21. Más de un camino
Rise up - TheFatRat
Mapa de Gea Hija Norte
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Era de noche cuando dejamos el templo de Poseidón. Luego de despedirnos de Clare y apenas haber visto una vez más a Nerón, pues seguía demasiado ocupado, seguimos nuestro camino.
Los hipocampos eran impresionantes; tal vez tres veces más grandes que un caballo normal, y en lugar de patas traseras contaban con una potente cola. Todos eran de diferentes colores, mientras el mío era blanco al igual que el de Niké, los otros tres eran grises tirando a azules. Lo que los distinguía era el color diverso de sus escamas que resultaron tornasoles. A pesar del tamaño todos resultaron ser muy tranquilos y amigables.
Las ninfas cumplieron su palabra y nos acompañaron gran parte del trayecto. El grupo del comandante Luke y él en persona fueron los voluntarios para escoltarnos, y como ellos nadaban a gran velocidad prácticamente igualaban la velocidad de los hipocampos.
Y los hipocampos nadaban mucho más rápido de lo que los pegasos volaban. El viaje sobre ellos se sintió como un viaje sin fin en una montaña rusa, y apenas sí pude notar los detalles del ecosistema.
Fue de esa forma como pasó el tiempo, un día terrestre, dos, tres... Dos días helios completos de viaje, cruzando el Océano Hydros. Solo paramos algunas veces a comer para que los hipocampos pudieran descansar y reabastecerse, pero gracias a las algas ni nosotros ni los hipocampos gastamos tiempo durmiendo.
El viaje transcurrió sin inconvenientes mayores, el problema llegó cuando las ninfas nos comunicaron que no podían seguir acompañándonos poco más de un día helio después de salir del palacio.
Se despidieron con el mismo respeto y distancia de siempre, dejándonos al filo de un acantilado cuyo final no se veía debido a la oscuridad. La fosa de Oblivion, mencionaron ellos antes de irse; ese era su límite, sus tradiciones no les permitían ir más allá. Sin mencionar que era peligroso.
Avanzamos a través de la fosa con una velocidad más precavida, pues ahora sin la protección del grupo del comandante Luke estábamos más expuestos y propensos a ataques.
Al principio creí que algo saldría de la oscuridad y nos arrastraría a una nueva batalla, pues más o menos a eso me acostumbré. Por lo que cuando atravesamos la fosa sin contratiempos no sabía si debía sentirme a salvo, porque siempre que pensaba que lo estaba algo más ocurría.
No me permití relajarme, y de igual forma mis amigos tampoco bajaron la guardia en todo el camino. El tema de conversación era limitado, pues todos estábamos concentrados en nuestro entorno como para entablar una charla casual.
Para cuando recorrimos el Oceano Hydros y los hipocampos nos llevaron a la superficie nos quedaban tres días helios para completar la misión.
Era entrado el amanecer, y cuando mi cuerpo salió al exterior una brisa helada congeló mi piel. Tirité del frio en cuanto la calidez del agua dejó de protegernos para lanzarnos a la tormenta de la superficie que no se veía desde el fondo.
Nos encontrábamos en la costa que limitaba con el océano, una agrupación de rocas unas encima de otras que hacían muy inestable el terreno. Frente a nosotros se alzaba un acantilado de varios metros, a cuyos pies se formaba una especie de camas de rocas en punta.
El cielo estaba cubierto por nubes de tormenta aunque no llovía, y el agua estaba agitada, como justo antes de un gran tifón. Todo era gris, hacía mucho frio, y el ambiente se sentía desolado y triste. Muy opuesto a los colores y la calidez de Gea Hija Sur.
—¿Esta es Gea Hija Norte? —pregunté, creyendo y esperando que estuviéramos en el lugar incorrecto.
Los hipocampos nos acercaron a la orilla, y con algo de esfuerzo logré pararme sobre las rocas húmedas y mohosas sin resbalarme. Agradecí llevar una sudadera, ya que pude acomodarme la capucha para combatir en algo el clima impiadoso.
—Sí, sin duda es aquí —dijo Niké mientras se llenaba los pulmones del aroma del lugar, nostálgica—. De los peores lugares en Kamigami para morir. Nadie encontrará tu cuerpo nunca si eso sucede.
La miré mientras una gran sonrisa se extendía por su rostro, muy a contraste con el paisaje y el ánimo del clima.
—La luz del sol no entra —comentó Cailye frotándose los brazos. Un hipocampo la movió para que les prestara atención, y ella en respuesta lo acarició—. ¿Siempre es así?
Andrew fue el último en poner un pie sobre las rocas. Retrocedí un poco para darles más espacio a los demás de asegurarse al terreno, pero el moho me hizo resbalar y casi caí. Por suerte Andrew tomó mi brazo a tiempo.
—Gracias... —murmuré a lo que él asintió. Una vez me sentí más estable me deshice de su agarre.
«—Cuando hay buen clima sí —contestó At a la pregunta de Cailye. Estaba a mi lado, como siempre—. Este continente es todo lo opuesto a Gea Hija Sur, por lo que el clima tempestuoso, las fuertes nevadas y la niebla son cosa de todos los días —Avanzó un poco lejos de nosotros, hacia donde las rocas formaban una especie de camino—. Tengan especial cuidado con los habitantes de este lugar, su personalidad compite con el clima.»
Me froté los brazos, nerviosa y asustada. El clima me daba un mal presentimiento, un mal recuerdo borroso. Y además, si los residentes de Gea Hija Sur eran temperamentales y poco amistosos, no quería ni imaginar cómo serían los de Gea Hija Norte.
—Se siente como casa —comentó Kirok a mi lado, con una sonrisa relajada, recostado en una roca filosa como si fuera un colchón—. Excepto por la humedad; es bastante seco la verdad, el Inframundo. Pero el aroma es el mismo: huele a muerte.
Tan solo lo miré sin decir nada. El Inframundo. Me pregunté si él podría llevarnos o al menos concedernos una audiencia con Perséfone, pero barrí esa idea de mi cabeza. No era el momento para pensar en más desvíos.
Mi familiar movió los dedos en el aire, generando luces rojas vibrantes. Aquella magia viajó entre nosotros, rodeándonos. Las luces subieron por mi cuerpo en espiral hasta mi cabeza, secando mi ropa, piel y cabello. Lo mismo ocurrió con Cailye y Niké, excepto con Andrew, a él lo dejó mojado a propósito. Sonrió con picardía ante su acto, pero no hizo ningún comentario, y Andrew ni siquiera lo miró.
Vi a Cailye arrodillarse muy cerca de la orilla para despedir a los hipocampos. Ellos le hablaron y ella asintió a lo que fuera que le dijeran.
—Dicen que debemos tener cuidado con el terreno —comunicó—, suelen ocurrir muchos derrumbes provocados por las tormentas y las nevadas.
Me quedé en mi lugar, muerta de frio. Y aunque quise acercarme para despedirme de ellos, lo hice desde una distancia prudente para no volver a mojarme. Sin embargo, la sola brisa cargaba consigo gotas de agua que eran inevitables.
—Gracias por traernos —les dije—. Regresen a salvo a casa.
