22. El mundo de los muertos
Horns (Arc North Remix) - Bryce Fox
No vi luz al final de la caída, no vi nada en realidad.
Cuando me di cuenta había dejado de caer y me encontrada suspendida en el aire, con el cuerpo invertido y la nariz a un par de centímetros del suelo. Negro, como todo a nuestro alrededor.
Como si la gravedad regresara de repente reclamando mi cuerpo, caí de lleno sobre la grava rustica, clavándome pequeñas piedritas en la piel expuesta de mis manos y rostro.
Me incorporé mientras me quitaba las piedritas, y cuando terminé me fijé primero en que estuviéramos completos. En efecto, mis amigos estaban a mi lado, cada uno preocupándose de su propio estado.
Y luego, cuando me tomé un segundo para procesar lo que acababa de suceder, me percaté del entorno.
Debí sentir el calor en el momento en que caí, pero la adrenalina seguía presente y a lo mejor eso me impidió notar que la temperatura era considerablemente alta. No era solo lo que provocaba el cambio, aquello se comparaba más con el fuego.
Estábamos en un callejón, entre muros de rocas oscuras y grandes apiladas sin cuidado, y había solo oscuridad. Lo único que nos brindaba un poco de luz era el cielo rojo sangre que estaba sobre nuestras cabezas como una gran cúpula en lo alto, parecido a un domo. También, a unos metros, se encontraban unas antorchas colgadas en las paredes, iluminando un camino de pierdas que debían llegar a algún lado.
Se oían cadenas y gruñidos, y cada cierto momento uno que otro grito. El aire estaba cargado de azufre, y cuando el viento aumentaba lo traía consigo, igual que pequeñas chispas de fuego que se extinguían como si de burbujas se tratara.
—Oigan —dije mientras contemplaba las chispas y oía las cadenas—, no me digas que estamos en...
—El Inframundo —me cortó Kirok.
Me giré hacia los demás, expresando toda la confusión y el pánico que sentía en mi rostro. Mi familiar estaba recostado en uno de los muros, aparentemente despreocupado, hasta que nuestras miradas se cruzaron.
—¿Y eso es mejor que las Furias y las Gorgonas? —inquirí.
—No me mires a mí —se quejó, y apuntó a At con su cabeza—, ella me obligó.
Pero justo cuando abrí la boca, dispuesta a preguntarle qué se le pasaba por la cabeza ahora, Kirok se vino al piso.
Me lancé sobre él en ese momento sin pensarlo dos veces, y alcancé a sostener parte de su peso para que no impactara como muñeco contra el suelo. Dejé que su cuerpo se resbalara por el mío, pues era muy pesado para mi fuerza divina en pleno desarrollo, y me torcí el tobillo cuando llegamos al suelo.
Cailye se acercó también, igual que Niké, pero Andrew conservó su distancia al respecto.
—¿Kirok? ¿Qué sucede? —lo interrogué, mirando con preocupación sus ojos casi cerrados y su intenso jadeo.
Se veía desorientado y muy cansado en cuanto hizo el esfuerzo de mirarme al menos con el rabillo de su ojo. Lo recosté un poco a la pared para darnos más balance, pues parecía muy débil para hacerlo él mismo. Su respiración era irregular y sudaba como si tuviera fiebre a pesar de su temperatura normal. Lo llamé un par de veces, y aunque intentaba hablar solo conseguía balbucear. Lucía adormilado, casi drogado.
At permanecía lejos de nosotros, observando la escena de reojo y casi que ajena a lo que le ocurría a Kirok. La miré, acusadora.
—¿Qué le sucede? —interrogué con firmeza mientras sostenía su pecho contra el muro para evitar que se viniera abajo, mientras usaba mi otra mano para rodear su cuello— ¿Qué lo obligaste a hacer?
Pero ella se quedó callada, ignorando por completo mi reclamo.
Kirok logró poner su mano sobre la mía, captando de nuevo mi atención.
—Estoy bien, Luz, no te preocupes.
Me miró a los ojos aun cuando su respiración seguía irregular.
—¿Es algo que pueda curar? —preguntó Cailye, agachada a su lado.
Kirok no la miró, por el contrario, puso el esfuerzo que tenía en moverse e incorporarse. Al comienzo tambaleó, por lo que Cailye lo ayudó de un lado y yo del otro para que lo consiguiera. La indiferencia de Andrew y de At ya me estaba enojando.
—No, no —contestó cuando ya estaba de pie, recostado todavía en el muro. Cerró los ojos y los apretó con fuerza, cuando volvió a abrirlos dio la impresión de que no podía mantenerse despierto—. Es un efecto secundario, se me pasará mientras más alejado esté del palacio.
Fruncí el ceño, confundida.
—¿Por qué del palacio?
Posó sus ojos de nuevo en mí, y la mirada en ese momento fue la misma que me dedicó en el templo de Artemis cuando no quería seguir hablando del tema. Desvió la mirada en cuanto notó ese detalle, y en cambio observó a At con fijeza, con una ira contenida que me hizo erizar los vellos de la espalda.
«—El Inframundo es paralelo a Kamigami, si nos movemos en la misma dirección que teníamos evitaremos el ejercito de Furias y avanzaremos en el camino. Regresaremos una vez atravesemos la cordillera.»
Así, tan tranquila e ignorando la mirada de Kirok y la interrogación en mi rostro. Y fue así como At se sumergió en la oscuridad del pasillo que llevaba a alguna parte, dejándonos atrás.
—A veces la odio —comentó Kirok en un suspiro.
—Te entiendo —concordé.
Nos miramos y una sonrisa cómplice apareció en nuestros rostros.
Una capa negra de interior rojo, la capa que Kirok nos dio para el Hogar de Hestia, apreció sobre mí, cubriendo mi cuerpo y parte de mi cabeza. Ocurrió lo mismo con Cailye y Andrew. El mencionado avanzó por fin hacia nosotros, con una mirada dura como siempre.
