29. Némesis, la venganza
Faking It - Lost Stories, Matthew Steeper
La Esfinge.
Había leído sobre ella, pero jamás creí que pudiera conocerla algún día.
Una completa sorpresa. Justo frente a mí, enorme e imponente, con el cuerpo de un león, alas de ave y... cabeza de mujer. Del tamaño de todo el cubo, dejando espacio para unos pequeños pasillos a los lados y un recibidor, donde nos encontrábamos al entrar.
Pero se trataba de una estatua. Una estatua hecha del mismo tipo de arena que se encontraba afuera y entraba por la gran puerta abierta. Parecía un templo, una reliquia, era sublime, magnifico... Me quitó el aliento en cuanto la vi.
Se encontraba acostada, con las patas hacia afuera y la cabeza en alto. Frente a ella ni siquiera alcanzábamos la altura de una de sus garras. Su mirada estaba perdida, ruda, no parecía viva por ninguna parte.
Entré sin pensarlo dos veces, adelantándome a los demás. Niké permaneció cerca de mí, cuidando mi espalda, ya que Kirok se quedó a medio camino, recuperándose, y Cailye ni siquiera puso un pie dentro del cubo.
La arena blanca que cargaba el viento me golpeó en la espalda, más frío que antes, pero olvidé por completo el hecho de que había algunas Furias afuera todavía y solo avancé.
Frené solo cuando me encontraba a pocos metros de la Esfinge, dejando a mi espalda una larga distancia hasta la entrada.
—Es... bellísima.
«—Así que aquí terminó —comentó At a mi lado de repente—. Muchos creímos que se fue con Nyx, pero creo que fue Némesis quien se encargó de ella. Solía ser mucho más pequeña, no entiendo cómo alcanzó este tamaño ni porqué está cubierta de arena.»
Eché una ojeada a un lado de la Esfinge. No había nada, lo mismo del otro lado, pero era tan grande que dudaba que hubiera algo atrás. Ocupaba casi todo el espacio disponible dentro del cubo.
El lugar era iluminado por una luz proveniente de las paredes, como si por dentro estuvieran cubiertas de oro. No había candelabros, ni cortinas, mucho menos ventanas o cualquier otra cosa vistosa. La Esfinge resaltaba por su soledad.
—¿Dónde está el espejo? ¿Y Némesis? Creí que estaría aquí.
No sentía la presidencia de ninguna otra deidad, si acaso lograba percibir la vitalidad de la Esfinge, eso fue lo único que me dijo que a pesar de su aspecto estaba viva, como At lo dio a entender.
Si no había nada más en ese lugar, si todo lo que resguardaba esa fortaleza era la Esfinge y toda esa seguridad era para protegerla, entonces...
Me acerqué más, casi rozando con mis dedos una de las patas de la Esfinge, lo hice despacio como si se tratara de un animalito que saldría corriendo.
—¿Es espejo está... en su interior...?
En ese instante todo pasó muy rápido. Sentí el cuerpo de Niké sobre el mío, protegiendo mi mano extendida y de paso la parte frontal de mi cuerpo. Se interpuso entre la Esfinge y yo como un escudo.
Por un milisegundo no entendí su reacción protectora, pero en cuanto pasó frente a mí, cubriéndome, vi la silueta de alguien más justo donde yo estaba parada unos segundos atrás.
Un filo apareció en el aire, apenas sí me percaté de él, el filo de una espada tal vez, pasó exactamente por el mismo lugar donde yo tenía mi mano.
Abrí los ojos al entenderlo. Niké me salvó de perder mi mano. Pero, ¿cómo? Yo ni siquiera vi el movimiento de esa nueva persona ni sentí su cercanía. De repente estaba justo ahí, parada frente a la Esfinge en una postura protectora, con una ¿catana? Sí, una catana, dos de hecho.
Una mujer. Tenía el cabello con un corte descuidado sobre los hombros y parte de su cara, como si se lo hubiera cortado ella misma con sus catanas, negro azabache de su mitad derecha y blanco inmaculado de lado izquierdo. Su piel era pálida, como si llevara siglos sin tomar sol.
Y aun estando frente a mí no pude sentir su presencia. Mi magia, mis sentidos, me decían que ahí no había nada aunque la estuviera viendo con mis propios ojos.
Cuando Niké se paró frente a mí noté que ambas tenían la misma altura, y además de eso sus vestidos coincidían en la poca tela que portaban. La ropa de aquella mujer era poca y ligera, justo sobre la cadera, pelvis y el busto, con largas colas a ambos lados de su cintura. Dorado y cobre, con blanco y negro; un estilo que me recordó a una princesa egipcia. Tenía un patrón circular en el abdomen, un tatuaje café que en otra época se camuflaría bien con su piel pero ahora resaltaba.
¿Acaso ella y Temis tuvieron el mismo tono bronce de piel en la antigüedad, o eran diferentes desde el principio?
No podía ver sus ojos, los ocultaba su liso y disparejo cabello.
¿Ella era...?
—Némesis —dijo Niké a modo de saludo, uno un poco hostil—. Pareces un fantasma.
La diosa de la venganza nos mostraba su lado derecho, pero en cuanto escuchó la voz de Niké nos miró de frente.
