2. El porqué de un error
True Colors - Zedd, Kesha
La escaza luz de luna que entraba a mi habitación era la única iluminación que percibía; se reflejaba en las paredes gracias al conjuro que aún después de algunas horas seguía activo, dando como resultado una tenue luz rosa.
Mi madre siguió tocando la puerta mucho después de que me encerrara, pero al parecer Cody la convenció de dejarlo así y tan solo esperar a que se me pasara el miedo de verme involucrada en la tragedia del centro comercial. Pero la verdad era otra. A lo que en verdad le temía era a mí misma.
Lo que hice... fue espantoso e imperdonable. Aún no tenía el valor para conocer los hechos al pie de letra como lo mencionaban en el noticiero, porque no quería odiarme a mí misma por cometer un acto tan cruel a pesar de no tener control sobre mis actos. Porque con o sin mi condición actual no había nada que argumentar a mi defesa.
Pensar en todas esas personas, en los sobrevivientes, en lo que se convirtió el Chic Center por mis actos... Me aterraba imaginar que por mi causa podría haber gente... gente muerta. Que yo era una... asesina.
No era capaz de siquiera considerarlo, porque si lo hacía no sabía qué podría llegar a hacer contra mí misma.
Mis lágrimas se secaron después de dos horas en completo silencio y oscuridad, e incluso el frio que cubría mi cuerpo incrementó junto con los escalofríos. Tenía miedo de pensar en lo ocurrido, porque sentía que si lo hacía se repetiría, pero ahora con mi familia...
No quería recordar lo que pasó, temía lo que pasaría si me metía más a fondo en mis propios pensamientos y sentimientos.
Y además, no comprendía lo que me estaba pasando, porque la información sobre el Filtro y la Luz de la Esperanza con la que contaba era poca, insuficiente para analizar el porqué de lo que pasaba.
Algo estaba mal dentro de mí, lo tenía claro, y se debía al exceso del uso del Filtro, como lo dijo Kirok; pero perder la memoria, actuar en piloto automático, sentir ataques acompañados de imágenes desgarradoras... era otra cosa, algo con lo que no sabía cómo lidiar.
Necesitaba respuestas, ayuda, alguien que pudiera explicarme lo que me ocurría y cómo remediarlo. Pero no sabía a quién pedirle ayuda. Los únicos con la información que necesitaba eran dioses originales, que si se llegaban a enterar me matarían antes de dejarme explicarles.
Me hundí más en mis rodillas, con un constante dolor de cabeza producto de las lágrimas derramadas. ¿Qué me ocurría exactamente? ¿Cómo podía remediarlo antes de que empeorara? Tenía demasiadas preguntas, igual que el día que desperté como diosa, y el sentimiento era impotente y molesto. No saber lo que ocurría con mi cuerpo era la peor sensación de incertidumbre que había sentido.
«—Realmente te ves mal.»
La repentina voz de At me sacó de mis pensamientos, obligándome a buscarla. Escaneé la habitación, pero lo único que pude distinguir era el brillo reflejado en las paredes producto de la magia del conjuro.
«—En verdad esperaba que esto no sucediera —continuó—. Creí que tu cuerpo lo manejaría, pero me equivoqué. Al fin y al cabo, no eres más que una humana con poderes divinos, era de esperar que no pudieras controlar algo tan grande, ni siquiera un semidiós podría conseguirlo.»
Entonces, centré mi atención en la ventana, y la vi. Se encontraba afuera, sobre una de las ramas del árbol que daba a mi habitación, con sus oscuros ojos fijos sobre mí y una expresión seria más allá de la habitual.
Me concentré en despejar la ventana para que pudiera entrar, pero ella se negó a pasar. Solo se quedó ahí, observándome. Una oleada de frio invernal entró a mi habitación, haciéndome recordar por qué odiaba esa estación.
Limpié mis mejillas, y me puse de pie para dirigirme a la ventana ya que At no quería entrar. Ella era la persona indicada para mis preguntas; fue la portadora del Filtro antes que yo, y ella no tenía el poder suficiente para atentar contra mi vida.
—¿Qué está pasando? —pregunté, directo al grano.
Ladeó la cabeza un poco, y miró hacia afuera, en dirección a la luna sobre nuestras cabezas.
«—Muchas cosas, Ailyn, ¿por dónde quieres que empiece?, ¿por tu incompetencia o por tu estupidez?»
Negué lentamente con la cabeza, y me incliné más para estar más cerca de ella.
—No me regañes, At, explícame lo que sucede, eres la única a la que le puedo pedir respuestas. Sabes mejor que nadie lo que me pasa y cómo revertirlo. No quiero... No quiero lastimar a nadie más, no me quiero convertir en un monstro.
Su atención se fijó de nuevo en mí, con un deje de tristeza escondido tras el brillo de sus pupilas, algo que me pareció imposible debido a su condición.
«—Pues eso debiste pensarlo antes de exponer el Filtro de esa forma —regañó, y después añadió—: La verdadera razón de lo que te sucede es demasiado larga para explicártela en palabras, Ailyn.»
—¿A qué te refieres?
Se acercó unos centímetros a mí.
«—La explicación, las respuestas que buscas, se encuentran en el origen directo de la Luz de la Esperanza. De hecho, tú ni siquiera entiendes el significado de su poder ni de su historia. Lo que te está pasando no solo es producto de lo que hiciste, también lo es de lo que ocurrió hace miles de años.»
—Entonces dímelo —presioné, desesperada, al borde del pánico—. Si conocer la historia de la Luz de la Esperanza me ayuda a saber cómo detener lo que me sucede entonces quiero conocerla. Ayúdame, At, a entender lo que me ocurre.
Permaneció varios segundos con sus ojos clavados en mí, como si quisiera ver en mis pupilas la respuesta a una pregunta que se estaba haciendo. No se veía segura, ni molesta, lucía triste y decepcionada, pero no podría afirmar que aquella mirada fuera para mí.
Tras algunos minutos en silencio y tensión, alzó vuelo. Sus alas se expandieron en el aire como las de un ángel, con ligeros y precisos movimientos. Sus oscuros ojos me reflejaban, y el aleteo de sus alas era una brisa cálida, casi acogedora.
Permanecí clavada en la elegancia y esplendor que irradiaba al permanecer de esa manera frente a mí, tanto que no me percaté de que mi habitación se había desvanecido a mi alrededor. Ya no estábamos en mi casa, mucho menos en nuestra dimensión. Todo era color vino tinto; no había paredes, ni techo, pero sí sentía bajo mis pies que existía una superficie firme.
Miré a todos lados, pero por más que me esforzaba en ver algo, lo que fuera, todo era un inmenso mundo vino tinto, sin puertas, ni ventanas, ni objetos. Solo éramos ella y yo, solas en un lugar fuera de mi mundo.
—¿En dónde estamos? —pregunté.
At permaneció volando a mi lado, mirando hacia alguna dirección.
«—En mis recuerdos —respondió, en tono neutral—. La Luz de la Esperanza nació por accidente, junto con el amor, en el comienzo de todo, de la creación del universo.»
En algún punto del lugar, cerca de nosotras, una luz iluminó el espacio oscuro en el que estábamos. La luz creció más hasta que formó una especie de ventana con forma de mancha; a través de ella se podía observar el universo, lleno de estrellas y cuerpos espaciales.
«—Cuando se creó el universo, gracias a Caos y Gea, también nació el amor. Y escondido tras él se encontraba una pequeña luz, tan diminuta que nadie la notó en ese entonces. Ahora empiezo a creer que sin ella quizá no hubiera nacido la vida.»
Una secuencia de imágenes, casi como videos, pasaron una tras otra. Primero millones de explosiones de luz, como si estuvieran en guerra; después bosques, el cielo diurno y nocturno, los animales, y todo lo que representara la naturaleza. Cada cosa tan rápido que apenas distinguí de qué se trataba.
«—El amor estaba ahí, impreso en el mundo que crearon, en cada animal y en cada planta, y a su sombra, la esperanza, ocultándose. Entonces, mientras Urano observaba el nuevo mundo, encontró la Luz de la Esperanza, tan diminuta que no la consideró amenaza. Por curiosidad la guardó, creía que le sería útil en algún momento. Pero no te estoy hablando de días, todo lo que te cuento es un resumen muy breve de miles de años de historia —continuó At, con los ojos fijos en la ventana, mientras veíamos a una figura masculina y formidablemente grande tomar en sus manos una luz tan pequeña que parecía una luciérnaga.»
Me fijé varias veces en aquella luz tan reducida de tamaño, sin acabar de digerir que la Luz de la Esperanza fuera algo tan pequeño comparado con la importancia que se le asignaba. La creía enorme, de luz cegadora, de diferentes colores y quizá parlante. Pero lo que veía no era lo que me imaginé. Se veía demasiado frágil y casi invisible para ser la Esperanza, pudo haberse confundido con una estrella diminuta.
«—Hubo guerras, muchos enfrentamientos entre las criaturas que aparecieron con la unión de Urano y Gea, disputas familiares que tomaron muchísimos años solucionar. El destrono de Urano, la caída de Crono. Durante esos tiempos difíciles la Luz de la Esperanza pasó de mano en mano; primero Urano, luego Gea, luego Rea, hasta que llegó a las manos de Zeus.»
Hubo un momento de silencio, mientras imágenes de guerras entre criaturas monstruosas y dioses tomaban lugar.
«—Los dioses decidieron crear a un animal superior al resto, dotándolo de dones que lo asemejarían a los dioses. Esto ocurrió después de la Titanomaquia: la guerra entre Crono y sus hijos, mucho tiempo más tarde de hecho, cuando se suponía que había paz entre los dioses. Se le encomendó a Epimeteo y Prometeo, dos titanes que no participaron en la guerra, la tarea de crear al hombre.»
Dos hombres, de perfectas facciones y cabello largo, aparecieron en la ventana, con barro y agua, y otras tantas cosas que no sabía lo que eran, en sus manos.
«—Pero, mientras Epimeteo utilizaba materiales comunes, Prometeo quiso regalarle algo especial al hombre, algo que lo hiciera poderoso. Para conseguirlo robó las semillas de Helios, para otorgarle el fuego y sobrevivir; lo hizo con mi ayuda. —Cuando lo mencionó la miré, y me percaté de la sombra bajo sus ojos—. Cuando Zeus se enteró, se enfureció.»
La imagen de los dioses me tomó por sorpresa. No decían nada, ni se escuchaba nada, seguían siendo imágenes sin más, que sin la narración de At no les encontraría significado. Se veían enojados, casi al borde de explotar de la ira.
«—Zeus quería castigar a los hombres por aceptar las semillas de Helios, así que nos ordenó crear a la primera mujer; quería que ella se encargara de la perdición del hombre.»
Varias personas se encontraban en un gran salón, dentro del Olimpo por lo que vi en las decoraciones; se traba de dioses, no los guardianes, pero sí algunos de ellos. Los demás dioses formaban parte de los otros dioses olímpicos y de la tercera generación.
«—Quería que fuera perfecta en todos los sentidos para que los hombres se enamoraran de ella y la adoraran, así que cada uno le obsequió un don especial —Frunció el ceño—. Yo le di la sabiduría; ahora me arrepiento de hacerlo.»
Le dediqué una mirada de reojo, pero no hice ningún comentario, estaba demasiado ocupada siguiéndole el hilo a sus palabras y uniéndolas con las imágenes.
Una imagen en particular captó mi atención. Se trataba de una joven, muy joven, mujer de rojo cabello, labios carnosos y brillantes, y ojos vivaces y luminosos. Sus curvas eran impresionantes, su belleza era segadora. Sin duda era hermosa, y perfecta, demasiado para una humana.
