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30. El último adiós

Carry You - Ruelle

Sentí el calor en cuanto entramos a la cámara. Se sentía cálido y acogedor.

Las paredes tenían cortinas largas y rojas que no ocultaban nada tras ellas pues no había ventanas a la vista. Entre ellas se contaban varios candelabros con antorchas encendidas, de ahí provenía el calor, repartidas alrededor de la cámara con forma circular.

La luz del fuego iluminaba el lugar, dándole poca visibilidad salvo por la luz amarilla. El suelo estaba hecho de rocas, piedras gruesas bien apiladas. Se parecía a la estructura del portal.

Pero nada de eso era lo más vistoso del lugar. No había nada ahí salvo por un enorme monumento que se elevaba en todo el centro del salón. Alto, ancho, ocupaba casi todo el espacio; era más alto que el portal del Olimpo.

Parecía una puerta gigante, pero en realidad se trataba del espejo, estaba segura. No sabía con exactitud qué esperaba encontrar, pero sin duda ese espejo de quince metros de alto no era lo que tenía en mente.

Nos daba la espalda. Se alcanzaba a notar el brillo emitido por el espejo del otro lado, blanco con destellos azules, pero la parte de atrás era la que daba la cara a la puerta. Tal vez por cuestiones de seguridad.

Andrew me haló más hacia adentro.

—Debe ser peligroso que le dé la cara a la puerta —comentó a lo que yo pensaba—, de esta forma es más fácil regular su uso a conciencia.

Resultaba un poco claustrofóbico el lugar. El techo era muy alto, no había ventanas, solo una puerta. Una bóveda. Hermética. Escalofriante.

No podía creer que estaba justo ahí, a pasos de mí. Más de un mes en ese mundo horrible para encontrar ese espejo, todos esos días durmiendo a la intemperie con la angustia de ser atacados en cualquier segundo, tanto tiempo comiendo solo frutos de Ambrosia... Todo. Había valido para algo.

Cada cosa que tuve que dar, cada trato que tuve que cerrar, cada peligro que tuvimos que enfrentar. Habían valido para algo. Si ese espejo funcionaba entonces nada fue en vano. Quería llorar de la emoción, dar pequeños saltitos. Pero me contuve; aún era muy pronto para celebrar.

Andrew tuvo que moverme del hombro para sacarme de mi ensueño.

—¿Estás lista? —preguntó con una mirada seria pero vacilante.

Asentí automáticamente. Pero para nada estaba lista. Quería hacerlo pero me aterraba.

Apretó mi mano entonces, esa que sujetaba desde que entramos y que pasados varios minutos aún no había soltado.

—Estará todo bien, me aseguraré de que así sea. —Hizo una pequeña pausa—. Estaré a tu lado todo el tiempo, no te preocupes.

Volví a asentir, intentando tragarme mi miedo. Si Andrew no hubiera aparecido, si no estuviera ahí, ¿podría haberlo hecho sola? Sí, porque no hubiera estado sola. Pero habría sentido más incertidumbre si ese fuera el caso. Podía estar segura de que estaría bien, Andrew nunca dejaría que algo me pasara.

Respiré hondo varias veces, tomé aire con todo lo que pude. Andrew alejó sus manos de mí para darme espacio.

Avancé hacia el espejo conteniendo el aire en mis pulmones. La rapidez de mi corazón no me dejaba respirar correctamente, mis manos me sudaban demasiado. Kirok me ofreció una mirada de aliento, Niké sonrió, Cailye murmuró un «suerte», y At tan solo me miró.

Cerré los ojos, tomé fuerzas de donde pude, y sin pensarlo dos veces me aventé frente al espejo.

La luz se filtró a través de mis parpados, eso me obligó a abrirlos. Azul, el espejo emitía un intenso brillo azuloso que iluminaba esa parte de la cámara, como si estuviera bajo una gran lámpara fluorescente. La superficie era muy lisa, sin rasguños ni manchas; se mantenía en un muy buen estado.

La intensa luz pronto se mezcló con un nuevo brillo blanco, menguando la intensidad del color. El tono de azul cambió, ahora más suave y sutil. Me iluminaba la piel como si estuviera cubierta de escamas plateadas y brillantes, el ambiente parecía tener escarcha volando por todas partes.

La cantidad de luminosidad hacía difícil mantener los ojos abiertos, dolía observar fijamente el espejo.

Me vi entonces reflejada en él. Y casi no me reconocí. Mi cabello lucía diferente a como era usualmente, estaba enredado y descuidado, había perdido su volumen y brillo; mi peso estaba bajo, casi podía verme en los huesos; la ropa me quedaba más grande de lo normal y tenía un par de ojeras que parecían un antifaz. Lucía desmejorada, agotada, como si un camión me hubiera arrollado más de una vez.

Por un largo momento no pasó nada, parecía un espejo gigante común y corriente. Brillaba, resplandecía como cualquier objeto mágico, solo eso.

Estiré mi mano hacia él, alcancé a rozar con la punta de mis dedos la superficie lisa cuando simplemente brilló.

Fue una explosión, justo ahí donde mis dedos lo rozaban nació un nuevo y colosal brillo blanco. Fue similar a un potente flash, eso me obligó a cerrar los ojos debido a lo cerca que estaban mis ojos de la nueva luz.

Oí que alguien gritó mi nombre pero no supe de quién se trataba.

El viento apareció entonces, como si saliera del interior del espejo hacia mí. No podía abrir los ojos, aun cerrados la luz me lastimaba. Mi piel sintió calor, llegando al punto de quemarme, y mi cuerpo dejó de obedecerme.

Ardía en cada centímetro de mi cuerpo como una llamarada, el dolor se intensificaba con cada segundo que pasaba. Me quemaba en piel viva, cada vez con más temperatura, como una especie de tortura. Quería gritar, pero no podía. Si lo hacía solo alteraría a los demás. Debía soportar el dolor en silencio mientras la sensación pasaba.

