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25. Preferir la muerte


Human - Christina Perri

No sentía dolor, no sentía tristeza. No lloraba. No gritaba. Nada. Yo me había vuelto nada.

Mejor así. Sin nada. Hundiéndome en la inexistencia en la que me encontraba. No quería recordar, no quería sentir, solo quería quedarme en esa posición hasta que mi cuerpo muriera de inanición.

Solo estaba ahí. Ni siquiera sabía en dónde. Tenía las piernas recogidas y estaba sentada en el suelo, recostada contra una pared fría. Todo era blanco, el suelo y las paredes, y si ese era el techo también era blanco. No sabía en dónde comenzaba cada uno y tampoco me importaba.

Incluso yo estaba vestida de blanco.

Si el tiempo estaba corriendo no lo sentía. Yo solo era un cascarón vacío que ni siquiera era capaz de llorar.

Escondí la cabeza entre mis rodillas y así me quedé por lo que me pareció una eternidad. Sabía que debía estar triste, destrozada, pero ya no recordaba por qué. Había inquietud en mi pecho, una sensación amarga y fastidiosa que no se alejaba con nada, pero no sabía de dónde venía.

Al cabo de un rato escuché pasos de alguien próximo. Levanté un poco la cabeza, lo suficiente para observar a la recién llegada.

Me quedé con la boca abierta al observarla, con los ojos bien abiertos y el cuerpo petrificado. No sabía a qué parte de su cuerpo mirar, no sabía cómo me tenía que sentir.

Era yo. Mi cabello, mis ojos, mi cuerpo. Vestía incluso como estaba en ese momento. Y sonreía. Me observó desde arriba con una sonrisa dulce y preciosa, ¿así me veía yo cuando sonreía? Había alguien al que le gustaba mi sonrisa, pero no conseguía recordar quién.

—¡Hola!

La otra chica habló, o mejor dicho la otra yo, con mi voz. Lucía alegre y despreocupada, como un ángel que no tenía ninguna pena.

—Hola.

Inclinó la cabeza a un lado cuando le contesté sin entusiasmo. Debía verme tan gris a su lado como me sentía. Un dibujo inanimado, una pintura a blanco y negro.

—¿Puedes levantarte? No te escondas, quiero verte bien.

Sonaba tan extraño escucharla hablar con mi voz en un tono que contrastaba tanto con el mío. No me gustaba.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres? —pregunté en cambio, sacando por completo mi cabeza del escondite.

En ese punto de mi vida no debía sorprenderme tanto una cosa así.

—Estás aquí. Aquí, aquí.

—¿Aquí?

—Sí. Aquí. Dentro de tu cabeza. Es tu subconsciente, la parte de ti que permanece activa cuando tu cuerpo no está consciente o no conecta con tu cerebro.

Miré hacia todos lados. Solo había blanco y mucha luz, como un cuarto cerrado. Siempre pensé que mi subconsciente estaría hecho un caos con múltiples papeles y bocetos de ropa por todas partes, versiones de mí misma yendo de un lado a otro y mucha basura regada por ahí, junto con tela de muestra y piezas a medio terminar. Pero ese lugar era limpio y... Y no había nada.

—¿Cómo llegué aquí? No recuerdo lo que hacía antes de esto.

Mi otra yo apretó los labios y volvió a inclinar su cabeza a un lado. Se veía tierna.

—Es el último paso, creo. Normalmente las personas no tienen acceso a su subconsciente además de los sueños, pero contigo hicieron una excepción. Es muy difícil conectar ambas partes, solo entre las dos pudieron conseguirlo.

Levanté más la cabeza y fruncí el ceño.

—¿Quiénes?

—Perséfone y Hera, por supuesto. Ambas son expertas en estos temas, pero solo juntas consiguieron darte una última decisión. Y lo hicieron justo a tiempo, de haber tardado un segundo más te habrías ido para siempre.

—¿Ultima decisión? ¿De qué hablas? Ni siquiera me has dicho quién eres.

Eso pareció recordarle algo importante.

—¡Cierto! Lo siento —Extendió su mano hacia mí—. Soy tu conciencia. Esa que siempre te dice que corras soy yo. Sé que puedo ser muy pesada, pero la verdad es que pocas veces me haces caso.

Tomé su mano y cuando lo hice además de saludarme me ayudó a levantar. Era de mi misma estatura, de pie era como verme en un espejo. Un espejo roto porque ella sonría y yo no.

—¿Y qué hago aquí? Sé que hay algo importante que debería estar haciendo, pero ya no recuerdo qué.

—Es como te dije. Querían darte una última decisión, ayudarte. Estás al borde de la perdición y salvarte significa salvaguardar la Luz de la Esperanza. Pandora está muy cerca esperando el momento justo luego de que perdieras el control, tus amigos tratan de traerte de vuelta pero estás en un punto indeciso. No pueden recuperarte si tú no quieres volver.

—¿Q-Qué?

Casi me desplomé de nuevo sobre el suelo, pero ella me sujetó ambos brazos para que no me fuera de bruces.

Asintió y continuó.

—Sufriste un trauma. Eso rompió el sello que Hera puso sobre ti y el Filtro se reactivó. Tomó tus sentimientos y los de tu amiga e intentó purificarlos, pero como sabes está roto y no se puede usar. Estás en la fase final de tu transformación, se supone que es un punto sin retorno pero en tu caso es la última elección que tienes. Y es meramente tuya, nadie está aquí para decirte qué elegir. Eres lo único que queda de ti antes de que la oscuridad consuma tu energía divina y te conviertas en un Ser de Oscuridad, si eso ocurre la Luz de la Esperanza se extinguirá. Eso si Pandora no la consigue antes.

¿Un trauma? ¿Qué pasó? Sentía que era algo desgarrador, algo que no quería recordar a toda costa, pero el no saberlo solo hacía que la incertidumbre aumentara.

—Pero Logan... él puso un seguro en el intercomunicador...

—¡Oh! Eso. Sí. Tu familiar te lo quitó cuando pasó lo que pasó, de alguna manera supo que eso te mataría. Actuó a tiempo, de no ser por él en este momento estarías muerta.

Pero ese era mi seguro, lo único que me garantizaba que no lastimaría a mis amigos. Sin él entonces yo... No, no podía estar pasando.

Ver la expresión de mi conciencia no ayudaba a relajarme.

—¿Es incómodo para ti? Esta forma —quiso saber.

La miré de pies a cabeza.

—Bastante.

Asintió, comprensiva. Sus ojos ámbar brillaban con entusiasmo.

—Vale. Cambiaré para que te sientas más cómoda y podamos hablar.

