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27. No existen palabras suficientes

Sorry - Alan Walker & ISÁK

—No me has explicado quién es ella —susurró Kirok cerca de mí.

Había por lo menos cuatro metros de distancia entre Odette y nosotros, pero aun así tenía el presentimiento de que nos oía. Esa escena me recordaba a la vez que Andrew y yo caminamos a raves de un túnel hacia su ciudad, guiados por ella igual que en ese momento.

—Una amazona que Andrew y yo conocimos en Salem. Odia a los dioses, solo nos ayudó antes porque una amazona cercana intentó hacerlo primero pero Pandora la asesinó antes de que lo consiguiera —Me encogí de hombros—. Me sorprende que nos ayude.

—Lo hace porque solo hay una cosa que odia más que a los dioses —dijo él observándola con fijeza. Me miró cuando completó—: Pandora. Ten cuidado de dónde esté cuando Pandora deje de ser un problema, con su amor por los dioses creo que serías su primer blanco.

Observé a Odette caminar frente a nosotros. No nos prestaba atención, o eso parecía. La oscuridad dificultaba ver detalles clave y la cantidad de ramas y arboles empeoraba la tarea.

—¿Qué hacías tú en el bosque? —pregunté entonces.

La amazona me observó sobre su hombro un segundo y luego giró la cabeza de nuevo hacia adelante.

—Me dirigía al campamento de las amazonas cuando sentí la huella de tu magia divina. Me desvié porque estaba segura de que eras tú.

Me quedé callada, no tenía intención de seguir hurgando en el asunto.

Intenté concentrarme en otra cosa, en observar el césped mojado o los ardores fríos, en la oscuridad o en mi mano, pero nada conseguía distraerme lo suficiente para no pensar en Andrew.

—Me encontraron poco después de que ustedes se fueron —dijo entonces Odette sin prestarme atención, y aun así sabía que me hablaba a mí—. El grupo de Amazonas que acompaña a Pandora, su guardia real —De nuevo dijo las dos palabras como si fueran un chiste—, me aprisionaron unos días luego de que ustedes visitaran Salem. Pandora se enteró de que fui yo quien le dio acceso a la ciudad y planeó su castigo. Estuve algunos días encerrada bajo la ciudad, encadenada en una celda húmeda y sin comer. Sola. Dijeron que pronto ella decidiría mi castigo, que hasta entonces tenía que esperar...

Tomó aire.

»Y luego hubo mucho caos. Las amazonas que me vigilaban me abandonaron, hubo mucho ajetreo en la Ciudad de las Amazonas y me enteré de la apertura de portales, de lo que sucedió con Hades y de cómo los Dioses Guardianes consiguieron unir de nuevo ambos mundos. Días después Pandora se presentó ante mí —Levantó la cabeza, mirando el cielo. No pude ver su expresión mientras hablaba—. Nunca la había visto en persona, muchas ninfas nunca lo hacen. La mayoría de las veces nos transforma en grupo, solo sentimos que ella está cerca cuando nuestro lazo con la naturaleza se rompe. Para cuando notamos lo que somos ella ya se ha ido.

Hubo un momento de silencio, creí que no continuaría hablando o que olvidó en dónde quedó, pero al cabo de un largo rato retomó la explicación.

»Pensé que moriría ese día, estaba preparada para hacerlo desde que me capturaron. Saber que me reuniría con Louis era un consuelo, lo único bueno que podría sacarle a la muerte. Pandora solo pasó para mirarme, para conocerme, porque no pasó mucho tiempo hasta que se fue. Recuerdo solo una palabra de todo lo que me dijo: «mílo» manzana en griego. ¿Significa algo para ti?

Me observó sobre su hombro con una mirada neutra. Negué con la cabeza, solo eso. Ella regresó a su posición normal y continuó:

»Poco después me sacaron de la celda y me llevaron a un patio con una pequeña tarima; ahí supe que era una ejecución, y no tuve que escucharlo de nadie para entender que era por traición. Cuando me subieron a la tarima y me arrodillaron, cuando estaba lista para morir, ellas llegaron. Pelearon contra la guardia de Pandora, contra sus hermanas amazonas, hasta que consiguieron liberarme y sacarme de la ciudad. Fueron a salvarme la vida, me libraron de la ejecución.

»He estado ayudando a Hipólita desde entonces, necesita mucha ayuda lejos del grupo y le debo mi vida, es lo mínimo que puedo hacer por ahora. Pero solo es temporal, en cuanto salde mi deuda y ellas no tengan que esconderse compraré el primer boleto para ver el Olimpo caer. No descansaré hasta que los dioses nos supliquen perdón de rodillas.

Kirok entrecerró los ojos, mirándola mal. Niké voló más cerca de nosotras, como si intentara retarla o estuviera marcando territorio, con el pecho alto en orgullo y una mirada amenazante.

—¿Luego qué harás? —le pregunté entonces—. Cuando el Olimpo caiga, cuando consumas tu venganza contra los dioses, ¿qué sigue para ti?

Si le sorprendió mi pregunta no lo demostró. Me miró de nuevo sobre su hombro.

—Descansaré en paz o me volveré loca, cualquiera está bien para mí. El final vendrá solo. Llevo cientos de años caminando sobre este mundo, dejó de tener sentido cuando Louis se fue. Cual sea mi destino lo recibiré con los brazos abiertos.

La observé con atención. Lo curioso era que no me importaba si decidía tomar venganza contra los dioses, en especial Zeus.

—La querías de verdad, a Louis. Creo que ahora sé lo que sentiste cuando murió. Duele perder a alguien que te importa.

Regresó su mirada al frente. No mencionó más el tema.

Así caímos en un nuevo silencio durante las horas siguientes.

En algún punto del camino decidí cambiarme los zapatos debido a la insistencia de Kirok, también recibí un par de frutos de ambrosia que Niké me ofreció. El viento frio se había encargado de secarme cuando volvió a llover de nuevo. Esta vez no fue torrencial, solo una lluvia molesta que a pesar de lo suave mojaba bastante.

