31. Respeto y reconocimiento
Kings & Queens - Ava Max
Mis pies flotaron por un momento hasta que sentí el suelo firme bajo mis desgastadas zapatillas.
Una de las alcobas del Olimpo se alzaba frente a mis ojos. Una sala común, con algunas sillas y mesas, pequeña. Si mi memoria no me fallaba eran las nuevas adiciones al palacio gracias a las remodelaciones, aptas para pasar la noche si alguno de nosotros lo necesitábamos; la vigilancia era escaza y los Guerreros de Troya permanecían afuera.
Se encontraba en un piso inferior, por lo que no había ventanas y solo había una corriente de aire que se dirigía a la salida. La puerta estaba cerrada y sobre una mesa de centro se encontraban unas cuantas uvas, uvas terrestres tan normales como cualquier otras.
Cailye se encontraba sentada cerca y devorándolas sin piedad, junto con algunas rodajas de pan y un refresco cerca. Por lo visto en la habitación: la comida, una cama a nuestra espalda y los sofás listos, incluso una luz mágica blanca que iluminaba las paredes doradas, podía decir que prepararon la sala pero no precisamente para nosotros. Alguien la reservó o alguien dormía ahí.
—¿En qué parte del Olimpo estamos? —pregunté.
Cailye levantó la cabeza y nos miró. Andrew y Kirok estaban cerca de mí, cada uno a un lado de mi cuerpo. Tragó fuerte su comida antes de hablar.
—Es la habitación de Logan. Se mudó aquí luego de las reconstrucciones.
—¿Cómo la sabes? —cuestionó su hermano, observándola con el ceño fruncido.
Ella señaló la mesita de noche al lado de la cabecera de la cama. Allí solo había una lámpara blanca con forma de gato caricaturesco y estilizado de forma ridícula.
Se encogió de hombros.
—Le regalé esa lámpara cuando se mudó. Y él es el único que desayuna con uvas, pan y gaseosa. También añade mandarinas, imagino que se las comió antes de salir.
No hice ningún comentario respecto a su conocimiento sobre Logan, el integrante del grupo más reservado y amargado. Y por lo visto Andrew tampoco tenía muchos deseos de detalles.
Miré a mi alrededor. No había fotografías ni cuadros, nada de objetos personales, ni siquiera de Astra. Para vivir ahí parecía una habitación de hotel. Los muebles y la cama estaban en orden, las paredes limpias y no había nada suyo en ninguna parte. El único objeto personal que parecía tener era esa lámpara de gato.
Un estruendo nos desequilibró. Estremeció las paredes y provocó que el polvo cayera sobre nuestras cabezas. Estábamos varios pisos bajo tierra, si lo que fuera que ocurriera arriba se alcanzaba a sentir ahí entonces algo grande ocurría afuera.
«Son molestos, ni siquiera en mi habitación se dejan de oír». Recordé las palabras de Logan cuando hablaban sobre los misiles y los ataques.
¡Por todos los dioses! Eso no era bueno, nada bueno. Era evidencia de un ataque, de una lucha. ¿En qué problema estábamos metidos ahora?
—Debemos subir, encontrar a los demás y saber lo que ocurre —dijo Andrew. Se adelantó un poco hacia la puerta, pero antes de que pudiera abrirla lo detuve.
—Espera, antes de salir hay algo que necesito saber. —Él se detuvo y me observó sobre su cuello, pero a pesar de eso no se opuso. Miró a Kirok en cambio, con una mirada oscura y amenazante, casi tenebrosa, como si supiera lo que quería saber. Me giré hacia mi familiar, él permanecía de pie a mi lado con la cabeza gacha y los ojos ocultos entre la sombra de su cabello—. ¿Lo sabías? ¿Sabías que At recuperó sus sentimientos y que el tiempo que tenía conmigo era poco?
Él solo asintió.
Sentí calor en mi pecho, no en mis ojos.
—¿Desde cuándo? —Silencio. No respondió, eso me molestó todavía más—. Te exijo que me digas desde cuándo lo sabías y por qué no me lo dijiste. Te exijo que me digas lo que sabes al respecto.
Con eso bastó. Levantó la cabeza como si una fuerza invisible lo obligara, sus ojos se encendieron en rojo pero pronto se volvieron a apagar. La cicatriz en mi mano dolió, la de él brilló en un tono cereza fluorescente.
Hizo una mueca y frunció el ceño antes de hablar.
—Desde siempre. Lo supe en el momento en que la vi por primera vez en su forma de lechuza. —Apretó los labios, queriendo callar, pero en respuesta mi cicatriz dolió más y la de él brilló con más intensidad—. Fue por eso que... quise convertirme en tu familiar, para estar cerca de ella el tiempo que le quedaba. Sabía... que si permanecía con ella el tiempo suficiente... sus sentimientos regresarían, el residuo de su rencor por mí abriría la brecha...
El brillo se hizo más grande, él dejó salir un gemido. Parecía que le dolía. Casi lo arrodilló, pero en su lugar apretó la mano con fuerza y continuó. Tal vez lo presionaba a través del vínculo, tal vez podía sentir mi autoridad sobre él como familiar.
Me miró con tristeza, también con dolor. Pero no le presté atención. Seguí presionando, seguí excavando, en busca de la verdad.
—Fue por eso que insistí en el Espejo de los Dioses —soltó, y en cuanto lo dijo se le escapó el aire. Por un segundo dejé de presionar.
—¿A qué te refieres?
Tuve un mal presentimiento, sabía que eso no me iba a gustar. Volví a presionar, con más fuerza, con más ahínco. Me propuse sacarle la verdad aunque mi cicatriz doliera en cada intento.
Frunció más el ceño, apretó con más fuerza los labios. Pero no bastó, ninguno de sus intentos por ocultarlo funcionó.
—Sabía que si At atravesaba el portal tomaría forma humana, sabía que de esa forma podría hablar con ella aunque eso redujera su tiempo. Podría tocarla, verla a los ojos, igual que antes. Por eso busqué el mapa al espejo, porque sabía que si encontrabas una solución aquí no tendrías motivo para atravesar el portal.
¿Qué?
El golpe llegó en ese instante, ocurrió frente a mis ojos y no lo detuve, lo vi cuando se movió, entendí sus intenciones, pero no me interpuse. Andrew lo golpeó con fuerza en la cara con la mano cerrada, tanto así que envió el cuerpo de Kirok a volar hasta la pared más cercana y por la fuerza le hizo una grieta a la pared. Le descolocó la mandíbula, por algunos segundos Kirok no pudo moverse, pero al cabo de un rato su única herida mortal sanó y volvió a moverse.
Andrew no lo atacó ni mientras se recuperaba ni después, con ese solo golpe parecía satisfecho.
Fue él.
