19. Una vieja manía
Broken Ones - Jacquie Lee
La luz que salía del castillo nos cegó por un instante hasta que nuestros ojos se acostumbraron al nuevo brillo. Parecían lámparas, pero en realidad lo que alumbraba el lugar eran las mismas paredes.
El interior no difería del exterior. Las decoraciones estaban hechas de aquel misterioso cristal, y los colores no se hicieron esperar. Todo era llamativo, brillante, vivo. Se sentía como una obra de arte. Las puertas y la estructura me recordaron al Olimpo, solo que en este no había ni una sola cortina.
Sin embargo, el interior estaba vacío. No había agua, no parecía estar bajo en mar. El agua se mantenía al margen, viéndose como paredes en las ventanas y puerta. Y justo cuando nuestros cuerpos atravesaron la pared de agua, nuestros pies tocaron el suelo firme y el aire entró a nuestros pulmones. No había burbujas o una fuente visible de oxígeno, solo parecía resguardar el aire del resto del océano como un cofre del tesoro.
Al entrar una figura nos esperaba. Cuando lo vi mejor me di cuenta de que se trataba de un hombre alto de hombros anchos, con las manos en la espalda y frente a nosotros, con una postura recta y elegante.
El hombre lucía el cabello bien peinado, negro con algunos reflejos azules, una piel morena como la de los demás y los ojos de un intenso azul aguamarina que resaltaba debido a su tez. Vestía muy similar al comandante Luke, con un cinturón y una lanza en su espalda, practico, como si estuviera listo para pelear en cualquier momento. Y de su traje se alcanzaban a percibir la marca de Gea sobresaliente de su cuello.
Sonrió cuando nos acercamos, de la misma forma que Clare.
—Es un placer conocerlos, Dioses Guardianes —dijo, y al verlo más de cerca y escuchar su voz, me di cuenta que de ser humano rondaría los treinta—. Mi nombre es Nerón, guía interino del Reino del Océano. Soy la persona a cargo del reino hasta que Poseidón regrese. Cualquier decisión pasa a través de mí. Si necesitan algo háganmelo saber —No alcancé a decir nada porque de inmediato comenzó a caminar hacia uno de los pasillos—. Síganme.
Así lo hicimos. Miré a Clare caminando a mi lado, igual que los demás. Las ninfas del escuadrón de Luke se habían quedado atrás junto con él, y ahora solo Nerón y Clare nos acompañaban.
—El guía del reino, o como los humanos lo llaman: el rey, es el señor Poseidón —explicó Clare dirigiéndose a todos. Nerón iba más adelante, como si tuviera prisa y quisiera terminar con ese asunto lo más pronto posible—. En su ausencia el guía interino es Nerón. Es un puesto que se hereda por generaciones, y para las temporadas donde Poseidón está ocupado es él quien se encarga de que el reino prospere —Me miró en especificó cuándo añadió:— Es el líder de nuestra comunidad.
Cada vez que escuchaba más de su reino y del rango de Evan en él me sentía confundida. Todo eso apenas era entendible. No me explicaba su relación con nuestro amigo, y mucho menos podía imaginármelo siendo rey. Todo ese asunto era tan... sorprendente. Necesitaba hablar con Evan personalmente para aclarar toda esa situación.
—Creí que tú eras la vocera de Poseidón —le dije a la ninfa—, que él solo hablaba contigo.
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—Soy la vocera, así es. Mi trabajo es hacer llegar la palabra de nuestro señor a todos los habitantes del reino y ayudo a Nerón con sus obligaciones, pero también soy la conexión entre Poseidón y las oceánidas. Podría decirse que soy una sacerdotisa, la única que encontrarán en todo el reino.
Se me hacía curioso que llamaran a Clare «vocera» y no sacerdotisa, de la misma forma que llamaban a Nerón «guía» y no rey. Pero no dije nada al respecto, pues sus razones habrían de tener.
Atravesamos un pasillo con múltiples cuadros en las paredes. Parecía que aquellas pinturas contaran una historia. Pero todo lo que era abstracto o insinuaba un acertijo era algo que estaba lejos de mi comprensión.
Tenían formas y colores que subían y bajaban, con muchas mujeres y hombres en ellos. Primero la mayoría eran mujeres, pero tras varios cuadros esa población se volvió mixta.
—¿Qué significan esos cuadros? —preguntó entonces Cailye, caminado muy cerca de ellos y con intenciones de tocarlos; pero no lo hizo.
Clare los miró y luego a ella.
—Simbolizan el regalo de Poseidón a las oceánidas cuando inició el Reino del Océano —contestó—. Marcan el comienzo de nuestro reino y nuestra nueva vida.
—¿Es algo que pasó? —continuó mi amiga.
La ninfa asintió.
—Al comienzo las ninfas estaban conformadas por mujeres. Todos los tipos de ninfas fueron creadas por Gea Madre para dar vida a los frutos de los dioses. Pero Poseidón cambió eso para nosotras. Nos dividió, y nos dio equilibrio.
—¿Qué hizo? —instó Cailye, curiosa.
—Las ninfas éramos parte de un todo, pero Poseidón convirtió esa parte en un todo. Nos dio a los hombres, iguales a nosotras, pero que nos complementarían y nos darían el equilibrio necesario para vivir sin los dioses. Nos volvió una comunidad independiente que sería capaz de sobrevivir por su cuenta. Los hombres y las mujeres son dos mitades del mismo todo, dos caras de la misma moneda, cuando nos dio la mitad que nos faltaba pudimos prosperar. Gracias a ellos existe el Reino del Océano.
»No hallarán hombres ninfa en ninguna otra comunidad, solo los Hijos de Cronos pueden hacer eso, y Poseidón es el único que lo ha hecho. Es una de las razones por las que es nuestro señor. Le pertenecemos, nuestra lealtad y nuestras vidas están con él.
Eso sin duda era algo que no me esperaba. No me detuve a pensar mucho en el hecho de que hubiese hombres entre las ninfas, para ser sincera me esperaba cosas mucho más locas que esa, pero eso solo avivó la desinformación que tenía sobre Poseidón, sobre Evan. Algo me decía que había más, mucho más, que lo que veía a simple vista. Mi tiempo con At me había enseñado eso.
—¿A dónde nos dirigimos? —quiso saber Andrew, en un tono que logró captar la atención de Nerón muy adelante de nosotros.
—Al comedor —dijo el guía—. Son libres de recorrer el palacio, y luego de comer y descansar podrán llevarse los hipocampos de nuestro establo. Por órdenes de Poseidón se les brindará total hospitalidad, lo que necesiten y podamos conseguirlo será suyo.
Fue entonces, antes de que Andrew añadiera otra cosa, que una esfera de agua igual a la que usó Clare cuando nos alcanzaron las sirenas alcanzó a Nerón. Él estiró el brazo y tomó la esfera flotante, y justo cuando lo hizo frenó en seco obligándonos a hacer lo mismo.
—¿Ocurrió algo? —le preguntó Clare acercándosele, con el rostro preocupado.
Nerón la miró con el entrecejo ligeramente fruncido, y en respuesta Clare lo tocó en el hombro, un gesto que vi muy íntimo. Él la miró para luego posar sus ojos en nosotros.
—Me temo que ocurrió un imprevisto —comunicó—. Los hipocampos no estarán listos hasta dentro de algunos días.
¿Qué?
Andrew y yo intercambiamos una mirada justo antes de que él hablara.
—¿Qué pasó exactamente?
