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28. Seguir adelante

Dynasty - MIIA

Los truenos siguieron hasta dos días helios después.

No se detenían, no se aplacaban, destruían el terreno que alcanzaban como si de una bomba se tratara.

Con el paso de los días aprendimos a esquivarlos, a avanzar teniendo cuidado y usando magia para mantenernos a salvo. Las tormentas continuaron también, ya ni siquiera valía la pena cambiarme de ropa, lo hice algunas veces pero al cabo de cuatro días terrestres ya no le vi necesidad. Dejaba de llover por algunas horas y luego caía una torrencial que volvía todo más difícil.

Las amazonas nos dejaron ir sin decir nada, aunque Hipólita sí me hizo recordar el trato antes de irnos. Odette, por otro lado, me había sonreído y asegurado que nos volveríamos a ver. Ellas también movieron su campamento hacia el oeste, fue todo lo que supe.

Caminar por el bosque y luego por el valle con el caos climático era un desafío día tras día, pero no teníamos más opción que dirigirnos a Némesis. Nos desviamos un día helio y necesitábamos otro más para llegar, por lo que en ese momento solo nos separaban algunos kilómetros de nuestro destino.

Atravesábamos el valle en ese momento, un amplio terreno desolado, seco, sin vegetación y prácticamente muerto. Tierra árida con varias capas de polvo mezclándose con la niebla; un desierto frio de arena blanca. Era terrorífico, igual que un cementerio olvidado en alguna parte del mundo. Donde, muy a lo lejos, se alcanzaba a ver una edificación donde Kirok afirmó que se encontraba la diosa.

Mi ropa estaba seca debido al viento frio y la falta de lluvia en esa parte del continente. Los truenos aun resonaban, pero ya no llovía. El único malestar del lugar era la niebla ligera y las capas de polvo que se levantaban cuando el viento decidía pasar por ahí. Y lo bueno era que gracias a las algas no teníamos que parar a descansar, pronto llegaríamos.

¿Y luego qué? Aun no sabía qué les diría a mis amigos, y en especial a Evan, sobre la mue... Sobre la ausencia de Andrew. ¿Con qué cara lo haría? Y eso no era todo, a juzgar por los truenos Zeus debería estar furioso, ¿qué nos haría? Y lo más importante, ¿cómo estaba la Tierra en se momento?

Para ese momento, luego de casi diez días sin noticias de nosotros, lo más seguro es que supusieran lo peor. Era probable que creyeran que estábamos muertos, ¿y si creían eso, qué tanto impactaría a la situación con los humanos? Y ni hablar de lo que pensarían mis padres.

Suspiré. Me dolía la cabeza de solo pensar en el caos que me esperaba al regresar. Pensar en lo devastada que estaba Sara, en lo preocupados que estaban los demás, en lo enojados que estaban los dioses de la Corte Suprema.

Seis días de retraso no era poco, era suficiente para imaginar cualquier cosa. Lo bueno era que si seguíamos así no tardaríamos más de otro día terrestre en estar de vuelta.

Miré a Cailye de reojo, ella caminaba a mi espalda con la cabeza gacha y el cabello cubriendo sus hombros sin cuidado. No se había cambiado de ropa ni molestado en atarse el cabello, si a eso le sumaba la suciedad producto de las condiciones climáticas, parecía una vagabunda.

No había dicho una palabra en esos seis días, y aunque comía y se movía como si nada, lo cierto era que su gran apetito sí que había disminuido. Pasó de comer cinco frutos de ambrosia por comida, a comer medio.

Me preocupaba lo que ocurría con ella luego. ¿Qué pasaría al volver y enfrentar esa nueva realidad? Una cosa era aceptarlo en ese mundo, donde todo era tan diferente, pero al regresar a su casa, con todas sus cosas, al dormir sola en ese departamento... Era algo totalmente distinto. No podría dejarla sola al regresar, en su estado aún podría hacer una locura.

Desvié la mirada hacia Kirok a mi lado, caminaba con el mapa de Kamigami flotando frente a sus ojos. Estaba sumido en leerlo cuando le hablé:

—¿Estás seguro que ese es el lugar donde Némesis resguarda el espejo?

Bajó el mapa con su magia y me dedicó una mirada. No sonrió como lo haría, eso me hizo pensar que los sentimientos que le transmitía a través de nuestro lazo debían incomodarlo lo suficiente para no hacerlo.

—Sí. Pero deben tener cuidado donde pisan, si dan un paso en falso pueden quebrar el suelo. Es tan delicado como el cristal.

Asentí sin discutir esa lógica. Miré hacia otro lado, luego hacia atrás y de nuevo hacia delante.

—¿Dónde está At? —quise saber.

«—Aquí.»

De repente se encontraba a mi espalda, caminando al lado de Cailye. Habría jurado que no estaba cerca un segundo atrás. La observé con cuidado, y parpadeé varias veces para comprobar que mis ojos no me fallaran. A lo mejor se trataba de la niebla y el polvo, pero justo en ese momento ella lucía más transparente. Apenas podía distinguir su rostro y su ropa.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Una nube pasó entre nosotras en ese momento, un montón de niebla ligera, y cuando se esfumó pude ver un poco mejor su cuerpo. No estaba tan nítido como antes pero al menos no se veía tan borrosa.

Ella asintió por toda respuesta.

Fue entonces, mientras atravesábamos el árido desierto cubierto por niebla, que la abrumadora presencia oscura se hizo presente en el ambiente. Gigante, intimidante, abrazadora...

Asfixiante.

Los vellos de mi cuerpo se erizaron, mi marca pareció gritarme, mi espada suplicarme. Mi cabeza me pidió correr. Cientos, no, miles de presencias, en montón como si se tratara de un gran batallón, se sentían cerca, a escasos kilómetros de nosotros.