El cabello ocultaba la mitad de su rostro hasta la punta de su nariz, pero alcanzaba a percibir una gran cicatriz en la mitad de su cara, sobre su mejilla izquierda y probablemente su ojo izquierdo, no lo sabía, se perdía en su melena bicolor.
Separó sus labios pálidos, como si apenas entendiera lo que ocurría.
—Ah, sí, creo que sí —dijo ella—. Pero tú pareces un perro, Niké. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Doscientos años? ¿Dos mil? No tengo mucha noción del tiempo aquí.
Niké frunció el ceño y cerró su mano en un puño.
—Tres mil doscientos cuatro, ¿pero quién los cuenta?
Némesis, la diosa de la venganza, sonrió y echó la cabeza atrás.
—¿Ah, tanto? Me enteré de la muerte de Atenea, mi pésame, pero —Bajó la cabeza y nos enfocó, casi pude sentir que me miraba en específico—, veo que volvió. Las noticias llegan con el viento, me enteré de sus reencarnaciones, pero no sabía que querían visitarme a mí. Debió ser un viaje muy largo, imagino que venían con más personas. A ver —Miró sobre nuestros hombros, a los demás—. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco. Vaya, tuvieron suerte.
¿Cinco?
Imposible. Ella no podía ver a At, no podría contarla a ella. Éramos cuatro, no cinco.
Me giré, con un mal presentimiento en mi pecho, presa del pánico. Y la vi. Némesis tenía razón, había cinco personas de ahí a la entrada.
Cailye estaba bajo el marco de la puerta, Kirok estaba a medio camino entre nosotras y la entrada. Y otra persona más estaba justo detrás de Cailye.
Reconocí su cabello oscuro y piel pálida demasiado tarde. Estaba bañada en sangre, como si le hubiera caído todo un contendedor encima, cada parte de su cuerpo excepto sus ojos oscuros. Levantó su puñal en alto y saltó, sus ojos solo reflejaban odio y locura, más allá que cualquier detalle que pudiera ver en ella lo que me verificó que se trataba de aquella Furia fue la usencia de su mano derecha.
Megara.
¿De dónde salió? Desde que las Furias aparecieron no vi rastros de ella, pero a juzgar por su aspecto definitivamente venía de la tormenta provocada por Kirok.
Sostenía el puñal con su mano izquierda, determinada y furiosa; por sus ojos supe que no racionalizaba, que no veía nada en específico. Estaba consumida por su sed de venganza, enojada y dolida; podía saber cómo se sentía sin usar el Filtro, sus emociones eran tan fuertes que incluso podrían ser palpables.
A la primera que vio, la más cercana, fue Cailye. Estaba a pasos de ella, justo a su espalda casi respirando sobre su cabello como si hubiera aparecido de la nada. Apuntó el puñal hacia Cailye justo cuando mi amiga se dio la vuelta, encontrándose con los ojos de Megara enloquecidos y bloqueados por su rencor de frente.
El puñal se dirigió hacia ella. Directo a su pecho.
Cailye cerró los ojos y extendió los brazos, resignada, recibiendo con una expresión pacifica el designio que tenía en frente. Niké voló a toda velocidad. Al mismo tiempo yo me moví.
Todo pasó demasiado lento, en tan corto tiempo que apenas supe lo que ocurría.
Exclamé y corrí, usé toda mi magia, cada gota de mi poder, cada piedra de voluntad para impedir que el puñal tocara su cuerpo. Moví mis pies tan rápido que sentí que volaba, me deslicé en el viento casi tan rápido como Niké.
Pero mi amiga siguió sin moverse, sin apartarse. Megara no racionalizaba, no pensaba con claridad. Podía evadirla, podía evitarlo, podía defenderse. Pero no lo hizo, no quiso hacerlo. No había cambiado, su deseo de morir seguía ahí.
—¡Por cada Furia caída y por mí! —gritó Megara con toda la fuerza de sus pulmones.
Grité. Chillé. Supliqué en ese corto intervalo de tiempo. La punta del puñal estaba a escasos cinco centímetros, Niké estaba a tres metros de ella, yo todavía estaba muy lejos.
No alcanzaría, de nuevo. Ni Niké ni yo, ninguna llegaría a tiempo...
No podía dejar que ocurriera de nuevo.
¡NO OTRA VEZ!
Y luego el sonido llegó. El sonido de una perforación.
Fue entonces cuando la vi. Una flecha negra, irradiando un brillo oscuro, cruzó el pecho de Megara desde atrás dejando que la punta sobresaliera en la parte del pecho que protegía su corazón. El puñal se detuvo a un par de centímetros de distancia de su cuerpo.
Una flecha negra.
Una flecha que no le pertenecía a Cailye.
El cuerpo de Megara se detuvo completamente y abrió tanto los ojos que parecían salirse de sus cuencas, ahogó una exclamación o un grito y un segundo más tarde comenzó a deshacerse en medio de humo. Como si su cuerpo ahora fuera solo humo muy oscuro. Comenzó en su pecho y se extendió hasta que todo su cuerpo se convirtió en humo y se deshizo en el aire, incluso el puñal.
Cailye abrió los ojos al extrañar el dolor, Niké se detuvo justo a su lado cuando supo que el peligro pasó. Yo caí de bruces al suelo, con el corazón como un zumbido y un tremendo nudo en la garganta.
