como si afrontar el apocalipsis fuera cosa de todos los días, de lo más normal.
Miré el cielo gris repleto de nubes y truenos; hacía frio.
—Lo estoy considerando.
Kirok echó una mirada por la puerta y regresó a su posición, sus ojos estaban encendidos en rojo vivo pero no sonreía. Me observó con atención. A él no le preocupaba que me vieran como una antorcha en noche de luna nueva, ni lo que eso podría conllevar, ya ni siquiera sabía si algo le preocupaba.
—No le harán caso. Las deidades son bastante simples, si quieres que colaboren solo debes ofrecerles algo que quieran. Un favor a cambio de un favor. Por mucho que el Tifón ponga en riesgo la Tierra, ellos podrán simplemente regresar a Kamigami.
—Evan ya les propuso tratos, les ofreció favores y regalos, nada de eso les interesa. No hay nada que quieran.
Sentí el roce de mi hombro contra alguien. No hice ningún gesto delator pero asumí que Andrew estaba cerca. El calor cerca de mi oído al percibir su aliento me lo confirmó.
—No llegarán a ningún lado de esa forma —dijo Andrew en apenas un susurro—. Hay algo que todos ellos desean, Ailyn, juega con eso.
No supe si se fue luego de decirme eso, no lo volví a oír. Lo cierto es que Andrew nunca tuvo inconveniente con negociar con la Luz de la Esperanza si era la única salida, era una de las razones por las que At y él discrepaban la mayoría de las ocasiones.
—Si lo haces no habrá vuelta atrás —mencionó Kirok—. Todos sabrán que tú la tienes, irán por ti a la menor oportunidad. ¿Estás segura de eso?
—¿Por qué? ¿Intentarás detenerme? Dijiste que querías protegerme.
Se le escapó una sonrisa pícara que no alcanzó sus ojos, más pareció una sonrisa irónica llena de tristeza.
—No podría, recuerda que de todos soy el que menos puede opinar respecto a tus decisiones. Deseo protegerte, Luz, pero sé que hay un punto del cual no puedo cruzar. Detenerte es la peor forma de protegerte.
Oí una exclamación proveniente de Evan en la sala, pidiéndoles que lo escucharan un poco más. Me enderecé y me volví hacia la puerta, le pedí a Kirok que se quedara en ese lugar y no esperé un segundo más para entrar.
En cuanto puse un pie en la sala las voces se callaron. Fue como una ola de silencio, un momento de pausa, como si todo se hubiera congelado. Pude sentir todas y cada una de esas miradas sobre mí, algunas demostraban asombro, otras intriga, pero muchas codicia.
Reconocí a Eris, fue la única; al verme me ofreció una sonrisa un tanto petulante que me causó un escalofrío. Hombres y mujeres, deidades de toda clase y de cualquier apariencia que alcanzara a imaginarme. Sus rostros aparecían unos encima de otros en el aire, producto de la magia de Logan. Había una mujer de cabello rosa y piel pálida, un hombre alto sin rostro, y un hombre con los ojos vendados. Eran al menos treinta deidades, pero bien podrían ser más.
Avancé hacia el centro de la sala, deteniéndome al lado de mi amigo. Evan me observó en silencio, no intentó detenerme ni tampoco ocultarme. Logan, al otro lado de la habitación desde donde no era visto por las deidades, no se inmutó ante mi presencia.
Por unos segundos el silencio se apoderó de todos los presentes. Era increíble cómo en un segundo nadie era capaz de callarlos y ahora ninguno quería hablar.
—¿Es alguna clase de broma? —preguntó una deidad masculina.
Me quedé callada.
—¿Qué significa esto? —quiso saber una deidad femenina, hablando hacia Evan como si exigiera una explicación.
Mi amigo me miró, como si él también quisiera saber lo que ocurría, por qué de pronto decidí hacer acto de presencia. Yo continué en silencio, no porque me agradaran las diversas respuestas faciales de los presentes sino porque aún no tenía claro qué decir.
Mantuve el mentón en alto, la espalda recta y una mirada tan seria y serena como pude. Traté de recordar la postura de At, de verme tan imponente como ella, pero no estuve segura de siquiera acercarme.
—Poder —dije luego de un largo rato en un tenso silencio—. Puedo dárselos. No es un favor, es un contrato. Su ayuda a cambio de algo igual de equivalente en valor. Un precio justo. No será desorbitante y tampoco eterno, pero suficiente para la situación. Pueden rechazarlo, de ser así son libres de abandonar la reunión; de lo contrario daré por hecho que todos los presentes están de acuerdo con dicho trato.
Hubo algunos murmullos, muchas risitas burlonas; un cuarto de las deidades guardaron silencio y observaron, con variaciones en sus reacciones. No sabía si se lo tomaron en serio o fue solo una broma de mal gusto.