Nerón frunció los labios, preocupado.
—Al parecer dos de ellos contrajeron una peste hace algunas horas —tan solo explicó—. Enviaré a los especialistas, en cuanto tenga más información se los haré saber.
—¿Y no pueden conseguir más hipocampos? —insistió Andrew, con el rostro de una roca.
Nerón no se inmutó, en su lugar fue Clare quien negó cabizbaja.
—Son criaturas muy difíciles de domar y son pocas las ninfas capaces de hacerlo —Sus ojos azules nos barrieron con disculpa—. Solo contamos con cuatro en el establo del templo, y salir en busca de más a las fincas marinas tardará mínimo dos o tres días helios.
Cailye avanzó hacia ellos, pasando por el lado tanto de su hermano como del mío.
—¿Puedo verlos? —quiso saber—. Creo que puedo ayudarlos.
Nerón miró a Clare, y por un segundo fue como si ambos se comunicaran telepáticamente. Había visto esa clase de conexión antes, y me pregunté qué tan permitida estaba entre ellos, siendo ella una sacerdotisa.
Me guardé mis sospechas y curiosidad para otro momento, pues fuera lo que fuera no era mi incumbencia. O eso me repetía una y otra vez para evitar meterme en la vida privada de alguien a quien acababa de conocer.
La ninfa miró a Cailye con la calidez de siempre y asintió.
—Por supuesto. Si hay alguien que puede curarlos es usted, Lady Artemis —Se alejó de Nerón hacia un pasillo contrario—. La llevaré a los establos, mientras más rápido mejor.
—Los demás pueden pasar al comedor —continuó Nerón—, y en cuanto a Lady Artemis se le llevará comida al establo al igual que todos los sanadores disponibles —Se giró hacia mi amiga—. Si necesita algo la vocera Clare lo conseguirá —Y de nuevo hacia nosotros—. Y si me necesitan estaré en la ciudad, cualquier guardia los llevará hasta mí si es el caso. Avancen cuatro puertas más, ahí encontraran el comedor con un banquete preparado para su visita. Ahora, si me disculpan, tengo otros asuntos que atender.
Dio una pequeña reverencia, y sin esperar ninguna pregunta se fue en dirección a otro pasillo, a tal velocidad que parecía tener bastante prisa.
Me quedé mirándolo, sin descifrar muy bien su comportamiento, y mientras lo hacía Clare soltó una risita.
—Espero puedan disculparlo. El trabajo del guía nunca es fácil, debe estar en muchos lugares al mismo tiempo. Guiar un reino hacia la prosperidad consume todo de él, pero lo soporta muy bien. Es fuerte, decidido, nada lo derrumba pero al mismo tiempo es cariñoso y sensible, es...
—Alguien en quien todos confían —la interrumpí, ganándome su atención—. Se nota por la actitud de todos aquí.
Asintió, como si la alagara a ella. El orgullo se reflejaba en sus ojos como un diamante.
—Así es. Es el pilar del reino, sostiene nuestra vida en sus hombros, sin él nada funcionaría. Le debemos muchas cosas, casi tanto como a Poseidón.
La sonrisa no desapareció de su rostro, y yo no pude dejar de mirarla. Por alguna razón me sentí presionada, demasiado pequeña... Fue entonces cuando los ojos de Andrew me repitieron en silencio sus palabras. Asentí en su dirección y le sonreí, diciéndole que todo estaba bien. Él asintió una sola vez en respuesta.
—Bien —Clare captó de nuevo nuestra atención—, en cuanto haya algo concreto sobre la condición de los hipocampos se los comunicaremos —Se volvió hacia Cailye y señaló uno de los tantos pasillos—. Por aquí.
Cailye caminó en esa dirección, con una mirada seria, seguida por Clare. Sin siquiera mirar atrás. Tal vez estaba muy preocupada por los hipocampos, eso era lo más seguro, pero quizás algo más le ocurría.
¿Ella estaría bien? Me preocupaba todo el asunto con Pandora. Aun no estábamos seguros de lo que el poder de esa mujer le hizo; podría tener secuelas o incluso un daño que no veíamos. Su actitud después de esa noche cambió tanto que incluso cuando aparecían destellos de la Cailye que conocía éstos pronto eran eclipsados por su nueva actitud aislada.
Sentía que se estaba escondiendo, que había algo que trataba de ocultar o reprimir, y si lo que dijo Evan era cierto entonces en ella eso era más peligroso. Debía saber lo que le pasaba, realmente cómo se sentía, de lo contrario presentía que la perdería.
Avanzamos lo que nos faltaba para el comedor, pero justo cuando llegamos a la puerta Andrew frenó. Niké no le dio importancia y entró como si nada, pasando por delante de él, y seguido Kirok hizo lo mismo. Andrew se quedó en su lugar con una postura recta, pensativo.
—¿Ocurre algo malo? —le pregunté.
Entrecerró los ojos y se dio media vuelta sin decir nada. Lo alcancé a tomar del brazo antes de que avanzara, y extrañada lo miré, sin entender su comportamiento.
—Hey, ¿a dónde vas? —quise saber.
Dejó salir el aire y descargó tensión de su cuerpo. Se volvió hacia mí, y en el proceso lo solté, recordando nuestra última conversación. Lo hice por impulso, tan solo dejé de tocarlo y desvié la mirada hacia otra parte. Él debió notarlo, pero no lo demostraba; se quedó en su lugar con sus ojos sobre mí hasta que se decidió a contarme lo que ocurría, o al menos en parte.
—Hay algo que debo confirmar —tan solo dijo por toda respuesta. Se giró hacia At, a mi lado, y endureció todavía más su mirada, como si desconfiara de ella—. Y necesito que vengas conmigo.
Pensé que At se negaría, que diría que debía estar a mi lado como siempre, pero ella se limitó a asentir como si estuviera lista para esa petición con previo aviso.
—¿Así de fácil? ¿En serio? —le pregunté a ella, incrédula, y me volví hacia Andrew— ¿Puedes decirme qué pasa ahora? Dijiste que ya no me ocultarías cosas, que sin importar la situación me dirías lo que pasa aunque sea difícil.
Desvió la mirada al suelo.
—No estoy seguro, es por eso que debo confirmarlo. De nada sirve levantar suposiciones que pueden estar erradas.
Sonreí con amargura.
—¿Y por eso la necesitas a ella? —rebatí, en medio de un bufido—. ¿Qué es tan grande que necesitas a la todopoderosa Atenea? ¡Ella ni siquiera puede tocar una pared!
Inhaló y cerró los ojos un segundo.
—Ailyn...
—No me dirás lo que pasa pero quieres que ella vaya contigo a quien sabe dónde, lo entiendo —Levanté mis brazos y los moví para enfatizar—. Descuida, Andrew, sé que siempre soy la última en enterarme de las cosas importantes. Ya me dirás todo cuando lo descubra yo misma, siempre es así.
—Ailyn... —repitió, ahora con más dureza.
—No te costaría nada confiar un poquito más en mí, ¿no crees? Si tan importante es eso que quieres verificar entonces vamos los tres, a no ser que sea algo que deliberadamente no quieres que sepa. Ya sabes, como eres profesional en omitir información y yo soy la idiota que nunca ve las cosas aunque las tenga en frente.
—¡Ailyn! —exclamó, molesto, enfocándose de nuevo en mí—. Ya es suficiente.
Solté un bufido y una sonrisa amarga.
