3.1. Miedo de sentir miedo
Rise (Katy Perry) Acustic cover - Boyce Avenue
La luz rosa que cubría las paredes, suelo, y techo de mi habitación fue lo primero que divisé cuando la oscuridad desapareció en su totalidad de mi campo de visión.
Todo estaba en silencio, e intacto, como si no hubiera transcurrido ni cinco minutos desde que el conjuro empezó. At se encontraba en el mismo lugar, sobre una de las ramas del árbol aledaño a mi cuarto, con sus ojos fijos en los míos, sin ningún brillo, e inescrutable.
«—El Filtro es delicado, demasiado, y así como es un don es una condena. Puede salvar a las personas, pero de la misma forma, si lo usas mal, te consumirá como una hoja quemándose. Poco a poco se va a desgastar, hasta que ya no funcione, y toda la negatividad que acumula se pasará a ti y a la Luz de la Esperanza. Cuando ocurra, porque a este ritmo no tienes más de un par de semanas, tu cuerpo se convertirá en una máquina que acabará con todo a su paso.»
—No sabes cómo ayudarme porque esto nunca te pasó —mascullé, con la cabeza gacha—, así que solo quédate callada. Dices que es mi fin y el de todos los que me rodea, y que además no conoces ningún método para remediarlo, pero aun así aseguras que no tengo salvación. No me ayudas en nada.
Quise tirarme al suelo, porque sentía mi cuerpo pesado, como si cargara un yunque sobre mis hombros o tuviera anclas atadas a mis manos.
«—Te mostré el pasado para que no cometas los mismos errores que yo. Dark todavía está unido a ti, y no solo lo digo por él, sino por todos los que son cercanos a ti. Eres demasiado confiada, Ailyn, cualquiera puede traicionarte. Ahora, en tu condición actual, es muy fácil hacerte daño, eres inestable. Debes controlar tus sentimientos, porque el dolor detona tu descontrol. La culpa, la tristeza, pero, sobre todo, el miedo, provocan una fuga en el Filtro. Las emociones negativas agravan el problema. Tu inestabilidad emocional es lo que daña cada vez más el Filtro.»
La miré de reojo, con un manojo de sentimientos arremolinados en mi interior.
—¿Dices que no importa lo que haga, si tengo emociones negativas ocurrirá lo mismo que en el centro comercial?
Negó con su emplumada cabeza.
«—Tus sentimientos, tu estado mental, controla el Filtro, pero los aspectos externos también influyen en tu conciencia. Eres un faro de sentimientos, si alguien a tu alrededor llora, eso se te pasará a ti, al Filtro. Y si tú estás mal, el Filtro también lo estará, ¿por qué crees que siempre estaba tranquila? Porque aprendí a controlar mis emociones para evitar un sobrecargo. Y era una diosa. Para ti, una humana, controlar tus emociones y en cómo la de los demás te afecta puede resultar imposible, más aún a tu edad. Tan solo eres una niña, a tu edad los cambios de humor son más fuertes, desprendes más energía ahora que en toda tu vida.»
Genial, gracias a la pubertad y la pubertad de los demás.
Movió la cabeza hacia abajo, donde se encontraba el tronco del árbol, y extendió sus alas para emprender vuelo. Me volvió a mirar justo antes de irse, y por último dijo:
«—Piensa en lo que te dije y en lo que ahora sabes, y trata de buscar una solución. No creas que no me interesa lo que te ocurre, porque también forma parte de mí, pero tu situación va más allá de lo que sé del Filtro y de la Luz de la Esperanza. —Agitó sus alas y se elevó unos centímetros sobre la rama—. Trata de descansar y tranquilizarte, mientras más serena y alejada de los demás te encuentres, menos posibilidades hay de que pierdas el control.»
Y se fue. No supe a donde, y tampoco me importaba, porque no estaba de humor para soportar más malas noticias.
Me quedé de pie frente a la ventana unos segundos más, hasta que la sombra de un nuevo invitado captó mi atención. Levanté levemente la cabeza, lo suficiente para notar que el causante de la sombra que entraba a mi habitación era Andrew.
Abrí los ojos de par en par mientras lo veía sostenerse de la rama del árbol para posteriormente saltar a mi ventana con perfecta precisión. Se inclinó sobre el marco, y me miró, provocando que un intenso escalofrió recorriera mi columna vertebral. Su rostro se encontraba oscuro debido a la escasa luz del lugar, y por ende sus ojos parecían dos estrellas brillantes en la oscuridad.
Bajé la cabeza de inmediato, temerosa de que notaba mis lágrimas y mucho más mi estado de ánimo. Cubrí mis ojos con las manos, mientras él seguía acuclillado sobre el marco de la ventana. La brisa que entraba movía las cortinas, creando un efecto todavía más silencioso y frio, igual que la luz rosa del conjuro.
Lo único que vi de su cuerpo eran sus pies, y los vi acercarse a mí luego de bajarse de la ventana; paso a paso, sus botas negras de invierno avanzaban en mi dirección sin cambiar el ritmo y con seguridad.
Con las palmas de mis manos me limpié las mejillas, e intenté hablar, decir cualquier cosa, pero la voz no me salía. Mi cuerpo temblaba y mi garganta estaba obstruida por un nudo gigantesco.
No me esperaba a Andrew en ese preciso momento, mucho menos en mi habitación. El que estuviera ahí es ese instante me hacía sentir débil, casi como una flor. No quería llorar frente a él, no quería que viera en lo que me estaba convirtiendo. Todavía no estaba lista para mirarlo a los ojos. Él, en especial él, de entre todas las personas; quería que conservara una buena imagen de mí, no eso, no lo que era ahora.
—¿Qué estás...? —No terminé la pregunta a tiempo.
Vi sus pies justo frente a los míos, y sentí un frio tan grande como lo era el anhelo de un abrazo... Y entonces solo me abrazó. Sentí sus brazos a mi alrededor, como una cobija, apretando mi cuerpo; me daba abrigo, calor, seguridad...
Luego me solté a llorar. No lo soporté más, tan solo dejé de retener los deseos de llorar. Mi cabeza se recostó sobre su pecho, y mi cuerpo entero se estremeció. Me sentía tan pequeña, tan insignificante, tan invisible... que su abrazo fue como si me trajera de vuelta a la vida.
Su mano se ubicó en mi cabeza, recostando mi rostro en su chaqueta térmica, donde mis lágrimas se escurrían por su superficie. Lloré con más intensidad, sin estar muy segura de si se debía a la desesperanza que me dejó At o a todo lo que había ocurrido ese día.
No. Lloraba de esa forma porque Andrew estaba ahí, porque a pesar de lo sucedido me abrazaba. Él estaba a mi lado. No estaba segura de cómo se enteró, tal vez Cailye le dijo, o lo dedujo por las noticias, pero sabía lo que me ocurría, y su apoyo era como un respiro en medio de una asfixia.
