18. El resplandor del mar
Nobody Can Hear You - ALIUS
Los rayos de los soles apenas acariciaban la arena cuando salimos de los túneles, señales de los primeros minutos del amanecer, pues todo seguía de un tono oscuro entre la noche y el día. Para cuando avanzamos hacia el mar y dejamos atrás la Cordillera de Maya había más luz de día. Los tonos suaves y lilas teñían el cielo y el ambiente, regalándonos una sensación de paz.
Una falsa sensación de paz.
Estábamos a unos metros del océano, en una playa de arena blanca como la nieve, brillante como si tuviera diminutos diamantes camuflados por ahí. El viento era cálido, como una caricia de consuelo, y olía a sal.
A lo lejos alcanzaba a ver asentamientos, muchos de ellos seguramente pertenecientes a sátiros o a ninfas. Pero estaban muy lejos como para confirmarlo.
Avanzamos sobre la arena hacia lo que parecía un muelle, y en el camino nuestros pies se hundieron en la arena dificultándonos el paso. Había silencio, y el clima agradable contrastaba a la perfección con el estado general de todos.
Cailye seguía sin decir nada, y desde que salimos de los túneles ninguno la presionó para que lo hiciera. Niké por su lado no tenía mucho cambio, solo no volaba ahora que tenía oportunidad. Y en cuanto a Kirok, él estaba inusualmente callado; creí que lo sucedido con Andrew le daría algunos comentarios ocurrentes para la situación, pero se mantuvo a raya y no dijo nada al respecto. A lo mejor leyó mi humor.
El más extraño era Andrew. No solo no había dicho nada desde nuestra charla, sino que ahora conservaba una distancia prudente entre nosotros. Eso no me gustaba, no era buena señal. Tenía la cabeza gacha y una mirada perdida, a pesar de que su cuerpo mantenía una postura de alerta su cabeza parecía estar en otro plano.
Suspiré cuando retiré la mirada sobre él, abatida y con menos energía. Nuestra conversación se llevó más de mí de lo que quería admitir, y no me sentía preparada ni física ni emocionalmente para soportar una pelea contra alguna deidad.
Caminamos por varios minutos sobre la extensa playa, hasta que el océano se hizo más grande y más cercano. La brisa tomó fuerza, aumentando el sabor a sal en el ambiente y resecando mi piel. Hacía algo de frio, pero mezclado con calor; un clima extraño.
Las nubes ocultaron los soles, anunciando una especie de tormenta. Quise preguntar sobre cómo eran las tormentas en Kamigami, pero una parte de mí no quería saberlo.
At frenó cerca de la orilla, donde el mar comenzaba a extenderse a lo lejos. El agua se veía morada, completamente morada, de un tono oscuro concentrado. Brillaba aun sin la luz del sol directa, al igual que la arena y los ríos que nos topamos en el camino, como si estuviera formado por pequeños cristales.
La diosa transparente señaló al horizonte.
«—Al norte, a tal vez unos tres mil kilómetros. Si vamos nadando nos tomará casi dos días helios. Pero deben dormir, y no tendremos suficiente velocidad.»
Se mostró pensativa. Ahí supe que ella estuvo pensando en una forma de cruzar el Océano Hydros desde que atravesamos el portal. Ella era así de precavida. ¿Y aun así no tenía una idea de cómo hacerlo?
—Podríamos cruzarlo en barco —comentó Cailye de pronto, en voz baja. Aun se veía afectada por lo que pasó, e incluso cuando habló lo hizo con la cabeza gacha—. Nos funcionó la última vez.
At la miró con atención, pero fue Kirok quien le respondió:
—Las tormentas en Kamigami no se toman a la ligera, y en mar es mucho peor —Se encogió de hombros y le sonrió con mofa—. Es demasiado peligroso cruzarlo por la superficie, algo nos comería primero o la misma tormenta nos descuartizaría. El clima aquí es bastante complicado.
Cailye parpadeó un par de veces y se quedó callada. Estuve a punto de sugerir la idea de cruzarla por aire con magia de vuelo, pero Niké me ganó la palabra.