—¿Por qué no mejor la Luz de la Esperanza? —Una deidad masculina, de cabello azul índigo y ojos amarillos tomó la palabra, bastante apuesto y de apariencia joven—. Digo, si la ocasión significa tanto para los dioses olímpicos lo considero justo.
Algunos lo secundaron en aprobación, con sonrisas avariciosas y ojos brillantes.
—No dudaré en acabar con la vida de quien lo intenté, así que adelante —contesté con palabras seguras y ciertas.
Había pasado por demasiado para mantener a salvo la Luz de la Esperanza, nada me haría renunciar a ella y tampoco perdonaría a quien intentara tirar a la basura todos mis sacrificios.
El chico de cabello fantasía tan solo sonrió sin añadir nada más, y en vista de su silencio quienes lo apoyaban también cerraron la boca. Ninguno se salió de la reunión, todos lucían interesados aunque fuera por muy poco.
—Se trata de Tifón. Si los dioses olímpicos no son capaces de encararse, ¿cómo esperan que nosotros lo hagamos?
—Si siguen nuestras instrucciones no debería de haber inconveniente. —Mi respuesta incluso a mí me convenció.
—El precio tendría que ser muy generoso —comentó otra deidad—. Considerable. ¿Es consciente de eso, Lady Atenea?
—Lo soy; doy mi palabra de que lo será. No debería preocuparles la recompensa.
—¿Por cuánto tiempo? Dijo que no sería eterno. ¿En qué proporción? Aclaró que no sería desorbitante.
La pregunta de esa mujer, una deidad de cabello corto y larga nariz, captó el interés de todas las deidades.
Tomé aire.
—A mayor la cantidad menor el tiempo. Lo evaluaremos de forma individual de acuerdo al apoyo que recibamos. Mientras más colaboren mayor será el beneficio que obtendrán. No está abierto a negociaciones, si no están de acuerdo con ese término pueden retirarse en este momento, y el poder que reciban estará sujeto a condiciones. No podrá ser usado en contra del Olimpo ni en contra de los humanos, nada que los afecte de forma directa o indirecta.
Lo cierto era que a pesar de establecer reglas y condiciones, no tenía idea de cómo emplearlas. No sabía a ciencia cierta cómo otorgarles poder, tampoco si podría manipular los aspectos que mencionaba como el tiempo y la cantidad, pero eso era algo que ellos no tendrían por qué saber.
Algunas sonrisas se esfumaron, otras se agrandaron, como la del chico de cabello fantasía. Hubo un par que se retiró, pero la mayoría se mostró con más flexibilidad.
—No se le escapa nada, ¿verdad, Lady? —comentó la deidad de cabello índigo—. Acepto sus condiciones.
Luego de eso los demás lo siguieron tras algunas dudas. No todos lucían convencidos o seguros, muchos esperaron hasta decidirse, pero al final todos accedieron a colaborar.
Una vez me aseguré de contar con su ayuda, dejé en manos de Evan todo el tema logístico, él se encargaría de organizarlos de la mejor forma para llevar a cabo la operación, también les daría información más precisa sobre las circunstancias y les otorgaría las tareas en específico.
Los ojos de la mayoría no me dejaban descansar, sus intensas miradas se sentían como si un cazador observara a su presa con un nivel de hambre incalculable. No me agradaba la idea de ser un objetivo, sabía que al terminar toda esa coalición yo encabezaría la lista de premios de todo ser ambicioso que deseara más. Pero en ese momento era lo que menos me importaba. Un problema a la vez, más tarde vería cómo evitar que alguien me asesinara mientras dormía.
Abandoné la habitación cuando todos aceptaron el trato, no quería seguir bajo su escrutinio más de lo necesario. Regresé al lado de Kirok y seguí escuchando la discusión tras la pared, pensando en que todo el plan dependía del supuesto donde yo podría usar la Proyección de Esperanza.
Por todos los dioses, ¿qué acaba de prometer?
Sonreí ante las circunstancias. Debía dejar de hacer tratos y crear planes sostenidos por acciones que ni siquiera sabía si era capaz de realizar.
—¿Cómo que no puedo acompañarlos? —interrogué, ofendida.
Evan se movía de un lado a otro de la sala, movilizando a docenas de Gracias y Guerreros de Troya en diferentes tareas. Lo seguí de cerca, pisando sus talones, mientras hablaba ni siquiera tenía tiempo de mirarme, estaba muy ocupado como para prestarme atención.
—Necesitamos que uses la Luz de la Esperanza, es más seguro si lo haces desde aquí. Y si es cierto que Pandora está detrás de esto, no hay lugar más seguro para ti que el Olimpo; ella no podrá poner un pie adentro. —Se giró para encararme, tan de repente que me sorprendió. Me miró a los ojos con preocupación—. Protegerte es nuestra única oportunidad, te pido que tengas en mente que si te llega a pasar algo nada de lo que hagamos tendrá sentido.