Imposible.

No pudieron haber llegado tan pronto, alcanzarnos debería haberles tomado mucho más.

Tragué saliva con fuerza, dedicándole una mirada a Kirok cerca de mí. Él miraba el cielo con los ojos encendidos en rojo vivo. No hacía falta que confirmara ese tipo de huella mágica porque todos ahí sabíamos a quienes le pertenecía.

«—Ella no habría dejado que llegaras al espejo —mencionó At a mi lado, observando hacia la misma dirección de Kirok. Me clavó la mirada en cuanto me descubrió observándola—. Si logras reparar el Filtro será más difícil para ella obtener la Luz de la Esperanza. Debió pensar que con la muerte de Apolo sería suficiente, pero gracias a Dark sus planes debieron cambiar. Puedes estar segura que evitará que llegues a Némesis, y si lo consigues es posible que tenga un plan de reserva si ocurre.»

Malo. Muy malo. La cantidad de Furias que se acercaban era demasiado grande, no quería ni imaginar lo que pasaría si las Gorgonas iban con ellas.

Si descartaba a Cailye, quien no se veía con la fuerza física y mental para pelear, éramos tres. Tres contra miles. No se veía bien, ni siquiera posible.

—¿Si corremos podremos llegar a Némesis antes que nos alcancen? —pregunté.

«—No. Y tampoco hay garantía de que puedan entrar en corto tiempo en cuyo caso logren correr. Y además —Miró hacia donde a lo lejos se alzaba una edificación, donde Némesis se encontraba—, entre ellas no se encuentran las Gorgonas. O se alejaron del grupo o los esperan en su destino.»

La ola de magia oscura se acercaba, en cuestión de segundos estarían sobre nuestras cabezas. Apreté el mango de mi espada, con la mano temblorosa y el cuerpo tenso. Sudaba a pesar del frio, alcanzaba a sentir el miedo aflorar en mi pecho...

Andrew.

Pero entonces todo ese miedo fue reemplazado por ira. El recordatorio de Andrew, el recordatorio de lo que hizo Pandora, me enfermaba. Toda esa ira, todo ese odio, toda esa tristeza...

Cierto. Por fin había encontrado con quién desahogarme.

Y a pesar de eso, aun quería conservar mi racionalidad. No podía solo volverme loca, eso no ayudaría a nadie. Sacudí la cabeza y apreté mis ojos, intentando alejar esos impulsos. Me repetía que no debía, una y otra vez, que no valía la pena arriesgar tanto por un intento de desahogarme.

Los ojos me ardían, probablemente los tendría como la vez anterior. At dijo que se encendían en dorado, el color de los dioses. Y me daba terror entender lo que eso significaba.

—Niké. Ve con Cailye hacia Némesis, mantenla fuera del alcance de las Furias y las Gorgonas. Kirok y yo te alcanzaremos en cuanto podamos —La miré—. Encárgate de mantener a Cailye a salvo.

Ella asintió y Cailye me miró. Una mirada gris, apagada. Y supe, con tan solo mirarla y notar que mi petición le molestó, la razón por la que aceptó venir conmigo. Me mordí la lengua en cuanto lo noté, doliéndome el saberlo; sabía que accedió muy fácil, debí saber que su intención nunca fue avanzar, pero no mencioné nada al respecto.

«—¿Qué tienes en mente.»

Alejé mis manos de la espada, sacudiéndolas para intentar que dejaran de temblar. Ya no estaba segura si temblaban por miedo o por ira. Tal vez ambas. Intenté tranquilizarme, que mis ojos no me ardieran, que mis venas no palpitaran; necesitaba mantenerme en la realidad. Tomé aire varias veces.

—No podemos huir, lo sabes tan bien como yo. Pandora no dejaría oportunidad para eso. Solo tenemos una opción, todos lo sabemos —Fruncí el ceño, viendo hacia el cielo a la espera de una nube negra—. No podremos seguir adelante si ellas nos pisan los talones.

«—Es riesgoso enfrentarlas. Aun con los demás Dioses Guardianes, se agotarían antes de ganar, es una batalla que puede extenderse mucho tiempo, sus cuerpos no lo resistirían.»

—El océano. Muchas debieron morir al cruzarlo, significa que el número es menor que la vez anterior cuando las enfrentamos. Y Kirok es más fuerte ahora, igual que yo.

«—Dos contra dos mil no es equivalente. Para los dioses sí, pero ustedes no tienen la...»

—¿Fuerza? ¿Resistencia? ¿Poder? Ya no quiero escuchar sobre lo que me falta, At, y aunque sea peligroso no tenemos más opciones —La miré de reojo—. Ve con Niké, si Cailye intenta algo pídele a Niké que la duerma. Averigua cómo entrar a la edificación, cuando Kirok y yo lleguemos creo que necesitaremos entrar con prisa.

Me sostuvo la mirada. Presentí que había algo que quería decirme, lo vi en sus ojos, pero lo que fuera a decir se lo tragó y asintió. Dos segundos más tarde Niké volaba con Cailye en brazos hacia donde suponíamos que se encontraba el Espejo de los Dioses.

—Dime por favor que tienes un poder secreto de familiar o dios de la muerte —le pedí a Kirok y lo miré por el rabillo de mi ojo—. Te lo suplico.

Sus ojos encendidos dejaron de brillar cuando se posaron sobre mí. Sonrió con esa picardía suya, de una forma que me brindó un poco de esperanza.

—Solo si me prometes algo —dijo, en un tono enigmático. Asentí sin pensarlo—. Correrás. No importa lo que oigas no dejarás de correr, no regresarás por mí y definitivamente no vendrás a ayudarme.

Entrecerré los ojos y apreté mis manos en puños.

—Tú solo no puedes, no olvides lo que pasó la última vez.

Sonrió más.