Aumentó la fuerza en mi cuerpo, juntándome más a él, sin decir nada. Su silencio decía más que cualquier discurso que pudiera inventar, porque se trataba de Andrew, y en él el silencio era peor que las palabras.
Me aferré a su chaqueta con toda la fuerza que mis manos me permitían, y sollocé. No me importó que él lo escuchara, no me importó que la situación se viera patética, porque en ese momento lo único que necesitaba era desahogarme.
Estaba tan cerca de su pecho que podía escuchar su corazón y sentir su calor corporal; me pegué tanto a él que su pecho me estrujó la nariz y casi se me hizo complicado respirar; era como si mi cuerpo quisiera atravesar el suyo. Él era mi refugio, a su lado era como si todo pudiera estar bien.
Pasaron varios minutos sin decir ni una palabra, solo abrazándome, mientras yo lloraba hasta que me quedé sin lágrimas y se me apagó la voz.
Me calmé, respiré su presencia al tiempo que mi frecuencia cardiaca se regulaba, pero no fui capaz de verlo a los ojos. Sentía la tensión de sus músculos a través de la ropa mientras me preparaba para hablar, rígido, como una estatua.
—No has dicho nada —susurré, sintiendo la presión de mis palabras en mi garganta—. Entraste como si el cuarto estuviera en llamas, y aun así solo me abrazas.
Silencio.
—No tienes nada bueno que decir, por eso te quedas callado —mascullé en voz apagada—, porque sabes tan bien como yo que las cosas empeorarán si no hago nada, que si la Corte Suprema se llega a enterar me van a matar, y que la situación no tiene ninguna forma de verse positiva o medianamente manejable. Eres tan real que por eso no abres la boca, porque no quieres que me sienta peor. Pero ¿sabes qué? de todas formas me siento fatal aun con la falta de tus regaños.
Posó sus manos en mis hombros, y me separó unos centímetros de él. Levanté la cabeza de a poco hasta toparme con sus ojos oscuros. Brillaban, y ese brillo se acentuaba por la luz mágica de mi conjuro; no se veía enojado, ni molesto, pero sí tenía el entrecejo levemente fruncido.
Sin embargo, esa expresión ya la conocía; no era la de «enfadado con medio mundo» o la de «quisiera matarte por tus idioteces», esa era la de «extremada y seriamente preocupado». Y eso me ponía más nerviosa.
Retrocedí por inercia, y en el acto sus brazos se dejaron caer, sin quitarme los ojos de encima. El brillo en sus ojos, su simple mirada, me corroboraba que estaba hundida, y hundida hasta el fondo.
Esperaba que de alguna manera su presencia me dijera que estaba bien, que no era tan grave y que tenía solución; que me regañara y me advirtiera que si volvía a ocurrir me mataría, esperaba que tan solo se enfadara y me gritara como antes, como cuando las cosas tenían solución... pero sus ojos reflejaban lo contrario.
Choqué con la pared, y me deslicé por ella con los ojos puestos sobre el chico frente a mí hasta llegar al suelo, temblando de miedo.
No quería volver a llorar frente a él, pero por más que analizaba la situación me veía tan jodida que me provocaba una desesperación enorme. No solo era mi vida... y eso era lo que más me asustaba.
—Traté de ocultarlo —solté, con las manos haciendo presión sobre mis ojos como si así drenara mis lágrimas, intentando justificarme—, creí que así se detendría, pero siguió avanzando, y eso me asustó. Busqué información en lo que podía, pero no encontré nada. Intenté controlarlo, pero esto me controla a mí...
Sentí un nuevo nudo en mi garganta.
—En el centro comercial... lo que pasó, fue mi culpa, yo lo hice. —Noté que se sentó a mi lado, pero no hizo ningún movimiento extra ni amago de tocarme otra vez; sentí su mirada sobre mí todo el tiempo, atento—. Cuando te fuiste llegué al límite, no medí lo que hacía y terminé destruyendo el edificio. Yo... yo lastimé... —No podía hablar. Decirlo en voz alta me aterraba—. Por mí murieron cientos de personas...
Me callé de golpe. Hablar sobre eso era demasiado espantoso para considerar decirlo en voz alta, si lo hacía era como si lo aceptara, como si fuera un hecho, y a pesar de que lo era no quería admitirlo. Era tan horrible que nunca podría superarlo.
Recogí mis rodillas, y oculté mi cabeza en ellas, queriendo hundirme en mis emociones. Pero entonces, Andrew pasó su brazo tras mi cuello y atrajo mi cabeza a su hombro a unos centímetros de distancia. No opuse resistencia, tan solo me dejé llevar y me recosté sobre él mientras pensaba por un momento que la situación no estaba tan grave; no podía evitar pensar, en su presencia, que las cosas tenían solución aunque me estuviera mintiendo a mí misma.
—Soy consciente de lo que me está pasando —continué al cabo de unos segundos—, y de lo que me puede pasar a mí y a los que me rodean si sigo como hasta ahora... Y tengo miedo, no te imaginas el miedo que siento de tener miedo, porque si lo siento es posible que arrastre a todo el mundo al infierno.
Cerré los ojos y encontré silencio. Parecía como si la lengua de Andrew hubiera huido, o como si en realidad no fuera capaz de ver una posible solución por muy pequeña que fuera. La información que teníamos no era suficiente; el desconocimiento de mi situación resultaba demasiado amenazante.
Suspiró, el primer gesto de su parte desde que llegó, y cuando habló me tomó por sorpresa tanto por sus palabras como por lo apagada que se oía su voz.
—Ahora entiendo por qué siempre quisiste huir. —Lo miré, pero él a mí no. Observaba la ventana, el cielo para ser exacta, hasta que se percató de mis ojos sobre él y se giró hacia mí—. ¿Todavía lo consideras como opción?
La tristeza en mi mirada debió delatar lo que sentí, porque a pesar de querer huir desde que mi vida cambió, escucharlo de él era... doloroso. ¿Qué debió pensar Andrew, qué sintió, para llegar a esa conclusión, él, que siempre me decía que debía hacer lo correcto a pesar de las circunstancias?
Recordé la vida de Atenea, por lo que tuvo que pasar y lo que le ocurrió cuando decidió huir. Era un futuro oscuro.
—Me gustaría que huir fuera una opción —Lo miré, y nuestros ojos se encontraron—, pero creo que es muy tarde para eso.
Y de nuevo silencio. Él no dijo nada por un largo, largo rato. Pasó quizá media hora, en la cual ninguno dijo nada más. Ambos estábamos sumidos en nuestros propios pensamientos, mientras mi mente se volvía más clara a cada segundo que pasaba a su lado. El miedo disminuyó, pero solo lo hizo el miedo, porque lo demás seguía ahí, en mi pecho, queriendo salir.
La brisa relajó el ambiente, y el tiempo le quitó tensión. La luz que entraba por la ventana y se reflejaba en las paredes brillantes le daba al ambiente una sensación de quietud, como si el tiempo se hubiera detenido.