—Será imposible volar, la magia se les agotaría antes de llegar y quedarían a la deriva —dijo, y automáticamente Cailye la miró con el brillo de una idea en sus ojos—. No —declaró la diosa con determinación al leer los ojos de la rubia—. No puedo llevarlos por tanto tiempo, mis alas no lo soportarían.
Y de nuevo Cailye se apagó.
—¿Y entones cómo se supone que llegaremos a Gea Hija Norte? —pregunté, cruzando mis brazos.
Pero todos se quedaron callados, pensando. Nos quedamos un momento así, en silencio y pensando en algo para conseguirlo. Tanto los Knigth como las diosas y mi familiar se sumergieron en el tema. Revisaron de nuevo el mapa, y pensaron en diferentes formas para llegar, pero At las descartaba todas. No había caminos submarinos, no había atajos o portales que nos transportaran.
Fue así como comenzó un intenso debate, intercambio de ideas y rechazos a esas ideas. Todos participaron, incluso Cailye, pero yo decidí guardar silencio y meditar.
No tenía caso discutir, por lo que jugué con la arena con mis pies en una forma de relajación, y miré el horizonte violeta intentando encontrar algo.
El agua se movía, se oían sus olas, se sentía en la piel, como un ser viviente más. Y quizá así era.
Fue entonces cuando el bombillo en mi cabeza se encendió.
—Oigan —gané su atención— ¿y si pedimos ayuda?
—¿De qué hablas? —preguntó mi familiar.
Me acerqué a ellos en un par de pasos.
—Hay muchos habitantes en al mar, de seguro alguno estará dispuesto a ayudarnos. Debe haber formas de cruzarlo, de alguna manera ellos se mueven, ¿o no?
Pero antes de que alguno pudiera contestar, el agua a mi espalda se movió. Me di la vuelta en cuando me di cuenta de que todos tenían los ojos sobre lo que fuera que estuviera a mi espalda.
El agua se elevó con hermosas formas y curvas, como si levitara en el aire, y pronto esa misma agua formó el cuerpo de una mujer. Al comienzo se veía como una escultura de agua, pero poco a poco el agua se deslizó por su cuerpo dejando ver su piel y sus facciones.
El resultado de aquel espectáculo de agua fue una mujer joven, con un vestido largo de color azul marino y una tiara plateada en la frente. La recién llegada tenía el cabello muy rizado y negro, de piel morena, y brazaletes plateados en sus brazos y piernas.
El escote de su vestido dejaba ver una marca en su pecho, justo entre sus senos, que se ramificaba y parecía formar gotas de agua. Eso fue todo lo que necesité para saber que ella era una ninfa.
Abrió sus ojos despacio, y éstos eran de un intenso color azul, mucho más azules que los de Evan. Sonrió en cuanto levantó la cabeza y se fijó en nosotros. Nos miró a los cinco con curiosidad, sin dejar su amable sonrisa en ningún momento.
Se inclinó en una pequeña reverencia.
—Dioses Guardianes, es un honor conocerlos y darles la bienvenida al Mar Neptuno —Se enderezó y nos miró con atención—. Mi nombre es Clare, pertenezco al clan de las Oceánidas de Poseidón como parte de su corte. Y he venido como su enviada para escoltarlos al templo de Poseidón.
La sorpresa en mi rostro se replicó en la de Cailye, mi familiar y Niké. Estaba confundida, como si me hubiera perdido de algo importante.
—Disculpa, ¿qué? —tan solo dije.
Ella en respuesta conservó su sonrisa y se explicó mejor:
—El señor Poseidón me ha enviado para llevarlos a su templo, ahí los esperan un grupo de hipocampos que los llevarán a Gea Hija Norte en menos de un día helio. Todo está preparado, solo hace falta que me acompañen.
¿Acaso era la única que veía aquel ofrecimiento como caído del cielo? Sonreí, mi rostro se iluminó al oír aquello. Esa era nuestra salvación, la respuesta que estábamos esperando.
Pero aun así, ¿Evan? ¿Cómo? ¿Por qué no nos lo dijo? Si tenía eso planeado desde el comienzo debió decírnoslo antes de cruzar el portal. Y además, ¿cómo era que se llevaba tan bien con las oceánidas? Nada de eso tenía sentido, era demasiado improvisto.