«—Cuando estuvo lista, Zeus le obsequió un último regalo, su don; le dio una caja, y le dijo que no debía abrirla en ningún momento, pasara lo que pasara debía permanecer cerrada. Lo que ella no sabía era que Zeus había guardado en la caja la pequeña luz que heredó de su madre.»
La mujer tomó la caja en sus manos, la observó con ojos curiosos, y asintió.
«—Sin embargo, la tentación y la curiosidad la vencieron. —Vi a la mujer abrir la caja, y entonces varias sombras negras salieron dentro de la caja, huyendo fuera de su alcance—. Cuando abrió la caja todas las desgracias que condenarían al hombre salieron al mundo. Enfermedad, hambre, venganza, ira, entre otros tantos se esparcieron entre los humanos. Ella cerró la caja, y al hacerlo se dio cuenta de que algo no había conseguido salir, se trataba de la Luz de la Esperanza, escondida en lo más profundo de la caja.»
«—Guardó la caja con cuidado, esperando que Zeus no se entera de su acción. Pero...»
Se escuchó un grito, el primer sonido a parte de la voz de At en todo ese tiempo. Miré hacia los lados, sobresaltada y alerta, pero me di cuenta de que el sonido provenía del espejismo frente a nosotras.
Observé cómo la mujer fue arrinconada, con sus ojos llenos de temor, y abrazando con fuerza la caja. Volvió a gritar, esta vez con más horror, hasta que el brillo filoso de un arma desconocida se hizo presente en la ventana. Nada fue claro, solo alcancé a distinguir sus labios musitando alguna palabra, los ojos fríos de Zeus, y gotas de sangre caer hacia el suelo.
Abrí los ojos de par en par, sorprendida, y ahogué una exclamación.
«—Zeus le quitó la Luz de la Esperanza, la desterró a Kamigami, y se quedó con la Esperanza. Algunos dicen que ya lo tenía planeado, y otros que no tuvo elección puesto que ella lo desobedeció. Lo cierto es que Zeus todo lo hace a adrede, siempre tiene un motivo para sus acciones, igual que todos los dioses.»
La imagen volvió a ser vino tinto.
«—El nombre de la mujer es Pandora. —At me miró, y cuando dijo aquello de inmediato clavé mis ojos en ella, con un signo de pregunta en mi rostro—. No se supo nada de ella en mucho tiempo, hasta que Zeus se enteró de que su poder aumentó y quería recuperar la Luz de la Esperanza. Llegó a sus oídos lo que les hizo a las ninfas, y luego de considerar sus dones se dio cuenta de que necesitaba a alguien capaz de cuidar la Luz de Esperanza para que Pandora jamás diera con ella.»
Medité su historia unos segundos, mientras ella me observaba, pero había cosas que no estaban claras.
—Sigo sin entender la relación del Filtro con la Luz de la Esperanza —mencioné—. No comprendo esta historia qué tiene que ver con lo que me está pasando. Sé que Zeus te eligió a ti para cuidarla porque poseías el Filtro, pero ¿qué relación tienen las dos cosas?
At suspiró, no con impaciencia, más bien parecía cansada, desganada.
El brillo del espejismo captó mi atención. Me volví lacia él y me percaté de una silueta negra, con humo a su alrededor y presencia imponente. No tuve que hacer esfuerzo para reconocer a Hades, era imposible olvidar su apariencia.
«—El tiempo en el que Zeus se enteró de la amenaza de Pandora coincidió con una salida de Hades del Inframundo. Nadie sabe cómo lo consiguió, ni quién lo ayudó, pero por varios días él vagó por la Tierra causando innumerables desastres. Sucedía a veces, todo lo que acumulaba tenía que salir en algún momento. —Varias imágenes de Hades causando caos aparecieron en la ventana—. Ocurrió lo mismo otras tres veces. Se suponía que no podía salir, estaba atrapado, pero aun así lo consiguió; sembrando el terror en los corazones de los humanos.»
Identifiqué una batalla entre todas las imágenes siguientes, un enfrentamiento entre Zeus y Hades, nadie más, donde Zeus lo derrotó en cada ocasión.
«—Zeus aprovechó el incidente para ofrecer a los humanos un grupo de dioses encargados de protegerlos, de impedir los ataques de criaturas de Kamigami y de que el sello de Hades no se volviera a romper.»
«—Sin embargo, el verdadero objetivo de Zeus era formar un grupo de dioses donde pudiera esconder la Luz de la Esperanza y que nadie además de los dioses que lo conformaban, que eligió no solo por sus dones sino por su lealtad hacia él, conocieran su verdadera ubicación. Los Dioses Guardianes, en apariencia, eran una fachada para ocultar el don más grande que poseían los humanos: la fuente de la esperanza. Lo que ocurrió alrededor de su reclutamiento solo sirvió para crear una necesidad publica para dar pie a su origen.»
Lo siguiente no fue un recuerdo, más bien parecía un diagrama. Se trataba del cuerpo de una mujer, pero no de cualquiera, era Atenea, con su vestido largo y sus accesorios de oro en cabeza, tobillos, brazos y muñecas. Su mirada seria e impenetrable corazón, de postura firme y segura.
—¿Por qué me muestras eso? —quise saber.
«—El Filtro es un poder con el que siempre conté, nací con él, y aprendí a usarlo de diferentes maneras a mi conveniencia. —La silueta de Atenea se iluminó, como una barrera protectora—. Me protegía a mí, y a quienes yo quisiera proteger. Era inmune a sentimientos negativos que pudieran corromper mi mente, manteniendo mi razón clara como el agua, y era libre de proyectarla para librar por periodos de tiempo cortos a otras personas.»
En el centro de la silueta, en su pecho cerca del corazón, una pequeña esfera de luz blanca se iluminó.
«—Zeus me encomendó la Luz de la Esperanza por dos razones, más allá de mi desempeño como diosa. El primero es porque gracias al Filtro que me protegía, la Luz de la Esperanza seguiría pura, sin ser tocada por sentimientos negativos, sin corromperse. La segunda es que al mismo tiempo que la protegía de la corrupción, también la escondía.»
—Esconder... ¿de qué?
«—La Luz de la Esperanza es muy brillante, aunque no lo creas, se nota en dónde está, es imposible pasarla por alto, pero gracias al Filtro le permite ocultar su esencia y su poder.»
«—La existencia de esa pequeña luz que ves en nuestro pecho, es la razón por la que los humanos siguen aquí. Han sobrevivido por la esperanza, y lo seguirán haciendo mientras siga pura y guardada al lado de tu corazón. Si esa luz llega a dejar de brillar, si Pandora vuelve a guardarla en la caja, es posible que la humanidad deje de existir, no tendrían la motivación necesaria para seguir viviendo, ni siquiera para respirar.»
Me concentré en lo que había dicho, en los nuevos datos, y entendí que si el Filtro se dañaba, si dejaba de proteger a la Luz de la Esperanza, sería un gran faro delator que invitaría no solo a Pandora, sino a todo el que se interesara en ella. El Filtro era la concha que celaba la Luz de la Esperanza como si se tratara de una perla, cuidar ambas cosas era mi obligación; pero...
—¿Cómo evito que el Filtro se dañe? Quiero decir, más de lo que probablemente lo está.
La mirada que At me lanzó se encargó de pintar en mi rostro la desmotivación y la desesperación.
«—No lo sé, Ailyn, nunca me pasó algo parecido; me encargaba de usar el Filtro cuidadosamente para no averiguarlo, porque de haber ocurrido no te estaría contando esta historia. Sé que, como todo frágil cristal, se rompe si se sobrecarga, si se presiona. De hecho, debió romperse esa noche, no entiendo por qué no sucedió en el lago. Es extraño que solo hasta ahora muestre estos efectos.»
Mi cara se desfiguró, incrédula.
—¿Cómo que no lo sabes? Es tu don, por todos los dioses, debes conocerlo mejor que nadie. —Moví mis manos al aire para enfatizar—. Si tú no lo sabes, ¿quién se supone que lo sepa?
Cerró los ojos, impaciente, y cuando los abrió me volvió a mirar con dureza.
«—Cada dios es diferente, y sus habilidades nacen a partir de la necesidad que exista en ese momento. Por miles de años usé de forma correcta el Filtro, sabía que ocurrirían desgracias de lo contrario, lo que ocurra contigo ahora está fuera de mi control y de mi conocimiento. Fue mi don, pero es el tuyo en este momento, así que averígualo tú misma, porque no hay mucho que una lechuza pueda hacer por ti.»
Bufé, ansiosa y preocupada. Cubrí mis ojos con las manos, acorralada, y quise volverme a hacer un ovillo en mi habitación, donde fuera que estuviera.
—Entonces, ¿qué se supone que haga? —musité, desesperada—. ¿De qué me sirve conocer el origen de la Luz de la Esperanza y del Filtro si no puedo detener lo que me ocurre? Sé que importan, pero saberlo solo me presiona más. Si no encuentro una forma de repararlo, entonces fracasaré como diosa.
Hubo un momento de silencio, hasta que al parecer At se apiadó de mí.
«—Ailyn, aún hay algo que no te he dicho. —Con eso se ganó mi completa atención—. No te quiero dar falsas esperanzas, ni hacer que busques algo que es probable que no existe, así que quiero que estés consiente que es solo una posibilidad.»
—¿Qué cosa?
Soltó un pequeño suspiro.
«—Existe algo, un objeto, que iguala e incluso supera la habilidad del Filtro. Se trata del Espejo de los Dioses. Se dice que un grupo de titanes lo creó para juzgar a los dioses, ya que puede absorber todo aquello que corrompe al usuario. Nadie lo ha visto nunca, la mayoría cree que no existe ya que si existiera se hubiera usado en los juicios de la Corte Suprema, pero hay quienes afirman su autenticidad.»
Mis ojos se abrieron de par en par, y me acerqué al ave que seguía volando un par de metros lejos de mí. Por sus emplumadas facciones pasó la sombra del arrepentimiento, como si deseara no haberlo mencionado.
—Dices... Dices que si me reflejo en ese espejo, ¿le quitaría la sobrecarga al Filtro y volvería a la normalidad? —exclamé, con un nuevo aire de esperanza.
«—Cálmate, Ailyn, te dije que lo más seguro es que sea solo un rumor. Nadie lo ha visto, no hay testigos que confirmen su existencia. Buscar un objeto que no estás segura si es real es perder tu tiempo. No debí decirte nada al respecto.»
Me sentía confundida. Si ese espejo de verdad podía ayudarme debía buscarlo, pero si nadie lo había visto no tendría ni siquiera una pista por dónde empezar a buscarlo. Mi esperanza se volvió a deshacer, escapándose en una exhalación de mi cuerpo. Estaba metida en un problema tan grande que quería creer que un rumor sería mi salvación. Pero sin siquiera algo que apoyara su veracidad no podía hacer nada, no tenía tiempo ni estabilidad para perseguir una ilusión.
Espejo de los Dioses. Espejo de los Dioses. El nombre me parecía familiar, sentía que ya lo había escuchado antes, pero ¿en dond...?
—Espera un momento. —Me volví hacia At a toda prisa—. El Espejo de los Dioses... Lo escuché una vez, cuando viajé al pasado... ¿No es el objeto que Apolo y tú querían obtener para vivir una vida humana?
Me pareció ver la sorpresa tras su mirada de acero, pero no hizo ningún gesto que delatara sus pensamientos, mucho menos cambió de postura o realizó algún movimiento delator.