Ahí lo entendí. Esa noche en la azotea del hotel, cuando vio a At luego de mucho tiempo. Fue por ella, todo ese tiempo se trató de ella. No quería perdón, no quería aceptación, no quería ayudarme, no quería unirse a mí. Quería estar con ella, yo solo fui su pase de entrada, la oportunidad perfecta.
Y eso no fue todo. Ahora tenía sentido; su insistencia en el espejo, cómo convenció a la Corte Suprema y a nosotros de que esa era mi única salvación. De haber buscado más... de haber esperado un poco más... no tendría por qué haber cruzado el portal. El Espejo de los Dioses no pudo haber sido mi única opción, pude haber elegido, pude haber encontrado otra cosa, pude haberme ahorrado tanto...
Algo dentro de mí se rasgó, dolió, se lastimó. No fue ira, no fue rencor. Fue...
—No me mires así —suplicó él desde el suelo, incorporándose sin siquiera dedicarle una mirada a Andrew. Me miró con los ojos dolidos, con vulnerabilidad, como si no fuera más que un cachorro asustado. No, aterrado—. Por favor...
—Fue por ti —solté, en un tono de voz que incluso yo desconocí. Me ardía la garganta, estaba segura de que pronto me arderían los ojos—. Confié en ti y tú me quitaste la opción de elegir. Te apareciste aquí y me aseguraste que lo único que podría ayudarme era el Espejo de los Dioses. No busqué otra opción porque tú, mi familiar, me dio su palabra y yo te creí.
—Eso no es...
—Cuando dijiste que viniste al Olimpo a investigar, ¿fue cierto?
Se resistió otra vez. Pero usé más autoridad sobre él para obligarlo a hablar.
—Sí, lo fue. Vine a investigar. Tenía que encontrar archivos que pudieran darte una solución distinta para que tu única opción fuera el espejo. Los que encontré eran documentos sobre magia primordial, dudé que la Corte Suprema los conociera.
—¿Qué hiciste con ellos?
—Yo... los quemé.
Mis ojos ardieron, quemaron. Me vi reflejada en los de él, rojos y apagados, mientras los míos se encendieron en dorado vivo.
No usé magia, usé mi mano. Sentí el ardor en cuanto mi palma golpeó su mejilla, la misma que Andrew golpeó. Se enrojeció, tanto mi mano como su cara; mis dedos quedaron marcados en su piel, pero aun así él no se movió. Recibió el golpe con resignación sin decir una palabra, igual que el de Andrew.
No podía creerlo. Mis amigos tenían razón, Andrew tenía razón, At tenía razón. Kirok era egoísta, manipuló la situación para ver a At otra vez, por su patético intento de redención.
Le quitó tiempo a At, me quitó oportunidades a mí. Nuestro vínculo era falso, no podía haber nada verdadero a base de manipulaciones y mentiras.
Había tantas cosas que quería decirle, tanto que quería gritarle, pero por más que lo pensaba no había palabras que expresaran mi decepción y la herida de mi corazón. Me sentía traicionada, usada, tan imbécil.
—Espero que un perdón que nunca se te fue concedido valga todas las molestias que te tomaste.
Me alejé de él unos pasos. Estaba tan enojada, tan furiosa, que consideré romper el contrato en ese mismo instante. Alcancé a levantar la mano izquierda, las palabras pasaron por mi cabeza como si ensayara una línea.
Pero él avanzó conmigo, casi se me lanzó encima.
Estiró su brazo derecho hacia mí, con la intención de sostenerme de lo primero que alcanzara. Pude verlo en sus ojos, la intención de detenerme.
Pero Andrew apareció entonces. Agarró el antebrazo de Kirok en un solo movimiento y apretó con fuerza. Tenía el ceño fruncido y una mirada que me daba miedo. Sus facciones estaban tensas, sus músculos rígidos, y emanaba cierta energía divina que por un breve momento no parecía suya.
No le dijo nada, tampoco fue necesario. Su sola mirada y la fuerza que prácticamente inmovilizaba en brazo de Kirok fueron suficientes.
Kirok le devolvió la mirada asesina, ahora encendida en rojo. El primer golpe lo tomó por sorpresa, pero dudaba que permitiera que Andrew le volviera a pegar pudiendo defenderse.
—No te metas. Hueles a ellos, a esos viejos santos de la Isla de los Bienaventurados. Apestas a magia primordial. Así que mantente lejos, rayito de sol, o empezaré a cuestionarme cómo fue que conseguiste regresar.
A pesar de eso no lo soltó. Permaneció en el mismo lugar, a la espera del momento en que se justificara que usara magia y no solo sus puños.
Kirok posó sus ojos de nuevo en mí cuando se dio cuenta de que intentar hablar con Andrew era un caso perdido. Se concentró de nuevo en mí.
—No lo hagas, por favor, Luz. No es lo que crees —La desesperación en sus ojos parecía genuina, pero con él ya no sabía nada.
—¿Qué es entonces? Me usaste para estar cerca de At, nunca te importó mi bienestar, jamás quisiste ser mi familiar.
Negó con la cabeza desenfrenadamente.
—Lo que siento por ti es genuino, Luz. No tiene nada que ver con Atenea. Quise unirme a ti para estar cerca de ella, pero en este momento quiero ser tu familiar más que otra cosa en el mundo. Quiero permanecer a tu lado, protegerte, devolverte algo de lo que has hecho por mí.
Negué con la cabeza y bufé. No dejaba de pensar en todo lo que me pude haber ahorrado si tan solo ejercía mi poder de ama sobre él.
—No es cierto, nada de lo que sale de tu boca lo es.
—No, no. Escucha. Sí, lo admito, no hice bien las cosas, no debí poner en juego tu vida para volver a verla. Pero eso no cambia todo por lo que hemos pasado. No te he mentido, Luz. En el templo de Artemis, en el océano, siempre que hablamos... era honesto, hablaba en serio.
Negué con la cabeza, con una mirada cargada de decepción e ira sobre él.
—Es imperdonable —mascullé, dolida todavía—. Estaba dispuesta a poner las manos al fuego por ti, te defendí ante todos los demás, te acepté a pesar de tus errores en el pasado, ¡quise en verdad ser tu amiga! Y tú solo... —Fruncí los labios y sacudí mi cabeza para aclararme en medio de mis revoltosos sentimientos—. ¿Por qué? Sabías que recuperaría sus sentimientos, te quedó claro que no te perdonaría, entonces ¿por qué? ¿Por qué insististe tanto si sabías que ella estaba muy lejos de corresponderte?
Bajó la cabeza, no supe si por vergüenza o por arrepentimiento. Y no importaba.
No importaba si lo que decía era cierto, no importaba si ahora quería ser mi familiar de verdad. Porque no lo quería, no podría confiar en él otra vez. Porque sabía que At tenía razón, sabía que el egoísmo de Kirok no veía a terceros. Y si hizo algo así una vez lo volvería a hacer.
—Porque vivir con un amor no correspondido es preferible a vivir sin amor.
Tan solo lo miré.
