23. Reina primavera
Wolves - Selena Gomez, Marshmello
Dejamos la estrategia de las sombras atrás. En su lugar corrimos por la parte trasera más alejada del abismo que las ruinas nos ofrecían. El terreno era traicionero, los ojos de los demonios estaban sobre nosotros a cada paso, y los Vigilantes aun nos seguían aunque no pudiéramos verlos.
Nuestra única ventaja era la velocidad y la agilidad que poníamos en nuestros saltos y carreras, pues en ese punto todo el mundo estaba buscando a los cuatro fugitivos en capas negras que se ocultaban en las sombras.
Había muchas almas sueltas por ahí sin supervisión, pues todos los Vigilantes estaban en la labor de buscarnos y tampoco a nadie parecía preocuparse por ellas; salvo los Simuladores, ellos las seguían de cerca, pero me daba la impresión de que más que vigilarlas querían comérselas.
Me concentré en mis movimientos, en seguir el paso de Niké al frente y no alejarme demasiado de los hermanos. Todo el recorrido parecía un mal videojuego de aventura. Había obstáculos en el camino más allá de los Vigilantes y los demonios, también debíamos evitar a los Voladores y lidiar con el terreno.
Y además las pequeñas partículas de fuego que volaban por todas partes quemaban mi piel en ocasiones, dejándome la mala sensación pasajera de una quemadura. Oía su sonido en mi piel, el olor a quemado y a azufre se mezclaban en mi nariz, y el calor cada vez era más sofocante.
Un mal paso y caía, una mala dirección y los Voladores me verían, un mal tiempo y captaría la atención de los Vigilantes.
Para cuando dejamos atrás las ruinas y comenzamos el campo abierto, ya no sabía cómo pasaríamos desapercibidos. No había sombras ni muros que nos cubrieran, y con nuestras capas seriamos un blanco fácil para los Voladores. Si algún demonio llegaba a captarnos al segundo siguiente estaríamos rodeados de Vigilantes.
Pero nada de eso me preocupaba. Mi única angustia era Kirok, lo que le podría pasar en esos minutos de separación. Temía más por su vida que por la nuestra, pues al menos nosotros contábamos con el conocimiento de At y la capacidad de análisis de Andrew. Pero él estaba solo.
Descansamos en la única casa en ruinas, ocultos en su interior de cualquier deidad que pasara cerca. Había un gran espacio abierto entre nosotros y el palacio, alrededor de un kilómetro; un valle llano cubierto solo por la luz roja del cielo, vigilado con los ojos agiles de docenas de Voladores que sobrevolaban el palacio y sus alrededores.
—¿Sugerencias? —pregunté.
—Podríamos pasar volando, si lo hacemos rápido tal vez los Voladores no nos noten —aportó Cailye, observando igual que los demás el valle que rodeaba el palacio.
—¡¿Qué?! —exclamó Niké—. Pero claro que no. No son tantos demonios, podemos abrirnos camino a la fuerza. Peleamos, entramos al palacio derrumbando la puerta, y salimos con Kirok tan rápido que no notarán nuestra presencia.
Tan solo la miré. Me imaginé todo en ese hipotético caso, y hasta yo con mi poca visión de las consecuencias de un acto supe que aquello era una terrible idea en más de una forma.
—Creo que debemos avanzar con discreción —dije—. Todo el Inframundo nos está buscando, entrar como locos no nos ayudará. Y además, sin la magia del sol y la luna será un problema.
Ella se sentó en una roca cercana, con los brazos cruzados y el ceño fruncido porque su idea no fue aceptada.
—Y hablando de eso —Cailye se giró hacia At, con rostro preocupado—, ¿por qué no podemos usar nuestra magia aquí? Creí que su luz era infinita e inagotable.
At se acercó a nosotros con la espalda recta y la barbilla en alto.
«—Lo es. Pero, Artemis, ¿ves el sol aquí, o si acaso la luna? El Inframundo no tiene cielo. Está totalmente sellado de la magia de luz, en especial la de Helios y Selene.»
Eso pareció bastarle a Cailye, ya que no preguntó nada más al respecto. Cerré mi boca también, pues no era momento de preguntar acerca de la magia de los Mellizos del Sol y la Luna.
Andrew llamó mi atención en ese momento. Él estaba unos metros lejos del grupo, observando desde otra perspectiva el palacio de Hades. Me acerqué a su rincón, donde apenas un hilo de luz roja entraba a través de la grieta por la que él vigilaba. La luz le iluminaba la mitad de su rostro, dejando lo demás a la oscuridad del lugar, algo que lo hacía lucir amenazante de una forma extraña.
—¿Qué descubriste? —le pregunté a su lado.
Él no dejó de observar el exterior. Tenía los brazos cruzados sobre su pecho, una postura que me trajo viejos recuerdos.
—¿Ves esos setos?
Me incliné un poco hacia la fisura. Se refería a un grupo de setos en fila que rodeaban el palacio en espiral, creando un jardín que parecía una reja. Los más lejanos al palacio eran bajos, pero mientras más se acercarán se hacían más grandes.
—¿Qué tienes en mente?
—Ven —Señaló con la cabeza la pared adyacente. Se movió un poco y ahora observaba el exterior desde otra posición hacia otro escenario, desde una ventana pequeña—. ¿Qué ves?
Miré yo también a través de la ventana. Lo único en esa parte del perímetro era...
—Almas —contesté—. Un grupo grande, pero no tienen Vigilantes.
Él asintió con los ojos fijos en el objetivo.
—Todos los Vigilantes nos están buscando, por eso las almas vagan en grupos solas. Los Mayores los vigilan, pero no es lo mismo que si lo hicieran los Vigilantes. Si un alma se separa del grupo y se pierde ellos no lo notarían.
Lo miré, o bueno, a su perfil, pues en todo ese rato él no me miró, seguía muy pendiente de lo que ocurría afuera.
—¿Y eso en qué nos ayuda?
—Puedo conjurar un cambio de apariencia para disfrazarnos de almas. Nadie sospechará de nosotros si lucimos y sentimos con ellos, ni siquiera los Mayores. Si nos acercamos lo suficiente a los setos podremos entrar por una de las ventanas del primer piso y de paso nos cubrirán.
—¿Y puedes hacerlo solo? —inquirí.
Yo era un asco con la magia de trasformación. Ocultar la presencia era algo que podía hacer, pero seguía en conflicto con la apariencia. No era capaz ni siquiera de cambiar el color de mi piel o la textura de mi cabello.
Ahora sí me miró. Su mirada seria no dejaba ver nada, como siempre.
—Puedo hacer la parte del aspecto, el camuflaje no requiere luz de sol. Pero necesitaré ayuda con el conjuro de Áorato. ¿Podrías encargarte de esa parte?
Miré hacia el exterior, calculando el tiempo que tardaríamos en atravesar el valle si íbamos a la velocidad de las almas. No estaba segura de poder mantener un conjuro así sobre cuatro personas durante todo ese rato. En realidad cualquier conjuro de gran carga mágica, sentía que si lo intentaba lo echaría a perder.
Sentí la mano de Andrew sobre mi cabeza en ese momento. No tuve necesidad de confirmarlo, la reacción de mi cuerpo a su tacto era inconfundible. La corriente eléctrica que subió de mis pies a cabeza, el cosquilleo en mi pecho, el calor de mis mejillas... Todo era tan propio de él...
—Algún día serás capaz de dominar la magia de transformación de la misma manera que has dominado los conjuros incorpóreos. Pero ahora, Ailyn, necesito que te concentres en lo que te pido o no podremos llegar al palacio.