Ellos parecieron entenderlo, ya que asintieron de una forma bastante curiosa. Cailye continuó con ellos otro momento, hablando, mientras Andrew observaba el mapa junto con At. Niké aprovechó para estirar sus alas y Kirok se quedó ahí acostado como si fuera un día de playa.
Al cabo de un rato los hipocampos se fueron. Cailye los despidió con la mano aunque ya no la vieran y al finalizar se unió a nosotros.
—Estamos aquí —Señaló Andrew un punto al borde de Gea Hija Norte cerca del Páramo Bóreas—, y Némesis está por acá —Lo mostró al cruzar varias montañas, nevados y bosques—. Debemos cruzar la cordillera y cortar por el páramo, es la ruta más corta y segura al valle. Luego de eso solo nos queda el Bosque de las Ilusiones, una vez lo crucemos nos toparemos con Némesis de frente.
—¿Cuánto tiempo crees que nos tome? —quise saber.
Él miró el mapa y lo meditó por un rato.
—Sin dormir y sin contratiempos mayores, unos dos días helios o casi tres. No está tan lejos como en Gea Hija Sur, la distancia es menor y el tiempo que nos ahorraremos en dormir ayudará.
Asentí. Él guardó el mapa de nuevo y mientras Niké volaba, guiando nuestro camino, los demás lo seguimos.
Atravesamos el camino rocoso, la brisa se convirtió en viento mientras más alto íbamos y la humedad del ambiente se sintió más densa. No quería imaginar cómo era de noche, pero pronto lo sabría.
El ambiente se tornaba más oscuro a cada paso que dábamos hacia arriba, el frio aumentaba considerablemente, y el aire se volvía más pesado. Dentro de poco no podría ver ni siquiera mi mano frente a mí. Ahí supe que todas las maravillas de ese mundo habían quedado en Gea Hija Sur.
Atravesé algunos arbustos secos, cuyas ramas se enredaban en mi sudadera, bajándome la capucha que llevaba para protegerme del frio. Me agité lo suficiente para deshacerme de ella y de las hojas húmedas que se quedaron en mi ropa.
Caminé hacia la luz del fuego de la fogata, frotándome los brazos y ansiando el calor del fuego. Cada paso que avanzábamos se sentía más frio, había más niebla, la luz de los helios era menor y se veía menos vegetación con vida. No había visto más que insectos, y ningún asentamiento, en todo el tiempo que llevábamos de viaje.
La costa y el mar dejaron de oírse hacía mucho tiempo atrás, y muy a lo lejos se alcanzaba a ver el Nevado de Quione. En ese momento habíamos parado luego de muchas horas caminando, a los pies del Páramo Bóreas, y si hacía el suficiente frio ahí como para que se me congelaran los dedos si los dejaba quietos, no quería imaginarme más arriba.
Me acerqué a los demás alrededor de la fogata de Kirok, cansada mágicamente de entrenar. Cuando paramos a descansar para comer aproveché para ir a practicar mi magia a un lugar apartado, y más de una hora después regresé con mis amigos que solo estaban haciendo tiempo mientras yo regresaba.
—¿Qué es eso? —pregunté en cuando Andrew pasó por mi lado.
Él estaba caminando alrededor del perímetro, dejando caer semillas por donde pasaba. Esa bolsa que usaba la había visto antes, en el templo de Apolo.
No me miró cuando respondió, mucho menos se detuvo a explicarlo.
—Semillas Helios.
—¿Y para qué son? Creo que te he visto hacer lo mismo desde que dejamos el templo de Apolo.
—Así es. Es un pequeño experimento en el que trabajo.
—Es bueno saber que buscas formas de entretenerte —comenté, a lo que en respuesta él se detuvo y me miró.
—Me distraen, Ailyn. Me dan algo más en qué pensar además de...
—De mí o de la misión —lo corté.
Mantuvo su expresión seria, sin delatar nada.
—Sí. Exacto.
Sonreí con nostalgia.
—A veces olvido que eres del tipo que siempre necesita estar pensando en algo. No puedes dejar descansar a tu cerebro, si lo haces creo que se fundiría. Cody es igual.
Lo meditó un segundo.
—Tu hermano tiene motivos diferentes, estoy seguro. No nos parecemos tanto como crees.
Se me escapó una pequeña risa, a lo que él en respuesta levantó una ceja interrogante.
—Te pareces mucho a Cody, casi tanto como te pareces a At. A veces es como si hubieran crecido en la misma casa o hubieran sido criados por los mismos padres.
Casi sonrió también, pero se contuvo.
—Y tú juzgas muy mal a las personas, todavía lo haces. Eso va directo a la lista de cosas que se te dan fatal. Sigo sin entender cómo pasaste el entrenamiento de Hebe.
Mi expresión no cambió.
—Yo tampoco lo sé. Soy un caos y se me da terrible muchas cosas, desde las más sencillas. Pero voy mejorando.
Ladeó un poco la cabeza, dudoso.
—Aun no sabes cocinar. Has tenido suerte de que todo lo que hemos comido ha sido crudo y lo que no nos lo han regalado ya listo, de lo contrario habrías muerto de hambre o nos habrías matado a todos por una intoxicación.
Solté una carcajada que me apresuré en callar. Teníamos mucho cuidado de los ruidos fuertes que pudieran delatar nuestra presencia.
—Cuando regresemos me aseguraré de prepararte galletas, sé lo mucho que te gustan. Así cerraré tu boca.
Por un momento creí que podríamos entablar una conversación normal como antes, sin terminar discutiendo, pero en cuanto sus labios retomaron su habitual inexpresividad y su ceño se frunció, supe que fuera lo que fuera que podría haber comenzado, acababa de terminar.
—Debo terminar con esto. Ve a comer algo, te hará falta.
Rodé los ojos sin añadir nada más. Ya ni me molestaba en tratar de entender, no tenía caso secar mi cabeza pensando en eso.
Me acerqué a la roca donde At estaba sentada y me dejé caer en el suelo húmedo y frio. Me froté con más fuerza y extendí mis manos al fuego, esperando que eso ayudara.
Cailye, cerca de mí, estaba haciendo lo mismo. Buscaba calor, tanto así que en lugar de sus usuales pantalones cortos estaba usando una sudadera que tomó de mi maleta y una manta adicional que le robó a su hermano. La pobre estaba congelada.
En cuanto me vio me entregó un fruto de ambrosia. Lo recibí y me lo comí por cortesía y por hambre, porque la verdad era que ya estaba harta de comer lo mismo todo el tiempo.
Estuvimos un rato en silencio, con el único sonido de la madera y observando el espectáculo que Kirok hacía con las llamas en el aire. Andrew pronto se sentó a escribir un reporte a la Corte Divina, mientras Niké volaba de un lado a otro vigilando.
A pesar de no sentir sueño sí que podía percibir el dolor de mis pies. Podría correr un maratón sin problema en ese momento, pero eso no impedía que fuera consciente de que llevábamos mucho tiempo andando. Medio día helio se alzaba sobre nosotros, pero la nubosidad y la niebla no nos dejaba estar seguros.
Me recosté en la roca de At, admirando lo lúgubre del lugar. No conseguía ver más allá de unos cinco metros a nuestro alrededor, y todo estaba mojado. El olor a humedad y moho eran evidentes. Parecía salido de una película de terror todo el escenario.