Estaba aterrada por el susto que pasé de pensar que Cailye también se iría. Pero más que eso estaba petrificada de la expectación, no podía respirar, me era difícil ver con claridad de lo empañados que estaban mis ojos por las lágrimas.
Y lo vi.
Era imposible.
De no ser por la muerte de Megara no podría dar crédito de lo que veía. Tenía que ser una alucinación, no podía... ser real...
Parado ahí, a metros de la entrada bajo el único rayo de sol que veía en días, con su arco aun extendido y con una flecha dorada lista, con su cuerpo recto y el cabello hecho un desastre. Su ropa se veía horrible llena de mugre y tenía el ceño fruncido...
Era... era... era...
Era...
—¡HERMANO!
Me solté a llorar.
La confirmación de Cailye fue todo lo que necesité para que las lágrimas salieran, para que mi corazón se estrujara, para que mi interior ardiera. Dolió, dolió mucho, el mejor dolor que sentí en mi vida. Sentía que tenía un incendio por dentro, que en cualquier momento mi cuerpo explotaría.
Cailye corrió hacia él con una fuerza y rapidez que en esos días no había usado, y él bajó el arco para recibirla con los brazos abiertos. Fue difícil observar ese abrazo, las lágrimas no me dejaban ver nada y mi respiración se sentía como si me fuera a desmayar en cualquier segundo.
Cuando me di cuenta estaba temblando, temblaba mientras veía cómo él le susurraba cosas y la estrujaba con toda la fuerza de sus brazos. Vi cómo ella se aferraba a él con desesperación y alivio, alcanzaba a oír los sollozos de Cailye, percibía las vibraciones de su cuerpo al temblar mientras él le acariciaba el cabello y la espalda con esa ternura que pocas veces demostraba.
Solo pude quedarme ahí, tirada en el suelo como una niña abandonada mientras lloraba y lloraba, mientras el frio y el fuego se apoderaban de mi pecho, mientras mis sentimientos eran un caos...
No supe cuánto tiempo pasó hasta que Cailye se apartó de él, pero la vi cómo asentía a lo que él le decía y cómo le secaba las lágrimas de sus mejillas. Ella se aferró a su ropa como si se negara a dejarlo de nuevo y al notarlo él le dijo algo en voz baja, Cailye resignada pero aliviada lo soltó.
Cuando lo noté él caminaba hacia mí. Levanté un poco la cabeza, encontrándome con sus ojos oscuros y su cabello claro. Me miraba con fijeza y determinación, con mucha tristeza...
Y luego se agachó a mi altura. Abrí los ojos de golpe, el corazón sin duda se me paró por una fracción de segundo, y mi cuerpo temblaba tanto que ni siquiera era capaz de intentar tocarlo para comprobar que era real.
Percibí su olor, su cuerpo estaba muy cerca, su rostro a centímetros del mío. Las cicatrices en su cuello que le hice seguían ahí, su mirada profunda era la misma, su hermoso cabello seguía igual de liso y revoltoso.
Me miraba a los ojos sin parpadear, pero no dijo nada. Respiraba con irregularidad y sus manos temblaban, pero no dijo nada.
No dijo nada.
Debía ser una alucinación, de seguro Cailye murió y su muerte me afectó tanto que ahora estaba alucinando...
Pero entonces me abrazó. Y cualquier duda que pude tener se esfumó en cuanto sentí sus brazos rodeando mi cuerpo con una fuerza y firmeza que me causó escalofríos.
Grité. Lloré. Sollocé con toda la voz que me quedaba y me aferré a él como una niña pequeña. Lo abracé con toda la fuerza que pude y él me devolvió el abrazo con el mismo fulgor.
Oí su voz en el momento en que me abrazó. Su voz. Esa que era grave pero serena, inflexible. Y sus palabras solo removieron algo dentro de mí que creí que se había muerto:
—Lamento haber soltado tu mano, princesa, juro que jamás volverá a suceder no importa lo que pase.
Grité con más fuerza, lloré con más intensidad.
—¡Andrew! —grité su nombre tan alto como pude, aferrándome más a él, lastimando mis cuerdas vocales en el proceso—. ¡Andrew! ¡Andrew! ¡Andrew! ¡ANDREW!
Como si fuera posible me abrazó con más fuerza, casi rompiendo mis huesos. Su cuerpo temblaba, mis lágrimas mojaban su ropa y de seguro mis uñas arañaban su espalda, nada de eso me importó. Algo me quemaba por dentro, cada segundo con más intensidad.
Quería permanecer entre sus bazos al menos por diez días para reponer el tiempo perdido, quería quedarme en la seguridad de ese abrazo y sentir su calor y protección. Su promesa.
Me separó un poco de su cuerpo, lo suficiente para limpiar mi rostro y poder verme a los ojos. Acarició mis parpados como si nunca los hubiera visto, luego mi nariz y por ultimo mis labios. Yo seguía llorando sin importar él cuánto limpiara... Y fue en ese momento cuando me besó.
Algo dentro de mí explotó en ese momento.