Me mordí la lengua para intentar lidiar con la sensación de la magia del espejo, llegando a saborear la sangre en mi boca. La luz me bañaba, el viento me golpeaba la piel como un ventilador a su máxima potencia. Por un momento creí que me dispararía hacia atrás, tirándome lejos. Pero eso no pasó. Mi cuerpo se quedó muy quieto, como una roca en medio del rio de luz y aire...

En ese momento lo sentí. Un tirón en mi pecho, fuerte y directo, sin ningún aviso previo. Un dolor eléctrico recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, el sentimiento de pérdida se apoderó de mi corazón, provocándome deseos de llorar. Eso le quitó toda la fuerza que le quedaba a mis piernas.

Escuché risas, oí sollozos, todos desconocidos y ajenos a mí. El olor a flores se regodeó bajo mi nariz como un triste adiós, olió a nostalgia y tristeza. Una brisa cálida acarició mi mejilla con suavidad, eso se sintió bien. Y por último el sonido de un par de campanas, primero se oyeron cerca, pero poco a poco el sonido se alejó hasta que dejé de oírlo.

Mis piernas fallaron, ya no podían sostener mi cuerpo. Caí de rodillas, o eso creí, la verdad era que para ese punto tenía poca conciencia de mi alrededor. No tenía fuerza para mantenerme de pie ni para moverme, ya ni siquiera podía sentir mi propio cuerpo.

El dolor desapareció, el ardor también. Me sentía ligera, como si mi cuerpo se hubiera vuelto parte del aire. No pesaba, no sentía, no había nada...

Alguien tomó mi muñeca. Sentí el jalón y la fuerza sobre mi piel. Intenté abrir mis ojos al menos lo suficiente para saber lo que ocurría, me costó trabajo, mi cuerpo no me respondía y pesaba el siquiera pensar en abrirlos.

Cuando por fin conseguí abrirlos lo que vi me impactó.

Mi cuerpo estaba suspendido en el aire de forma horizontal, flotaba. Pero ya no me encontraba frente al espejo, ahora estaba... dentro de él.

Un espacio muy brillante, blanco con destellos y luces azules, como si estuviera bajo el mar pero sin ser agua exactamente. Las pequeñas luces flotantes pasaban frente a mis ojos como mariposas, se sentía cálido, un océano entero de paz.

¿En qué momento el espejo me absorbió? ¿Ese era su castigo? No solo tomaría mi oscuridad, no solo me arrebataría el Filtro, me estaba consumiendo. Mi cuerpo, mi magia, mi vida... Se desvanecía entre la luz y el brillo de ese lugar iluminado por magia primordial. No podía resistirme, no podía moverme, tan solo me drenaba como un trapo mojado.

Se parecía a mi Filtro, absorbía y purificaba. A lo mejor no había nada en mí que pudiera salvarse. La magia de Hades llegó tan profundo que ante el espejo no era una diosa, era un Ser de Oscuridad. Némesis lo advirtió, a los Seres de Oscuridad los consumía por completo.

Eso era malo. No podía dejar que el espejo tomara también la Luz de la Esperanza. Quedaría perdida en la nada por siempre, la vida misma dejaría de existir a consecuencia. Tenía que sacarla, salvarla, protegerla. Si el espejo me llevaba no solo se llevaría consigo mi vida.

Pero eso no fue lo que más me llamó la atención.

Alguien tomaba mi muñeca con fuerza, y esa persona no era otra más que Andrew.

En cuanto lo vi mi pecho brincó, pero brincó del susto. Me sujetaba a través del espejo, sus dedos estaban adentro mientras los míos aún seguían afuera. Pero eso no era lo peor, lo pero era que al estar de frente al espejo, sujetando mi mano, Andrew también se reflejaba en él.

Hacía fuerza con su otra mano sobre el espejo, solo sus dedos lograban traspasarlo para sujetarme, el resto de su cuerpo era tangible ante la superficie de vidrio. Apretaba sus dientes, fruncía su ceño, empleaba sus piernas y su otro brazo para usar el peso de su cuerpo como palanca para sacarme del espejo.

Pero todo era inútil.

Mi cuerpo no iba hacia él, solo se adentraba más y más al abismo sin fondo del espejo. Por el contrario, lo arrastraba conmigo. Se negaba a soltarme, usaba más fuerza en esa sola mano para sostener todo mi cuerpo, pero eso solo conseguía que cada vez más su cuerpo se adentrara conmigo.

Primero fueron la punta de sus dedos, pero a ese paso pronto sería toda la mano, luego su brazo, y al final no tendría nada que le hiciera fuerza del otro lado para impedir compartir el designio conmigo.

Sudaba, parecía que le dolía, y aun así no me soltó. Usó magia, reconocí la magia de sol, dorada y brillante, pero ni siquiera eso consiguió que mi cuerpo regresara.

Me alejaba, lo sentía, podía verlo. Era inútil, no importaba cuánta fuerza usara, cuánto apretara los dientes, cuánto forzara su cuerpo y su poder divino, era imposible ir en contra de la decisión de espejo.

Némesis lo dijo: su juicio era absoluto.

A ese paso solo conseguiría adentrarse conmigo a ese vacío. Y eso no era lo más grave. El espejo estaba ocupado conmigo, pero en cuanto me absorbiera por completo seguiría con Andrew. Lo juzgaría como lo hizo conmigo, le quitaría algo, le repartiría un castigo.

No.

Eso no.

No podía dejar que Andrew desperdiciara su vida en mí. Había vuelto, pude volver a verlo. Me besó, me abrazó. ¿Qué otra cosa podía pedir? Pronto sería un cascarón que vagaría en el espejo o se desintegraría en la infinidad de la nada, no podía permitir que le ocurría lo mismo a él.

«Suéltame». Eso quise decir, pero ni siquiera mis labios me obedecían.