—Sí, bueno, At tiene razón. No importa lo que suceda conmigo siempre y cuando tú estés bien. Y quiero creer que harás lo que te pido sin objeciones, que en ningún momento te darás la vuelta. Y además —Su sonrisa se esfumó por un segundo—, aun no sabes todo sobre mí.

Ignoré lo dolida que me sentí al escucharlo. Sabía que para ser mi familiar había cientos de cosas que todavía no tenía claras sobre él. A Kirok no le gustaba hablar sobre sí mismo, no sobre las cosas importantes, y obligarlo a hablar me parecía invasivo y abusivo. Pero, mientras él estuviera cerca, sabía que tarde o temprano lo sabría todo sobre él.

Por ahora solo podía confiar en él, confiar en mi intuición con él.

Le sostuve la mirada y asentí, dudosa.

—¿Cuál es tu plan?

Se giró hacia al frente, observando el cielo donde ya se distinguía la nube negra que en realidad se trataba de un ejército de Furias.

—Me encargaré de la mayor cantidad, pero estoy seguro que muchas lograrán atravesarme; debes encargarte de ellas. Lo sabes, la única forma en la que nos dejarán en paz es derrotándolas, no pueden pasar de este punto.

—¿Algo más?

—Megara. Está en el grupo, estoy seguro, pero no irá tras de mí. Irá donde tú estés por mucha resistencia que ponga, igual que las Gorgonas. No dejes que te acorralen.

Por supuesto, era de esas enemigas que me gané por cuenta propia.

Solté un bufido. Todo eso se sentía surreal.

—¿Otra cosa?

—Sí —Me miró de nuevo, esta vez de reojo—. Pase lo que pase no me mires, aunque te llame desde lejos; volveré a tu lado pero por ningún motivo debes regresar por mí. No importa lo que oigas o lo que sientas, debes jurarme que no me mirarás.

Una parte de mí me decía que separarnos era una mala idea, pero el tiempo era poco para tomar una decisión más profundizada. No quería dejarlo, alejarme de su lado me aterraba. Se sentía que en cualquier segundo se iría para siempre igual que...

Tomé aire y alejé esos pensamientos catastróficos con toda la fuerza de mi voluntad. No podía detenerme a pensar de esa forma, tenía que confiar en su palabra.

Le dediqué una última mirada, preocupada por la seriedad que puso en sus palabras. ¿A qué se refería exactamente? ¿Así de temible era su verdadero poder?

—Prométeme que te cuidarás, que pase lo que pase vas a cuidar tu cuerpo. No me sirves muerto, Kirok, te necesito a mi lado. No quiero otro familiar.

Sonrió de nuevo.

—Y yo no quiero un nuevo amo. Cuídate tú también. Tu vida es más frágil que la mía.

Me di la vuelta y comencé a correr. Usé un conjuro para levitar y avanzar al mismo tiempo, deslizándome a través de las dunas blancas como si surfeara en la arena. El viento me golpeó con fuerza, demasiado gélido, y el estómago me formaba un nudo que sentía cada vez que ponía un pie delante del otro.

Mis pies se deslizaban con velocidad, pero la bruma aun persistente y la opacidad de la silueta de la edificación me decían que aún estaba lejos de mi objetivo.

Oí el estruendo entonces. Sentí una fuerza tan grande a mi espalda que me desequilibró y casi caí sobre la arena, pero logré mantenerme en línea y avanzar. Fuego, mucho calor, se sintió a mi espalda. Casi lo sentí incluso quemar mi ropa y mi piel, ardió por un segundo por lo que tuve que aumentar la velocidad para apagar la sensación y para huir de ella.

Apreté los labios con fuerza, intentando mantenerme en posición y con la velocidad que usaba. Evitaba chocarme con los montones de arena y las rocas salidas de la nada sin perder la dirección.

La luz producida por la magia de Kirok, roja muy viva, dibujó mi sombra en el suelo blanco; pero no solo la mía, sino también la de unas cuantas F

urias. Aquella luz mágica las delató, pero de paso me iluminaron como un objetivo.

Me concentré en el suelo, aprovechando la luz que Kirok me regaló para determinar cuántas Furias consiguieron huir de su poder. Cinco, por ahora.

Sabía que debía evitar que se me acercaran, evadir los ataques de sus puñales y atacar desde la distancia.

Las alas de murciélago en el suelo se hicieron más grandes, se dirigían hacia mí con velocidad.

Frené en seco en cuanto las sentí justo sobre mí, cambiando por completo mi dirección. Dos de ellas se chocaron, las otras tres cambiaron de dirección conmigo.

Salté. Dejé de correr y comencé a volar. Sabía que era cuestión de tiempo para que aparecieron más a pesar de la barricada de Kirok. Dejé que se acercaran lo suficiente y esperé hasta tenerlas a las tres prácticamente encima para desenfundar mi espada.

Rodé mi propio cuerpo en el aire, junto con mi espada, en el momento justo para realizar un corte en las tres Furias al mismo tiempo. Aullaron de dolor en cuanto la hoja de mi espada las rozó, y casi que al instante se dirigieron al suelo.

Me mantuve volando boca arriba por cuatro segundos hasta que noté que un nuevo grupo me rodeaba, ahora eran ocho. Regresé a una mejor posición y traté de volar con más patrones de movimiento, como si hubiera obstáculos en el aire, para tratar de mantenerlas lejos. Volaron cerca de mí todo el tiempo, siguiéndome el paso con mayor agilidad de la que creí.

Fruncí el ceño y apunté mi espada adelante. Las palabras se dibujaron en mi mente antes de murmurarlas, y en respuesta mi Arma Divina se iluminó de un tenue rosa. Delante de mí se materializó una pared semitransparente de un color rosa muy suave, compitiendo con la arena, se notaba poco y era lo suficientemente alta y ancha para su objetivo.