«—Lo es. El espejo no solo absorbe negatividad. ¿Por qué piensas que lo crearon para los juicios? Se supone que tiene la habilidad de despojar de la inmortalidad a los dioses, ese es el castigo que imparte, es su justicia. No creí que lo recordaras.»
¿Cómo podía decirlo tan tranquila, como si no fuera la gran cosa? Todavía, y a esas alturas, me costaba imaginar lo que pasó por sus mentes para realizar esa serie de acciones y decisiones.
Pensar en que la misión valía tanto para Atenea, en que cuidar y ocultar la Luz de la Esperanza era su mayor propósito, y que teniendo en cuenta lo que pasaría si algo le llegaba a ocurrir a la esperanza... y aun así decidió arriesgarlo todo por Apolo...
Un segundo, algo no tenía sentido.
Escuché la historia de la Luz de la Esperanza, de cómo nació hasta lo que podría pasar con ella. Pero había algo que At no quiso mencionar.
—Si se supone que nadie además de los Dioses Guardianes y Zeus sabía sobre la Luz de la Esperanza, ¿cómo se enteró Hades de que Atenea la tenía? Porque si lo pienso, ahí empezó el problema. Todo iba bien hasta que Hades se enteró de su existencia.
No esperaba gran reacción de su parte, a decir verdad, creí que solo me miraría enfadada y suspiraría. Pero lo que hizo vaya que fue una reacción.
Apenas la pregunta salió de mi boca sus alas abandonaron la sincronía y elegancia que la caracterizaban. Dejó de volar. Literalmente solo se detuvo, y por consecuencia se chocó con el suelo de un segundo a otro.
La observé, atónita y confundida, pues era la primera vez que veía esa secuencia de movimientos nerviosos de su parte. Se enderezó, sacudió sus plumas otoñales varias veces, y posó sus ojos en mí.
Quise gritar en cuanto noté la oscuridad y resentimiento es su mirada. Retrocedí por inercia, queriendo nunca haber abierto mi boca y deseando estar en un lugar con puerta.
Su mirada era como una película de terror, tanto que puso mis vellos de punta. No era que me mirara a mí precisamente mal, más bien parecía una mirada de odio hacia otra persona; no se sentía propio, al contrario, pude sentir lastima por la persona a quien le iba dirigida tremendos ojos sedientos de venganza.
«—No quieres saberlo, créeme que no.»
Tragué saliva, reuní valor, y solo hablé sin pensar en lo que decía, otra vez.
—¿Por qué no? Claro que quiero, de lo contrario no lo hubiera preguntado. Me enseñaste parte de tus recuerdos, yo tengo algunos que vi de mis viajes al pasado, pero siento que hay algo que me estás ocultando. Dime, At, ¿hay algo que no quieres que sepa? Al parecer no tomaste muy buenas decisiones, ¿verdad? Para empezar, todo lo que está ocurriendo ahora es tu culpa, tus elecciones los llevaron a todos a la muerte. Es solo tu responsabilidad que todo haya terminado así.
Voló a toda velocidad hacia mi cara, y juntó tanto su pico con mi nariz que sentí la falta de aire en mis pulmones. De cerca lucía mucho más amenazante.
«—Escúchame bien, niña, viví miles de años, pasé por millones de obstáculos, y tuve que renunciar a mucho para ser la gran diosa que era. Si me preguntas si hay algo que no quiero contarte, la respuesta es sí, hay demasiadas cosas que quiero conservar. Y si te atreves a adjudicarme todos tus problemas, te arrepentirás de siquiera haberme conocido. Lo que tú hagas está lejos de ser mi culpa, así que escúpele tus acusaciones a alguien más.»
Junté mis manos al frente para crear más espacio entre nosotras, pero la lechuza se negaba a retroceder.
—Tranquilízate At, solo quería saber Hades cómo se enteró de la Luz de la Esperanza. Si él lo supo, quizá fue él quien se lo dijo a Pandora. —Tragué saliva, y saqué de mis pensamientos lo que creí desde que todo comenzó, desde que desperté—. Además, solo estoy diciendo la verdad. Tú lo iniciaste, tus decisiones nos llevaron a todo este lio. Tú eres la responsable de mis problemas, porque si tú no te hubieras equivocado yo ni siquiera tendría esta marca en mi nuca. Los condenaste, incluida a mí, es tu responsabilidad tanto como la mía, no quieras limpiarte las plumas ahora porque sabes tanto como yo que tus errores nos marcaron a todos. Mi problema con el Filtro también es tuyo.
La oscuridad perturbadora de hacía un momento desapareció, dejando en su lugar una lúgubre aún más tenebrosa sobre su rostro. Ahora se veía macabra, algo que sería cómico viniendo de una ave, pero al tratarse de At era solo... escalofriante.
«—De acuerdo, Ailyn Will —dijo, y por el tono que usó me comenzaba a arrepentir de mis palabras. Me dio la impresión de que su cuerpo se volvió más grande, pues ocupó más espacio en mi campo visual, y sus ojos de lechuza fue en lo único que me pude concentrar—, te mostraré las decisiones que tomé. Si tanto quieres cubrirme con tu basura y salir como la victima de todo esto, te permitiré que vivas en carne propia lo que yo viví. Sentirás lo que sentí, pasarás por lo que pasé, y entenderás porqué tomé las decisiones que tomé. Si crees que es solo mi culpa, y que lo que te está sucediendo es por mí, te enseñaré que es imposible que todo esto haya ocurrido solo por las decisiones de un individuo.»
Abrí la boca para decirle que era demasiado, que no quería volver al pasado puesto que siempre que iba descubría algo que no me agradaba o terminada confundida, pero en cuanto sus alas se hicieron enormes y cubrió absolutamente todo lo que veía, supe que ya no había marcha atrás.
La luz del día se coló dentro de mis parpados sin poderlo evitar. Abrí los ojos por reflejo, y al hacerlo me llevé una gran sorpresa al notar el entorno que me rodeaba, y más aun lo que tenía en mis manos.
Una sensación de culpabilidad, oprimente en mi pecho, se hizo notar. Me sentía triste, de una manera incomprensible. Intenté moverme, realizar alguna acción, pero cuando lo intenté me di cuenta de que no tenía el control sobre mi cuerpo. Era como tener todo el cuerpo dormido, sin siquiera sentirlo.
El sentimiento seguía presente, por más que intentaba alejarlo, seguía ahí como un dolor crónico.
¿Qué me ocurría? ¿Por qué no podía mover mi cuerpo? ¿Por qué me sentía de esa forma?
Mis manos se movieron, dando a relucir los finos brazaletes que los adornaban, y mis dedos acariciaron el cuero aterciopelado del cofre. Me fijé en el vestido que me cubría; blanco, suave como el algodón. Se veía algo traslucido, por lo que pude notar los accesorios que rodeaban mis tobillos...
—At —escuché que alguien llamó—. ¿Qué es eso?
No controlé el movimiento de mi cabeza, solo sentí la acción en mis músculos cuando volteé el cuello para toparme con una chica de cabello rubio, vestida igual que yo, y una corona de flores de colores en la cabeza.
¿Me acababa de llamar At? Pero...
En ese momento lo recordé. El conjuro de At; dijo que sentiría lo que ella sintió, y que viviría lo que ella vivió. Eso quería decir que ahora yo... ¿era Atenea? Era una locura, no conocía ningún conjuro que lo hiciera posible.
—Artemisa, creí que estarías perdiendo el tiempo igual que Apolo. —Las palabras salieron de mi boca como agua de una llave, lo que me confirmó que en efecto ese no era mi cuerpo, o al menos no completamente.
Una sonrisa pícara se escurrió en los labios de la rubia, y me observó con más atención.
—Él siempre pierde el tiempo con alguna ninfa, yo, por otro lado, me concentro en causas más progresivas. Ahora mismo estoy motivando a un grupo de Amazonas a rehabilitarse, empiezo a creer que me tienen cariño.
—Como sea, ve a cumplir con tu revisión. Con Apolo viendo hacia las nubes tengo suficiente.
Se sentía extraño permanecer de esa forma, moviéndome sin ordenarlo, hablar sin saber lo que decía, sentir sin conocer la razón del sentimiento... Y resultaba bastante frustrante no controlar tu propio cuerpo.
—Humm. —Se inclinó sobre el cofre con interés—. No me has dicho lo que hay ahí adentro. No eres alguien que toca de esa forma un objeto.
Mis manos se apartaron del cofre, por reflejo, y mi mirada se enfocó en la versión antigua de Cailye.
—Son cartas —respondí a secas.
La rubia enarcó una ceja, con interés y picardía.
—Cartas de Apolo —replanteó, y se encogió de hombros al notar mi mirada sobre ella—. Me lo mencionó en algún momento. Deberías hacerle caso o de lo contrario te seguirá escribiendo cartas cursis como esas. Dale una oportunidad, no es tan malo ni vago como piensas.
—No tengo tiempo que perder como para seguirle el juego a un dios que se la pasa conquistando a una criatura nueva cada día. —Sentí la mirada fría que salía por mis ojos, una expresión que no me hubiera gustado observar—. Además, es tu hermano, te conviene apoyarlo.
Bufó, y una media sonrisa se dibujó en su rostro
—No lo digo porque sea mi hermano, lo digo porque siento pena por él. No lo conoces como yo. Él no es del tipo que manda tantas cartas a alguien, y en tanto tiempo. Sí, es poliamor, pero esa atención no debería durar tanto como lo ha hecho contigo. Pienso que en verdad está interesado en ti más allá de fines sexuales.
Le sostuve la mirada.
—Como dije antes, no tengo tiempo que perder con Apolo. No me interesa lo que tenga que decirme, ni lo que piense de mí. En mi vida no existe espacio para lo que él está acostumbrado, yo no soy como él.
—Claro, olvidada que hablo con Atenea, la diosa más poderosa y petulante que existe ¿verdad? Eres tan absurdamente gruñona y seria que ni siquiera te llevas bien con Afrodita, a quien todos aman...
—Ella inició la Guerra de Troya, por eso no me agrada, algo que yo tuve que terminar —comentó la diosa, pero Artemisa la ignoró y continuó hablando.
—...Te tomas todo demasiado en serio, At, eres tan cerrada a los demás que nadie te conoce lo suficiente para relacionarse contigo sin temblar de miedo. La impresión que dejas en otros te va a traer problemas, eso sin contar lo que has hecho.
—Como si tú hubieras hecho cosas mejores —mascullé, y luego continué—. No necesito llevarme bien con nadie, no necesito a nadie. Conmigo tengo suficiente. Las relaciones personales son para los débiles, mi vida no tiene lugar para amigos, mucho menos para relaciones amorosas. No necesito nada de eso.
Escuché la risa seca de Artemisa.
—Por supuesto que sí. At, en una guerra, en una batalla, no estás sola, no puedes pretender lidiar con todo tú misma. Somos un equipo, ¿lo olvidas? Se supone que debemos ayudarnos mutuamente. Aceptar, por lo menos, la amistad de Apolo no te hará daño, por el contrario, te ayudará a tener más aliados que enemigos.
Dejé el cofre sobre una mesa cercana, luego de darle una última ojeada, y mis pies comenzaron a moverse hacia una gran puerta que reconocí como una de las salidas al pasillo principal del Olimpo.
—No necesito ayuda de nadie, ni crear vínculos con nadie más. Conmigo me basta y me sobra, Artemisa, lo demás es un estorbo y una debilidad. No intentes persuadirme de aceptar algo de Apolo, porque lo único que obtendrá de mí es la Atenea que todos conocen, la diosa de la sabiduría, líder de los Dioses Guardianes, no hay nada más que eso en mí.