Observé a At entonces. Ella lucía diferente de lo usual, no sabría explicarlo, solo diferente.
—Te ves... —La miré de pies a cabeza— más fantasmal de lo normal. ¿Te sientes bien?
Ella tenía una mirada seria al frente, inmutable, y cuando le hablé me miró de reojo. Se quedó observándome por un muy largo rato, pensando en quien sabe qué, pues su rostro no me decía nada.
«—¿Recuerdas lo que te dije antes, sobre la naturaleza de la Luz de la Esperanza? —preguntó al cabo de un rato, luego de meditarlo por bastante tiempo.»
Asentí.
—Algo mencionaste, y recuerdo que dijiste que no dirías nada al respecto.
Su postura y su mirada no cambiaron.
«—¿Sabes lo que es la Luz de la Esperanza? ¿Su verdadera naturaleza?»
Negué con la cabeza.
—Lo que sé es lo que me has dicho, y tampoco es que sea mucho.
Por un momento hizo silencio, hasta que de la nada se me acercó más, de tal forma que al hablar yo fuera la única que la escuchara.
«—La esperanza es el opuesto a los males del mundo, significa que es el opuesto equivalente al poder de Pandora. Ella controla las desgracias: el hambre, el odio, la enfermedad, la locura, la envidia, el egoísmo, todo lo que ha causado problemas entre los humanos. Tú controlas la esperanza, lo único capaz de restarle poder a las desgracias.»
—¿Controlar? Apenas sí sé lo que hace.
Ella negó lentamente y con calma, aun sin mirarme. Observaba el fuego, la danza de las llamas, como si me estuviera contando un cuento.
«—No lo sabes. Controlas la fuente de la esperanza, eso significa que puedes usarla. La esperanza es vida, es luz, es un «todo va a estar bien». Fue por esa razón que Artemis regresó de la muerte, es por eso que en la cueva recuperaste la cordura. La esperanza borra la oscuridad, es una nueva oportunidad.»
Abrí los ojos de golpe.
—Espera, espera. ¿Eso qué significa? Dices que... —tragué saliva— ¿Que puede traer de vuelta a los muertos? At, no te estoy entendiendo.
Ladeó la cabeza.
«—No exactamente. Lo que hice con Artemis fue una combinación de la magia del sol y la Luz de la Esperanza —Dejó salir una pequeña sonrisa, algo que se me hizo raro—. Es algo en lo que Apolo y yo trabajábamos justo antes de lo que pasó. Teníamos la teoría de que al combinar ambas fuentes de vida podríamos crear algo hermoso. Pero... —Se calló—. Lo entenderás después, creo que ambos llegarán a la misma conclusión que nosotros en algún momento.»
—¿Qué conclusión? Estás actuando extraño, bueno, más de lo usual, habla claro.
Ahora sí me miró. No había reproche en sus ojos, solo... preocupación. Se veía inquieta.
«—Proyección de esperanza. Es la capacidad de manejar la esperanza como si fuera tangible. Solo tú puedes verla, solo tú puedes tocarla, solo tú puedes usarla. Era parte de mi trabajo antes, la función principal de la Luz de la Esperanza. De nada sirve que te la guardes para ti sola, debes ser capaz de compartirla, de multiplicarla. De proyectarla a través del Filtro. El Filtro es capaz de regularla, por lo que si en dado caso lo pierdes debes aprender a hacerlo por ti misma. Es vital que aprendas a usarla por tu cuenta.»
Debió notar mi expresión, ya que continuó.
«—Eso mueve a las personas, Ailyn; por eso es tan importante. Y debes ser capaz de usarla. La Luz de la Esperanza es capaz de salvar a alguien de la muerte, sí, pero no sola. Lo que haces es darles una opción, una mano que puedan tomar. Lo que te salvó del trato con Kronos no fue Hera, fue la esperanza. Ella dejó que Hera te alcanzara a tiempo.»
—Yo no... —Sacudí la cabeza—. ¿Cómo lo hiciste? Con Cailye, conmigo, ¿usaste la proyección de esperanza?
Corrigió su postura y asintió, conservando su mirada seria.
«—Es como dar un abrazo. Cuando lo sientas lo entenderás. Pero es demasiado brillante. Siempre que la uses los demás podrán verla a kilómetros, podrán incluso sentirla sin verla. Su rango de acción es así de grande.»
Un momento...
Recordé que en el templo de Artemis le pidió a Niké que vigilara, ¿fue por eso? Y cuando lo hizo en los túneles conmigo... las sirenas lo sintieron, fue por eso que buscaban la Luz de la Esperanza. Por eso At no quería usarla con Cailye, por eso no me dijo nada antes; porque usarla significaba estar expuesta, revelar mi posición y la posesión sobre ella.
—¿Me enseñarás a hacerlo? Es decir, ¿con eso puedo detener a Pandora?
Me miró con cierto reproche.
«—No puedes, pero tal vez te ayude. Como dije, la esperanza es el equivalente opuesto a la naturaleza de Pandora. Y no, no es algo que pueda enseñarte a usar. No es como recitar un conjuro o mover tu espada. Ya te dije, es como dar un abrazo. Y sabrás usarla cuando la veas; sabrás que podrás usarla cuando la veas. Pocos saben que existe, y ni siquiera sé si realmente existe, pero la veía todo el tiempo y cuando lo hacía sabía que podría usarla. No te dará sabiduría ni valor, pero verás luz, y eso a veces es suficiente.»
—¿A quién?
Me miró directo a los ojos.
«—A la personificación de la esperanza.»
Una rama crujió en el fuego con brusquedad, provocándome una pequeña sorpresa.
Tragué saliva, muy llena de información como para procesarla. ¿La esperanza tenía personificación? ¿Podía «proyectarla»? Tenía tantas preguntas...
—¿Por qué me dices esto ahora? —fue lo primero que pregunté—. Te negaste a darme explicaciones cuando te las pedí, dijiste que solo me darías la información que pedía cuando estuviera lista. ¿Acaso crees que yo ya...?
«—Aun te falta mucho por aprender, por crecer —me cortó—. Pero, en este punto, me preocupa más que no lo sepas que lo que puedas hacer con esa información.»
Examiné su rostro en busca de algo delator. Su comportamiento era tan...
—Extraño. Estás actuando como si fueras a esfumarte frente a mis ojos de un segundo a otro.
Me sostuvo la mirada.
«—No saques conclusiones apresuradas, Ailyn —suspiró—. Es solo que pueden ocurrir muchas cosas, y prefiero estar preparada para lo que tengas que enfrentar en el futuro —Miró el fuego, o a mis amigos, no estaba segura—. Y también necesito que estés preparada para estar sola, necesito que aprendas a lidiar con la perdida.»
Aquello me impactó más que la información previa.
—¿Qué insinúas con eso? —mi voz tembló.
«—No puede volver a ocurrir lo que sucedió con Hebe. Tu reacción a su muerte casi costó la misión. Si pierdes a alguien debes saber seguir adelante. Si te pierdes, si te derrumbas, te llevarás contigo más de una vida. No puedes darte ese lujo, Ailyn; la responsabilidad que cargas lo exige.»
—No voy a perder a nadie —decreté, como si tuviera una piedra en la boca.
Tan solo me miró.