Se alejó unos pasos de mí y su cuerpo se iluminó con una luz blanca. Pronto su cuerpo entero incluido su rostro desparecieron en el interior de la luz.

Me segó un momento. No fui capaz de ver esa transformación, pero cuando la luz paró y retiré los brazos de mis ojos, lo vi.

Era él. Vestido de blanco completamente, con el cabello más ordenado que de costumbre y con una sutil sonrisa en el rostro.

Era Andrew.

Dolió. Sentí una opresión en el pecho como si alguien me estrujara el corazón. Mi cabeza se estremeció tres veces, cada una peor que la anterior. Y mi cuerpo tembló con un frio inexistente.

Recordé su mirada cuando Pandora lo apuñaló, la sonrisa de aquella mujer cuando él cayó al vacío. El grito de desesperación de Cailye. Y luego nada.

«No. No. No no no... ¡NO!» No podía ser así, tenía que haber visto mal. Andrew no podía... Él no podía irse, dijo que nunca se alejaría de mi lado, ¡dijo que nunca soltaría mi mano! No podía... ser cierto. Todo se trataba seguro de un mal entendido.

Quise gritar, abrir la boca y llorar como jamás lo había hecho en mi vida. Tirarme al suelo y arrancarme cada uno de mis cabellos. Pero nada salió. Me quedé en el mismo lugar, estrujando mi pecho como si eso calmara mi dolor; no lo hacía, por el contrario.

—¿P-Por qué no puedo l-llorar?

La sonrisa sutil del rostro de mi conciencia, esa que ahora lucía como mi querido Andrew, se esfumó. Vi pesar en sus ojos, observándome como si sintiera lastima por mí.

Estiró su mano hacia un lado, cerró los ojos y emitió un nuevo brillo mágico.

Todo a nuestro alrededor cambió entonces. Todo lo blanco fue reemplazado por una especie de pantalla en cuarta dimensión que captaba cada detalle del entorno.

Estaba oscuro al comienzo, con mucho viento como si estuviéramos en el centro de un tornado. Había nieve por todas partes atrapada por la corriente del viento, rayos violetas y verdes, y sonidos furiosos que provenían de todas las direcciones. Al comienzo parecía estar atrapada en una tormenta sobrenatural, pero pronto todo tomó sentido.

Ahí estaba yo, en medio de la tormenta. Estaba parada en todo el centro como si no existiera ese tornado a mi alrededor, con el cabello preso por la corriente y un aspecto aberrante.

Las marcas de mi cuerpo, aquellas venas oscuras que hacía tanto tiempo no veía, ya no eran violetas, ahora eran completamente negras y cubrían cada parte de mi cuerpo. Llegaban hasta mi rostro, ramificándose por mis contornos y dejando libre solo algunos espacios de mi cara. Tenía los ojos negros, consumidos por el iris y sin ningún brillo. Las uñas de mis manos estaban largas, como las de las Gorgonas. Y mi ropa estaba rasgada en varias partes. Había un humo negro que me rodeaba como un aura, un humo que parecía querer consumir todo de mí.

Gritaba con todo el poder de mi garganta, lloraba con desesperación. Mis lágrimas eran negras al resbalarse por mis mejillas, como el petróleo. Y mi cuerpo emanaba vapor al contrastar tanto de temperatura interna como externa.

Me dejé caer en mi subconsciente, con los ojos bien abiertos y la boca en una perfecta O. Temblaba. Y aun así, mientras yo más sentía tristeza, ira e importancia, mi cuerpo lloraba con más intensidad.

No veía razón, no había nada más para mí que mi dolor y mi pesar. No tenía consuelo. No tenía esperanza. Los gritos que salían de mi garganta solo se comparaban con los gritos de los demonios de Hades. Yo me veía como un demonio, como un monstruo.

Apreté con fuerza mis dientes esperando que eso menguara un poco todo lo que sentía, todo lo que me consumía, pero cada intento mío por dejar de sentirme así solo lograba que mi cuerpo en medio del caos soltara alaridos más altos y llorara con más fuerza.

Mis manos estaban negras, ya no eran solo las venas de mi cuerpo, también mi piel. De seguir así en poco tiempo todo mi cuerpo sería solo oscuridad y olvido, agonía y muerte.

—Lo que sientas aquí será reflejado en tu cuerpo —dijo mi conciencia con la voz de Andrew, desgarrándome por dentro. En respuesta mi cuerpo cerró los ojos como si fuera incapaz de soportar todo eso con los ojos abiertos—. Aquí eres solo una proyección de ti misma, una parte de ti, la otra parte está atrapada en tu cuerpo, siendo devorada por la magia oscura de Hades que habita en tu interior.

Intenté mirarlo, pedirle que cambiara de apariencia o al menos no usara esa voz, pero no me podía mover. Lo único que quería hacer era detener mi sufrimiento. No podía seguir viéndome así, perdiendo la poca humanidad que aún conservaba.

En ese momento alguien corrió hacia mí. Rápido, intentando evadir la tormenta que se alzaba a mi alrededor. Un punto amarillo en medio de la oscuridad me dijo de quién se trataba; en cuanto lo supe sentí como si mi corazón se encalambrara.

No se veía con intenciones de salvarme como la última vez, no lucía con miedo en sus ojos oscuros, esos que eran iguales a los de su hermano. No. La expresión en sus ojos y la forma en la que prácticamente se tiró frente a mí, sin ningún tipo de protección o arma, me dijo cuál era su intención. Y saberlo me desgarró todavía más por dentro, sentía que no tenía fuerzas suficientes para ponerme de pie.

Sus ojos no tenían brillo, su cuerpo no tenía fuerza para levantarse una vez se arrodilló en el suelo a pocos metros de mí. No había nada en ella, ni siquiera locura. Nada. Alzó la cabeza para mirarme, pero cuando lo hizo no pareció verme a mí, veía su oportunidad.

Suplica. Un único deseo.

Mi cuerpo se lanzó sobre ella sin pensarlo dos veces, con las manos negras al frente y las uñas dispuestas a hundirse en su carne. Ella no se inmutó ante mi reacción; eso era lo que esperaba.

No reconocía enemigos de aliados, para ese monstruo que usaba mi cuerpo todos eran objetos. Y desde mi subconsciente no podía hacer nada para controlarlo.

—¡ALTO!

Grité con todo lo que pude desde mi posición, con cada lagrima y con cada suplica, con cada latido de mi corazón y con todo el cariño que sentía por ella y por su hermano.

«NO». No a ella, no otra vez, no ahora.

En respuesta mi cuerpo vaciló. Por un segundo mis piernas temblaron y mis manos se detuvieron en el aire.