Me acurruqué más contra su cuerpo, en busca de su cercanía. Por unos segundos tan solo me recosté contra él, sin pensar en mi problema ni en lo que él sentía por mí; no pensé en nada, dejé mi mente en blanco y me concentré solo en permanecer de esa manera.
El sueño poco a poco se apoderó de mis ojos, pero se debía más al cansancio que a los deseos de dormir. Mi respiración se normalizó, y mis parados amenazaban con cerrarse.
—¿Qué se supone que haga? —murmuré con la intensión de conservarlo para mí misma, pero lo dije en voz alta.
Sentí la inhalación de Andrew, y noté que levantó la cabeza y clavó sus ojos al frente.
—Seguir buscando ayuda —respondió, desganado—. Dices que no has encontrado nada, eso es porque estabas buscando sola. Ahora que estoy contigo debemos seguir buscando una forma de revertir el efecto del Filtro. No podemos dejar que te absorba, es pronto para rendirnos.
Intenté sonreír, puesto que escucharlo hablar así me confirmaba lo mucho que se preocupaba por mí, pero fue imposible hacerlo.
—¿Cómo? Si le lo decimos a los dioses me matarán. Además, ¿en dónde se supone que busquemos cuando ni siquiera hay archivos al respecto?
—Averiguaste en internet, ¿no es así? —adivinó y acertó. Asentí, puesto que en efecto toda mi investigación la basé en documentos web—. Ese es el problema, por eso no avanzas.
—¿Qué sugieres?
—Ir a la biblioteca, la del Olimpo de preferencia.
Negué con la cabeza lentamente.
—Si voy al Olimpo en este estado se darán cuenta enseguida. No puedo poner un pie allí al menos hasta que encuentre una forma de ocultarlo.
—No hablaba de ti. —Movió más el cuello para observarme mejor—. De mí no sospecharán. Puedo buscar información en las salas de historia mañana, tengo que ir para llenar el reporte de hoy, así que será una buena excusa. Es muy posible que haya algo ahí que nos sirva.
Él tenía razón. No consideré revisar en sus salas de historia, que atestiguaban miles de años de leyendas, porque lo veía arriesgado ir porque sí, además de que aquellas alcobas tenían bastante seguridad; varias Gracias cuidaban la entrada al igual que Guerreros de Troya.
—¿Y mientras que lo haces yo qué haré? Encerrarme suena tentador, así nadie correría peligro, pero dudo que mis padres dejen pasar el incidente así nomás.
—Ve a Harrisburg, a la biblioteca estatal donde fuimos durante el viaje. Si hay un lugar en la Tierra, además del Olimpo, donde pueda haber información como esa es en esa biblioteca.
Era un buen plan, a corto plazo.
—¿Y luego? ¿Qué sucede si no encontramos nada? No... No me queda mucho más de dos semanas. Y si...
—Cálmate, Ailyn, no saques conclusiones antes de tiempo —dijo en voz baja, sereno—. No sabremos qué pasará hasta empezar a buscar.
—Lo siento... Es solo que...
—Lo sé. —Sus «lo sé» escondían más de lo que expresaban. Había más en esas dos silabas que en miles de palabras, porque él era así, su nivel de comprensión era más grande de lo que admitía—. Evita ir a misiones, aunque te llamen no vayas, inventa una excusa, la que sea. No uses tus poderes, mucho menos el Filtro, al menos hasta que tengamos más información. Y, por favor, no vayas a los reportes. El Olimpo para ti ahora es muy peligroso, así que sin importar qué suceda, no pongas un pie allá.
Suspiré.
—No lo haré. Te prometo evitar usar magia peligrosa, ir a misiones, y visitar el Olimpo hasta que tengamos una pista sobre mi condición.
Asintió, conforme, y volvió su mirada al frente, sin moverse o alejar su tacto de mí.
Permanecí con los ojos sobre él, concentrada en los entornos de su rostro, observando cómo la luz jugaba con su sombra y el perfil torneado de su rostro.
Creí que en algún momento diría algo más, incluso pensé que mencionaría la carta que me dio. Pero no dijo nada más en varios minutos. Tal vez no quería tocar el tema de la carta aun, era posible que no considerara correcto hacerlo en esa situación.
Y se lo agradecía, porque no sabría qué decir si mencionaba algo al respecto. Estaba bien así, con tan solo estar a su lado, sin más, por el momento. Era alentador saber que él estaba ahí... Andrew... siempre estaba a mi lado, sin importar qué tan jodida estuviera; él era mi bote salvavidas.
Estaba tan cerca de él, que si me esforzaba un poco podría alcanzar su mejilla; no obstante, cualquier acto de gratitud o que aparentara ternura fue bloqueado automáticamente de mi sistema. No sabía cómo reaccionaría Andrew a una muestra de afecto, y no era momento para averiguarlo.
Tan solo me quedé así, tirando a un rincón mi bomba de tiempo personal mientras tan solo estaba ahí, con él, dejando que el sueño colonizara más mi cuerpo. El cansancio era enorme, como si hubiera movido una montaña sin ayuda, y lo único que pedía mi mente era descansar y olvidar por unas horas mis problemas.
Cerré los ojos poco a poco, luchando por mantenerme lucida mientras Andrew estuviera ahí, no por desconfianza, sino porque quería permanecer con él el mayor tiempo posible en un entorno medianamente tranquilo; pero el cabeceo que me dominó lo hizo imposible. Tenía demasiado sueño.
Mi respiración se volvió lenta y pausada, hasta que mis ojos tan solo se dejaron vencer por el sueño.
—No eres la única que tiene miedo. —Lo oí murmurar, pero para cuando dijo eso yo estaba más dormida que despierta.
La luz del sol que entraba por mi ventana me despertó de mi profundo sueño. Lo primero que vi fue la ventaba de mi cuarto, y un segundo después me percaté de que me encontraba en mi cama, cuidadosamente arropada y con la almohada bajo mi cabeza. Ya no había conjuro sobre mis paredes, todo se veía normal, quizá demasiado.
Me senté, confundida. Recordaba haberme quedado dormida en el suelo al lado de Andrew.... ¡Andrew! Miré de un lado a otro, escaneando la habitación, pero no había rastro alguno del chico. Estaba completamente sola.
Debió haberse ido después de que me dormí, y como era su costumbre me llevó a la cama, igual que aquella noche en Titán cuando me dormí en la cubierta. Sonreí; era algo propio de él actuar como fantasma.
Con los pies fuera de la sabana, me dispuse a levantarme de la cama y empezar la tarea que Andrew me encomendó: ir a la biblioteca a investigar. Era temprano, y un viernes, mis padres y Cody ya debieron haber salido de casa, por lo que de seguro me encontraba sola.
Era mejor así; salir sin que nadie lo notara. No sabría qué decirle a mi familia respecto a lo que me ocurría, y me aterraba entrar en discusión con ellos y estallar como lo hice en el centro comercial...