La intensidad de su mirada tan azul me dejó sin palabras. Sabía que tenía razón, no solo por Pandora sino porque ahora todo el mundo sabía que yo tenía la Luz de la Esperanza. Como estaba en ese momento, sin siquiera poder ocular su brillo, solo daría problemas donde ya había suficientes.
También era cierto que en medio del caos provocado por el Tifón no estaba segura de poder concentrarme para usarla, al menos el palacio era tranquilo.
Solté un suspiro.
—Lo entiendo.
Él sonrió con alivio y me miró con cariño.
En ese momento lo llamaron desde el final del pasillo. Asintió y me dijo una última vez que todo saldría bien antes de irse.
—Atenea —llamó Logan desde atrás, me volví hacia él y lo vi en medio del jardín—. Ven.
Eso hice, con Kirok pegado a mis talones en silencio. Logan lo ignoró por completo mientras usaba su magia, algo de lo más normal.
En el lugar había una manta en el suelo y una proyección que me mostraba al Tifón desde muy lejos, mi compañero movía sus manos en el aire con los ojos cerrados dándole los últimos toques al lugar. Añadió luces flotantes que le brindaban claridad a la noche, como si se tratara de una escena romántica.
—No sé qué necesites para hacer lo que sea que vayas a hacer, pero si necesitas otra cosa solo avísame. Instalé eso para que observes el progreso, ayudará a saber en qué momento intervenir y de paso te mantendrá más tranquila. Cuando las luces mágicas se apaguen será tu señal. Estaré en la sala de los Dioses Guardianes por si me necesitas.
Me quedé con la boca abierta. Nunca imaginé oírlo hablar de forma tan amable conmigo, sí se veía serio pero no enfadado, y sus palabras se oyeron muy consideradas.
—¿Qué? ¿Soy o me parezco?
Su mirada irritada me devolvió a la realidad.
—Perdón. Es solo que no te pedí que hicieras nada de esto...
Levantó una mano, callándome.
—Si lo que vas a hacer sale mal nos jodemos todos, es normal preocuparme de que todo vaya bien.
—¿Por eso te quedas?
Él negó con la cabeza.
—Soy más productivo aquí y mi magia funciona desde lejos, será más fácil para ellos si monitoreo estando aquí. Necesitan ojos en todas partes y yo puedo estar en todas partes al mismo tiempo.
Le sonreí, él apartó la mirada, frunciendo los labios.
—Aun así gracias. Me tranquiliza saber que pensaste en esto antes que yo, me alienta.
Me miró por prolongados tres segundos y al final se dio la vuelta.
—Da igual.
Y se fue.
Aspiré con fuerza y me senté sobre la manta, observando la proyección que me mostraba el abdomen lleno de serpientes del Tifón a lo lejos, entre las nubes. No sabía en dónde estaba pero sí noté el brillo de la magia de mis amigas cerca.
Dejé de percibir la presencia de Evan, ahí supe que ya había partido. Un inquietante silencio, acompañado de un frio perturbador, se apoderó de la atmosfera. Las flores dejaron de moverse al compás del viento, la oscuridad de la noche se sentía absorbente.
—¿Estás aquí? —murmuré tan bajo como pude. Mi cuerpo comenzó a temblar de la incertidumbre, el miedo se estancó en mi garganta. Cerré los ojos en busca de paz—. Por favor, necesito saber si estás cerca.
Por unos segundos no hubo respuesta. Creí que se fue con los demás, o que estaría en alguna parte lejana del palacio. Por un momento creí que no estaba a mi lado...
—Siempre estoy cerca. —El roce de su aliento con mi oreja más que un cosquilleo en el estómago me generó un alivio tan grande que casi me ahogué.
Asentí con sigilo, conteniendo el alivio que me invadió. Me sentí segura, como si estuviera a punto de caer de un avión sin paracaídas con la plena certeza de que algo amortiguaría mi caída. Me sentí capaz y poderosa, aunque no pudiera verlo o tocarlo sabía que él estaría ahí.
—Pase lo que pase no te quites el casco —le advertí tan bajo que casi ni yo misma me oí—. Yo estaré bien.
Aunque no tuviera idea de qué hacer.
Sentí su mano sobre mi cabeza de nuevo, eso casi hizo que me soltara a llorar. Lo tomé como una afirmación y de paso apoyo.
Una brisa gélida presagió la operación que dio comienzo al otro lado de la proyección. Sentí en mi propia piel la expectación y el temor en medidas iguales, cada vello de mi cuerpo respondió a la repentina descarga de adrenalina en mi sangre, como si de repente me tomara mil tazas de café y estuviera haciendo corto circuito.
Clavé mis ojos en la proyección, en la forma en que las luces de magia eran apenas visibles, en los escasos segundos en los que alcanzaba a ver a mis amigos cuando se coordinaban con las otras deidades.