No sentía mi cuerpo, lo único que aún era capaz de sentir era la fuerza de la mano de Andrew sobre la mía. Era tanta, usaba tanta. Estaba tan desesperado que no medía la fuerza que usaba en mí, que podía sentirlo.

«Andrew, suéltame»

Me lastimaba verlo así, ver en sus ojos oscuros el asomo de la locura, la frustración y la ira, la negación... Todo. Sus ojos eran un caos, la expresión en su rostro era algo que nunca había visto en él. Nunca lo vi tan despierto, usando tanto esfuerzo en algo.

Un murmullo llegó a mis oídos mientras lo observaba. Una vocecita susurrante, débil y escondida en alguna parte de la nada.

«Le gustan las flores de loto. Eso ni siquiera se puede regalar en un ramo de flores.»

Para ese punto no sabía si aún era capaz de respirar, pero si lo hacía dejé de hacerlo por un momento. Esa era la voz de Andrew, no provenía de su cuerpo pero era suya. Palabras que nunca me dijo, que nunca lo oí decir. Y esa frase no fue la única. Vinieron más, docenas de ellas. Se superponían y era difícil entenderlas, eran muchas voces provenientes de todas partes.

«¿Puedes creer que compró los pendientes para dárselos al volver? No estoy seguro de que eso tenga sentido.»

«No es curiosidad, es algo más. Es una necesidad. Creo que tiene miedo de estar sola otra vez. Eso no le quita lo irritante, solo le da sentido.»

«Es especial. De una forma extraña y enigmática, pero lo es.»

«No. No sé si me causa gracia o me dan deseos de llorar. ¿Has llorado mientras te ríes? Eso es lo que mejor lo expresa.»

«Creo que es un peligro, más aún con algo filoso en las manos, pero es como un gato. No importa cuánto te rasguñe, volverás a acariciarlo de nuevo.»

«Pienso que posee una valentía extraña. Es cobarde, pero también es valiente.»

«Si se convierte en enfermera será del tipo que pone una inyección sin mirar.»

«Dualidad. Es dual. Imposibilidad y posibilidad al mismo tiempo. Es lo que mejor la explica.»

«Es de ese tipo de persona. Espero poder ver su sonrisa en el futuro, me da un respiro y me tranquiliza. Si existe alguien como ella significa que también puede existir alguien como yo.»

No pude oír los demás, pero fueron cientos de diálogos sueltos. Llegaron a un lugar muy profundo en mi interior, haciendo eco en mis oídos y mi corazón.

Me enfoqué en él de nuevo. Para ese momento tenía toda su mano dentro del espejo y, aun así, se negaba a soltarme. Mi mano estaba roja debido a la fuerza, la de él estaba blanca.

Tenía que soltarlo. Tenía que sacar la Luz de la Esperanza de mi cuerpo y dársela, de esa forma estaría segura, así él podría soltarme. ¿Pero cómo? No sabía cómo sacarla sin mover mi cuerpo, sin usar mi magia. A ese paso se perdería junto conmigo, igual que él.

Intenté sonreír pero mis músculos no me obedecieron. Aun así hice el esfuerzo. Me concentré en eso, en mover mis labios, en dejar salir mi voz. Pero el espejo me quitaba energía, vitalidad.

Ver su rostro, sus ojos oscuros determinados e histéricos, lo mucho que apretaba la quijada, su pecho arrítmico, me dio valor.

Sentí las lágrimas calientes sobre mis mejillas, frescas y silenciosas.

—Andrew, debes soltarme... —solo eso conseguí murmurar.

Estaba bien, pude volverlo a ver. Estaba bien, si él estaba vivo los demás estarían bien. Estarían en buenas manos.

No supe si alcanzó a oírlo, pero ya me estaba preparando mentalmente para intentar sacar la Luz de la Esperanza de alguna forma psíquica, cuando él habló. No, no habló. Gritó:

—¡No volveré a soltar tu mano!

Vi un brillo en su pecho, plateado, justo sobre su corazón. Una luz pequeña, aparentemente inofensiva...

Y un segundo más tarde explotó. Una intensa luz blanca cubrió su piel y se extendió por todo el lugar. Llegó hasta la mano que me sostenía y compartió su brillo conmigo.

Sentí su poder, sentí su tristeza, sentí su miedo. Y luego todo fue blanco inmaculado.

No me di cuenta de lo que sucedió con mi cuerpo, pero su agarre en ningún momento flaqueó. Todo dio vueltas, tuve que cerrar mis ojos para protegerlos del intenso brillo. Resonó en mis oídos casi a punto de romperlos, vibró en mi piel con rudeza como una onda sónica.

Lo reconocí, recordaba esa sensación y ese poder. Destrucción, perdida. Fue lo mismo que sentí cuando Astra murió. Kamika. El poder de los dioses, lo único que nos permitía usar todo el potencial de nuestros predecesores aun con un cuerpo humano.

Mis pulmones se llenaron de aire como si acabara de salir del agua. Mi cuerpo me pesó, presa de la gravedad. Sentí que era arrastrada hacia el suelo en medio de la luz y esa ola de poder. Recuperé el control sobre mi cuerpo, débil pero sentía que de nuevo me pertenecía.

Lo siguiente que sentí fue cuando caí sobre el cuerpo de Andrew. Podía reconocerlo en donde fuera. Me recibió, impidiendo que cayera de bruces al suelo, y en el camino lo llevé conmigo.

Oí el impacto contra el piso, sentí sus brazos rodeando mi cuerpo con una fuerza que me devolvió la vida, su corazón latiendo fuerte contra mis oídos y la calidez de su pecho.

Moví la cabeza un poco, lo suficiente para verlo a los ojos, pero él parecía estar en shock. Respiraba con irregularidad y su mirada estaba perdida; aun así me abrazaba con incluso más fuerza que antes, como un niño que protege su juguete favorito.

El brillo disminuyó en el lugar, se desvaneció en el aire como si se tratara de una fragancia de corta duración. La luminosidad se redujo, ahora solo nos iluminaba la luz del espejo.