Eso fue suficiente. Vi las alas doradas como un flash frente a mis ojos antes de verla a ella.

Cuando mi cuerpo dejó de dudar y siguió con sus acciones, el objetivo había cambiado.

Niké se interpuso entre Cailye y yo, sirviendo de escudo para ella ante mí. Mi mano, negra como la grava, se hundió en su espalda, justo donde sus alas conectaban con su cuerpo. Casi pude sentir la sangre, la textura de sus músculos al ser perforados, incluso los huesos.

Mi mano atravesó hasta el otro lado de su cuerpo, pasando milagrosamente cerca de su corazón. Sentí cómo palpitó a un lado de mi brazo; sin duda le había dado a un pulmón. Pero aun así ella no gritó, no me devolvió el golpe, no se movió. Cailye tampoco hizo nada. Vi cómo cayeron pequeñas gotas de sangre roja mezclada con dorado sobre su rostro, pero sus ojos seguían ausentes y su cabeza estaba muy lejos de ahí.

A pesar de eso mi cuerpo no retrocedió, no dudó. No reconoció a mis amigas. La expresión monstruosa llena de venas y ojos negros, cuyas mejillas estaban llenas de lágrimas negras, seguía ahí.

Estiré el otro brazo, lista para terminar con Niké al darle el golpe de gracia. Pero algo me lo impidió.

Kirok apareció de la nada, como salido de las sobras, y cruzó sus brazos bajo mis axilas, inmovilizando mi cuerpo y mis brazos. Me apretó con bastante fuerza mientras yo gritaba y soltaba alaridos como un animal rabioso y enjaulado.

Las venas de mi rostro se estaban alargando, casi logrando cubrir la totalidad del mismo. Dentro de poco alcanzaría mis ojos, mi nariz y mi boca.

La fuerza de Kirok fue suficiente para darle tiempo a Niké de sacar a rastras a Cailye de mi radar. No supe cómo conseguía moverse tan bien a pesar de la herida tan grande en su pecho, ni cómo consiguió arrastrar a Cailye aun cuando su mayor deseo era terminar con su dolor. Pero lo hizo, ambas se perdieron en el torbellino que me encerraba.

Intenté herir a Kirok más de una vez, lo más posible fue que alcancé a golpearlo en algunas de esas ocasiones. Su costado estaba herido por arañazos e hice varios intentos para derribarlo con mi propio cuerpo. Pero él no cedía, soportaba cada uno de esos ataques.

—Luz.

Oír su voz como si en mi conciencia hubiera altavoces, como si su voz proviniera de todas partes, hizo que mi cuerpo llorara más alto, intentando callarlo. Intenté mirar hacia todas partes en busca de algo que me llevara de vuelta a mi cuerpo, algo que me devolviera el control. Pero no había nada ahí. Solo lo que ocurría afuera de mi cabeza.

Pero al desviar un poco mi atención hacia mi conciencia con el cuerpo de Andrew recordé que volver era lo que menos quería. No quería regresar a una realidad sin él, no quería afrontar de verdad su ausencia. Me aterraba el siquiera considerarlo. Sin él yo no dudaría mucho en ese mundo, ¿cuál era la diferencia entre morir ahí y morir mañana? Ninguna, solo el doble de la tristeza.

—Luz. Tienes que controlarte —susurró en mi oído con palabras suaves y tranquilas—. Está bien, sé mejor que nadie cómo te debes sentir y comprendo tus deseos de no regresar. Sé que en este momento para ti no tiene sentido hacerlo. Y lo siento, no debería pedirte que lo hagas, pero tienes que hacerlo.

Tenía escondida la cabeza en mi espalda, entre mis omoplatos, y la apretaba contra ella con fuerza. No podía ver sus ojos o su expresión, solo su cuerpo sujetando el mío.

»Sé que esta realidad es un asco y el mundo es horrible, pero debes regresar. Aun no has terminado todos los asuntos que tienes y si te vas sin concluirlos jamás te lo perdonarás. Tienes que volver. Este mundo de mierda te necesita, tu familia te necesita, tus amigos te necesitan. Yo te necesito. No puedes dejarnos ahora. Por favor, Luz, no te rindas.

Estiré mi mano como si con eso fuera a tocarlo, pero mi proyección en mi subconsciente no era capaz de hacerlo. Bajé el brazo, con el corazón partido en mil pedazos, queriendo abrazarlo y asegurarle que lo haría.

Pero no lo sabía. No quería.

En ese momento me pareció ver un rostro en el remolino que nos rodeaba, pero la velocidad y la nieve solo me dejaban ver su característica más importante: su cabello rojo. Vi a Pandora como una ilusión, muy cerca de mi cuerpo y de Kirok, y percibí el brillo rojo en los ojos de mi familiar a pesar de tener el rostro oculto.

Intenté en vano gritar para advertirle. Exclamé como si pudiera oírme. Abrí los ojos del susto.

Fue entonces cuando la imagen se congeló y luego se desvaneció poco a poco. Todo regresó a ser blanco inmaculado.

Me quedé quieta en donde estaba, intentando procesar lo que ocurría en ese momento mientras yo estaba ahí. Mi conciencia se me acercó unos pasos y esos mismos yo me alejé. Estar cerca de un Andrew falso era lo que menos quería en ese momento.

—¿Por qué me muestras esto? —interrogué con voz temblorosa, molesta y dolida.

Me sostuvo la mirada, con los ojos oscuros de Andrew, compasiva y amable, tan diferente a cómo Andrew me miraba que el contraste fue desgarrador. Este sonreía, sus ojos eran cálidos, mi Andrew era todo lo contrario.

—Tienes que recordar lo que pasó antes de perder el control y ver cómo están las cosas afuera para poder tomar una decisión justa —Evité mirarlo mientras hablaba—. Conocer ambas alternativas para que puedas elegir con pleno conocimiento y conciencia. El propósito de esa elección es no tener arrepentimientos.

Le di la espalda por completo. Oírlo era menos doloroso que verlo y además escucharlo. No podía soportar ver esos ojos, ese cabello, ese cuerpo, cuando sabía que no lo vería más. Sentía todavía un ardor en mi pecho, una incomodidad como si tuviera una aguja en mi corazón, y supuse que en respuesta mi cuerpo debía llorar lágrimas negras tanto como podía.

—¿Qué elección?

Algo se movió en mi periferia. Una de las paredes se transformó, comenzó a moverse hasta que formó dos puertas de madera, igual de blancas a todo lo demás. Idénticas entre ellas, sin ninguna diferencia a la vista.