Avancé unos pasos, pero Andrew me detuvo el camino cuando cruzó su brazo frente a mí. Miró a la ninfa con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo que te ha enviado? —inquirió— ¿Habló contigo? ¿Qué fue lo que dijo?
Clare conservó su postura y su expresión, y miró a Andrew a los ojos con toda la calma del mundo.
—Así es, señor Apolo, y dijo que si usted tenía dudas recordara sus palabras durante el incendio la noche que todo cambió.
Noté la forma en la que Andrew se estremeció, y acto seguido dejó caer el brazo que se cruzaba frente a mí. Miró con estupefacción a la oceánida, como si fuera un espejismo, pero dudaba que en verdad la estuviera viendo a ella.
—¿Dijiste hipocampos? —pregunté en vista del silencio de Andrew—. ¿Cuánto nos tomará llegar al templo?
Clare posó su azul mirada sobre mí entonces.
—Eso dije, Lady Atenea. No más de unas horas, no se encuentra lejos. Una vez allí podrán seguir su camino con los hipocampos, como mencioné, todo está listo.
Los hipocampos eran una mezcla entre caballos y peces, de gran tamaño y por lo que sabía muy veloces. Eran salvajes, difíciles de domar, solo los que estaban domesticados se podían usar como transporte. Nunca lo consideré, por lo que sabía eran peligrosos con el jinete incorrecto.
Miré a Andrew en busca de su opinión. Sabía que él desconfiaba de todo, y por lo general tenía razón, pero esa era una oportunidad que no podíamos dejar pasar por muy conveniente que se viera.
Él me devolvió la mirada, aun confundido, y lo único que hizo fue asentir. Sonreí por toda respuesta y me volví hacia la ninfa.
—Llévanos —le pedí, a lo que ella asintió con gusto.
«—¿Estás segura? —preguntó At, ahora a mi lado, observando a la ninfa de la misma forma que Andrew lo hacía al comienzo—. Suena demasiado bueno.»
Asentí y me volví hacia los demás. Y cuando hablé, aunque sonó para ellos, en realidad me dirigía a At.
—Confío en Evan, y él la envió. No necesito más evidencias.
Cailye dejó que una gran sonrisa se extendiera por su rostro, de acuerdo conmigo.
—Síganme —dijo Clare, dándose la vuelta hacia el océano—. Sé que tienen prisa.
At dejó salir un suspiro mientras la ninfa se sumergía en el agua violeta de nuevo, desapareciendo de nuestra vista.
Y fue ahí, justo antes de entrar al agua, que caí en cuanta que no podía respirar bajo el agua. Gran detalle.
—At...
Ella me lanzó una mirada dura y se enfocó en el océano, con su usual postura recta y seria.
«—Solo deben pedir permiso. El océano está vivo, si quieren nadar en él le deben mostrar respeto y él los dejará respirar bajo el agua como cualquier otro residente marino. Hydros solo busca respeto y conciencia, si no lo ofenden estarán bien.»
Los demás pasaron por mi lado y se agacharon justo donde el agua acariciaba la arena. Tanto Niké como mi familiar fueron los primeros en hacerlo, mostrándonos cómo se hacía.
Los dos sumergieron sus manos en el agua lila, cerraron los ojos y murmuraron con palabras suaves una petición de la que apenas alcancé a distinguir las palabras. Una ligera corriente de viento movió la arena y acarició sus cuerpos, como una delicada caricia. Y luego sus cuerpos comenzaron a transformarse en agua; de la misma forma que Clare apareció ellos se desvanecieron, como si fueran cuerpos de agua que regresaban a su fuente.
Cailye se agachó, emocionada, y sin espera hundió su mano en el agua con un brillo especial es sus ojos. Imité sus movimientos igual que su hermano, quien aún parecía estar ausente, hundido en sus pensamientos.
«Como agua a su fuente, como dioses a su nicho.
Yo a ti te pido permiso».