Alcé la mirada y justo en ese instante nuestros ojos se cruzaron. Por un instante pude ver en sus ojos lo que había visto antes muy pocas veces. Sí, había dureza en esa mirada, pero también había calidez.
Asentí, de repente llena de energía.
—Puedes contar con eso.
Retiró su mano muy a mi pesar. Quería sentir un poco más la sensación de mi cuerpo, la reacción de él a Andrew. Pero lo importante era entrar al palacio y sacar a mi familiar antes de que fuera demasiado tarde.
Luego de eso no esperamos más tiempo para poner en marcha el plan. Le comunicamos a las demás lo que teníamos en mente tan rápido como pudimos y pronto nos encontramos a punto de salir de nuestro escondite.
Una vez Andrew lanzó el conjuro de transformación sobre nosotras nuestro aspecto cambió. Nuestra piel se volvió más blanca, casi traslucida como la de At, ojeras aparecieron bajo nuestros ojos, y la palidez de nuestros labios en juego con la opacidad del brillo de nuestro cabello lo siguió. Al terminar la magia lucíamos como seres fantasmales, como almas, igual que las de afuera.
Me concentré entonces en mi magia, en la fuerza divina que circulaba mi interior. Sentí todos los tipos de magia a los que un dios tenía acceso, pero sentí un pequeño bloqueo al contemplar la magia de transformación dormida en mi interior. Cuando sentí la magia de bloqueo, el Áorato, salió con fluidez de mi cuerpo como si nada.
El tenue brillo rosa nos cubrió a todos, y cuando cumplió su función y nos bañó desapareció con la misma rapidez.
Asentí cuando estuvimos listos y juntos salimos al exterior con toda la naturalidad que podíamos.
Sentí el hechizo en mi cuerpo, la magia salir de la punta de mis dedos, y la expectación cosquillear en mi pecho. Si alguno de los dos conjuros flaqueaba los Voladores no tardarían en dar con nosotros, y lo más seguro era que un segundo más tarde los Vigilantes cayeran sobre nosotras cabezas.
Tragué saliva, nerviosa, poniendo un pie delante del otro como un robot. Estaba atenta de las posiciones de los demonios sobre nosotros, de la distancia que recorríamos y de lo que nos faltaba. Incluso, entre pensamiento y pensamiento, se me cruzó una idea de qué hacer en caso de ser descubiertos en campo abierto.
Nos camuflamos entre un grupo de almas que estaba cerca. Todas ellas se encontraban dispersas y cambiando sin rumbo; algunas daban vueltas sobre el mismo punto o hacían círculos en la tierra.
Pasamos tan cerca de dichas almas que tanto Andrew como yo tuvimos que alejarnos de un brinco cuando estábamos cerca de rozarlas. Algunas nos miraron como bichos raros, pero la gran mayoría estaba tan ida de la realidad, tan desconectada, que ni reparaba en nuestras presencias.
—Hay más —comentó entonces Niké, a mi lado—. Más almas. No veía el Inframundo así desde la Segunda Guerra Mundial.
—¿Cómo lo sabes? ¿Habías venido antes? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Me gustaba pasarme por aquí cuando había conflictos en la Tierra. A pesar de no formar parte de sus guerras, ver sus bajas siempre fue reconfortante. Mientras más muertos hubieran más cerca estaba la guerra de acabar y sería capaz de otorgar la victoria a un ganador. Caronte siempre se presentaba ante mí cuando ocurría, él me ayudaba a pasar.
Me miró.
»Fue así como conocí a Kirok, luego de una gran guerra que hubo en la Tierra antes que los portales se cerraran. El demonio acababa de nacer en ese entonces, aun no conocía a At. De haber estado cerca cuando lo hizo las cosas tal vez habrían resultado diferentes.
—Creí que eras inseparable de Atenea —mencioné.
Sin embargo, ella no apareció en ninguno de los recuerdos que me mostró At.
—Pasábamos temporadas separadas. Ella siempre estaba ocupada y yo también tenía cosas que hacer. A veces la acompañaba en sus patrullas, le ayudaba con sus deberes, pasaba algún tiempo en el Olimpo... Pero eso fue antes de que conociera a Kirok. Cuando volvimos a vernos ellos habían discutido y él tan solo se esfumó. Aunque sigo sin entender por qué discutieron, no soy muy buena entendiendo los sentimientos de los demás.
Estiré mi mano para posarla en su hombro, para decirle de alguna manera que estaba bien. Pero yo ni siquiera lo entendía. ¿Niké era incapaz de sentir empatía? Eso era algo que las Moiras habían expresado, pero comprendía demasiado poco de la naturaleza de Niké como para saberlo.
Pero no alcancé a tocarla, ya que en ese instante una de las almas se paró justo frente a mí, en medio de mi camino, bloqueándome el paso y llamando mi atención en el proceso.
Un hombre de mediana edad, con barba bien afeitada y un sombrero extraño sobre su cabeza. Su piel brillaba traslucida, pálida, casi sin ningún color. Parecía una pequeña luz que poco a poco perdía su intensidad. Sus grandes ojos verdes me observaron con una fijeza aterradora, tan intensa que quise volverme invisible de verdad.
Intenté seguir mi camino ignorándolo por completo, pero a donde yo pensara moverme él me seguía como espejo.
—Te he visto en alguna parte... —dijo, ganando la atención de los demás y de paso de algunas almas cercanas.
Entré en pánico. Se suponía que no debíamos llamar la atención. Si un grupo se arremolinaba a nuestro alrededor era seguro que los Mayores vendrían a investigar.
—Es la chica de la promoción —contestó una segunda voz, esta vez femenina. Se trataba de una anciana de ojos maliciosos que se encontraba cerca. Su mirada me generó un escalofrío—. La de los anuncios. Ella aparece en medio del grupo, ¿lo recuerdas? —Miró a los hermanos cerca de nosotros y los señaló sin ningún escrúpulo—. Ellos también. Son los tres que nunca han dado la cara, de esos que todo el mundo dice que están muertos aunque los demás fenómenos se empeñen en asegurar que nos están protegiendo. ¡Ja! ¿Protegiéndonos de qué? Los problemas llegaron cuando ellos aparecieron, alguien debe protegernos de ellos.
—Oh, sí, lo recuerdo —comentó un tercero. Un chico joven con pinta desaliñada y manos rápidas—. La bonita, el carepiedra y la supuesta líder. Creí que nunca existieron.
Sentí la mirada de Andrew apresurándonos, la presión de At en mi nuca casi que jalándome lejos de ellos.
Una sonrisa demente se apoderó del rostro de la anciana, a lo que yo retrocedí por instinto.
—Estoy aquí por su culpa. Ustedes me mataron, igual a muchos de nosotros. Lo único que han dejado a su paso son cadáveres.
—¿Qué...? —susurré, presionada y confundida.
El primer hombre dio un paso hacia mí.
—San Francisco, Union Square. Estaba de compras con mi familia cuando uno de sus compañeros dejó caer un edificio sobre nosotros. Ustedes y su estúpida guerra... Todos esos monstruos llegaron porque ustedes emergieron, si nunca hubieran aparecido mi familia y yo seguiríamos con vida.
No vi tristeza en sus ojos por su perdida, no vi pesar por estar en el Inframundo. Solo vi... ira.
Retrocedí más, casi que desviándome del camino.
—Ellos no... No fue a propósito —mascullé.