Volé con más velocidad. Cuando me fijé tenía a quince Furias detrás de mí, como aves a su presa. Me apresuré a atravesar la pared justo antes de que una de ellas se acercara lo suficiente para alcanzarme con su puñal.

Di un último impulso y alcancé a pasar la barrera. Las Furias, al seguirme, también tocaron la pared y se desvanecieron al tacto enseguida. Algunas de ellas, las que iban más atrás, frenaron en seco al ver a sus compañeras y se desviaron para rodear la pared.

Seguí mi camino, esperando el próximo grupo que quisiera alcanzarme. A mi espalda la explosión roja había cambiado de color, todo ese espacio estaba cubierto por humo negro que parecía tener electricidad. No me fijé mucho por temor a toparme con Kirok, solo lo suficiente para notar que no bromeaba cuando decía que él se encargaría.

Pero lo que más me llamó la atención fueron la cantidad de gritos que se oían provenientes de la nube de humo. Lamentos, sollozos, agonizaban aquellas voces presas por el humo como si se las estuvieran comiendo vivas.

Evité pensar en eso y me preocupé por mi camino y por las Furias que me rodeaban.

Alcé otras dos paredes mágicas, pero la última consiguió pocas debido a que la mayoría ya se había percatado del mecanismo tras mi magia. Cuando intenté alzar la cuarta me di cuenta de que no tenía la energía suficiente para hacerlo; consumían mucha magia y todavía necesitaba mantenerme en vuelo y reservar para futuras ocasiones.

Maldije en voz baja, con el corazón golpeando fuerte contra mi pecho, a sabiendas de que tendría que enfrentarlas frente a frente. Le eché una rápida mirada a mi espalda, esta vez conté veintitrés Furias más otras doce que se aceraban a lo lejos. Más allá de ellas no había nada más. ¿Acaso Kirok en verdad las mantuvo a todas a raya? Imposible, debían venir más detrás.

Pero tras unos segundos supe que no, que solo esas consiguieron atravesar la barrera de Kirok y que dependía de mí evitar que siguieran. Di vueltas torpes, esquivé varios ataques con los puñales; en un momento incluso la punta de uno de ellos rasgó mi sudadera.

Esperé a que las otras estuvieran más cerca, pero con cada movimiento que hacía para alejarme de una de ellas caí en los brazos de otras. Volé hacia abajo, luego hacia arriba, me tambaleé tanto que una de las Furias estuvo a centímetros de clavar su puñal en mi pierna.

Me rodearon, completamente acorralada, y sentí entonces cómo me sujetaron. Mis brazos y mis piernas. Algunas se fueron encima de mí con su puñal listo, otras se limitaron a sujetarme. Me moví con toda la fuerza que pude, gruñí y les dediqué una mirada furiosa, pero nada de eso bastó para liberarme.

Una de ellas bajó su puñal como una guillotina, directo hacia mi pecho, mientras otra imitaba su acción sobre mi abdomen. Contuve la respiración, mis ojos se abrieron del terror, y realicé lo único que se me ocurrió.

Niebla. Un banco de niebla nos cubrió, densa y sobrenatural, producto de mi magia. En menos de un segundo no podía ni siquiera ver sus cuerpos sobre el mío.

Aproveché el instante sorpresa para moverme con toda la fuerza que tenía y liberarme. Conseguí liberar mis brazos, eso al menos permitía que moviera mi espada. Pero no tuve suerte con mis piernas.

Me moví con brusquedad y rapidez para evadir ambos puñales que al sentir mi forcejeo se dirigieron a mí con más ahínco. Sentí cómo uno de ellos alcanzó a rozar uno de mis costados, y me mordí la lengua con todo lo que pude para no gritar y delatar mi posición.

Vi borroso, sentí las lagrimar nublar la poca visibilidad que la niebla me dejó. Me moví con más brusquedad y rapidez, intentando liberar mis piernas antes de sentir el próximo puñal.

Creí haberlo hecho a tiempo, cuando sentí mis piernas libres de sus manos consideré mi próximo movimiento. Pero tardé mucho.

El segundo corte llegó. Lo sentí en mi brazo, desgarrando la tela de mi sudadera a lo largo de mi antebrazo. Esta vez sí grité, un grito agudo que nubló todavía más mis ojos y aceleró mi corazón.

Me moví como una loca con la espada, cortando el aire sin saber qué alcanzaba con la hoja. Sentí varias veces la piel de las Furias a través de mi Arma Divina, pero supe que por mucho que me moviera no las alcanzaría a todas.

Para cuando sentí el tercer corte, cerca de mi tobillo, perdí todo el control sobre mi cuerpo. Tenía suerte de que estaban tan confundidas que sus ataques no eran certeros, porque dudaba poder soportar la apuñalada de una de esas armas de la culpa más aun después de lo de Andrew.

Usé la magia que me quedaba para descender hasta el suelo. No aterricé con gracia como antes, esta vez me estrellé contra la arena como si de agua se tratara. Me golpeé todo el lado derecho de mi cuerpo y mi arma aterrizó un par de metros lejos de mí.

Me mordí la lengua todo lo que pude para reprimir el dolor de la culpa que envenenaba cada herida provocada por los puñales. Mi pecho dolía, tenía un nudo en la garganta y me entraron deseos de tirarme en donde estaba hasta morir.

Culpa. La sentía por cada poro, en cada órgano, como si tratara de nadar en graba con trozos de cristal en mi cuerpo. Me arrastré hacia mi espada con la energía que me quedaba, la arena retenía mi avance casi tanto como el dolor. Sacudí mi cabeza varias veces, queriendo ahuyentar el sentimiento de culpa que me aplastaba. Pero era... demasiado intenso y me nublaba la mente.