Sentí sus labios sobre los míos tan de repente que me tomó desprevenida. Me abrazó más fuerte, me acercó más a él, me besó con más profundidad, con desesperación y tristeza. Casi creí que lloraría pero no lo hizo; yo jamás lo había visto llorar. Nunca me había besado de esa manera.
El tiempo se detuvo para nosotros.
A mi alrededor no me importó nada más. Por un momento el fin del mundo no me interesaba, la situación en la que estaba me traía sin cuidado. En mi mundo solo existía... él. Él y la sensación de su abrazo y sus labios, nada más.
Cuando el beso terminó y se enfocó de nuevo en mis ojos, los miró por prolongados segundos con atención, y algo al verlos le dio tristeza. Noté la forma en la que su rostro se contrajo de dolor y por cómo frunció el ceño noté su preocupación.
Apoyó su frente sobre la mía, dejando salir una larga bocanada de aire.
—Lo lamento tanto. No sabes cuánto. Debí estar ahí, debí estar contigo. Te prometí que nunca me iría de tu lado...
Negué con la cabeza.
Recordé lo mal que me sentía, lo desgarrada, lo dolida. La imagen de él cayendo a la oscuridad se repetía muchas veces al día en mi cabeza, e incluso en ese momento parecía un disco rayado.
Me mordí la lengua para tratar de detener las lágrimas, me decía una y otra vez que todo estaba bien, que era real y en verdad él estaba justo ahí. Pero era difícil, era demasiado bueno, demasiado perfecto para ser cierto.
Tenía que ser real. Sentía que si él se alejaba de mí en ese momento nada podría traerme de vuelta, nada podría consolarme. No podían darme un momento así y luego quitármelo. Tenía mucho miedo de que algo pasara, la sola idea de pensar en separarme de él de nuevo me aterraba.
Me aferré más a su ropa, más a él, temblando como cachorro y sin poder respirar bien.
—Creí que... Era imposible que... —No sabía ni qué decir. Mi voz temblaba, mi garganta dolía, mi cuerpo me ardía y tenía mucho frio—. Debí haberte buscado...
De saber que él estaba vivo, de creer que existía la más pequeña posibilidad, lo habría buscado. Un sabor amargo se instaló en mi boca producto de la culpa. ¿Acaso me rendí muy rápido con él? ¿Acepté muy fácil la realidad donde él no estaba? Incluso en mi sueño creí que estaba muerto, era imperdonable.
En lugar de venir por el espejo luego de encontrar a Cailye debí comprobar que él estaba muerto. Ni siquiera pensé en un funeral, en llevar su cuerpo a casa... Nada. Solo quería... Ni siquiera sabía qué quería.
Ahora fue él quien negó con la cabeza. Me apartó un poco, ya no me abrazaba y sentía el vacío. Quería que volviera a abrazarme.
—No me hubieras encontrado. Hiciste lo mejor, Ailyn —Me ofreció una pequeña sonrisa, diminuta, pero ahí estaba. Y eso fue suficiente para querer llorar de nuevo. Creí que nunca volvería a ver esa sonrisa—. Además, ten por seguro que siempre encontraré la forma de regresar a ti.
Todavía me parecía increíble e imposible. Por mucho que mis manos tocaran su piel, por mucho que pudiera oír el latido de su corazón, por mucho que pudiera percibir el calor de su cuerpo, era...
—Pero... ¿cómo...? —Aun no era capaz de formular una oración completa.
Me miró una última vez a los ojos antes de darse la vuelta y mirar hacia afuera. Observé la forma en la que se paró, en cómo sus pies se separaban para darle soporte a su cuerpo y una mejor postura; incluso eso extrañaba. Así se paraba él.
En todo ese rato olvidé que la puerta seguía abierta y con un ejército de Furias ansiosas por alcanzarnos. Pero al darle una ojeada a la entrada noté que estaba cubierta por una especie de capa protectora hecha de piedra que cubría la entrada y dejaba un espacio afuera, en donde se encontraba una bestia gigante y un hombre alto de hombros anchos y cabello negro...
Ese era ¿Deucalión?
Me acerqué un poco más y en efecto era él. Movía sus manos y en respuesta se oían sonidos bruscos del otro lado de la roca, por sus movimientos parecía ejercer mucha fuerza. ¿Esa era su magia? Era la primera vez que la veía.
Pronto los sonidos se tornaron más fuertes y violentos, mezclándose con exclamaciones y gritos de guerra provenientes de las Furias. Deucalión estaba muy ocupado con lo que hacía como para prestarnos atención.
—Cuando desperté estaba con él. Él me encontró y me curó la herida, ayudó a traerme de vuelta—explicó brevemente Andrew. Noté, como una punzada dolorosa, que dijo «traerme de vuelta» en lugar de «evitar que muriera»—. De no haber estado cerca no sé lo que habría pasado conmigo. En cuando me recuperé comencé a buscarlas, pero tardé unos días en poder moverme. El grifo nos guio a ustedes, obedecía a Apolo y me reconoció como jinete, fue de gran ayuda, sin él dudo que hubiéramos llegado a tiempo.
A tiempo. Me dolía el corazón de solo pensar en lo que hubiera sucedido si él no hubiera aparecido en ese momento. Cailye... la habría perdido a ella también.