—¿Sabes qué es lo que más me duele? —Me acerqué a él. Andrew lo soltó y yo pude acercarme lo suficiente a su rostro. Bajé mi voz cuando volví a hablar—. Que yo sí te quería. Estaba dispuesta a arriesgar mi vida por ti y creí que tú harías lo mismo por mí. Pero ahora me doy cuenta de que nada de eso nunca te importó.
—¡Lo hice y volvería a hacerlo! —bramó—. Te lo suplico, no rompas el contrato, no me alejes de tu lado. Lo siento, sé que estuvo mal. No me quiero excusar, sé que estás en tu derecho de odiarme, pero por favor... Solo no rompas nuestro lazo.
Estaba tan enojada... Pero aun así tenía que concederle algo: lo necesitaba. Necesitaba su poder, me convenía tenerlo como familiar. Nuestro lazo lo condicionaba, mi poder sobre él lo limitaba. Ya no sentía pena al usarlo, ya no permitiría que hiciera lo que quisiera y continuara complicando las cosas.
—Debí haberte dejado en el Inframundo, nunca debí haber ido por ti —le dije, y sentí de una forma extraña cómo lo lastimó. Se reflejó en sus ojos, casi lo sentí a través de nuestro lazo.
Sus ojos se apagaron y se ocultaron en la sombra de su cabello. Su voz se volvió más ronca, más débil incluso.
—Mientras me permitas seguir siendo tu familiar no me importa que me odies.
Definitivamente tenía un sentido retorcido del que no quería formar parte. Pero no podía romper el contrato, al menos no todavía. Aun lo necesitaba. Y esa conversación todavía no terminaba, ahora que estaba segura de hasta dónde era capaz de llegar tenía que saber todo lo que hizo para beneficio propio. Cada cosa.
Pero cuando tomé aire para seguir atacándolo, alguien tocó la puerta. Varias veces, con bastante fuerza como si fueran a derribarla solo con eso. Intentaron abrirla pero parecía cerrada con llave desde afuera.
—¡¿Ailyn?! —Reconocí la histeria y la urgencia de esa voz. Se oía rota, vulnerable e incrédula, como si el hecho de pronunciar mi nombre más que un milagro fuera algo totalmente imposible.
Mi corazón se encogió.
—Es Sara.
Golpearon con más fuerza.
—¡Ailyn! —Lloraba, vaya que lo hacía. El titubeo y desesperación en su voz me lo dijeron.
Andrew se dio la vuelta para abrir la puerta desde adentro, pero lo alcancé a tomar del brazo antes de que eso ocurriera. Me miró con interrogación sobre su hombro, como si se preguntara «¿Y ahora qué?».
Saqué el yelmo de Hades de mis cosas y le devolví su tamaño original. Se lo ofrecí.
—Perséfone dijo que había un infiltrado de Pandora en el Olimpo, y los demás también lo piensan. —Él miró el yelmo y luego a mí otra vez—. Pandora piensa que estás muerto, quiero que siga siendo así. Quédate cerca del grupo, escucha lo que ocurre y vigila a toda deidad que se nos acerque.
Él asintió.
—¿Sospechas de alguien? —quiso saber.
Me recibió el yelmo y cuando éste estuvo en sus manos su diseño cambió. Se tornó dorado, con una cresta amarilla con iluminaciones azules, más grande que antes.
—Las Gracias. Siempre están cerca y escuchan todo lo que sucede en el palacio. Pero me puedo equivocar. Presta mucha atención a cualquier dios y deidad ajena a los Dioses Guardianes.
Me miró a los ojos una última vez antes de colocarse el casco. Su cuerpo despareció en cuanto lo hizo, como si no estuviera justo frente a mí. Su presencia también se esfumó, por más que lo intentara nada me decía que él estaba ahí más allá del pleno conocimiento de que lo estaba. El poder del yelmo era sorprendente.
Le lancé una mirada a Kirok a mi espalda.
—Y tú cerrarás la boca —le ordené con todo el peso de mi autoridad—. Solo hablarás conmigo, no tienes permitido responder preguntas de nadie más ni hacer nada que yo no te haya pedido. Te quedarás a mi sombra hasta que te diga lo contrario. ¿Entendido?
Bajó la cabeza con sumisión.
—Sí, ama.
La puerta se abrió en ese momento.
Apenas tuve tiempo de volverme hacia la entrada cuando una multitud de gente entró como estampida a la habitación.
Pero todos esos rostros familiares pasaron a un segundo plano en cuanto Sara ocupó mi campo visual. El corazón me dio un salto y mis pupilas se dilataron en cuanto la vi, mis piernas fallaron y temí caerme al suelo.
Corrió hacia mí entre gemidos y lágrimas, con los brazos extendidos y casi tropezándose con sus propios pies. Tenía los ojos rojos e hinchados, su rostro estaba húmedo y su ropa era un desastre. Vestía una túnica que parecía pijama, sucia en la parte de abajo de tanto arrastrarla por el suelo, y una tela delgada que a duras penas cubría sus brazos. Definitivamente estaba muy lejos de su estilo ceñido y elegante.
—Sa...
Me abrazó con tanta fuerza que de no ser por mis piernas nos habríamos ido ambas al suelo. Me apretó con todo lo que tenía, sollozando sobre mi hombro como una niña pequeña. Lloró con fuerza, más que esa vez en su habitación cuando no pude estar a su lado para abrazarla. Lloró como nunca la oí llorar, con todas sus ganas, con cada fibra de su ser.
Sabía lo que se sentía llorar de esa forma, como si entre lágrimas y gritos se te escapara el alma. Su cuerpo temblaba entre mis brazos, su corazón golpeaba incluso mi pecho a través del suyo. Estaba pálida, asustada y aliviada. Su llanto se oía raro, como si se riera entre sollozos.
Tuve que contenerme para no acompañarla en su llanto, me mordí la lengua y apreté los ojos para que no se me salieran las lágrimas. Pero me quemaba la garganta el reprimirlo.
Cuando me atreví a abrirlos de nuevo los vi a todos sobre su hombro, a través de su largo cabello negro. Y verlos de nuevo, luego de tantas semanas, luego de perder contacto por varios días, se sentía como una bocana de aire fresco. Mi cuerpo tembló de emoción, mis ojos no podía retener la dicha de tenerlos frente a mí.
Evan era el más cercano a nosotras. Nos observa pasmado, con los ojos bien abiertos mientras me miraba de arriba abajo. Pero a pesar de su asombro podía distinguir el alivio en sus facciones, como si pudiera volver a respirar.
Daymon también estaba ahí, pero él se cubría los ojos con el antebrazo mientras las lágrimas se le escapaban entre los espacios. Lloraba, no tanto como Sara pero lo hacía. Aspiraba su nariz hasta que se tranquilizó y pudo retirar el brazo. Sus ojos amarillos lucían como los de un niño triste, por lo que Logan le apoyó la mano en su hombro de forma consoladora.