—Nos ocultaremos mientras estemos aquí —dijo él—. Es un lugar peligroso, y es mejor no revelar nuestra identidad, mucho menos estando cerca del palacio. La oscuridad nos ayudará a movernos.
Kirok soltó un bufido y lo miró con malicia.
—Sabes mucho del Inframundo, rayito de sol. No parece ser tu primera visita.
Andrew se abstuvo de mirarlo. En cambio se acomodó la capucha y caminó hacia la oscuridad.
—Sé más de lo que piensas, así que ten cuidado con lo que dices. Mi intención no es protegerte a ti, no lo olvides.
La burla abandonó el rostro de mi familiar como si se le cayera la pintura a un payaso, y casi pude sentir tanto el resentimiento como la ira y el miedo palpables sobre su piel. Lo oí mascullar algo en voz baja, pero no entendí las palabras.
Sacudí mi cabeza y lo sujeté con más fuerza. Miré a Cailye a su otro lado y a Niké cerca de nosotras.
—Vamos, ayúdenme a moverlo.
Ambas asintieron, pero Kirok se soltó del agarre de ambas cuando quisieron ayudarlo.
—Puedo caminar solo.
—Solo si quieres caerte —contraataqué—. Nadie te está preguntando, así que quédate callado y deja que te ayuden. Es una orden.
Con eso cerré su boca. Me lanzó una mala mirada, más de niño malcriado regañado que de otra cosa. Era orgulloso, pero ningún orgullo sobrepasaba el poder de mi palabra sobre él. Ventajas de nuestro lazo que no me agradaba usar pero que no negaría que eran muy útiles.
Cailye lo ayudó de la izquierda y yo de la derecha, mientras Niké vigilaba nuestras espaldas, y fue así como nosotros también nos dejamos devorar por la oscuridad, el olor a azufre, y los gritos.
La mejor manera para describir el Inframundo era compararlo con el interior de un volcán. Y no era que hubiera estado en el interior de alguno, pero de haberlo hecho de seguro luciría así.
El suelo, los muros, toda construcción era completamente negra, hecha de grava filosa. Podía sentir las piedras apuñalando mis pies conforme caminada. Y lo que no era construcción era lava, fuego puro.
El lugar estaba distribuido por niveles tan irregulares que si caminaba derecho por más de diez metros era seguro que caería por un precipicio que me conduciría a un rio de lava. Estaba recorrido por cinco ríos principales, vistosos desde donde mirara, alimentados por algunos arroyos más pequeños que incluso podría atravesar de un paso.
No alcanzaba a ver el fondo del Inframundo. Todas eran plataformas que variaban en su tamaño, y ninguno de los ríos pasaba por el abismo en medio de todo pero todos terminaban en él. Reconocí, con un escalofrío, que si llegaba a caer no quedaría ni alma que recoger.
Había algunas construcciones, pero todas estaban en ruinas. Tenían la apariencia de viejas casas, esas pequeñas que tenían techo de choza, pero ahora solo algunas de sus paredes estaban en pie. Como un pueblo abandonado muy grande. Daba la impresión de que ocurrió un cataclismo en aquel lugar que arrasó con todo y lo dejó en llamas.
Y a pesar de todos esos ríos de lava, de esos rincones en llamas, y de esas ruinas cada dos por tres, lo que más llamaba la atención era el cielo, o al menos lo que había sobre nuestras cabezas. No era sol, no era luna, ni siquiera se parecía al cielo. Se trataba de una gran espiral con diferentes tonos de rojo en cuyo centro resplandecía una luz blanca, parecida a una pintura en acuarela.
—Creí que la única forma de venir al Inframundo sin estar muerto era sobornando a Caronte, el barquero —comenté en voz baja.
Nos movíamos entre las sombras en fila india, evitando llamar la atención.
El lugar estaba infestado de demonios y almas. Me reencontré con mis recuerdos cuando identifiqué a los demonios Mayores yendo de un lugar a otro, a los Gusanos revolcarse en algunas esquinas, a los Voladores surcando los cielos como cámaras de vigilancia, y a los Simuladores camuflándose entre las almas de las personas como si esperaran su turno para hacer una broma.
Las almas iban en grupos grandes; lucían apagados y robóticos, caminaban pero más porque los arriaban que por voluntad propia. Igual que el ganado. Y todos esos grupos iban hacia los ríos. Pasaban cerca de nosotros hasta alcanzar un rio secundario, ahí abordaban un barco muy grande que los conducía a los ríos principales.
Todas esas almas iban acompañados por grandes siluetas negras que vestían capas. Medían unos tres o cuatro metros de alto, de hombros muy anchos, y flotaban como espectros fantasmales. No podía ver nada bajo su capucha, y dudaba que tuvieran algo bajo la misma. Esos se veían con más inteligencia, como si tuvieran mente propia.
—En circunstancias normales lo es —contestó Kirok, caminando justo frente a mí en la fila y atrás de Cailye—. Entrar es fácil, la parte difícil es salir.
Subimos una plataforma, ocultos en la sombra que la poca luz del ambiente proporcionaba, cuidándonos de evitar cualquier demonio o alma que se mostrara mínimamente cerca. Niké iba a la cabeza acompañada por At, vistiendo una capa a la fuerza para intentar ocultar su llamativo cuerpo y cabello en llamas, y Andrew era el último de la fila, justo a mi espalda.
«—La familia del Inframundo puede manipular la tela dimensional que separa al Inframundo de Kamigami, significa que pueden abrir grietas en donde lo deseen.»
At no miró para atrás cuando lo explicó.
—Sí, aunque por lo general nosotros decidimos cuándo hacerlo —se quejó Kirok, visiblemente irritado por la decisión que At tomó por él—. Además, con el poder actual con el que cuento no es como si pudiera abrir grietas cada metro. Tendremos suerte si consigo abrir otra para salir.
«—Estarían muertos de haberse hecho otra cosa —tan solo dijo, sin dar más justificaciones.»
Kirok soltó una risa falsa pero no dijo nada.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —quise saber—. ¿Por qué no puedes aparecer por el Palacio de Hades? ¿Tiene algo que ver con nuestro lazo?