Recité al unísono con mis amigos. Sentí el viento rozando mi piel, como murmullos, y luego mi cuerpo cosquilleó como si se me adormeciera poco a poco. Primero los pies, las manos, y pronto alcanzó mi pecho y mi cabeza.
Alcancé a ver cómo mi cuerpo se convertía en agua cuando de repente todo fue luz. Algo muy brillante me cegó por unos segundos. No sentí mi cuerpo ese tiempo, hasta que recuperé el control sobre él.
Abrí los ojos de golpe en cuanto el brillo cesó, sentí mi cuerpo ligero, sin nada de gravedad, y cuando pude ver lo que había en mi entorno me di cuenta de que ahora me encontraba en el mar.
Pero no era como me lo esperaba.
Todo estaba lleno de luz. Todo brillaba. El agua parecía cristal a pesar de su leve tono lila, y por todas partes daba la impresión de que había pequeños diamantes flotando porque la luz rebotaba por todas partes. Todo era claridad, a pesar de lo que aparentaba podía ver a la perfección.
Las burbujas danzaban sin seguir su ruta normal hacia la superficie, mi cuerpo se movía con un control y libertad que no tenía cuando nadaba en casa, y parecía que mi piel absorbiera la magia que flotaba por todo el lugar.
La luz se reflejaba en la superficie y se proyectaba por todo el lugar, y al seguir la dirección de dichos reflejos me percaté de las plantas que cubrían el fondo del mar, como un arrecife muy superficial. Algas, corales, moluscos, crustáceos y anemonas entre otras se encontraban ahí, pero aunque en apariencia lucían como los de la Tierra, éstos parecían hechos de cristal. Eran brillantes, recubiertos con algo que permitía que proyectaran la luz.
Quise acercarme para verlos mejor, pues parecían joyas olvidadas, llenas de luz y majestuosidad, pero el cuerpo de Clare se interpuso en mi camino. Me miró con la misma cortesía de antes, y me dedicó una sonrisa.
—Les recomiendo no tocarlos, no son muy hospitalarios con los visitantes —advirtió—. Observarlos de lejos es lo recomendado, lo mismo para las plantas del templo y sus alrededores.
Asentí sin más, viendo cómo su cabello flotaba con el agua. A mi lado el de Cailye se movía igual, y el de Niké parecía emanar vapor. Mi cabello las imitaba, y no solo eso, a pesar de que mi cuerpo reaccionaba como lo haría dentro del agua, no tenía problemas con respirar. No se sentía como si nadara, más como si flotara en un espacio de gravedad cero.
—Por aquí —indicó la ninfa.
Mis amigos y yo intercambiamos una mirada y la seguimos. Me tomó un momento saber cómo manejar mi cuerpo, hasta que entendí que solo tenía que nadar como lo haría en una piscina.
Era como estar en el agua pero sin estarlo. Sentía la humedad en mi piel y el cambio de temperatura, pero por dentro no parecía haber gran cambio.
Observé los ecosistemas bajo nosotros con asombro. Sus colores y su brillo eran atrayentes, como si te susurraran que los tocaras, irresistibles. Pero puse toda mi voluntad en no bajar a curiosear; ya sabía que no debía confiar en esas cosas en ese mundo.
Nadamos por un buen rato en silencio, tal vez dos o tres horas, observando el alrededor, hasta que por fin Andrew rompió aquel silencio.
—¿Han estado en contacto con Poseidón todo este tiempo? —le preguntó a Clare.
Noté la sonrisa de perfil de la ninfa, como si esperara algo parecido de él en algún momento.
—Desde la abertura de los portales, señor Apolo —respondió la mujer con total naturalidad—. La magia de Poseidón siempre ha estado en los mares de Kamigami, han sobrevivido gracias a la energía que quedó de él antes de lo que pasó. Cuando los portales volvieron a operar la comunicación se restauró.
Andrew frunció el ceño ante su explicación. ¿Qué era lo que le inquietaba al respecto?
—¿Hablan seguido con él? —pregunté entonces—. Es solo que él nunca mencionó nada.
Clare no cambió su postura.
—A veces. Ha estado muy ocupado, solo se comunica con nosotros cuando es necesario. Hemos mantenido el océano en buen estado en su ausencia, confía en nosotros.