Se mantenían lejos salvo por algunas deidades que creaban obstáculos para el Tifón, obstáculos que no fueron mucho inconveniente. Lo retrasaban, pero no era suficiente y tampoco duraría mucho.
Vi una ciudad, tal vez el centro de una, vacía de personas y casi desolado por las inclemencias de los desastres causados por el Tifón. Una ciudad muerta, un pueblo fantasma marcado por la muerte. En los rincones oscuros muchas deidades se ocultaban junto con algunos de mis amigos, a la espera, listos.
El grupo que se escondía en las sombras y el que creaba obstáculos tan colosales como montañas salidas de la nada —que el Tifón no tenía problema con derribar—, estaba encabezado por Daymon, él los organizaba y dirigía. Sara lo ayudaba, pero ella se encargaba de liderar el grupo que intentaba ralentizar el avance del monstruo. Usaban elementos como el hielo y el hierro, metales y cristales, pero solo eran diminutas piedras en su camino.
El otro grupo, guiado por Evan, donde Cailye brindaba apoyo, se encargaba de construir una fortaleza lo suficientemente resistente para contener al Tifón y evitar que Pandora u otro pudiera volverlo a liberar. El humo provocado por el volcán no me dejó mucha nitidez, la mayoría trabajaban desde el interior por lo que afuera solo se encontraban los que vigilaban, por lo que solo pude suponer su diligencia.
Ambas operaciones tenían algo en común: El grupo de Daymon necesitaba más poder para transportarlo hasta la prisión, y el grupo de Evan necesitaba más poder para terminar la fortaleza.
Quería estar con ellos, codo a codo, lado a lado, peleando juntos como un equipo. Quería poder moverme con esa sincronía compartida y cuidar sus espaldas, estar en el campo. Me dolía reconocer esa distancia, como si de un momento a otro yo ya no fuera parte del grupo, como si pasara a observar todo desde un lugar seguro siendo ajena a todo el problema.
Por un segundo dejé de percibir la conexión con mis amigos, por un instante ya no podía ver esos lazos que nos ubicaban en la misma línea de partida.
Sacudí mi cabeza para alejar esos pensamientos. Debía concentrarme.
Alcanzaba a oír las catástrofes causadas por el Tifón a pesar de que la proyección no contaba con sonido; lo oía a lo lejos, oía sus rugidos como si estuviera a mi lado. Ni siquiera era capaz de tragar saliva de lo seca que se encontraba mi boca.
Evitaron el contacto directo todo lo posible, no me enteré de bajas. Hubo algunos heridos pero nada grave, y lo más importante era que mis amigos estaban bien.
A veces el resplandeciente brillo violeta resultante de la magia de Sara se apoderaba de la proyección, iluminando el jardín sumergido en la oscuridad de la noche. Me daba la impresión de que lo hacía a propósito para darme algo de luz, por muy rebuscado que pareciera, o porque no quería que viera algo desagradable.
Pasaron los minutos sin darme cuenta.
Contuve la respiración la mayor parte del tiempo, teniendo que recordarme que mi cerebro necesitaba oxígeno. Cada segundo de espera era una tortura, cada golpe y cada estruendo se sentían como una cortada en la piel, la incertidumbre me quería domar por completo.
Creí que me perdería en mis pensamientos y sensaciones hasta que recibí un recordatorio. La voz de Logan resonó en el jardín como un altavoz, avisándome que la prisión estaba casi terminada y solo necesitaba mi señal para que el grupo de Daymon y Zeus intervinieran. Por supuesto, no olvidó recordarme que si yo no lo hacía bien todos íbamos a morir.
Sentí que una corriente eléctrica me electrocutó cuando las luces se apagaron como aviso. Casi llegué a pensar que me desmayaría de la ansiedad.
—Entiendo. —Eso fue todo lo que dije, aunque dudé que él me escuchara.
Respiré hondo cientos de veces, relajé mi cuerpo y cambié de posición otras cien ocasiones, pero a pesar de eso nada sucedió. No vi a Elpis de nuevo, no sentí nada diferente. No hubo brillo, no hubo un gran resplandor, no hubo nada.
Tras diez minutos sin que nada ocurriera comencé a entrar en pánico. ¿Y si no era capaz de proyectar la esperanza? Sería nuestro fin.
Me concentré todo lo que pude. Me centré en mi cuerpo, en mis sensaciones, en mi poder, en todo lo que tenía y en todo lo que era. Recurrí a las imágenes que usaba para activar el Filtro, pero los campos de flores también fueron descartados.
Cerré los ojos un rato, pero al abrirlos todo seguía igual. Ignoré el fracaso y retomé la concentración, la tranquilidad y la meditación, cada ejercicio que se me ocurrió para usar esa parte de mí que aun desconocía.
—¿Puedo ayudarte en algo?