Sentí la mano de Andrew sobre mi cabeza y mi corazón pegó un brinco. Me permití respirar, bajar los hombros y relajarme un poco. Ahora que sabía que él estaba ahí podía dejar de sentir frio.
Pero entonces, ¿por qué no podía dejar de llorar? Él lucía como el Andrew de antes, ¿pero en realidad lo era? ¿Nada cambió? Se sentía más suelto, un poco más libre, se sentía más ligero. Fruncía en ceño, pero sus ojos tenían un brillo de gentileza que antes apenas era visible.
Pareció notar mi mirada sobre sus ojos, la intensidad con la que lo miraba, buscando algo en su mirada, porque sus ojos se entrecerraron y se oscurecieron. La sonrisa que tenía se fue junto con el brillo en sus ojos. Pero no apartó su mano de mi cabeza.
—Luego hablaremos, ¿bien? —Miró más allá de mí, a mi espalda, donde la gran Esfinge descansaba—. Tenemos un asunto que terminar.
Un rato más tarde, cuando creí haberme controlado y luego de oír a Cailye pedirle perdón a Andrew mientras se aferraba a él, conseguí regresar mi conciencia al presente, a mi entorno.
Me tomó varios minutos hacerme de nuevo a la idea de que Andrew estaba otra vez con nosotros, se sentía un lindo sueño que en cualquier momento terminaría. Temía que al centrarme en otra cosa él desparecería. Pero tras no despejar los ojos de encima de él me convencí de esa realidad.
A pesar de que ahora el dolor por su perdida parecía lejano y como una pesadilla de la cual acababa de despertar, algo dentro de mí seguía roto y algo todavía me molestaba. Pero alejé el sentimiento a otra parte para poder concentrarme.
Me vi la vuelta para mirar de frente la Esfinge, pero no había rastro de Némesis por ninguna parte. Le dediqué una mirada a Niké cerca de nosotros, ella observaba a Andrew como si fuera un monstruo de cuatro cabezas, pero en cuando notó mi mirada sacudió la cabeza y alzó vuelo en busca de Némesis.
Noté que Kirok se quedó al margen de la situación, aún lejos de nosotros. Tenía la máscara de Niké en sus manos y la observaba con suma atención. Ya no se molestaba en ocultar sus ojos. Fue entonces cuando le dedicó una mirada a Andrew y frunció el ceño, fue una mirada que me generó un ligero escalofrío en la espalda. Andrew ni siquiera se molestó en mirarlo de vuelta a pesar de percatarse de su mirada.
—¿Qué? ¿Ya terminaron? —Era la voz de Némesis. Niké se detuvo a la altura de la cabeza de la Esfinge y se cruzó de brazos mientras volaba—. Ya no recuerdo qué hacía antes de que todos se pusieran a llorar.
La diosa de la venganza asomó la cabeza y nos observó desde arriba con cierta pereza en su cuerpo.
—Némesis —dijo Niké—, déjate de juegos.
Pero ella ni siquiera la miró.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco. El de la entrada no cuenta si no está adentro —Suspiró—. Bien, espero no repetirlo.
Desapareció. Y un segundo más tarde se encontraba de pie frente a la Esfinge, dándole la espalda a ella y mirándonos de frente. O eso creí. No podía ver sus ojos por el cabello en su cara.
—¿Dónde está el espejo? —pregunté a penas la vi.
—Por pasos, Lady. Humm. No se supone que puedan llegar aquí en primer lugar. ¿Temis les dijo? La desgraciada siempre hace lo que se le da la gana, lo bueno de estar aquí es que no tengo que oírla hablar sobre su dichoso equilibrio —Sonrió con burla—. ¿Equilibrio? No creo que ambas hablemos del mismo equilibrio.
Némesis tenía un aire extraño, como si su cabeza estuviera en otra parte todo el tiempo.
—¿Te encerró aquí para que vigilaras el espejo? —Me vi en la necesidad de preguntar. Ella parecía llevar mucho tiempo sin hablar con alguien.
Tiró la cabeza hacia atrás, ni siquiera así pude ver sus ojos.
—No. En realidad solo tiramos una moneda y tuve mala suerte. Y puedo salir, lo que sucede es que me siento más tranquila aquí y le hago compañía a Esfinge. ¿Recuerdas, Niké? Solíamos ir juntas todo el tiempo, cuando nos veían a las dos les aterraba más que vernos por separado.
Niké no dejó de volar sobre su cabeza.
—Te temían más a ti, yo solo era la garantía —No parecía tener la misma emoción de Némesis.
—Solo si su conciencia estaba sucia. Quien no tiene nada que temer no se molesta ante mi presencia, ¿verdad, demonio? —No se movió cuando lo dijo, pero todos sabíamos que hablaba de Kirok—. Humanos, dioses, deidades, demonios; todos son cobardes cuando deben pagar por sus actos. Nadie quiere recibir una muestra de lo que da.
Kirok se quedó callado, fue Niké de nuevo quien interfirió.
—Vamos, competías con Até en cuanto a desastres ocasionados. Por eso no te querían cerca.
—No fui la culpable de nada de los desastres que se me adjudican. Fueron ellos, yo solo les devolví una porción de lo que dieron a otros. Culparme por algo así no es justo.
Niké bufó.
—Tú no eres justa.