«Por mi culpa Andrew murió. Por mi culpa... porque le dije a Pandora lo mucho que significaba para mí.»

Eso no era... cierto. Andrew me odiaría si sabía que me culpaba por eso, sabía que estaría enojado conmigo por siquiera considerarlo. No era mi culpa, yo no lo apuñalé.

«Pero como si lo hubiera hecho. No había diferencia en quién empuñó la daga ni la mano que realizó el trabajo. Yo lo hice, no quise aceptar las palabras de Atenea sobre las debilidades, me negué a considerar al amor una debilidad. Si lo hubiera hecho, si hubiera tenido más cuidado, él seguiría vivo.»

No. Eso no era así...

«Yo debí morir en su lugar. Ahora debo cargar con el peso de su ausencia y de ser la causa de ella.»

¡NO!

Si me detenía a pensar eso solo me estancaría, la culpa y la tristeza me hundirían en un pozo sin fondo del cual nunca saldría. No podía pensar que era mi culpa, no podía aceptar al amor como una debilidad. Eso no lo traería de vuelta, solo conseguiría atormentarme más. Ya tenía suficientes tormentos y cargas externas, no tenía que volverme uno de ellos.

No podía odiarme. No podía culparme. No podía tirar a la basura la promesa que le hice, tenía que valer la pena un mundo sin él.

—¡No fue mi culpa! —grité a los cuatro vientos con toda la fuerza de mis pulmones, batallando con el efecto del veneno de las heridas por puñal—. ¡Yo no lo hice! ¡NO FUE MI CULPA!

El viento que transportaba la arena me secó las lágrimas, se me pegó a los ojos como un molesto obstáculo pegajoso. Me limpié a medias y alcancé la espada que pronto sería sepultada por la arena. Aun sentía las heridas, como si fueran una fuente de veneno constante que no cesaba, por lo que no sabía si ya se sanaron o lo harían pronto. Pero al menos ya no dolía tanto como antes.

Me incorporé cuando tuve en mi poder mi espada. En el cielo las siluetas de las Furias descendieron, listas para terminar lo que empezaron; eran más pocas pero aun así peligrosas. Cinco, tal vez siete.

Corrí, cojeé, salté; no lo supe. La herida cerca de mi tobillo dolía a cada paso como un llameante recordatorio de mi culpa. Si así dolía una cortada no quería saber lo que dolería una apuñalada.

Cuando estaban cerca moví mi espada otra vez, ahora sin mucha precisión y agilidad. Solo la movía para que no se me acercaran. Tal vez corté a un par, creí oír sus gritos, pero todo pasaba muy rápido y era muy confuso.

Una de ellas llegó por mi espalda, pero pude moverme justo antes de que entrara a mi espacio personal y enterré la hoja de mi espada en su pecho. Vi sus ojos cómo se hundían en sus cuencas, cómo abrió la boca de forma garrafal y cómo sus alas pasaron de moverse como pájaros a completamente inmóviles.

Mala decisión. Moví mi espada para sacarla de su pecho pero no cedía, estaba tan enterrada que no me dejaba sacarla por mucho que la moviera.

Una nueva Furia se me acercó por detrás, esta vez con un puñal en cada mano y la boca abierta de forma sobrenatural. Maldije en voz baja, moví más rápido mi espada, pero se movía con el cuerpo como si ahora fueran uno.

No tuve opción. Evadí el ataque de la nueva Furia alejándome del cuerpo que me apresaba mi espada. Retrocedí unos metros, titubeante y sin equilibrio, pero conseguí mantenerme en pie y seguirle el ritmo a la Furia.

Se giró hacia mí cuando yo me moví, segada por la ira y el dolor, y se abalanzó sobre mí otra vez pero ahora usando sus alas para darle impulso, fuerza y rapidez.

Estaba molesta, enojada por sus amigas caídas.

Fruncí el ceño intentando recordar lo poco que sabía sobre combate cuerpo a cuerpo. No era la especialización de los dioses, su fuerte era la magia.

Imité lo que vi en Andrew en ocasiones pasadas, la forma en la que se adelantaba a los movimientos de su contrincante y lo rápido que actuaba para evitar darle a su oponente el tiempo para reaccionar. Eso me dio la oportunidad de esquivar pero no de atacar, si le di un par de golpes en el abdomen fueron demasiados.

Me agaché, luego salté, pero evitar ambos puñales resultó más complicado, y eso sumado a sus alas lo hacía todavía más imposible. Uno de ellos pasó tan cerca de mí que rozó pero no cortó la punta de mi nariz.

Retrocedí tambaleante, tomada por sorpresa y consiente de que debía hacer algo rápido o la próxima no tendría tanta suerte.

Dirigí mi atención al suelo, confiando que en alguna parte, bajo toda esa arena, hubiera algo de roca o concreto. La Furia voló hacia mí, yo sentí la magia en mi cuerpo y la redirigí hacia el suelo. Moví mis manos justo a tiempo, cuando la Furia sostenía uno de sus puñales a centímetros de mi cara, y en respuesta rocas en pico brotaron del suelo como una trampa mortífera, penetrando el cuerpo de la Furia.

Sus ojos no se me quitaron de encima mientras la vida se le escapaba de las manos, como si no quisiera olvidar mi rostro.

—No es personal —le dije, no supe si estaba viva o muerta cuando lo hice—. Solo estoy demasiado enojada para intentar hablar.

Lo cierto era que luchar contra Furias tenía su lado terapéutico. Y últimamente estaba furiosa. Si no lo hacía así temía perder el control otra vez.

Me dirigí de nuevo hacia la Furia que se negaba a liberar mi espada y usé un conjuro ligero de fuerza para sacarla y continuar caminando. No tenía energía divina para avanzar volando, pero al menos la edificación ya no estaba tan lejos.