Negó con la cabeza.
—No es el palacio, es Hades. Mientras más lejos esté de él más fuerte me sentiré. Como está ahora, si me acerco demasiado, es posible que drene todo de mí.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Está creciendo, necesita alimentarse, y en ese sentido para él yo sería el postre perfecto. No importa cuánta oscuridad consuma de la humanidad, nada se compara a recuperar una parte de sí mismo. Con un solo toque es capaz de absorberme.
At lo observó sobre su hombro pero no hizo ningún comentario.
—Entonces solo tenemos que evitar el Palacio de Hades —concluí con simpleza.
Oí su risa, y giró un poco su cuello para observarme. Aun le costaba caminar, pero con algo de magia cortesía de nuestro lazo logró moverse mejor.
—No es tan fácil —Señaló a uno de esos espectros que escoltaba a un grupo de almas—. ¿Los ves? Se llaman Vigilantes. Se encargan de acompañar a las almas por todo el proceso de clasificación, desde que llegan hasta que se van por su rio correspondiente. Pero son más que eso; son los ojos de Hades en el inframundo. Si me llegan a ver, o a siquiera sentir, no dudarán en llevarme ante su rey. Y si los ven a ustedes, pues, tendrán suerte si los confunden con almas, sino los aventarán al Tártaro y nadie ha logrado salir de ahí jamás.
Tragué saliva, observando una vez más a los Vigilantes antes de girar en la única esquina libre de Gusanos. A veces me daba la impresión de que un Simulador me observaba, y eso me generaba un pánico gigante a pesar de saber que era muy poco probable. En algunos momentos, por lo general cuando estábamos cerca de un grupo de almas, los gritos en pena eran tan altos que me dejaban temporalmente sorda; y ni hablar de ese molesto sonido de cadenas. Lo más extraño era que no había ninguna cadena a pesar de oírlas.
—Pero, ¿aquí vienen a parar todas las almas humanas? Creí que solo era para los condenados.
—Lo es —confirmó—. Aquí solo encontrarás lo peor de lo peor. Las almas que llegan no tienen salvación, han sido condenados a un castigo eterno. Cada rio es para un tipo de castigo diferente; está el rio de la pena, de los lamentos, del olvido, del fuego y del odio. Y la gran prisión del Tártaro, impenetrable e inevitable; una pesadilla eterna. Ahí estaban sellados los titanes luego de la Titanomaquia, ahora están encerrados en el Monte Otris.
—¿Y las otras almas? ¿A dónde van?
—A la Isla de los Bienaventurados —dijo Andrew a mi espalda para mi sorpresa—. Ahí pertenecen los héroes que aportaron a la humanidad. Y a los Campos Elíseos, donde las almas nobles tienen la oportunidad de reencarnar. Se supone que están al extremo opuesto del Inframundo, en el mismo espacio dimensional, separados por el único mar de este plano.
Kirok le lanzó una mala mirada por interrumpir su explicación. Pero en vista de que Andrew no le siguió el juego retomó la palabra.
—Estamos en la Zona de Transición, el lugar más concurrido, el centro del Inframundo. A lo lejos está la parte habitada, las ciudades y los pequeños asentamientos donde habitan la mayor parte de los Seres de Oscuridad que existen. Y más allá, cruzando el mar, está la otra cara del Inframundo. Pero no tenemos jurisdicción en su territorio, no somos bienvenidos.
—¿Y todo aquí es así de oscuro? Todo parece muerto.
—La gran parte, pero no todo. Hay flores, hay bosques, hay lagos y hay llanos. Lo que sucede es que esta es la parte «comercial», no invierten mucho en esta zona. —Hizo una pequeña pausa—. Las plataformas sirven para nivelar y organizar el Inframundo, mientras más profundo vayas peores serán las cosas que encuentres. El Tártaro está en el fondo, y las almas que van allá deben recorrer los cientos de niveles de bajada, solos. Para cuando llegan ya han perdido la poca cordura que les quedaba.
«—Es por eso que deben mantenerse tan arriba como puedan —dijo At de repente—. Cuidado donde pisan, pueden caer, y bajen sus voces o atraerán la atención de los demonios o los Vigilantes.»
Asentí, fui la única que lo hizo.
—Una vez me caí —comentó Kirok con gracia, absorto en sus recuerdos—. Era muy joven, estaba en mis primeros años y quería explorar. Tardé cinco años en regresar al palacio, Hades me regañó mucho esa vez pero Perséfone lo persuadió de no castigarme.
Le clavé los ojos encima, sin poder creer que lo dijera así tan tranquilo. Por cómo se refería a ellos lo hacía sonar como si fueran una familia muy extraña.
—Hablas como si ellos fueran tus padres —comenté.
Alcancé a ver su sonrisa por un segundo, luego tan solo se borró.
—No tengo padres, Luz. Ellos son solo... parte de mi vida de una forma que no podría explicarte.
—¿Y Perséfone? ¿Cómo es tu relación con ella? ¿Qué tipo de persona es? Es decir, ¿se puede hablar con ella o me matará si le falto el respeto?
Por un segundo se detuvo, parando la fila como resultado. De pronto todos lo estábamos mirando mientras él se daba la vuelta, todo moribundo, para mirarme a los ojos. Me sostuvo la mirada, y un segundo antes de hablar observó de soslayo a Andrew.
—Es una buena persona, Luz, pero no me gustaría que te conociera.
—Pero si es buena persona ¿por qué no conocerla?
No me contestó, en su lugar tan solo observó una vez más a Andrew y se dio vuelta, visiblemente molesto. Continuó caminando, adelantándose hasta donde Niké estaba.
—¿Qué le sucede? Él no es del tipo que no me dice las cosas —mascullé con el ceño fruncido.
Al fin había encontrado un tema incómodo para Kirok, algo de lo que no podía burlarse y algo que no podía decirme. Una advertencia por parte de mi familiar. Ese hecho no me generaba confianza.
Andrew posó su mano en mi hombro antes de seguir avanzando, y aunque no me miró cuando habló sabía que lo que fuera a decir iba solo para mí.