Apreté los ojos con fuerza, y archivé esos pensamientos en un agujero negro en mi cabeza. Me quería obligar a mí misma a olvidarlo, porque todavía no era capaz de aceptar que hice algo como eso... siempre que lo recordaba me dominaba un sentimiento tan amargo que me odiaba a mí misma, y en ese momento no era algo con lo que quisiera lidiar. Debía enfocarme en buscar una solución, no en deprimirme más por lo que me ocurría y sus consecuencias.
Sin embargo, justo antes de incorporarme, una hoja de papel doblada calló al suelo al mover las sábanas. Me incliné para recogerla, y al desdoblarla descubrí que tenía escritas un par de líneas, con la letra de Andrew.
~~
Para Ailyn.
Así es como se cuida de alguien que se duerme en el suelo, para que lo tengas en cuenta.
PD: Sigues haciendo un ruido extraño con tu nariz mientras duermes.
~~
Sonreí, y casi me atraganté con mi saliva. No solo se había quedado toda la noche viéndome dormir, sino que además me recordó que cuando él se quedó dormido en el suelo yo lo dejé ahí, sin ningún tipo de protección o comodidad.
Con la hoja en mi mano me incorporé, y luego de tomar la primera carta que Andrew me dio busqué en la cómoda de mi mesa un cofre del tamaño ideal. Encontré, entre objeto y objeto, un cobre dorado con detalles de bronce de tamaño adecuado para guardar las cartas.
En ese momento recordé el cofre que Atenea guardaba, ¿en dónde quedó después de todo lo que pasó? Esa era su posesión más valiosa, debió esconderla en algún lugar que ella considerara seguro.
Deposité el sobre y la hoja de papel adentro, junto con la foto que nos tomamos juntos en día de la Feria Estatal que estaba sobre mi mesa de noche. Cerré el cofre y lo regresé a su lugar; ahora también era mi posesión más valiosa.
Suspiré varias veces, y aspiré otras tantas, tratando de prepararme para regresar de nuevo a mi problema. Debía moverme, comenzar de nuevo a buscar algo que me ayudara, pero el miedo era tan real y seguía tan presente como el mismo Filtro.
Agité mi cabeza varias veces para despejarme, y me cambié de ropa por una limpia; no me molesté en ducharme ya que eso me quitaría tiempo, y además odiaba ver las marcas en mi cuerpo. Café, fue el primer color oscuro que encontré. Una chaqueta y un jean oscuro, con zapatillas negras, una gorra del color de la chaqueta y unos guantes a juego.
Revisé mi atuendo, fijándome en que ninguna parte de mi piel además de mi rostro fuera visible. Todo cubierto; todo oculto. Sin marcas, sin evidencias.
Cuando abrí la puerta de mi habitación lo hice con prisa, y caminé directo a la salida sin siquiera entrar a la cocina por algo para desayunar. Si me quedaba más tiempo tenía la posibilidad de que mis padres llegaran o llamaran, y si lo hacían me interrogarían, y no tenía las respuestas que ellos esperaban oír.
Justo cuando puse mi mano sobre la perilla de la puerta principal, escuché aquello a lo que le huía.
—Ailyn, ¿a dónde crees que vas? —Era mi madre, a mi espalda, y sonada asustada.
Me giré lentamente, lista para encontrarme el rostro de mi madre cubierto de preocupación. Y así fue, solo que no solo se trataba de ella.
—Papá... ¿Qué haces aquí a esta hora? Deberías estar en la universidad —mencioné, nerviosa de verlos a los dos juntos a esa hora, cuando se suponía que debían estar en el trabajo.
Mi madre tenía la frente arrugada, signo de preocupación, y sus ojos me observaron de pies a cabeza, asustados, igual que lo estaban el día anterior cuando entré cubierta de polvo. Como no me había limpiado aún tenía algunas manchas en el cuello y en las mejillas, no tan visibles pero que ella captó en seguida.
Pasé mi atención a papá, parado a su lado, y con el ceño fruncido, igual de confundido que mi madre. Su cuerpo estaba tenso, y sus ojos estaban clavados en mis movimientos con demasiado enfado.
—Respóndele a tu madre —repuso, con ese tono grueso que usaba cuando me castigaba—, ¿a dónde vas?
Lo miré a él, luego a mamá, y otra vez a él. Tragué saliva, sin la menor idea de qué decirles. ¿Qué podía decirles que nos los preocupara más de como ya lo estaban? No tenía ninguna buena noticia ni comentario positivo que ofrecer.
—Necesito salir, no tardaré.
Me giré de nuevo hacia la puerta, pero la mano de mi madre sobre mi brazo me impidió avanzar.
—Tiene que ver con eso ¿verdad? —inquirió, y supe a qué se refería—. Con lo que pasó hace un mes, con tus amigos, con el chico que siempre está enojado, con todo en lo que estás medida.
—Mamá...
—¡No! ¡No, Ailyn! —Elevó la voz—. Dinos lo que pasa, confía en nosotros. No podemos ayudarte si no sabemos lo que te ocurre.
Sus ojos reflejaron tristeza, impotencia, desesperación... Y eso sin siquiera saber hasta dónde estaba ahogada en problemas.
—Tu madre tiene razón. —Apoyó mi papá, con su mano sobre su hombro—. No nos dices ni la mitad de lo que te ocurre, y antes lo hacías. Desde que fuiste a ese viaje has cambiado; dejaste de ir a la preparatoria, te la pasas encerrada en tu habitación y cuando no es así estás con ellos. Es como si estuviéramos fuera de tu vida.
Un nudo en la boca de mi estómago se hizo presente, igual que el ardor en mis ojos. Ellos tenían razón. No tenían ni idea de lo que me ocurría, de todo lo que me pasó, de todos los problemas que tenía... Ellos eran los que menos estaban al tanto de mi vida, irónicamente. Y quería que se mantuviera así.
—Lo sé. Pero no hay nada que pueda decirles ahora, entiendan, en un asunto...
—Complicado —me cortó mamá—. Lo sabemos, es lo que siempre dices.
—Pero no podremos entenderlo si no nos lo explicas. —Mi papá sonó igual que yo en alguna ocasión—. Podemos ayudarte, haremos lo que necesites, pero ya no puedes solo dejarnos a un lado. No seremos un estorbo para ti, tan solo queremos que estés bien. Y, hija —Observó mi ropa últimamente oscura, mis ojeras, y el pánico en mis ojos—, no lo estás.
—No es... —traté de decir—. Es difícil de explicar, ni siquiera yo misma lo entiendo bien. Es por eso porque no les puedo decir nada, porque es mejor que no se metan en problemas...
—¡No eres un problema! —exclamó ella, con los ojos vidriosos—. Te hemos visto, nos dimos cuenta cuando volviste que algo te ocurría... Y te dimos tiempo, porque sabemos que lo que sucedió es difícil para ti, pero ya fue suficiente, también es difícil para nosotros.