Sonó algo extraño a mi espalda, un chirrido similar al sonido de uñas sobre una pizarra. Moví mi cabeza lo suficiente para observar el espejo sin desacomodarme de la posición en la que Andrew me tenía. Lo vi sobre mi hombro, el Espejo de los Dioses.

Palabras aparecieron en medio de él, un mensaje en otro idioma, en griego. Solo dos líneas, letras que no comprendía. Aparecieron de repente como si el espejo intentara hablarnos, apenas fueron unos segundos suficientes para leerlos.

Andrew también lo vio, él sí pudo leerlo. Pero su única reacción fue abrazarme con más fuerza.

Una grieta atravesó el espejo en diagonal, justo por encima de las palabras, luego otra más apareció en sentido contrario. Sonó como el vidrio que se resquebrajaba, primero solo sonó una vez, pero luego de repente tan solo se rompió.

El sonido llegó primero que la fractura simultánea en todo el espejo, como un aviso previo de lo que ocurriría.

Andrew apenas tuvo tiempo de mover mi cuerpo bajo el suyo, interponiéndose entre mí y el vidrio roto.

Los trozos de espejo llovieron sobre nosotros, pero él los recibió por mí. Se encargó de que mi cuerpo fuera completamente cubierto por el suyo, sin dejar al asomo a ninguna parte de mi piel.

Me miró a los ojos mientras el espejo se hacía trizas, en ningún momento los apartó. A su espalda podía ver los pedazos del Espejo de los Dioses caer como lluvia sobre nosotros, como esferas brillantes por sí mismas, como un baño de estrellas.

Sonaron al caer a nuestro alrededor, muchos cayeron sobre su espalda pero él ni siquiera se inmutó. Lo observé a los ojos también, sin saber qué pensar o qué hacer.

El Espejo de los Dioses... ¿podía romperse? Ni siquiera sabía que era posible. Nunca imaginé que Andrew podría despertar el Kamika, sabía que era algo que todos teníamos el potencial de usar, pero de todos él era el último de quien lo esperaba.

Estaba petrificada, poseída por el asombro y la confusión. El contraste brillante del espejo hecho trizas a su espalda le otorgaba oscuridad a su rostro; sus ojos brillaban, era lo único que podía percibir en la sombra.

Algo cayó sobre mi mejilla, una gota que se resbaló por mi rostro hasta deshacerse. Por un segundo creí que se trataba de una lagrima, pero pronto me di cuenta de que no era mía, era de Andrew. Y no era una lagrima, era una gota de sangre.

Una fina línea de sangre se escurría por su frente, al igual que una mancha se esparcía cerca de sus hombros. Su espalda estaba pintada de rojo, sus brazos temblaban al sostener su cuerpo con las heridas producidas por el espejo.

Y aun así...

Y aun así.

Estiré mi brazo hacia él, limpié con mi mano su sangre y de paso acaricié su mejilla. Sus ojos se suavizaron, su expresión se relajó, y yo me solté a llorar.

Las lágrimas se me escaparon por mis cienes, ahogándome con mi propia respiración.

Ni siquiera sabía por qué lloraba. Tal vez era felicidad, o quizá era miedo, o a lo mejor ambas. Incluso pudo haber sido tristeza. No lo sabía, pero se sentía bien llorar. Me sentía aliviada, rescatada, segura, como si alguien me hubiera devuelto a la vida.

En cuanto el espejo se destruyó por completo y cada trozo llegó al suelo, no esperé un segundo más para saltar sobre Andrew.

Lo miré a los ojos y apoyé mi frente sobre la suya; su cuerpo estaba cubierto de sangre y con algunos pedazos incrustados en la espalda y las piernas, muy herido, muy agotado. Él no reaccionó ante mi gesto, tan solo se quedó muy quieto.

—Prometo quedarme a tu lado aunque el mundo se caiga pedazos —susurré en un tono apenas audible—. Te juro que yo tampoco soltaré tu mano.

Me separé un poco de él y me levanté, lo suficiente para ubicar mis labios sobre su frente. Mis ojos ardían, pero no ardían por las lágrimas, ardían de la misma forma que lo hicieron antes. Supe que se encendieron en dorado, pude sentir el flujo de mi magia igual que antes de usar el Filtro con Hades.

Pude sentir cada palmo de mi poder, cada sección de mi propia existencia divina. Sin tapujos, sin obstáculos.

Sostuve su cabeza con mis manos, él apoyó las suyas en mis codos, y le regalé uno de esos tantos besos en la frente que él me daba.

En el momento en que lo hice pude sentir la calidez de mi magia, como un abrazo, naciente en el punto donde mis labios rozaban la piel de Andrew. Un remolino de viento ligero y luminoso se creó entre nosotros de arriba abajo, encerándonos en una espiral agradable en medio de una tenue luz dorada.

Los trozos de espejo alojados en la espalda de Andrew salieron de su cuerpo como si alguien los hubiera empujado hacia afuera. Sus heridas se cerraron automáticamente una vez se despejaron. La sangre que cubría su cuerpo también se limpió, la de su piel, ropa y su cabello también.

Pude percibir cómo recuperaba su energía, cómo mi magia lo curaba como él tantas veces lo hizo por mí. Mis lágrimas se secaron junto con su sangre, mi magia cesó gradualmente. Su fuerza disminuyó al igual que su brillo, y cuando me di cuenta lo único que iluminaba la cámara volvían a ser las antorchas en lo alto.

Me separé de él unos centímetros; mis ojos dejaron de arder, de brillar. Y él estaba bien, libre cualquier herida, como si nada hubiera pasado.

Pero sí que pasó.

El Espejo de los Dioses estaba roto, dividido en cientos de piezas por todas partes. Y aunque cumplió con su objetivo también me quitó el Filtro.

Podía sentirlo, la falta del Filtro, como si me hubiera quitado una armadura muy pesada y ahora anduviera por el mundo en ropa interior. Así me sentía: desprotegida y vulnerable. Como si tan solo una ventisca pudiera tirarme al suelo.