Cailye se levantó como un resorte del suelo, olvidando las uvas y el pan, y corrió hacia ellos. Daymon la recibió con los brazos abiertos, estrujándola como un cascanueces. Evan se le acercó y también la abrazó, susurrándole palabras y haciéndole preguntas que la rubia optó por evadir a toda costa.
El chico al lado, Logan, apenas sí me miró. Estaba muy ocupado controlando a Daymon y saludando a Cailye como para reparar en mí. Había por lo menos otras cinco personas en la habitación, cuatro Gracias y un Guerrero de Troya, por lo que estaba bastante lleno el lugar.
Sara me acarició el cabello, más para consolarse a sí misma que para consolarme a mí.
—¡Creí que estabas muerta! —gritó ella. Su garganta vibró, sus brazos perdieron fuerza—. Pensé que no volvería... a verte...
La abracé con fuerza, con toda la que ella no podía. Sabía muy bien lo que sentía creer que una persona importante para ti estaba muerta, y también conocía esa mezcla de sentimientos al saber que no era así: alivio, alegría, miedo y tristeza. Todo junto, como si te desarmara desde adentro.
—Lo siento —susurré en su oído—. Pasaron tantas cosas... y perdimos los intercomunicadores. Lo siento tanto, sé cómo te sientes. En verdad lo lamento.
Enterró su cabeza en mi cuello.
—No puedes volver a hacerme eso, no sabes, en verdad no sabes, cómo me sentí. Casi me muero, Ailyn, fue un infierno cada día que pensé que algo te había pasado.
—Lo sé, lo sé.
Acaricié su espalda, invitándola a soltarme. Estaba feliz de volver a verla, mi corazón se sentía más tranquilo, pero también era consciente de la cantidad de preguntas que tenían y de todas las respuestas que yo quería.
Los presentes murmuraban mientras me observan, como si no pudiera oírlos o no lo notara. Evan no dejaba de preguntarle a Cailye sobre mi aspecto, Logan de repente ya no podía quitarme los ojos de encima. Y Daymon seguía llorando como un bebé.
Sara se alejó un poco de mí, lo suficiente para mirarme correctamente desde que entró.
—Ailyn, estás...
—Brillando, lo sé. —la corté—. Es una historia muy larga.
Mi amiga frunció el ceño y me miró de pies a cabeza con ojos preocupados. Supe que lo vio. Mi palidez, mi nueva masa corporal, el desastre que era mi ropa llena de mugue y cortes, llena de sangre seca en algunas áreas. Se percató de lo horrible que estaba, lo desgastada.
—¿Qué fue lo que te pasó? —Fue ahí cuando me miró a los ojos. Y justo cuando lo hizo retiró sus brazos de mis hombros, los dejó caer como si la hubieran empujado. Vi terror en su mirada mientras me observaba, casi pánico—. Por todos los dioses, ¿qué te hicieron?
Hizo el amago de volver a tocar mi rostro, pero se frenó en el camino y alejó su mano. Su cuerpo se estremeció, sus ojos estaban abiertos como platos y no podía dejar de mirarme. No supe lo que vio, en ese momento no estaban encendidos en dorado.
Se tapó la boca con la mano y ahogó un grito. Cerró los ojos como si no soportara verme a los míos; creí que volvería a llorar, pero no lo hizo. Buscó con la mirada a otra persona, miró hacia todas partes en la habitación. Le dedicó una mala mirada a Kirok, como solo ella podía hacerlo, pero esa vez no me molesté en corregirla.
—¿Dónde está Andrew? —preguntó.
En ese momento Evan se acercó, queriendo saber lo mismo. Le di una rápida mirada a las Gracias y otros presentes; Cailye volvía a comerse las uvas que quedaban.
—Regresará pronto. Tenía que ocuparse de unos asuntos pero dijo que no tardaba. Puede regresar en cualquier momento de la misma forma que nosotros volvimos.
Daymon fue el siguiente en acercarse. Me miró con ojos rojos y me abrazó, soltó aire mientras lo hacía, aliviado. Y a pesar de que como siempre no era capaz de medir su increíble fuerza, no le dije nada. Si me lastimaba de igual forma me sanaría, y prefería que él pudiera saludarme como quisiera.
—Me alegra tanto que estén bien. —Se separó y me miró a los ojos; se veía cansado—. Yo ni siquiera sabía qué pensar. Pero siempre supe que Andrew no dejaría que algo malo le pasara a ninguna de las dos.
Le sonreí. Verlo me hacía bien, no sabía que lo extrañaba hasta que lo volví a ver. Me hicieron falta sus palabras de aliento y su apoyo, con él cerca podría haber disminuido la tensión del grupo. Contar con él en todo momento me hacía sentir una mejor persona.
—A mí me alegra volver. Kamigami es... especial, pero un pésimo sitio turístico.
Soltó una risa que mostró sus hermosos dientes blancos. Absorbió sus mocos y asintió, de acuerdo conmigo.
—Sí, ya me imagino lo horrible que fue. La próxima vez que debas ir, iré contigo. —Me miró con cariño—. Sabes que siempre he querido conocer el templo de Ares.
Asentí con entusiasmo.
—Iremos, lo prometo.
—¿Están bien? —preguntó entonces Evan. Posó su mano sobre mi hombro y apretó, había una preocupación extraña en su mirada—. Ailyn, desprendes una luz nueva. Y la ropa de ambas no está en las mejores condiciones. ¿Nos quieren contar lo que sucedió?
Él pasó los ojos de mí a Cailye con la boca llena de uvas. Ella se llenó más la boca luego de mirarme, como si lo hiciera intencional para no tener que responder a la pregunta. Sus ojos oscuros me miraron con interrogación y suplica; no quería que les comentara su reciente actitud.
—Es... una historia larga e interesante. Básicamente encontramos el espejo y arregló el problema, pero me quitó el Filtro también. Por eso me ven así, lo que brilla es la Luz de la Esperanza.
Tanto Sara como Evan abrieron mucho los ojos. Vi venir una avalancha de preguntas, la mayoría por parte de él; y era entendible. Desparecimos por más de una semana y al volver no solo parecía una antorcha sino que parecíamos salidos de una guerra y Andrew no se veía por ninguna parte.
Me aliviaba tanto no tener que darles una mala noticia. Ni siquiera sabía cómo podría decírselos, menos mal no tenía que hacerlo.
Evan alcanzó a decir algo, a formular la primera de sus muchas preguntas, pero justo en ese momento un estruendo en los pisos superiores hizo retumbar la parte subterránea del palacio. Las paredes vibraron, hubo un sonido ensordecedor y el polvo cayó del techo.
Oí que un par de Gracias susurraban entre ellas, decían que el Olimpo no soportará pasar por otra reconstrucción tan pronto y que ellas se negaban a limpiar el desastre de los humanos.