—Saben qué, adelante, diviértanse juntos descifrando el misterio del universo. Y espero, Andrew, que no olvides que las cosas nunca terminan bien cuando decides qué debo saber y qué no.
No me molesté en hablar directamente con At, o tan siquiera en mirarla. Ya me podía hacer una idea de la expresión de su rostro, y si quería decirme algo ninguna puerta lo impediría.
Sin esperar respuesta me di vuelta y entré al comedor, cerré la puerta tras de mí en medio de un gran estruendo y me adentré en el salón con la cabeza a punto de explotar.
¿Por qué no a mí? No era una inútil, si había algo que debíamos investigar yo podría ayudarlo, pero él ni siquiera lo consideró. ¿Tan diferente nos veía? At y yo... ¿en serio teníamos una diferencia tan abismal entre nuestras habilidades? Es decir, sí, sabía que aún tenía un camino por recorrer, pero... ¡Ahj!, que él solo la escogiera me hacía sentir que había un mundo entero entre At y yo.
Apreté mis manos en puños mientras me acercaba al gran comedor rectangular en medio del salón, donde Niké y Kirok estaban sentados, ella comiendo y él observándome entrar.
El lugar era alto, igual que los demás templos, y los detalles de las paredes parecían tallados, no añadidos. Las curvas y el tono azul le daban al lugar una sensación de pecera y de soledad. Lo único en aquel salón era la mesa llena de comida y los candelabros que colgaban del techo.
Mi familiar dejó escapar una sonrisa pícara y tomó un fruto de ambrosia en sus manos, moviéndolo entre ellas con una calma agobiante. Me miró con diversión, curioso.
—¿Qué? —escupí en cuando llegué a la mesa.
Su sonrisa se agrandó.
—¿Problemas en el paraíso? Su conversación debió oírse en todo el piso.
Gruñí mientras me sentaba, sin deseos de probar bocado.
—Se fue con ella a investigar quién sabe qué. ¡Con At! Ni siquiera confiaba en ella cuando la conoció y ahora al parecer es la única que puede ser su compañera detective. ¡No lo entiendo! Ella no puede tocar una pared, no habla con nadie, es invisible, ¡es un maldito fantasma! Y de alguna manera la necesita.
A Kirok parecía divertirle de lo lindo la situación, pues su sonrisa no desparecía de su rostro.
—Ella sigue siendo parte de la diosa de la sabiduría.
—Y yo también —le rebatí—. Si él me lo hubiera pedido yo lo habría ayudado. Lo que sea que necesite de ella se lo puedo dar —Él seguía con su sonrisa socarrona—. Además, ¿no te molesta? Odias a Andrew.
Su postura no cambió.
—Tienes razón. Odio al dios del sol. Fue una completa molestia antes y ahora, y sí, tampoco me agrada la idea de que los dos estén solos —Se encogió de hombros—. Es un viejo hábito.
—Entonces ¿por qué pareces tan calmado y entretenido con mi reacción?
Mostró sus dientes en una sonrisa amplia y dejó de jugar con el fruto.
—Porque es divertido conocer esta nueva faceta tuya. Siempre creí que controlabas tus sentimientos hacia At, al menos en apariencia. Pero verte entrar en crisis tan rápido debido a ella es algo que ciertamente no me esperaba.
—No sé de qué hablas —gruñí.
Me observó con más énfasis, como si viera algo invisible.
—Estás celosa de At.
Niké levantó la cabeza de su plato y nos miró como si recién hubiera caído en cuenta de nuestra existencia. Se nos quedó viendo, con los ojos bien abiertos, mientras mi boca de abría en una perfecta O.
—¿Qué? No. No estoy celosa de ella. Andrew no...
Él negó con la cabeza, aun divertido.
—No me refiero a eso y lo sabes. Siempre lo has estado, pero creo que el estar aquí y convivir con su pasado avivó ese sentimiento. Estás celosa de la influencia que tiene y tú no, de lo que ella hizo y tú no puedes hacer, de la admiración y el respeto que sienten hacia ella y no hacia ti. Todos la ven a ella aunque sea un fantasma, pero nadie te ve a ti aunque estés frente a ellos.
—Yo no...
—Cuando los demás te miran no ven a la humana que se volvió diosa, que tiene nombre propio y que es nueva en todo esto, ven a la nueva apariencia de Atenea. At podrá ser el fantasma, pero tú, Luz, eres la invisible. Y eso te frustra y te enfurece, porque no puedes tener control sobre lo que los demás quieren ver.
—Eso no es...
—¿Verdad? —me cortó, con su sonrisa socarrona—. ¿Olvidas que compartimos un lazo? Percibir tus sentimientos es fácil, no debo estar en la misma habitación que tú para saber cómo te sientes. Y además, eres fácil de interpretar aunque te esfuerces en ocultarlo.
Mis manos habían comenzado a templar. Parpadeé varias veces, en busca de claridad.
—No estoy celosa de At —declaré con más firmeza, aunque ni yo me creía esa afirmación.
Él soltó una risita graciosa.
—Puedes engañar a cualquiera, Luz, menos al mensajero del infierno. Conozco muy bien los celos, es un sentimiento que predomina en la mayoría de los condenados, crecí entre ellos. Sé reconocerlos mejor de lo que crees.
—Ya te lo dije. Yo no...
—Está bien si no quieres reconocerlo —me interrumpió, con una tranquilidad que contrarrestaba muy bien con mi estado—. No soy tu brújula moral; no voy a decirte cómo debes sentirte, creo que soy el menos indicado para decirle a cualquiera cómo sentirse. Siempre que lo intenté ellos fueron a parar al infierno —Se encogió de hombros y me guiñó un ojo descaradamente—. Y tampoco es que sea un gran problema. El tiempo lo soluciona todo.
Le dio un mordisco al fruto en su mano y masticó como si nada, como si no hubiera dicho la gran cosa. Niké lo miró y luego a mí, con los ojos abiertos de sorpresa. Y yo me quedé quieta, sin mover un solo musculo.
¿Estaba celosa de At? Hasta para mí era difícil negarlo. Pero que lo dijera con tanta libertad no me agradaba. Sacudí mi cabeza, sin querer pensar más en ese tema. Busqué algo mejor de qué hablar, algo que me quitara sus palabras de mi cabeza y llevara mi atención a otra parte.
—Come, está bueno —dijo Kirok mientras probaba uno de los platos de carne. A veces pensaba que él adoraba en demasía la carne.
Lo miré con fijeza mientras devoraba lo que fuera que estuviera comiendo, que tenía forma de pescado.
—No dicen una palabra desde que entramos al mar y menos desde que llegamos al Reino del Océano, ¿y ahora comen como si nada? —comenté—. No sé qué les pasa por la cabeza a ustedes dos.
De repente Kirok dejó de comer ante mi comentario. Niké lo miró, confundida, mientras mi familiar tan solo me miró. Por un rato se quedó callado al igual que la diosa alada, hasta que la última pareció comprender algo y su rostro se iluminó de entendimiento.
—Ah, claro, no puedes sentirlo —dijo ella. Su mirada se suavizó—. ¿Ves cómo brilla el agua? ¿Sientes la felicidad de las personas que viven aquí? Esa es la razón de nuestro silencio.
Fruncí el entrecejo, confundida.
—¿A qué te refieres? ¿Les hace algún tipo de daño?
Niké sonrió con gracia, pero fue Kirok quien contestó mi pregunta.
—No en realidad, es solo molesto, incomodo.
—¿Por qué? —Quise saber más.