Acomodé la espada en su funda y levanté la cabeza para verificar una vez más que no hubiera Furias cerca de mí. Para mi sorpresa el cielo estaba libre de esos espectros voladores con alas de murciélago.

Una nube recorría una gran área a nuestro alrededor, roja y eléctrica como una tormenta o un tifón. Se arrastraba por la arena y alcanzaba hasta veinte metros de altura, o eso creí desde mi distancia. Estaba lejos, mucho más que la edificación, pero nos encerraba en un perfecto circulo desde donde Kirok se quedó.

Evité mirarla por mucho tiempo, quería creer que Kirok la tenía bajo control. Continué mi camino luego de inhalar profundamente. Las heridas aun me dolían a pesar de haber sanado, persistían como un amargo sabor en la boca. Pero las ignoré lo mejor que pude para que me dejaran tranquila.

Recé en silencio para que ninguna Furia hubiera conseguido atravesar la tormenta de Kirok y porque él estuviera bien y regresara pronto a mi lado, porque no creía poder soportar muchos enfrentamientos sin tener una herida grave o convertirme en un monstruo. Esos puñales eran un gran problema, sin ellos contraatacar sería más fácil.

Me sentía mejor a medida que avanzaba, recuperé gran parte de mi energía divina y podía correr. No quería gastar energía volando porque presentía que Pandora preparó un último truco en caso de que ese fallara.

Hasta no estar frente al Espejo de los Dioses sentía que cualquier cosa podría pasar, cualquier cosa podría atacar.

Estaba a metros de la edificación. El viento aumentó considerablemente y la arena se elevó como fiel compañía, obligándome a cubrirme la cara. Cuando la ventisca cesó y despejé mi rostro, cuando mis pies se chocaron con un repentino cambio de terreno, la niebla me dejó una panorámica más nítida de la edificación justo frente a mí.

Un cuadrado, eso era, de un color tierra con arena alrededor. Alto, mucho más que el edificio de mi departamento, y dimensiones exactas. Era un completo cubo, sus lados eran simétricos y no había ventanas a la vista. Su aparición me dejó sin aliento.

Corrí hacia él, rodeándolo en busca de una entrada y de Cailye o Niké. Su perímetro eran amplio, quizás medio kilómetro cuadrado o más.

Di vuelta en una esquina, dejando atrás la cara que me topé de frente. Al estar más cerca de la construcción noté que las paredes estaban hechas de un extraño granito reluciente, el solo apoyar mi mano se sintió punzante en mi piel.

Una nueva ventisca me recibió al dar la vuelta, implacable y furiosa, que casi tiró lejos mi cuerpo. Me aferré a la pared a pesar de la sensación rasposa en mi piel hasta que cesó.

Del otro lado de la esquina, recorriendo toda esa cara hasta la mitad, vi una puerta, empotrada en el cubo como un hueco, hecha de hierro y bastante alta y ancha, lo suficiente para entrar en camión. Palpé la superficie en busca de una perilla o algún engranaje, intentando descubrir cómo abrirla, pero no mostraba detalles que me dieran una pista.

Desde afuera parecía una fortaleza impenetrable. Miré hacia arria en busca de ventanas, pero al igual que el otro lado no había nada. No alcanzaba a sentir si había dioses o deidades del otro lado, todo se sentía hermético, como una fortaleza bien protegida. Las paredes eran gruesas, la puerta impenetrable, ¿cómo se suponía que iba a entrar?

Seguí palpando y observando, en busca de una entrada que no consideré o pasé por alto; fue en ese momento que la vi. A unos metros de mí, cubierta por la niebla, se oían golpes, fuertes y precisos. Corrí, acercándome a ella; conocía bien ese sonido.

La niebla se despejó de golpe cuando me la topé casi de frente, interponiéndome en su camino. Niké exclamó de la sorpresa, frunciendo el ceño mientras intentaba parar su trayectoria hacia mí, con el puño hacia mí con toda la fuerza que eso implicaba. Volaba, por lo que al frenar cayó por gravedad.

—¡Por Urano! —gritó la diosa, frustrada y molesta. Se levantó de un salto del suelo, con una herida en la cabeza sanando—. Casi te arranco la cabeza, avisa para la próxima vez.

Cailye estaba a su lado, de la misma forma que At, observando lo que Niké hacía.

—¿Qué intentabas? —pregunté—. La estrada está por allá.

Señalé la puerta que ahora estaba despejada de niebla, pero Niké apenas la notó. Sacudió sus alas, librándolas de la arena, y pronto se encontraba volando no muy lejos del suelo, pero ahora con la espada dorada en sus manos. Su cabello se elevó como fuego, sus ojos se encendieron de fulgor.

—Imposible entrar por la puerta, ya lo intenté, la magia que la protege es magia primordial, no podemos romperla —Movió su cabeza, haciendo sonar su cuello—. Entraré a la fuerza por las paredes, nada ha resistido toda mi fuerza antes.

La vi prepararse para su ataque, moviendo sus dedos y sus extremidades. Dudaba que lo consiguiera, esas paredes eran demasiado gruesas y no había razón para pensar que la magia que protegía la puerta no lo hacía con las paredes.

«—Ailyn, ven —Me llamó At. Sin darme cuenta apareció frente a la puerta de hierro. Cailye se quedó acompañando a Niké en sus intentos por entrar a la fuerza mientras yo alcanzaba a At. Ella tocó la puerta como si tuviera cuerpo, por lo visto no la podría atravesar—. ¿Ves ese escrito? ¿Sabes lo que traduce?»

Seguí sus ojos. Sobre la puerta de hierro, marcadas como lava, aparecieron unas palabras extrañas de un idioma que reconocí de inmediato, sin embargo para mí era imposible traducirlo. Andrew era el que siempre traducía del griego.

«Οφθαλμός αντί οφθαλμού»

No tenía idea de lo que significaba.