La voz de Kirok me sacó de mi meditación. Entreabrí los ojos para mirarlo; estaba justo frente a mí, con sus ojos clavados en los míos como si estuviera observando a un perrito con estreñimiento hacer su mejor esfuerzo.
—Cerrando la boca.
Lo ignoré y retomé mi tarea de hacer algo que nunca había hecho. En ese momento Logan me apresuró.
«¿Te llevo una taza de té? Lo que sea que vayas a hacer hazlo ya. ¡Maldición! No andamos a tu reloj.»
En esta ocasión no le dije nada, guardé silencio y esperé que un milagro ocurriera.
—Puedo ayudarte. —Esta vez no preguntó, ahora Kirok lo afirmó, más cerca de mí y en voz más baja—. Sé cómo lo hacía Atenea.
Lo miré a los ojos, con un nuevo aire de interés. Dudé, aún estaba molesta y no quería precipitarme con él. No confiaba del todo en sus acciones y siempre que hablaba sentía que había algo que no me quería decir. Ahora me parecía que ocultaba una segunda intención detrás de su sonrisa coqueta.
—Puedes usar el vínculo si crees que te miento, lo entenderé. Pero es verdad lo que te digo. Vi a At hacerlo muchas veces, y es una sensación adictiva. La paz que provoca te hace volar. —Por un segundo sus ojos se iluminaron de nostalgia—. Ella lo hacía ver fácil.
Lo consideré. No tenía tiempo, en cualquier momento Logan aparecería y tendríamos que reformular toda la operación. Era nuestro único plan viable, mi fracaso significaba la derrota de todos los demás. Tenía que hacerlo, al menos apostar por esa información.
Ejercí presión sobre el vínculo, mi mano dolió y la de él brilló.
—Dirás la verdad sin importar nada.
Él asintió, cohibido. Supe que le dolió, pero en cuanto centró su atención en mí de nuevo vi gentileza, como si en ese momento estuviera hablando una parte vulnerable que no usaba desde hacía mucho. Parecía un cachorro.
—Es como dar un abrazo.
Su respuesta no me ayudó mucho.
—At lo dijo antes, pero no entiendo a lo que se refiere.
Dejó salir una sonrisa de ensueño, como si sus recuerdos lo absorbieran.
—Se refería a la sensación, el sentimiento que transmite un abrazo. Se trata de amor y comprensión, de apoyo, de no dejarte caer. Es lo que sentí el día que me abrasaste en el templo de Artemis, como si me dijeras que a pesar de todo, a tu lado estaba bien. Es una promesa, Luz, la promesa de un futuro mejor. —Giró la cabeza, observando a lo lejos, en busca de algo en específico—. Tú también lo has sentido, cuando recibes un abrazo. El alivio y la seguridad que sientes, eso es lo que debes proyectar, hacer que otros se sientan así.
Le sostuve la mirada, procesando sus palabras. Sin duda conocía la sensación a la que se refería, era adictiva; el poder de un abrazo podía traerte de nuevo a la vida.
Pero aun así...
—No creo poder ofrecerle esa seguridad a nadie. Atenea era un símbolo de seguridad, con ella cerca todos sabían que nada malo pasaría. Pero para mí... No podría asegurar ese futuro brillante para nadie.
Relajó sus hombros, sus ojos se encendieron, y por primera vez me observó con cariño, con genuino aprecio. Se parecía mucho a la mirada de Daymon, pero la de Kirok resplandecía en gratitud y dolor por partes iguales.
—Me la ofreciste a mí. Cuando me abrazaste pude escucharte decir que pasara lo que pasara todo estaría bien. Tú me brindaste ese futuro. Atenea fue un símbolo de seguridad, pero tú, Luz, representas una promesa.
«Pase lo que pase, todo estará bien».
Lo entendí tan de repente que la energía fluyó a través de mi cuerpo como un repentino subidón de azúcar.
El recuerdo de la sensación de todos esos abrazos que llegaron a mí en los peores momentos vibraron en mi piel al mismo tiempo. Recordé cada abrazo de Sara, demostrándome su preocupación por mí; transmitiéndome lo mucho que quería mi bienestar. Los brazos de mamá dándome ánimo, los de papá aliviado por volver a verme, los de Cody deseándome suerte. Llegaron a mi memoria todas las ocasiones en las que mis amigos me recibieron o me despidieron con un abrazo, cada sonrisa y cada palabra que me indicaban cuánto me querían, cada gesto que me regalaba seguridad.
Recordé lo que sentí cuando Kirok me abrazó cuando intentaba traerme de vuelta, esa sensación de urgencia y de temor, de súplica. Ese abrazo que sujetó mi alma antes de que se fuera.
Una brisa cálida recorrió el jardín, suave, como una caricia de verano. Un olor dulce, como el del durazno, se mezcló con el ambiente en una dulce fragancia relajante y fresca. Dejé de oír los ruidos de la batalla, de sentir las vibraciones bajo mi cuerpo y de ver las luces de la magia de nuestros aliados.