Kirok tomó aire y se recostó en la silla, moviendo su mano derecha para jugar con un nuevo fruto que no me di cuenta en qué momento lo tomó.
—Es nuestra naturaleza —se encogió de hombros, restándole importancia—. Niké vive de las guerras, yo vivo de la muerte. La paz y felicidad no son elementos con los que nos sintamos a gusto. Para ser preciso, perdemos relevancia en un ambiente así. Nos sentimos más cansados y débiles, como si estuviéramos en el lugar equivocado. Cuando nos vayamos se nos pasará.
Niké asintió con entusiasmo, al tiempo que tomaba un sorbo de lo que hubiera en su copa.
—Me sorprende que permitieran nuestro ingreso. No solo por Kirok, a las personas que viven en paz no les agrada recibir deidades de guerra ni Seres de Oscuridad —Sonrió con malicia—. Aunque dudo que nos permitan dejar el templo sin alguno de ustedes cerca. Es una bienvenida a medias.
Les sostuve la mirada, sorprendida.
—Oh, creo que nunca se me cruzó por la cabeza.
La diosa volvió a sonreír.
—No te preocupes, ocurre todo el tiempo. En este mundo si no eres parte de alguna guerra entonces odias a los que lo son. La paz es un hilo muy delgado y la guerra una tijera muy afilada, las comunidades así prefieren mantenernos lejos para conservarla.
—Creen que las deidades de guerra como Niké atraen muerte y destrucción —dijo Kirok, ahora concentrado en su bebida—. Por lo general a ese tipo de deidades o las odias o les temes. Y algunas como Niké provocan ambas cosas.
Busqué algún gesto por parte de la diosa ante aquello, pero ella solo asintió y continuó comiendo, respaldando el hecho que Kirok afirmaba. Me pregunté si estaba bien con eso, pero ella era la diosa de la victoria, cosas como esas no debían afectarle.
Estiré mi brazo para tomar su mano, pero cuando lo hice ella retiró la suya por mero instinto. Se relajó cuando notó la situación y dejó que lo hiciera. Niké podría parecer tan simple; era explosiva y demente, pero solo recién ahora me daba cuenta de que tal vez era más que una diosa involucrada siempre en la guerra.
La miré a los ojos igual que ella y le ofrecí una sonrisa.
—Eso nos ayudará a todos. Tal vez muchos te teman o te odien, pero gracias a ti hemos superado obstáculos que solos no habríamos podido, y estoy segura que nos ayudarás más cuando nos encontremos con Pandora.
Ella me miró con curiosidad, y su sonrisa antes de lucir amistosa se vio tétrica. A veces pensaba que simplemente ella no sabía cómo sonreír de forma amistosa o cariñosa.
—¿En serio eso crees?
Asentí.
—Cuando regresemos a la Tierra y los demás te conozcan se sentirán igual. Querrán conocer a la Niké que conocimos nosotros, a la que es demente y fuerte, la que no le molesta bañarse en sangre y que nos ha salvado la vida tantas veces. Eres leal, eres buena, cuando llegue el momento todos lo verán así. Te lo prometo.
Me sostuvo la mirada sin decir nada, y así nos quedamos por un largo rato.
—Eso si llegamos con vida claro —comentó Kirok de la nada. Sus ojos rojos encendidos se fijaron en nosotras cuando continuó—. Si Zeus no nos castiga por incumplir el tiempo planteado.
Centré mi atención en él, analizando lo que acababa de decir. Desde que la misión comenzó no me había planteado lo que ocurriría si incumplíamos el plazo de Zeus. Simplemente había dado por sentado que eso no iba a suceder por lo que no tenía que pensar en eso. Pero ahora, si hacía cuentas, nos quedaban pocos días helios para alcanzar nuestro objetivo, y aun nos faltaba un continente por cruzar.
—¿Qué pasará si no regresamos dentro del plazo? —le pregunté.
Una sonrisa escurridiza se deslizó lentamente por su rostro, como si mi pregunta le causara mucha gracia. Aunque yo no le encontraba lo divertido.
—A mí solo me prohibiría la entrada al Olimpo, cosa que ya está hecha, así que dudo que pueda hacerme algo más grave. Y en cuanto a ustedes tres... No lo sé con certeza, pero ten en cuenta que sentenció a Prometeo a una eternidad de dolor solo por ayudar a los humanos. ¿Por qué crees que todo el mundo marcha a su ritmo? Si algo tiene Zeus es creatividad para sus castigos e inclemencia al aplicarlos. Pregúntale a Tántalo si no me crees.
Tragué saliva por impulso.
—¿Quién es Tántalo?
Sonrió más.
—Exacto.
Conocía la historia de Prometeo, la leí cuando leía sobre Pandora. Era un titán, hermano de Epimeteo y cuñado de Pandora. Cuando Zeus les pidió a ambos titanes crear al humano Prometeo amó tanto su creación que le dio lástima que pasaran frio y hambre, por lo que robó el fuego de Helios y se lo regaló al humano. Cuando Zeus se enteró lo ató a una roca y ordenó a un agila que lo destrozara de día, para que de noche dejara que sanara y poder continuar al día siguiente.
Un escalofrío me recorrió la espalda, imaginando a mis amigos en alguna clase de tortura o incluso a mí misma. Sacudí mi cabeza para alejar esos pensamientos. Por ningún motivo, pasara lo que pasara, incumpliríamos con el plazo. No iba a permitir que eso pasara.
—¿Cuánto tiempo nos queda? —le pregunté a Kirok mientras Niké volvía a su comida.
Hizo cálculos rápidos y contestó con su habitual sonrisa pícara.
—Entre cuatro o cinco días helios más o menos. ¿Por qué quieres saberlo?
Me puse a pensar en todo el tiempo que llevamos, en los atajos que tomamos y el tiempo que ahorramos. En todo el camino solo nos desviamos de la ruta una vez, y el tiempo que pasamos en los templos no fue mucho. De no haber contado con los pegasos, ¿qué habría sido de nosotros?
—¿Y sin dormir cuánto tardaríamos en llegar a Némesis?
Si la pregunta le sorprendió no lo demostró. Mantuvo su postura, curioso, y aunque pensé que haría preguntas tan solo se limitó a responder.
—A pie creo que dos o tres días helios si tenemos suerte. Habría que considerar los obstáculos de Gea Hija Sur y el tiempo que tardemos entre dar con Némesis y obtener el espejo. No queda lejos del Nevado de Quione.
Me levanté de la silla sin esperar más comentarios, y antes de que pudiera moverme mi familiar volvió a hablar.
—Como tu familiar debo decirte que es una pésima idea que vayas sola. Y mira que yo tengo muchas malas ideas. De sensato no tengo ni la S, pero, Luz, hasta para mí es ridículo que siquiera lo consideres.
Lo miré, a sabiendas de que aunque no lo hubiera dicho él ya sabía de mis intenciones.
—Tú lo propusiste —No me esforcé en negar mi plan—. Dijiste que es una buena opción.
Dejó salir una risita chistosa.
—Sí, pero para ir todos a buscarlas. Las Algas Hipnos se encuentran en la parte más oscura del Océano Hydros, ¿y sabes qué vive ahí? Caribdis. ¿Por qué crees que At se opuso? Ir sola es una misión suicida. Deja que vaya contigo, al menos no estarás sola.