—¿En qué crees que se parecían Atenea y Dark? —preguntó en voz baja.
Negué con la cabeza.
—Sé que se hicieron cercanos porque según At ellos era similares, pero nunca supe en qué sentido.
Hubo un momento de silencio.
—¿Sabes por qué Perséfone tiene más influencia que Hades? ¿Por qué la prefieren en el Olimpo? ¿Qué sabes de Perséfone además de que es la esposa de Hades?
La verdad, poco. La información acerca del inframundo era escasa, sabía cosas muy generales. Tal pareciera que lo aislaron incluso en los documentos informativos.
Sabía que cuando los hermanos se dividieron el poder y a Hades le tocó el mundo de los muertos, Zeus lo recluyó para que no hiciera reclamos y se quedó con la parte más basta: el cielo y la tierra. También sabía que cada hermano podía hacer lo que quisiera con su territorio, como lo hizo Poseidón con las Oceánidas. Hades pudo haber creado todo un ejército y ninguno de sus hermanos lo podría detener, pues era su mundo. Y en efecto creó su ejército.
Sabía que Hades en un comienzo era benévolo, y que fue por influencia de Pandora que eso cambió. Y si me detenía a pensarlo sabía muchas cosas de Hades, pero de su esposa solo sabía que era hija de Deméter y que fue raptada para convertirse en reina del Inframundo y permanecer al lado de Hades. Y sabía que lo amaba, nada más.
Solté un suspiro.
—Si hay algo que quieres decirme no des tandas vueltas.
No pude ver su rostro oculto en la sombra de su capucha.
—Perséfone no es como Hestia o Hera, ni siquiera como Deméter. Es inteligente y perceptiva, capaz de igualar a Zeus en cuanto a estrategia y visión. Es la única que se dice que es capaz de competir contra Zeus en una pelea más o menos justa, y que de haberlo querido ella pudo haberse quedado con el Olimpo.
—¿Y tú cómo sabes todo eso?
—No hay archivos sobre la familia del Inframundo en el Olimpo, ¿por qué? Zeus la incluye en la mayoría de las decisiones de la Corte Suprema, es difícil que le niegue algo, ¿por qué? Los dioses, en especial Zeus, la respetan. Se debe a eso, Zeus la reconoce como reina, algo que ni siquiera ha hecho por Hera.
Increíble que sacara esas conclusiones a partir de hechos aislados.
—¿Y qué te preocupa de ella? Por algo Kirok te observó así. Fue como si ambos supieran lo que no se mencionaba con palabras.
Se tomó su tiempo para contestar. Percibí su mirada y alcancé a ver el brillo de sus ojos aun en la penumbra, mientras atravesábamos una serie de construcciones en ruinas. A lo lejos un grupo de Mayores caminaba en una formación militar, dirigiéndose a alguna parte.
—Nada en especial. Solo me preocupa que tenga algún interés en ti, ya sabes, todos parecen querer conocernos. Y no me agrada la idea de que llames su atención.
Cerró la boca después de eso, y por un largo rato todo fue silencio. Avanzamos como lo teníamos calculado, entre las sombras, ocultándonos principalmente de los Vigilantes que cada tanto pasaban demasiado cerca de nosotros.
Sin embargo, a pesar de llevar algunas horas caminando, no nos alejábamos lo suficiente de todo lo central. Los ríos seguían cerca, las almas igual, y alcanzaba a ver el palacio desde donde estábamos. No parecía tener fin, nuestros pasos no surtían efecto.
—¿Falta mucho para salir? —quiso saber Cailye, robándome el pensamiento.
At miró hacia ambos lados antes de fijarse en Cailye, y con una mirada extrañada habló:
«—No se supone que tanto, ya deberíamos haber atravesado el Cañón de la Agonía, pero aun alcanzamos a ver los ríos principales y el palacio.»
Posó su atención en Kirok, acusándolo de cierta forma, a lo que él soltó un bufido y alzó los brazos en protesta.
—Por La Muerte, yo no estoy detrás de todo lo malo que te pasa, maldición —Sonrió de forma algo delirante—. Dame un respiro al menos ahora.
«—¿Algo ha cambiado desde que los portales se cerraron? —preguntó ella, ignorando su queja previa—. El flujo del tiempo en relación a la distancia parece estar distorsionado.»
Mi familiar se encogió de hombros, con una mirada sombría.
—No que yo sepa. Pero las cosas tienden a ponerse raras por aquí cuando Perséfone no está o cuando Hades está inestable. Y considerando que en la Tierra es invierno, ha de ser la segunda opción.
El entendimiento se reflejó en los ojos de At aunque no añadió nada más respecto al tema, fue como si comprendiera en silencio lo que ocurría y simplemente no quisiera mencionarlo.
En ese momento estábamos cruzando una zona más abierta, sin muros y sombras que nos protegieran, completamente al descubierto. A unos veinte metros más o menos volvía a estar a disposición la máxima oscuridad que ese lugar podía brindarnos.
Nos miramos entre todos en silencio, y asentimos a ese solo pensamiento al unánime. El camino estaba libre, pero en otro pasaje se alcanzaban a ver las sombras de los Vigilantes.
Nos dividimos en dos grupos. Niké y Cailye, junto a At, se adelantaron. Se acomodaron sus capuchas y se fijaron en que la capa las cubriera completamente, y pasaron corriendo con tanta destreza que se asemejaron a manchas borrosas.
Andrew, Kirok y yo nos preparamos para cruzar en cuanto las dos llegaron al otro lado sin inconveniente, y ocultas tras los muros a medias de la edificación Niké nos avisó por medio de señales que estaba seguro. Confiamos en su palabra, pues desde donde estaban tenían mejor visión de la calle abierta que nosotros.
Salimos de nuestro escondite. El rojo intenso que reemplazaba la luz del sol nos recibió, tiñendo todo de ese tono sangriento muy parecido a los ojos de Kirok cuando se encendían. El calor se sintió a flor de piel y el olor a azufre también aumentó. Todo se veía como si tuviera un filtro demasiado rojo, algo aterrador.