El poder divino circulaba por mis venas, en cada parte de mi cuerpo como si se tratara de mi sangre, a veces incontenible y a veces caliente. Como si toda yo no fuera otra cosa más que esencia divina.

Pero al mismo tiempo me sentía intangible, notable. At tenía razón, era como ser un faro, expuesta a los ojos de todo el mundo. Mi cuerpo se sentía ligero y sin ataduras, sin embargo ese nuevo estado no me parecía nada conveniente.

—Brillas —dijo Andrew al cabo de unos segundos. Me alejó de su cuerpo, sus ojos recorrieron en mío con un asombro y preocupación contagiosos—. Es...

«—La Luz de la Esperanza —aclaró At—. En su forma más pura, su verdadera forma.»

Me miré las manos; yo no las veía brillar. Me observé el cuerpo, éste tampoco emitía ninguna luz. No supe ellos qué veían, pero cuando recorrí la estancia noté que Kirok, Cailye y Niké me miraban como si me hubiera nacido otra cabeza, de otro color y de otro tamaño.

—¿Te sientes bien? —inquirió Kirok. Se acercó unos pasos, dudoso, sin siquiera poder parpadear—. Te ves como una...

—Luciérnaga —completó Cailye, y su solo comentario me hizo pegar un brinco de los escalofríos. La miré, no parecía haberlo dicho con una mala connotación, pero aun así me trajo un recuerdo amargo a la cabeza—. Así se ven las luciérnagas.

Kirok la miró de reojo.

—Iba a decir antorcha, como una antorcha blanca.

Asentí mientras Andrew me ayudaba poner de pie.

—Estoy bien, me siento extraña pero no mal. Y no... no sé lo que ven, no me veo brillar.

Kirok me miró con la ceja arqueada.

—¿En serio no lo ves? Es... bastante brillante, ilumina toda la sala.

Miré hacia todas partes, pero para mí lo único que le otorgaba luz a ese espacio seguían siendo las antorchas. Posé mi atención en Andrew, él me observaba con el ceño fruncido, como si no entendiera por qué no podía ver el brillo de la esperanza si aparentemente era bastante.

—Puede ser temporal o un efecto normal, no te preocupes —tranquilizó él, sosteniéndome del hombro y tomando mi mano—. Lo importante es que purificó el Filtro, estás fuera de peligro al menos en ese aspecto.

«Al menos en ese aspecto». Sí, solo ese, porque si era como At lo predijo entonces sería un gran faro de problemas.

Me fijé en los pedazos de espejo por todas partes, en aquellos pocos que aún quedaban colgando del marco de lo que antes fue una reliquia primordial. Ya no brillaban, ahora parecían trozos comunes y corrientes de un espejo roto.

Con el espejo roto, ¿cómo podría ayudar a Pirra? Se lo prometí a Deucalión, si funcionaba conmigo lo usaría con ella. Y lo hizo, me sanó, o algo así. Ahora que estaba roto ¿qué opciones le quedaban a ella?

Me agaché para tomar uno de los trozos, el más grande que encontré. Terminé eligiendo uno más grande que mi mano, del doble del tamaño de la daga de Astra. Lo envolví en un pedazo de tela de mi sudadera, con cuidado de no cortarme y que no se rompiera. Al terminar lo guardé en mi maletín.

No sabía qué tanto funcionaría estando roto, pero valía la pena intentarlo.

—¿Por qué te lo llevas? —preguntó Andrew, observándome guardarlo.

—Puede que todavía funcione, o al menos sirva para algo. Debo encontrar la forma de ayudar a Pirra. —Lo miré a los ojos—. Se lo debo a Deucalión.

Sus ojos volvieron a suavizarse, casi se le escapó una sonrisa. Y aun así su único gesto fue asentir, como si comprendiera a la perfección lo que decía.

—¿Creen que Némesis se enfade por lo del espejo? —preguntó Kirok.

Justo cuando lo hizo se escuchó el primer golpe. Fuerte, predominante y proveniente de la puerta. Todos nos giramos al mismo tiempo, y observamos cómo la pared vibraba por los golpes. Polvo cayó sobre nosotros, como si lo que se encontrara del otro lado estuviera dispuesto a tirar la Esfinge abajo con tal de entrar.

—¡Por Nyx! ¡¿Qué demonios le hicieron al espejo?! —Sin duda era la voz de Némesis, y algo me dijo que en serio, en serio no quería verla molesta.

—Yo la oigo bastante enojada —comentó Niké, volando cerca de la entrada.

Siguió golpeando con fuerza, cada vez con más sentimiento. Las paredes cimbraron sobre nosotros, el techo parecía que se nos fuera a venir encima en cualquier momento.

Tragué saliva y pasé mi mirada de los trozos de espejo en el suelo a la puerta, segura de que en el momento en que entrara y viera lo que sucedió no se detendría a preguntar sobre los detalles.

—Debemos salir de aquí —mascullé.

—¿Qué? ¿Por Némesis? —dijo Niké en un tono relajado—. Es inofensiva, no les hará daño.

Pero entonces una de las catanas de la diosa atravesó la pared. Su punta quedó a centímetros de una de las alas de Niké, pero ella apenas sí lo notó.

—Prefiero no correr el riesgo —aclaré.

—¿Y cómo saldremos? Esa es la única salida —apuntó Cailye.

Kirok caminó hacia nosotros para que todos le prestáramos atención, buscó entre su ropa hasta que encontró una esfera del tamaño de su mano, azul celeste como si estuviera hecha de vidrio.

—Pues ahora que tenemos lo que vinimos a buscar es hora de regresar a la Tierra, ¿no les parece?

Enarqué una ceja.

—¿Qué es eso? ¿De dónde lo sacaste?

Sonrió con esa picardía suya y sus ojos se encendieron en rojo por un segundo, como un demonio travieso.