«—Estás en medio de una guerra, tus aliados se enfrentarán al reino de Pandora a tu lado, ¿en verdad piensas que no habrá bajas? Te encariñas muy rápido con las personas, eres demasiado suave, tarde o temprano perderás a alguien de nuevo, y cuando pase debes levantar la cabeza y avanzar, dejar ir a quien ya no está y seguir tu camino.»
Negué con la cabeza, reacia a siquiera considerarlo. De pronto imágenes sueltas vinieron a mi cabeza. Nieve, frio, un cielo tormentoso, un cabello rojo que sobresalía en lo monocromático del paisaje... Bloqueé mis pensamientos antes de continuar, como una medida automática de seguridad sellando esos recuerdos, imágenes de sueños.
—¿Por qué me dices esto? ¡¿Por qué ahora?! —bramé, tan alto que llamé la atención de los demás, pero eso no me importó—. ¿Por qué de repente dices cosas que hasta hace unos días tratabas de ocultarme? Dijiste que no me dirías nada, que aún no nos sentaríamos a hablar sin nada oculto... ¿y ahora me dices que debo aprender a superar la perdida? Estás loca.
No me había dado cuenta en qué momento me puse de pie, o que ahora nadie hacía otra cosa que no fuera observarme. Pensé que alguien diría algo, que alguien se metería, pero ni siquiera Kirok soltó nada sarcástico. Fue como si todos tan solo me dejaran con At.
La figura fantasmal giró su cuello con calma, y con una mirada seria continuó:
«—Antes te exigía que te prepararas, que estuvieras lista para tomar mi lugar, pero ahora necesito saber que lo estarás. Necesito que me prometas que harás todo lo posible por asegurar la Luz de la Esperanza, que no importa lo que ocurra no perderás de vista tu objetivo y tu función. Necesito asegurarme de que harás lo que haya que hacerse y que no cometerás los mismos errores que yo. Necesito, Ailyn, que como Atenea, diosa de la sabiduría, sepas ver más allá de tus sentimientos hasta el final. No dudes, no flaquees, no titubees.»
La miré con una mezcla de enojo y confusión, de frustración e inconformismo.
—Pareces una grabadora, ¿lo sabías? Y es molesto porque no sé de dónde apagarte.
Pero ella ignoró mi comentario.
«—No se trata de lo que tú quieras y nunca se tratará de eso. No importa lo que quieras hacer o lo que te gustaría ser, se trata de lo que eres. Por un deseo egoísta todo esto comenzó, es por ese motivo que no puedes ser egoísta, no puedes tratar de hacer tus deseos realidad, porque si lo haces el costo será demasiado grande.»
Le sostuve la mirada sin saber qué decirle. Todo eso, la forma en que solo lo dijo, me podía ansiosa. Se sentía como... como si fuera una despedida de un paciente terminal. Y el siquiera pensar en At abandonándome me parecía tan irreal...
—Continuaremos el camino, ya descansamos demasiado —anuncié a los demás, que no dejaban de observarnos, más para dejar la conversación que por deseos de seguir caminando.
Y me moví, no esperé que añadiera otra cosa ni ninguna confirmación de mis amigos. Tan solo caminé sin preocuparme siquiera si ese era el camino correcto.
La nieve comenzó a caer unas horas después, justo antes de que la nueva noche selene cubriera Kamigami. Conjuré un hechizo para soportar el frio, igual que los hermanos Knight, ya que ni Niké ni Kirok parecían tener impedimento con el brusco cambio de condiciones climáticas entre un continente y otro.
El frio, la nieve, el cielo tormentoso... Todo me generaba un mal presagio. Imágenes fugases aparecían en mi cabeza cada tanto mientras caminaba, mientras el viento gélido rosaba mi rostro y mis pies se hundían en la nieve. Recuerdos tal vez, recuerdos de un sueño lejano. Todo se veía rojo cuando ocurría, como si alguien colocara un filtro, y a veces la tristeza se apoderaba de mi rostro.
Constantemente Cailye se me acercaba para saber si me encontraba bien, al igual que Kirok, e incluso Andrew lo hizo un par de veces. Mi respuesta siempre fue la misma: decía que todo estaba en orden y que solo era frio. Pero la verdad era que me encontraba muy inquieta todo el tiempo.
A lo mejor se debía a la ansiedad por saber que estábamos más cerca de Némesis. Me preocupaba el tiempo que nos quedaba y no sabía qué esperar para cuando llegáramos a nuestro destino. La incertidumbre y el clima no eran una buena combinación; el estrés me impedía pensar en otra cosa, ni siquiera en lo que dijo At sobre la proyección de esperanza.
Además, tampoco sabía cómo iba todo en casa. Llevábamos varios días sin hablar con los demás, el clima no daba tregua para parar a descansar una vez llegamos al Nevado de Qione, los vientos eran salvajes, y cuando se detenían el frio era congelante.
Me mantuve cerca de mi familiar la mayor parte del tiempo. Su calor corporal era más alto que el de nosotros, y con un conjuro de soporte me ayudaba a sentir menos el frio. Cailye estaba igual, algo que doblemente le molestaba a Andrew; mientras a Kirok no parecía incomodarle, por el contrario, lucía divertido con la reacción de Andrew.
—No dejaré que olvide esto —comentó Kirok con malicia.
Cailye a su lado izquierdo y yo al derecho nos miramos, conscientes de que a Andrew le molestaba, pero ninguna se apartó del calor que parecía irradiar.
—Los dos son ridículos —comenté—. Ni siquiera tienen una razón válida para odiarse. Tú odias a Apolo, no a Andrew; y Andrew se comporta como un niño caprichoso contigo.
Él se encogió de hombros con simpleza.
—Hay huellas que perduran en varias vidas. Y no, no solo odiaba al antiguo rayito de sol, a este tampoco lo soporto. Siempre está tenso y enojado, al menos el anterior era divertido, y en esencia ambos son iguales. No sé cómo lo soportas.
Tan solo lo miré y solté un suspiro. No los entendía. ¿Qué podría ser tan trascendental que generara esa enemistad? Sin duda ya no se trataba de mí, y empezaba a creer que nunca lo hizo.
Fue entonces, mientras subíamos el Nevado de Quione, que una nueva llamada entró por medio de mi intercomunicador. Una ventisca fría nos atacó en ese momento, y casi pude jurar que oí al viento susurrarme una advertencia.
Contesté cuando pude abrir los ojos, y en lugar de encontrarme con Evan, quien el intercomunicador reconocía, la pantalla me mostró el rostro de mi hermano menor. Sus grandes ojos se posaron en mí, muy abiertos, desesperados, y un extraño déjà-vú me golpeó el corazón.
Abrí la boca para preguntar sobre mis padres, pues fue en ellos en quienes pensé, y en qué les había sucedido ahora, pero su exclamación rivalizó con el sonido de la tormenta y ahogó cualquier cosa que fuera a decir.
—¡No las escuches! —Eso consiguió llamar la atención de los demás—. Pase lo que pase, no las escuches.
—¿Qué? —pregunté, confundida y alarmada. Ver a Cody fuera de su personalidad nunca era buena señal—. ¿Qué pasa? ¿Qué va a pasar?