Estábamos por llegar al otro lado cuando Niké hizo una señal de alerta. Nos detuvimos por puro instinto, a medio camino. Tal vez debimos apresurar el paso, o devolvernos, pero no tuvimos tiempo para hacer ninguna de las dos cosas.
Justo en ese instante un grupo de almas pasó por en medio de ambos lados, muy cerca de nosotros. Treinta, o tal vez cincuenta de ellas, todas almas humanas custodiadas por seis Vigilantes, tres y tres a cada lado de la formación.
Viéndolos más de cerca lucían espectrales, imponentes por tu tamaño y aterradores por el vacío en sus capas. Parecían pedazos de tela flotantes con voz que se movían por voluntad propia. Solo les faltaba la Oz y lucirían como los humanos retrataban a la Muerte.
—Maldición —murmuró Kirok en un tono muy bajo.
Me encogí en mi lugar, ocultándome todo lo que podía entre la capa, mientras Andrew se acomodaba frente a mí. Su cuerpo me hizo algo de sombra, me camuflaba a simple vista, al tiempo que él evadía el contacto visual con cualquiera de los Vigilantes e incluso las almas.
Por unos segundos no nos movimos, esperando que pasaran por nuestro lado como si nada, y casi lo hicieron. De verdad pensé que seguirían su camino sin reparar en nuestra presencia, que todo iría bien, incluso hasta contuve la respiración sin notarlo. Pero no fue así.
Uno de ellos, el último de la fila, se detuvo un segundo antes de dar por completo la vuelta en la esquina. Observó su alrededor como si buscara algo, pues su atención pareció ser captada por algo interesante. Y fue entonces cuando se giró hacia nosotros, como bruma que se dispersaba por todo el lugar.
Andrew formó una flecha en su mano derecha, oculta entre su capa, listo para atacar al ente flotante que no dejaba de observarnos en apariencia.
—Intrusos —masculló el Vigilante desde su lugar. Su voz salió como la de una serpiente, suave y escurridiza.
—Intrusos.
—Intrusos.
—Intrusos.
De repente más Vigilantes aparecieron a su lado, como apariciones, tan rápido que no tuvimos tiempo de nada. Todos ellos susurraron lo mismo pero cada vez con menor fuerza, como una especie de eco. Y cuando nos fijamos estaban a nuestro alrededor, bloqueando cualquier camino que pudiéramos haber tomado.
Andrew sacó su Arma Divina con la misma velocidad, y un segundo más tarde toda la calle se convirtió en un fuego cruzado de fechas mágicas volando de todas direcciones y hacia todas partes. Cailye se había unido a su hermano, y juntos dispararon contra los Vigilantes que cada segundo eran más y más.
Las fechas no servían, los atravesaba como espejismos sin hacerles ningún efecto visible. Los ataques de Niké tampoco surtían efecto, tan solo eran atravesados por sus manos como fantasmas.
—No pueden herir algo que no tiene cuerpo, ni matar algo que no está vivo —murmuró Kirok a mi espalda, con el rostro oculto entre la capa y su mano sosteniendo su pecho.
¿Acaso él estaba herido? No, era más bien como si no pudiera mantenerse de pie. Lo sujeté para mantenerlo cerca y evitar que cayera al suelo, pero eso no servía de nada en esa situación.
Retrocedimos, pero los Vigilantes, que ya sobrepasaban los diez, nos acorralaban cada vez más sin ninguna prisa. Los hermanos se acercaron a mí, haciéndole frente aun a aquellos espectros pero con los mismos resultados.
Vi flechas de diferentes colores, pero no vi magia ni de sol ni de luna salir de sus cuerpos. Fue como si no pudieran usar magia más allá de sus Armas Divinas. No vi a At por ninguna parte, algo que me alteró todavía más.
Necesitaba pensar en algo, rápido. Pero sin At a la vista no sabía cuál era la debilidad de los Vigilantes ni qué hacer en su contra.
Nos apretamos, mantenido nuestros cuerpos juntos incluida Niké, en medio de su ira y frustración, que después de un momento se resignó a que sus golpes no les harían nada. Intentamos dejar el menor espacio posible para que ellos aparecieron.
Avanzaron sin apuros, aun susurrando la palabra «intrusos» como una especie de mantra, como niebla sobre el suelo, negros como espectros, sin cuerpo, sin rostro, sin alma.
Los miré con los ojos bien abiertos, con el cuerpo temblando sin notarlo, y con la cabeza en blanco. Debilidad. Opuesto. ¿Cuál era la fuerza opuesta al poder de los Vigilantes?
Sentí miedo. Pero esta vez lo sentí en la espalda; se me erizaron los vellos del cuerpo y una parte de mi instinto solo me dijo «corre». Me giré, y fue cuando lo vi.
Un Vigilante apareció por atrás, a mi espalda, pegándome un susto que me hizo atragantarme con mi propia respiración. No oí nada demás de mi corazón, no vi nada más allá de la oscuridad de su manto, solo me concentré en la sombra con forma de mano, larga y delgada con uñas en punta, que salió de la penumbra hacia mí...
El movimiento rápido a mi derecha me devolvió a la vida, no del alivio sino de un susto más grande. No sentí a Kirok, de pronto ya no lo sujetaba; la capa negra que lo cubría se ubicó entre el espectro y yo, como una imagen que salió de la nada. Tan de repente que mis brazos no alcanzaron a sujetarlo antes de que usara su magia.
Estiró sus manos al frente, y en respuesta un brillo al rojo vivo apareció como neblina, como humo esparciéndose por el suelo y a nuestro alrededor, pero en especial sobre el Vigilante que estuvo cerca de tocarme.
La luz vibrante de la magia de Kirok iluminó el lugar, confundiéndose con el rojo infernal del ambiente, y en el proceso su cachucha se deslizó por su cabeza, dejando su rostro y su identidad al descubierto. Sus ojos, de un rojo demonio, y su mirada aterradora y decidida acompañaron el gesto.