Justo al salir de la habitación, escuché de nuevo la voz de la diosa de la luna.
—At, ¿recuerdas a Dafne? —llamó Artemisa a mi espalda—. No quiero que Apolo pase por lo mismo de nuevo, no estoy segura de que sea capaz de soportar algo así otra vez. Si en verdad se enamora de ti, no lo lastimes, ¿puedes? Por una vez en tu vida, deja entrar a alguien a tu corazón. Creo... Creo que ambos lo merecen.
Sentí una punzada en mi pecho, rápida pero dolorosa, ajena a mí. Mis puños se apretaron, y sin más salí de la habitación, sin mirar atrás.
Mis ojos observaban el pasillo, pero de pronto la imagen se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos. De un segundo a otro pasé de segarme por el intenso blanco que proyectaba el palacio, a no distinguir mi cuerpo en medio de la oscuridad. Todo a mi alrededor se volvió negro, como una pantalla, y además no era capaz de sentir ni ver mi cuerpo.
—¿At? —llamé, con la esperanza de escuchar respuesta.
Un punto se iluminó frente a mí, dando a relucir el cuerpo emplumado de At; era lo único brillante del lugar.
«—Escribió cientos de cartas para que accediera a salir con él, y aun cuando lo hice escribió muchas más —comentó—. No tenían fecha u horario, cuando menos lo pensaba me entregaba una; se le hizo costumbre, a los dos de hecho.»
—At... —Le iba a preguntar la razón de que viera eso, pero ella me interrumpió.
«—Mi vida era una aventura, ¿sabes? Rodeada de peligros, de obstáculos, de adversidades. Hice muchas cosas, demasiadas para adquirir reconocimiento. Participé en el viaje de muchos héroes, conseguí grandes triunfos, derroté a innumerables dioses y monstruos. Y todo lo hice sola. Jamás necesité ayuda, hasta que le abrí mi corazón a Apolo.»
Sabía que Atenea era de acero, no solo en fuerza, sino porque era impenetrable. No dejaba ver sus verdaderas emociones, ni entablar algún tipo de lazo con otra persona. Era ella, solo ella, sin más. Imaginar que bajó la guardia por Apolo era increíble. Pensar que él consiguió lo que nadie creyó capaz me hacía pensar en lo que hizo para lograrlo.
«—Nunca lo tomé en serio hasta que lo vi hablar con Hebe. —Sus ojos reflejaron cierto pesar—. Un día la encontré cerca del bosque, y cuando me le iba a acercar noté la presencia de Apolo. La charla que tuvieron, lo que él le dijo a esa niña, fue lo que me motivó a aceptar su invitación.»
Permanecí con los ojos fijos en At, hasta que un brillo naciente de su cuerpo puso fin a la oscuridad, transportando mi conciencia a otro recuerdo.
Me sentí flotar, divagar en un limbo, hasta que noté que mis ojos se abrieron de nuevo. Lo primero que observé fue el rostro de Apolo frente a mí. Sonreía, radiante como una estrella, despreocupado y con un aire de ligereza que daba la sensación de libertad al estar a su lado. Se sentía... como un respiro, como una bocanada de aire fresco.
De pronto la brisa no era lo único que relajaba el ambiente, ahora la sola presencia de Apolo cerca de mí se sentía diferente al momento anterior, y el sol del jardín donde nos encontrábamos no era la única fuente de color.
—Creí que no ibas a venir, At, pero me alegra que lo hicieras —me dijo, acompañando las palabras con una cálida sonrisa.
Mis brazos se movieron sin siquiera notarlo, uno se ubicó en mi cadera, y el otro permaneció a un lado de mi cuerpo. La pose se veía algo arrogante, incluso presumida, pero yo lo interpreté más como una defensa.
—¿Qué quieres, Apolo? —salió de mi boca—. No tengo todo el día, así que dime, ¿para qué me citaste?
La sonrisa del rubio se curvó a un lado, y movió la cabeza en gesto de negación; sus ojos dorados brillaron.
—¿Por qué eres así? No tienes que estar a la defensiva conmigo, At, te conozco.
Mi ceño se frunció.
—No, dios del sol, no me conoces —refuté—. Jamás hemos estado juntos el tiempo suficiente para eso; y el que me envíes cartas no te da derecho a hablar conmigo como si fuéramos amigos. Y ahora, como veo que no tienes nada importante que decirme, me retiro. Tengo muchas cosas que hacer como para perder el tiempo contigo.
Mis pies se movieron, listos para marcharse de ahí, pero entonces Apolo volvió a hablar.
—De hecho, el motivo por el que te cité fue solo para darte esto. —No me había percatado antes del hecho de que una de sus manos se escondía tras su espalda; la sacó del escondite y me la extendió. En ella reposaba una flor de loto, blanca, con pequeñas gotas de agua todavía en ella—. Sé que son tus favoritas.
Sentí los músculos de la cara tensos, y un escalofrío recorrió mi piel como una caricia en área sensible. La escena me parecía conocida, pero no lograba recordar de dónde.
—¿Y eso cómo lo sabes? —interrogué.
El dios del sol se encogió de hombros, con los ojos fijos en los míos, o mejor dicho, en los de Atenea.
—Porque te he vigilado.
—Me has estado seguido —lo corregí—. Por eso no cumplías tus misiones, por eso nunca llenaste los reportes.
La sonrisa de Apolo en ese momento fue hermosa. Su resplandor divino era impactante y atrayente, hipnotizante, como si no pudieras dejar de observar la libertad de su gesto.
—No te hagas la desentendida, tú te diste cuenta, lo sé. —Me escaneó con sus ojos, con intensidad, quizá demasiada.
Fruncí más el entrecejo, pero ahora sentía menos tensión en mi cuerpo.
—¿Qué esperas conseguir con esto, Apolo? —indagué—. Tienes suficientes deidades detrás de ti como para agregarme a tu lista. ¿O acaso es eso? ¿En serio crees que unas cuantas cartas, y saber detalles sobre mis preferencias, te da algún derecho sobre mí?
—No es eso... —dijo Apolo con gracia, casi riendo, sin dejar de mirarme, pero no terminó de hablar porque Atenea lo cortó.
—¿Entonces qué es? —Mis pies avanzaron hacia él, hasta que menos de un metro nos separaban—. Dime, dios del sol, ¿qué esperas ganar de todo esto? ¿En verdad te interesa tanto sentir el peligro de romper las reglas de la Corte Suprema? ¿Crees que eso beneficiará en algo tu reputación?
—Vas demasiado rápido, At. ¿Por qué piensas que mis intenciones son malas? —Sus ojos dorados conseguían que el enfado subiera por mis venas, sin entender el motivo por el que su actitud encendía en Atenea algún tipo de desesperación o irritación—. No tienes que tratar a todo el mundo como el enemigo, ¿sabes? No todos son villanos que te quieren lastimar.
Aspiré, y me acerqué más a él, tan cerca que podía sentir su respiración sobre mi frente.
—Vine solo por cortesía, porque pensé que sería lo correcto dejarte las cosas en claro entre nosotros. —Enarcó una ceja, interesado y divertido—. No estoy interesada en ti, no pienso tener nada contigo más allá de lo profesional. No me sigas, no me envíes cartas, y no hables de mí como si me entendieras. No estoy para tus juegos, búscate a otra dispuesta a complacerte.
Justo cuando Atenea se dispuso a marcharse de ahí, Apolo sujetó mi brazo con fuerza, y en un único y veloz movimiento consiguió mover mi cuerpo hasta el suyo para que nuestros rostros se encontraran. Supe que besó a Atenea cuando sentí el tacto de sus labios sobre los míos, y la corriente eléctrica que nació en mis labios y atravesó mi cuerpo por el torrente sanguíneo.
Pero había más, la sensación de sus labios sobre los de Atenea desencadenó una explosión en mi pecho. Dolorosa, emocionante, adictiva. Sentí el calor en todo mi cuerpo, y un nudo en la boca del estómago que yo conocía muy bien.
Fue como una sobrecarga de adrenalina, como un electrochoque. Escuché el corazón de Atenea acelerarse y el temblor de su cuerpo. Sentí cómo su cuerpo entró en alerta, como si sus defensas fueran a atacar un virus; y noté el sentimiento de miedo que la invadió por algunos segundos.
Apolo se alejó de mi rostro, pero no lo suficiente. Podía observar sus ojos dorados, y el brillo que ahora poseían.
—No pienses, ni por un solo segundo, que esto es un juego, At —musitó—. No eres una conquista más, ni quiero experimentar la adrenalina de desafiar a la Corte Suprema o romper tus votos. Lo que siento por ti es real, lo supe desde el día que fuiste elegida para ser la líder; lo supe en el momento en que te entendí.
De mi boca no salió ningún sonido, tal parecía que Atenea estaba en algún tipo de shock, porque ni siquiera parecía pensar con claridad. Incluso, entre latido y latido, identifiqué sus deseos de huir de los brazos del dios.
»Deja de fingir conmigo, porque aunque no lo creas, no hay nadie que te conozca mejor que yo. Te he visto, he prestado verdadera atención en tus acciones, y ¿qué crees? No te tengo miedo, At. Puedes engañar a todo el mundo, pero a mí no. ¿Sabes por qué? Porque te guste o no, me he enamorado de la Atenea que nadie más conoce.
En ese instante las imágenes se desvanecieron de repente. De nuevo solo pude observar oscuridad, kilómetros y kilómetros, hasta que a lo lejos noté la figura iluminada de At.
«—¿Qué sientes por Andrew? —preguntó sin más, con la vista fija a lo lejos.»
No respondí. Andrew era... era la persona que podía sacar lo mejor y lo peor de mí. Me hacía cambiar de humor en un segundo, me daba esperanza y me la quitaba, me daba fuerza, pero a la vez se convertía en mi fuerza. Él me enseñó a hacer lo correcto a pesar del miedo, me enseñó a tener valor, confió en mí todo el tiempo, y me conocía mejor que yo misma lo hacía.
Andrew era para mí la persona más importante en mi vida, porque sin él probablemente ya estaría muerta en más de un sentido, porque gracias a él podía ser una mejor persona. Me gustaba la yo que era a su lado, me enamoré de lo que sentía al estar cerca de él.
«—Tratar con los demás no era lo mío —dijo, en vista de mi silencio—. Siempre pensé que las relaciones además de ser una pérdida de tiempo se convertían en debilidades. Como Hebe te lo contó en algún momento, yo odiaba mis debilidades. La soledad me hacía fuerte, y disfrutaba de la gloria de mis hazañas gracias a la inexistencia de mis debilidades. Pero cuando Apolo se me confesó, cuando me besó, supe que había dejado entrar una debilidad sin darme cuenta, y que ya era demasiado tarde para deshacerme de ella.»
«—Ese momento, ese día, fue el inicio del cambio. Luego de ese día, en vista de lo que Apolo sentía y de lo mucho que me conocía, me di cuenta de que no podía volver atrás y pretender que nada había sucedido. Lo acepté, decidí darle una oportunidad a él y a mí.»
«—Desde ese momento mi relación con los demás Dioses Guardianes mejoró, nos convertimos en un verdadero equipo, y nos superamos juntos. Convivir con Apolo cambió en algo mi temperamento, y así fue más sencillo entablar una amistad con los demás. Él me cambió, pero no solo yo; Apolo se volvió más responsable, más centrado en su trabajo. Se tomó las cosas en serio mientras yo me relajaba más. Ambos cambiamos, nos cambiamos mutuamente.»