Mi conciencia se acercó a ellas, yo permanecí a una distancia prudente. Sentía que si lo miraba por más de dos segundos prolongados mi tentación ganaría y me lanzaría sobre él a pesar de saber muy bien que solo había tomado prestada su apariencia.

—Dos puertas, una decisión. Es la oportunidad que Perséfone y Hera te dieron. Son dos salidas de aquí, cada una conduce a un lugar diferente. Aun no sé cómo lo hicieron tan rápido, imagino que tienen buenos reflejos y coordinación. Espero que no agregue ese esfuerzo extra por ti a su pacto, ambas pueden ser muy rudas si se lo proponen, y juntas dan miedo.

Parloteó por un corto momento. Al darse cuenta de que no lo miraba, que le daba la espalda, y de que el cómo las diosas reinas habían conseguido concederme ese último paso no me importaba en lo más mínimo, se aclaró la garganta y retomó el hilo principal.

—¿Qué hay del otro lado de las puertas?

—Dos mundos. El Andrew que conoces está detrás de la de la izquierda; podrás estar a su lado todo lo que quieras junto con tus otros amigos y tu familia, podrán vivir la vida que quieran. No habrá dolor ni tristeza, solo paz y amor. Será como vivir en un mundo perfecto por la eternidad moldeado por ti, tus anhelos y tus sueños vueltos realidad. Del otro lado de la puerta derecha está la realidad; un mundo lleno de pruebas y peligros, sin él, donde todos los días habrá una batalla diferente.

Miré ambas puertas blancas. El saber que en una de ellas recuperaría a Andrew me dio esperanza, una que pronto se vio eclipsada por el recuerdo de su perdida.

»Solo puedes elegir una y una vez lo hagas no podrás cambiar de parecer. Será tu decisión definitiva. Pero antes de que decidas debes ver el mundo al que volverás si decides tomar la puerta derecha, y el mundo que te espera si eliges la izquierda. Y no te presiones, aquí no hay elección correcta o incorrecta. Elijas la que elijas estará bien.

Una nueva imagen tomó lugar en todo ese espacio blanco. Las dos puertas seguían ahí, a un lado, sin interferir en mi visión. Al comenzó no reconocí lo que mi conciencia trataba de mostrarme, creí que se trataba de nuevo del caos en el mi cuerpo estaba involucrado, pero pronto descubrí que era algo muy diferente.

El salón de los Dioses Guardianes apareció de repente. La luz que llevaba días sin ver me segó, casi pude oler el aroma de las flores. Cada cortina, cada oleada de viento, cada rincón de aquella sala me eran familiares de una forma cruel.

Mis amigos estaban ahí, reunidos de la misma forma que lo estaban cuando hablamos con ellos apenas unas horas atrás. Evan y Logan estaban sentados en las sillas de la mesa, mientras Daymon se encontraba recostado en ella y Sara de pie frente a ellos. Mi amiga caminaba de un lado al otro de la mesa, jugando con las manos en un afán por distraerse.

Pegó un pequeño brinco en cuanto un sonido fuerte se oyó a las afueras del salón, tal vez cerca del jardín, no estaba segura. Miró a los demás en la mesa, pero en especial se centró en Evan como si él tuviera todas las respuestas.

—¿Estás seguro que está bien así? Después de todo lo que pasó antes creo que contar una verdad a medias es peor que una mentira.

Evan la miró con paciencia.

—Cuando lleguen se darán cuenta por ellos mismos. Y de haber tenido más tiempo habríamos entrado en detalles, no es como si lo hiciéramos a propósito.

—Pero no se trata de eso —repuso ella con el ceño fruncido—. Cuando vean todo esto les va a dar algo, en especial a Ailyn. Y solo faltan pocos días para que regresen, ¿cómo se supone que lo arreglaremos antes de eso?

—Pues yo no me opongo al plan de Zeus —comentó Logan en tono despreocupado. Jugaba con una grieta en la mesa—. Es lo más fácil y rápido.

—Es genocidio —le recordó Sara.

—Tampoco es como si pudiéramos seguir sosteniendo ese muro por siempre. En algún momento se vendrá abajo y nos va a aplastar. Y eso que todavía las cosas no se han puesto realmente feas, cuando eso ocurra será en un momento así, sin previo aviso, solo pasará.

Sara lo miró mal pero él ni siquiera la estaba mirando como para notarlo.

—En eso Logan tiene razón —apoyó Evan—. Me temo que las cosas van a empeorar antes de mejorar, y aunque espero que la llegada de esos tres cambie en algo la opinión pública, no estoy muy seguro de qué tanto y ni siquiera si lo hará. Lo único que es seguro que pasará cuando regresen es que será su problema también.

—Y eso que aún no saben que sospechamos que hay un informante en el Olimpo —aportó Daymon, inclinando su silla sobre las patas de atrás sin caerse—. Siempre que pensamos en hacer algo para ganarnos la simpatía de los humanos es como si se adelantaran a la información. Algo siempre sale mal cuando tenemos una misión, si no son muertos entonces es una foto o video fuera de contexto —Miró a Logan—. ¿No hay algo que puedas inventar para bloquear la señal de móvil cuando tenemos trabajo de campo? Ya no se me hace divertido.

Logan levantó la mirada para hacer contacto visual.

—Podría hacer algo así, pero no modificar los recuerdos de los testigos. Y un rumor sin ninguna evidencia física es peor que una foto sacada de contexto. Tú eliges.

Daymon hizo un gesto teatral e inclinó más la silla, ésta en respuesta se fue hacia atrás con todo y Daymon. Se quejó, pero nadie le prestó atención ni ayudó a levantarlo del suelo. Parecía algo cotidiano.

—¿Has hablado con Tamara estos días? Tal vez pueda darnos otro panorama —sugirió Evan.

Sara negó con la cabeza y apoyó su mano en la mesa, tenía la frente arrugada de la preocupación y ahora jugaba con sus labios.

—Iré a verla mañana. Hace algunos días no me paso por allá, sabes por qué. Para él es difícil verme, siempre que nos encontramos busca respuestas y me ruega que lo traiga al Olimpo. Quiere ver a Ailyn. No importa cuánto le suplique que regrese a casa, él no se moverá de la base de la montaña hasta que ella regrese o hasta que lo dejemos ir a buscarla.

—¿Ailyn lo sabe?

—¿Que su papá acampa a los pies del Olimpo? ¿Estás loco? Conociéndola se devolvería solo por eso.

¿Que mi papá qué? Miré a mi conciencia, pero la cabeza de Andrew solo asintió. Mi mamá debería estar con el corazón partido en dos, una mitad preocupada por mí y la otra por papá.