—¿Qué dice?

Ella no apartó los ojos ni la mano de la puerta, más que preocupaba lucía triste.

«—Ojo por ojo.»

Justo en ese momento un trueno estremeció el lugar. Los había olvidado, las Furias y la barrera tormentosa de Kirok me aislaron de los relámpagos producidos por la ira de Zeus. Pero al fijarme me di cuenta que la barrera ya no estaba y que los rayos se sentían con más intensidad. Si la barrera ya no estaba, ¿qué pasó con Kirok? Me preocupaba lo que ese despliegue de energía oscura significaba para él y cómo se encontraba, pero...

—¿Qué debemos hacer para entrar entonces?

Tragué saliva, tratando de concentrarme. No quería pensar que todavía quedaran Furias por ahí ni que Kirok estuviera en apuros. La cicatriz de mi mano no reaccionaba, eso al menos me tranquilizaba un poco.

«—Trueque. Eso significa. Para entrar debes dar algo de igual valor a lo que obtendrás al entrar. Tal vez por esto Pandora no envió a las Gorgonas, ya se me hacía extraño que no anduvieran por aquí; ha de creer que hagas lo que hagas no podrás entrar y preferirás volver antes de que Zeus tome represalias contra tus amigos.»

Miré con fijeza la puerta, el grabado de aquellas palabras. Tenía sentido, pero había llegado muy lejos como para dar un paso atrás. No desperdiciaría la vida de Andrew, y si no cumplía mi objetivo eso ocurriría, tampoco todo lo que tuvimos que atravesar para llegar hasta ahí. Solo esa puerta nos separaba del espejo, comparado con un mundo entero no era tan grave.

—¿Qué puede compararse con la Luz de la Esperanza? No hay nada más tan valioso. No se me ocurre qué canjear.

Ella negó con la cabeza. Al mirarme todavía vi tristeza.

«—No tiene que ser más valioso, solo significar para ti lo mismo. Ojo por ojo. Para los dioses siempre se trata de sacrificio —Hizo una pausa—. Ailyn, ¿eres consciente de que para entrar debes renunciar a algo que para ti valga tanto como la Luz de la Esperanza?»

¿Sacrificio? ¿Canjear? ¿Trueque? ¿Qué demonios sucedía con los dioses que era todo o nada con ellos? ¿Qué más querían tomar de mí? Y para empezar, ¿cómo es que nadie me dijo algo acerca de eso? De seguro Temis siempre lo supo. A ellos no les importaba lo que tuviera que ofrecer a cambio de proteger la Luz de la Esperanza. ¿Acaso todavía tenía algo que ellos quisieran?

Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Temía lo que esa respuesta significara. No quería perder nada más, ¿qué otra cosa podía perder? Me aterraba la idea de que la respuesta fuera la vida de mi familia o de mis amigos, o tal vez mis lazos con ellos, no podía ni siquiera considerarlo. Prefería matarme a golpes contra la pared intentado derribarla que ceder algo que ni siquiera me pertenecería...

Me pertenecía.

La Luz de la Esperanza me pertenecía, la vida de otras personas no. Tenía que ser algo mío, algo que pudiera ceder a voluntad. ¿Pero qué...?

«—Es Dark —Salté ante la repentina mención, y por un fugaz momento creí que decía que debía sacrificar mi lazo con él, pero cuando posé mis ojos en ella entendí que se refería a que estaba cerca—. No tardará en llegar, esa puerta debe estar abierta para entonces o no habrá dónde ocultarse. No todas las Furias han caído, él solo las contiene, cuando llegue ya no habrá nadie dándote tiempo.»

Apreté los puños, mi corazón me gritaba, no podía respirar bien. La ansiedad se alimentaba de mi dilema como un parasito.

Pensé en el trueque, en lo que podía dar a cambio. Y solo pude llegar a una conclusión, a algo que era importante para mí y que compararía con la Luz de la Esperanza. Sentí un amargo sabor en la boca y terror palpable cuando caí en cuenta de eso, cuando consideré ofrecerlo.

Y luego sonreí ante lo cruel que podía ser el destino. Las Moiras sin duda lo estaban gozando. Quería llorar cuando lo entendí, negarme y buscar otra solución. Pero no tenía tiempo, y sinceramente tampoco fuerzas.

Hubo un momento de silencio. Niké seguía con lo suyo y Cailye solo la miraba, las dos no parecían percatarse de la confusión mental con la que me enfrentaba. Solo At, aun a mi lado, parecía entender mi debate.

—Oye, At, ¿cuál es tu sueño?

No parecía sorprendida con mi pregunta.

«—El mismo que el tuyo, pero eso ya lo sabes.»

Solté un profundo suspiro mientras levantaba mi mano hacia la puerta. Apoyé la palma y tomé aire. Para ese punto me estaba acostumbrando a perder cosas, a renunciar a algo, a sacrificar algo. No me di cuenta en qué momento mi vida se convirtió en eso, dentro de poco ni siquiera tendría qué sacrificar. Esperaba que valiera la pena.

—En momentos como este odio ser tú.

Su mirada se suavizó, casi con compasión. Y cuando habló lo hico con pleno conocimiento de a lo que me refería, usando un todo suave y melancólico.

«—Lo sé.»

Las letras se iluminaron en ese momento, en respuesta a mi tacto. Quise cerrar los ojos mientras el trueque se daba, pero fue imposible apartar la mirada del nuevo brillo que nació bajo mi mano, en el lugar exacto donde la apoyaba.

Niké dejó lo que hacía, Cailye me miró. El viento fue más lento, la arena ya no me molestaba. Creí que sería doloroso, que mi corazón gritaría, que intentaría aferrarme con todo lo que me quedaba a eso. Pero al parecer no me quedaba mucho porque no sentí cuando se fue.