Analicé sus palabras, y lo que sentía ella por Apolo. Pensé en las palabras del dios del sol momentos atrás, y noté algo interesante en su relación.
—Lo amabas porque te conocía mejor que nadie y te aceptó como eras —comprendí—; fue la única persona que fue capaz de atravesar tus barreras. Y él se enamoró de la verdadera tú, de una Atenea que nadie conocía; para él tú eras importante, eras especial.
A pesar de la oscuridad que nos separaba me di cuenta de que al girar su cabeza posó sus ojos sobre mí.
«—Respetaba las reglas, eran mi himno. Siempre pensé que las normas existían por una razón y romperlas traía desgracia. Pero aun así decidí desobedecer la Corte Suprema y tener una relación con Apolo cuando estaba prohibido para mí. No solo por mis votos de castidad, se reducía a algo muy sencillo: mi relación más importante debía ser con la Luz de la Esperanza. Ambos nos arriesgamos, porque estábamos enamorados.»
Ahora entendía el sentimiento que se tenían, el lazo tan fuerte que los impulsó a tomar la decisión de permanecer juntos a pesar de lo que estarlo implicaba.
Para Atenea, una diosa tan reservada y frívola, enamorarse desafiaba sus principios y su vida misma. Y para Apolo, intentar adentrarse en su corazón, suponía dejar atrás su estilo de vida y darse la oportunidad de amar aun con la posibilidad de no ser correspondido.
—Por eso... por su amor... decidieron huir y vivir juntos aun cuando sabían que no era lo correcto, ni lo mejor para los demás. ¿En serio estabas dispuesta a abandonar tus ideales, tus metas, tu fama, tu misión, por Apolo? Lo que eras, lo que habías conseguido, la Luz de la Esperanza... todo lo que te hacía Atenea, ¿lo dejaste para vivir con él?
Hubo varios segundos de silencio.
«—El amor es muchas cosas, Ailyn, incluso egoísta y codicioso, una vez que lo tienes quieres más y más. Cuando encontré un tesoro tan maravilloso como lo era mi amor por él, no quise perderlo. Para mí Apolo era lo más importante en ese momento; más que cualquier misión, que todo el prestigio que me rodeaba, que la humanidad misma. Mi único deseo era permanecer a su lado, sin nada que me lo impidiera.»
—Si en verdad querían eso, los dos, ¿por qué no huir desde antes?, ¿por qué solo hasta después de que Hades les ofreciera el Espejo de los Dioses?
«—Porque no importa lo mucho que ames a una persona, siempre habrá más factores a considerar en la relación. La Luz de la Esperanza, nuestro trabajo por los humanos, y otra persona que nos complicó la situación.»
De nuevo el brillo intenso, señal de que mi conciencia era transportada a otro recuerdo.
Era de noche cuando abrí los ojos, e identifiqué que me encontraba en una ciudad o un pequeño pueblo, iluminado por las antorchas en las paredes, completamente desierto. No había nadie en las calles, ni siquiera un gato escurridizo; solo estaba Atenea.
Por la forma en la que me movía, y lo agudos que sentía mis sentidos, determiné que ese era uno de los patrullajes de la diosa. No me sorprendió que estuviera sola, de hecho lo esperaba, lo que me intrigaba era de lo que me enteraría en ese recuerdo.
Atenea caminó y caminó por varios pasajes, como un fantasma, pero atenta a cada movimiento que la rodeaba. Hasta que de pronto sentí cómo mis vellos se erizaban. Me percaté de la adrenalina que recorrió mi sangre, y de la sensibilidad que abordó mi cuerpo.
Mi cabeza se giró a la derecha, despacio, sin mover el cuerpo, como si cada célula de mi cuerpo me reportara lo que sentía y veía. Lo que sentí fue como si fuera capaz de ver a kilómetros, y de percibir lo que había en cada rincón de la ciudad. No me hizo falta moverme para percatarme de cada aura, de cada cosa, de cada persona, de absolutamente todo lo que había a mi alrededor.
Tal vez así se sentían los superhéroes en las películas, o sucedía al contar con el poder completo de un dios, lo único que tenía claro era que con esa habilidad para percibir lo que me rodeaba era imposible que algo se le escapara a Atenea.
Sentí el movimiento de mi cuerpo mucho antes de comprender la razón. Noté la rapidez de mi brazo desenfundando la espada, y la velocidad de mis piernas al cambiar de posición.
Cuando fui consciente de lo que acababa de suceder en lo único que me enfoqué fue el la persona a la que la punta de la espada apuntaba. El filo de la hoja se encontraba a milímetros del cuello de un chico, cuya silueta era opacada por la sombra de la noche, así que distinguir sus facciones me resultaba complicado.
—Tranquila, no quería hacerte daño. —La voz proveniente del muchacho me resultó familiar.
—¿Quién eres y qué buscas? —presionó Atenea a través de mi voz.
—Necesito tu ayuda —continuó el hombre—. Eres la única que puede ayudarme.
Entrecerré los ojos, y sentí la duda que Atenea sintió. Mi respiración se volvió más ligera, como si quisiera ahorrar oxígeno, y fue entonces cuando de nuevo, sin previo aviso o preparación, la diosa se movió con la velocidad de antes, y terminó más cerca del cuello del chico. La hoja de la espada ahora reposaba en horizontal sobre su cuello, lista para cortarle la cabeza sin el menor esfuerzo.
A esa distancia del cuerpo de aquel sujeto, me percaté mejor de la energía que lo rodeaba. Entendí el estado de alerta de Atenea, porque la sensación que provocaba el chico era escalofriante, semejante a la sensación de ver una película de terror y esperar a que el fantasma apareciera en cualquier segundo. Era casi paralizante, pero parecía que a la diosa le afectaba muy poco.
—No eres humano —musité—, ni un dios. ¿Qué eres?
—Alguien que vino a ti por ayuda —contestó él, sin señales de miedo o ansiedad en su voz. No se oía desesperado, ni preocupado, más bien hablaba con cierta ilusión—. Soy un semidiós, uno al que le gustaría mucho formar parte de los Dioses Guardianes.
La fuerza sobre la empuñadura de la espada aumentó, y con ella la cercanía de la hoja a su garganta.
—Mientes —escupí—. Nos has estado vigilando; no creas que no he notado tu presencia en todo este tiempo. No quieres formar parte de nosotros; dime tus verdaderas intenciones o cortaré tu cuello antes de que lo notes.
Podría jurar que sentía el brillo filoso en sus ojos como lo había visto en ocasiones pasadas. Sabía lo peligrosa que era Atenea, pero era mucho más aterradora que poderosa. Me daba miedo incluso a mí.
La sincronía de su respiración, el control de su corazón, la claridad de sus movimientos. Era como si fuera una maquina bien calculada de matar más que una diosa. Sentía su habilidad y confianza como si fuera mía, y era capaz de percibir mi entorno como ella lo hacía. Cada cosa, cada aura, cada detalle, tan nítido que era como si me dividiera en muchas personas.
—Es la verdad —respondió—. Los he vigilado por ese motivo, porque quiero ser uno de ustedes. Tengo el poder necesario para serlo, y con tu ayuda lo conseguiré. No te estoy mintiendo, en realidad ese es mi deseo.
Sin embargo, la fuerza con la que Atenea sostenía la espada no menguó ni un poco.
—¿Por qué crees que tienes la talla de uno de nosotros? Un semidiós no es rival para un dios olímpico; no nos llegas ni a los talones.
—Déjame demostrártelo —pidió el prisionero—. Pruébame, y si no soy digno del cargo harás lo que quieras conmigo, pero si lo soy, me entrenarás para formar parte los Dioses Guardianes.
La duda pasó por un instante por su mente, lo sentí, al igual que el interés y la curiosidad. Nada más cambió en ella, ni siquiera apartó la espada de su cuello, solo permaneció así, meditando su respuesta.
—¿Cuál es tu nombre, semidiós? Consideraré tu petición.
—Soy Kirok.
Un momento, ¿qué?
Como una explosión, las imágenes se desvanecieron, regresándome a la penumbra donde At me esperaba nuevamente.
Cuando vi su luminosa figura no supe por dónde comenzar a preguntar. Sabía que conocía a Kirok, y que a juzgar por su reacción ante él lo odiaba, pero no tenía idea de que fuera un semidiós, mucho menos que quisiera unirse a los Dioses Guardianes.
Abrí la boca, o al menos sentí que lo hice puesto que no veía mi cuerpo, pero ella tomó la palabra primero.
«—No es precisamente un semidiós, si eso te preguntas. Lo dijo para ganarse mi confianza y para que evitara hacerle preguntas. Como te dije antes, es un mentiroso, jamás debí creerle una palabra de lo que dijera.»
—Es... ¿Es realmente posible que formara parte de los Dioses Guardianes?
«—No es tan simple. Zeus no aceptaba a nadie más en el escuadrón por la Luz de la Esperanza y porque nosotros siete éramos los dioses en quien más confiaba, pero si lo entrenaba y se desempeñaba bien, y si en verdad así yo lo deseaba, nadie podría oponerse, no había ninguna regla que lo prohibiera. Mi voluntad era la última palabra siempre y cuando no sobrepasara ninguna ley.»
—¿Y lo hiciste? ¿Lo entrenaste?
Un suspiro cansado salió de su pico.
«—Sí. Por varios años lo entrené. Pasé mucho tiempo con él, porque me demostró que tenía el poder para conseguir el puesto en el escuadrón, solo le hacía falta alguien que lo instruyera, que le enseñara a canalizar su energía divina. Con el tiempo nos acercamos, quizá demasiado, se ganó mi confianza y extrañamente mi empatía. No tenía a nadie, y su presencia era intimidante; pensé que se parecía mucho a mí. Dark... él se convirtió en un amigo.»
Entonces, ¿qué sucedió para odiarlo si lo consideraba un amigo?
—¿Qué opinaba Apolo de su relación? Dijiste que había alguien más a considerar, así que supongo que ese era Kirok. ¿Sucedió algo entre ellos?
«—Apolo... A él no le agradaba mi cercanía con Dark, decía que había algo en él que no encajaba. Al comienzo le creí, me fui con cuidado cerca de Dark porque pensaba igual que Apolo. Pero después de un tiempo mis dudas sobre él se esfumaron. Como dije, lo consideré un amigo, tanto como a Ares, y eso a Apolo no le agradaba. Nunca se opuso a que lo entrenara, pero tampoco confió en él. Y de igual forma no había nada que constatara que sus sospechas eran ciertas, durante mucho tiempo fue como si no existiera un solo registro de Dark; era como un fantasma, sin pasado, sin familia, sin amigos. Eso hacía dudar mucho más a Apolo, decía que veía algo en sus ojos cuando me miraba, algo que no era natural.»
—Sentía celos de Kirok —aventuré.
At negó lentamente con la cabeza, seria.
«—Apolo jamás sintió celos de nada ni de nadie; estaba muy seguro de mis sentimientos por él, incluso más que yo misma. Le preocupaba mi cercanía con Dark, pensaba que me iba a lastimar, lo veía más como enemigo que como aliado —comentó, y agregó en voz baja—: Debí hacerle caso.»
Hubo unos segundos de silencio. Parecía que esperaba algún comentario de mi parte.
—At, ¿qué sucedió para que lo odiaras?
En lugar de contestar, la luz iluminó la oscuridad, como un rio, arrastrándome de nuevo contra mi voluntad hacia un nuevo recuerdo.
Al contrario que en las veces anteriores, la luz no fue lo primero que noté; esta vez lo que vino a mí no fue el hermoso juego de colores del atardecer, fue el sonido de un árbol al cortarse.