Sentí la mano de Andrew sobre mi brazo, halándome de vuelta a nuestra ruta. Aquel tacto me recordó que debía concentrarme en el conjuro, que no podía dejarme llevar en ese momento.
No obstante, pronto más almas nos volvieron a bloquear el paso. Entre ellas el joven de antes.
—Estaba en el museo del Louvre cuando los de su clase aparecieron —dijo, enfadado, pero sobretodo frustrado—. Fue un plan de meses, que requirió de muchos factores para funcionar... Y uno de ustedes simplemente llegó y lo arruinó todo. Cada cuadro, cada tesoro... Millones que simplemente se perdieron por su culpa.
Andrew me llevó hacia otra dirección, pero de repente estábamos rodeados de almas. Cailye se pegó a nosotros, igual de afectada que yo por lo que estábamos oyendo.
—Japón, Tokyo. Los vi cuando se acercaron a la torre, vi cuando cayó conmigo adentro —explicó un hombre mayor, de rasgos finos y orientales—. Grité atrapado en la primera planta, pero ustedes estaban demasiado ocupados jugando con su amigo el mutante como para salvarme a mí o a las otras treinta personas que estaban conmigo.
—Una avalancha provocada por sus amigos nos enterró vivos a mis compañeros y a mí cuando estábamos en el Himalaya... —dijo alguien más—. Estuvimos horas enterrados hasta que el frio congeló nuestros cuerpos... Y ninguno de los supuestos guardianes de la humanidad hicieron algo para ayudanos.
Y como esos salieron más y más, cada persona, cada alma, parecía querer exponernos su caso, recriminarnos las acciones de nuestros amigos. Nos hablaron con fuerza, exigiendo compensación, exigiendo perdón de nuestra parte... Otros nos dijeron que debíamos irnos, que nuestra presencia entre los humanos solo acabaría con vidas humanas.
Los miré, a los ojos de cada una de esas almas atormentadas, cuyo descenso fue consecuencia de las acciones de mis amigos... Y quise huir. Quise alejarme. Quise gritar y cerrar mis ojos y oídos a sus voces, quería que se callaran, que cerraran su boca.
—¡Ustedes nos están matando! —exclamó un hombre entre la multitud de almas—. ¡Matan a nuestras familias y amigos y esperan que los recibamos con los brazos abiertos!
—¡Por su culpa estamos en guerra! —gritó otro más— ¡Los Dioses Guardianes son los únicos culpables de las muertes! Si nunca hubieran aparecido esos monstruos tampoco. Trajeron la muerte y el caos a nuestras vidas, ¡y aun así tienen el descaro de pedirnos que tengamos fe en ustedes!
Las cosas en la Tierra parecían estar mucho peor de lo que los chicos nos hacían creer. Toda esa ira, toda esa sed de venganza era sobrehumana. ¿Cómo estaban ellos, los demás? ¿Cuál era la verdadera situación en la Tierra?
Cada vez eran más los gritos y exclamaciones que pedían nuestra cabeza, que nos adjudicaban todo lo malo que ocurría en la Tierra. Se acercaban más a nosotros casi al punto de tocarnos...
—¡Muerte a los Dioses Guardianes!
Una ola de apoyo y concuerdo se elevó entre las almas.
Y luego de eso todo pasó demasiado rápido y a la vez en cámara lenta.
La anciana de antes se abalanzó sobre mí como si no hubiera un mañana, seguida por todas las demás almas como marionetas. Andrew apretó mi muñeca... y luego todo fue humo.
Un humo blanco se esparció por todo el lugar como una niebla espesa, cubriendo todo y dejado muy poco campo visual claro. Los demonios Voladores descendieron a máxima velocidad hacia el desorden y a lo lejos oía las pisadas inconfundibles de los Mayores. Era cuestión de segundos para que los Vigilantes se unieran a la fiesta.
«—Niké.»
Alguien haló mi cuerpo, cuando me di cuenta estaba corriendo. Ambos conjuros habían desaparecido de mi cuerpo y por lo poco que alcancé a ver entre el humo a los demás también.
Una oleada de viento pasó por mi lado entonces. Al comienzo no supe de dónde venía, pero cuando me tomé un segundo para apreciar mi entorno me di cuenta de que se trataba de las alas. La fuerza impresionante que generaban al moverse en toda su gloria no solo tiró lejos a todas esas almas que trataban de seguirnos, sino que interrumpió el vuelo de los demonios y retrasó el avance de los Mayores.
Seguimos avanzando aun con la fuerte ventisca que Niké usaba para darnos tiempo. Cuando me di cuenta ya habíamos llegado al jardín de setos. Nos apresuramos a ocultarnos entre ellos a la espera de la diosa alada, con todo ese caos de almas y demonios a nuestras espaldas.
Tardó un momento en llegar, y para cuando se reunió con nosotros estábamos listos para seguir. El caos del otro lado del jardín seguía, los Vigilantes hicieron acto de presencia poniendo un poco de orden entre las almas que no dejaban de gritar algo acerca de nosotros.
At pasó por el frente de todos, haciéndonos una señal de silencio y otra para que la siguiéramos. En fila lo hicimos. Atravesamos el jardín de setos como lo teníamos planeado, y cuando estuvimos justo bajo la ventana que Andrew había señalado antes nos detuvimos.
Todo el exterior del palacio era negro con detalles rojos. Los marcos de puertas y ventanas eran rojas al igual que las cortinas, e incluso las espinas que crecían pegadas a las paredes parecían brillar de un tenue rojo. Era colosalmente alto visto de cerca; desde mi lugar no alcanzaba a ver la punta, se perdía entre el cielo rojo y la luz. ¿Cómo encontraríamos a Kirok en un lugar tan grande?
—Iré primero para asegurarme de que esté despejado —se ofreció Niké.
Entró por la ventana con ayuda de sus alas doradas. Y tras unos cuatro segundos asomó la cabeza.
—Despejado, al menos este pasillo. Creo que conecta con la entrada principal.
Tanto Andrew como yo asentimos.
—Bien, deprisa, en cualquier momento los Vigilantes vendrán a revisar los alrededores del palacio —apresuró Andrew.
La ventana estaba alta, tal vez a unos cinco metros, por lo que Andrew ayudó a su hermana a subir.
Cailye solo necesitó un pequeño impulso, y cuando alcanzó la ventana que aparte de alta era pequeña, Niké la ayudó a entrar.
—Ve primero, iré detrás de ti —dijo él.
No dije nada, lo miré no más. ¿Acaso él no estaba preocupado por nuestros amigos? No, no se trataba de eso. Lo estaba, lo sabía, era solo que no se permitía demostrarlo. Su rostro estaba igual de encriptado que siempre, su postura y pensamientos herméticos.
Y además, ¿de qué serviría estarlo? Debíamos enfocarnos en lo que estábamos haciendo, en lo que había frente a nosotros. Nuestros amigos estaban a un mundo de distancia, Kirok estaba justo ahí. Si me preocupaba por ellos no haría bien mi trabajo.
«Organiza tus prioridades». Lo comenzaba a comprender. Me preocuparía por mis amigos cuando tuviera tiempo y cabeza para eso, y cuando desde mi posición pudiera hacer algo. De lo contrario solo sería una carga para las personas que en ese momento estaban a mi lado.
—Rápido —me apuró, ofreciendo sus manos para darme un empujón igual que hizo con Cailye.
—Estarán bien —le dije—. Quiero creer eso. Pero no me preocuparé por ellos ahora, así que puedes estar tranquilo.