Mi cuerpo se sintió ligero, mis piernas ya no rozaban el césped. La temperatura aumentó unos grados, de pronto la noche perdió toda oscuridad. Cada estrella, cada luz, incluso cada flor resplandecieron con un brillo distinto. Fue un ambiente ideal, perfecto en cada sentido, igual de acogedor y tranquilizador que un abrazo.
A mi mente llegaron entonces los recuerdos de los abrazos de Andrew. Él abrazaba mi tristeza, mi alegría, mis aciertos y mis errores. Sabía cuándo necesitaba un abrazo, sabía cuándo quería uno pero no podía dármelo, también sabía cuándo un abrazo no sería suficiente. Él bloqueaba todo mi mundo con tenerme entre sus brazos, me protegía, me consentía, me daba fuerza. Alcanzaba a sentir su cariño por mí a través de un gesto tan normal.
Amor.
Un abrazo era un medio para expresar amor, más significativo que un beso. Ahí me di cuenta que Atenea amaba tan intensamente como yo, que ese era el punto que nos unía de verdad. Ese amor era lo que protegía, su tesoro, su sueño. En el amor terminaba ella y comenzaba yo, ahí nos uníamos en una misma persona.
Todo se redujo en un momento, todo fue pequeño. Y luego, de repente, todo se expandió. La inmensidad y el basto universo se mostraron frente a mis ojos tan rápido que perfectamente pudo haber sido un espejismo.
La luz iluminó cada cosa, cada flor y cada hoja, cada fuente y cada estatua. Una estrella en lo alto de un monte, una luz suave que nació en mí pero mi cuerpo no brillaba, seguía sumergida en la oscuridad de la noche a pesar de que estaba segura que esa nueva luz salía de mí. No resultó segadora, era bastante tenue; como si en lugar de llamar la atención quisiera ser una guía al final de la meta.
Cerré los ojos en busca de más concentración. Sabía que ese era el camino, debía asegurarme de mantenerme en él.
Un remolino mágico, una sensación fantástica, un leve cosquilleo en todo mi cuerpo...
Y luego los oí. Me llené de sus voces, de deseos y sueños, de ruegos y de todos esos anhelos que se guardaban en lo profundo de sus corazones. Pocos y suaves al comienzo, pero pronto miles de millones de voces que clamaban a gritos diferentes esperanzas llenaron mi cabeza.
Hice una mueca, sentí que mi cuerpo perdía el balance en el aire. Eran demasiadas voces, demasiado ruido, no me dejaban pensar y mucho menos concentrarme. Resonaban a diferente tiempo y con distinto volumen, enloqueciéndome.
Creí que perdería lo que había logrado, que caería impotente ante tantos anhelos reunidos en mi cabeza. Hasta que me topé con su silencio.
Lo reconocí de inmediato, la única voz en silencio, la única persona que no me suplicaba por esperanza. Era el silencio de Andrew, quien no pedía más de mí que quedarme a su lado, quien no veía en mí una persona especial o elegida, quien no deseaba salvación de mi parte, que veía a mi yo más lamentable y aun así la aceptaba. Yo no era su esperanza, él era la mía.
No supe cómo lo reconocí, cómo supe que entre millones aquella voz que permanecía en silencio en alguna parte entre la multitud como si dejara un puesto vacío en un estadio, era la suya.
Pero saberlo me dio tranquilidad, me dio un punto de dónde partir, un comienzo.
Mandé a callar a todas las voces, que solo pudieran oírme a mí. Pero no les dije nada. El silencio era todo lo que tenía qué decir. Una sonrisa, la calidez de un abrazo, el sentirse oídas, el no dejarlas solas, el hacerles entender que todo estaría bien.
No vi nada luego de eso. Una inmensa blancura se extendió por mis ojos cerrados como si los tuviera abiertos y fijos en el sol. Mi cuerpo se sintió cálido, una amena felicidad se extendió en mi interior. Sentí paz, sentí amor, sentí tranquilidad.
Eso me obligó a abrirlos. Lo hice despacio, como si despertara de un largo sueño, pero en cuanto noté la cercanía de otra persona se abrieron de golpe.
Sus ojos blancos como las nubes me observaron a los míos, captando mi completa atención; su cabello albino, su piel casi transparente de lo pálida, y su corona de colores la delataron. El tiempo se detuvo un segundo, casi dejé de respirar.
Me sonreía con felicidad, una suave y pequeña sonrisa a tan solo centímetros de mi rostro. No habló, parecía que no podía, pero sus ojos reflejaban toda la serenidad y confianza que necesitaba. Apoyó su frente en la mía en un gesto tierno y suave, era tan pequeña que ni siquiera tuvo que inclinarse para acercarse a mi frente, estando de pie llegaba a mi frente sin problema. No pude sentir su tacto, era intangible, pero la sensación que me transmitió casi pude tocarla.