Sonreí. Oírlo decir algo así lo hacía sonar como uno de mis amigos. «Ten cuidado. No hagas esto. No pienses en hacer aquello». Todos pensaban que me iba a equivocar, y su preocupación estaba bien fundada, pero a veces se sentía que más que protegerme tenían miedo de las consecuencias que podía causar con mis acciones. Como un sociópata con un cuchillo: le dices que baje el arma para que no se lastime pero en realidad tienes miedo de que te lastime a ti.
—Tú te quedas aquí. Iré sola. No tardaré, ni siquiera notarán mi ausencia, volveré antes de que los hipocampos estén listos.
Esta vez la sonrisa de Kirok fue más que diversión, fue como si se burlara de sí mismo. Me miró de la misma forma, como si acabara de caer en cuenda de lo mismo que yo: que hablaba como los sobreprotectores de mis amigos. Y no supe si eso lo ofendió o le causó gracia.
—Es una terrible idea, tú lo sabes, yo lo sé, y si Niké nos prestara atención también lo sabría. Pero no puedo detenerte, tú tienes la última palabra —Me miró de pies a cabeza—. Adelante, ve, solo tienes que nadar hacia el oeste hasta que veas que el agua se torna oscura. Cuando no puedas ver tu propio cuerpo en la oscuridad sabrás que llegaste.
Le devolví la sonrisa.
—Gracias.
Negó con la cabeza.
—Te dije que no soy tu brújula moral, puedes hacer lo que se te venga en gana y la última persona que podría detenerte soy yo. Pero al menos si sé que vas a hacer algo que ni yo apruebo, te diré cómo hacerlo bien.
Asentí y él continuó.
»Las algas son fluorescentes y son azules, no puedes confundirlas, será la única luz que distingas. Y, dado caso que te encuentres con Caribdis, cosa que espero no suceda, nada. Nada lo más rápido que puedas. No puedes enfrentarlo, solo huir antes que caigas en su estómago.
—¿Y si me traga? —Tenía que preguntar.
Enarcó una ceja, y por un segundo me pareció ver genuina preocupación en sus ojos, pero retomó su expresión socarrona en seguida.
—Tendré que buscar a un nuevo amo, así que no permitas que suceda.
Contuve una sonrisa y sin esperar nada más tomé varios envueltos de la mesa para comer en el camino. Me fui por lo más fácil de guardar, como sándwiches y frutos sueltos, también algunos trozos de lo que parecía pan y una botella de agua potable cercana.
Cuando empaqué me di vuelta y me dirigí a la puerta que unos minutos atrás le tiré en la cara a Andrew. Niké estaba muy ocupada comiendo, perdida en sus pensamientos, aunque aún tenía mis dudas sobre ella. Todavía no sabía si era así de despistada en realidad o era una fachada. O tal vez ambas; ella era muy extraña.
Cuando puse mi mano sobre la perilla Kirok volvió a hablar.
—¿Y qué le digo a tu rayito de sol cuando se entere de su ausencia?
Me frené en seco. No había pensado eso, pero a esas alturas y después de todo lo que había pasado, la reacción de Andrew no era mi problema.
—No se enterará, está muy ocupado siendo Sherlock Holmes como para reparar en mí —Lo miré sobre mi hombro—. Pero, si te pregunta, solo dile que le dejé saludos. No le digas a dónde voy aunque te golpee, quiero hacer esto sola.
Y salí de la habitación notando su expresión maliciosa. Caminé a través de los pasillos y por ayuda divina no me topé con ninguna oceánida.
Quería hacer algo bien, necesitaba hacerlo. Ya no sabía si lo que hacía era lo correcto o si debía hacer otra cosa, y luego de lo de Sara ya no sabía ni siquiera si lo que estábamos haciendo estaba bien.
Necesitaba estar sola un rato y pensar, hablar conmigo misma. O tal vez solo quería alejarme de Andrew después de lo que dijo en las cuevas. A lo mejor era ambas cosas. Todo. No lo sabía.
No sabía cuánto tiempo llevaba nadando pero tal como dijo Kirok, el ambiente se estaba tornando más oscuro. Ya no alcanzaba a divisar nada a más de cinco metros de distancia.
Debía darme prisa. No solo para conseguir las algas antes de que los hipocampos estuvieran disponibles, sino porque tenía el presentimiento de que At tarde o temprano se daría cuanta de mis intenciones, y si ella lo sabía Andrew también.
Tenía que recogerlas y regresar por mi cuenta, en una pieza y sin complicaciones o solo les daría razones para regañarme más. Quería hacer algo sola y que me saliera bien, que aportara en algo de verdad.
Lo bueno era que estaba segura que llevaba una gran ventaja, es decir, estaba segura de que no notarían mi ausencia tan rápido, y para cuando lo hicieran esperaba ya estar de regreso.
Nadé con más rapidez, usando una ventaja mágica de velocidad para al menos igualar la destreza de las oceánidas. Y mientras lo hacía me hice una nota mental de llamar a casa en cuanto volviera. Se me hacía extraño que Evan no nos mencionara nada y quería oír su versión, sus razones. Y también me preocupaba Sara. Cuando intentaba llamarla era Daymon quien contestaba y durante tres días terrestres solo dijo que todo iba bien.
Y yo ya no me creía sus «todo en orden, no te preocupes».
Avancé un poco más cuando la oscuridad se cerró por completo a mi alrededor. Usé un conjuro de visión, para ver en esa oscuridad, ya que no quería usar luz por temor a avisar a alguna criatura de mi presencia.
Fue entonces cuando las vi. Kirok tenía razón, florecían en la oscuridad como farolas. Muy brillantes, como pequeñas estrellas, y eran cientos de algas que permanecían a algunos metros de mí, muy por debajo de mi cuerpo.
En cuanto las vi comencé a descender. Al principio no se vio tan profundo, pero mientras más descendía más lejos las veía, como si huyeran de mí.
Bajé y bajé, por un rato así me quedé, sin reducir la distancia entre nosotras. Las algas no cambiaban su brillo, pero el océano parecía aumentar la distancia que debía recorrer.
Me detuve en cuanto supe que a ese paso nunca las alcanzaría. Seguían viéndose como a treinta metros de profundidad, y si miraba hacia arriba ya ni siquiera podía ver el reflejo de la luz de Helios. Estaba acorralada, pero por suerte aún conservaba mi orientación, solo debía asegurarme de saber por dónde había llegado.
Lo pensé por un momento, sin mover un solo musculo de mi cuerpo. El agua me mecía pero bien podría ser un objeto más en el océano. Lo medité un rato, recapitulando un poco sobre lo que sabía, pero sin encontrar nada útil que pudiera usar.
Y ahí, suspendida en el agua, sin moverme, me fijé una vez más en las algas y descubrí que la distancia de repente ya no era la misma. Contuve mi sorpresa y lo analicé un segundo. En efecto, los treinta metros se volvieron veinticinco y así sucesivamente.
En cuando me moví de emoción de repente me alejé de nuevo. Me quedé de piedra, confundida, hasta que descifré su secreto. Sonreí al notarlo, y relajé mi cuerpo igual que antes, dejándome llevar solo por el movimiento del agua.
Y funcionó. Poco a poco los metros disminuyeron, acercándome sin esfuerzo hacia mi objetivo. Comprendí su mecanismo: mientras más quisiera tomarlas más difícil sería alcanzarlas, pero en cambio, si no mostraba interés en ellas el agua se encargaría de unirnos.
—Solo un poco más, ya casi...
Las vi acercarse, se veían más grandes y nítidas. Vi sus detalles y relieves estando a escasos metros, su verde azulado fluorescente que iluminaba mi cuerpo, como la magia. Y el polvo que flotaba a su alrededor del mismo color, acentuando su poder.