Quería que entendiera que no me iba dejar llevar por la tangente, que en serio me enfocaría en lo que tenía en frente. Que no iba a abandonar todo por mis preocupaciones; como ocurrió en el campamento de las ninfas.
No me fijé en su reacción, ni acepté su ayuda para saltar. Con mis habilidades al menos había algo que se me daba bien: saltar.
Subí sin mucho trabajo, dejando atrás a Andrew con sus brazos a mi disposición, y cuando llegué a la ventana caí sobre ella con gracia. Desde lo alto, parada en el marco de la ventana, podía ver el interior del palacio.
Las paredes eran altas, el techo se veía inalcanzable. Todo parecía demasiado pequeño para todo ese espacio. Todo era negro, las paredes y los muebles; salvo por una alfombra que se extendía por el pasillo que era gigante y de un color vino tinto muy vivo. Había pocos candelabros y los que habían estaban alumbrados por una cálida luz dorada. Las esculturas de animales feroces como leones o lobos en las paredes, y otras más pequeñas pero con forma de flores en las mesas, eran abundantes, se encontraban en cada rincón del lugar.
Sentí a Andrew respirar en mi nuca entonces. Había olvidado bajarme de la ventana y ahora ambos compartíamos el poco espacio que nos dejaba.
—No hay forma de que pueda estar tranquilo si tú estás cerca —susurró muy despacio, rozando mi oreja. Aquello desencadenó un cosquilleo en todo mi cuerpo; mis piernas casi fallaron—. Ahora sigue adelante.
Estaba tan absorta por su cercanía, por el calor de su aliento y la suavidad con la que recorría mi piel al hablar, que cuando posó su mano en mi espalda y me empujó me tomó desprevenida.
Caí, me dirigí al pasillo como un jarrón. No iba preparada, con mi posición seguramente me rompería un brazo. Sin embargo, pude limpiar mi mente a tiempo y concentrarme en la nueva situación. Corregí mi posición en el momento justo, volteé mi cuerpo y cuando caí lo hice con una pierna doblada y la otra no, dándome algo de soporte.
Andrew aterrizó a mi lado con la gracia de un gato y se dio la vuelta sin mirarme.
—Pensé que no te ibas a distraer. Si quieres recuperar a tu familiar antes de que nos encuentren concéntrate de verdad. Está bien que no quieras preocuparte con lo que ocurre en la Tierra, pero hay más de una forma de desconcentrarte, así que trabaja también en esa parte.
Y caminó, se fue, se alejó hacia donde las demás nos esperaban. Sabía que At estaba a mi espalda sin siquiera verla y eso me dolió todavía más.
—A veces es tan irritante como tú —comenté.
La aludida se paró a mi lado mientras me incorporaba.
«—¿Eso crees? Yo opino que sabe más de lo que aparenta y que trata de enseñarte algo. El método ha demostrado resultados positivos.»
La miré de perfil.
—Ah, claro, siempre olvido que ustedes son dos gotas de agua. A veces ni siquiera sé cuál de los dos es el más insoportable.
Se encogió de hombros, seria. Y avanzó obligándome a seguirla.
«—Tómalo como quieras.»
Tratábamos de no separarnos mucho mientras avanzábamos escondidos entre las sombras.
El palacio era precioso, debía admitir que conservaba ese estilo divino que empañaba los demás templos y el Olimpo mismo. Seguía el patrón de cortinas, esta vez rojas oscuras, de paredes pintadas de negro. Los detalles en las paredes, candelabros y algunos muebles eran una mezcla de diferentes tonos de rojo y cobre brillante.
Lo que sí me llamó la atención fueron los cuadros de paisajes que aparecían cada tanto en los pasillos. Pinturas, no fotografías. El sol, las nubes y las flores contrarrestaban muy bien con el ambiente gótico del palacio, tan reales que casi podía oler el aroma de las flores.
Usábamos las esquinas y la sombra de las paredes para escabullirnos sin llamar la atención. Sin embargo, muchas veces unos seres sin rostro, de cuerpo masculino y apariencia humanoide, cruzaban nuestro camino y debíamos ocultarnos lo mejor que pudiéramos.
Cailye no los miraba cuando estaban cerca y yo solo lo hacía para vigilar que no nos notaran. La realidad era que un cuerpo humano con la cara lisa, sin ojos que pudieran verte, daba pavor. Igual que la mayoría de cosas ahí abajo.
Andrew me hizo una señal con la cabeza para avanzar una vez uno de esos seres se perdió de su radar. Asentí.
Lo seguí de cerca, casi pisando sus talones. No obstante, a veces la distancia entre una pared y otra era tan grande que teníamos que separarnos para poder permanecer en las sombras.
—¿Segura que vamos por el camino correcto? —preguntó Niké cerca de mí, observándome con fijeza. A su lado At permanecía muy callada.
—No puedo sentir su presencia, debió camuflarse, pero el lazo me guía hacia alguna parte. Solo puedo esperar que sea hacia él.
A Niké eso pareció bastarle, pero sabía que Andrew dudaba mucho sobre ese punto. Y no lo culpaba. El palacio era inmenso, muchas bajadas, muchas gradas, muchas puertas y cientos de corredores. Era un laberinto. Ya ni siquiera recordaba por dónde quedaba la puerta principal. Y las ventanas que eran escasas no ayudaban mucho para ubicarnos.
Pero, a pesar de ser muy vago el plan, yo estaba segura de que ese instinto que me guiaba a alguna sala, en una dirección en específico, debía llevarme hacia Kirok. Eso era todo lo que teníamos, me aferraría a esa posibilidad con todas mis fuerzas.
—Izquierda —murmuré en cuanto nos vimos acorralados en un pasillo dividido en dos caminos.
—¿Segura? —instó Andrew, mirando hacia la derecha.
No sabía lo que alcanzaba a ver con su súper visión o a escuchar, pero mi intuición, al menos con respecto a Kirok, no podía fallar.
—Segura —afirmé, y sin esperar nada más él me miró y un segundo más tarde nos dirigíamos al pasillo de la izquierda.
Tras varias vueltas y recodos, y largos minutos que parecían interminables, llegamos a un punto donde el lazo que me unía a Kirok, esa cicatriz en mi mano, me gritaba que si avanzaba un poco más lo encontraría tras esa puerta que estaba a pocos metros de nuestra ubicación. Era como si escuchara con más claridad su grito de auxilio.
El único problema era...
—Ocho Mayores y dos de esas cosas de antes, cuatro a lado y lado y los otros dos vigilando la puerta —contó Andrew, observando el escenario—. Parece que protegen algo importante.
—¿Huelen eso? —preguntó Cailye—. Huele a flores. Frescas, con algo de rocío todavía. Y son margaritas y claveles, qué extraña combinación.
Al final del pasillo se encontraba una puerta custodiaba, con demonios como vigías. Y si a eso les sumaba el olor a flores que Cailye percibía...
—¿Es la habitación de Perséfone? —Eso consiguió que At me observara con atención.
—Es posible. Estamos en los niveles más altos, a lo mejor se trata de la habitación de los reyes —dijo Niké.
Negué con la cabeza.
—Si se tratara de la habitación que comparten habría más vigilancia.
—Mucho más ahora que hay intrusos y los Vigilantes están alertados —concluyó Andrew.
Por un breve momento ambos parecíamos llegar a la misma conclusión.
Me miró por un prolongado segundo, hasta que retiró la mirada y se enderezó, recostándose a la pared que usábamos de escondite.
—Me encargaré de ellos —Y sin decir nada más, tan solo salió al pasillo.