Al fondo pude distinguir el rostro de Evan, igual de sorprendido que los demás. Pero Cody no soltó su muñeca, no dejó que nadie más hablara. Se veía tan alarmado... como si no lo hubiera visto hasta ese momento.
—Te dirán muchas cosas, ciertas o no, no las escuches, no dejes que te afecte, no dejes que te controle. No importa lo que te digan, solo no creas en sus palabras.
De pronto la pantalla comenzó a titilar antes de que pudiera siquiera contestarle.
—¿Un problema de conexión? —comentó Cailye en algún lugar a mi derecha—. Se supone que la tecnología de Logan es a prueba de fallas.
—¿Cody? —llamé cuando la imagen bailó varias veces, como si hubiera interferencia—. ¡Cody!
—Ailyn —dijo, entrecortado y lejano por la falla de conectividad. Me miró a los ojos, como si de esa forma resumiera lo que quería decir—. Ailyn —Noté cómo movió su cabeza de un lado a otro, como si le doliera. Ya no podía encontrar mis ojos, ya no distinguía los suyos—. Ailyn, por lo que más quieras no las escuches, a ninguna de las cuatro.
—¿A quién? ¡Maldición, Cody, ¿por qué siempre dejas estas cosas hasta lo último?! ¡¿A quién no debemos escuchar?!
Escasamente logré ver su silueta, la forma en que sus labios se movieron en una sola palabra que quedó en el aire antes de terminarla, justo antes de que la conexión se perdiera y se cortara la comunicación.
—¿Qué dijo? —quiso saber Niké—. No alcancé a oírlo.
Para ese momento todos estaban a mi alrededor, queriendo echar un ojo a mi intercomunicador que ahora estaba apagado.
—Él dijo: «Moiras»
Justo cuando Andrew lo dijo una fuerte ventisca nos volvió a azotar. La nieve se me pegó a la cara, el frio hizo temblar mis huesos, o a lo mejor se trataba de la alarma que se encendió en mi cabeza ante la situación.
El que Cody llamara de emergencia y la comunicación se cortara no me daba una buena espina. Pero, aun así, ¿por qué cuatro? Las Moiras solo eran tres. ¿A quién más no debía escuchar?
A mi lado, antes de que pudiera percibir el cambio de circunstancias, Niké extendió sus alas y desenfundó su estada, aquella que solo la había visto un par de ocasiones previas y que no auguraba nada bueno. De pronto alguien tomó mi muñeca y me haló, y fue así como comenzamos a correr, de nuevo.
La tormenta de nieve aumentó considerablemente. Y aunque en un comienzo los hermanos usaron su magia para evitar que ese factor fuera un obstáculo, pronto la fuerza de la misma superaría la magia protectora de los Knigth.
—Las Moiras —dijo Andrew, captando la atención de todos en medio de la nevada—, ¿en dónde viven?
Mis pies se hundieron en la nieve blanda, provocando que cayera hacia adelante y me impidiera el paso. Andrew sujetó con fuerza mi muñeca y me haló para que pudiera desenterrarme y avanzar, justo cuando At, a quien obviamente iba dirigida la pregunta, respondía:
«—Eso depende —Su habitual seriedad a veces me irritaba—. Si las buscas es imposible que las encuentres, pero, si son ellas quien te convocan, es imposible huir de su palabra.»
Fue justo cuando ella dijo eso que algo apareció frente a nosotros. Una silueta oscura, grande, a contraste total con el fondo blanco y la tempestad. Una edificación alta, un palacio en realidad, con apariencia de cueva del terror, constituida por múltiples formaciones rocosas que se agrupaban de forma tosca, dándole un aspecto terrorífico. No había nada en su interior, solo oscuridad, y era difícil distinguir sus detalles.
—Son ellas —masculló Andrew, y cuando me fijé tenía su arco listo para usarlo.
Intentamos retroceder, pero la nieve nos sepultaba tan rápido que correr estaba descartado.
Noté que tanto los hermanos como Niké estaban listos para defenderse, aunque de aquel lugar no salió nada amenazante o peligroso. No había nada más ahí aparte de la horrenda edificación.
—No se molesten —interrumpió Kirok, adelantándose a nosotros hacia el palacio de piedra, sin temor alguno—. No importa qué dirección miren, eso siempre estará al frente. No huyes de tu destino, no huyes de las Moiras.
Lo observé, consciente de que los hermanos giraron sus cuerpos en busca de una salida. Pero en efecto, no importaba qué dirección quisiéramos tomar, eso siempre estaba en nuestro camino como un laberinto siniestro.
«—Es verdad —At posó sus ojos en mí—. No importa lo que te haya advertido tu hermano, o lo que haya visto, si ellas quieren verlos no hay nada que puedan hacer al respecto. Pedirle a Urano que su destino sea tan clemente como las palabras de esas viejas brujas es todo lo que pueden hacer.»
Eso no ayudaba.
Kirok sonrió con picardía, y avanzó hacia el palacio como si nada.
—¿Y tú por qué estás tan tranquilo? —interrogué.
Por una milésima de segundo su sonrisa flaqueó. Le lanzó una rápida mirada a At, tan veloz que no pude interpretarla, y regresó su atención a mí de nuevo con su sonrisa.
—No hay nada sobre mi destino que ellas puedan decirme. Lo conozco muy bien. Y además, tengo el presentimiento de que están más interesadas en el suyo que en el mío.
Fue así como los demás seguimos a Kirok hacia el palacio.
Contemplé mis opciones, el chance que tenía de en efecto huir de su reunión, pero cualquier plan que pudiera idear ellas de seguro ya lo habían visto. Cuando nos detuvimos frente a la entrada me mentalicé para no oír lo que tuvieran que decir. Sabía que ellas podían ser picaras y charlatanas, que si bien no mentían tampoco decían precisamente la verdad, y que sus predicciones eran tan vagas que se quedaban en su mayoría a interpretación.
Todos esos héroes y reyes que las oían a ellas o a los oráculos terminaban igual: cumpliendo su predicción. Sabía que ellas podían ponerte en el camino del destino que habían predicho por el solo hecho de darte a conocer ese futuro.
Tragué saliva en cuando Kirok y At avanzaron, y los demás les seguimos el paso. Niké había guardado su espada y plegado sus alas, pero Andrew no guardaba su arco por nada del mundo.
La oscuridad nos devoró en cuanto pusimos un pie en el interior, la temperatura aumentó acorde nos alejábamos de la salida, y un hueco en mi estómago se hizo presente cuando repasé en mi mente la devoción con la que Cody me pedía que no las escuchara.
Una luz turquesa apareció frente a nosotros de repente, iluminando parcialmente el ambiente de una forma espeluznante y sobrenatural. Una hoguera, de llamas turquesa sobre un pedestal de piedra, en medio de un espacio circular muy reducido. No vi ventanas, o puertas, o cualquier grieta por donde la nula luz exterior pudiera entrar. Había una corriente de aire que recorría en lugar en círculos, pero no supe identificar su origen.
Los únicos presentes éramos nosotros, completamente solos, hasta que unas figuras misteriosas emergieron de la oscuridad, moviéndose como espectros fantasmales.
Mi corazón me dio un vuelco, y por instinto me aferré a la mano de Andrew. La apreté como esa noche en la Feria Estatal cuando estábamos atrapados en la Casa Embrujada, y él correspondió con la misma fuerza. Estaba aterrada, ese lugar y esas presencias me aterraban casi tanto como Pandora.