La diosa de la venganza sonrió dejando ver sus dientes.
—La gente suele comparar a Temis conmigo, lo cierto es que somos dos caras de una misma moneda. La venganza y la justicia, no hay diferencia alguna aunque ella se empeñe en remarcar la línea que nos divide.
—Temis es la diosa de la justicia —dije.
—Mmm, yo también lo soy. Depende de a quién le preguntes. Ella no podría hacer su trabajo sin mí, y aunque no me guste yo también la necesito. Ambas vemos lo mismo pero juzgamos distinto —Sentí su mirada sobre mí cuando volvió a sonreír—. Puedo verla en usted, Lady, la llama de su venganza. A puesto a que puedo adivinar lo que le dirá Temis cuando la vuelva a ver, cuando lo haga no se deje engañar; la venganza también es justicia. Y entre dioses eso es suficiente.
Apreté mis puños y traté de controlar el ritmo de mi corazón.
—¿Dónde está el Espejo de los Dioses? —repetí con más énfasis.
Tomó aire y masajeó su cabello.
—El Espejo de los Dioses, un artefacto primordial forjado por los titanes en colaboración con deidades primordiales. Fue creado para juzgar, ha de ser mi hermana perdida. No se rige por el equilibrio de Temis ni por mi justicia, es un organismo independiente. Impredecible y poderoso. Existe mucho antes que nosotras con el propósito de juzgar a los dioses bajo un juez objetivo.
»Nunca he confiado en su veredicto, Temis tampoco. Pero no nos corresponde a nosotras aprobarlo. Demasiado peligroso para usarlo con dioses. Fue por eso que lo ocultaron. Se lo encomendaron a Esfinge, yo llegué tiempo después —Bufó—. Se supone que nadie debe usarlo, pero si llegaron hasta aquí imagino que cuentan con la aprobación de Zeus. Y si no es así tampoco es mi problema, yo solo doy la información que Esfinge no puede.
Creí que ella sería un poco más irracional, loca, pero solo parecía... dormida. Ahora que me fijaba mejor, ella tenía un par de brazaletes en sus muñecas, verdes y gruesos, ¿tendría eso algo que ver con su actitud?
—¿Cómo funciona?
La diosa movió sus manos en el aire, creando figuras y trazos de color verde con su magia. Parecían líneas de humo que danzaban a sus órdenes.
—El espejo analiza el problema de quien se refleje en él —Apareció un circulo con un pequeño cuerpo frente a él; el espejo y la persona que lo usaría—. Observa todo: su vida, sus sentimientos, sus creencias y pensamientos. Su corazón. Toma una decisión y absorbe. El espejo se queda con algo de quien lo usa, ese es su castigo. Por lo general es aquello que más se tiene en abundancia o lo más importante.
Su magia siguió sus palabras, mostrándonos en el aire dibujos de lo que mencionó. El circuló tomó algo de la persona, difuminándose en espiral en su interior.
»En una ocasión le quitó la inmortalidad a un dios menor, en otra le quitó la capacidad de amar a una ninfa. Hubo una vez que le quitó la vida a una deidad inferior. Y en otra se llevó todo de un Ser de Oscuridad, ni siquiera dejó su ropa. Es diferente con cada usuario, depende mucho de la razón inicial se su uso. ¿Por qué vienen ustedes?
—Necesito que absorba una gran cantidad de energía oscura —expliqué—. Se apodera de mi cuerpo y consume mi energía divina.
Su magia grafica se esfumó.
—Humm. Ese es un caso nuevo —Hizo de nuevo una pausa larga—. No sé lo que ocurra con usted, puede tomar todo, desde su cuerpo hasta su energía divina junto con la oscura. O puede que solo tome la oscura. Eso depende de su alma. Juzga y castiga. Hizo algo para tener toda esa energía oscura, ¿verdad? Hay delitos que no están escritos, y si vino hasta aquí para deshacerse de ella es porque es importante que lo haga. Eso también es tomado en cuenta por el espejo, sus intenciones y devoción. La ve a usted como deidad e individuo y evalúa su mejor castigo.
No supe si notó la expresión de horror en mi rostro.
»Predecir el resultado del espejo es una apuesta. Le aseguro que absorberá su energía oscura, entre sus funciones de base está que solo se usa con Seres de Luz porque no da buenos resultados con Seres de Oscuridad, lo que suceda después es incierto. Debe ir preparada, Lady, porque sea cual sea el veredicto del espejo, es absoluto. No podrá hacer nada para cambiarlo.
Tragué saliva con fuerza, tratando de tragarme el miedo. No sirvió, se aferró a mi garganta como una garrapata.
—¿Qué debemos hacer para usarlo? —preguntó entonces Andrew, con los brazos cruzados sobre el pecho. Verlo en esa posición me hizo doler el corazón, pero fue un dolor de alivio.
Tardó un momento en responder, tanto que estuve cerca de repetir la pregunta.
—No mucho. Lo difícil es entrar, una vez haces el truque solo debes responder una pregunta y listo. Humm. Aunque no veo quién querría usarlo por voluntad propia, salvo ustedes claro. Ese es el trabajo de Esfinge.
Noté la mirada de Andrew sobre mí sin siquiera comprobarla. Si no se dio cuenta del trueque antes ahora sin duda lo sabía. Sin embargo, no mencionó nada al respecto.