Vi su espalda un breve momento, caminando directo a los demonios, y luego no vi nada más claro que un borrón que saltaba de un lugar a otro.
Los demonios se movieron como si tuvieran una clase de ataque epiléptico, pero en realidad se trataba de los golpes de Andrew que los obligaba a retorcerse. Vi fugaces borrones de su cuerpo, escasos golpes sonoros y muchos demonios Mayores de un lado a otro. Cuando los Sin Rostro se lanzaron sobre él, Andrew ya tenía los golpes disponibles para ellos.
Solo usó fuerza física y velocidad, agilidad en otras palabras, y destreza. Pero al parecer eso fue suficiente para incapacitar a los demonios guardias y los dos Sin Rostro.
En unos parpadeos los ocho demonios Mayores yacían en el suelo. Vivos, pero inconscientes. A excepción de los dos Sin Rostro que de plano fueron eliminados por las flechas de Andrew a pesar de que éstas no tuvieran magia de sol.
Se incorporó, pues estaba agachado cerca del cuerpo de un Mayor, sin aparentar mayor esfuerzo físico que el cabello revuelto y el cinturón torcido. Vi en sus ojos cómo se debatía entre matar o no a los demonios, y noté la forma en la que decidía que hacerlo era lo correcto.
Sin embargo, pronto me encontré a su lado. Mis dos manos tomaron la suya, esa que ya estaba formando una flecha de la nada. Y al hacerlo gané su completa atención. Me miró con el ceño fruncido, interrogante.
—Ya acabaste con esos dos, no sabemos si eso alertará a los demás. Y matar a los Mayores sin duda levantará una alarma. Recuerda que eso los enfurece.
La magia que formaría la flecha se desvaneció.
—De acuerdo. Entremos rápido, no sabemos lo que hay del otro lado ni lo que nos espera al salir —dijo él.
Nos acercamos a la puerta, cuidadosos de conservar el silencio que Andrew mantuvo durante la pelea. At se adelantó un poco, alargando su cabeza hacia la puerta para traspasarla, observando el interior primero que nosotros.
Tardó unos tres segundos y cuando su cuerpo entero se encontró de nuestro lado no dudé en preguntar por medio de una mirada apresurada e intensa.
«—Es el estudio de Perséfone. Dark está adentro. Tenías razón, Ailyn.»
Eso me generó un ligero alivio momentáneo.
—¿Está solo?
«—Con Perséfone. Están en medio de una conversación.»
—Y entonces, ¿qué hacemos? —quiso saber Cailye.
Lo medité un segundo, evaluando los posibles escenarios que pude.
—Ailyn... —instó mi amiga.
Me giré hacia At.
—¿En qué posición está y qué tan cerca de la puerta está Kirok? ¿Él puede moverse solo?
At me observó con fijeza.
«—Perséfone está de espaldas a la puerta, lejos, tal vez unos diez o doce metros. Dark está sentado, y aunque no está atado dudo que pueda moverse solo.»
Tomé aire varias veces.
—Entraremos en silencio. En cuando ella esté distraída Andrew usará las semillas de Helios y tomaremos a Kirok. Saldremos antes de que el brillo disminuya. Si tenemos suerte eso distraerá lo suficiente a los guardias para salir más rápido.
—¿Y los Vigilantes? —preguntó Cailye, insegura de todo eso—. ¿Qué hacemos si están esperando afuera del palacio? ¿Cómo los evadimos?
Sacudí mi cabeza.
—Una preocupación a la vez. Ya pensaré en algo cuando recuperemos a Kirok.
Y aunque eso no fue suficiente, al menos no siguió preguntando. Movía las puntas de los pies como un tic nervioso y no sabía en dónde colocar las manos; estaba más nerviosa que de costumbre.
Niké abrió la puerta despacio entonces, y uno a uno nos introdujimos en el interior continuando como fieles compañeros de las sombras.
Lo primero que me llamó la atención de la alcoba fueron la cantidad de flores que había, haciéndole justicia al olor que impregnaba el ambiente a mucho contraste con el azufre del exterior. Muchas de ellas, de diferentes tonos pero en especial pasteles, entre claveles y margaritas. Había pétalos de flores tirados por todo el piso y más cuadros de las estaciones en una pared cercana. Las cortinas eran color coral oscuro, igual que los cojines de los muebles.
Nos escondimos tras un par de paredes, separando el grupo de dos a cada lado. Desde donde estábamos se alcanzaba a ver un gran escritorio, y en un rincón apartado, lejos de cualquier pétalo, flor o color, se hallaba una cuna de metal brillante.
Frente a nosotros a unos diez metros, dándonos la espalda, había una mujer de cabello corto a la altura de sus hombros de color coral con raíces oscuras. Lucía un vestido que arrastraba con cola, del mismo color que su cabello pero en un degradado hacia el negro en caída. Escotado, podía ver su espalda y hombros al descubierto, con su muy blanca piel, y un collar de reluciente oro rosado adornaba su cuello, a juego con la pequeña tiara que alcanzaba a ver desde mi posición.
Kirok estaba sentado frente a ella, con la cabeza gacha y ocultando sus ojos tras su cabello negro. Parecía inconsciente, pero por la forma en que la reina le hablaba dio la impresión de que él podía escucharla.
—...y no, no era verdad —le estaba diciendo en ese momento. Su voz se oyó melodiosa, como si hablara una niña pequeña—. ¿Puedes creerlo? Ni siquiera me dejó una carta. Odio cuando hace eso, más aún si no puedo reclamarle porque me vería como una loca reclamándole a un bebé.
Mi familiar movió un poco la cabeza, lo suficiente para observarla al menos de reojo. Su pecho subía y bajaba más de lo normal, y aunque intentara levantar la cabeza parecía que simplemente no tenía fuerza para el esfuerzo.
—No sé qué te sorprende. Siempre ha sido así...
—Lo sé. Pero, no sé, esperaba que pensara mejor las cosas. Si me hubiera pedido ayuda le habría aconsejado qué hacer.
—No es su culpa. Y además, sabes muy bien por qué no te dijo nada.
La mujer bufó.
—Siempre lo defiendes. ¿No te cansas de estar detrás de él todo el tiempo? Él no sería tan piadoso contigo, lo sabes. Entonces, ¿por qué lo cubres?
—Porque somos...
—Uno solo, bla bla bla. Lo sé —le cortó la diosa imitando el gesto de hablar con una mano—. Podrán compartir un alma, Kiki, pero no eres su abogado. ¿Olvidaste lo que hizo en tu primer cumpleaños? ¿O cuando tenías pocos años y te caíste al Tártaro? ¿O la vez que uno de esos Vigilantes te devoró...?
—Ya entendí, Perf —balbuceó él.
Ella volvió a bufar, todavía más molesta, y caminó de un lado a otro frente a Kirok. Él apenas podía observarla y ella no se percataba de nada más que no fuera Kirok; ambos parecían tener una reunión de viejos amigos que no se veían en años, pero si tan bien se llevaban, ¿cuál era todo el alboroto?
—Y luego vas y lo desobedeces —continuó. Ella parecía más humana de lo que tenía en mente—. Y sabes cómo se pone cuando lo desobedeces. No pudiste elegir peor momento, Kiki, y siempre la que paga el alboroto de ustedes dos soy yo. ¿Sabes lo molesta la está la Corte Suprema? Por Urano, gracias a Madre Gea los primordiales no se invocaron o estaría cumpliendo la condena por sus travesuras.
—Perf...