—No podemos seguir esperando a que nos digas lo que te ocurre —completó papá, con una mirada más tranquila de la que me esperaba, había más compasión en él que cuando le expliqué lo de los Dioses Guardianes. Al menos ya no pensaba que me drogaba—. Ya no estamos dispuestos a tan solo confiar y dejarte ir. Lo permitimos una vez, porque entendimos que era importante, algo que debías hacer; pero ahora es necesario que confíes tú en nosotros.
Me zafé del agarre de mamá, y tomé aire para lo que iba a decir. Ellos tenían razón. Era su hija, se preocupaban por mí al punto de la desesperación por desentender lo que me sucedía, y los entendía, lograba comprender su situación... Pero, aun así, ese problema solo podía cargarlo yo por el momento; pasarles ese peso a ellos era poner en peligro sus vidas otra vez. Aunque por el simple hecho de ser mis padres ya estaban en peligro.
Y aunque lo supieran, ¿qué podían hacer ellos? No tenían magia, no eran dioses, apenas sí conocían la verdad detrás de Aqueronte. No me ayudarían, aunque quisieran, porque mis problemas estaban más allá de un asunto mundano o familiar.
—Es cierto, tienen derecho a saberlo —Los miré, intentando que la amargura de mis palabras solo me afectara a mí—, y se los diré cuando sea el momento. Ahora mismo no puedo decirles nada, en verdad lo siento. Tan solo... sigan esperando un poco más, sigan fingiendo que somos una familia normal, igual que antes, sigan sonriendo como si nada ocurriera.
Abrí la puerta sin darles tiempo de nada más, mientras escuchaba el quejido de mamá y el gruñido de papá. Justo cuando puse un pie fuera del apartamento, escuché la voz de mi madre una vez más:
—No nos agrada que seas parte de ellos, no nos gusta en lo que eso te está convirtiendo.
Bajé las escaleras sin detenerme un solo segundo a tomar aire. Apreté los ojos con fuerza, intentando que el sabor amargo de mi garganta desapareciera. Pero no ocurría. La culpa y el dolor seguían ahí, porque de nuevo estaba alejando a mis padres para protegerlos, y eso siempre terminó mal para ellos.
Me encontraba en un punto que ya no sabía qué era lo mejor, o lo correcto, o lo que debía hacer, porque cada decisión que tomé me trajo problemas a mí y a los demás. Y ya me estaba cansando de lidiar con esas consecuencias.
Tomé el collar-arma en mis manos, y con los ojos vidriosos y pies apresurados, conjuré el hechizo antes de llegar al primer piso. Las escaleras estaban desiertas, por lo que el brillo de mi espada al expandirse no fue problema.
Terminé de recitar las palabras justo cuando estaba en el segundo piso, consiguiendo que un brillo rosa pálido cubriera mi cuerpo como suaves olas, transportándome a otro lugar, a otra ciudad.
Esperaba que no hubiera nadie en esa sección de la biblioteca, tal vez debido a que de por sí se ubicaba en el fondo del lugar, en una habitación muy alejada del pasillo principal, o porque el tema no era muy popular. Pero me equivoqué, porque había mucha más gente que la primera vez que estuve ahí. Alrededor de veinte o treinta personas, esparcidas por las diferentes repisas y las múltiples sillas y sofás del pequeño cuarto.
Recorrí todos los caminos del lugar, con perfil bajo, y escondiendo bajo mi chaqueta un paquete de papas que compré a las afueras de la biblioteca. Tenía hambre, y leer con el sonido de mi estómago no me dejaría concentrar. No se permitía el ingreso de alimentos, pero dudaba que en aquel lugar tan lejos de la biblioteca principal tuvieran cámaras de vigilancia.
Revisé varios libros relacionados con Atenea, con la creación del universo según los griegos, con los dioses olímpicos, con los mismísimos titanes, e incluso alcancé a leer por ahí algo sobre astronomía y filosofía; pero no encontraba nada realmente útil.
Los dioses eran criaturas realmente poderosas, eso nadie lo dudaba, pero en igual medida eran odiados. Y lo entendía, porque no solo participaron el en viaje de los héroes semidioses, también hicieron daños irreversibles a muchas otras deidades.
Por ejemplo, Atenea ayudó a Hércules en sus trabajos, pero fue Hera quien lo envió a los trabajos para matarlo. Tanto Ares como Atenea participaron en la Guerra de Troya, pero fue Afrodita quien la inició. O un ejemplo más popular, como la razón de que Medusa tuviera mirada petrificante, que según lo que leí fue producto de Atenea...
Suspiré. Las acciones de Atenea, no, su mismo historial social dejaba mucho que desear. Había dañado a tantos que confiaba en que dichas criaturas nunca me encontraran, porque yo terminaría pagando sus cuentas de la peor forma.
Seguí tomando libro tras libro, leyendo lo que más podía, y en el proceso me topé con más y más historias trágicas de cómo los dioses arruinaron la vida de los demás habitantes de Kamigami. Además, en algún momento antes de los Dioses Guardianes, los dioses consideraban a los humanos un juguete para divertirse, causando guerras tanto entre ciudades como entre familias por puro placer. No tenían respeto por la vida, o al menos la mayoría de ellos.
Aracne. Las Gorgonas. Cornix. Calisto. Las Amazonas. Casandra. Orión. Entre tantos otros a los que los dioses arruinaron sus vidas... Recordé en ese momento a Pandora, y en la escasa información que teníamos sobre ella aun después de un mes de enterarnos de su responsabilidad sobre los actos de Hades; quizá lo que la impulsaba de cierta forma era la venganza. Si a mí me hubieran hecho algo como lo que Zeus le hizo a ella, era muy probable que quisiera vengarme.
Tanto en Kamigami como en la Tierra había criaturas deseosas de aniquilar a uno de nosotros, dioses y deidades que harían lo que fuera por venganza, y tal como lo dijo Afrodita en uno de mis sueños, solo hacía falta un ser que los uniera a todos en nuestra contra. ¿Se refería a Pandora? No le veía otra responsable. No sabíamos lo que planeaba, pero reunir a un ejército sonaba bastante posible. Y si ocurría, ¿seríamos capaces de vencerla?
Sacudí mi cabeza, y regresé mi atención a uno de los libros sobre Atenea que leía. No era momento para pensar en Pandora, nuestra mayor amenaza, porque si no me curaba ella ya no sería el único enemigo.
Además, en ambos mundos contábamos con algunos informantes que reportarían sus hallazgos a Evan en caso de encontrar algo. Si algo ocurría, si ella daba señales de vida, si tan solo llegaba a hablar con alguien fuera de las Amazonas, lo sabríamos. O ese era el plan.
Intenté mantener los ojos abiertos, pero todo lo que leía eran cosas irrelevantes sobre la obra de Atenea, nada realmente importante. Así que, en visita de eso, comencé a leer sobre otras deidades, con la esperanza de encontrar algo más en la vida de otros dioses. Necesitaba una referencia, algo útil en verdad, y si me limitaba a Atenea obtendría lo mismo que obtuve de At: nada más que recuerdos amargos.