Abrí los ojos de golpe, casi asustada, para descubrir que me encontraba en un bosque, y no solo eso, que un par de árboles cercanos a mí acababan de ser cortados por al parecer un solo objeto común. No me hizo falta observar más de cerca para adivinar que el responsable de aquello fue una flecha, una flecha de Apolo.
Me concentré en la escena frente a mí, donde mi cuerpo, o mejor dicho Atenea, se interponía entre Apolo, quien apuntaba una fecha hacia Kirok, justo a unos metros de mí.
Podía notar el fuego creciente en los dorados ojos del dios del sol, y de la actitud contenida que demostraba Kirok. A pesar de que Apolo lo estuviera amenazando, el chico de ojos rojos permanecía firme y atento, pero sin la intención de defenderse o atacarlo. Sus ojos reflejaban furia, y su cuerpo estaba tenso, y aun así, no parecía sentir ningún tipo de temor por Apolo.
Sentí la mirada de advertencia que Atenea le lanzó a Apolo, pero a pesar de eso el dios no bajó su arco.
—La próxima no fallaré —aseguró Apolo.
Los músculos de mi cuerpo estaban tensos, mis sentidos alerta; era como si estuviera preparada para cada acontecimiento que sucediera. Tenía planeado diferentes acciones para cada movimiento, de cada individuo, sin ni siquiera entender cómo Atenea poseía ese sentido de premonición.
—Cálmate, Apolo, y dime qué se supone que estás haciendo —lo interrogué, con los ojos clavados en sus movimientos.
—Te dije que no era seguro, que su poder no era de luz, ¡él no es un Ser de Luz! Pero no quisiste escuchar.
—¿De qué hablas? Sabes que no conoce a sus padres, el origen de su poder no es su culpa.
—Esa es otra mentira. —Apolo miró más allá de Atenea, directamente a los ojos de Kirok—. Dile, demonio, qué eres en verdad. ¿O prefieres que lo haga yo?
Noté el cuerpo de Kirok cómo se tensó ante las palabras de Apolo, y entendí en ese instante que había algo que Kirok no quería que supieran.
No dijo nada, Kirok permaneció en silencio, con sus ojos rojos enfocados en Apolo, fulminándolo con la mirada.
—Dark, ¿hay algo que no me has dicho? —Mis ojos se movieron directo a los suyos, a la espera de su respuesta, pero él seguía sin decir nada.
—Es Hades —soltó entonces el dios del sol, con asco en sus palabras—. Hades lo creó, su poder proviene de él. ¡Forma parte de él! Es el enemigo, At, siempre lo ha sido, te engañó para que confiaras en él.
El aire abandonó mis pulmones, efecto provocado cuando Atenea, al parecer por primera vez, sintió lo que ser traicionada por alguien cercano significaba. Noté la estupefacción en las facciones de la diosa, y casi escuché el sonido de su corazón al agrietarse.
—¿Es eso cierto? —le preguntó la diosa a Kirok, pero éste seguía con la vista gacha, casi como gesto delator. Tras unos segundos de silencio por su parte, Atenea repitió con más fuerza—: ¡Responde, ¿es eso cierto?!
Sentí mis brazos temblar, producto de la furia que colonizaba cada parte de mi cuerpo por el torrente sanguíneo. Estaba tan enojada, tan sumamente iracunda, que por un segundo pensé que se saldría de control y atacaría a Kirok, pero para mi sorpresa, Atenea tenía más autocontrol que yo.
Noté la clase de mirada que le lanzó a Kirok debido a la reacción de éste; no se veía molesto por la declaración de Apolo, ni asustado por la situación, más bien lucía triste, decepcionado, como si en lugar de ella fuera él quien recibió la revelación.
—At... tú... —musitó entonces, sin aliento, al mismo tiempo que Apolo templó más la flecha para darle más fuerza. Cuando volvió a hablar, su voz se hizo escuchar—. Creí que no te iba a importar, ¡creí que lo ibas a entender! ¡Somos iguales, Atenea, lo sabes!
No entendí si se equivocó en su comentario, o la paciencia de los dioses llegó a su fin, pero en cuento Kirok habló Apolo soltó la flecha, aunque ésta no llegó más rápido que la diosa a donde Kirok se encontraba.
Mis piernas se movieron con el viento, al igual que mis brazos, y antes de que siquiera lo notara, mi espada estaba a centímetros del cuello de Kirok, quien permaneció en su lugar sin mover un solo musculo.
—No soy igual que tú, demonio —escupí, con la boca amarga—. Me engañaste, pudiste haberlo dicho antes, pero querías mantenerlo oculto; jamás volveré a confiar en ti.
Los ojos rojos de Kirok destellaron de rojo brillante, de la misma forma que la noche después de la fiesta de Nueva York, cuando lo vi cara a cara por primera vez. Había algo en esa mirada, tan vacía y fría, que me costaba imaginar que en verdad fuera parte de Hades; podía ver algo más humano en él, algo que en ese momento pareció haberse roto. ¿Atenea lo habrá visto también? Empezaba a creer que no, y si fue así decidió ignorarlo.
—Tienes más en común conmigo que con él, pero no quieres verlo. —Kirok desvió la mirada hacia Apolo por una fracción de segundo, y por la forma en que lo miró supe que el rencor que guardaba hacia él era tan grande como el de la lechuza por Kirok—. Si nunca lo hubieras sabido, dime, ¿lo considerarías? ¿Reexaminarías tu decisión de permanecer a su lado a pesar de todo?
Por el rabillo del ojo noté cómo los brazos de Apolo perdían la fuerza en el arco por un momento, pero recuperó la compostura segundos después; sentí la forma en la que Atenea tragaba saliva, prueba clara de que vio lo mismo que yo.
—¿A qué se refiere? —cuestionó el dios el sol, con el ceño fruncido por primera vez, y con los ojos ahora fijos en la diosa.
—No te lo dijo, ¿verdad? Pues no eres el único con algo revelador que decir —continuó Kirok, con los ojos fijos en Atenea, desafiante, y una sonrisa frívolamente socarrona—. Me le confesé hace seis lunas, ¿y qué crees? Aun no obtengo respuesta. Supongo que en verdad tiene dudas sobre su relación contigo, o de lo contrario me habría rechazado.
Mis ojos observaron a Kirok con rabia, y sentí cómo mis músculos empezaban a cosquillear producto de los deseos de Atenea de golpearlo. Como siempre, mantuvo la compostura, a pesar del torbellino de adrenalina que se apoderaba de su cuerpo.
Se sentía como una batalla interna entre diferentes perspectivas y alternativas que proporcionaba su cerebro, cada una de ellas ofreciéndole opciones para tratar la situación. Demasiados caminos posibles, muy poco tiempo, y aun así la postura de Atenea cuando se separó de Kirok no abandonó su semblante seguro y firme. Mis piernas se movieron para darle la espalda, mientras mi espada desaparecía en medio de un resplandor dorado.
—Si eso quieres, Dark, una respuesta tendrás —hablé, con más convicción que antes, observando directo a los ojos de Apolo—. No siento lo mismo que tú, aquí y en frente de Apolo rechazo tus sentimientos; mi vida personal a partir de este momento deja de ser de tu incumbencia.
La expresión del dios del sol no realizó ningún gesto específico, por lo que el nivel en que se vio afectado por lo recién sucedido fue incomprensible para mí, pero no para Atenea debido a la leve opresión en el pecho.
—Vete y no vuelvas a buscarme, Dark —sentenció Atenea con voz dura—. Te dejo ir, pero si te apareces de nuevo frente a nosotros yo misma me encargaré de destruirte.
—At... —se apresuró a contradecir Kirok, pero una flecha perteneciente a Apolo pasó tan cerca de él que rasgó su ropa, callándolo en el acto.
—Ya la oíste, demonio —dijo él—. Agradece que te dejará vivir y lárgate de aquí.
Atenea no se giró hacia Kirok, pero sentí su mirada sobre mi espalda de todas formas, tan penetrante que dolía. El dolor que la diosa sentía era tan profundo que la afectó en un lugar que hasta el momento parecía permanecer intacto de ese tipo de sufrimiento. Mi cara ardía, y mi cuerpo entero se estremecía debido al torbellino de sentimientos liberados: tristeza, ira, decepción... Incluso, mis ojos se sentían calientes, pero a pesar de ello, era como si careciera de lagrimales, porque ni una sola lagrima salió de los ojos de la diosa, aun con el nudo y los evidentes deseos de exteriorizar lo que sentía.
—Si es lo que deseas, At, eso haré.
Miré directo a los ojos de Apolo, y supe por su expresión que Kirok se había marchado. Un incómodo y doloroso nudo en la garganta le hizo imposible a Atenea hablar, y apretó las manos en puños disimuladamente. No dijo nada, al igual que el dios, pero de todas formas, no hicieron falta palabras para esclarecer por lo que ambos dioses estaban pasando.
De golpe, la oscuridad regresó a mí. Esta vez tardé varios segundos en divisar a At, y cuando lo hice la vi a menos de dos metros de mi campo visual, al contrario de ocasiones anteriores que se encontraba bastante lejos de mí.
Hubo un largo, muy largo silencio, hasta que por fin decidió hablar:
«—No me esperaba algo así de parte de él; confiaba ciegamente en Dark, por lo que su naturaleza generó conflicto en mi interior. Era un amigo, pero al mismo tiempo enemigo. Mi corazón me decía una cosa, y mi posición como líder otra. Por eso lo dejé ir, porque de permanecer cerca de él me vería obligada a tratarlo como lo que era, y en ese momento, a pesar de sus mentiras, no quería lastimar a alguien tan similar a mi antigua yo.»
La miré fijamente, sin estar muy segura de lo que iba a decir. Desde que conocí a Kirok supe que tuvo una historia bastante marcada con los Dioses Guardianes, en especial con Atenea, pero de eso a conocer esa relación había un gran espacio. Sentía pena por Kirok, pero entendía a Atenea.
—Estaba enamorado de ti —dije al fin, dudosa—. Tú... ¿llegaste a sentir lo mismo por él?
Sus oscuros ojos se clavaron en los míos.
«—Si me estás preguntando si lo amaba, la respuesta es sí. Lo amaba. Pero no como él me amaba a mí. Me veía como mujer, era un sentimiento romántico, más carnal de lo que imaginas. En cambio, para mí era imposible verlo como más que un amigo. Lo amaba, por supuesto, pero ese amor estaba lejos de compararse con mis sentimientos hacia Apolo. Era... casi como un hermano. No le había dado una respuesta en seis lunas porque temía su reacción al rechazo, porque no quería que se alejara si se enteraba que al que amaba era a Apolo y que nunca lo vería de otra forma.»
—¿Qué ocurrió con él luego de eso? —quise saber.
Unos segundos de silencio después, contestó:
«—Desapareció. Pasaron años, décadas, en los que no tuve señales de él; fue como si se hubiera esfumando, como si nunca lo hubiera conocido. Durante su ausencia mi relación con Apolo mejoró, nuestro amor creció tanto que llegamos a la conclusión de huir para vivir juntos, como ya lo sabes. Lo que pasó con Dark esa noche fortaleció nuestros sentimientos, nuestra relación se solidificó; fue como si con ese pequeño incidente todo lo que nos preocupaba del otro se hubiera borrado.»
«—No podría explicarte lo que sentí, porque ya no lo recuerdo bien, pero sé que a partir de ese día nada volvió a ser igual. Mi vida se dividió en un antes y un después de Dark, pero no supe lo que mi amistad con él implicó hasta que fue demasiado tarde.»
Me quedé callada, sin ningún comentario que añadir.