—¿Cómo están sus padres? —quiso saber Evan, y noté cierto tono culpable en su tono—. He estado tan ocupado que no tengo tiempo de pasarme por allá. La última vez que fui su hermano estaba alterado, cayó enfermo luego de llamar a Ailyn. Empiezo a creer que las Moiras tratan de controlarlo. Y además no sabemos qué efectos secundarios le trajo lo que hizo Hades con él.

Sara miró hacia la puerta, pensativa y con ojos tristes. ¿Le era difícil hablar sobre mi familia o se preocupaba por la suya?

—Su madre está sorprendentemente bien, se toma todo con calma. Y Cody... no sé, hace días no lo veo. Se encierra en su cuarto siempre que voy —Apretó la mano que poyaba en la mesa en un puño con fuerza—. Es un asco. Ella nos encargó a su familia, nos pidió que la protegiéramos, pero ni siquiera hemos sido capaces de proteger a las nuestras. ¿Qué se supone que le diga cuando regrese?

Evan miró su gesto y luego la miró a la cara, pero ella seguía con su atención en el exterior como si su cabeza no estuviera ni siquiera cerca.

—Lo entenderá.

—¡Eso es cierto! —agregó Daymon ya de nuevo sobre su silla—. Cuando venga y vea que de todas nuestras familias la suya es la que mejor está no podrá sentirse mal.

Fue entonces cuando Sara reconoció sus palabras y le clavó la mirada. A pesar de que Daymon no mostraba ningún sarcasmo ni malas intenciones, noté que ese comentario le dolió bastante a mi amiga.

—Eso la hará sentirse peor —masculló ella.

—Necesitamos más aliados —dijo de repente Logan, cambiando por completo el tema. Centró su atención en todos ahora, olvidando su juego con la mesa—. Si los que tenemos ahora hicieran su trabajo no ocurrirían tantas desgracias, pero nos dejaron el trabajo sucio a nosotros.

—Quieren conservar su anonimato, odian la atención humana —dijo Evan.

—Sí, pero no es como si les pidiéramos que modelen para una revista. Incluso los vejestorios de la Corte Suprema podrían echarnos una mano. Hestia no tendría problema, creo que Hera tampoco, pero Zeus les prohibió que se involucraran.

—Ellos están del lado de borrón y cuenta nueva —Daymon seguía jugando con la silla; no aprendió la lección—. Me pregunto por qué no lo han hecho aún, si tienen el poder no tendrían por qué avisar.

—Por Pandora. Con la amenaza de Pandora no se arriesgarían a perder a los humanos de repente —explicó Logan, ahora cruzado de brazos—. Lógica. No pueden poner todos sus huevos en una misma canasta. Pero son dioses al fin y al cabo, nadie los entiende.

De nuevo se oyó un ruido fuerte del exterior del palacio, pero este era más fuerte que el anterior. Sara tomó aire y lo sostuvo, apretando de nuevo sus manos y cerrando los ojos un momento.

—Entrarán pronto, ¿no es así?

Evan se levantó de la mesa y se paró al lado de Sara, observando hacia fuera también pero con una mirada más seria.

—No. Pero no sé cuánto soportará Zeus; la paciencia no es su fuerte. Y puede que no sea un buen momento para aniquilar a los humanos, pero él cree en la corrección a través del ejemplo. No le molestará demostrar la ira de los dioses con unos cuantos pilotos que juegan con sus misiles.

¿El Olimpo tenía un escudo de protección? Creía que los humanos no podían ver el Olimpo y de ser así estarían disparando a ciegas... ¡Mi padre! Él estaba a los pies de la montaña, estaba en peligro. No, imposible. Ellos debían también proteger la base del pueblo de Tamara, donde estaba mi padre. Él tenía que estar bien.

—Se cansarán algún día o se quedarán sin pólvora o combustible —Logan volvía a distraerse con las grietas de la mesa—. O Zeus los matará. Cualquiera está bien para mí. Son molestos, ni quiera en mi habitación se dejan de oír. Son necios, esa será su perdición.

Sara soltó el aire y tomó más.

—Iré por comida.

Se dio la vuelta y caminó en dirección contraria a la salida, perdiéndose entre las sombras de las paredes y las ventanas altas.

Evan suspiró cuando se fue y se acercó de nuevo a la mesa.

—Estás agotado —mencionó Daymon, poniéndose de pie—. Sí sabes que porque duermas un par de horas el mundo no se va a acabar y los problemas te estarán esperando al despertar, ¿verdad? Lo siento, amigo, pero das más miedo que Eris cuando se enoja y eso ya es mucho decir.

—Esa mujer está chiflada —masculló Logan. Lo vi tragar saliva—. Odio cuando me toca, siendo que me pega su desgracia.

Daymon sonrió hacia Logan.

—Le agradas.

Logan se estremeció ante eso y Daymon posó su atención de nuevo sobre Evan.

—La última vez que dormí casi lastiman a tu hermana —Bajó la cabeza cuando lo dijo, sin mirar a Daymon—. No volveré a dormir hasta que esto se haya resuelto, no dejaré que algo así suceda otra vez. Cuando los otros regresen les pediré Algas Hypnos, eso me dará energía.

—Es una droga —intervino Logan en medio de un bostezo que se sintió a propósito—. Las algas, son drogas. Si las usas continuamente generan dependencia.

—Pero en cantidades moderadas ayuda a conservar energía —aportó Evan.

Logan soltó una risita burlesca muy seca.

—Sí, claro, tú mejor que nadie deberías conocer la falacia de eso que acabas de decir.

Algo en la ceja de Evan brincó.

—¿De qué hablas?

—Eres el dios del océano, conoces todo lo que alberga, ¿o no? Esas algas son de las peores drogas que el mundo de los dioses posee, solo a alguien muy estúpido se le ocurría consumirlo de forma regular por muy pequeñas dosis que sean.

La espalda de Evan se relajó. Observó a Logan con tranquilidad y una leve sonrisa.

—Pero, ¿y los otros? Dijeron que las consumen —preguntó Daymon.

De alguna manera pareciera que Logan acababa de salvar a Evan de una intensa charla sobre dormir y descansar que Daymon estaba a punto de dar.

—No sé a quién se le ocurrió usarlas, pero espero sepan que son adictivas. Aunque también depende de cómo las hicieron.

Daymon parecía tan cautivado por esa información que olvidó lo que le decía a Evan. Y tenía razón, él necesitaba dormir.

En ese momento Sara regresaba con unas bolitas doradas en una bandeja, bien formadas en filas y con una cama de hojas rosadas que las hacía resaltar. Nunca las había visto en mi vida.

Las observaba mientras se acercaba a la mesa, pero su mirada estaba en otra parte. Ponía un pie frente al otro en un movimiento robótico, inmersa en sus propios pensamientos.