Odette se protegió con la capa mientras los demás nos mojábamos de nuevo. Me daba igual, después de todo ya no sentía frio.

Al cabo de algunas horas caminando Odette paró frente a una cortina de lianas que caían sobre una formación rocosa bastante alta. Parecía una especia de montaña, pero la oscuridad y la lluvia no me dejaban confirmarlo.

La amazona estiró la mano y la posó en la roca bajo las lianas, dejando que se mojara al estar expuesta. La acarició y luego tomó una de las lianas entre los dedos, la haló con fuerza hasta que arrancó un pedazo. Un olor a sábila brotó del corte, pero el agua pronto aplacó la intensidad del olor.

Masajeó la liana en su mano hasta que algo viscoso brotó del interior, y al exprimir la liana la totalidad de su contenido quedó en la mano de la amazona. Tiró la liana vacía a un lado, con la mano cubierta por una sustancia viscosa y oscura.

Extendió la mano hacia nosotros.

—Sus manos —ordenó.

La obedecí sin cuestionar y como fui la primera que se ofreció tanto Kirok como Niké hicieron lo mismo. Odette untó un poco de la sustancia en mi mano, creando un dibujo circular con patrones triangulares en la palma. Al terminar dijo una palabra en voz baja que no alcancé a escuchar y el dibujo se iluminó de verde fluorescente por unos segundos.

Cuando el brillo se apagó el dibujo había desaparecido, dejando mi piel limpia. Hizo lo mismo con los otros dos, y en ambos tuvo la misma reacción.

—¿Para qué era eso? —pregunté cuando la amazona se dio vuelta de nuevo hacia las lianas.

—Para revelar su verdadera forma. Pandora acostumbra disfrazarse de ninfa para infiltrarse en sus campamentos, así sabe hacia dónde van y las transforma. Sin eso no podrían entrar al asentamiento, primero deben verificar que no se trate de ella.

Parpadeé varias veces.

—Pandora... ¿se disfraza de ninfa?

Miré a At por reflejo y ella asintió, confirmando lo que decía. En una ocasión At me lo explicó, que en ese mundo había deidades capaces de romper algunas reglas, de manejar la percepción como Madre Gea. Si eso era así tal vez me crucé con ella sin notarlo...

—Suele usar nombres que empiecen por la P y usa conjuros de mente para pasar desapercibida —explicó Odette—, les hace creer a las demás que la conocen de toda la vida. Así fusiona.

Me tomó un momento entender lo que eso significaba, y al hacer una breve recapitulación encontré ese detalle que ahora entendía.

«¿Y tú quién e...? Ah, sí, eres Peny, siempre lo olvido.» Había dicho Diana cuando Peny se tropezó con nosotras.

Peny —mascullé con un hilo de voz.

Por eso Diana dudó de conocerla, por eso estaba en el Hogar de Hestia justo cuando encontramos a Áté, por eso me preguntó tanto acerca de Andrew...

El aire no pasó por mi garganta, el corazón me dio un vuelco.

Era ella. Siempre fue ella.

Mi cuerpo entero se estremeció, la lluvia pareció caer en cámara lenta, mis ojos ardieron y mi corazón gritó por mí. No lloré, solo sentí mucha ira, toda yo era solo rabia.

Siempre fue su plan, su objetivo era él porque sabía lo mucho que me afectaría perderlo, por eso esa noche indagó tanto al respecto. Buscaba información y yo se la di, le dije lo mucho que me importa, todo lo que significaba para mí. Le dije que él era mi debilidad.

—No es un buen lugar para usar magia divina, ellas lo sentirán y te verán como un enemigo —dijo Odette, pero no supe de qué estaba hablando.

Quería encontrar a Pandora, quería golpearla, quería hacerla sufrir. No podía ser justo que después de eso ella siguiera por ahí con su vida. Necesitaba que sintiera lo mucho que me había lastimado, que se arrepintiera de haberme quitado a Andrew, que lo lamentara con cada latido y con cada suspiro.

Alguien apretó mi mano justo sobre la muñeca, con bastante fuerza. Por un momento fugaz mi mente me jugó una mala pasada y creí que se trataba de Andrew, sujetando mi mano de nuevo, pero cuando me fijé era Kirok quien lo hacía para llamar mi atención.

—Luz...

Me miró a los ojos, determinado y preocupado, y me hizo una señal para que observaba alrededor. Las gotas de lluvia se habían detenido, suspendidas en el aire como si las hubieran pausado. Las rocas del suelo se elevaban al menos un metro sobre el suelo, junto con algunas plantas sueltas y ramas. No había viento, no se oían ruidos, los arboles no se movían e incluso la noche pareció detenerse.

At pasó por el lado de mis dos amigos y se ubicó frente a mí, con el ceño fruncido y una mirada seria. Me miró de arriba abajo, deteniéndose en mis ojos.

«—Dorado —susurró—. Tus ojos, son dorados. El color de los dioses. —Se acercó más a mí hasta que solo centímetros nos separaban—. Si sigues así activarás el Filtro, así que más vale que te controles.»

La vi alejarse. Todo a mi alrededor seguía suspendido en el aire y en el tiempo. Intenté relajarme, calmar mis deseos de venganza, de frenar mi odio. Pero éste creía a cada segundo, casi devorándome.

Vi a Andrew en mis recuerdos entonces. Ese día en el Olimpo cuando Hades me encerró en una caja de cristal, Andrew puso su cabeza del otro lado del vidrio y me suplicó que me calmara, que me quedara con él, que me controlara luego de saber que Hades mató a Astra.

Me pareció verlo de nuevo, frente a mí, pidiéndome que me calmara, que pensara bien las cosas porque tenía que mantenerme cuerda.