—Un hechizo de las Amazonas de Salem. Te dije que iría por algo que nos ayudaría a volver ese día, ¿recuerdas? Era esto. Abre una brecha temporal entre los mundos, como una grieta. Dura poco tiempo, debemos darnos prisa para cruzar.

No pude evitar expresar mi alegría ante eso.

—¡Eres brillante! —exclamé, pero el sonido de los golpes de Némesis me bajó la emoción—. Pero te felicitaré cuando estemos de vuelta en el Olimpo. Ahora sácanos de aquí.

Él asintió.

—Yo me quedaré —decidió Niké. Aterrizó a pasos de nosotros, dándole la espalda a la puerta. Había un ápice de seriedad en ella que me sorprendió—. Soy la única que puede hacerle frente a Némesis sin que mi vida corra peligro, y estoy segura que es solo cuestión de segundos para que entre. Y además, accedí a acompañarlos hasta el espejo, regresar al Olimpo nunca estuvo entre mis planes.

Cierto. Solo hasta llegar a Némesis. Ese fue el trato. Y era extraño, porque llegué a creer que siempre estaría a mi lado, que siempre estaríamos juntos. Me acostumbré demasiado a su presencia, ahora tendría que acostumbrarme a su ausencia.

Me acerqué a ella y la abracé. Era más grande que yo en general, por lo que apenas sí pude rodearla con mis brazos. Ella se quedó estática, sin poder reaccionar ante mi gesto.

No podía creer que se separaría del grupo. Habíamos pasado tantos días juntos, por tantas situaciones, que estar sin ella cerca sería extraño. Ella era rara, excéntrica y difícil de entender, pero era buena persona. Sabía que podía confiar en ella en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia, y tal vez era por Atenea o por mí, pero estaba segura de que podía dejar mi vida en sus manos de ser necesario.

Y aun así el tiempo que pasamos juntas fue muy poco. Aun había muchas cosas que quería saber de ella, mucho que entender. Quería estar más tiempo a su lado para descubrirlas todas.

—Prometo que nos volveremos a ver, estoy segura que voy a necesitarte en el futuro.

Relajó su cuerpo y correspondió mi abrazo. Cuando me separó me ofreció una sonrisa, y al contrario de todas sus sonrisas esta vez no era sínica ni tenebrosa, era gentil.

—Hasta que el destino lo decida, Ailyn.

Cuando se apartó por completo de mí no dudó en ir por Cailye. Mi amiga intentó esquivarla, pero lo hizo demasiado tarde. La estrujó entre sus brazos como si Cailye fuera un oso de peluche que podía desdoblarse sin problema, y en respuesta ella tan solo apretó los labios y resistió.

Niké le susurró algo a su oído que no alcancé a oír, algo que tomó a Cailye por sorpresa. No dijo nada más cuando la soltó y a su vez Cailye tampoco abrió la boca. Se despidieron en silencio mientras la diosa se alejaba.

Le hizo un gesto a Andrew cuando pasó por su lado, no supe si significaba adiós o alguna otra cosa, pero lo único que él hizo en respuesta fue mirar para otro lado. Algo me decía que él se alegraba de librarse de ella.

A Kirok le dio un codazo, fuerte, pero él solo le sonrió de forma coqueta y asintió. Por alguna extraña razón se sentía como si entre ella y los demás todo ya hubiera ocurrido una despedida. No hicieron falta palabras, ni largas y emotivas despedidas.

Pero a lo mejor era por esa misma razón: no se trataba de una despedida, era un simple «nos vemos otro día».

Cuando vi que se arrodilló, a pocos metros de nosotros, me di cuenta de que At estaba ahí. La diosa se arrodilló ante ella, con una rodilla al piso y la otra pierna doblada para soportar su cuerpo. Ubicó su mano derecha sobre su corazón y la otra atrás, solemne, respetuosa.

At la miró en silencio y si Niké le dijo algo no alcancé a oírlo. No vi reacción en el rostro traslucido de At, pero justo cuando abrió la boca para hablar Niké extendió sus alas, ocultándonos la vista y quitándonos la oportunidad de leer sus labios.

Vi que Andrew estaba atento a su conversación, algo que no era justo considerando los buenos sentidos que tenía. Así que usé un pequeño conjuro para mejorar mi capacidad auditiva. Aunque eso solo me permitió escuchar la última frase:

—... Lo juro por Caos, Lady Atenea —le decía Niké—. Con mi vida, por la suya.

«—Es tu oportunidad, Niké. Valórala.»

Y sin más contemplaciones alzó vuelo. Se ubicó frente a la puerta en lo alto, extendió sus brazos y piernas y conjuró una especie de cortina que recubrió toda la cámara. Como ámbar, casi transparente. Nunca había visto la magia de Niké, creí que solo usaba la fuerza. Pero ahora que la veía entendí que prefería el contacto a la magia, definitivamente era muy diferente a otros dioses.

El polvo dejó de caer a pesar de que las paredes seguían retumbando, la magia de Niké le daba estabilidad a la habitación. Nos daba tiempo a nosotros.

Cuando regresé la atención a At ella me observaba en silencio. Su expresión no me daba buena espina, había preocupación y tristeza en medidas iguales. Sus ojos oscuros se cruzaron con los míos, casi pidiendo perdón.

Un mal presentimiento me recorrió la espalda.

—¿Te ocurre algo? —quise saber, acercándome a ella.

Sus hombros se relajaron y miró al suelo.

«—Entiendo. —Tan solo dijo, pero no parecía hablarme a mí.»

—At, te ves más... fantasmal que de costumbre.

Levantó la cabeza, con el mentón en alto de nuevo. Corrigió toda su postura, juntó sus manos al frente y posó sus ojos sobre mí llenos de autoridad y determinación.