Cuando de repente soltó la bandeja.

En el momento en que llegó al suelo, generando un fuerte estruendo metálico en el salón, los chicos se pusieron alerta. Solo alcanzaron a fijarse en ella cuando se vino abajo, imitando la acción de la bandeja de bocadillos.

Daymon llegó a su lado antes de que tocara el suelo, sosteniéndola para evitar que callera.

—Sara, ¿qué pasa?

Los ojos de Daymon, de un intenso amarillo, la examinaron con detenimiento. El rostro, los brazos, el dorso, las piernas; todo lucía bien. Tenía los ojos bien abiertos, el rostro pálido y las manos temblorosas.

—A-Ailyn —murmuró ella con voz débil, como si algo obstruyera su garganta. Evan se acomodó al otro lado de su cuerpo y Logan observó desde la mesa—. Ailyn. Algo no anda bien.

Evan y Daymon intercambiaron una mirada mientras el pelirrojo sostenía a Sara, que parecía haber visto un fantasma y parpadeaba varias veces.

Luego de eso la imagen se perdió. Hubo algo así como estática por un rato. Evité mirar a mi conciencia, dolía hacerlo y no poder llorar como quisiera por mucho que supiera que por fuera mi cuerpo reaccionaba a la perdida.

La imagen de Andrew cayendo al vacío, con el dorso ensangrentado y sus ojos estáticos sobre mí, se repetía siempre que posaba mis ojos en mi conciencia.

—Lo cierto es que no sé si deba mostrarte las imágenes del mundo ahora mismo —dijo, con la voz de Andrew—. Lo mejor será saltarnos esa parte, no es agradable y puede provocar reacciones en tu cuerpo que complique más la situación.

—¿Más? —Me atreví a mirarlo—. ¿Cómo podría? Andrew se fue para siempre, mi cuerpo se volvió una maquina asesina que ni siquiera reconoce a sus amigos, Pandora está a punto de tomar la Luz de la Esperanza de mi interior, Cailye probablemente se quiere morir y es muy posible que Niké esté herida de gravedad. En serio, ¿puede empeorar?

Me dedicó una mirada compasiva y tranquila, inclinando un poco su cabeza sin decir nada sobre mi comentario, algo que me hizo doler el pecho. Desvié la mirada en cuanto sentí que mi garganta ardía.

—Hay algo más que debes ver —dijo al cabo de un rato—. Como te dije antes, se trata de la vida que tendrías, la opción detrás de la otra puerta. Para ser honesto no sé por qué existe la opción, pero ahí está. Pero no te confundas, Ailyn, eso es real, no como la ocasión que Hera te mostró la vida que tendrías si nunca hubieras despertado como diosa. Es completamente real ahora.

Mi cuerpo me pesó, cerré los ojos por un instante, presa de repente del cansancio. Hubo un brillo en el exterior, lo sentí sobre mis parpados, y cuando me decidí a abrir los ojos lo que me rodeaba era diferente.

Las luces del árbol y las que se encontraban en las paredes me deslumbraron un momento. El olor a carne y caramelo en el aire me dieron un adelanto de lo que me encontraría al abrir los ojos, algo que me generó un pequeño cosquilleo en el interior.

Hacía calor, un calor acogedor. Llevaba puesto un suéter de franjas rojas y blancas que me protegía del frio del exterior. Sentí la calefacción encendida y un murmullo alegre que provenía de alguna parte a mis espaldas, acompañado por el leve sonido de la televisión al fondo de todo.

Miré hacia arriba y hacia abajo, derecha e izquierda, observando todo con detenimiento, como si fuera mi primera vez ahí. Sentí deseos de llorar al darme cuenta de en dónde estaba y con quienes.

Me encontraba en casa, sentada en una butaca alta en la mesa de la cocina, rodeada de las luces de navidad y los adornos; el árbol llegaba al techo, rodeado por docenas de bolas y muñecos, con regalos envueltos en la base de todo tipo de tamaño. Cierto, pronto sería navidad.

La cocina estaba vuelta un caos de harina y azúcar, incluso en la mesa en la que yo estaba tuve que retirar mi brazo para que el suéter no se manchara de comida.

Tenía un sombrero navideño en la cabeza que se iluminaba en algunas zonas y un brazalete con forma de reno caricaturesco en mi mano derecha, y jugaba con mi vaso lleno de chocolate caliente en la otra.

Los demás también estaban ahí. Había mucha gente en mi sala yendo de un lado a otro, entrando y saliendo de la cocina y ocupando cada espacio libre disponible. Comían dulces con forma de bastón y galletas con forma horrible pero de apetitoso olor. Reían entre ellos de chistes y anécdotas, a veces tan fuerte que sentía cómo se movía el poso.

Se sentía acogedor y me sentía en paz, segura. Ahí pertenecía, encajaba a la perfección en esa realidad.

Mis padres eran los anfitriones. Mis amigos eran los invitados. Sara y Daymon estaban ahí con sus padres y con Melanie, Evan estaba sentado al lado de su padre, Logan se encontraba parado tras el sofá apoyando sus manos sobre los hombros de... ¿Astra? Sí, ella también estaba ahí.

Algo se me encogió cuando la vi sonreír a lo que el padre de Evan decía, con una copa en la mano y un dulce bastón en la boca. Sentí deseos de llorar y de lanzarme encima de ella, pero mi cuerpo no se movió. Se sentía como si eso fuera lo más normal del mundo y que al día siguiente la vería, igual que al siguiente y al siguiente.

Me tragué el nudo cuando la vi feliz, con su cabello blanco suelto por todas partes y sus violetas ojos sonriendo con auténtica euforia. Ella era la que más alto se reía.

La puerta principal se abrió en ese momento. Cailye fue la primera en entrar, seguidos por sus padres. Los tres tenían los abrigos llenos de nieve y ocultaban los paquetes entre éstos para que no se mojaran. La rubia tenía un pastel de frutas en sus brazos, lo protegía como si dependiera su vida de eso, mientras sus padres cargaban lo demás.

Mamá se levantó a ayudarlos seguida por mi padre e incluso por Astra. Pronto se quitaron los abrigos y se acercaron a la cocina por una taza de chocolate, pero Cailye fue directo por los dulces de la mesa. Me saludó con la mano cuando me vio, luego se centró en la conversación que todos ellos sostenían sobre los pingüinos, a la espera de sus padres.

Los padres de Cailye y los míos llevaron las cosas a la cocina, sonreían entre ellos y se hacían bromas acerca de lo difícil que era conseguir champaña en la víspera de navidad y que el próximo año mis padres serían los encargados de la tarea.