Mi cuerpo se encendió de pies a cabeza en un tono azul celeste y una luz pequeña salió de mi pecho, dorada con ilusiones azules y verdes, bailando frente a mí como si me retara a tomarla de nuevo. No sentí cambios en cuanto salió de mi cuerpo, pero sin duda algún día los sentiría. La luz voló, dándome un último adiós, y atravesó la puerta como si no hubiera ningún obstáculo físico.

Mi corazón se rompió otro poco, pero no dolió. Fue... amargo. Rápido, lo sentí y se acabó. Sabía que algo me hacía falta, quería llorar esa pérdida como si se tratara de algo en específico, pero solo no había... nada. No se sentía como si hubiera perdido algo, se sentía como si nunca lo hubiera tenido para empezar.

—¿Y eso qué fue? ¿Descubrieron cómo abrir la puerta? —preguntó Niké alcanzándonos. Observaba la puerta, expectante igual que las demás.

Alejé la mano de la puerta, dudosa, adormilada, lenta. Sentí como si me despertara de un golpe en la cabeza, todo parecía confuso y no tan claro del todo.

«—¿Cómo te sientes?»

Me miré las manos, arriba y abajo, me toqué el cabello, la cara y los hombros. Todo seguía igual, era yo. Me estregué los ojos, esperando que ese gesto me aclarara los pensamientos.

—Bien. Creo. No me siento diferente.

Pero, ¿cómo me sentía antes? Ya ni siquiera tenía claro qué fue lo que ofrecí en trueque.

Un sonido fuerte y ajeno a nosotras captó nuestra atención. La puerta pesada de hierro puro rechinó al moverse. Bueno, al menos el trueque fue aceptado.

Se abrió despacio, en dos puertas hacia adentro, dejando ver poca luz del interior. Era dorada, amarilla cálida, familiar como el Olimpo, con un ligero olor a rosas que reconocí de inmediato.

El brillo interior de la fortaleza contrarrestaba con el blanco del exterior, pero aunque pudiera ver la luz no podía percibir grandes detalles. La puerta se tomaba su tiempo para abrir.

Sentí su cercanía en ese momento. Me giré, con el corazón encogido, y lo vi. Caminaba con la cabeza gacha hacia nosotras y sostenía su brazo derecho. Estaba cubierto de sangre.

Corrí hacia él, con el corazón en la boca. Nunca debí dejarlo solo, ¿y si estaba herido con esos puñales que podrían matarlo? Ya no teníamos magia de sol que pudiera salvarlo ni contrarrestar su magia.

—¡Kirok! —grité estando a unos quince metros de él.

Tronó. Un trueno demasiado cerca, lo vi caer lejos de nosotros pero en ese mismo campo árido, miré al cielo en busca de más rayos, pero vi alas de murciélago.

Mis ojos se abrieron del pánico y la sorpresa. Esa puerta tenía que abrirse rápido o no sobreviviríamos para contarlo.

En cuanto llegué al encuentro con Kirok, mi primera intención fue revisar que no tuviera ninguna herida de puñal. Sin embargo, en cuando me paré a un metro de él, exclamó:

—¡No te acerques!

Eso frenó mi paso en seco hundiendo mis pies en la arena.

Lo miré, dolida, pero él en ningún momento levantó su cabeza. Ocultaba sus ojos con toda su voluntad.

—Pero qué...

—No te acerques, no me toques, Luz. Por favor, aléjate de mí. Necesito... solo necesito un momento, pero debes darme espacio.

Retrocedí por inercia. Al verlo mejor noté que de su cuerpo salía vapor, como si estuviera muy caliente. Apretó sus manos como si con eso me mantuviera lejos y agachó mucho más su cabeza. Definitivamente no quería que viera sus ojos.

Bajé la mano que estiraba hacia él. Aun me preocupaba que su ropa y parte de su cara y cabello estuvieran bañados en sangre, pero sabía que no era suya. Y de tener una herida de puñal estaría retorciéndose en el piso.

—Bien, pero debes darte prisa, en cuanto la puerta se abra debemos entrar. Las Furias que quedan no tardarán en llegar hasta nosotros.

Solo asintió.

Vi a Niké volar sobre nosotros. Descendió hasta quedar a la espalda de Kirok, y sin esperar permiso lo rodeó con sus brazos y lo elevó unos centímetros del suelo. La diosa me dedicó una mirada seria, demasiado para tratarse de ella, mientras lo levantaba.

—Date la vuelta, iremos detrás de ti todo el tiempo pero no debes mirar hacia atrás. Pase lo que pase, oigas lo que oigas, camina hacia la puerta. Yo me encargaré de él pero para eso necesito que no lo mires.

Ahí estaba otra vez, lo mismo que dijo él antes de dejarlo con las Furias.

Asentí por toda respuesta y me di vuelta una vez más, esta vez para regresar a la puerta.

Me dolía no saber por qué no podría mirarlo, no quería que fuera algo malo y enterarme muy tarde para hacer algo al respecto. Pero si así fuera él me lo diría. Tal vez solo se trataba de algo que no quería que yo supiera por vergüenza o seguridad.

Para cuando llegué con Cailye al pie de la puerta, Niké depositó a Kirok a mi espalda en silencio, unos metros lejos de nosotros. Noté que aun desprendía calor y ocultaba su rostro, me pareció incluso que Niké le prestó su máscara especial, esa que usó contra las Gorgonas.

Y por fin, cuando las alas de murciélago se veían más grandes y cercanas, la puerta terminó de abrirse. La abundante luz me cegó un momento, pero cuando mis ojos se adaptaron al dorado lo que vi me desconcertó por completo.

Sin duda, de todo lo que me imaginé que pudiera guardar, de todo lo que me pudiera encontrar, eso jamás lo consideré.

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