Parecía que hablábamos de dos personas diferentes. ¿Por qué Evan no lo dijo antes? Ese era un detalle gigantesco y muy importante, algo que sin duda se podría mencionar en una reunión o en una conversación casual.
—¿Cuántos son? —continué—. Por como hablas parece que te refirieras a cientos.
La sonrisa de la oceánida se transformó en orgullo, seguridad, cuando contestó.
—Lo somos. Para velar por la armonía de las aguas debemos ser suficientes. Nos encontrarás en cada rincón del océano.
Las ninfas eran de las deidades que más me agradaban. Su conexión con la naturaleza era simplemente bella, eran parte de ella, era algo que nuestros poderes como dioses solo podían imaginar. La magia de las ninfas era preciosa, desde bailes a la luz de la luna hasta el control sobre el agua o las plantas. Eran espíritus, espíritus de la naturaleza.
—Y ustedes... —comencé— ¿nos ayudarán? Sabemos que es mucho pedir, también deben temer la magia de Pandora, pero nos están ayudando ahora así que supuse...
Ella dejó salir una risita y se volvió hacia mí.
—Haremos lo que Poseidón nos pida que hagamos, le debemos lealtad —contestó con simpleza—. Si quiere que luchemos lo haremos, no tenemos inconveniente con eso. Nuestra cultura vive preparada para la muerte, y creemos que tener una razón para morir es importante, vital, para entender por qué vivimos.
Tan solo la miré. Sin duda alguna cada comunidad de ese mundo tenía una forma diferente de ver las cosas. Perspectiva. Ahora me daba cuenta de lo importante que era conocer la de los demás.
Me miró con más énfasis, con una mirada efervescente, una mirada valiente.
»Es cierto que somos longevos, pero no eternos, y de morir nos honraría que fuera por una causa —Sus ojos brillaron—. ¿Y por qué vive usted, Lady Atenea? Vivir no se trata solo de mantenerse con vida, es más que eso, y si no tienes algo que te mantenga vivo de nada servirá tu muerte.
Me quedé callada ante su pregunta. No quise responder, por alguna razón la respuesta obvia y verdadera no salió de mi boca.
Avanzamos en silencio luego de eso. Y a algunos kilómetros de la playa los peces comenzaron a aparecer. Peces con forma de globo y otros alargados, que nadaban de diferentes formas, pero todos lucían igual que las algas y los corales: brillantes, como si fueran hechos de cristal.
Nadamos lejos de ellos, evitando cualquier roce, y poco a poco el océano se hacía más y más grande.
Bajo nosotros el arrecife se había quedado atrás. Había algunos corales y algas, pero más que todo era la arena del fondo del mar y algunos caminos que llevaban a partes más oscuras. La superficie estaba muy arriba, demasiado para subir a echar un ojo.
Y sin importar qué tan profundo fuéramos, qué tanto nadáramos, el agua seguía brillante, resplandeciente, como si se tratara de un oasis.
—¿Qué han escuchado al respecto? —preguntó entonces Andrew, de la nada—. Además de lo que Poseidón les ha dicho.
La oceánida siguió con su ritmo y contestó sin voltearlo a mirar.
—Lo mismo que se dice en todo Kamigami. Su disputa con Pandora. Aunque, dependiendo de a quien le pregunte, le dará respuestas diferentes sobre la razón de dicho conflicto. Todos saben que algo pasa entre ustedes, pero cada quien tiene su propia versión de por qué.
—Y según lo que han oído, ¿en general hacia dónde se inclinan? —continuó. No sabía por qué a Andrew le importaba tanto los rumores que circulaban por Kamigami.
Una expresión más seria se apoderó del rostro de la ninfa, menguando su cálida sonrisa.
—Las cosas se han complicado desde que se corrió el rumor de una guerra contra el reino de Pandora. Es más grande que ustedes ahora, demasiado para quedarse fuera o ignorarlo; y si me lo pregunta pienso que la opinión general está muy polarizada. Ya no es una disputa entre Pandora y los Dioses Guardianes, es una guerra entre dioses y deidades. Si no perteneces a un lado perteneces al otro, no hay puntos medios. Es por eso que necesitarán toda la ayuda posible.