Solté mis manos, esas que sin darme cuenta formaban un puño, y relajé mi cuerpo para que la tensión se fuera. Poco a poco mi cuerpo se relajó, mis ojos dejaron de arder y el mundo volvió a moverse. Las rocas cayeron al suelo con un fuerte estruendo, el agua cayó sobre nosotros como una cascada contenida y el viento sopló con la fuerza retenida.

Respiré profundo varias veces, traté de aferrarme a un recuerdo feliz. Recordé ese día en la Feria Estatal cuando Andrew me ayudó a salir de la casa embrujada; recordé nuestros rostros en la foto que él no quería tomarse pero que yo lo obligué.

Solté un suspiro, Kirok soltó mi mano al ver que regresé a la normalidad pero sus ojos no cambiaron. Debía sentir mis deseos de venganza, mi necesidad de equilibrar la balanza.

Abrí la boca para decir algo, pero en ese momento el suelo se estremeció como si una estampida se aproximara.

Las lianas que cubrían las rocas se abrieron en un camino al igual que las mismas rocas, revelando la entrada a una nueva parte del bosque donde había más luz y de donde salía un intenso olor a lavanda. Dulce, ligero, hasta que ellas aparecieron.

Como tropas bien entrenadas, con lanzas y armaduras, el cabello bien recogido y un cinturón en X lleno de bolsitas y pociones. Parecían un ejército, tanto por su equipo como por su número. Eran iguales a las ninfas físicamente, con diversos colores de pelo y de piel, salvo por las marcas que ellas no enseñaban.

Perdí la cuanta, pero de seguro eran más de cien. Nos rodearon al instante, apuntando sus lanzas hacia nosotros, sin ningún temor en sus miradas, por el contrario todas nos observaban como yo me veía hacía unos segundos: con una insaciable sed y una profunda herida. Así, formadas y armadas, lucían como la contraparte de las ninfas.

Niké continuó volando como si nada, observando a las amazonas como meros bichos sin ningún poder. Mientras Kirok no se alejó de mi lado; tenía los ojos encendidos en rojo pero aun así no hizo ningún movimiento brusco.

Una amazona, alta de piel morena y cabello rojo muy corto, se abrió paso en la formación. Ella tenía una espada enfundada en su cadera con un yelmo sobre su cabeza.

Observó a Odette cerca de nosotros y luego sus ojos nos recorrieron con asco.

—¿Qué sucede aquí? —le preguntó a Odette. Su voz sonó muy ronca, casi masculina.

Cruzó los brazos de forma acusatoria y frunció el ceño hacia Odette.

La mujer, por toda respuesta, soltó un bufido.

—Nada grave, ya deja el alboroto. ¿Dónde está Hipólita? Tengo la información que me pidió.

Intentó caminar a través de la barricada de mujeres armadas, pero no pudo atravesar la primera línea de defensa. La mujer de antes le dio un pequeño empujón en el pecho cuando se le acercó.

—No hasta que nos expliques por qué mierda trajiste a una diosa del Olimpo contigo —Entrecerró los ojos y resopló como un toro—. ¿Acaso piensas traicionar a Hipólita? Por ellos fue que te condenaron en un principio.

Odette alejó su tacto de su pecho de una manotada bastante hostil y brusca, y la observó con desafío, retándola a volverla a tocar.

—Me importa un carajo lo que pienses, Mirra. El que seas la mano derecha de Hipólita no te da ningún derecho ni ventaja sobre las demás, nadie tiene por qué rendirte explicaciones de nada —Se le acercó de forma intimidante—. Quítate ahora o daré la vuelta y tú tendrás que explicarle a tu amada Hipólita por qué no tiene la información que pidió.

Mirra hizo sonar sus dientes ante eso.

A pesar de que Mirra era más alta y corpulenta que Odette, parecía que Odette tenía razón en lo que decía y no tenía miedo de enfrentarla.

—¿Y ellos? —Nos señaló con su dedo sin mirarnos; no apartó los ojos de Odette en ningún momento—. ¿Son tus invitados? ¿Esperas que les ofrezcamos una taza de té y nos sentemos a conversar? Llévatelos de aquí o nosotras los echaremos a golpes.

—No vinimos a pelear con ustedes —intervine, con un tono calmado y lo más amigable que pude—. Solo queremos hablar, cuando nos digan lo que queremos saber nos iremos.

Eso sonó mejor en mi cabeza, pero por la mirada hostil mezclada con odio que vi en los ojos rojos de Mirra supe que aquello sonó más como una exigencia de alguien superior a alguien inferior. Perfecto.

La amazona de piel morena ni siquiera se molestó en hablarnos, tan solo nos miró igual que las demás.

Odette nos miró por un segundo y la miró a ella otra vez, se encogió de hombros como si nada.

—Haz lo que quieras con ellos. ¿Dónde está Hipólita? No pienso repetirlo.

Se sostuvieron la mirada, retándose mutuamente a ceder. Ninguna amazona interfirió y ninguno de nosotros tampoco.

—Estoy aquí. —dijo una nueva voz abriéndose paso por la formación de amazonas.

Recorrió el mismo camino que Mirra hacia nosotros, saliendo del campamento oculto entre plantas y rocas. Su piel bronceada casi parecía dorada, tenía el cabello largo hasta el suelo sujeto en una trenza gruesa de color verde hoja, y sus ojos eran del mismo tono que su cabello. Caminaba con porte, manteniendo su postura recta y pulcra, y una mirada serena pero severa al mismo tiempo, con las gotas de lluvia resbalando sobre su rostro y mojando su cabello antes seco.

El único sonido del ambiente fueron sus pies al caminar sobre los charcos de agua y las gotas de lluvia caer sobre la armadura que llevaba, una armadura negra, que cubría cada parte de su cuerpo.

Su aura, su presencia, se sentía grande y feroz, se sentía como... como la presencia de una reina.

Me observó con los ojos entrecerrados, emanando la misma desconfianza que las demás pero con más discreción. Se refirió a Odette cuando habló.

—¿Me cuentas qué sucede, Odette? Me temo que no comprendo la situación actual.