Logan gruñó, captando la atención de todos en cuanto el palacio dejó de moverse; el gesto también calló a las Gracias.
—Odio interrumpir su celebración de reencuentro —dijo, con un deje de molestia—, pero tenemos cosas más importantes de qué ocuparnos. No me malentiendas, Atenea, es un alivio que hayan regresado, en especial porque ya no soportaba la depresión de ese par. —Señaló a Sara y a Daymon—. Pero en este momento lo que ocurre afuera es más prioritario que escuchar acerca de sus fantásticas aventuras en el país de Nunca Jamás.
Por supuesto Sara lo miró mal. Los otros dos no se molestaron en señalar el tono de su comentario, parecía algo de lo más normal.
Miré a Sara y a Evan, preocupada. Sabía que al regresar me esperaría un caos, pero no estaba segura de querer enterarme del nivel de dicho caos.
Fue Evan quien accedió a explicarme, ya que Sara se veía perdida en sus pensamientos.
—Cuando perdimos contacto con ustedes Zeus envió a un equipo a buscarlos en Kamigami, partieron el mismo día, muchas deidades menores encabezados por Deméter. Luego de eso ha estado tan enojado que no hemos podido hablar con él. —Bajó la voz—. Está cansado de la desobediencia de los humanos y de sus ataques, dice que los Dioses Guardianes no estamos capacitados para lidiar con ellos. Lo único que ha impedido que tome cartas en el asunto es Hera; ella lo ha mantenido en calma.
—Hemos estado pensando en una forma de calmar la situación—añadió Daymon. Tenía una sonrisa vacilante y arrugaba su frente por momentos—, pero ninguna de las partes quiere ceder. Ni los humanos ni la Corte Suprema nos escucha.
—Los humanos nos odian —intervino Logan con claridad. Sus brazos permanecían cruzados y sus ojos verdes lucían imperturbables—. La Corte Suprema no nos quiere ver ni en pintura. No entiendo cómo es que no nos han echado a patadas de aquí hacia la boca de toda esa gente estúpida. —Se encogió de hombros y masculló—. No son capaces de ver todo lo que hacemos para mantenerlos con vida.
Evan agachó la cabeza. Lucía una expresión triste y desanimada.
Soltó un suspiro.
—Los ataques aumentaron desde la última vez que hablamos, están decididos a entrar al Olimpo. Atacaron la base de la montaña, Eris nos ayuda a protegerlos pero no creo que esa protección dure mucho tiempo. Intentan llegar escalando pero eso tampoco les ha funcionado.
Mi corazón pegó un brinco.
—¿Y mi padre? Estaba con ellos, con el pueblo de Tamara.
Evan y Sara intercambiaron una mirada interrogante.
—¿Cómo lo sabes? —quiso saber mi amiga.
Negué con la cabeza.
—Eso no importa. ¿Él está bien? ¿Y mamá y Cody? Sus propias familias...
—Están bien —se apresuró a aclarar ella—. A salvo, al menos por ahora.
—Lo que más nos preocupa son los humanos. Se están tomando todo muy mal y tememos que las consecuencias duren años. Muchas ciudades han colapsado, la economía es un desastre y hay países en completa anarquía. —Evan hizo una pausa, como si tratara de procesar lo que decía. Tiró su cabeza hacia atrás y se masajeó el cuello; nunca lo había visto tan agotado—. Pero si no logramos convencer a Zeus ellos serán la menor de nuestras preocupaciones. Si él sigue con esa idea radical no quedarán humanos de los cuales preocuparnos.
—Podemos solucionar los conflictos con los humanos —continuó Daymon, tenía una mirada inquisitiva y se acariciaba la barbilla de forma pensativa—. Con organización, unos buenos obsequios y tiempo. Pero nadie ha podido quitarle del todo la idea a Zeus de la cabeza.
Sus ojos amarillos se cruzaron con los míos, dejando salir una sonrisa escurridiza. Suspiré en cuanto recibí el mensaje. Sin duda Daymon a veces tenía más fe en mí de la que debería.
—Hablaré con él —accedí con resignación, y en respuesta Daymon sonrió con una amplitud fuera de lugar para la situación.
Por mucho que no quería, sabía que necesitaba hacerlo tarde o temprano. Me aterraba la idea de hablar a solas con él, en especial porque sabía de lo que era capaz. Pero si no lo hacía nunca lograría ganarme su respeto y reconocimiento.
Porque At tenía razón, necesitaba hacerlo por mí más que por otra cosa.
Sara abrió los ojos de golpe y me sujetó de los hombros con fuerza.
—Sola ni loca —aseguró, preocupada—. No sabes lo que te haría si...
En cuanto le tomé la muñeca se calló. Me miró a los ojos con tristeza, ojos llorosos y la nariz roja.
—Sara. En serio, es suficiente. —Le sonreí—. No puedes detenerme y lo sabes.
Dejó caer los brazos como si perdieran la vida. No me miró, clavó sus ojos en el suelo y tan solo se quedó ahí parada como un muñeco.
—Iré a hablar con Zeus, lo convenceré de hacerse a un lado. Ustedes vayan a la sala de los Dioses Guardianes, discutiremos lo que haremos con los humanos una vez termine de hablar con él.
Evan y Daymon asintieron, el ultimo con una repentina motivación. Logan se limitó a observarme pero no se opuso, por lo que lo interpreté como un sí. Y Cailye, que ya había terminado de comer, asintió de cuerdo.
Mi amigo de ojos azules le hizo una señal a una de las Gracias.
—Primero debes cambiarte, si Zeus te ve así se enfadará más. Ella te llevará a una habitación libre y te entregará algo de ropa, te llevará con Zeus también.
La Gracia hizo una pequeña referencia ante mí.
—Por aquí, Lady Atenea.
Miré de nuevo a Sara, ella seguía sin moverse, pero cuando pasé por su lado noté que llevó su mano derecha a su pecho, como si algo le doliera.
—Lo siento mucho, Ailyn.
Me volví al escucharla, pero cuando puse mis ojos en ella Daymon estaba a su lado, abrazándola. Ninguno me miró, ambos parecieron estar en una habitación completamente diferente. Él la consolaba, le murmuraba cosas, pero Sara lo único que hizo fue recostarse en él.
La Gracia me apuró, así que dejé atrás a mis amigos. Evan me abrazó antes de salir, me deseó suerte en un susurro. Logan ni se molestó en mirarme.
Abandoné la habitación con Kirok como mi sombra. Esperaba que Andrew estuviera cerca, pero no tenía forma de saberlo sin delatar su posición.
Caminé por el pasillo exterior, el que a un lado tenía el jardín que Atenea adoraba. Una Gracia me llevaba hacia la sala donde Zeus se encerró, mis botas sonaban en el piso como un eco molesto; eran demasiado grandes y pesaban, como todo mi atuendo.