—Hay el triple del trabajo en el Inframundo gracias a tus nuevos amigos. ¿Sabes lo congestionados que están los ríos? No veía algo así desde la última vez que los humanos pelearon entre ellos.
—Perf...
—Y no me hagas hablar de la descerebrada de Pandora. Todo esto es su culpa. Y yo que creí que ahora sí se quedaría quieta, pero no, ella y su obsesión con la Luz de la Esperanza.
—¡Perséfone! —exclamó Kirok, un esfuerzo que lo dejó jadeando de cansancio—. Perf, flor, ¿por qué me tienes aquí? ¿Por qué me trajiste? Sabes lo que sucede si estoy... cerca...
La diosa dejó caer sus hombros desnudos y le sostuvo la mirada por lo que pareció una eternidad...
Hasta que de repente se dio la vuelta, de golpe, sin aviso, solo se giró hacia la puerta en nuestra dirección. Las paredes se movieron entonces, imitando el movimiento del papel cuando el viento lo mueve, dejándonos al desnudo ante sus ojos.
La observé, aterrada, sin saber qué hacer. Su rostro era precioso, parecía un melón, pequeño y tierno, con finas líneas en especial en los labios. Noté el color de sus ojos, iguales a los de Deméter: uno café y el otro verde. Y nos observó con una dureza que solo había visto en los ojos de Zeus.
—Si lanzan una flecha, mueren. Si usan magia, mueren. Si desenfundas tu espada, mueren. Si se mueven, mueren —decretó, con el tono de voz que usaría un monarca—. Están en mi dominio, desde el momento en que pusieron un pie en el Inframundo su poder y su vida me pertenecen. Y créanme, podrán ser muy amigos de Kirok y Atenea podrá ser su nueva ama, pero no dudaré en cortar sus cuellos y arrancar sus miembros si hacen algo que no me guste.
Quedé helada, paralizada, y todo lo que hice fue intentar tragar saliva. Mis piernas temblaron y toda la ternura que pudo provocarme su cabello coral y su voz de niña desparecieron. Ella era hermosa, sí, pero de inofensiva no tenía nada.
Kirok levantó su cabeza entonces, con toda la voluntad que pudo. Y nos observó con los ojos bien abiertos, preso de la sorpresa y el pánico.
—Perf, no les hagas daño —masculló él y aquello casi se oyó como una súplica.
La diosa nos sostuvo la mirada, o mejor dicho, a mí en realidad.
—No si me obedecen. Sé con exactitud cuántos seres hay en el palacio, y sé muy bien quién entra y quién sale. Nunca tuvieron oportunidad de recuperar a Kiki sin que lo supiera. Y agradezcan, humanos, que mi esposo está como está o de lo contrario él los enviaría al Tártaro sin dudarlo.
Vi por el rabillo del ojo cómo se tensaban los hombros de Andrew, y supe de una manera casi instantánea que estaba pensando en una forma de inmovilizar a Perséfone para continuar con nuestro plan.
Sin embargo, como si At me leyera la mente, nos habló desde nuestras espaldas.
«—No está exagerando, en verdad la he visto arrancarle los miembros a alguien. Si lo dijo es seguro que lo cumplirá. Atacarla solo le daría entrada a atacarlos, y aun con el poder del sol y la luna no podrían vencerla, no aquí —Miró a Cailye—. ¿Aún tienes el polvo de Morfeo? Dormirla es la mejor solución.»
Cailye parpadeó en afirmación y señaló su cinturón. «Si se mueven, mueren». Necesitaba distraer a Perséfone para que Cailye pudiera sacar el polvo de Morfeo.
—Solo queríamos ver si Kirok estaba bien —dije, nerviosa, sin poder apartar los ojos de los suyos—. Estábamos preocupados por él.
Se acercó, dio algunos pasos pero no alcanzó a cruzar mi espacio personal. Me observó de pies a cabeza, estudiándome.
—No me caes bien —soltó unos segundos más tarde.
—Perf... Déjala —regañó Kirok, sin energía para añadir algo más.
Pero la diosa no quitó sus ojos de mí.
—De tener la menor oportunidad no dudaré en arrancarte el corazón, humana. Solo necesito que me la des, así que estaré atenta.
—Perséfone... Solo déjala —insistió Kirok—. No es una amenaza para ti.
Ella se apartó de mí, de vuelta a donde Kirok se encontraba sentado. Cruzó sus brazos sobre su pecho, abrazándolo por detrás y acercando su rostro al suyo.
—No lo es. Pero sabes que no tendré piedad si alguien te lastima o te hace sufrir, Kiki. Mataré a cualquiera que te haga daño —Se acercó a su mejilla, rozando sus delgados labios contra su piel—. Te amo, Kiki, en este momento eres mi prioridad.
Se recostó sobre él, acomodando su mejilla contra su cabello. Y mirándome desafiante. Aun no conseguía comprender del todo su relación.
—Perf, no juegues. Ella en verdad se lo va a creer.
La diosa de la primavera sonrió, complacida y picara, y se enderezó. Aún mantenía sus manos sobre los hombros de Kirok; de alguna manera aquel gesto lucía posesivo.
—Bien, qué aburrido —Nos miró a todos—. Los escucho. Sé que querían hablar conmigo sobre Pandora, y dado lo que aquella bruja le hizo a mi esposo lo menos que puedo hacer por ella es devolverle el favor.
Miré a Andrew, confundida, no muy segura de lo que acaba de oír. Pero él tan solo me dedicó una mirada de reojo y continuó observando a la diosa con recelo.
—¿Dice que... nos quiere ayudar? —pregunté.
Movió su corto cabello con gracia e hizo una pequeña mueca.
—No. Pero Pandora ya me colmó la paciencia. Alguien necesita darle su merecido, y si ustedes ya están en eso pues al menos les diré cómo hacerlo.
—Pero... Creí que eran amigas —continué, esperando en parte que Cailye encontrara un buen momento para sacar el polvo.
Ella suspiró, o bufó, no noté la diferencia.
—Lo eran —dijo entonces Andrew, estudiando a la diosa de cabello coral—, pero Pandora la traicionó.
Ella le sostuvo la mirada, aunque cuando habló no lo hizo hacia él en específico sino en general.
—Es una bruja sin corazón. Un monstruo. ¿Vieron lo que le hizo a su hija? Ya no sé qué tiene en la cabeza. Bien podría exterminar a media población de Kamigami y no sentir nada. Es una maldita loca traicionera y egoísta que solo vela por sus intereses, cualquier relación que no le ofrezca lo que ella desea la desechará sin remordimiento.
—Pero no siempre fue así, ¿verdad? —continuó Andrew, haciéndole una seña a su espalda hacia Cailye para que se apresurara—. ¿Hace cuánto se conocen?
Se alejó por fin de Kirok, mientras él intentaba mantener la atención en la situación; mi familiar lucía cada vez más apagado. La diosa caminó cerca, como si el movimiento reviviera sus recuerdos.
—No. Era una mujer maravillosa cuando los dioses la crearon. Un verdadero orgullo, una obra maestra —comenzó—. Adoraba los peces, no sé por qué pero pasaba horas y horas viéndolos nadar. Era buena con todo el mundo, amable y graciosa. Siempre sonreía. Y también amaba cantar. La conocí en verano; estaba en los jardines del Olimpo cuando la vi recogiendo flores para un paciente de Peán herido en batalla. Nos hicimos amigas en ese momento cunando hice florecer unas azucenas que quería.