Su voz sonaba armoniosa y equilibrada, no había ira o rencor, ningún titubeo.

Otra líder perfecta, pensé para mis adentros. Ya no sentía interés por conocer los diferentes tipos de líderes que Diana mencionó, solo quería salir de ese mundo horrible y violento.

Odette asintió, ahora con una mirada más relajada y se le notaba más cómoda.

—Atenea, la diosa que ayudé a entrar a Salem, el motivo por el que casi me asesinan, necesitaba mi ayuda para hablar contigo. —Lo dijo como si fuera una completa ironía, un chiste de mal gusto.

Hipólita me miró con puntualidad, ignorando tanto a Niké como a Kirok que parecían ser mis dos guardaespaldas. No se me acercó, un detalle que se me hizo muestra de su opinión sobre mí.

—¿Y qué podría hacer una simple amazona por su inminencia divina, Lady Atenea? —Lo dijo sin ningún tono en específico, nada que pudiera interpretarse como una ofensa. Pero vaya que lo era.

La miré con toda la seriedad que pude.

—Buscamos a Artemis. Debe estar en alguna parte de este bosque y Odette sugirió que ustedes podrían haberle proporcionado abrigo.

No hubo reacción en su rostro, pero sí en el de Mirra. Sin duda algo sabían al respecto.

—No sabemos nada al respecto —respondió la reina con fluidez—. Pero aunque lo supiéramos, ¿por qué habríamos de compartir esa información con usted? No le debemos nada, no es nuestra obligación hablar cuando usted lo pide.

Así que el sentimiento hacia los dioses era algo que las amazonas compartían.

Di un paso al frente, provocando que todas las amazonas que nos rodearan avanzaran hacia nosotros con las lanzas arriba. Las ignoré y continué mi camino. La lluvia había aumentado hasta el punto que estaba totalmente mojada, escurriendo agua de mi cara y mi ropa.

No le quité los ojos de encima a Hipólita y, para cuando llegué a un metro de ella, Mirra estaba a su lado como un escudo; alcanzaba a sentir las puntas de algunas lanzas sobre mi cuerpo. Había una cerca de mi cuello, presionando con tanto fulgor que podía sentir cómo se enterraba en mi piel.

Hipólita no se inmutó ante mi cercanía, no apartó en ningún momento sus ojos de los míos. Era alta, más incluso que Odette, más alta que Andrew.

—No hacia nosotros, no hacia mí —dije en voz baja—. Su odio hacia los dioses no es más importante que su rencor hacia Pandora. Le tiene miedo, bastante, es por eso que dirige toda esa ira hacia los dioses.

Mirra dio un paso hacia mí.

—¡Cómo te atreves! Nuestra reina no teme ante nada, su espada nunca tiembla ante su enemigo.

Ninguna de las dos la miró.

—No son santos, por lo que si quiere justificar a su especie vino al lugar equivocado. No encontrará redención ni perdón aquí.

—Si en verdad los odiara tanto como afirma dirigiría su ejercito hacia el Olimpo y no se dedicaría a rescatar amazonas condenadas.

—No estoy de su lado.

—No está del de ella.

—Eso no significa que piense aliarme con dioses.

—No le pido que se alíe con nosotros. Nunca fue ni será mi intención. Admito que contar con su apoyo sería una ventaja, pero no estoy aquí para solicitar su ayuda.

Entrecerró los ojos, desafiante. Al parecer su paciencia no era tan grande ni su cordialidad tan sólida.

—No obtendrán nada de nosotras.

—No quiero nada de ustedes. Busco a mi amiga, una diosa al igual que yo. No tengo interés en saber nada acerca de la relación que sostienen con ella, he venido a llevarla a casa.

—Será mejor que se vaya de aquí, Lady Atenea, ya le dije que no obtendrá nada de nosotras.

Sentí la lanza en mi piel, perforando mi delgado musculo. El dolor se sintió estimulante pero no me molestó.

La observé por un momento suspendido, intentando adivinar por qué querían proteger a Cailye y por qué no sentían hostilidad hacia ella. Sabía que Artemis las ayudó mucho tiempo atrás, pero en ese punto comenzaba a creer que era otra cosa.

—No me iré de aquí sin Artemis y tampoco tengo tiempo para ganarme su simpatía, Hipólita. Bajo otras circunstancias lo intentaría, créame que sí, pero no alcanza a imaginarse la urgencia y el cansancio que tengo. Le aconsejo, de la manera más respetuosa y cordial, que no se interponga en mi camino.

Se acercó más, ahora me respiraba sobre la frente.

—No recibimos amenazas de dioses.

No me moví. No le respondí. Solo la miré. La observé fijamente, con todo el remolino de sentimientos en mi interior, con ira, con mucha ira, con tristeza y con desesperación.

Pero aun así ella no se inmutó. Parecía un muro frente a mí, construido especialmente para no dejarme pasar.

Pensé en tomar mi espada, en acabar con eso rápido y poder entrar por Cailye. Lo consideré bien, mi mano tembló por la ansiedad de empuñarla, pero justo antes de que hiciera ese único movimiento que desataría una lucha entre las Amazonas y yo, recordé a Andrew.

«Actuaste como solo tú podías hacerlo».

Tomé aire con dificultad. No podía iniciar un conflicto con las únicas amazonas que no estaban del lado de Pandora solo por tristeza e ira.

Relajé mi cuerpo, sintiendo la punta de las lanzas en mi cuerpo. Y esperé que cualquier cosa que dijera pudiera mejorar la situación.

—No tiene sentido luchar contra ustedes, no son mi enemigo —le dije, alejando la mano de mi espada y mirándola a sus ojos verdes—. No cometeré el mismo error que los dioses ni repetiré las mismas equivocaciones de mi predecesora. Soy una diosa, Hipólita, pero también sigo siendo humana.

Levantó más la barbilla. No le hacía falta ese gesto para intimidarme, su postura ya era suficiente para eclipsarme.

Fue Mirra la que contestó.