—No... —susurré.
El Vigilante se esfumó en medio de un borrón negro, como si nunca hubiera existido. Y todos aquellos Vigilantes que la magia de Kirok alcanzó también desaparecieron en medio de un puff. Como el viento, como una ola de arena, el lugar quedó despejado de Vigilantes; todos los que habían, más de veinte, tan solo se esfumaron.
Por un segundo, por un milisegundo, todo fue silencio y seguridad; alcancé a pensar que lo peor había pasado y que debía enfocarme en evitar que Kirok se desplomara o en cubrir su rostro.
Pero tan solo fue un instante casi perfecto.
Alcancé a abalanzarme sobre él, estaba segura de que mis pies se habían movido hacia él con mis brazos adelante... Pero una nueva fuerza me arrojó lejos del lugar, lejos de Kirok, igual que una explosión.
Mi cuerpo voló por el aire, lejos de mi familiar. Vi mi mano estirada hacia él, la forma en la que quise sujetarlo mientras él permanecía en el mismo lugar. Lo vi de soslayo, vi su mirada roja sobre mí... y luego llegó el golpe.
Impacté contra uno de los muros en ruinas de la otra calle, junto con los hermanos y Niké, en medio de un estruendo que debió derribar algunas edificaciones cercanas. Grité, o eso intenté, pues la verdad salió como un gemido debilucho muy pequeño para medir con él a mi dolor. Caí al suelo boca abajo, golpeada y con la cabeza sangrando, llena de piedritas de la grava; no obstante, gracias a la regeneración pude al menos levantar algunas partes de mi cuerpo.
Clavé mis ojos al frente, en busca de Kirok. Pero él ya no nos miraba, ahora solo tenía atención para la enrome e imponente figura espectral frente a él. Si los Vigilantes eran altos, ese ente semejante en apariencia a ellos era por lo menos del tamaño de una casa de dos pisos.
Sentí los huesos acomodándose en su lugar, las heridas cerrando, el tejido recuperándose de mi cuerpo; pero aún no era suficiente para pararme. El impacto dejó mi cuerpo muy lastimado, muy adolorido, y no era capaz de alcanzar mi espada o siquiera la daga en mi cinturón.
—Mensajero Dark —anunció el espectro frente al cuerpo de mi familiar—. En caso de encontrar llevar de inmediato ante la presencia de la Reina Perséfone, al Palacio de Hades. Prioridad nivel máximo. Usar cualquier medio necesario.
Eso fue suficiente.
El espectro se convirtió en humo frente a nosotros, pero no cualquier humo, éste parecía poseer una tormenta de rayos centellantes y rojo personalizada. Las luces y el sonido incrementaron mientras rodeaban a Kirok en una nube negra llena de rayos infernales, sin darle la posibilidad de hacer algo. En un minuto estaba ahí parado, con sus ojos encendidos, y al segundo había desparecido. En un abrir y cerrar de ojos todo había sucedido.
Abrí la boca para gritar, para al menos retrasar el proceso y hacer algo con mi cuerpo hecho pedazos, pero fue imposible. La nube subió, se condensó y se alejó volando en dirección al palacio, llevándose consigo a mi familiar.
Creí que tendría un minuto al menos para procesar lo que había pasado, para gritar y llorar y luego hacer algo, lo que fuera...
Pero los Vigilantes tenían otros planes.
Mis amigos ya se habían recuperado lo suficiente para moverse, en especial Andrew que ya estaba frente a nosotras haciendo de barrera entre la nueva compañía y nosotras. Pero yo aún no me movía, no era capaz de procesar lo que pasó con Kirok y lo que ocurría frente a mis ojos.
Un nuevo grupo de Vigilantes nos rodeó, esta vez eran unos cuantos menos, tan solo eran seis; pero cada uno igual de aterrador e intocable. Las flechas seguían sin hacerles nada, solo la magia de Kirok tenía efecto sobre ellos...
Kirok. La escena de él siendo arrastrado a la nube tormentosa se repetía en consecutivo frente a mis ojos, como si lo estuviera viviendo otra vez.
Los Vigilantes se acercaron, y a pesar de contar de nuevo con la ayuda de Cailye y Niké las cosas seguían igual. Bloqueé cualquier pensamiento sobre Kirok que tuviera y me concentré en ese instante, en ese único y preciso momento.
Me levanté cuando sentí de nuevo mi cuerpo, cuando pude mover las piernas, y lo único que se me ocurrió fue buscar a At...
Miré hacia todas las direcciones mientras los Vigilantes se acercaban envueltos en una tormenta de flechas, y la vi, para mi sorpresa y terror ella estaba cerca, tendida en el suelo como si le hubieran dado un golpe mortal.
Intenté moverme hacia ella, pero la barrera de Vigilantes entre nosotros y los cuerpos de los hermanos me lo impidieron. At no podía... ¿Por qué?
—La magia del sol no funciona aquí abajo, tampoco la de la luna —masculló Andrew sin dejar de disparar, lo hacía como si fuera lo único que le quedara—. Así que si tienes una idea me encantaría oírla.
Lo miré, aterrada, preocupada, confundida y a la deriva.
—Toda la magia tiene un opuesto —dijo entonces Cailye, con la voz débil y las manos temblando, ahí me di cuenta de que ella apenas sí sabía a qué dispararle—, ¿cuál es el opuesto de los Vigilantes?
Lo pensé, dejé de respirar como una loca e intenté calmarme en medio de ese caos. Le eché la poca cabeza que me quedaba, la que no estaba preocupada por Kirok y por At, la que no estaba muerta de miedo por los Vigilantes, pero simplemente no sabía ellos qué eran, ¿cómo iba a saber su opuesto natural?
En ese momento ellos nos alcanzaron. Las flechas dejaron de ser un recurso, toda posibilidad se esfumó de nuestras manos en cuanto las sombras con forma de mano salieron de sus capas como el susurro del viento, como algo antinatural y escalofriante.