Antes, en el cuarto donde la Gracia me llevó, me esperaba nada más ni nada menos que el uniforme de los Dioses Guardines. Sonreí sin gracia y no hice ningún comentario mientras me daba una ducha rápida y me lo ponía. Tenía mucha suciedad que limpiar y muchas cicatrices que quitar con magia.
Era similar al traje que Astra preparó para nosotros meses atrás, pero en esta ocasión era dorado. La tela era resplandeciente, brillaba como si tuviera escarcha. Era elástica como la licra, ceñida al cuerpo, un pantalón y una blusa deportivas. Manga larga, cuello de tortuga como un suéter, y contaba con unos pliegues añadidos a la pierna derecha que simulaban la mitad de una falda y le daban vuelo a un diseño tan simple.
Tenía accesorios en cuero en las piernas, con compartimientos secretos, un cinturón dorado que cumplía la misma función, y unos guantes mitones a juego con el traje. Decidí dejar mi cabello atado en una cola alta, lo suficiente para dejar al descubierto la marca en mi nuca.
No me molestaba el uniforme, salvo por las pesadas botas lo demás era cómodo. Pero la capa, esa de color vino tinto que llegaba hasta mi cadera, que se cruzaba sobre mi pecho y dejaba a la vista el emblema de los Dioses Guardianes sobre mi hombro izquierdo; eso era otro tema. La odiaba, no le veía la utilidad más que lucir bonita, porque sí, era hermosa, hecha de una tela sedosa y brillosa; pero nada más.
Ahora en la superficie alcanzaba a ver de cerca la barrera. Era transparente, de no ser porque mis ojos captaban el reflejo que nos cubría no la habría notado. Cada cierto tiempo se oían las explosiones, se silenciaban por un largo rato y ocurría de nuevo.
Pero también había truenos y a veces se confundían con las explosiones de los humanos. El cielo estaba gris, anunciando una verdadera tormenta eléctrica, y soplaba un viento frio que me agitaba el corazón.
Tomé aire una vez más, siguiendo a la Gracias cuando volteó para adentrarse al palacio. Subió varios pisos por las escaleras más cercanas, directo a un piso que hasta ese momento yo no conocía.
Kirok me seguía a cuatro metros de distancia, pero su cercanía ya no me generaba seguridad. Saber que pronto tendría que hablar con Zeus a solas me ponía los nervios de punta. Al cerrar mis ojos solo podía imaginármelo partiéndome a la mitad con un rayo.
—Lady Atenea, es aquí —anunció la Gracia, deteniéndose al frente de una gran puerta que dejaba en ridículo el tamaño del portal o del Espejo de los Dioses.
Tragué saliva, mis piernas temblaban.
Asentí.
—Puedes irte.
Ella hizo una reverencia antes de irse y se alejó por el pasillo por donde llegamos.
Me quedé un rato observando la puerta, llenándome de valor. Hice ejercicios de respiración varias veces hasta que conseguí tranquilizarme. Esperaba que no alcanzara a oír el latido de mi corazón.
—Espérame aquí.
—Sí, ama.
Inflé mi pecho y toqué la puerta.
Aguardé hasta que las puertas se abrieron, dándome la bienvenida. Una habitación inmaculada de forma circular me recibió. Las ventanas eran del tamaño de la puerta y las cortinas blancas estaban recogidas a los lados, dándole completo espacio al viento para ingresar.
Lo único que había en esa habitación era un trono, justo al frente de mí hasta el fondo. Era inmenso, empotrado en la pared con terciopelo cubriéndolo por todas partes y rodeado de diferentes tipos de tela y cojines. Había una puerta más pequeña y discreta cerca del trono, relucía en violeta con un conjuro mágico de seguridad.
Podía sentir la magia en el aire, como si estuviera hecho de energía divina; si me concentraba incluso podría ver las partículas doradas volar por ahí.
El rey de dioses no se encontraba en el trono, como un monarca; estaba frente a una ventana, observando el exterior. Ese era de los últimos pisos del palacio, el lugar exclusivo de la Corte Suprema, ahí estaban los aposentos de los dioses y solo eran accesibles con invitación. Desde esa altura todo era visible, supuse que por eso era su habitación: desde ahí podía ver todo lo que concernía con los humanos.
Tenía el cabello dorado peinado para atrás y vestía una capa de piel que lo hacía ver más grande de lo que por sí ya era, la capa no me dejaba ver nada más. A su lado había una pequeña mesa con frutos de Ambrosia y una botella de líquido incoloro. Al verlo más de cerca noté que él tomaba ese líquido en una copa mientras observaba el exterior.
Lucía sereno, más tranquilo de lo que imaginé. Sus movimientos al beber eran lentos y calculados, tanto que llegué a considerar relajarme un poco. Pero en ese momento un trueno sonó y un relámpago iluminó como un flash la habitación.
Confiaba en que el sonido del trueno ahogara el grito que pegué.
Dejó la copa en la mesa con cuidado, cuando lo hizo noté la cantidad de anillos que decoraban sus dedos, diferentes diseños y tamaños, acompañados por perfectas uñas.
Se giró hacia mí entonces, y de fondo más relámpagos lo acompañaron. Su rostro estaba afeitado, limpio de imperfecciones y con ojos dorados más encendidos que los de Niké. Lucía incluso más joven que la vez anterior, pero eso había sido semanas atrás.
Me incliné en cuanto sentí sus ojos inescrutables sobre mí. Mantenía una expresión neutra en todo momento, como una elegante pintura.
Al verlo de pie se veía mucho más grande que yo, y tal vez lo era. Lo cierto es que desde mi posición medía por lo menos dos metros y medio, casi tres.
—Palas Atenea, por lo que alcanzo a observar vuestra estrategia salió como lo teníais en mente. —Avanzó unos pasos hacia mí, yo seguía inclinada. Su voz sonó fuerte y clara, seria pero no furiosa—. Pasaron milenios desde la última vez que observé con mis propios ojos el resplandor de la Luz de la Esperanza. —Hizo una pausa—. Brilla con la intensidad de mil estrellas.
Descansé de mi posición, pero aun así no me atreví a mirarlo a los ojos. Su cuerpo tenía un leve brillo, como un aura luminosa, y ahora que estaba más cerca comprobé que era bastante alto.
—Señor, le debo una explicación.
Noté sus ojos dorados sobre mí con intensidad, como si pudiera ver mis huesos con un poderoso laser.
—Eso es correcto, Atenea. —Cuando me di cuenta estaba de nuevo cerca de la ventana. Me acerqué unos pasos, no fui capaz de llegar más lejos, no quería estar tan cerca de él—. Pero no deseo oírla. Desconozco las situaciones que llevaron a vuestro retraso, pero un plazo es un plazo, desafiarlo es desafiar mi palabra. Y es algo que mi tolerancia no abarca.
—Señor...