La lechuza despegó de la superficie negra que la sostenía, hasta que su emplumado cuerpo quedó a la altura de mi campo visual.
«—Lo que verás y lo que sentirás a continuación no te afectará a ti ni al Filtro, así que no te preocupes por lo que puedas desarrollar por lo que pasará, no habrá consecuencias físicas en ti, pero puede que sí emocionales. ¿Quieres continuar, o prefieres regresar a tu cuerpo?»
Una ráfaga de nervios me invadió, como cosquilleo, analizando lo que aquello implicaba. Debía suponer que el que no hiciera advertencias antes y que ahora sí significaba que las escenas serían más fuertes, incluso perturbadoras, pero si había pasado por todos esos recuerdos sin perderme a mí misma en ellos, lograría dominar mi mente para un momento más en la piel de Atenea.
—Quiero hacerlo —acepté—. Muéstramelo.
El ave frunció el entrecejo, y con los ojos fijos en mí disminuyó el aleteo de sus alas, o mejor dicho, sus movimientos se convirtieron en cámara lenta, resultando hipnóticos.
Cuando concentré mi vista me di cuenta de que ya no se encontraba At frente a mí, ni estaba en el oscuro limbo mental; sentí mis piernas moverse a través de las ramas debido al roce de éstas sobre mi piel, y el frio de la noche que abrazaba mis brazos descubiertos, justo antes de notar que me encontraba en un bosque, de noche, caminando al lado de Apolo.
Examiné el entorno, y no tardé en darme cuenta de que aquel lugar era el mismo bosque donde los dos dioses murieron. Lo recordaba a la perfección de mis viajes al pasado, no podía equivocarme, esa era la noche en la que ambos sacrificarían sus vidas por proteger la Luz de la Esperanza.
—¿En verdad crees en el Espejo de los Dioses? —la pregunta salió de mi boca, dirigida al dios a mi lado.
La sonrisa que Apolo le dedicó a Atenea fue tan dulce y tranquilizadora que provocó en la diosa un aumento en su frecuencia cardiaca. Sentí que, al menos un poco, el peso que ella cargaba disminuía.
Entendí, por la forma en la que el cuerpo de la diosa reaccionaba siempre que Apolo sonreía con ese nivel de brillo y calidez, que esa era una de las razones por las que Atenea se sentía cómoda a su lado. Ella era dura, preocupada por cada detalle todo el tiempo, él en cambio era como la brisa, le aportaba frescura a la vida tan agitada y llena de responsabilidades que llevaba.
—Sé que no debería ponerle tanta fe a algo que puede ser una farsa —dijo él, con soltura y relajación, demasiada considerando la situación en la que ambos se encontraban—, pero es la mejor esperanza que hemos recibido. Piénsalo, si en verdad la tiene tomarla será sencillo considerando el nivel de su poder en la Tierra. Es lo que hemos querido desde hace mucho tiempo, At, y no tendremos mejor oportunidad que esta para hacerlo.
—No le daré la Luz de la Esperanza —corroboré, mirándolo a los ojos—. No importa lo que nos ofrezca, jamás dejaré que la obtenga, lo sabes ¿verdad?
Los ojos de Apolo reflejaron tanta comprensión que parecía que compartiera los pensamientos con Atenea.
—Por supuesto que lo sé. Nunca te pediría que renunciaras a ella, ni dejaría que te la quitaran. Es tan tuya como tus ojos o tu boca. Forma parte de ti, y por eso también la amo.
La sangre se acumuló en las mejillas de la diosa en respuesta, pero a pesar de ello no se sonrojó, solo sentí el calor en la cara y cosquillas en las puntas de los dedos.
El sonido de las ramas al partirse por detrás de los dioses, cuyos pies avanzaban sin emitir ningún ruido, los alertó a ambos. Sentí cómo la adrenalina le subió a Atenea por el torrente sanguíneo de repente, de un segundo a otro, como si cada vaso sanguíneo de su cuerpo tuviera reserva de la hormona para situaciones como esas.
Mi cuerpo se giró en dirección del ruido, con la espada en mano sin haberlo notado antes, y con cada musculo rígido, listo para lo que ocurriera. Apolo juntó su espalda con la mía, y tomó su arco con una flecha disponible para usar. Percibí cada aroma, cada movimiento, incluso la diferencia de temperatura en un lugar a otro a mi alrededor.
La calma de los árboles, el nulo viento, el silencio... Todo parecía normal hasta que a la distancia mi visión captó un par de esferas rojas: los ojos de Kirok. Lo vi a lo lejos, a varios metros, pero de pronto se encontraba a escasos pasos del par de dioses.
Ninguno de los dioses se movió, los dos permanecieron con los ojos clavados en el recién llegado, Apolo con seriedad y extraña fijeza, mientras que Atenea lo observaba con dureza.
—¿Dónde está el Espejo de los Dioses? —cuestionó el dios del sol, rompiendo el silencio tenso del lugar.
Atenea no le despegó los ojos de encima ni por un segundo, incluso dejó de parpadear, era como si mis músculos esperaran que el chico de ojos rojos atacara en cualquier segundo.
—¿Dónde está la Luz de la Esperanza? —Kirok enarcó una ceja para acentuar su contra pregunta, conservando una postura flexible y cómoda, como si ése fuera su territorio y tuviera completo control sobre él—. Un trato es un trato, para obtener lo que desean primero deben pagar el precio de poseerlo.
Había algo en su mirada, un destello, que resultaba amenazador y alarmante. Conocía a Kirok por poco tiempo, pero luego de convertirse en mi familiar se creó una conexión difícil de explicar que me permitía entenderlo hasta cierto punto, por lo que esa mirada, el hielo y la maldad en ella, no solo me asustaba, sino que también me confundía.
—Si no hay garantía de que tengas el espejo, no hay trato —continuó hablando Apolo, ya que al parecer Atenea no quiso meterse a la conversación—. Si en verdad lo tienes, déjanos verlo.
Kirok frunció levemente el entrecejo, y se acercó a ellos un poco. Su mirada se clavó de repente en mis ojos, tan severos y fríos que mi cuerpo se estremeció. Sentí cómo mi mirada se endurecía, y mi fuerza sobre el mango de la espada igual; tal vez ella y yo sí teníamos algunas manías en común.
—Debería ser al contrario, ¿o me equivoco, Dioses Guardianes? —Aquella voz no le pertenecía a ninguno de los tres presentes, era más profunda, grave, mucho más siniestra que la de Kirok. No tuve que analizarla para saber de quién era esa voz, y cuando lo descubrí no supe si los escalofríos eran los míos o los de Atenea—. Necesitamos una prueba de que aun conservas la Luz de la Esperanza, Atenea.
El viendo pareció huir del lugar en cuando el dios de la muerte habló. Primero, un frio gélido recorrió nuestra piel desnuda, y luego, la sensación de pánico inexplicable se hizo presente como signo inequívoco de que ante los dioses se encontraba Hades, rey del inframundo.
Niebla negra, como pintura en el agua, se esparció en terreno bajo, muy cerca de nuestros pies; parecían serpientes, hilos negros de fría temperatura que recorrían el césped con espeluznante lentitud. Todo pareció detenerse ante la presencia de Hades, incluso el tiempo, el viento, y la respiración de la diosa.
Sentí cómo sus músculos se tensaban, cómo el escalofrío recorría su cuerpo, y cómo sus ojos se abrían como platos mientras apretaba sus dientes en cuento la figura imponente y exageradamente macabra de Hades apareció en su campo visual.
La adrenalina que recorrió mi cuerpo en ese segundo fue tan alta que si se tratara de una persona normal la llevaría a un paro cardiaco. A mi lado, noté que la reacción de Apolo no era muy diferente. Ambos dioses se sorprendieron tanto al observar a Hades frente a frente, que su sorpresa rayaba con la locura.
Nadie, ni nada, se movió. Los cuatro permanecieron en la misma posición, con mínimo cinco metros de distancia entre Hades y los Dioses Guardianes.
—¿Cómo...? —empezó el dios del sol, pero Hades, mostrando una sonrisa llena de confianza, habló primero.
—El cómo no es lo importante —Sonaba seguro, relajado, igual que la primera vez que lo enfrentamos—, lo que debe interesar es el por qué.
Sus oscuros, realmente oscuros, ojos se posaron los dos dioses, atentos y expectantes. Parecía que los examinaba, tanto a Atenea como a Apolo, de pies a cabeza y viceversa.
Era increíble cómo se veía tan joven, de piel tan tersa y blanca, como si nunca recibiera la luz del sol; de ángulos finos, como los de una muñeca, y de hombros anchos que demostraban la figura esculpida que se ocultaba bajo su larga capa que solo dejaba a la vista su cabeza.
Apreté los dientes, y noté cómo los pensamientos de Atenea circulaban por mi cabeza al ritmo acelerado de su corazón. Diferentes opciones, una decisión, y muchas posibles reacciones. La diosa se estaba preparando, considerando cada cosa que pasaría, pero atenta al mismo tiempo de lo que el rey del Inframundo hacía.
—Estás libre —concretó la diosa, en tono serio y autoritario, como si no sintiera más que desprecio ante Hades—. Adivinaré: alguien te liberó. Tú solo no podrías haberlo hecho, no eres tan inteligente. Tu poder no será suficiente para lograr lo que tengas en mente, no eres rival para los Dioses Guardianes, mucho menos para Zeus.
Una sonrisa socarrona se deslizó en sus labios, mientras observaba a la diosa con superioridad.
—Cuida tus palabras, guerrera, no estás en condiciones de hablar de esa manera.
Apolo le dirigió una mirada a Atenea, y ella a su vez lo observó por el rabillo del ojo. El dios del sol tenía el ceño fruncido, se veía incluso preocupado, mientras que Atenea no cambiaba su semblante autoritario y poderoso.
—No pasarás de este bosque, no dejaremos que eso suceda —siguió hablando la diosa, sin la menor duda en sus palabras—. Te detendremos aquí, sin importar la generación a la que pertenezcas, nuestro poder será suficiente para sellarte.
Hades entrecerró los ojos, curioso, y habló con la petulancia de siempre.
—Es tan extraño escucharte hablar de nos, siempre hablas de ti, en singular, no plural —comentó, y su sonrisa se amplió mucho más—. El efecto del amor siempre es impredecible en los humanos, mucho más en los dioses, pero jamás imaginé que una diosa de tu reputación pudiera caer tan bajo. Llegar al extremo de desertar para permanecer a su lado es... ridículo.
Fruncí el ceño con mucha más fuerza, mientras la ira corría por mis venas, y aun así la diosa no pareció alterada, más bien disgustada.
—No eres quien, para hablar, Hades —recalcó Atenea—. Te recuerdo que secuestraste a tu esposa porque te obsesionaste con su belleza.
Los ojos negros del dios repasaron de pies a cabeza el cuerpo de Atenea, pero ella ni se inmutó. En cambio, Apolo se veía más alterado y atento a lo que ocurría.
—Debe ser tedioso, casi tortuoso enamorarte de alguien que la Corte Suprema prohíbe, ¿verdad? —Conocía ese tono; así habló Hades cuando estábamos en el Olimpo, justo antes de soltar con descaro la verdadera razón de la muerte de Astra—. Imagino sus ansias de vivir sin esconderse, de sentir su deseo sin que eso sea un problema, de ser egoístas otra vez, como antes de ser Dioses Guardianes.