Dejé que el agua estirara mi brazo, lo dejé guiarme a ellas. Sin nada que perturbara el agua a su alrededor todo permanecería en calma.
Moví con cuidado mis dedos, con sutileza y paciencia, y en cuando las yemas de mis dedos las rozaron cerré mi mano alrededor de una buena cantidad, aferrándome a ellas como si mi vida dependiera de eso.
Y luego me sacó.
El agua se movió con brusquedad, como una tormenta, y me lanzó lejos de las algas. Elevó mi cuerpo como un geiser en erupción. Vi agua, no tuve control sobre mi cuerpo, y apreté con fuerza las algas en mi mano mientras daba vueltas y vueltas.
Me mareé, perdí el sentido de orientación; ya no supe hacia dónde estaba la superficie y mucho menos el camino por el que había llegado.
Intenté detenerme, pero la velocidad del agua y su rudeza no me lo permitieron. Mi única esperanza era impactar contra algo, el problema era que ahí no había nada.
Fue en ese instante, cuando no sabía cómo evitar que al océano hiciera conmigo lo que quería, que algo agarró mi brazo.
Mi cuerpo frenó, quedando en una sola posición, y aun con todo dándome vueltas todavía en mi cabeza me las arreglé para zafarme del agarre de lo que fuera que me sostenía.
Estaba lista para atacar al agresor. Ubiqué mi mano libre al frente, preparando un conjuro para defenderme, y justo antes de que activara mi magia él habló.
—Will.
Aun veía borroso, todo seguía dándome vueltas aunque mi cuerpo ya no girara, pero aunque no lo viera su voz me hizo pegar un salto interno. No se suponía que me hallara tan pronto.
Parpadeé varias veces, y poco apoco su rostro se formó frente a mí. Retrocedí por reflejo, pues sabía que ese asunto no terminaría bien. Los ojos de Andrew eran fríos, gélidos, petrificados sobre los míos, y su mandíbula estaba tensa, contraída igual que los demás músculos de su cara. Su cuerpo lucían amenazante, y estaba segura de que el agua a su alrededor estaba caliente debido a su furia.
Y vaya que estaba enojado. Mientras más furioso estuviera menos lo demostraría, o tal vez solo se acostumbró a esas situaciones y no se molestaba en expresarlo. Y aunque no lo hiciera, el mensaje era claro.
—¿Qué haces aquí? —alegué, consciente de que sin importar lo que dijera él no estaría menos molesto—. Mejor dicho, ¿cómo me hallaste?
Me sostuvo la mirada un largo rato, como si tratara de hipnotizarme. No parpadeó, no se movió, no habló, tan solo me miró de esa forma en que hacía mucho tiempo no lo hacía.
Asentí.
—Claro. At. Aunque molieras a golpes a Kirok él no te lo diría. Imagino que tu asistente adivinó bien, ¿verdad?
Su postura no cambió. Y el que se quedara callado era mucho peor a que me gritara.
Miró un segundo las algas en mi mano y de nuevo a mí. Pude haber tratado de adivinar en lo que pensaba, pero ya me estaba cansando de siempre tener que deducirlo por mi cuenta.
Resoplé.
—Sé que estas molesto, ¿bien? Y adelante, lo que sea que quieras decirme te escucho. De todas formas ya me iba; ya tengo lo que necesitaba.
Pero ni siquiera se inmutó. No lo soporté más y tan solo guardé las algas en mi cinturón. Avancé en su dirección, esperando que fuera la correcta, y pasé por su lado luego de ignorarlo por completo.
Pero me tomó del brazo con fuerza, impidiendo mi avance y de paso paralizándome.
—Tengo mucho que decirte, Will, pero aunque lo haga no servirá de nada —dijo, en todo firme, determinante—. En serio creí que esa vieja manía tuya se había ido, pero veo que no. Así que dime, ¿qué estupidez se te cruzó ahora por la cabeza para considerar siquiera la posibilidad de venir sola?
Intenté zafarme de nuevo, pero su fuerza no me dejó. No podía moverme, y no quería mirarlo a los ojos. Miré hacia la nada con él a mi lado, luchando por resistirme a su presión.
—¿De qué te sirve saberlo? Estabas muy ocupado como para pensar en lo que hacía, y además, si tú no me dices lo que pasa, ¿por qué yo sí debo hacerlo? No seas hipócrita, Andrew, no tengo por qué explicarte cada cosa que hago.
Vaya ironía de situación. Siempre era él quien me decía cosas parecidas.
Me miró con más intensidad, en la completa oscuridad donde lo único que nos iluminaba era la tenue luz fluorescente de las algas muchos metros bajo nosotros y las que yo conservaba; aquello le daba un toque más siniestro a la situación.
—¿Fue eso? ¿En serio? ¿Celos? ¿Esa es tu excusa para venir a la parte más oscura del océano? Creí que eras más que eso.
Sonreí sin gracia, sin querer mirarlo aún, y bufé.
—No lo entiendes.
Buscó mis ojos, pero seguí evadiendo el contacto visual. De igual forma sentí su mirada, esa forma que tenía de mirar a los demás cuando sabía exactamente lo que sentían.
—Lo entiendo mejor que tú.
Inhalé, sin querer entrar en ese tema precisamente con él.
—Sé cómo regresar al templo sola y no tuve ningún inconveniente en recolectar las algas, así que no veo qué haces aquí.
Vi su entrecejo fruncirse de perfil, pero no cambió la presión que ejercía sobre mi brazo.
—Vine a buscarte, como lo hago siempre. Me aseguro que estés bien porque nunca te preocupas por eso. Sé cómo te sientes, pero no por eso debes hacer lo primero que se te cruza por la cabeza.
—¿Por qué? —rebatí— ¿Porque estás harto de cuidarme la espalda, de rescatarme, de ser mi salvavidas? No te pago para que lo hagas, así que deja de hacerlo.
Si eso le dolió no lo noté. Siguió inescrutable.
—Ya hemos hablado de esto.
Traté de contenerme, de no sacarlo a colación, pero simplemente no pude guardármelo.
—¿Ah, sí? ¿Igual que lo hablamos en los túneles? —Me atreví a encararlo, topándome con sus ojos oscuros de lleno.
A esas alturas ya ni siquiera sabía qué me dolía más: lo que ocurrió en los túneles o su preferencia por At. Estaba enojada, dolida, confundida y cansada. Y no sabía por qué en específico.
Por un segundo me miró de una forma que me dolió más, por un instante más que sorprendido lo vi atormentado a tal grado que quise tirarme sobre él y abrazarlo como lo hice en los túneles. Pero si me fijaba en él en general, seguía ahí. La razón verdadera de cómo me sentía estaba ahí, tatuada en cada rasgo de su piel.
—¿Es por eso entonces? —preguntó, aunque no necesitaba respuesta—. Estaba bajo en efecto del veneno...
—¿Y qué que lo estuvieras? —lo interrumpí— ¿Acaso eso le quita veracidad? Cada una de las palabras que dijiste allá las sentías. ¿Lo recuerdas? El efecto del veneno te impide mentir, es decir que dijiste la verdad. Y desde que pasó ya no estoy segura de que seas la persona que creía que eras. El Andrew que yo conocí no mentía.
Algo de lo que dije desató una chispa en sus ojos. Ya no me miró con tristeza o desilusión, ahora me veía como si fuera una completa extraña.
Me soltó. Y por un rato no dijo nada más.