Se sintió como si me dijera: lo hiciste bien.
—Gracias... —susurré al volumen del viento.
Parpadeé, y cuando lo hice ella ya no se encontraba por ninguna parte. El tiempo volvió a correr, el viento volvió a soplar, y la luz suave que iluminaba el jardín se apagó gradualmente. Solo las luces mágicas de Logan le daban luz al ambiente nocturno.
Hubo un fuerte estruendo que cimbró todo el Olimpo, las aves salieron volando en busca de refugio y algunas fuentes y estatuas se vinieron abajo. Luego hubo una luz a lo lejos, gigantesca y con una energía tal que el viento resultante tiró mi cuerpo lejos del jardín.
Me golpeé la espalda contra una columna, recibiendo de frente el viento que esa luz provocaba. Sin duda esa no fui yo.
Las imágenes que proyectaba la ilusión se volvieron oscuras y luego desparecieron, la magia de Logan se esfumó junto con sus luces. La oscuridad se apoderó del cielo cuando la inmensa luz dejó de brillar, y por un momento, por un leve segundo, hubo una tensa calma.
En ese momento cayó el rayo. Fue solo uno, tan grande y potente como si se tratara de miles. Iluminó el cielo nocturno tanto que llegó a parecer de día, como una estrella demasiado cerca de la Tierra. El cielo entró en conflicto, no hubo sol ni luna, ni siquiera estrellas.
Aquel fue un cielo que nunca llegué siquiera a imaginar.
El día y la noche se mezclaron, los astros se fundieron; la luz y la oscuridad parecían danzar al compás de una canción. Estaba tan cerca ese cielo que parecía falso.
El sonido del trueno llegó un par de segundos después, devastador y abrupto. Puso fin al cielo de fantasía, regresó a su lugar a la noche y despejó las estrellas, restauró el orden que la luz rompió. Hubo una lluvia de estrellas fugaces que apenas duró un segundo; un frio intenso recorrió el lugar, congelando las flores y el césped a su paso
Y luego, de repente, todo terminó.
El cielo retomó su armonía, las catástrofes se detuvieron, la temperatura regresó a la normalidad y el viento se apaciguó. La calma reinó, como un mar tranquilo luego de una tormenta. Y yo me quedé ahí, en el suelo recostada a la columna preguntándome qué demonios fue lo que pasó.
Pasaron los segundos, la adrenalina aun no dejaba mi torrente sanguíneo. No sabía nada de los demás y la magia de Logan tan solo se esfumó, me preocupaba lo que ocurría ahí afuera, me sentía impotente encerrada en esa fortaleza divina.
Kirok se acercó para ayudarme a levantar, pero cuando me extendió la mano y quise tomarla me di cuenta de que mi cuerpo estaba agotado; no tenía fuerza suficiente para levantar el brazo, mucho menos para mover las piernas. Ahí me percaté del cansancio en el que estaba sumergido mi cuerpo, todo de golpe, como si todo lo sucedido desde la llegada a Némesis me cobrara factura al mismo tiempo.
Alguien me levantó del suelo en vista de mi imposibilidad para moverme. No me dolía nada, pero tal vez se debía a la adrenalina que eclipsaba por un momento el dolor; lo que ocurría con mis amigos me preocupaba, el no saber me distraía de todo lo demás.
—Debes relajarte. —Era la voz de Andrew susurrando en mi oído mientras me levantaba. No había nadie cerca además de Kirok, quien vigilaba por si alguien aparecía—. No ganas nada preocupándote de lo que no puedes controlar. Hiciste tu parte, confía en que los demás hicieron la suya.
Me recostó en la columna y me sostuvo, estaba segura que me iría al piso de nuevo, mis rodillas se doblaban solas y mis piernas temblaban.
—No deben verte ni oírte, aún no sabemos lo que Pandora hará...
—Ve a descansar a una de las habitaciones —me interrumpió, tajante—. Hablaremos cuando despiertes, por ahora debes dormir. Los demás están bien, oí a Rizzo hablar con ellos, regresarán pronto. El plan resultó, pero si Pandora decide hacer algo más debes estar descansada para enfrentarlo.
—Pero yo...
—Solo hazlo, Ailyn. —Ahora sonó estricto. Hacía tiempo no lo oía tan inflexible. No podía verlo pero su tono me dijo que era algo serio.
Ni siquiera me felicitó por haber conseguido usar la Luz de la Esperanza, fue como si toda la hazaña pasara a un tercer plano. Pero si Andrew estaba preocupado debía tener una razón, si me pedía que descansara era porque sabía que debía tener fuerzas para hacer algo pronto. Porque si era él quien me pedía que hiciera algo debía tener un plan que yo apenas alcanzaba a imaginar.