«—No hagan movimientos bruscos ni las enfrenten —comunicó At en vista de la postura defensiva de Andrew—. No pueden herirlas, y créanme que no quieren verlas enojadas. No muestren su miedo, mientras menos noten que les afecta lo que digan más rápido los dejarán ir.»
A mi lado ella mantuvo una postura erguida y con el mentón en alto, pero incluso alcancé a escuchar un balbuceo de su parte. «No tengo tiempo para esto», fue lo que dijo para sí misma.
Fue entonces cuando las sombras misteriosas desprendieron humo negro, se movieron de un lado a otro a nuestro alrededor, sin más definición que una capa flotante y murmurando palabras antiguas que mi poco conocimiento sobre el idioma no entendió. Mi aliento se condensó en el aire, y de pronto una de las tres sombras se abalanzó sobre mí.
Retrocedí por inercia, pero Andrew apretó mi mano manteniéndome en mi lugar mientras la sombra se dirigía a mí. Frenó a escasos centímetros de mi rostro, tomando una forma más sólida.
Una capucha ocultaba su rostro bajo una sombra, y un olor a incienso se escapó del interior. Me pareció ver una sonrisa en medio de la oscuridad, y una piel gris debido a los pocos rayos del sol que la alcanzaban, algo que confirmé en cuanto una mano salió de las sombras de la capa y cuyos dedos alcanzaron a rozar mi cara.
Contraje el rostro, me tensé, me tragué una exclamación y me aferré al agarre de Andrew para no gritar o desmayarme. El tacto se sintió frio, y de haber visto más que oscuridad bajo la capucha no habría podido contenerme.
La Moira se alejó un poco de mí en cuanto me tocó, y cuando me dejó más campo visual libre me pegué el susto de mi vida cuando noté que otra de ellas se encontraba de la misma forma pero frente a At. Ella no se inmutó, no apartó los ojos ni parpadeó; fue como si ambas se miraran a los ojos.
—Respira —me susurró Andrew en cuento la Moira se apartó por completo de mí.
Pero no podía. No solo fue la impresión de su presencia, lo que más me aterraba era que al parecer podían ver a At.
Negué con la cabeza, incapaz de hablar. Él me movió, pero yo seguía en shock.
—Si no respiran, las dos, me temo que el hilo de su vida se cortará antes de tiempo.
Una nueva voz se pronunció en la estancia. Las dos sombras, la que me examinó a mí y la que lo hizo con At, se acomodaron a lado y lado de la tercera Moira, al otro lado del fuego turquesa.
La luz aumentó, iluminando las rocas húmedas y congeladas que conformaban la pequeña caverna, y dejando ver la barbilla y los labios de las tres mujeres.
Tanto Cailye como yo, las que aún no encontrábamos nuestra propia voz, logramos respirar. Cailye estaba azul, y yo suponía que no debía verme muy diferente.
—Curioso grupo, diría yo —mencionó otra de las Moiras.
A pesar de su apariencia pálida y oscura presencia, sus voces eran suaves y femeninas, casi liricas.
—Tres mortales con poderes divinos, un muñeco hecho de arcilla, una diosa incapaz de sentir empatía, y un espectro que no debería existir —continuó la otra—. Sin duda más variado que esos presuntuosos héroes bastardos que caminaban sobre la tierra como si les perteneciera.
La de en medio expresó una sonrisa entretenida en la penumbra.
—Hermanas, compórtense. Dioses Guardianes, Cloto y Láquesis son los nombres de mis hermanas; yo soy Átropo. Nos trae gran entusiasmo conocerlos, eso es seguro.
En vista de que ninguno parecía querer contestar, fue Andrew quien tomó la palabra. Las miró con ojos gélidos cuando habló.
—Me temo que desconocemos el motivo de su audiencia. Tengo entendido que no conceden reuniones a la ligera, y los resultados de dichas audiencias no son los más convenientes para más de una deidad.
Ninguna de las tres Moiras reaccionó a su comentario.
—En este momento se encuentran en el centro de atención de Kamigami, comprenderán nuestros deseos de conocerlos —continuó Átropo—. Además, su futuro es el más interesante que hemos visto en muchos milenios. Nos gusta charlar con los protagonistas de un destino entretenido.
Andrew enarcó una ceja.
—No nos han preguntado si nosotros queremos charlar con ustedes. Y la verdad es que no tenemos ni tiempo ni deseos de hacerlo, por lo que les pido que nos dejen ir.
Por muy respetuosas que pudieran oírse sus palabras, sus ojos decían algo muy diferente.
Una de las Moiras, Cloto, se acercó a él sin que sus pies tocaran el suelo. Como sombra se escabulló por la oscuridad, y como humo se hizo presente a pocos centímetros de distancia del rostro de Andrew. Él no reaccionó, mantuvo su mirada gélida, mientras una sonrisa satisfactoria recorría el poco rostro visible de la deidad.
—Puedes ver con claridad los hechos y las circunstancias, puedes cuantificar todo a tu alrededor; tienes la habilidad de ver el mundo como si se tratara de un problema matemático, como algo que debe tener una respuesta lógica. Entiendes el mundo de esa forma, pero no te entiendes a ti mismo.
Los músculos de su cuerpo, en especial los faciales, se tensaron. No apartó los ojos en ningún momento, y en cuanto la otra Moira se acercó por su espalda yo lo apreté con más fuerza.
—Una separación trágica, un futuro solitario y una decisión más importante de lo que crees; eso es lo que tu destino te teje —le susurró Laquesis cerca de su oído, pasando por su lado como un fantasma—. El desorden de tu interior va a interferir en tu trabajo como Dios Guardián y costará mucho más que simples vidas humanas.
Cailye se movió rápido, interponiéndose entre las Moiras para proteger a su hermano.
—Dejen de decir esas cosas —exclamó, observándolas con fijeza—. No saben nada.
Por un par de segundos la observaron con detenimiento, hasta que ambas soltaron una gran carcajada. Cailye se mostró confundida, Andrew enojado, así que sostuve la mano de Andrew par que no se abalanzara sobre ellas y posé mi otra mano en el hombro de Cailye, dándole apoyo.
—Perfectamente dual y demente, la prueba andante de lo peligrosos que pueden llegar a ser los sentimientos humanos. Tú, niña, eres una verdadera amenaza.
Cloto solo se acercó, a ella no la tocó.
Cailye abrió mucho los ojos, retrocediendo con una nueva oleada de miedo en su rostro. Fue Niké quien la recibió, rodeándola con sus brazos de forma protectora. Y aunque ninguna de las dos Moiras la siguió eso no impidió que Láquesis prosiguiera.
—Una gran pérdida que destrozará más que tu corazón, un futuro oscuro y vago, y una terrible decisión tomada por las peores razones.
Cailye se hundió en la protección de la diosa alada, y ella por instinto la abrigó con sus alas mientras mi amiga temblaba. Eso solo llamó la atención del par de Moiras hacia ella.
—Tú, diosa de la victoria, simplemente no tienes futuro más allá de tu propósito. Cuando la causa de tu propósito no exista tú también dejarás de hacerlo. No importa cuánto ames, cuánto te aferres, no existirá un lugar para ti en el nuevo mundo que se avecina.