Pensé en evadirlas de forma inmediata, pero en cuanto una de ellas tocó a Cailye, y ella en respuesta emitió tal grito desgarrador que me trajo a la realidad de una forma abrupta, supe que atravesarlos o evadirlos estaba fuera de discusión.
La rubia cayó sentada en ese momento, ofuscada y aterrada, adolorida por el apenas rose de esas criaturas. Una marca apreció en el lugar de su rostro que tocó, negra, que gracias a la regeneración comenzó a desparecer de inmediato como una quemadura.
Si esa sombra tocaba algo más vital, algún órgano o la cabeza, ¿qué pasaría? Imposible...
Muerte.
Lo opuesto a la muerte...
No podía ser tan obvio. Cómo no lo vi. La vida.
Me giré hacia At, recordando la sensación que me recorrió el cuerpo cuando usó la Luz de la Esperanza en mí. Esa mezcla de caos y harmonía, de amor y odio, de luz y oscuridad. De vida, del balance perfecto.
—Vida —susurré.
Me percaté por el rabillo del ojo que At se estaba poniendo de pie, como si despertara de dormir aunque nunca la había visto dormir. Miró hacia los lados hasta que su atención cayó de golpe sobre nosotros, como si recién ahora se enterara de lo que ocurría. La sorpresa, pero sobre todo la angustia, se apoderaron de su expresión como nunca creí posible.
Cuando una de las sombras se acercó a Andrew, acorralándolo igual que a Cailye, no lo pensé dos veces. Me giré, recordando mentalmente lo que me dijo At y haciéndome una vaga idea de cómo imitar sus acciones. Debía descifrar en ese segundo cómo usar la proyección de esperanza.
«—Ailyn, no... —balbuceó ella, con una voz más suave que de costumbre, más turbada—. No la uses, no aquí. Ailyn, escúchame, lo prometiste. Prometiste esperar y obedecerme, es importante que no la uses si no lo sientes.»
La miré por el rabillo del ojo, vi su expresión, una que jamás vi ni imaginé ver en ella. Me pedía que no lo hiciera, que respetara la confianza que había puesto en mí al confiarme el secreto.
Pero yo nunca la escuchaba aunque intentaba hacerlo, y ahora con Andrew en la mira no era como si tuviera otra opción.
«—Ailyn...»
No me ordenaba, me pedía. No me imponía, ella sabía que en ese punto la decisión era solo mía.
Bajé los brazos, a sabiendas de que en el fondo yo tampoco estaba segura de querer usar ese poder en el Inframundo y sin siquiera saber controlarlo. Alguna parte de mi cerebro, diminuta y oculta, logró razonar y comprender las palabras de At.
Ya no sabía cómo librarnos, qué hacer...
El movimiento de Andrew en mi periferia captó mi atención. Uno solo, rápido y conciso; solo alcancé a ver su mano salir de la bolsa pequeña que siempre cargaba en el cinturón, aquella que había tomado del templo de Apolo y que siempre estaba regando su contenido en donde estuviéramos.
Las semillas volaron por el aire como si el tiempo se hubiera detenido en esa acción, y un segundo más tarde, cuando por fin tocaron el suelo, desprendieron una enorme y segadora luz dorada que debió notarse en todo el Inframundo.
Hubo un sonido sordo, como una honda sónica, y una fuerza ligera de presión se sintió en todo el ambiente. No pude ver nada, la luz acaparaba todo el lugar, y si aquella luz provocó algún daño en mis ojos no lo sentí.
Contuve el aliento, atónita, sin ser capaz de cerrar los ojos para evadir el intenso brillo que desprendían. No me fijé en lo que pasó con los Vigilantes, no supe lo que sucedió a mi alrededor en el transcurso de esos tres segundos que tardó Andrew entre arrojar las semillas de Helios y tomar mi mano para obligarme a correr.
Moví mis pies uno frente del otro por acción mecánica de arrastre, sin ser consiente realmente de lo que ocurría. Pensaba una y otra vez en Kirok, en cómo se lo llevaron, solo tenía espacio en mi cabeza para pensar en una forma de recuperarlo...
Para cuando nos detuvimos en algún lugar, luego de correr por algunos minutos entre las escasas sombras que la luz dorada de Andrew dejó, recobré la percepción de mi alrededor.
Sentí mis piernas cansadas, mi brazo adolorido por la presión y la fuerza de Andrew sobre él, y la respiración ahogada. El corazón no me cabía en el pecho, la angustia no me cabía en el cuerpo.
Estábamos tras un muro alto que suponía la diferencia de un nivel y otro, ocultos en la poca sombra que había. El efecto de las semillas pasó un buen rato atrás, pero aun así no había señales de ningún Vigilante. Claro, sin duda esperábamos que pronto las hubiera. Si algo nos quedó claro a todos era que ellos nunca desistirían de una orden.
«—Debemos subir, mientras más alto estén más fácil será esconderse de los Vigilantes y el terreno será más seguro. Deben salir de aquí lo antes posible, si consiguen atraparlos no dudarán en enviarlos al Tártaro.»
At estaba cerca del grupo que aún se recuperaba de lo que pasó, recostada en el muro como si estuviera muy cansada. Aun no nos había dicho lo que le sucedió, cómo fue que terminó en el suelo aparentemente inconsciente y al despertar estaba tan alterada, pero en ese momento era lo último que me importaba.
La miré enojada, demostrando lo mucho que ese comentario me había molestado.
—¿Y Kirok? ¿Piensas dejarlo atrás? —rebatí entre jadeos—. ¿Acaso siquiera te importa lo que le suceda? Siempre quisiste deshacerte de él, esta es tu oportunidad, ¿verdad?
Me sostuvo su usual mirada. El rastro del espejismo previo desapareció por completo.
«—¿Qué esperas que les diga? No pueden ir por él, es demasiado peligroso el tan solo considerarlo. Sin la magia del sol y la luna aquí abajo, y con la habilidad física de Niké inútil contra los Vigilantes, ¿qué planeas? ¿Entrar gentilmente y pedir por favor que lo liberen? No es así de fácil.»