—¡Como si los humanos fueran mejores! Quemaron a muchas hermanas en hogueras y las torturaron, al menos los dioses solo nos ignoraron, los humanos nos dañaron directamente.

Cierto. Mala combinación.

Intenté conservar mi calma aun cuando lo único que quería era pasar esa barricada y reunirme con mi amiga.

—Prejuicios, nada más —refuté—. A mí me dijeron que las amazonas era despiadadas y malvadas, brujas. Hasta que conocí a Odette y supe lo que les pasó. Hasta que conocí a Diana y entendí su temor. Todos hemos hecho algo, a todos nos han lastimado; todos somos víctimas y victimarios, todos tenemos algo de lo que nos arrepentimos.

Una de las cejas verdes y tupidas de Hipólita se curvó hacia arriba, intrigada de pronto.

—¿Diana? ¿Acaso la conoce?

Fruncí el ceño levemente. Algo que teníamos en común al parecer.

—Sí. Tuve la oportunidad de conocerla hace poco, es una gran ninfa y líder. Nunca imaginé que usted también lo hiciera.

Negó con la cabeza sin cambiar su postura. Noté incluso que mantenía convenientemente su mano cerca de su arma.

—Conocí a su madre. Me sorprende que le permitieran su compañía, no confían en desconocidos.

Ahí estaba de nuevo. Disfrazaba sus verdaderas intenciones con palabras educadas, sin ningún tono incluso llegaba a parecer genuino su respeto. Nada más falso.

—Aun así me temo que no concederé su acceso a nuestro campamento, Lady Atenea. Como sabrá no estoy obligada a hacerlo, por lo que le repito que se retire junto con sus acompañantes. Odette no está autorizada a traer invitados sin avisar, no nos agradan las sorpresas.

Intenté ver algo más en su rostro, alguna pista de cómo convencerla, qué decirle o qué ofrecerle. Pero solo vi orgullo. No importaba lo que hiciera, por el simple hecho de ser quien era me seguiría rechazando.

—Lo entiendo. Alguien me dijo una vez que este mundo está lleno de líderes dispuestos a lo que sea con tal de proteger a los suyos. No la culpo por considerarme una amenaza, le sorprendería la cantidad de veces que me ha pasado en este mundo. Teme por la seguridad de su pueblo de la misma forma que yo tempo por el bienestar de mi amiga.

Nada. No había reacción. No había forma de que uno de mis discursos, ni el don de la elocuencia, pudieran hacer por ella.

La comisura de sus labios se movió levemente hacia arriba. Me observó con una mirada arrogante, subiendo más el mentón. ¿Y esa era la reina de la que hablaba Odette? Ahí no había ningún beneficio de duda.

—He vivido muchos años y oído muchas cosas, Lady Atenea. No hay nada que me diga que pueda hacerme cambiar de opinión.

Me mordí la lengua, acorralada.

Vi entonces a At a mi lado. Traté de no mirarla directamente para no levantar sospechas. Ella se movió por el lugar como si nada, observando a Hipólita de arriba abajo con atención. Al terminar se paró su lado sin dejar de mirarla.

«—Pregúntale acerca de su cinturón»

Dibujé un gran «¿qué?» en mi cara. At me miró.

«—Hazlo. Su cinturón es como su corona, sin él no es una verdadera reina. Estaba en el Olimpo la última vez que lo vi, si sigue allá tienes algo que canjear.»

Rectifiqué mi postura aunque eso rozara mi piel con la punta de las lanzas cercanas.

—¿Y su cinturón? Ahora que me fijo veo que no lo lleva puesto.

Lo dije de forma casual, como quien menciona un collar. Pero la reacción en su rostro, el cambio, fue algo que me tomó por sorpresa. No esperé algo tal radical; la vena brotada en su sien al oírme fue la primera advertencia.

Eso fue suficiente, eso consiguió sacar a relucir a la verdadera Hipólita.

En un segundo noté la forma en la que apretó los dientes y al siguiente sentí su mano sobre mi cuello. Me levantó de un rápido movimientos, dejando ver el brillo rencoroso de sus ojos verdes al mirarme y sus labios fruncidos al igual que su entrecejo. Si su reina odiaba a los dioses con tal ahínco, no me sorprendía que las demás amazonas también.

No me resistí, ninguno de mis amigos se metió y tampoco lo hicieron las amazonas. Era ella y yo, nada más y nada menos.

—¿Dónde está? —preguntó en un tono marcado, ejerciendo más precio en mi cuello.

Mis pies se suspendían el aire, mi cuello dolía y era difícil respirar. Aun así no me resistí, no era suficiente para matarme y ambas lo sabíamos.

—Déjame ver a Artemis y te lo diré —alcancé al balbucear, con la cara roja y harta de encontrarme siempre en esa situación.

Ella gruñó con fuerza y me miró con todo el odio que pudo. Me soltó luego de gruñir, sin ningún cuidado, y caí al suelo sin protección, golpeándome contra el lodo y ensuciando todavía más mi ropa. Me observó desde arriba como si fuera una peste despreciable.

Se tomó su tiempo. No dijo nada, tal vez sintió que en ese estado era mejor guardar silencio, pero sí se apartó varios metros de mí como si buscara aire y concentración.

Me levanté del suelo, mojada hasta la ropa interior y escurriendo agua de las gotas que aun caían sobre nosotros. Gran clima para hablar.

Mirra corrió a su lado junto con otras tres amazonas y todas ellas le decían algo que no alcancé a oír. Alegaban, se notaba que discrepaban respecto a algo.

—Eso es jugar sucio —comentó Odette cerca de mí. Tenía los brazos cruzados y observa la escena como si fuera una película. Me dedicó una mirada de desaprobación—. Incluso para ti.

¿Lo era? No me importaba si lo era. Pero aun así miré a At con la intención de reunir un poco más de información.