Por el contrario de los hermanos Niké no hizo ningún gesto delator. Tan solo se dedicó a arrullar a Cailye sin mirar a ninguna Moira directamente; permaneció con la cabeza gacha y los ojos ocultos en la sombra de su cabello.
Posaron sus ojos en mí entonces, o eso creí, pues la verdad no podía ver su rostro completo. Las vi avanzar hacia mí, divertidas, y lo único que hice fue esconderme detrás del cuerpo de Andrew.
«No las escuches» dijo Cody, y no tenía intención de hacer lo contrario. Odiaba saber el futuro, y si Cody era vago con lo que decidía revelar, las Moiras eran todo menos específicas. No quería oírlas, solo quería salir de esa cueva.
—Si eso es todo lo que querían decirnos es hora de que nos dejen ir —dijo Kirok en ese tono altanero tan propio, salvándome por el momento.
Avanzó hacia ella, pasó por nuestro lado con las manos en los bolsillos de su pantalón y una mirada osada y picara. At le lanzó una mirada de advertencia, y aunque él la notó decidió ignorarla por completo.
De un segundo a otro ya tenía a ambas Moiras revoloteado alrededor, dándole vueltas sumergidas en su humo negro.
—Renacimiento y una gran mentira —dijo una de ellas—. Sombras... Es imposible para ti estar cerca de la luz sin desaparecer.
Se oyeron sus risas burlescas en toda la cueva.
—Tu destino es el más inútil y aburrido de todos. Condenado a desvanecerse en manos de su ser querido, cargando el peso de sus errores y sueños rotos. Tu paso por el mundo es insignificante, eso jamás cambiará.
No alcancé a sujetarlo, ni Andrew usó su magia a tiempo. Los ojos de Kirok se encendieron en rojo demoniaco, su cuerpo se iluminó con un tenue brillo rojizo, y el humo negro que desprendió su cuerpo luchaba con el humo de las Moiras.
Vi las alas de Niké antes de siquiera procesar los movimientos de mi familiar, y la vi extenderlas justo frente a nosotros, creando una barrera de división entre el poder de Kirok y nosotros.
La fuerza de los poderes divinos de Kirok lanzó mi cuerpo al piso, como si hubiera presenciado una explosión, llevándome a Andrew conmigo. Caí de espaldas, pero Andrew evitó que me golpeara la cabeza acomodando su brazo bajo la misma; me lanzó una mirada preguntándome si estaba bien, a lo que yo solo asentí sin decirle nada más. Cailye llegó a nuestro lado por la misma fuerza del impacto, con la impresión tatuada en su rostro tanto como en el mío.
Una oleada de magia roja se extendió por el lugar, y gran parte de ella chocó contra las alas y la espalda de Niké. La diosa hizo una pequeña mueca, con expresión seria, mientras aquel poder semejante al fuego abrazaba a las Moiras.
No vi a At por ninguna parte, y una corazonada me dijo que estaba al lado de Kirok, intentando calmarlo. Las alas de Niké no me dejaban ver nada más allá de sus plumas doradas, por lo que la luz sobre su cuerpo y la carga mágica del ambiente eran lo único que me daba indicios de lo que ocurría tras la barrera protectora de Niké.
—Deberías calmarte un poco, marioneta, o lo que terminarás tocando con tu poder no será a nosotras —habló Átropo luego de su largo silencio.
No la vi, pero su voz se oyó cerca, muy cerca.
—Tus intentos son inútiles —reforzó Cloto con gracia—. No puedes matarnos. Tu dominio sobre el Inframundo termina cuando cruzas esa puerta, mensajero del infierno.
Intenté pararme, salir de la protección de Niké para salvar a mi familiar. No sabía mucho sobre las Moiras, pero sabía que si At nos advirtió de ellas fue por algo. No podía dejar que lastimaran a Kirok, era mi familiar, mi responsabilidad; abandonarlo no era una opción.
Pero Andrew sujetó mi cuerpo con sus brazos, impidiéndome levantar.
Su brazo abrazó mi cintura, ejerciendo la fuerza suficiente para mantenerme en mi lugar, mientras usaba la parte exterior del otro brazo para presionar mi pecho contra el suelo. No importaba cuánto pataleara, cuánto le pidiera que me liberara, él no cedía ni por accidente. Ahí supe que luego de lo que pasó en el océano él no dejaría que corriera hacia el peligro de nuevo.
Sus ojos, su postura, la curva de sus labios y la frente fruncida me decían que sin importar lo que hiciera no correría lejos de él. Supe, de una forma confusa y contradictoria, que estaba decidido a sostener mi mano para no dejarme ir hacia el peligro.
Fue entonces cuando algo pasó. Ninguno de los tres hizo nada ni tampoco Niké se movió. De repente el poder de Kirok tan solo se apagó. La muerte, la sensación asfixiante, abandonó la estancia con la misma inmediatez que cuando apareció.
Niké bajó sus alas, Andrew relajó el agarre sobre mi cuerpo, y cuando estuvo seguro que no había riesgo de muerte dejó que me liberara por mi cuenta. Me levanté de un salto, preocupada por Kirok, y al pasar a Niké lo vi.
Estaba sentado en el suelo, de espaldas a nosotros, delante de las tres Moiras y con la cabeza gacha. At estaba parada a su lado con los ojos sobre las tres deidades sin siquiera parpadear.
Corrí hacia él, creyendo que lo habían herido o le dijeron algo más que no escuché y eso lo afectó hasta ese punto. Pero no alcancé a llegar, algo bloqueó mi camino.
Frené en seco cuando una de las Moiras se interpuso en mi camino. La capa ondeaba sobre el suelo y el humo que desprendía se sentía frio, gélido, generándome escalofríos. Alineó su cabeza con la mía, dejándome ver solo la parte inferior de su rostro y dos destellos que tenía por ojos. Quise tragar saliva para pasar el susto, pero mi cuerpo estaba completamente en shock por su cercanía.
—Sacrificio, amor —Al hablar supe que se trataba de Átropo—. Tu futuro terminó el día que el destino comenzó a moverse. No hay nada para ti más allá de lo que pase ese día, sellaste tu destino cuando despertaste como diosa.
Se acercó más, dejando salir el olor a incienso que desprendía. Y estando a centímetros de mi rostro me pareció advertir los ojos oscuros que poseía. Brillantes, demasiado grandes, profundos... inhumanos.
»No importa lo que hagas, las decisiones que tomes te llevarán a la misma decisión final y al único resultado posible. Tu vida ya no te pertenece. Muerte y sufrimiento, la llegada de una persona que fragmentará tu mundo y el precio más grande que puedas imaginar pagar.
La miré sin respirar, tratando de borrar sus palabras de mi cabeza.
«No al escuches, no la escuches». Me repetía una y otra vez, con más fuerza en cada repetición. Quise cerrar los ojos, correr hacia mi familiar o devolverme a donde los hermanos, pero simplemente no podía ver o hacer algo más que la Moira a centímetros de mi nariz.
La luz de la hoguera se encendió de repente. El tono turqués previo se transformó en un inusual fucsia vibrante, augurando un cambio.