Asentí.
—Lo haré, no te preocupes.
No me enteré de los detalles de cómo ocurrieron las cosas. La comunicación se cortó, no vi a Logan para pedirle información precisa y para cuando me metí a la cama los demás aún no habían regresado.
Andrew me aseguró que todos estaban bien, que no habían bajas por el lado de las deidades pero sí muchas humanas; que el Tifón fue encerrado como lo habían planeado y que Zeus participó a último minuto. Me repitió que no había nada de qué preocuparme, aunque siempre detectaba un deje de preocupación en su voz a pesar de no ver su expresión.
Al final me dejé vencer por el agotamiento. Mi necesidad de tener noticias directas sobre mis amigos pasó a segunda prioridad, en ese momento solo quería cerrar mis ojos por un momento, descansar en medio de toda esa aventura sin fin, de saltar de un problema a otro.
La cama de la habitación que me asignaron se sintió como plumas luego de semanas de dormir sobre un montón de hojas o directamente no dormir, no tuve que esforzarme en dormirme.
El sueño que tuve fue borroso, la mayor parte la olvidé y solo la sensación de bienestar se quedó conmigo. En él había alguien que me hablaba, o mejor dicho, le hablaba a una versión de mí más pequeña. Esa persona sonreía mientras mi yo niña reía a carcajadas, feliz. No recordaba lo que le decía, pero el ambiente rebosaba de calma, como si fuera atemporal y perfecto, seguro.
Solo hubo una palabra que perduró conmigo mientras me despertaba: Oráculo. La somnolencia borró el sueño, dejándome fragmentos nublados y lejanos.
Cuando abrí los ojos aún tenía sueño, quería seguir durmiendo. Me giré en la cama para cambiar de posición y continuar con mi descanso, pero un nuevo objeto rodó hasta mi brazo derecho, despertándome sin el menor cuidado.
Pegué un brinco de infarto cuando una manzana roja como el vino rozó mi piel, se deslizó por la cama como si tuviera una dirección planeada y se detuvo en cuanto me puse de pie de la impresión, parecía observarme.
La tomé en mis manos. Era demasiado roja para ser natural, demasiado grande para ser normal. Casi relucía con la poca luz ambiental que las velas me brindaban, como si estuviera cubierta de magia.
Me fijé tanto en la extraña manzana que noté tarde la hoja doblada sobre mi cama. Miré hacia todas partes, la puerta de la habitación estaba asegurada con llave y nadie pudo haber atravesado la protección del Olimpo. Además Kirok vigilaba mi puerta y me aseguré de que no dejara pasar a nadie fuera de mis amigos.
Estaba sola, y estaba segura que todo ese rato estuve sola. No entendí cómo llegaron ambos objetos hasta mi cama, pero no me daba buena espina.
Un escalofrío me recorrió cuando tomé la hoja y la desdoblé. Una letra curva y bien distribuida en toda la hoja me dio la bienvenida, escrita en tinta roja muy oscura, igual que la manzana.
«El tiempo apremia, luciérnaga. La espera se acaba. No fue complicado liberar a Tifón, pero no te relajes que no fue al único que invité. Si solo con él el Inframundo está de fiesta, me pregunto si habrá espacio para todas las almas que llegarán si la Bóveda Celestial se llega a caer. Dudo que su coalición conquiste eso.
Te espero donde tu destino fue sellado, y ven sola, tenemos mucho de qué hablar. Corre, Kronos no espera a nadie.»
El calor subió de pies a cabeza en mi sistema circulatorio, como si mi sistema funcionara al contrario. Quemó, ardió, mis ojos dolieron y un nudo de ira se formó en mi garganta amenazando con romperla.
No necesitaba nota de autor ni dedicatoria, más claro no podía ser, más espeluznante tampoco.
Ya sabía de dónde heredó Hades su poesía para las citas y su tendencia a tomar rehenes. Eso era bajo hasta para Pandora, pero si lo pensaba bien ella jamás mostró interés en los humanos. No quería gobernarlos ni aplastarlos, solo estaban en medio. Igual que yo.
Gruñí y arrugué la carta en mis manos. Sentí mis ojos arder en dorado vivo, cada célula de mi piel estaba cansada de ir a su ritmo, de estar en su circo todo el tiempo. Estaba decidida a tomar algo de ella en recompensa por querer tomar todo de mí.
La manzana se pudrió en mi mano sin que yo interviniera, su color se envejeció hasta que un marrón mugre la tiñó, llevándose su belleza, y en respuesta la dejé caer. Se deshizo antes de llegar al piso, lo único que tocó el suelo fueron las pocas cenizas que quedaron del fruto.
Tendrán que esperar por los últimos tres capítulos, los subiré cuando los tenga completos y no sé cuánto tarde. Gracias a todos los que esperan pacientemente y no abandonan la historia, significa mucho para mí :')
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