Némesis despareció de nuevo, como un borrón de la nada. Reapareció en la cabeza de la Esfinge, parada sobre ella con equilibrio y confianza. Se agachó hasta acariciar la cabeza con un gesto tierno, como quien acaricia un perro. En respuesta el cuerpo de la Esfinge se iluminó de una luz blanca a juego con el color de la arena.
—Respuestas es lo que buscan, preguntas es lo que hago. Responde mal y el paso permanecerá cerrado.
Una nueva voz se manifestó en el lugar. Femenina y grave, resonante en todo el espacio como si hablara a través de un megáfono.
—Les hará unas preguntas, acertijos —tradujo la diosa a lo que la Esfinge dijo.
—Tres preguntas, una oportunidad por interrogante. Si fallas no podrás regresarte.
—Solo tienen un intento por pregunta, si fallan ella no les volverá a hablar. Significa que no podrán entrar a la cámara del espejo.
—Todas están conectadas, todas son necesarias. Forman parte de una energía primordial que jamás será destrozada.
—Las respuestas se relacionan entre ellas, son fundamentales para la vida. Indispensables para que la vida pueda darse, entre otras cosas. No son absolutas pero forman parte de ese grupo de conceptos.
El brillo se intensificó más, su voz sonó con más fuerza.
—Solo en la oscuridad me podrás ver, sin ella yo tampoco existiré. Soy calor, soy vida, soy energía, soy esperanza.
Comencé sudar de solo pensar que para esa pregunta solo tendríamos una oportunidad. ¿Y si me equivocaba? Las palabras eran ambiguas, podrían ser muchas cosas.
Andrew dio un paso adelante, ubicándose ahora a mi lado. No me miró, no apartó los ojos de la Esfinge en ningún momento.
—La luz —Lo dijo como si nada, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Le di una rápida mirada, preguntándome cómo lo hizo sin siquiera titubear. Pero el sonido de una puerta al abrirse ganó mi atención. Justo bajo la cabeza de la Esfinge, donde estaría su cuello, y entre sus patas delanteras, se abrió un poco de forma vertical, dejando paso a un brillo azul que salía del interior de su cuerpo.
Apenas era un hilo, demasiado pequeño, pero unos segundos después se hizo más grande. Por ahí podría caber mi brazo.
Una entrada no muy grande, como si se tratara de un rasguño en su perfectamente blanco cuerpo.
—Yo brillo más en la oscuridad, estoy ahí pero no me puedes ver. Tenerme no cuesta nada, pero estar sin mí te costará todo.
Tomé aire, intentando relajarme. Esa respuesta la conocía, sabía lo que se sentía perderla y recuperarla.
Y era verdad, estar sin ella me contaría todo.
—La esperanza —dije en un tono claro.
En respuesta la apertura se agrandó un poco más. Si intentaba cruzar de lado lo más seguro era que podía pasar. Luces blancas y azules jugaban en su interior, como si nos invitaran a entrar.
—Y la última. Si responden mal la puerta se volverá a cerrar —explicó Némesis desde la altura—, si lo hacen bien habrá servido de algo el trueque.
Andrew y yo intercambiamos una mirada y asentimos. A nuestras espaldas ya se encontraban Cailye y Kirok, pero Niké seguía volando cerca por si acaso.
—Inicio la guerra o la termino, te doy la fuerza de mil héroes o te dejo desprotegido, me atrapas con una mirada pero ninguna fuerza me obliga a quedarme.
Mi corazón golpeó mi pecho en reconocimiento.
Sonreí ante la ironía de sus palabras. Miré a Andrew, y su mirada me dijo que pensaba lo mismo que yo. Ese sí era un buen chiste.
«Inicio la guerra o la termino.» Atenea y Apolo la iniciaron.
«Te doy la fuerza de mil hombres o te dejo desprotegido.» Perséfone lo dijo, yo pensaba lo mismo y Andrew también.
«Me atrapas con una mirada pero ninguna fuerza me obliga a quedarme.» Sin duda alguna en eso trabajábamos.
La respuesta era evidente, tan clara como el agua. Y me causaba gracia porque todas las respuestas parecían tener algo que ver con nosotros, como si estuvieran diseñadas para que no falláramos.
—El amor —Tanto Andrew como yo lo dijimos al mismo tiempo.
Luz, esperanza, amor. Si eran fundamentales o no para la vida no estaba segura, pero si los primordiales así lo decían no podía refutarlo.
La apertura terminó de expandirse. De golpe, sin aviso, solo se abrió como si alguien desde el interior le hubiera aplicado fuerza. Ahora del tamaño suficiente para aceptar dos personas a la vez.
La Esfinge poco a poco dejó de brillar, pero antes de hacerlo por completo dijo una última cosa:
—Que se haga su divina justicia, que sus almas decidan su destino. Bienvenidos sean al final de su camino.
—Pueden pasar —aclaró Némesis desde arriba; no sabía si nos estaba mirando—. Y traten de usarlo mucho tiempo, mientras más duren en su reflejo más tomará de ustedes. Ah, y cuando vean a Temis díganle que recuerde que me debe una botella de néctar, se me terminó hace siglos y la muy canalla no ha cumplido su parte del trato.