La Moira que respiraba en mi cara apareció al lado del fuego igual que sus dos hermanas, dejando mis piernas sin poder soportar el peso de mi cuerpo.
Alcancé a notar las curvas de sus sonrisas, y cuando me di cuenta At estaba a mi lado, diciéndome que debíamos irnos.
«—Ya se divirtieron con ustedes lo suficiente, créeme. No intentarán detenerlos, y menos ahora.»
Retrocedí, con los ojos sobre ellas y el fuego mágico, mientras Niké obligaba a Kirok a levantarse y avanzar, y los hermanos se apuraban hacia la salida.
—Vienen hacia aquí —masculló una de las Moiras—. Enviadas por esa mujer. Encabezadas por cuatro vengativas deidades. Sedientas de sangre. Deseosas de sus cabezas.
Frené cerca de la entrada, donde el túnel por el que habíamos entrado comenzaba. Los demás también frenaron en vista de mi retraso, y Kirok, quien iba a mi espalda, paró a mi lado sin dirigirle la mirada a las Moiras.
—¿Q-Quiénes? —pregunté, con no mucha esperanza de recibir respuesta.
Los tres pares de ojos cayeron sobre mí, o eso pensé.
—Las tres Gorgonas en compañía de Megara y su ejército —continuó Átropo.
—Los han estado buscando desde su encuentro —añadió Cloto—, y por fin han alcanzado su pista. Murieron muchas sobrevolando el océano, pero ha valido la pena, están a minutos de dar con la recompensa de su sacrificio.
Eso no podía... ser cierto. De todas las cosas que podrían pasar sin duda una alianza así nunca se me pasó por la cabeza. Simplemente no podía ser verdad.
—Si los encuentran su destino será diferente, pero no precisamente mejor.
Kirok me tomó del brazo para invitarme a seguir adelante, pero yo no quité los ojos de encima de las mujeres.
—¿Por qué nos dicen esto? ¿Por qué advertirnos? —exigí saber.
—Porque ansiamos ver el futuro que el destino escribió para ustedes —explicó Átropo desde su lugar—. Y para eso deben vivir hasta el día que la Muerte tiene previsto para ustedes.
Fruncí el ceño, recelosa. Y haciendo caso al llamado de los demás moví mis pies, corriendo a través del pasillo oscuro y rocoso, dejando atrás a las deidades y sus profecías.
La cueva a nuestro alrededor se movió conforme nos acercábamos a la luz del exterior. Corrimos a toda prisa pero aun así no fue suficiente para evadir la magia de convocación de las Moiras.
En medio de un estruendo y un brusco movimiento la cueva se desvaneció. Se fue de la misma forma que llegó: de la nada. Nos dejó desprotegidos y expuestos a la tormenta de nieve que se había formado.
El frio extremo y la nieve golpearon nuestros cuerpos con violencia. Me estrellé con la realidad en ese momento, sabía que no solo estábamos en medio de la nada y con una tormenta sobre nuestras cabezas, sino que además un ejército enemigo estaba cerca.
¿Qué podía ser peor que eso?
—¿Alcanzaremos a huir en medio de la nieve? —preguntó Cailye mientras cubría sus brazos.
—¡Pero claro que no! —respondió Niké, moviendo sus alas a modo de ejercicio y de paso sus nudillos— ¡Los enfrentaremos aquí! Somos más que suficiente para hacerlo.
La presencia negativa, abrumadora y gigante, se hizo presente en el aire en ese momento. Lejos pero constante; no tardarían mucho en llegar a nuestro campo visual. Eso comprobaba la veracidad de las palabras de las Moiras y avivaba el fuego del miedo en mi interior.
—Podríamos intentarlo —mencionó Andrew a mi lado—, pero si las Gorgonas están con ellas será imposible. Pelearíamos a ciegas contra todo su ejército, estaríamos en desventaja tanto por la cantidad como por habilidad.
Lo miré, a su rostro cubierto de nieve y mejillas rosadas por el frio, mientras mantenía una mirada seria y decidida. Y entendí que ese fue el plan de las Furias desde el comienzo. Sabían que pelear a ciegas contra un ejército era guerra perdida.
—¿Y entonces qué hacemos? —insistí, ahora frustrada y apurada.
La presencia oscura aumentaba con cada segundo que pasaba, al igual que la intensidad de la tormenta. De pronto sentí el miedo real, contemplé a posibilidad de una derrota ante esa conveniente alianza, y eso me aterró. Andrew tenía razón, no ganaríamos.
—At... —rogué, observando su traslucido cuerpo con suplica.
Ella solo miraba al horizonte con el mentón en alto. Hasta que suspiró y su atención cayó sobre Kirok. Se acercó a él a paso firme, casi a punto de tocarlo.
«—Hazlo.»
El tono que usó se sintió como una roca; lo dijo de tal forma que no dejó espacio para objeciones.
Al comienzo Kirok se mostró confundido, hasta que pareció comprender el mensaje y sus ojos picaros se transformaron en ira, desaprobación y ofuscación. Frunció todo su rostro, apretó sus puños, y se paró de forma recta y autoritaria.
—No —negó con la misma osadía de At devuelta.
At se le acercó más, al punto de que solo pocos centímetros separaban sus rostros. Ambos en una batalla de miradas, pensamientos y determinación.
«—Deja de ser egoísta por una vez en tu mísera vida y haz algo por alguien que no seas tú mismo.»
—No —reafirmó mi familiar.
Me señaló con dureza, como si de ese momento dependiera mi vida, y continuó hablando sin apartar los ojos de él.
«—Se lo debes y lo sabes. No importa lo que suceda contigo, no importa cómo te sientas ni lo que quieras hacer. Importa mantenerla con vida y cuerda. Así que no te pido, te exijo, que lo hagas.»
Kirok me miró, dolido y enojado, de una forma que más que curiosidad me generó tristeza.
No tuve tiempo de preguntar nada, la presencia oscura había avanzado hasta el punto en que las siluetas aladas se alcanzaban a distinguir en el oscuro y tormentoso cielo.
—Kirok... —No pude terminar.
De repente él levantó los brazos al cielo, gritó algo justo cuando un rayo caí cerca por lo que no lo escuché, y sus ojos se encendieron como dos estrellas rojas en medio de la noche. Bajó sus brazos como guillotina, arrodillado, y golpeó el suelo con la fuerza suficiente para hacerlo temblar.
Todo bajo nosotros se estremeció, incluso el cielo pareció gritar, o tal vez fue el ejército de Furias que estaba a nada de nuestra ubicación. Los rayos y la nieve cubrieron todo alrededor, un caos perfectamente ordenado nos rodeó. Entre nieve y centellas nos encerraron en un remolino antinatural, como si obedecieran los sentimientos de Kirok.
El suelo se abrió entonces. No hubo tiempo para nada más, no vi nada más, solo sentí ese segundo previo a caer y luego... nada. El vacío se apoderó de mi cuerpo, creando una fiesta en mi estómago. Busqué seguridad en algo a lo que sujetarme, pero la grieta era tan ancha, tan grande y profunda que se sintió como si cayera hacia la oscuridad.
Grité con el aire que quedaba en mis pulmones, y aunque sabía que los demás estaban a mi lado no puede evitar sentir un inmensurable pánico a la incertidumbre.
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