La madre de los Knigth me saludó desde la cocina, y su padre me extendió en secreto una revista de moda que compró sin que Cailye se diera cuenta para mí.

Recibí la revista con agradecimiento y él me sonrió; amaba ese tipo de revistas, hacía recortes para unirlos en mis propios bocetos.

Me quedé sola de nuevo cuando los cuatro se reintegraron al grupo que había dejado los pingüinos atrás y ahora se reían sobre el día que el padre de Evan se cayó a un lago cuando se quedó dormido pescando.

Alguien pasó corriendo cerca de mi silla entonces, regándome el chocolate que aún conservaba en el fondo del vaso sobre la mesa y parte de mi suéter impecable. Me giré, dispuesta a reclamarle a alguien por mi chocolate caído, pero ambos pasaron tan rápido que no pude quejarme antes de que desparecieron en el pasillo.

Cody jugaba con Sophi, la hermanita de Daymon, y por lo visto tenían bastante prisa. Ni siquiera me molesté en gritar, no quería dañar la atmosfera que mis amigos y familia habían creado. Parecía una capsula de calidez y confianza, el sueño perfecto, y me sentía como la persona más afortunada por poder ser testigo de eso a pesar de no involucrarme por completo en el tema.

Quería permanecer en ese mundo para siempre. El simple hecho de saber que los padres de los hermanos y Astra estaban ahí fue motivo suficiente para mí. Mis padres estaban felices, mis amigos y sus padres también, ¿qué más podía pedir? Ese era mi mundo perfecto.

—Toma.

Vi un pañuelo extendido frente a mí. Lo tomé sin siquiera mirar a la persona que me lo ofreció. Y no hacía falta. Su voz, esa que me hizo erizar los vellos de mis brazos y le provocó un salto a mi corazón, la reconocía en cualquier parte.

Me limpié lo que pude y él me ayudó con la mesa.

—Los hermanos menores son un dolor de cabeza —comenté sin saber qué otra cosa decir y prisionera de los nervios.

—La mía nunca lo fue.

Lo miré y sonreí. Él me devolvió la sonrisa.

Me quedé como una boba mirándolo, observando ese cabello claro que resaltaba con la luz de las luces navideñas y esos ojos oscuros que sonreían al mirarme. Vestía igual que yo: un suéter muy raro y un sombrero amigable, a juego.

Se sentía tan raro mirarlo, saber que en ese otro mundo ya no podría ver su ceño fruncido ni escuchar sus advertencias. Pero ahí, justo en ese momento y frente a mí, él me sonreía, lo hacía con la tranquilidad que pocas veces tenía. ¿Cómo era posible que una sonrisa tan simple y pequeña, con una mirada tan corriente, pudieran darme ganas de llorar?

Contuve mis ganas de lanzarme sobre él y abrazarlo, después de todo sabía que al día siguiente lo vería, y al siguiente, por siempre.

—¿Te sirvo más chocolate? —preguntó moviendo la taza vacía frente a mí.

Negué con la cabeza. Posé mi mano sobre la taza y la bajé.

—Siéntate a mi lado, déjame verte sonreír. No necesito ningún chocolate, solo a ti.

Inclinó la cabeza con dulzura. Tomó asiento a mi lado sin ninguna objeción, seguía mirándome con ojos de borrego y su pequeña sonrisa. Eso me hacía sentir especial y valiosa, completa.

—Tus padres decoraron muy bien el departamento, confieso que creí que no cabríamos todos.

No tenía ni idea de lo que hablaba. Pero me gustaba oírlo hablar.

Tenía una mano libre en la mesa así que posé la mía sobre la suya. Estaba tibia, cálida, como un hogar. Quería decírselo, sentía que tenía que decírselo. Todo pasó tan rápido, él se fue tan rápido, que ni siquiera fuimos algo. No hubo tiempo no hubo cabeza, y no era justo. Al menos quería poder decirle eso a él, a ese Andrew frente a mí.

Quería quedarme en ese mundo donde todos estábamos unidos y felices, donde todo estaba bien. Era lo que más deseaba, mi corazón me gritaba que ahí sería feliz y no necesitaría nada más en el mundo.

Pero... Algo dentro de mí me lo impedía, todavía dudaba. «Se trata de no arrepentirse» «Si lo dejas así te arrepentirás». Cierto, en ese mundo no estaba Kirok, tampoco Niké, mucho menos At. En un mundo donde ya no tenía que ser diosa también habría perdido a mucha gente.

Y la duda persistía. Cuando me decía que ahí pertenecía un pensamiento aparecía para contraerme.

«No. No pertenezco aquí. Es demasiado bueno para ser correcto, es demasiado hermoso para ser real.»

Pero no podía quedarme. Y quería que la respuesta que ese Andrew me diera fuera lo que necesitaba para quedarme, para dejar todo atrás y empezar de nuevo, para despejarme de mis dudas y no arrepentirme de renunciar.

—Eres mi hogar —solo se me salió, con la voz temblorosa y manos dudosas, mirándolo a los ojos con toda la sinceridad que pude.

Agaché la cabeza pero él me tomó suavemente de la barbilla y me la levantó un poco, lo suficiente para verlo de nuevo a los ojos. Brillaban, bailaban, o tal vez eran los míos reflejados en los suyos. No había diferencia.

—Lo que dijo Perséfone, lo recuerdo —Apretó mi mano, esa que estaba sobre la suya, sin quitarme los ojos de encima. Su sonrisa estaba tatuada—. Tú también eres mi hogar, Ailyn. La persona a la que más quiero. Lamento no haberlo dicho antes, sé que querías que te lo dijera hace tiempo. Lo siento.

Estiré mi mano libre para acariciarle la mejilla. Se sentía suave. Se sentía real.

Demasiado real.

Pero...

Sonreí con pesar al notarlo. Al ver sus ojos, al ver su sonrisa, al oír sus palabras.

Debía saberlo, siempre era igual. Que luciera más real no lo volvía real, solo lo hacía doloroso. Empezaba a creer que era una jugarreta de los dioses para hacerme sufrir, no había necesidad de las dos puertas. Simplemente ese mundo perfecto no era una opción para mí.

Y dolía. Dolía porque sabía que en ese mundo estaba Andrew y en el otro no. Era doblemente doloroso porque también estaba Astra en ese mundo. Y triplemente doloroso porque me daban una opción que no podía elegir.

—¿Qué te sucede? ¿Dije algo malo?

Negué con la cabeza, con el corazón acelerado y un nudo en mi garganta.

Lo sabía. Lo sabía. Lo sabía.

Me habría gustado no saberlo, elegirlo sin remordimientos.