—La imprudencia es de los peores defectos entre los humanos, la desobediencia le sigue. Ignoraste una orden directa, Palas Atenea, y demostraste tu incapacidad para vigilar la Luz de la Esperanza. No solo pusiste en peligro algo tan importante una vez, sino que ahora la protección que ejercía el Filtro se ha ido. Es visible para toda deidad existente.
No tuve oportunidad de decir nada.
»Tu desempeño ha sido reprochable. Atenea era una diosa excepcional en su trabajo, tenía claros sus objetivos hasta que desafió mis leyes. Su potencial sobrepasaba el de cualquier otro dios, la más apta para heredar mi puesto dentro de millones de años. En cambio tú, una humana que carga con el alma de quien fue gran guerrera y diosa, eres incapaz de cumplir las expectativas de su predecesora.
Me mordí la lengua, conteniéndome de soltar lo primero que se me vino a la cabeza. Podía sentir la tensión en el ambiente como un hilo a punto de romperse, sabía que toda esa tranquilidad que demostraba no podía ser tan apacible.
Levantó un poco la cabeza, fijándose más allá de las montañas que resguardaban el Olimpo, dejando atrás la cama de nubes y el campo de protección.
»¿Alcanzas a verlo? Mis ojos lo ven con claridad, oigo cada grito y siento toda esa furia y ese temor. Los humanos están al borde de su crisis más grande, crisis que existe por la intervención y el deseo de los Dioses Guardianes. Vuestra estrategia respecto a los seres humanos ha sido un completo fracaso, demasiado grande para manos inexpertas. Imagino que también tomarás responsabilidad por ese hecho.
Me limité a asentir.
»Sois humanos aun, jóvenes en demasía, sin idea de cómo funcionan las cosas ni en mi mundo ni en el vuestro. El caos que presencias ahora es el resultado de darle poder a quien no sabe cómo usarlo. Ninguno de vosotros posee la capacidad de los Dioses Guardianes originales.
—Comprendo, Señor.
Para ese punto decidí que cuando terminara de hablar, de resaltar lo más evidente, le daría mi opinión. Así que por el momento solo asentía para demostrar que lo estaba escuchando.
Algo sujetó mi cuerpo en ese momento. Oí el sonido de electricidad alrededor de mi cuerpo, naciente del suelo. Y luego me apretó. Sentí cada musculo inmovilizado, no podía mover mis piernas ni mis brazos, a duras penas alcanzaba a respirar. Vi los destellos rodearme muy tarde, la magia de Zeus manifestada en pequeños rayos eléctricos que danzaban rodeando mi cuerpo. Estaba por completo bajo su poder.
Gemí ante la presión, me sentía diminuta e indefensa. Y en cuanto vi que giró su cabeza hacia mí un frio intenso me recorrió el cuerpo. Su mirada, pese a no estar cargada de ira, se encendía en dorado y calaba profundo en mi conciencia. Me aterraba, podía sentir el pavor en mi boca.
Caminó hacia mí de nuevo, consumiendo la atención en todo el lugar. Por un momento todo lo que existía era su presencia, imponente y abrazadora. Se alcanzaba a oír el sonido de su armadura bajo la capa al caminar, dejaba un rastro de vaho por donde pasaba, llenando el ambiente de incertidumbre y presión.
—Soy terriblemente consciente de lo que la usencia de alguno de vosotros significa —dijo en voz baja, demasiado serena para el brillo en sus ojos y lo amenazante de su poder sobre el entorno y sobre mí—. Pasarán años hasta que nuevos Dioses Guardianes reencarnen, suponiendo que Atenea lo haga. En ese lapso pueden pasar muchas cosas y además el daño estará hecho. El conflicto con los humanos no me deja otra opción más que eliminar de raíz el problema y comenzar con este mundo otra vez, y Pandora seguirá creciendo en fuerza y poder. Una deidad primordial... eso es algo que ni siquiera yo vi venir.
Levantó la mano y casqueó los dedos, en respuesta la presión sobre mi cuerpo aumentó. Me mordí la lengua y cerré con fuera la boca para que no se me escapara un grito. Sus ojos seguían encendidos en un tono amenazante que destilaba fuerza; no pude evitar preguntarme si así me verá cuando mis ojos se iluminaban.
»Por lo que he decidido tomar medidas menos severas en cuanto a vosotros. —Se inclinó, ahora estaba justo frente a mí y al agacharse su rostro no quedó muy lejos del mío—. Es una lástima prescindir de una diosa formidable como Atenea, pero reconozco que su sucesora no puede ocupar ese puesto. Prefiero su ausencia a la mediocridad.
No podía hablar, estaba segura que si abría la boca lo primero que saldría sería un grito.
Quería pedir ayuda, no podía hacer eso sola. De no ser porque mi cuerpo no podía moverse estaba segura de que estaría temblando del miedo.
Pero era muy consciente de que pedir ayuda no estaba dentro de las posibilidades.
«Algún día serás reconocida por ti, serás digna del título que elijas usar. Debes ganarte ese reconocimiento, hacer valer tu lugar y que te vean a ti.»
Si no lo hacía nunca podría salir de la sombra de Atenea. Nunca me verían a mí y no podría cargar con esa corona.
—Renunciarás a tu cargo de líder de los Dioses Guardianes así como a tu puesto como guardiana de la Luz de la Esperanza, se te anulará el poder que Atenea te heredó y regresarás a una vida humana —sentenció Zeus en un tono alto pero aun cerca de mi rostro—. Todo recuerdo acerca de tu tiempo como diosa será borrado permanentemente de tu memoria, y al morir tu alma no irá a la Isla de los Bienaventurados. Agradece, humana, que te dejaré conservar tu vida.
Solo faltó que maldijera a mi descendencia.
Me armé de valor, de cada una de las palabras que At me dijo, y tomé todo el aire que mi sujeción me permitió. Levanté la cabeza, encontrándome de lleno con sus ojos. Sentí ardor en los míos y fui consciente de que mis ojos se encendieron en el mismo color dorado que los suyos.
—No. —Imité su tono pacífico y sin llegar a sonar grosera, aun cuando mi corazón me preguntó lo que hacía con evidente pánico—. Con todo respeto, Señor, no pienso aceptar ninguno de los castigos que mencionó.
No hubo reacción de su parte. Su rostro continuó inescrutable y sus ojos seguían brillando de poder. Lo único que hizo fue mirarme, si le sorprendió o no mi respuesta fue todo un misterio.
Hice todo el esfuerzo del mundo para incorporar mi cuerpo aun con su poder aprisionándome por todas partes. Justo en esa posición dudaba que tuviera problemas en quitarme la Luz de la Esperanza. Él tenía la ventaja en cuanto a poder, por mucho que quisiera no podía alejarme de su influencia.
En vista de su silencio decidí continuar:
—Soy una diosa tan reconocible con usted. Poseo el poder de Atenea, poder que antes usted respetaba y reconocía. Bajo mi dominio se encuentra la Luz de la Esperanza, fuente de poder de los dioses, del suyo. Soy consciente de las decisiones que he tomado, me responsabilizo por cada error cometido y por los Dioses Guardianes. Pero esa misma responsabilidad me impide aceptar los castigos que tiene en mente.