Comencé con Poseidón, me enteré de su castigo compartido con Apolo, y de su relación con Atlanta; seguí con Artemisa y los desafíos de con su madre; pasé por las ninfas de Apolo, hasta los amantes de Afrodita; y por último terminé en los extraños mensajes de Hermes. Leí sobre los otros dioses olímpicos, pero todo lo que encontraba eran mitos y leyendas, cosas de las que yo conocía su verdadero origen, pero ahí tan solo eran cuentos. Sí, había algo de verdad en esos textos, la mayor parte de hecho, pero no era suficiente.
Estaba cerca de darme por vencida cuando decidí darle una ojeada a un libro sobre Zeus. Pasé sus páginas, deteniéndome en algunos datos que consideré importantes, como sus múltiples hijos, tanto dioses como semidioses, o como su participación en la guerra de titanes: la Titanomaquia.
Entontes, entre página y página, encontré una profecía de su relación con Metis, madre de Atenea. Odiaba las profecías y datos del futuro, porque el conocimiento de algo que todavía no ocurría empeoraba el presente de todas las formas posibles. Aun así decidí leerla, porque en mi situación hasta un pedazo de papel escrito por algún Oráculo cuando todavía no existía el telescopio podría ser útil.
«En su momento, tanto Urano como Gea anunciaron al soberano de los cielos, que fruto del embarazo de Metis, nacería una diosa con el poder necesario para destronar a su padre, como éste lo hizo con Cronos, y como él se lo hizo a Urano, continuando la cadena de poder. Y cuando ocurra, ni siquiera Zeus será capaz de detener lo inevitable.»
Conocía algo al respecto, incluido el hecho de que Atenea tuvo un hermano, un nonato, que supondría un gran poder igual o superior al de Zeus. Por supuesto, al no llegar a este mundo, se le cargó la profecía a Atenea. Me pregunté si el que yo tuviera a Cody tenía relación con eso, pero de inmediato dejé de pensar en eso.
Cerré el libro con fuerza y lo lancé tan lejos como pude. No sabía qué pensar, salvo que qué bueno que yo no era del todo Atenea, por lo tanto esa profecía perdía parte de su valor. O eso quería creer.
Me recosté en un sofá cercano, con los ojos cansados de revisar libros enteros sin nada útil para mi situación. Aprendí algunas cosas sobre los dioses, más que todo lo que sus actos le ocasionaron a muchas criaturas. Pero, en conclusión, a pesar de las horas que pasé leyendo en esa biblioteca seguía igual que cuando entré.
—¿Por qué hay tanta gente aquí? Por lo general esta sección está vacía —comentó una de las empleadas de la biblioteca.
Me giré y la vi, parada a unos pasos de mí, con un saco negro y cabello recogido en un moño mientras empujaba un carrito de biblioteca; a su lado una de sus compañeras acomodaba los libros que había sobre el mueble. Observaron a su alrededor, a las personas que todavía estaban ahí, y continuaron con su charla.
—Es por los rumores —le respondió la otra, vestida de igual forma—. ¿No lo oíste? Desde lo que sucedió en Italia...
—Hablas de Aqueronte —le corrigió su amiga.
—Como se llame —continuó—. El punto es que como todavía no saben lo que sucedió, algunos internautas afirman que es obra de los dioses.
Les presté más atención, interesada en su conversación.
La chica del carrito se rio con prudencia para no hacer ruido.
—¿Es en serio? ¿Por eso hay tanta gente en la sección griega? —Avanzaron por el corredor entre estantes de libros, a lo que yo agudicé mi oído para tratar de oír a pesar de la distancia—. Eso suena ridículo, no entiendo cómo hay gente que se cree esas cosas.
—No lo entiendes. —La chica que acomodaba los libros se le acercó más para hablar en tono bajo, forzándome a correrme hacia el otro extremo del sofá—. No es solo por los internautas, hay grupos enteros que apoyan la teoría.
—¿Cómo es que siquiera lo consideran?
—Porque es extraño —explicó—. Los sucesos de ese día siguen siendo un misterio, y entre teorías conspirativas, invasiones alienígenas, y armas nucleares, apareció quienes afirman que es obra de los dioses.
—¿Por qué? —preguntó con incredulidad la primera chica.
Su amiga se encogió de hombros.
—Hay varias personas que los captaron con la cámara del celular ese día. Asumieron que se trata de dioses o ángeles protectores. Como sea, el caso es que por eso los textos en bibliotecas acerca del tema aumentaron sus visitas, al igual que en internet. Con la cantidad de teorías sobre lo que sucedió, y sin las respuestas que pide la gente, cualquier cosa es creíble. Todo el mundo le pide una respuesta al gobierno, pero según lo que sé, ellos tampoco la tienen, y mientras no sea así las posibilidades son infinitas.
Me quedé en mi sitio, estática, sin saber qué pensar. Era consciente que desde ese día la cantidad de teorías improbables que podía pensar una persona aumentaron, y que además la falta de información general al respecto creaba en las masas mucha más tendencia a creer en lo imposible.
Pero que precisamente se lo adjudicaran a los dioses griegos era casi suerte. Entre tantas y tantas explicaciones que podía tener Aqueronte, la probabilidad de que dieran en el clavo era demasiado baja, porque aunque las autoridades supieran la naturaleza de los monstros de ese día, el común de la gente apenas conocía una parte. Quizá por eso nombraron a la tragedia Aqueronte, porque de entre todas las teorías posibles e imposibles, ésa tenía más fuerza.
Los ciudadanos de Italia estaban demasiado aterrados para dar un testimonio coherente y lógico, y lo que lograron captar los medios de comunicación durante la apertura de portales fue pasando de mano en mano hasta convertirlo todo en un teléfono roto que más parecía una mala broma que la realidad. Si lo pensaba bien tenía sentido, puesto que aquellos seres eran irrefutablemente criaturas mitológicas.
Para pensar en que en serio consideraban la posibilidad de que los responsables fueron los dioses, primero tenían que desprenderse de todo aquello que lo contradecía: ciencia, religión, incluso política. Porque la verdad era tan extrema que pocos la comprenderían como tal. Y con eso contaban los dioses, con que los humanos jamás llegaran a esa conclusión. Pero ¿el que los humanos nos reconocieran era tan malo? Yo creía que no, y que a ese paso era inevitable que sucediera.
Hundida en mis pensamientos, no me di cuenta de que mi celular estaba sonando hasta que todas las personas presentes me chitaron para que lo apagara. Pedí disculpas, y sin espera me apresuré a atender la llamada entrante una vez salí al pasillo que conectaba al pasillo principal de la biblioteca.
—¿Sí? —hablé, y un gran grito se oyó del otro lado de la línea.
—¡Ailyn, ¿dónde te metiste?! —Era la inconfundible voz de Cailye; sonaba molesta.
—Estoy... por ahí. ¿Sucedió algo? ¿Por qué estás así?
Escuché un pequeño bufido.