No podía decir si su relación era buena o mala. Tal vez como hermanas, en un sentido algo extraño porque no tenían los mismos padres ni ningún lazo más allá de la justicia. ¿Cuál nació primero?
Tenía entendido que los dioses nacían por necesidad de los humanos. ¿Qué necesitaron primero, qué apareció primero? ¿La justicia o la venganza? Negué con la cabeza para dejar de pensar en eso.
Niké fue la primera en entrar. Guardó sus alas y tras darle una rápida mirada al interior regresó con nosotros.
—Está solo, creo que es seguro.
Andrew asintió a lo que dijo. Luego de eso volvió a entrar, seguida por Cailye. Kirok entró después de dedicarme una rápida mirada a regañadientes, al menos ya podía mirarme a los ojos.
Alguien tomó mi mano, halándome hacia la Esfinge. Se trataba de Andrew.
Me solté de su agarre con suavidad.
—Debo hacer algo primero —le dije con una pequeña sonrisa.
Sin dar tiempo para preguntas di la vuelta y corrí, recorriendo el gran tramo que nos separaba de la puerta. Usé toda la velocidad que pude para alcanzarlo en el menor tiempo posible.
El grifo estaba a su lado. Una bestia de gran tamaño, de tal vez tres o cuatro metros de altura. Mitad león y mitad águila, de alas emplumabas preciosas y un pico amarillo muy filoso, y garras amenazantes en sus patas.
Me vio de reojo pero no me gruñó ni me miró de forma hostil, ¿le habré agradado? No, no parecía eso, más bien no me consideraba amenaza. Tal vez ni siquiera me consideraba ser vivo. Pude sentir el frio en su mirada cuando sus ojos recorrieron mi cuerpo, su indiferencia me ofendió. Sí, sin duda era la mascota de Apolo, igual de narcisista.
Pasé por su lado devolviéndole la indiferencia, y él muy disimuladamente me pegó un latigazo con su cola. Lo hizo ver muy accidental, pero por la sonrisa contenida de Andrew a lo lejos supe que fue con toda intención. Lo ignoré, no tenía tiempo para pelear con un ser mitológico.
El domo hecho de roca era resistente, las Furias lo golpeaban desde el exterior pero no conseguían romperlo. Ni siquiera la escasa luz de afuera podía traspasar ese mineral.
Deucalión estaba muy ocupado manejando su magia en el exterior, supuse que golems, tanto que no notó mi presencia sino hasta que estaba sobre él. Movía los brazos de arriba abajo como si usara marionetas, y por lo visto el esfuerzo era mucho ya que sudaba e hiperventilaba como si estuviera corriendo.
Tomé impulso y lo abracé por la espalda, con toda la fuerza que pude sin llegar a lastimarlo. Mejor de espalda, si me miraba de frente temía volver a llorar.
—Gracias —murmuré contra su espalda—. Gracias. Gracias. Gracias. No sabe lo mucho que estoy en deuda con usted.
No lo sabía, no podía imaginarlo. Deucalión me devolvió a Andrew, me devolvió la esperanza, me quitó una astilla del corazón. Mi corazón no dejaba de latir del alivio, era difícil contener las lágrimas de felicidad que se me querían salir.
Era real, era cierto. Y fue gracias a Deucalión. Sin él habría perdido a Andrew para siempre, me dio una segunda oportunidad, a Andrew, a mí y a Cailye. Eso no tenía precio.
Su cuerpo se relajó al saber que se trataba de mí y no de una Furia, pero aun así no dejó de concentrarse en sus movimientos y el exterior.
—No tienes nada que agradecerme —Su voz sonaba más animada que la última vez, pero no pude ver sus ojos, no supe si estaba igual de cansado—. Te prometí que cuidaría de él, solo cumplí mi parte del acuerdo. Solo te pido que si te recuperas por favor encuentra la forma de traer a Pirra devuelta.
Asentí contra su espalda, cerrando los ojos con fuerza para mandar hacia adentro a las lágrimas.
—Prometo hacer todo lo que pueda. Salvó una parte de mi alma, eso jamás lo olvidaré. Salvaré esa parte de la suya.
Me separé de él sin levantar la cabeza para mirarlo. Estaba segura de que si lo hacía volvería a llorar.
Lo sentí inhalar.
—Ve con ellos. Me encargaré de las Furias, no dejaré que entren.
Asentí y retrocedí. Le di una última mirada al grifo y lo descubrí observándome también, con antipatía.
Murmuré un último gracias antes de darme la vuelta y correr de vuelta a la Esfinge. Me prometí a mí misma encontrar la forma de traer a Pirra de vuelta, era lo mínimo que podía hacer por él. Tenía que saldar esa deuda.
En la entrada a la cámara del Espejo de los Dioses Andrew me estaba esperando. Corrí más rápido hacia él, y a su vez él me extendió la mano. Ahí estaba, su mano hacia mí, ofreciéndome tomarla.
Sonreí con alegría y alivio cuando estiré la mía para aceptar su propuesta. Apretó mi mano cuando tomé la suya, halándome hacia el interior de la Esfinge con más fuerza de la que esperé.
Estaba segura que no volvería a soltar mi mano.
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