De repente la ninfa se detuvo. Los demás la imitamos por extensión, mientras ella se quedaba observando un punto fijo a lo lejos. Agudicé mi visión para ver lo que ella veía, pero no distinguí nada importante.
Clare se tensó al instante, y una expresión de rudeza reemplazó su serenidad y amabilidad previa.
—¿Qué...? —comencé.
—Por aquí —me cortó.
Nadó hacia abajo, desviándonos de nuestra ruta, directo hacia una agrupación de rocas y corales que cubrían gran parte del fondo. Tardamos un segundo en seguirla, y Andrew fue el primero en hacerlo, como si supiera qué era lo que pasaba.
Clare nos guio a las rocas, ocultas entre los corales y las algas, ubicándonos a cada uno en un espacio reducido donde la luz de los helios era poca. Me encogí en mi pequeño rincón, con las rocas rozando mi espalda y las algas haciéndome cosquillas en la nariz. La ninfa se ubicó a mi lado, igual de recogida que yo, mientras los demás se encontraban frente a nosotras de la misma forma.
Escondidos entre los corales y las algas, éramos casi indetectables. Estábamos muy abajo como para que nos vieran si algo pasaba por nuestro lado; era un buen escondite. Pero, ¿esconderse de quién?
Clare movió sus manos, creando una pequeña esfera blanca que se mezclaba con el agua. Estiró el brazo y aquella esfera se esfumó, o mejor dicho, se alejó. Fue como si se tratara de viento que podía ver, como tirar un beso al aire pero en este caso en el agua.
—¿Por qué...? —intenté preguntar, pero Clare me hizo la señal de silencio con una mirada seria como acompañante.
—Son sirenas, muy cerca, pasarán por aquí en cualquier momento —explicó ella en apenas un susurro. Debió notar la interrogante en mi rostro debido a que continuó—. Aunque son Seres de Luz son muy ambiciosas, si los ven querrán conseguir la Luz de la Esperanza.
Mi rostro palideció, y el de Andrew se volvió de concreto mientras At lo degollaba con la mirada. ¿La Luz de la Esperanza? ¿Las sirenas? ¿Cómo era que ellas...?
Abrí mi boca para preguntar, preocupada, pero Clare ubicó su mano sobre mi boca justo cuando aquellas presencias de luz se hicieron presentes. Cerca, muy cerca.
Me acurruqué más en mi lugar, con mil preguntas en mi ya de por sí saturada cabeza.
—¿Segura que es por aquí? —oí que preguntó una voz a unos metros de nosotros.
—Por supuesto —contestó otra voz, femenina como la primera pero de un tono más suave—. Un grupo de sátiros los vieron entrar en la playa blanca. No pueden estar lejos, si van hacia el Templo de Poseidón esta es la ruta más corta.
—¿Y cómo estás tan segura de que se dirigen ahí? —dijo una voz más.
Me fijé en la arena cerca de mi cuerpo, en la luz y las sombras, y logré distinguir las siluetas de aquellos seres místicos. Vi sus colas en la arena, la forma de sus dorsos, cómo se movía su cabello como respuesta al movimiento. Y noté el número. Ocho, o tal vez más. Nadaban demasiado cerca de nosotros.
Su velocidad disminuyó, deteniéndose a unos metros de nuestro escondite.
—Por lo que oí han estado visitando los templos de aquí al Portal —contestó a la pregunta la que se oía a la cabeza, la de la voz suave—. Lo más seguro es que también hagan una parada en el Reino del Océano.
Kirok, frente a mí, me lanzó una mirada que decía «te lo dije». Lo miré mal y me concentré en la conversación del grupo de sirenas a metros de nosotros.
—¿Y por qué no esperarlos al límite con Gea Hija Norte? —rebatió otra sirena, una nueva voz— Si lo que dijo la oréade es verdad estarán cansados cuando lleguen, un momento perfecto para atacar.
—Son aguas peligrosas, Blue, cualquiera lo sabe. Si no los mata un aliado de Pandora lo hará el océano; debemos hallarlos antes de que eso ocurra.