»Enamorarse de lo prohibido se siente divertido, ¿no lo creen? El éxtasis de lo que su relación significa, y de cómo sería visto por los dioses si se enteraran de que los líderes del escuadrón más poderoso e influyente de dioses prefieren los deseos mundanos a una vida divina. —No le quitó la vista de encima a Atenea ni para parpadear—. Serías una vergüenza para tu casta, Palas Atenea, y todo lo que te costó para llegar al pedestal donde estás no habrá servido de nada. Y tú, dios del sol, serías la prueba viviente de la furia de los dioses.
—No sabes nada de nosotros —atacó Apolo, molesto—. Sé lo que haces; juegas con la mente de los demás hasta que tocas su debilidad y te aprovechas de ella de la forma más retorcida posible. No te funcionará con nosotros, somos más fuertes que eso, más fuertes que tú.
Una medio sonrisa, maliciosa y burlona, se formó en el rostro de Hades.
—¿Ah, sí? Ya veremos qué tan cierta es su resistencia —Entonces, la mirada que puso en ese instante fue la misma que usó en nuestro enfrentamiento—. ¿No les causa curiosidad saber cómo es que me enteré de la existencia de la Luz de la Esperanza?
Mi cuerpo se volvió de piedra, rígido hasta el último musculo, y mis ojos viajaron hasta Kirok ahora a varios metros de los dioses, como si la diosa intuyera la respuesta a la pregunta de Hades.
—Así es. —El dios de la muerte siguió mi mirada, hacia un Kirok cuya cabeza tan gacha y el cabello tan oscuro le ocultaban sus ojos—. Kirok, mi fiel sirviente, él me comunicó una noticia tan importante. Desde el comienzo, hasta el final, la relación que mantuvieron fue la mejor fuente de información que pude pedir.
Sentí la piel quemando, y mi corazón se aceleró de repente amenazando con hacer explotar mi cuerpo. Mis ojos ardieron, y la fuerza de mis manos sobre la espada fue tanta que creí que se iba a partir. Fui consciente de los deseos de Atenea de lanzarse sobre Kirok, y escuché un fuerte crack en alguna parte de mi cabeza, como si algo se agrietara en ese instante.
—Tú... —mascullé—. Fuiste tú. ¡Maldito traidor, tú le dijiste todo!
Kirok ni siquiera se movió, permaneció en su lugar con la cabeza gacha y las manos en puños, cerca de los árboles que no les llegaba la luz de luna.
Hades entrecerró los ojos, interesado, casi satisfecho, y prosiguió hablando mientras sentía cómo el deseo de venganza se apoderaba de mi cuerpo. Los deseos de atacar a Kirok eran inmensos, pues a pesar de no escuchar los pensamientos de Atenea, era consciente de que la ira que debía sentir por él debido a lo que hizo.
Entendí por qué At lo odiaba, porque gracias a él Hades supo de la Luz de la Esperanza, y a su vez Pandora. Fue Kirok el que inició la verdadera guerra, el verdadero problema; fue su culpa que Atenea y Apolo murieran esa noche...
—Vaya, no pensé que te sorprendiera tanto la noticia, creí que era algo que esperabas. De hecho, si lo piensas, es bastante obvio. —La voz de Hades se hizo más gruesa—. Se acercó a ti pretendiendo querer ser uno de ustedes, y tú lo entrenaste para conseguirlo, conmovida por su vida y las similitudes con la tuya. Se acercó tanto que te hizo creer que en serio sentía algo por ti —Sus ojos brillaron de maldad, justo como la ocasión anterior—, cuando en realidad solo quería saber qué tan verídicos eran tus sentimientos por Apolo, y qué estarías dispuesta a hacer por él.
Intenté dejar de escuchar, como acto reflejo de Atenea que se negaba a escuchar una sola palabra más, pero fue imposible que su voz se filtrara por mis oídos. Por el rabillo del ojo me percaté de que Apolo trataba de decirme algo, pero no le entendí, y supuse que Atenea estaba demasiado hundida en sus pensamientos como para prestarle atención.
»Dejaste entrar a Kirok a tu corazón, y eso es lo que sucede cuando tu debilidad ya no es más un secreto. —Una sonrisa macabra se apoderó de su rostro—. Tu falsa fortaleza ha sido descubierta, Atenea, y ahora solo queda lugar para tu más grande debilidad, tu más grande miedo.
Entonces, de un momento a otro, Apolo se movió de su lugar en medio de una ágil danza de pasos para conseguir un gran salto. Lo vi, de soslayo, abalanzarse sobre Hades con una flecha dorada apuntando a su pecho lista para salir disparada en cualquier segundo. Pero, como si el dios de la muerte lo hubiera previsto, una Oz apareció en la trayectoria de Apolo, interrumpiendo su rumbo trazado, y realizando una herida cerca de su abdomen.
Hubo una fiesta de luces, y un sonido sordo, y después, una gran capa de humo cubrió el lugar. Mis sentidos se agudizaron de pronto, como si saliera del fondo del agua, y sentí cómo la diosa escaneó el lugar en busca de alguna señal de vida.
No vi a Apolo, ni a Kirok, pero la presencia de Hades era imposible de ignorar. Seguía en el mismo lugar que antes, unos metros delante de mí, pero con el humo cubriendo algunas partes de su cuerpo, hasta que poco a poco sus oscuros ojos quedaron al descubierto. Observaban algo más allá de Atenea, justo a sus espaldas...
Una nueva explosión, y la cantidad de luz, obligaron a la diosa a darse la vuelta solo enterarse de que a pocos metros de ella Apolo se enfrentaba a Kirok mediante sus habilidades divinas. Los vi moverse de un lado a otro, con rápidos pasos y ataques que de no ser por la visión de la diosa ni siquiera podría notar. Alcancé a observar sus rostros, unas cuantas heridas, y el rastro de magia que dejaban al pasar.
Aquella pelea no se veía como la de Andrew y Kirok, ésta lucía más peligrosa, más en serio. Podía sentir los deseos de ambos de ver muerto al otro.
—Me pregunto quién quedará de pie —comentó Hades con malicia, atrayendo la atención de la diosa nuevamente.
No me percaté del movimiento de Atenea, mucho menos de su velocidad, solo sentí la necesidad que ella sentía de atacar a Hades. Mi cuerpo se movió hacia él, con la espada en alto, con el corazón enojado, y con las manos temblando de poder. Viví aquella corriente, más que energía se trataba de fuego, como si el verdadero poder de la diosa fuera lava.
Quemó en mis venas, ardió en mis ojos, y salió de mis manos. Vi la intensa luz dorada, tan efervescente que creería que tenía temperatura, y luego solo escuché un pito lejano. Fui consciente del movimiento de mi cuerpo, y de la magia que expulsaba por mi espada, pero a pesar de estar dentro de la conciencia de Atenea, las imágenes que captaban mis ojos se veían borrosas y distorsionadas.
Y luego, llegó un grito, después el sonido de una explosión, y lo poco que vi fue un fondo negro. El dolor llegó después, pero no se sentía físico, era un dolor de esos que te dolían en lugares que no sabías que tenías. Empezó en el pecho, se extendió por los brazos, hasta llegar a mi cabeza y a la punta de mis dedos. Mi cuerpo entero tembló, y el nombre del dios del sol subió por mi garganta en un llamado desgarrador que lastimó mis cuerdas vocales.
—Y dime, Atenea, ¿duele perder a las personas que amas? —Fue lo último que escuché antes de adentrarme en un fondo negro.
No supe cuánto pasó, ni en qué lugar me encontraba exactamente, si dentro de la conciencia de At o en algún recuerdo. Solo fui consciente de que estaba sola, hasta que un profundo dolor en el pecho se apoderó de mi atención.
Un dolor tan intenso, tan penetrante, que quise gritar. Inquietud, miedo, tristeza... era como una gran mezcla de sensaciones que originaban aquel dolor tan persistente. Fue horrible, desgarrador, tan extenso y descontrolado que quería extraer el órgano que provocaba ese sufrimiento.
Pero no dolía en un órgano específico. Solo dolía, dolía como la tristeza.
Los deseos de llorar se acumularon en mis ojos, y un tremendo nudo en mi garganta me indicó que en efecto el dolor aterrador se debía a la tristeza. Era... Era como si hubiera perdido a un ser amado de un segundo a otro. Me imaginé a Andrew, a Sara, a todos mis amigos, a mi familia, muertos, y el sufrimiento de ese caso hipotético ni siquiera se compraba al dolor que experimentaba en ese momento.
¿De quién era ese dolor y por qué? Si era de Atenea, ¿a qué se debía?
«—Lo sientes, ¿verdad? —La voz de At llegó desde algún punto del lugar, pero lo único que yo seguía viendo era oscuridad.»
—¿Qué-Qué es? —pregunté, sin saber de dónde salía mi voz.
Hubo unos segundos de silencio, en los cuales el dolor no desaparecía. Sentí lágrimas en mis mejillas, sin siquiera poder ver mi propio cuerpo, y el frio se apoderó de mi cuerpo de repente, como si mi temperatura corporal simplemente se cayera por los suelos.
«—Es lo que Atenea sintió cuando murió —soltó—. Lo que sientes ahora es el dolor que le causó, no morir, sino saber que perdería a Apolo de forma definitiva, y que en esa situación, si intentaba pensar en su felicidad y en lo que quería, la humanidad tendría que pagarlo. Fue una decisión de segundos, demasiado importante para ser egoísta.»
«—Ocurrió después de que te encontrara en el jardín. Luego de eso, a pesar de haberlo pensado de muchas maneras, de considerar diferentes escenarios, llegué a la conclusión de que hiciera lo que hiciera no podría cambiar el futuro si tú existías. Así que fui a ese lugar, con Apolo, manteniendo viva la esperanza de que quizá algo cambiara el resultado final... Pero nada cambió. Huimos al lago cuando Apolo estaba herido, y al llegar los demonios nos acorralaron. Nos sacrificamos por la Luz de la Esperanza, y después todo empeoró.»
Poco a poco el dolor se mermó, pero no desapareció por completo. Seguía ahí, punzante, latente, semejante al duelo.
Lloré. El dolor era tan constante que después de unos segundos solo me solté a llorar. Si eso fue lo que sintió Atenea, la compadecía. Aquel sentimiento era algo que en verdad no le deseaba a nadie.
«—Ahora sientes lo que morir por amor significa —dijo At—. Es un dolor tan grande que solo lo superaba el conocimiento de la imposibilidad que implicaba. Estar juntos era imposible, pero morir juntos... esa fue nuestra única salida, no teníamos opción. No vuelvas a juzgar mis decisiones, Ailyn, porque en mi lugar tú no habrías actuado diferente. No sé cómo puedes reparar el Filtro, pero al menos sabes que no fui la única que hizo su elección. Lo que te ocurre no es mi responsabilidad, es tuya.»
«—Pandora decidió abrir la caja. Zeus decidió quitarle la Luz de la Esperanza. Hades decidió aliarse con Pandora. Kirok decidió traicionarme. Los Dioses Guardianes decidieron sacrificarse para sellar a Hades. Hera decidió encomendarle a Hebe una tarea importante, y ella a su vez decidió aceptarla. Apolo decidió enamorarse de mí, y yo decidí permitirme amarlo. Tú decidiste usar el Filtro conociendo las consecuencias de ello. Elecciones. Todos eligen algo en lugar de otra cosa en algún momento de sus vidas, y los resultados son lo que consideras un error o un acierto, y tienes que vivir con ello.»
La oscuridad frente a mí se desvaneció gradualmente, y con ella el control de mi cuerpo regresó. Vi mis manos, mis pies; mi cuerpo ya no era más una ilusión. Podía sentir cada una de mis extensiones, y además pude percibir que mis sentimientos volvían a pertenecerme.
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