Se incorporó pero no movió un solo pie de su lugar. Permaneció observándome desde arriba.
»Lo respeto como dios y como rey, pero el respeto debe ser mutuo. Tome en cuenta mi existencia por lo que soy: la diosa Atenea, porque aunque mi cuerpo sigue siendo humano también soy una deidad. Así que no le pido, le exijo con todo el respeto que se merece, que reconozca sus límites conmigo y con los Dioses Guardianes. Me rijo bajo sus leyes, pero poseo el albedrío de determinar mis acciones. Así que por favor no subestime mi poder y mi fuerza, considere mi voz igual que antes.
Sus ojos dorados dejaron de brillar y casi por extensión los míos también. Aun así no me dejó libre.
Silencio. Por largos segundos se instaló en la instancia. No dejó de mirarme, lo hacía con completa tranquilidad y sin inmutarse lo más mínimo a mi respuesta.
—Conoces la profecía, ¿me equivoco? La profecía sobre el nacimiento de Atenea.
Su repentino cambio de tema me descolocó por unos segundos. Esperaba que me rebatiera todo lo que dije o me regañara por mi arrebato, pero en su lugar parecía muy controlado.
—Sí, Señor.
Hubo un momento de silencio. No supe a qué quería llegar al mencionarla, no sabía si él estaba a favor o en contra de lo que dictaba la profecía sobre el destino de Atenea.
Se mostraba pensativo, con ojos fervientes y una mirada determinada pero en calma. Controlaba mejor sus emociones de lo que creí. O eso pensé hasta que un trueno cayó justo afuera de la ventana. Me segó el brillo del rayo, y para cuando mis ojos se acostumbraron de nuevo a la penumbra del ambiente los ojos del dios resaltaban en saturación. No se encendían, pero por alguna razón lucían amenazantes, peligrosos.
—Habla, humana. Escucharé tus peticiones. Pero si los resultados que demuestres no son satisfactorios compartirás el destino de la humanidad. —Me miró otra vez. La sombra lo hacía ver peligroso; un nudo se instaló en mi garganta al notarlo—. Si tanto los amas no tendrás problema en dar tu vida por ellos.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando noté el tono que usó en la última frase. Se oía siniestro, como si fuera una amenaza.
Tuve la sensación de que la electricidad que rodeaba mi cuerpo me apretaba con más fuerza. Casi no pude hablar por la presión, dolían mis piernas y mis brazos, sentía la fuerza sobre mi pecho, espalda y abdomen.
Afuera las nubes aumentaron, la oscuridad en la habitación se hizo más evidente y los truenos tenían una fiesta en el jardín. Zeus mantenía su postura, pero parecía que la tormenta eléctrica en el exterior era todo lo que necesitaba para demostrar lo mucho que estaba enojado.
—Los humanos... Controlaremos ese asunto por nosotros mismos —alcancé a decir entre jadeos, sentía que no podía respirar bien—. Necesitaremos medios y libertad para proceder como mejor lo establezcamos, la Corte Suprema no debe intervenir. Y el problema con Pandora debe considerarse máxima prioridad entre los dioses, olímpicos o no, guardianes o de la corte. Respecto a ella no pueden hacerse a un lado y observar, necesitamos toda la colaboración disponible.
»Tomaremos las decisiones que veamos convenientes en todos los aspectos, consideraremos la opinión de la Corte Suprema pero no estaremos condicionados a su aprobación. Y usaremos las instalaciones del Olimpo como lo dispongamos, ejerciendo las limitaciones que veamos necesarias, eso incluye el derecho de admisión.
Por un segundo creí que aquello le causó gracia, pero no lo vi sonreír, fue apenas una corazonada. Un trueno cayó, esta vez a escasos centímetros de la ventana, justo a la espalda de Zeus, iluminándolo como un ente del averno. Me erizó los vellos de la piel ante la cantidad de energía que generó. Ni siquiera pude tragar saliva.
—Apropiación del Olimpo, la máxima fortaleza de los dioses. Derecho de admisión. Libertad de actuar sin aprobación de la Corte Suprema. —No pude identificar si había o no mofa en su comentario—. ¿Algo más?
Mis labios dudaron antes de abrir la boca, pero era en ese momento o nunca. Y cuando lo tomara no quería que pensaran que lo estaba robando.
—El cinturón de Hipólita.
Me observó con los ojos entrecerrados, como si eso fuera el colmo.
Tras unos segundos de silencio, y para mi sorpresa, asintió. Creí que pondría clausulas, condiciones o excepciones; estaba lista para negociar, para llegar a un punto medio entre mis exigencias y sus normas, pero lo aprobó así de la nada.
Dudaba que fuera por mi poder de convencimiento o elocuencia, porque a pesar de mis palabras y la magia de mis ojos, seguía estando maniatada por su poder y doblegada. Podría matarme en ese mismo instante y nadie podría quejarse.
Pero no lo hizo. No dijo nada más al respecto. Y ese hecho me preocupaba más que su oposición.
Movió la mano en el aire y en respuesta la energía que me mantenía prisionera me liberó sin cuidado. Mi cuerpo, entumido y adolorido por la presión, se tambaleó a un lado y tuve que sostenerme de la pared para no irme al piso.
Respiré con dificultad, tosí un poco, pero al cabo de unos segundos recuperé la movilidad de mis extremidades.
—La inmortalidad es esencial para un dios, mucho más para uno olímpico, de vital importancia para Atenea. Digas lo que digas seguirás siendo una frágil humana cuya vida es pasajera, un segundo en medio del infinito. El día que la aceptes se te dará la bienvenida como sucesora de Atenea. Mientras carezcas de ese detalle no serás considerada diosa digna de gloria. No olvides eso.
La puerta a mi lado se abrió. Yo ni siquiera noté el momento en que se cerró cuando entré a la habitación.
Sus ojos dorados no se apartaron de mí en ningún momento, observaba de forma extraña cada parte de mi cuerpo. Permanecía inescrutable, pero ahora había algo más ahí.
—Puedes retirarte.
Y no tuvo que decir nada más para que yo saliera corriendo de la habitación.
Hice una reverencia y respondí con un «Sí, Señor» antes de atravesar el umbral. Mis pies me picaban por alejarme de Zeus. Mi corazón me agradecía huir de su compañía.
Aun con todo, él me seguía causando temor. Sentía que cuando quisiera podría clavarme una estaca en el corazón, mientras dormía o mientras caminaba por el pasillo.
Aterrador.
Me dejé caer en la pared adjunta, muerta de pánico y dejando salir el aire que durante todo ese rato me guardaba para mí. No podía creer que saliera sin un rasguño, no podía creer que accediera a mis peticiones tan fácil.
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Faltan 5 capítulos para el final.
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