«—Un cinturón que le regaló Ares, es el símbolo de la fuerza y el poder, importante para Hipólita si reinar es su deseo. Más valioso que cualquier corona o título, el poseer el cinturón habla por sí solo. Hércules se lo quitó y al morir fue a parar al Olimpo. Las amazonas no entran al Olimpo sin permiso, dudo siquiera que supiera en dónde estaba.»

Al cabo de unos dos minutos la reina se acercó a mí otra vez, y aunque las demás habían alejado sus lanzas también era cierto que no pensaban bajarlas.

Su mirada gélida me habría generado un escalofrío de no ser porque estaba empapada y no podía sentir más frio; bajo la lluvia todo parecía muy superficial.

—El cinturón, ¿dónde está? —dijo ella en tono autoritario y definitivo—. Si me informa su ubicación consideraré dejarla pasar.

No era que fuera necesario que lo confirmara, pero el hecho de que dijera eso me daba la seguridad de que resguardaban a Cailye.

Negué con cabeza.

—Personalmente se lo entregaré luego de hablar con Artemis.

At me lanzó una rápida mirada con los ojos abiertos de la sorpresa. Al parecer no era eso lo que tenía en mente que dijera.

Hipólita entrecerró los ojos y, con sigilo, apretó sus manos en puños tras su espalda. ¿Era tan complicado? No sabía la relación que tenían con Cailye, pero tampoco era como si yo fuera a hacerle daño.

—¿Cómo me garantiza que lo hará? Perdone usted, Lady Atenea, pero me reservo mi discreción.

Si supera que su forma de hablar no encajaba con su tamaño y su armadura.

—Ninguna. Sé en dónde está, debería bastarle con eso.

Me sostuvo la mirada por un rato eterno. La briza de antes fue reemplazada por un diluvio otra vez, pero eso a las amazonas parecía tenerlas sin cuidado. Y a mí también, no quedaba nada por mojar, esa lluvia no podía llevarse nada que no me hubieran quitado ya.

Al rato la reina estiró el brazo, tendiéndome la mano. El mismo gesto que hizo Perséfone antes de amarrarme con un trato incierto. Suspiré en cuanto noté sus intenciones. ¿Qué daño podría hacerme un trato más? Al menos ella no era la reina de los muertos.

—Mi cinturón a cambio de una audiencia con Lady Artemis —decretó con palabras claras y especificas—. Una vez hable con ella deberá entregarme el cinturón.

Negué con la cabeza.

—No lo tengo conmigo. Necesito tiempo para conseguirlo.

—¿Cuánto? —insistió, aun con la mano extendida.

—Dos meses a partir de este momento. Hallaré la forma de entregárselo, lo prometo. Y necesito un tiempo justo para hablar con ella, no cinco minutos. También necesito una garantía de que si irse es lo que ella desea luego de hablar, ustedes no lo impedirán.

—No podríamos retener a Lady Artemis aunque quisiéramos. No obstante, considero que dos meses es algo excesivo.

—Necesito arreglar muchas cosas, el cinturón no es una prioridad, pero prometo cumplir mi palabra si usted accede al trato.

Lo pensó unos segundos más, hasta que tomó aire para inflar su pecho.

—Quince minutos.

—Cuarenta —repuse.

—Treinta. Entrará sola y sin armas, acompañada en cada momento. Si usa magia nosotras lo sabremos, así que no intente nada irracional. La escoltaré personalmente hasta los aposentos de Lady Artemis. Espero que usted cumpla también con su parte, debe saber que quedará atada por medio de un trato entre deidades, nada puede romper esa palabra.

Estiré mi mano y apreté la suya, de la misma forma que hice con Perséfone. Esperaba que eso de recurrir a tratos y promesas no se hiciera una costumbre. Hubo un brillo que unió nuestras manos, pero fue tan fugaz como la última vez.

«—Conseguir ese cinturón no será fácil, Zeus no dejará que lo tomes, mucho menos para devolvérselo a Hipólita. Espero que sepas lo que haces y no abuses de la palabra de un dios. Son promesas que no puedes romper.»

Era algo que me esperaba. Sabía que no sería fácil y que era un asunto del que debía ocuparme tarde o temprano. Pero en ese momento Cailye era mi prioridad. Tomaría cualquier camino que me llevara a ella.

Hipólita me condujo a través del campamento, un espacio protegido por plantas y árboles que le daban una forma redondeada al lugar, a salvo de la torrencial de lluvia que caía en el exterior como si fuera una gran sombrilla. Había mucha luz verde proveniente de plantas fluorescentes, dándole al lugar esa sensación de misticismo que empañaba la Ciudad de las Amazonas en Salem.

La oscuridad de la noche y la nula luna les otorgaban más importancia a las luces de neón que representaban las plantas mágicas; parecía una cueva con no más que aquellas luces para guiarse. Había amazonas en todo el amplio lugar del tamaño de más o menos tres canchas de futbol americano, recostadas en los árboles o al pie de estos.

Un grupo en particular llamó mi atención; eran cinco amazonas en círculo con varios pedazos de plantas y otras cosas a su alrededor, y en medio una pequeña olla con un líquido azul en ella. Burbujeaba mientras decían unas palabras que no alcancé a oír, estaban tan concentradas que pudieron ser las únicas que no notaron mi presencia.

Otro grupo estaba en un huerto de no más de dos metros cuadrados, cuidando del cultivo. Y otro grupo se encontraba entrenando con lanzas y espadas en un área más abierta.

Pero al igual que las oréades, éstas también detuvieron sus actividades al verme pasar. Me sentí desprotegida por no contar con Niké y Kirok, mucho más sin mi Arma Divina, pero esa era la única forma de recuperar a Cailye. Sonreí sin gracia al recordar el recelo de Kirok al dejarme entrar sin protección, pero nada pudo hacer al respeto, era algo que haría de todas fromas.

La reina y su, al parecer, mano derecha no dejaban de caminar a mi lado. Me vigilaban de cerca, observaban cada uno de mis movimientos.