Así no era Pandora. ¿En verdad hablaba de la misma? No podía imaginarla llevándole flores a un herido, mucho menos sonriendo de la forma que describía.
—¿Y entonces qué le pasó? —pregunté.
—Zeus le dio la caja —contestó Andrew por ella.
Perséfone asintió.
—Y eso la destruyó. Está unida a la caja, cuando las desgracias salieron al mundo una parte de ella murió. Y luego Zeus le quitó la Luz de la Esperanza... Eso es todo para ella. No volvió a ser la misma. Su dulzura y amabilidad se marchitaron como una flor sin agua. Todos se alejaron de ella, todos excepto nosotros. Hades sabía lo que se sentía ser excluido y yo tampoco quería abandonarla. Estuvo viviendo con nosotros un tiempo luego de eso; durante muchos años, siglos, la refugiamos mientras recuperaba su fuerza, mientras decidía qué hacer.
»Al comienzo parecía un muñeco sin vida. No comía, escasamente se movía, tampoco hablaba, sus ojos ni siquiera veían a alguna parte; parecía muerta sin estarlo. Luego de un tiempo lo único que hacía era ver su caja, se la pasaba día y noche estudiando su interior y hablando sola. Al principio creí que su situación la estaba enloqueciendo, pero pronto comprendí que hablaba con las personificaciones de las desgracias. Pasó un punto sin retorno luego de eso. Algo en su interior se retorció, se pudrió. Parecía poseída.
Hubo un pequeño momento de silencio.
—¿A dónde fue luego de irse de aquí? —dijo Andrew.
Creí que no iba a responder, aunque en realidad parecía que se estaba pensando de más la respuesta.
—No lo sé. Un día solo desapareció. Dijo algo acerca de recuperar la esperanza y nos dejó. Supimos muy poco de ella luego de eso. Aunque supongo que nunca cortó el contacto con Hades.
—¿Pero por qué? —Mis palabras captaron su atención—. ¿Por qué estaba obsesionada con la Luz de la Esperanza?
Me sostuvo la mirada por un rato, tanto así que creí que no iba a contestar.
—Pandora está unida a las desgracias que había en la caja, eso incluye también a la esperanza. Recuperarla significa para ella equilibrio, compensar la balanza, recuperar una parte de sí misma que le quitaron. A veces pienso que lo que le hizo a Pirra y a las Amazonas fue para llenar ese vacío que le dejó la esperanza; muchos creen que el poder puede saciar un vacío... No pueden estar más equivocados.
Casi me le acerqué por instinto. Así que a eso se refería Deucalión cuando hablaba del equilibrio, de paz.
—Pero la Luz de la Esperanza no le pertenece...
—No. Pero en el momento en que abrió la caja se unió a ella. Es tan suya como sus ojos o su cabello. Cuando Zeus la desterró y se la quitó, una parte de ella no volvió a ser la misma. Era como si estuviera viviendo una pesadilla día tras día, encerrada en su propio cuerpo; solo cuando pensó en recuperarla algo se encendió en su interior. Creo que busca paz, la paz y el orden que puede ofrecerla la Luz de la Esperanza.
Por un tiempo en verdad llegué a pensar que la quería para algo más grande; que cuando se referían a paz se trataba de la paz entre los humanos o entre las deidades. Pero...
«Pero
sobre todo lo que ella es, fue o será, es egoísta». Recordé las palabras de Deucalión.
Ahora lo entendía, Pandora quería la Luz de la Esperanza para ella, no la compartiría con nadie; su único deseo era tener paz, salir de la pesadilla en la que vivía. ¿Era acaso diferente a Pirra? Su hija, la voz que escuché en ella, también quería lo mismo: descansar. Tranquilidad y paz, un equilibrio que no podían conseguir solas.
Y aun así...
«Te dirán muchas cosas sobre esa desagradable mujer, pequeña, algunas te harán dudar e incluso puede que creas en ella. Pero, por nada del mundo, olvides que es una maldita loca.» Me había advertido Deucalión.
No podía permitirme sentir compasión por ella. Ni siquiera la conocía, no sabía qué tanto de lo que Perséfone decía era verdad. Pero estaba segura de lo que Pandora le hizo a la Sra. Louis, a Hades y a las Amazonas; sabía lo que le hizo a su hija, sabía lo que le hizo a Cailye. Y sabía lo que haría conmigo y mis amigos en su búsqueda por recuperar la Luz de la Esperanza.
Pandora era un monstruo, peor que los demonios. No había nada humano en ella ahora.
—¿Qué hará con la Luz de la Esperanza si la consigue? —seguí, consciente de que la diosa estaba lo suficientemente sumida en sus recuerdos como para reparar en Cailye.
—Guardarla, por supuesto. La conservará en la caja todo el tiempo que ella lo desee. Y ahora que su poder se puede considerar primordial, ¿quién puede llevarle la contraria si la guarda? Si eso sucede nadie tendría ni siquiera voluntad para intentarlo. La vida en la Tierra dejaría de florecer y de paso la de las deidades de Kamigami y el Inframundo por igual.
Eso... No sonaba nada bien.
—No quiero que eso suceda, claro —continuó la diosa, ahora con más diversión—; adoro la primavera y el verano. Pero ella dejó de escucharme hace mucho tiempo, no importa lo que le diga ella no cambiará de parecer. Y yo ya me cansé de querer ayudarla.
—¿Entonces por qué nos cuenta eso? —inquirió Andrew—. ¿Acaso espera que la detengamos? Creí que no le agradaban los humanos.
Lo miré de reojo. ¿No le agradaban los humanos? Eso era nuevo y extraño, considerando que vivía rodeada de almas humanas.
La diosa se encogió de hombros.
—No me agradan, lo único que saben hacer es pelear entre ellos y matarse. Pero el Inframundo necesita de todo lo que la esperanza desencadena para funcionar, y Hades también. Si Pandora la guarda los humanos no serán los únicos afectados.
—¿Cuál es su debilidad? —solté de repente, presa de una nueva motivación para vencer a Pandora.
No podía dejar que los tres mundos se vinieran abajo por la paz de un individuo.
Perséfone me taladró con sus ojos heterocromáticos. No había sorpresa en su mirada, tampoco enojo o diversión. Una capa de total seriedad la cubrió. Y supe, de una manera que no comprendí, que ella no estaba segura de querer revelar ese detalle.
—Lo sabe —concluyó Andrew—. Conoce la debilidad de Pandora.
Caminó alrededor de la silla de Kirok, acercándose más a nosotros. Si daba unos cuantos pasos más estaría a la distancia suficiente de Cailye para que pudiera usar el polvo de Morfeo.
Cruzó sus pálidos y delgados brazos sobre su pecho, y al caminar sus tacones resonaban en toda la alcoba. Kirok la observó de reojo, atento a lo que hiciera, pero sin la energía suficiente para intervenir.
—Es igual que la mayoría de las deidades. Su debilidad es su mayor fortaleza. Pero el detalle no está en conocer su debilidad, sino en poder aprovecharla.
Miré a Andrew, confundida, pero él no me regresó la mirada. Él ya sabía a lo que se refería...
—La debilidad de Pandora es... —mascullé.
—Su caja, sí —concluyó la diosa—. Es la fuente de su poder, la hace lo que es. Si se la quitan también le habrán quitado su poder, o al menos por un tiempo. Sin embargo...
—No hay nadie que logre acercársele lo suficiente sin caer en su magia, que tenga la lucidez y voluntad necesaria para quitarle la caja —explicó Andrew, con el ceño fruncido y actitud pensativa.
La diosa asintió.