«—Debes aprender a controlar el brillo de la Luz de la Esperanza, reducirlo al menos. Aprender a camuflarlo. También a contener el poder de los dioses. Tienes más poder del que tu cuerpo podría controlar, más que los demás Dioses Guardianes, puede que incluso más que Zeus. Tal vez eres tú o el poder de Atenea, pero ahora estás a cargo de él. Aprende a manejarlo.»

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Qué? ¿Por qué de repente...?

«—Que no puedas ver su brillo es un inconveniente, será más difícil controlar algo que no ves —continuó hablando como si yo no hubiera dicho nada—. No sé qué problemas te traiga eso a futuro, pero debes esperar cualquier cosa. Desconozco el plan de Pandora, sus acciones están fuera de mi comprensión, así que ten cuidado con ella pero no solo de ella. Hay deidades peores y ahora irán tras de ti. No olvides nada de lo que te he dicho, no olvides nada de lo que has aprendido.»

Vi a Kirok pasar por mi lado antes de siquiera abrir la boca. Caminó con el ceño fruncido y los ojos más oscuros que de costumbre, se parecían mucho a los de Hades. Se paró justo frente a At y ella le sostuvo la mirada con valor.

Movió su mano entonces, con la intención de tocarla, de tomar su brazo igual que esa vez en el bosque cuando pensaban que no los podía ver. Y luego solo... la traspasó.

No fue como aquella ocasión, esta vez no pudo sujetarla, su mano tan solo la atravesó de lado a lado como si fuera humo con forma humana, como si ni siquiera fuera un fantasma.

—No... —susurré caminando hacia ella. Kirok se quedó en su lugar, tomó aire y no apartó sus ojos de los de ella—. Dijiste que... ¡Dijiste que todavía tenías tiempo!

Cuando me di cuenta mi cuerpo temblaba de nuevo, mis manos se movían con ansiedad.

Me miró con toda la normalidad del mundo, como si no fuera para tanto.

«—Hice un pacto con Kronos y ha llegado a su fin. Él me dio tiempo, no era mucho pero era suficiente. No estoy en posición de rebatir ese hecho, y a comparación con el precio fue prácticamente un regalo. —Por un segundo su mirada relució amabilidad—. Lo sabes, Ailyn, no se supone que deba estar aquí.»

Negué una y otra vez con la cabeza. Los recuerdos fugaces de la despedida de Astra llegaron a mi memoria, mis ojos quemaron por las lágrimas contenidas.

No podía... irse tan rápido.

—¡Me dijiste que tenías meses, no horas! —grité—. Dijiste que eras honesta, que odiabas las mentiras y la ilusión de la verdad. Dijiste que los engaños solo causan problemas. Entonces ¡¿por qué?! ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?!

Ella ni se inmutó.

«—Porque no habría supuesto diferencia. Siempre lo has sabido, Ailyn. Sabías que mi estadía contigo era temporal y algún día tendría que irme.»

—¡¿Ahora?! —Moví los brazos al aire para enfatizar—. ¡Pero qué oportuna!

Movió la cabeza de un lado a otro.

«—Kronos lleva llamándome desde hace horas, he estado alargando este momento tanto como puedo porque quería asegurarme de que estarías bien. Y no te mentí. En realidad tenía más tiempo de haberme quedado en mi otra forma; atravesar el portal me quitó tiempo. Ya no puedo estar más en este mundo.»

Me quedé sin aire.

—¿Venir te quitó tiempo? ¡Entonces no hubieras venido conmigo! Te dije que te quedaras, yo te dije...

Se me apagó la voz.

Era cierto, sabía que un día se iría. Pero no esperaba que tan pronto... Aún tenía muchas cosas que preguntarle, muchos temas de los que quería hablar con ella. No podía... dejarme de la nada...

«—No podía hacerlo, sabes que me necesitabas aquí. Y tampoco me arrepiento del tiempo que pasé a tu lado. —Reconocí la melancolía en sus ojos—. Venir a Kamigami no solo me permitió enseñarte cosas que no podría haber hecho en la Tierra, también me devolvió algo que no sabía que extrañaba. Esa es una de las razones por las que no puedo quedarme contigo, ahora que los recuperé no es correcto que lo haga.»

Llevó su mano a su pecho. Kirok apretó sus manos en puños, tensando su cuerpo en el proceso.

Contuve la respiración.

—Tus... sentimientos... —dije al entenderlo—. Se supone que no puedes...

Lo sabía, siempre lo supuse. Sus miradas, sus sonrisas, sus expresiones y sus palabras. Hizo cosas que no debería haber hecho una persona sin sentimientos.

Ella tomó aire y volvió a mirarme a los ojos.

«—Entendí algunas cosas al conocerte —continuó—. Ahora entiendo que tú eres el gran porqué de todo esto. Eres la pregunta y la respuesta. Eres Ailyn. Pero también eres Atenea. No niegues una parte de ti misma por mantener otra, no son opuestos, no tienes que dejar de ser Ailyn para ser Atenea.»

Negué con la cabeza tan fuerte como pude. Alguien tocó mi hombro pero no le presté atención.

—No te vayas, no todavía. Solo... espera un poco más.

Me tragué el nudo de mi garganta, me quemaba. Podía sentir la desesperación en mi cuerpo.

Los golpes aumentaron, ahora se cayeron pedazos de los muros, dejando pequeños hoyos por donde Némesis alcanzaba a ver el interior.

—¡Deben darse prisa! —gritó Niké—. No resistiré mucho tiempo.

Por el rabillo del ojo me percaté de la forma en la que Andrew sujetó a Kirok del cuello de su ropa, mirándolo cara a cara de forma casi amenazante.

—Sácanos de aquí ahora —no pidió, exigió Andrew con un tono grave y profundo.

Kirok no pareció querer hacerle caso en un comienzo, pero tras una buena sacudida Andrew consiguió aterrizarlo en la situación. Lo próximo que noté fue humo. Humo azul celeste a mi espalda, luego una luz del mismo color. Pero no me di la vuelta para comprobar lo que era.