Un instinto profundo me dijo que debía preguntar sobre cualquier cosa mientras avanzábamos por toda la mitad del campamento, como atracción turística en pueblo pequeño. Pero la tristeza que aun sentía por Andrew no me dio una buena idea de qué preguntar. Y la situación tampoco se leía positiva.

La tensión en el ambiente era palpable, se sentía peor que la vez que me escabullí con Andrew en Salem. Ahora estaba a vista de todos, sola, y ellas no podían estar más cuerdas y consientes. Incluso me llegué a preguntar qué haría si algo salía mal. No veía salidas secundarias y el domo de plantas que protegía el lugar lucía resistente.

Nos detuvimos frente a una tienda hecha de hojas y madera, alta, muy similar a una pequeña cabaña. Su estructura firme permitió que una de las amazonas que nos escoltaba se adelantara para abrir una especie de cortina como si nada. En el interior solo había oscuridad.

—Está adentro —comunicó la amazona que nos mostraba la entrada.

Avancé, dispuesta a entrar a la penumbra, pero Hipólita se me adelantó entrando ella primero. Mirra en seguida se ubicó al lado de la entrada, dándole la espalda como un guardia de seguridad. Me dedicó una mirada de desprecio pero no dijo nada.

—Adelante —insistió la amazona de la entrada.

Claro, Hipólita no me dejaría hablar a solas con Cailye y Mirra no bajaría la guardia.

Suspiré y me resigné a entrar sin protestar. Su territorio sus condiciones, muy a mi desgracia.

Me recibió la pura oscuridad. No había plantas fluorescentes en aquella tienda ni luz de vela, solo oscuridad. Tuve que usar un conjuro simple para ver en la oscuridad, pero aun así solo veía siluetas y formas.

Noté que había una cama al fondo, con un par de muebles a sus lados y una diminuta silla que en realidad se trataba de un pedazo de tronco. En la cama había un bulto; al principio cuando me acerqué no tenía forma de nada, pero cuando me paré frente a la cama noté que en realidad se trataba de una persona tumbada con el cuerpo recogido.

Cailye. Mi corazón se agitó al saberlo, dolió. Mis ojos ardieron. Pero hice el esfuerzo de no llorar, de no derrumbarme ahora que estaba frente a mí.

Me senté en el tronco de madera, consciente de la cercanía de Hipólita y a sabiendas de que no podríamos tener la privacidad que me gustaría.

No dije nada mientras lo hacía, y al acomodarme encendí una pequeña luz en mi mano que nos diera algo de luminosidad. La pequeña luz blanca flotó hasta funcionar como bombilla sobre nuestras cabezas, su luz era débil pero al menos iluminaba lo suficiente para ver el rostro de Cailye. Había aprendido ese truco de Andrew.

Su cuerpo estaba en posición fetal, abrazaba sus piernas con sus manos y ocultaba su cabeza entre sus rodillas. Su cabello estaba suelto, no había rastro de sus coletas, y sus dedos estaban llenos de tierra, como si hubiera estado cavando. Estaba empapada pero no parecía sentir frio.

Intenté tocarla, extendí mi brazo hacia ella, pero enseguida me detuve y lo retiré. Quise tragarme en nudo de mi garganta, pero era del tamaño de una manzana.

Algo debió ver la reina en mi rostro, a lo mejor vio mi pesar, mi tristeza o mi preocupación. Porque entonces ella habló:

—Una amazona la encontró vagando por el pie de la cordillera, la reconoció y la trajo hasta el campamento. No sabemos lo que pasó, no ha dicho nada desde que llegó; no nos recibió bocado, solo se acostó y desde entonces no se ha movido.

Mi corazón se encogió.

No estaba dormida, aunque no tomara las algas aun el efecto de la última dosis que tomamos juntos no desaparearía. Pero al menos dejó de intentar locuras, prefería que se petrificara en una cama a que se tirara de un barranco.

Y estando ahí, frente a ella, con su cabello sobre su cabeza y la cama de hojas, su ropa sucia y mojada, y sus manos llenas de barro, no supe qué decirle. No había y nunca habría palabras suficientes, no había nada que pudiera decirle que cambiara la situación y mucho menos lo que pasó.

Tomé aire luego de un largo rato de silencio y meditación, y me armé de valor para empezar por alguna parte.

—Lo sé.

No se me ocurrió otra cosa, y cuando lo dije comprendí por qué Andrew lo decía todo el tiempo. Saber. A eso se refería. A empatía.

Para mi gran sorpresa, eso consiguió que mi amiga moviera la cabeza. Vi su cabello removerse, sus piernas aflojarse, hasta que sus ojos se asomaron sobre sus rodillas. Solo sus ojos, rojos e hinchados de tanto llorar, sin brillo alguno, sin alma.

Pero aun así ella no dijo nada. Me miró, o eso quise creer, lo cierto era que no parecía mirar a ninguna parte.

Silencio de nuevo. Pasaron al menos tres minutos hasta que volví a hablar.

—Es egoísta pedir que te quedes, me puedo hacer una idea de cómo te debes estar sintiendo. Y no lo haré. No es justo para ti, no te pediré que sigas en un mundo en donde no está tu familia. Porque sé que si para mí es duro para ti debe ser insoportable. Puedes tener muchos amigos que te quieren, pero no es lo mismo y tampoco es suficiente. Sin embargo, tampoco te dejaré sola.

Ninguna reacción.

»No puedo decir que sé cómo te sientes, solo puedo imaginarlo. Pero te entiendo. Y si hubiera algo que pudiera hacer por ti lo haría, sin importar lo que fuera, sin importar el costo. Pero solo hay una cosa que no puedo hacer y es lo que más tú deseas. No puedo traerlo de vuelta, créeme que también me gustaría que fuera una opción, pero no lo es. Lo lamento.

Tomé aire, intentando ser más positiva.