Comenzó a nadar en dirección al templo, dándome la espalda, ignorando por completo mi existencia.
Y solo eso necesité para explotar. Quería decirlo, necesitaba sacarme eso de la garganta o ya no sería capaz ni de flotar en el agua.
—¡No soy adivina! —bramé, logrando que se detuviera—. Deja de tratarme como si lo fuera, como si mágicamente pudiera entenderte y conocerte como tú lo haces con los demás.
Nadé hacia él y me ubiqué a su espalda, a la espera de que se diera vuelta. Y en vista de que no lo hizo seguí hablando.
»No interpreto, escucho, ¿y si no hablas conmigo cómo sabré lo que te pasa? ¿Acaso así será siempre? ¿Si un conjuro no te obliga a hablar entonces te quedarás callado?
Por un rato se quedó callado, hasta que al parecer lo meditó y contestó.
—Ya debemos volver, el tiempo corre.
Hizo el intento de seguir su camino, pero fui más rápida y me ubiqué frente a él, obstaculizando su paso. Lo miré a los ojos, enojada, pero él tan solo me miró sin más, como un tempano de hielo.
—¡Lo haces de nuevo! —exclamé—. Evitas un tema que te involucra. No tienes problema con opinar sobre los demás pero te sientes atacado cuando alguien lo hace contigo.
Frunció más el ceño.
—Lo que pasó en los túneles no tiene importancia.
Eso lo sentí como un golpe.
—¿No tiene importancia? —repetí, incrédula—. ¡Tiene toda la importancia del mundo! Nunca hablaste así, ni de cerca, creo que por primera vez en mucho tiempo fuiste honesto...
—¡Siempre soy honesto contigo! —me cortó—. Trato de ser tan honesto contigo como puedo.
Negué con la cabeza.
—No hablo de ser honesto conmigo, sino contigo. Por primera vez en bastante tiempo fuiste honesto contigo mismo, ¿y sabes qué creo? Que eso te asusta. ¡Por fin encontré algo a lo que le temes! ¡Por fin empiezo a creer que eres humano!
—¡Ya basta! —bramó, enfurecido—. Ya deja de parlotear. Si no sabes lo que dices entonces quédate callada.
Intentó seguir nadando, pero le bloqueé el paso de nuevo. Si iba a la derecha yo iba a la derecha, si quería pasar por encima yo ya estaba ahí.
—¡Ailyn!
—¡No! Tú ya hablaste suficiente. En esa cueva te escuché, no dije nada y solo escuché. Ahora te toca hacer lo mismo. Me oirás, Andrew, porque no pienso dejar que nades un centímetro más si no lo haces.
Hizo el amago de abrir la boca, pero le gané la palabra.
»¡Está bien que estés confundido! Todos lo estamos en algún momento ¡Está bien que no estés seguro de lo que sientes por mí! Puedo entender lo complicado que debe ser para ti. Pero no puedes actuar como una roca todo el tiempo, no puedes solo ignorar cómo te sientes. Eres muy inteligente, Andrew, pero lo que tienes de inteligente lo tienes de hermético.
De nuevo la abrió, pero fui más rápida.
»Te lo he dicho antes y te lo repito ahora: deja de cerrarte a los demás. Sabes reconocer cuando me hundo, pero no quieres ver que lo sabes porque te hundiste hace mucho tiempo, y no quieres salir a flote.
Cerró los ojos un segundo, como si tratara de relajarse, y cuando pensé que en verdad me obedecería y se quedaría callado, tan solo reaccionó.
—De todas las personas del mundo, eres la menos indicada para decir eso —Se acercó de forma amenazante, como si en verdad estuviera considerando hacer algo si no dejaba el tema en paz—. Primero preocúpate por ayudarte a ti misma antes de sermonear a los demás. Si ni siquiera puedes con tus complejos intervenir en los de los demás será inútil.
Le sostuve la mirada, e ignorando por completo su comentario y evitando el impulso de remarcarle lo hipócrita que eso sonaba, continué:
—Dices que no me puedes alcanzar, que estoy lejos, pero yo ni siquiera puedo entrar, aun no me dejas entrar, a nadie en realidad. Estás encerrado, tus sentimientos más allá de la lógica están bajo llave, y no sabes lo frustrante que resulta estar cerca de una persona que no se deja ver, que deja todo a interpretación.
Su pecho de infló; lo miré a los ojos con la misma firmeza que él.
»Tú tampoco estás aquí, así que no me juzgues por soltar tu mano cuando tú ni siquiera dejas que la tome. Estás igual de lejos de mí, de lo que lo estoy yo de ti. Así que si quieres que me acerque, primero debes hacerlo tú.
Silencio. Todo se quedó en mute entre nosotros por unos segundos, y tan solo nos miramos a los ojos. Ninguno parecía tener intención de retirar la mirada primero.
Por fin Andrew pareció encontrar lo que quería decir, ya que abrió la boca... pero justo cuando lo hizo un tremendo rugido estremeció el océano. Monstruoso, intimidante, tan fuerte que el agua vibró junto con nuestros cuerpos y dolió en nuestros tímpanos.
Andrew cerró la boca de golpe y giró su cuello tan rápido que pronto vi cómo todo su cuerpo entraba en alerta. Me tensé, un frio recorrió mi espalda, y un mal presentimiento me asaltó.
El rugido continuó, todo se estremeció, e incluso parecía que fuera a causar un maremoto.
—Eso es...
No alcancé a terminar la oración.
—Nada —dijo Andrew, y aunque al comienzo creí que decía que no era nada, pronto comprendí a lo que se refería—. ¡Ahora!
Me moví, comencé a nadar sin saber exactamente hacia donde nadaba. Lo único que sabía era que me movía en dirección contraria a donde creía que el sonido provenía.
Nadé con toda la fuerza que mi cuerpo me permitía, consciente de que Andrew me seguía de cerca y que sin importar si esa era la dirección correcta al menos nos alejábamos del monstruo que acabábamos de despertar. Sin duda se trataba de Caribdis.
Todo estaba oscuro, no sabía hacía dónde me dirigía o si había alguna fuente de luz que me guiara hasta la salida. El rugido se volvió a escuchar, pero esta vez más cerca. Caribdis nadaba más rápido que nosotros.
—No importa lo que pase, no te detengas. Sigue nadando —dijo Andrew, y un segundo más tarde ya no lo sentí a mi lado.
Intenté seguir su petición, intenté nadar sin mirar atrás, pero simplemente no podía irme sin él.
Detuve mi nado en seco, y justo cuando lo hice un tentáculo azul, más grueso que mi cuerpo y tan largo que no vi el resto del cuerpo, se dirigió a mí con toda la intención de atacarme.
Tomé el mango de mi espada, pero no alcanzaría a sacarla antes de que llegara. Una flecha violeta fue la que me salvó, atravesando el tentáculo antes de que me rozara. Contuve la respiración, con mi corazón latiendo como caballo dentro de mi pecho. Nunca era fácil aceptar altas cantidades de adrenalina en el sistema.
Un rugido se hizo presente, y lo que quedaba de la extremidad retrocedió debido al dolor. En la oscuridad no vi el resto del cuerpo, pero si solo un tentáculo era mucho más grande que yo, no quería verlo. Además, rugido enorme significaba enorme estómago.
Andrew me tomó del brazo con tanta fuerza que me quedaría la marca de sus dedos.
—Te dije que no pararas —alegó.
Me giré hacia él para decirle que no era momento y debíamos huir, pero ni siquiera alcancé a abrir la boca.