—Quiero elegirte, créeme que es lo que más deseo en este mundo. Elegir esta vida, una vida contigo y con ellos. Pero... ya no puedo. No puedo cometer más errores, no puedo elegirte sobre ellos.

Frunció ligeramente en ceño, recordándome a mi Andrew.

—¿De qué hablas?

—Es demasiado perfecto, eso lo hace todavía peor. Porque sé que mis padres no están bien, sé que le pasa algo a Cody, sé que mis amigos en la Tierra están en aprietos y sé que mi cuerpo está ocasionando problemas. Sé que todo está tan mal allá afuera que no puedo elegir esta vida por mucho que sea lo que más quiera.

Me acarició la mejilla con cuidado y se acercó a mi rostro. Habló en un tono más bajo y más delicado.

—Puedes hacerlo, por eso existe esta opción, porque eres libre de tomarla y eso no la volverá incorrecta. Puedes descansar, Ailyn, descansar juntos. Viviremos la vida que siempre hemos querido para nosotros.

—¿Y los demás? Los que están del lado de la otra puerta.

—Estarán bien sin ti, se las arreglarán. No es tu obligación cuidarlos a costa de tu felicidad. Es lo justo, tú nunca deseaste algo así ni firmaste ningún contrato. Aquí puedes ser humana y nadie te juzgará por eso.

Nadie excepto yo.

Eso fue todo lo que necesité para comprobarlo. Y de cierta forma se sentía un alivio porque sabía que era una vil mentira, pero por otro lado se sentía mal porque sabía que no volvería a ver a Andrew, a hablar con él, a preguntarle si lo que hacía estaba bien.

Estaba por mi cuenta, a mi suerte, sin mi pilar.

—No eres él —Lo aparté de un empujón suave, con un nudo en la garganta; en respuesta me observó confundido—. No sé lo que eres, pero no eres él. Él nunca me diría algo así. No eres el Andrew del que me enamoré. Y definitivamente no pasaré una eternidad a tu lado.

—Pero Ailyn, no puedes... Yo no quiero que me dejes. Quiero estar a tu lado, como te lo prometí. Aquí tenemos esa posibilidad, allá no.

Había verdadero dolor y miedo en su mirada, palpables incluso. Me apretó la mano con desesperación, suplicando con sus ojos que no me fuera de su lado. Eso lo hacía el cuádruple de doloroso.

Pero si no me iba en ese instante sabía que me quedaría, que cedería a su petición y todos los demás se verían perjudicados por mi decisión.

Le tomé con suavidad sus manos, mirándolo a los ojos. Había algo que quería decirle a mi Andrew.

—Tú me salvaste, Andrew, en más de un sentido. Te prometo que estaré bien y haré las cosas como debe ser. Haré que valga la pena elegir un mundo sin ti.

Alcancé a ver cómo articuló un «no», pero yo ya estaba cerrando los ojos para irme de ese mundo perfecto que solo en mis sueños lo volvería a ver.

La luz despareció, el olor a dulces y carne de mamá también, las risas se fueron apagando e incluso dejé de sentir el tacto de Andrew sobre mis manos intentando detenerme, intentando retenerme a su lado.

—Ailyn.

Otra vez era la voz de Andrew. Mal chiste. Pero ahora se trataba de mi conciencia, ese era el tono que usaba, muy diferente al de Andrew aunque fuera la misma voz.

Abrí los ojos de golpe. Todo blanco, de nuevo. Estaba de pie frente a las dos puertas, con mi conciencia a mi espalda, observando cada uno de mis movimientos.

—¿Hiciste tu elección? —preguntó.

No me giré para mirarlo, seguí con los ojos fijos en las dos puertas.

—¿Qué pasará si elijo la de la izquierda? Dudo que sea lo que ese par de diosas esperan que haga.

—Pues, no sé. Dudo que fueran ellas las que pusieron esa opción. A ti siempre hay alguien que te ayuda, es difícil saber quién fue y con qué propósito. No estoy seguro de lo que harían si eligieras esa opción, no se esforzarían tanto solo para que renuncies.

—Ya veo.

Me quedé en silencio por un rato, tanto así que mi conciencia tuvo que llamarme la atención.

—¿Y bien? No tienes mucho tiempo para elegir ahora que conoces ambas opciones.

Tomé aire.

—Sí, ya elegí.

—Fabuloso. Siendo así mi trabajo aquí ha terminado y tú ya puedes tomar el camino que creas conveniente.

Asentí.

Di unos pasos al frente, estiré la mano, consciente de lo que había del otro lado y de cómo me sentiría. A sabiendas de que era posible que deseara haber tomado otro comino. Pero no podía arrepentirme ni dar un paso atrás. No podía darme ese lujo.

—Buena suerte, princesa.

Me congelé en mi lugar al oír eso.

—¿Qué dijiste?

Me di la vuelta sin pensarlo dos veces. Él ya se había transformado de nuevo en mí, usando mi cuerpo y mi voz como al comienzo. No había rastro de Andrew, solo yo y yo.

Me miró con extrañeza, como si se preguntara por qué no la oí si estaba justo a unos metros de distancia.

—Dije: buena suerte, Ailyn.

¿Fue cosa mía? Ya estaba delirando y aún no había regresado a la realidad que me esperaba.

Sacudí la cabeza con la esperanza de quitarme esa idea de la cabeza y dejé atrás a mi conciencia.

Andrew ya no estaba a mi lado, ya no podía decirme qué era lo mejor ni salvarme ni ser mi pilar. Si me hundía no habría quién me ofreciera su mano para salir. O quizá sí.

Extrañaría cada una de sus miradas, cada uno de sus gestos. Extrañaría su ceño fruncido, su cara de desconfianza y la forma en la que su cuerpo se tensaba cuando había peligro. Extrañaría su manía de dormir de pie, su inteligencia y su seriedad.

Pero en especial echaría de menos sus palabras de aliento y sus regaños, su voz cuando pronunciaba mi nombre y sus ojos cuando me miraban.

Pero At tenía razón. Aunque me doliera lo suficiente para querer sacarme el corazón, aunque llorara cada lagrima que mi cuerpo podía producir, aunque deseara con todo mi ser cambiar las cosas y traerlo de vuelta, tenía que aprender a lidiar con la perdida.

Tenía que levantar la cabeza y seguir caminando. Por Andrew y por mí.

Tomé la perilla de la puerta frente a mí luego de tomar aire. En cuento se abrió una luz dorada me recibió, invitándome a tirar mi cuerpo al vacío, solo con esperanza. Y fue así como me adentré a la puerta de la derecha, aquella que me llevaría de vuelta a la realidad.

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