»Pero no es todo, no es el fin. Pronto amanecerá, pronto la luz va a aparecer. Habrá un mañana y un día siguiente, pasarán las semanas y luego pasarán los meses hasta volverse años. Ahora te sientes así, pero en un tiempo ese dolor será soportable. Niké me lo mostró, me dijo que aunque es difícil es posible. No tomes decisiones así, no pierdas la esperanza.

Tan solo me miró sin decir palabra.

«Pero no estará a su lado» pensé.

Me contuve para que el nudo en mi garganta no me hiciera llorar, pero no podía controlar el ardor de mis ojos.

—Te ama —solté sin pensar, al filo de soltarme a llorar también—. Te ama y le rompería el corazón saber que estás así. Sigues siendo su hermana, ¿cómo te sentirías si fuera al contrario? Créeme que él no quiere que lo sigas, no quiere que ninguna lo haga. ¿Cómo podría? Tan solo... tan solo debemos seguir caminando...

«Eso ni yo me lo creo»

Ahí me rompí, de nuevo. El nudo en mi garganta se expandió y cuando me di cuenta lloraba a moco tendido. Como una bebé. Con lágrimas y gruñidos, con sollozos, con ira y desolación.

Se trataba de hacer sentir mejor a Cailye, de hacerle ver que no era el fin... Pero me desmoroné. Me dejé llevar y ahora estaba igual que ella.

Acaché la cabeza sin poder dejar de llorar. No podía mirar a Cailye de esa forma, no podría ofrecerle seguridad viéndome así. Tenía que apoyarse en mí, en sus amigos, pero si ese apoyo caía ella no tendría de dónde sostenerse.

—Lo extraño —grité entre sollozos—. Odio esto, odio que no esté y odio repetirme que debo seguir adelante con la esperanza de poder creérmelo. Odio dar un paso frente al otro y saber que no está cerca de mí. Odio que haya sido... tan poco tiempo. Tú lo tuviste toda tu vida, tienes muchos recuerdos con él que te ayudarán a avanzar, pero apenas lo conozco hace cinco meses, no fue suficiente... No es... justo...

«Puedo olvidar y encontrar a otra persona, pero ella no puede encontrar a otro hermano». Me odié por pensar eso, por creer que nuestro sentimiento se podía comparar. No era remotamente parecido.

Perder a Andrew era diferente para ella, porque aunque ambas lo queríamos el amor entre ellos era distinto. No podía comparar lo que significaba para mí su ausencia con lo que significaba para ella.

»No puedo ayudarte... No hay nada que diga que pueda ayudarte, ¡ni siquiera eso puedo hacer por él! Lamento tanto no poder cambiar las cosas. Lamento que tenga que ser así... ¡Debí obligarlo a quedarse! Es mi culpa, sabía que no debía venir pero él insistió por mí. Pude... evitarlo...

Fue entonces cuando lo sentí. Un tacto frio sobre mi cabeza, suave y delicado. Mi mente volvió a jugar conmigo y por un breve instante creí que se trataba de Andrew, repitiendo ese gesto que él usaba conmigo, pero en realidad era la mano de Cailye.

La miré de golpe, sorprendida y aliviada, a la espera de sus palabras. Pero ella se limitó a mirarme, no dijo nada, no hizo ningún gesto.

Y luego me abrazó.

Fue tan inesperado que pegué un respingo cuando sentí su gesto de afecto. Se sentía bien, acogedor, tierno, consolador... Se suponía que era yo quien iba a consolarla y darle ánimo, no al contrario.

Pero aun así no dijo nada. Me abrazó en silencio, en la penumbra, de una forma casi desgarradora. No temblaba, no lloraba, pero algo me decía que por dentro todo era caos. Tal vez fue el Filtro, o intuición, pero en verdad pude sentir el dolor que se la comía por dentro.

Cuando me alejó casi me vuelvo a lanzar sobre ella en busca de sus brazos, eran tan similares a los de su hermano que quería quedarme así un poco más.

Me miró a los ojos, los suyos apagados e hinchados, y asintió. No supe a qué asintió ni entendí muy bien el mensaje, pero yo también lo hice.

Lucía tan diferente con el cabello suelto y sin su sonrisa que parecía otra persona, como si hubiera envejecido de golpe varios años.

Fue entonces cuando se oyó el primer trueno. Resonó como una bestia rugiendo en todo el lugar, zumbando la pequeña choza y el suelo.

Hipólita puso su mano en el mango de la espada, lista para desenfundar. Y en vista de su estado de alerta yo también brinqué de mi asiento, incluso imité su gesto hasta que recordé que estaba desarmada.

—¿Qué sucede? —le pregunté a la reina, limpiando mis mejillas.

Ella no me miró cuando respondió, miraba el techo como si se fuera a caer en cualquier momento.

—Zeus. Está enojado. Cuando lo está Gea Hija Norte y parte de Gea Hija Sur y el continente mayor son azotados por truenos y rayos. Hasta que su enojo no pase seguirán cayendo, en donde sea, destruyendo lo que toque.

El plazo se cumplió. Ya debió amanecer, el ultimo día helio del plazo acordado llegó a su fin.

Hipólita frunció el ceño.

—Debemos movernos —caminó hacia la salida, gritando ordenes como ingredientes de concina—. ¡Muevan los cultivos! ¡Trasladen los calderos! ¡Guarden las armas y recojan las trampas! Nos vamos de aquí ahora mismo.

Se fue, dejándonos solas como si se hubiera olvidado de nosotras. Al parecer pasamos a ser el menor de sus problemas. Imaginé que después de verme llorar como una recién nacida y ver a una moribunda Artemis su percepción sobre nosotras cambió.

Miré a Cailye de nuevo, ella observaba la salida como un muñeco.

—Nosotras también debemos irnos. Aun debemos terminar el trabajo por el que estamos aquí.

Otro trueno sonó, esta vez hubo un flash que iluminó la choza. Cailye me miró sin decir nada, resignada. Pero el asunto con ella aun no concluía.

De nuevo de oyó un trueno, ahora mucho más grave y feroz. Furioso. Sin duda Zeus estaba enojado.

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