Era un caos en la Tierra, estaba segura. Iba a ser más difícil ahora que no tenía el Filtro, eso lo sabía. Era el peor momento para que ella se fuera. No podía tan solo dejarme ese mundo de problemas y salir limpia, no era justo, ¡no tenía sentido!

—¡No puedes abandonarme cuando más te necesito!

Se acercó tanto a mí que solo nos separaba medio paso. Su expresión seguía inmutable, como si nada de eso le afectara. Recta, postura perfecta, como una princesa.

«—No me iré a ningún lado. Estaré aquí —Señaló mi cabeza con su dedo índice— cuando debas tomar una decisión. Y aquí —Señaló mi pecho, justo en mi corazón— cuando no quieras seguir el camino correcto.»

Casi me lancé sobre ella. Quería sostenerla de alguna parte, impedir que se fuera. Pero mis manos la atravesaban como niebla, intangible, se me escapaba por los dedos.

Sentí entonces los brazos de Andrew rodeándome, llevándome hacia atrás.

—¡Suéltame!

—Princesa, te lo dije antes y lo sabes —susurró él cerca de mi oído, en un tono comprensivo—. Ella tiene razón, debes aceptar que no puede estar aquí por siempre.

¡Lo sabía! ¡Lo entendía! No quería que se quedara para siempre, solo que se quedara un poco más. Solo... quería más tiempo...

Retrocedí, Andrew me llevó con él hasta la salida.

Una especie de portal improvisado, brilloso envuelto en humo colorido, nos esperaba a escasos pasos. Circular y vertical, de no más de dos metros de altura. La esfera estaba rota a sus pies, Cailye ya lo había atravesado y Kirok esperaba a un lado.

Kirok no quitó los ojos de encima de At a pesar de que ella no lo estaba mirando, y en medio de un suspiro doloroso se dio la vuelta para atravesar el portal. Esperó, esperó con un pie adentro y el otro afuera. Esperó su perdón, pero fueron palabras que At nunca le dijo.

«—El pasado no se puede borrar, Dark. —Kirok se detuvo, pero aun así no se giró hacia ella—. Tampoco olvidar, a veces no se puede perdonar. Pero aun tienes un futuro por delante, aprovéchalo. Tienes tiempo, inviértelo sabiamente.»

Kirok titubeó, por un segundo creí que se volvería hacia ella, pero no lo hizo. Atravesó el portal, con los ojos encendidos, no sabía si de rencor, tristeza o enojo, pero no dijo nada más. Creí que lo haría, que al menos le diría lo mucho que la quería, pero las cosas entre ellos se sentían como si todo ya hubiera sido dicho, como si no quedara nada por añadir.

—Debemos irnos, Ailyn —apuró Andrew.

La barrera de Niké se debilitó. Los golpes y la insistencia de Némesis, su fuerza, consiguieron resquebrajarla como tierra árida. Los brazos de Niké temblaron, perdió altitud. Pronto su magia cedería y la diosa de la venganza entraría a la fuerza para enjuiciarnos.

—At...

Ella negó con la cabeza. Andrew me haló hacia el portal y yo lo seguí. Porque lo sabía, sabía que teníamos que salir antes de que Némesis entrara y el portal se cerrara.

Pero me dolía despedirme de At. Era odiosa e insoportable, demasiado mandona y su arrogancia era un problema. Pero aun así me ayudó, estuvo conmigo y me guio. Era como una hermana irritante que no puedes evitar querer. Éramos la misma persona, dos mitades de una misma diosa.

Me mordí la lengua, me tragué mi tristeza y acompañé a Andrew hacia la salida que se cerraba sobre nosotros.

—Gracias, Atenea. Prometo serlo, prometo también cumplir tu sueño.

Fue entonces cuando la vi sonreír. Una sonrisa espontánea y sincera, simple pero en ella se sentía especial e importante.

«—Sé mejor diosa de lo que fui y la mejor humana que puedas ser. Te deseo una larga y alegre vida, pequeña Atenea. Hasta que el destino lo decida.»

La luz del portal nos atrapó tanto a Andrew como a mí. Él apretó mi mano con fuerza, entrelazando nuestros dedos, ambos mirando a At mientras la magia nos llevaba a otro lugar.

Una luz dorada apareció tras el cuerpo de At, grande e intensa. Su cuerpo se veía cada vez más transparente, sus rasgos perdían definición.

Se dio la vuelta, atrapada por el nuevo brillo salido de la nada. Y caminó hacia la luz que parecía haber llegado por ella.

Estábamos lejos, pero aun así alcancé a notar la mano que salió de la luz. Una mano masculina, tendida ante ella para que la tomara. At observó la mano y sin dudarlo dos veces la aceptó, con total confianza con total reconocimiento. No dudó, no miró atrás, tan solo dejó que la mano la llevara hacia la luz dorada. Hacia una luz que parecía...

—Luz de sol —confirmó Andrew, contemplando la luz dorada.

Entrecerré los ojos para ver mejor esa mano; tenía una pulsera de hojas de laurel, uñas perfectas y de piel ligeramente bronceada. La conocía, la había visto antes.

—¿Es...? —Abrí los ojos por completo.

Pero él solo asintió sin decir nada más. Y no tenía que expresarlo, la situación se explicaba sola.

Inhalé, presa de un nuevo sentimiento confuso. El asombro se apoderó de mi cuerpo, un viento helado me hizo cosquillas en la nuca.

At despareció en medio del brillo dorado, en un abrir y cerrar de ojos ya no estaba en el cuarto.

No podía creerlo, no sabía que fuera posible. Era él. En verdad él. Apolo vino por ella, At se fue con él. Sonreí al saberlo, le daba tranquilidad a mi tristeza.

—Espero que puedas ser feliz ahora, At. —Le dediqué la mejor de mis sonrisas, adiós a mi lechuza—. Hasta que el destino lo decida.

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Oficialmente comienza la cuenta regresiva. Faltan 6 capítulos para terminar.

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