Lo vi detrás, como una toma en cámara lenta; desenfundé mi espada tan rápido como pude, y sin embargo lo hice muy tarde.
Andrew vio mis movimientos, pero los de él siempre eran más rápidos y provisorios, sabía lo que iba a pasar mucho antes de que siquiera yo lo considerara. Se movió con su rapidez sobrehumana, interponiéndose entre el segundo tentáculo y yo...
«No»
Y eso fue lo que hizo. Como siempre lo hacía, sin importar la circunstancia él siempre lo hacía.
Dejé de respirar, mis ojos se abrieron tanto que dolieron, y estuve cerca de gritar en cuanto lo vi, pero ya no podía solo quedarme como piedra.
La extremidad del monstruo marino atravesó el costado de Andrew, y aunque él no gritó la mueca que hizo delató su dolor. Me moví tan rápido como pude y corté el tentáculo con mi espada, usando un conjuro como acompañante para quemar ambas partes afectadas por el golpe; furiosa con la bestia a tal punto de querer arrancarle cada tentáculo con mis propias manos solo por atreverse a herirlo.
Mi espada se iluminó de un rosa fluorescente, el tentáculo que estaba atrapado en el cuerpo de Andrew se hizo cenizas igual que la parte que seguía unida a Caribdis, y el monstruo volvió a rugir.
La luz de mi magia fue suficiente para iluminar un poco más el ambiente, y con esa luz bastó para dejar al descubierto el verdadero rostro de aquel monstruo marino.
No vi ojos, no le vi el final a su boca, solo vi dientes, miles de miles de dientes. Caribdis era gigantesco, más grande que cualquier ballena que conociera, más grande que un submarino, y más amenazante que un gigante o cualquier otra criatura. Nosotros ni siquiera éramos del tamaño de uno de sus filosos dientes.
El agua se volvió un remolino cuando Caribdis comenzó con su ritual. Absorbió toda el agua que pudo, atrayéndonos a su boca sin poderlo evitar.
El pánico creció en mi pecho al contemplar su enorme boca y la oscuridad hacia la que nos llevaba. Era más aterrador de lo que Kirok había descrito. Pero yo estaba más asustada por la herida de Andrew que porque nos dirigíamos a una muerte segura.
La herida de Andrew aun no terminaba de sanar, de hecho sangraba bastante, algo que parecía emocionar más al monstruo, como si se tratara de un tiburón.
El chico intentó usar sus flechas contra él mientras nuestros cuerpos eran succionados junto con el agua, pero éstas se perdían dentro de su estómago. Demasiado pequeñas para algo tan grande.
Tomé el brazo de Andrew antes de que nos alejáramos el uno del otro, y él hizo lo mismo apretando mi muñeca. Intenté pensar en una forma de salir antes de morir, pero en cuestión de segundos estaríamos dentro de aquel monstruo. Nuestros cuerpos daban vueltas y vueltas, lo único que veía era el rostro recogido de Andrew y el brillo de mi Arma Divina...
Y así supe cómo salir. Estiré mi espada, rogando al dios que me oyera que apuntara bien, y como pude recité el conjuro de vuelo que tantas veces me había salvado la vida.
Pero aun así no fue suficiente para salir de la corriente del agua que Caribdis bebía, al menos no dentro del agua y con esa fuerza en contra.
Andrew captó lo que intentaba hacer, y sin siquiera poder hablar estiró su arco junto al mío, recitando el mismo conjuro que yo. Me concentré, él se concentró, y recé para que con la fuerza de ambos fuera suficiente.
Apretó mi muñeca, yo apreté la suya, y conseguí ver sus ojos una vez más antes de entrar directo a la boca de Caribdis. Pasamos por el lado de uno de sus dientes, hacia la oscuridad de su cuerpo, y fue entonces cuando la magia por fin nos correspondió.
Me mareé, no supe si estaba arriba o abajo, solo fui consciente de que nuestros cuerpos desafiaron el remolido de Caribdis e íbamos en dirección contraria.
Cerré los ojos con fuerza, temiendo que mi cuerpo se partiera en dos debido a la brutal velocidad con la que aceleramos. Mi cuerpo fue golpeado por el peso del agua, y dolió en cada centímetro de mi piel como si nadara en grava. No solté a Andrew, y no lo soltaría ni aunque me cortaran el brazo; su mano era lo único fijo que tenía en ese momento, lo único sólido, lo que me decía que aún estaba viva.
No vi luz en un muy largo rato, no sentí mi cuerpo en varios segundos, pero justo cuando creí que iba a desmayarme por el tremendo cambio de presión del agua, el oxígeno llegó.
Dejé de sentir agua y el aire me recibió. Abrí los ojos de golpe, sorprendida de que Andrew consiguiera guiarnos a la superficie y no hacia la oscuridad del océano que nos rodeaba.
Vi luz, una gran cantidad de luz nos recibió, luz de los Helios, y a pesar del vacío bajo nosotros no podía estar más feliz por estar suspendida en el cielo.
Andrew creó una burbuja a nuestro alrededor para conseguir algo de firmeza, y cuando estuvo lista se dejó caer preso del dolor. Lo miré, descubriendo que la herida estaba lejos de sanar. Seguía sangrando, y al ver su estado hizo uso de su magia para sellar la herida mientras se regeneraba.
Lo miré mientras se soldaba como si se tratara de metal, usando el poder sanador del sol, mientras la burbuja nos mantenía flotando en algún punto sobre el océano.
Cerró los ojos en cuanto acabó y se recostó, descansando tanto su cuerpo como su cabeza. Su entrecejo estaba fruncido, pero a esas alturas ya no sabía si era costumbre o en verdad estaba enojado.
Me senté en la burbuja también, jadeando del cansancio, como si hubiera corrido por mi vida; la adrenalina aún estaba en mi sangre, y el pánico de pensar que en cualquier segundo esa cosa aparecería de la nada seguía muy presente.
Ninguno dijo nada sobre la situación ni por accidente. A lo mejor ya estábamos acostumbrados a tener experiencias al filo de nuestras vidas. Una más o una menos no hacía la diferencia. Otra cosa a la lista de acontecimientos que no debía mencionarle a Sara.
Tras guardar mi espada usé mi magia para de alguna forma dirigir la burbuja. Sabía que si quería llegar al Reino del Océano solo debía ir hacia la parte más resplandeciente del océano, y no podía estar tan lejos. Confiaba en llegar antes de agotar mi energía mágica, o estaríamos en problemas de nuevo.
Hubo un silencio aterrador. Creí que Andrew se había quedado dormido al cabo de algunos minutos, pero a veces lo veía entreabrir los ojos y mirarme antes de volverlos a cerrar, como si quisiera comprobar mi estado físico.
Por un lago rato ninguno de los dos dijo nada, había un silencio incomodo entre nosotros, por lo que me concentré en la dirección que seguía y los extraños colores que tenían el cielo. Azules, verdes, anaranjados, rosas, violetas, amarillos y rojos. Parecía una fiesta de colores, como demasiados arcoíris juntos, moviéndose como lo haría la aurora boreal. Nunca había visto el cielo de Kamigami así.
Miré de reojo a Andrew, y tan solo lo dije.
—Gracias —dijimos los dos al mismo tiempo para sorpresa de ambos, y eso fue todo.
Por dos segundos nos miramos ante la sincronía de palabras, pero ambos retiramos la mirada un segundo más tarde, para caer de vuelta en el incómodo silencio.
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