—¿Qué pasa con tu celular? Evan ha estado llamándote y tú no contestas, cree que te pasó algo malo.
Ah, claro, por eso estaba molesta.
—Lo siento, estaba ocupada y no lo escuché. ¿Para qué me necesita? ¿Es por una misión?
—No. —Todavía sonaba disgustada—. Nos llamó a todos, es una reunión, y dice que es urgente, nos están esperando, somos las únicas que faltan por llegar.
Le iba a decir que no podía ir, pero era una reunión urgente, algo que no pasó en un mes. Por lo general solo nos reuníamos para entregarle el informe a Evan, o él nos llamaba para asignarnos a alguna misión en base a nuestras habilidades y la criatura en cuestión. Pero eso... eso era nuevo.
—¿Sabes por qué nos llamó? —quise saber.
—Es sobre Pandora —Ahora se oía nerviosa—, tiene información sobre ella.
Suspiré. Ante aquella situación no podía decir que no, era un tema demasiado importante para no asistir. Es decir, ¡se trataba de Pandora! Lo que fuera que tuviera nos ayudaría al menos un poco, y pese a mi situación, todavía tenía un compromiso con ella. Sin embargo, no podía ir así, con manchas de mugre en el rostro, y con olor a cemento mezclado con sudor.
—¿En dónde estás?
—En tu casa, vine a buscarte.
—Bien, espérame ahí, iré en seguida. Estoy lejos y usaré magia, no tendré energía para trasportarme al Olimpo.
Antes de que me preguntara el porqué, colgué. Guardé el celular como pude, y me dirigí a un lugar aparte, donde nadie me viera, para realizar el conjuro de teletransportación.
Cuando abrí la puerta de mi departamento, lo primero que vi fue a la rubia, parada al lado del sofá, con el celular en la mano. Me miró, y sus oscuros ojos brillaron como siempre. Sus coletas de caballo no abandonaban su cabello, al igual que su ropa colorida. A pesar de su edad seguía viéndose tierna, de esa ternura que te impulsa a cuidarla y consentirla.
—Ailyn, ¿dónde estabas? —Su nariz se movió, olfateando el aire.
Respiré hondo varias veces, intentando mantener mis emociones ocultas ante el olfato de Cailye. Notaba que estaba sudando, producto de los nervios, así que regulé los latidos de mi corazón, pero aun así no estaba segura de que no oliera mi preocupación y mi miedo. Mantener ese secreto ante la rubia y Daymon iba a ser complicado.
—Ya te dije, por ahí.
Entonces, Cody apareció en la sala. Salió de la cocina, y pasó entre nosotras como si no estuviéramos ahí, con una manzana en su mano y un cuaderno en la otra. Se sentó en el sofá, con los ojos clavados en su lectura, ignorándonos por completo.
—¿No hueles algo raro? —inquirió Cailye, con la nariz arrugada. Sacudió su cabeza en un intento de deshacerse del olor—. Últimamente siempre huele extraño tu casa.
Di un pequeño brinco, por reflejo, y noté a Cody mirarla de reojo.
—¿Ah, sí? A mí me parece igual.
La incógnita se plantó en su rostro, y se acercó a mí poco a poco, con la nariz por delate olfateando el aire a mi alrededor.
—Apestas —dijo Cody, de la nada, mientras leía su cuaderno y comía su fruta—, Ailyn, no te has bañado y realmente apestas. Vete a bañar.
Cailye lo miró, confundida, y yo aproveché la intervención de mi hermano para escabullirme rumbo al baño.
Atravesé el pasillo, y entré a mi habitación por algo de ropa. Busqué en mi armario la ropa más oscura de invierno que tenía, pero no pude encontrar más que unos simples jeans negros y una gran chaqueta térmica color jade que me llegaba hasta las rodillas. Tomé mi ropa interior y mi toalla de baño, y salí disparada hacia el único baño del departamento.
Me encerré en la ducha, con seguro, y después de desvestirme inmediatamente abrí la ducha para que me calentara. Observar mi cuerpo en esos momentos era doloroso; odiaba notar las marcas de mis venas violetas tan a la vista, era como ver a un monstruo; a veces incluso desconocía mi propio cuerpo.
Con ropa conseguía olvidarlo o tan solo pasarlo por alto, pero cuando me bañaba era casi tortuoso. Parecía un mutante, uno que apenas empezaba a mutar, y era espantoso pensar esas cosas sobre mi propio cuerpo. Pero era imposible no hacerlo. ¿Acaso nunca volvería a ver mi piel normal?
La vista de mis muñecas ni siquiera se comparaba a la de mis brazos o la de mis piernas, mucho menos a las de mi dorso. Parecía un árbol, la ramificación de un tatuaje, que cada vez se extendía más y más, colonizando cada vaso sanguíneo de mi cuerpo; tenía miedo de lo que pasaría cuando llegara a mi corazón...
Me duché tan rápido como pude, por un lado, porque en serio no me agradaba contemplar mi decisión tatuada en mi piel, y por otro lado porque temía que si me tardaba Cailye entraría a la fuerza y descubriría mi secreto.
Con el cabello húmedo caminé hacia mi cuarto de vuelta para terminar de vestirme, no tenía tiempo de secarlo, así que tan solo lo dejé como estaba. Se encontraba algunos centímetros más largo, por lo que al menos de esa forma ocultaba mi nuca y con ella tanto la marca como las venas que en poco tiempo la alcanzarían.
Cuando entré a mi habitación di un pequeño brinco del susto. Me sorprendí al descubrir que mi hermano se encontraba ahí, sentado en la silla del escritorio, con expresión seria como era su costumbre, y con las manos sosteniendo su cabeza sobre la superficie del mueble.
—No hagas eso, Cody, me vas a matar del susto —le dije, porque en mi estado de constante nerviosismo hasta el batir de alas de una mariposa me provocaba un grito.
—Tu amiga en serio es estúpida —comentó, y supe que se refería a Cailye.
Cuando se conocieron él la vio como menos que un insecto, insignificante y carente de cerebro. Ella no era así, por supuesto, yo la conocía mejor que él, pero cuando la vio actuar tan... tan Cailye, lo encontró divertido, y siempre que tenía oportunidad se burlaba de ella y la pobre ni cuenta se daba.
—¿Qué le hiciste ahora? —pregunté, sin saber si quería oír la respuesta.
Se encogió de hombros, restándole importancia.
—Nada, por eso mismo lo digo. Estoy empezando a creer que se hace la idiota a propósito; alguien con media neurona no es así de elevada todo el tiempo.
—¿De qué hablas, enano? —Me acerqué a la cómoda de mi armario, y comencé a buscar los guantes, unas medias abrigadoras, y el gorro negro que siempre estaba al fondo de todo—. Sal de mi cuarto, Cody, todavía no termino de vestirme.
—Querrás decir de ocultarte —mencionó, con ese tono que usaba cuando sabía más de lo que le decía.