—El que lo intenta pierde la cordura o se muere del susto. No vale de nada que lo sepan si no pueden acercársele; es suicidio el siquiera considerarlo. Ni siquiera yo sé lo que ve cuando la abre, es como si solo ella supiera lo que hay en su interior. Es muy celosa con su caja, no es como si fuera a dejarla por accidente en alguna parte; siempre la lleva encima, es lo que más vigila. Para quitársela ella tendría que estar muerta.
Un frio recorrió mi espalda de solo imaginarlo. ¿Cómo se suponía que iba a quitarle la caja cuando yo ni siquiera la había visto en persona? Suspiré, estresada. Mientras más sabía acerca de ella más invencible me parecía.
«Pandora puede presentarse como un adversario incomparable, indestructible y cuya sabiduría puede compararse con la de la mismísima Palas Atenea, pero fue humana alguna vez, y su poder primordial sigue creciendo. Hay deidades mucho peores. La primera mujer no es invencible.» las palabras de Helios resonaron en mi cabeza, como un oscuro hilo de esperanza.
—¿Conoce sus planes? —le pregunté a la diosa de la primavera, expectante—. ¿Algo específico que vaya a hacer para conseguir su objetivo?
Eso consiguió que se acercara un poco más. Quedó a unos pasos de mí, si daba un paso más el polvo la alcanzaría.
—¿Qué crees que soy, humana? —alegó ella, molesta—. No tengo tiempo para chismes, estoy muy ocupada supervisando un reino y evitando disputas entre hermanos como para saber lo que hará esa loca mañana. Y además, lo que tenga planeado hacer es algo que si acaso sabrán sus aliados más allegados. No tengo porqué saberlo.
Enarqué una ceja, confundida y curiosa. ¿En serio el Inframundo daba tanto trabajo? Solo había alcanzado a ver ríos, demonios y almas. ¿Acaso había algo más ahí abajo?
Ella se molestó más, pues dejó salir un puchero y sus mejillas pálidas se llenaron de color.
»Puede que mi imperio no sea tan grande o fructífero como el de Zeus o Poseidón, pero no por eso deja de demandar tiempo y dedicación. Si me descuido un momento un asesino en serie puede reencarnar o un inocente sería condenado al Tártaro. ¿Sabes la catástrofe que eso significaría? El orden natural no se puede alterar, las consecuencias serían nefastas; y depende de nosotros mantener ese orden intacto. No se trata solo de la muerte, humana, se trata de la vida.
—Lo siento, yo no...
—¡Oh, pero claro que no lo sabías! —Movió sus brazos por el aire, alterada—. Nunca nadie habla de la importancia del Inframundo o de lo que significa supervisarlo. Siempre les dicen a los niños que es un lugar horrible, ¡y no lo es! Solo las prisiones lo son, solo los ríos y los alrededores lo son. Al otro lado del reino los Seres de Oscuridad tienen un lugar dónde vivir en paz, pero ¡eso nadie lo menciona porque a nadie le importan!
—Eh...
—Mandan aquí abajo a toda deidad que no cabe en las normas de Zeus, como si ser un Ser de Oscuridad fuera un delito. ¡No lo es! Hestia lo sabe muy bien. En la mayoría de los casos son solo deidades que han sufrido un castigo injusto por parte de los dioses y su ego, otros solo nacieron así. ¡Eso no los hace malvados! El Olimpo está tan lleno de prejuicios que nunca han querido ver esa realidad. El origen de la magia no dicta el corazón de una deidad, solo el tipo de magia que manipula. Hay Seres de Luz que han hecho cosas peores, pero convenientemente no se habla de eso.
Mientras la diosa se desahogaba sobre lo malas que estaban las cosas y la injusticia de los dioses, Cailye dio un paso hacia ella. Uno solo, lo suficiente para lazar su hechizo.
Sin embargo, en cuanto Cailye abrió su mano para arrojarlo de frente a Perséfone, se detuvo en seco y gritó.
Un grito enardecedor que estremeció la habitación y derramó el polvo que dormiría a la diosa. Andrew se abalanzó hacia ella junto con Niké, pero tan pronto como ambos se movieron ella dejó de gritar de golpe y cayó hacia al frente. De la nada, como si le hubieran apagado un botón. Consiguió caer en los brazos de su hermano, y parpadeando, desubicada y confundía, observó a su espalda lo que fuera que buscara.
Miré también, mientras Andrew le preguntaba por lo que había pasado y si estaba bien, y ahí parado, a dos metros de nosotros, se encontraba un niño.
Un niño salido de la nada, que aparentaba tener no más de tres años. Estaba ahí de pie, con la mano al frente como si acabara de tocar algo que ya no estaba ahí. Su piel era muy pálida, de cabello negro brillante y ojos oscuros, como dos carbones. Esa mirada gélida y esa sonrisa ladeada yo ya la conocía...
Fue entonces cuando la silla de Kirok se cayó. Hubo un estruendo y Kirok gritó de dolor. Miré a Perséfone, que permanecía inmutable a la situación, y sin esperar permiso corrí hacia mi familiar caído aunque la diosa lanzara un ataque hacia mí.
Me deslicé por el suelo para llegar más rápido, y cuando llegué a él intenté levantarlo, examinarlo para conocer la causa de su dolor. Aun así él no intentó levantarse, continuó retorciéndose en el suelo con una mueca de dolor en el rostro. A veces parecía que quisiera gritar, pero reprimía la necesidad. No me veía, apretaba los ojos con fuerza, pero sí tomó mi mano con la poca energía que le quedaba.
—¿Qué le hiciste...? —exclamé— ¡¿Qué le hiciste?!
Perséfone me miró sobre su hombro sin contestar y luego caminó hacia el niño que en ese momento la mirada con ojos brillantes. En el camino se detuvo al lado de mis amigos, donde Andrew sujetaba a una Cailye que aún no recuperaba del todo el aliento.
La miró con curiosidad, recibiendo a cambio una mirada de advertencia por parte de Andrew y una asesina por parte de Niké.
—No vuelvas a hacer algo así, pequeña —le dijo la diosa a Cailye, quien solo podía observarla con los ojos bien abiertos—. Después de todo somos iguales. Artemis, diosa de la luna... La mayoría de las deidades no saben lo que significa cargar con el poder de la luna. No es diferente a las estaciones del año. Es una maldición y una bendición al mismo tiempo. Te comprendo, pequeña; si algún día tienes preguntas estaré dispuesta a escucharte. No encontrarás a alguien que sepa mejor que nadie lo que implica poseer un poder dual.
Y sin explicar nada o dejar que alguien le preguntara siguió su camino. Se paró frente al niño, y luego de mirarlo con ternura se agachó y lo tomó en brazos.
Cuando lo levantó Kirok volvió a gritar. Se aferró a mi mano y se retorció; sudaba, sus ojos estaban encendidos en rojo y alcanzaba a oír su corazón más nítido de lo normal.
—¡Perséfone! —gritó él.
La diosa lo miró, una mirada triste, y abrió la boca mientras acomodaba al niño en sus brazos. El niño no borraba esa sonrisa de su rostro y tampoco dejaba de mirarnos.
—Lo siento, Kiki, no sabía que él iba a pasear por aquí a esta hora. Se supone que debe estar durmiendo —se excusó. Y, ahora refiriéndose a nosotros, continuó—. No lo miren así, ustedes ya lo conocen, es un viejo amigo —Se volvió hacia el niño y le acomodó el cabello tras las orejas—. Él es Hades. Mi esposo.
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