Me acerqué a ella en tres pasos, y al hacerlo Andrew también se acercó. Las otras dos observaban la escena en silencio pero atentas, aunque Niké estaba más preocupada por vigilar el perímetro que por oír la discusión.
—¿Y esa es tu solución? ¿Dejarlo solo porque es peligroso ir por él? ¡Maldición, hemos pasado por cosas peores! Solo admítelo, admite que te da igual lo que suceda con él.
Frunció el ceño, molesta de verdad. Al aparecer toqué un nervio sensible al decir eso.
Abrió la boca para hablar, y algo me dijo que lo que saliera a continuación sería una de las cosas que teníamos en común. Sabía que diría algo que me iba a lastimar, que me iba a doler. Y la reté con la mirada a que lo hiciera, a que se dejara llevar por el momento y tan solo hablara sin pensar, para así yo también contestarle y decirle todo aquello que pensaba de ella pero que todo ese tiempo me estuve callando. Una discusión pareja entre las dos, sin imposiciones ni limitaciones; honesta en su totalidad.
Pero Andrew intervino.
—Atenea tiene razón, Ailyn —dijo con calma, muy en serio—. El tiempo y el riesgo son cosas que debemos tener en cuenta. Entiendo cómo te sientes, en verdad, pero no lo vale. Si nos arrojan al Tártaro no habrá servido de nada el sacrificio.
La indignación se apoderó de mi cuerpo. La mirada honesta de Andrew, la expresión de At... Me revolvía el estómago siquiera pensar que aquellas palabras salieron de la boca de Andrew.
—¡Pero ¿qué mierda les sucede a los dos?! —exclamé, presa de la ira—. Entiendo que cada uno tiene razones para odiarlo, que puede ser irritable y odioso a veces, que su sarcasmo nunca es bienvenido y que no es la mejor influencia del mundo... ¡pero abandonarlo es muy diferente!
«—No tiene nada que ver con eso. Es la mejor decisión incluso para él y para ti.»
Moví la cabeza de un lado a otro, desesperada. No me importó que alguien pudiera oírnos, que descubrieran nuestro escondite. Yo solo podía pensar en Kirok, en cómo se sentía, en cómo sufría. Nuestro lazo me quemaba, me imploraba que no le diera la espalda. Que no lo dejara solo.
—¡Es mi familiar! ¡No lo voy a abandonar! —grité—. Pueden decir lo que quieran, pueden enojarse y golpearme para seguirlos, ¡pero pase lo que pase iré por él! ¡Con o sin ustedes! ¡No van a impedir que lo salve!
Tan solo me miraron, no me interrumpieron y tampoco intentaron calmarme.
»Desconozco la razón de su condición y lo que pasaría si se acerca demasiado a Hades. ¡No sé a lo que le tiene tanto miedo ni a lo me tenga que enfrentar si me acerco al palacio! Solo sé que no pueden impedir que vaya con él. Sacaré a Kirok de ahí aunque eso signifique poner en peligro mi vida, porque es mi familiar y prometí dejarlo quedarse a mi lado. No le daré la espalda yo también. No romperé mi promesa.
Silencio. Los dos, no, los cuatro, no dijeron nada y tampoco había nada que decir; tan solo me observaron con una fijeza dolorosa. Ninguno entendía el lazo que me unía a Kirok, ese sentido de protección que me gritaba que era mi obligación protegerlo, que debía permanecer a su lado pasara lo que pasara. Me acostumbré tanto a su cercanía que sin él a mi lado sentía que me hacía falta una parte de mi cuerpo, de mi alma.
Quería soltarme a llorar, por la necesidad de tenerlo cerca y el miedo de lo que podría pasarle. Ya no soportaría estar lejos de él, no quería.
Andrew me miró a los ojos, debió leerlos como solo él leía a las personas. Debió ver todo lo que sentía. Toda la desesperación, el miedo por mi familiar. Una mirada de compasión me recorrió el cuerpo como un abrazo, y se acercó. Cuando me di cuenta él en verdad me estaba abrazando.
Descargué mi peso en su pecho, aguantando las ganas de llorar por un futuro improbarle sin Kirok. Y Andrew me abrazó con más fuerza, como si quisiera compartir la carga, los sentimientos que guardaba en mi interior.
—Bien, bien. Está bien, iremos por él. Tranquila, ¿sí? —Soltó un suspiro—. No nos iremos del Inframundo sin tu familiar.
La forma en que lo dijo, con empatía, con consuelo, me calentó el pecho y me generó más deseos de llorar. Era de esos momentos que en verdad podía sentir a Andrew cercano, de esos instantes en los que no había un abismo entre nosotros, solo éramos él y yo, a un suspiro de distancia.
At nos miró, en ningún momento siquiera parpadeó. Y de la nada, con su tono neutral de siempre, sin el arrebato de antes, habló:
«—No será fácil entrar al palacio de Hades, y tendrán suerte si consiguen salir. ¿Aun así quieren hacerlo?»
La miré por el rabillo del ojo, escondida aun en la protección de Andrew. Niké y Cailye estaban a la espera del siguiente paso, y la mirada de At me decía que ya sabía la respuesta a esa pregunta.
Recordé esa noche en la azotea con Kirok, en Francia, cuando me di cuenta de que él no era el monstruo que yo creía. Recordé sus ojos rojos esa noche, suplicando perdón. Sentí de nuevo el corte en mi mano cuando, desesperado, me pidió ser mi familiar. Su rostro de alivio al ver que yo lo aceptaba aún después de saber lo que hizo en el pasado nunca se iría de mis recuerdos. La esperanza, el miedo, el arrepentimiento. Su sonrisa pícara, su mirada socarrona, sus comentarios...
Haría cualquier cosa por tener todo eso de vuelta.
Y, de una forma que ni yo alcanzaba a comprender, entendí el amor al que At se refería cuando me habló de Kirok. No era algo romántico, el sentimiento era muy diferente al que tenía por Andrew. Pero era amor, amaba a Kirok, y había jurado proteger a las personas que amaba.
—No hay nada que me haga cambiar de opinión.
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