Por un segundo me quedé quieta, inmóvil frente a mi armario, pero entendí que aquellas reacciones frente a sus comentarios ya deberían haber terminado. Era Cody, un niño genio de diez años que además era vidente. Pretender ocultarle algo era como proponerse ocultar el sol con un dedo.
Mentiría si dijera que no me lo esperaba, porque en realidad pensé que él sería el primero en enterarse. Y quizá así fue.
—No le des rodeos, Cody, sé que sabes y sabes que ya estoy harta de tu escena de gánster con complejo de dios.
Noté por el rabillo del ojo que, al contrario de ocasiones anteriores donde se podía ver cierta satisfacción en sus ojos, ahora ni siquiera sonreía con aquella suficiencia propia de él.
—Iré contigo al Olimpo, a la reunión de hoy —soltó sin más.
Solté los guantes que recién había encontrado, y me giré de inmediato, con los ojos abiertos como platos y la incredulidad marcada en mi rostro.
—¡¿Qué?! ¿Se te zafó un tornillo? ¿Cómo se te ocurre que puedes ir así porque sí a un lugar infestado de dioses y criaturas mágicas? —Me acerqué a él, sin poder creérmelo todavía—. Sigues siendo humano, Cody, no puedes simplemente decidir que vas a visitar el Olimpo.
Me sostuvo la mirada, como si mi argumento y mi sorpresa fueran una minoría, un detalle insignificante en su plan.
—Tú también eres humana —alegó—, y no por no ser un dios o un bicho mágico tengo menos oportunidades de ir. Además, no te estoy pidiendo permiso, te estoy avisando que te acompañaré.
Un bufido, medio de gracia y medio de enfado, salió de mi garganta.
—Ya basta, Cody, ya deja de comportarte así. El Olimpo no es un parque de diversiones o un museo al que le compras entrada, es el hogar de los dioses olímpicos, un portal entre mundos, ni siquiera un humano común puede llegar sin guía.
—Por eso iré con ustedes, porque no puedo llegar solo —Se incorporó de la silla, con el ceño levemente fruncido—. No puedes oponerte.
—Claro que puedo, soy tu hermana mayor —debatí—. Y es riesgoso para un humano ir. Ni siquiera a mí me gusta hacerlo, pero tengo que. A los dioses no les simpatizan mucho los humanos, prefieren no tener contacto directo con ninguno. Nos toleran por representar el poder de nuestros antecesores, no porque seamos de su total agrado.
—No me acercaré a ninguno, lo prometo. Pasaré desapercibido, ni siquiera notarás que estoy ahí. No entraré a su junta, nadie me verá por los pasillos.
Suspiré, y me pasé la mano por el cabello húmedo. Convencer a Cody era como mover a una mula, mientras más esfuerzo pusiera menos se movería. Era demasiado terco, y más que obstinado cuando en serio quería algo. Era insoportable.
—¿Por qué quieres ir en primer lugar? —interrogué, acercándome más a él para observar con más claridad su ojos miel—. He ido varias veces en un mes y hasta ahora jamás te interesó acompañarme. ¿Por qué el repentino interés y urgencia en ir?
Entrecerró los ojos, y en lugar de responder estiró su mano y tomó mi muñeca con fuerza. Miré la acción de sus dedos mientras subía la manga de mi chaqueta, y por impulso me deshice de su agarre con brusquedad antes de que mi piel quedara al descubierto.
Lo observé a los ojos, pero él tenía una sombra extraña en ellos, algo triste e incluso doloroso. Se veía como si quisiera llorar, o como si se sintiera frustrado, pero no hizo ni dijo nada que delatara sus sentimientos.
—Es para un proyecto, investigo algo y necesito información —se limitó a responder, pero sus palabras parecían más las de un robot, como si las hubiera ensayado.
Ese niño... cada día se parecía más a Andrew, y eso que apenas sí cruzaban saludos. No eran demasiado cercanos, incluso podría decir que se ignoraban mutuamente, pero esa similitud me empezaba a asustar.
Y, como a Andrew, no había poder sobre la Tierra que le hiciera cambiar de parecer a mi hermano.
Un par de toques a la puerta captaron nuestra atención.
—Ailyn, ¿te tardarás? —preguntó Cailye, afanada—. Se nos hace tarde, los demás nos están esperando desde hace rato; no quiero que Evan se preocupe por nosotras.
Volví a suspirar.
—Ya salgo, dame un minuto.
Me alejé de mi hermano, y con la agilidad que había adquirido con el tiempo, me puse los zapatos, los guantes y el gorro en pocos segundos.
Abrí la puerta, y del otro lado, con una mueca, se encontraba la rubia con su arco ya en manos, ansiosa por marcharse.
—Cody vendrá con nosotras —le informé—, no causará problemas, me hago responsable de lo que haga, oiga y vea. ¿No tienes problema con eso, cierto?
Los grandes ojos de Cailye se enfocaron en mí, confundidos, y luego se pasaron a Cody a varios pasos detrás de mí.
—Yo no, pero no estoy muy segura de cómo se lo tome la Corte Suprema. Sabes que llevar humanos al Olimpo está...
—Prohibido, lo sé, pero nadie se enterará, y si ocurre algo es bajo mi responsabilidad. Además, dudo que la Corte Suprema se encuentre hoy en el Olimpo, sabes que es raro que Zeus se pase por ahí.
Se lo meditó unos segundos, con una mueca en su rostro, hasta que accedió.
—Está bien, no tengo problema con que nos acompañe, es solo que tu hermano... —Se me acercó, para que Cody no la escuchara— me da un poco de miedo.
Ahogué una carcajada. En serio podía notar los nervios en sus ojos.
—No eres la única.
Me miró perdida, obviamente sin entender a qué me refería con eso.
Giré mi cabeza, y llamé a Cody para que se acercara. Después volví mi atención a la rubia y ella a su vez asintió.
Extendió su arco hacia nosotros, y cerró sus ojos. Pronunció las palabras del conjuro en voz baja, y en respuesta una suave ventisca nació del suelo, cerca de nuestros pies. La luz aguamarina llegó después, naciendo en dirección contraria al viento, justo sobre el arco amarillo de Cailye. La luz pronto nos cubrió, así que por reflejo acerqué el cuerpo de Cody más al mío, por precaución.
Esa era la primera vez que Cody se trasportaba, pero no tenía la expresión de alguien que experimenta magia por primera vez; se veía más serio que de costumbre, como si no lo impresionara, incluso podía decir que era como si su mente ni siquiera estuviera ahí.
Lo observé el tiempo que pude mientras la luz nos envolvía. Sin embargo, en cuanto el brillo se intensificó no pude ver nada más allá de su cabello oscuro.
Sentí cómo mi cuerpo flotó, y me dieron nauseas. Había escuchado que uno de los efectos de trasportarse, además de la perdida de energía, era mareo y posteriormente vómito, puesto que cada partícula debía desintegrarse para viajar y al llegar al destino reincorporarse. Si volvía a trasportarme ese día, era seguro que iba a vomitar.
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