Mis dedos estaban comenzando a dormirse y mi cuerpo estaba perdiendo temperatura debido a la quietud. ¿Por qué no pasaban rápido?
—Además, están cerca, puedo sentirlos —continuó la sirena de voz suave—. El poder de ese demonio que los acompaña no pasa desapercibido.
Automáticamente nuestros cayeron sobre Kirok, pero él solo negó en defensa propia. No podíamos ocultar nuestras presencias, pero por lo que sabía de mi familiar él sí podía. Lo miré con seriedad, esperando que entendiera el mensaje. Él asintió y tan solo respiró, relajó su cuerpo, como camaleón tratando de camuflarse.
—Perla, no quiero ser aguafiestas —dijo otra sirena—, pero no siento nada. La magia oscura que sentimos antes se esfumó. Creo que todo fue una broma de esos sátiros, todos dicen muchas cosas por estos días.
Se oyó un gruñido de frustración, y una de las sombras nadó de lado a lado con rapidez.
—No nos iremos a casa hasta encontrarlos —replicó Perla, la sirena de suave voz que parecía ser la más segura del grupo—. Es nuestra oportunidad, si no los encontramos mientras estén en el océano alguien nos ganará. Recuerden, hermanas, necesitamos ese poder, si Pandora lo obtiene jamás podremos poner un dedo sobre él.
¿Poder? ¿Hablaban de la Luz de la Esperanza?
—Perla... Ni siquiera sabemos si la trajeron con ellos. Puede estar en la Tierra, o en el Olimpo, o con los demás Dioses Guardianes...
—¡Están en alguna parte! —exclamó la sirena, Perla— Ustedes también lo sintieron. El poder que desprendió... ¡Se sintió incluso en el océano! No hay nada que se sienta igual, solo pueden ser ellos. Algo capaz de producir una onda de magia de ese tamaño solo puede ser la Luz de la Esperanza. La tienen con ellos, estoy segura.
Fijé mis ojos sobre At, preguntándole miles de cosas con la mirada, pero ella tan solo me sostuvo la mirada y se movió, asomando su cuerpo sobre las rocas para ver a las sirenas.
No pude soportar más la posición de mi cuerpo. Estaba apretada y entumecida. Me moví un poco, solo un poco para acomodar mis brazos, pero en el proceso una concha que se encontraba cerca salió rodando sobre la arena, lejos de las rocas y las algas.
At me miró de una forma que congeló mis venas mientras los demás observaron la concha; Clare tensó sus hombros.
—¿Vieron eso? —inquirió Perla.
La sombra de quien creía que era Perla seguía moviéndose, y cuando ésta se hizo más grande supe que dicha criatura estaba cerca. Peligrosamente cerca. Su sombra nadaba hacia nosotros ahora, despacio, cautelosa.
—¿Ver qué, Perla? —cuestionó una de las sirenas que ya había hablado— Todo esto te está afectando demasiado. Debemos ir a casa y descansar. Si tanto te preocupa que se acerquen al Templo de Poseidón iremos con más sirenas, pero por ahora debemos retirarnos.
Pero Perla al parecer no le hizo caso. No se detuvo. Comenzaba a pensar que estaría lo suficientemente cerca para sentir nuestras esencias, la presencia de un dios.
—¿Y pretendes entrar en guerra con las oceánidas otra vez? —replicó otra sirena—. La última vez perdimos a más de la mitad de nuestras hermanas y casi todos nuestros hermanos. Y también perdimos a Pisínoe. No soportaremos otra guerra contra el Reino del Océano.
Se oyó un bufido impaciente.
—A lo que me refiero es que si están ahí o estarán en algún momento tendrán que salir. Y además, dudo que conserven la protección de esas ninfas todo el tiempo. El océano es un lugar amplio, hay lugares donde ellas no pueden estar.
Contuve la respiración en cuanto supe que Perla estaba justo al otro lado de las rocas. Las algas seguían ocultándonos, pero si a ella se le ocurría dar la vuelta...
—¿Quieren callarse las dos? —exigió Perla. Podía oír su voz como si estuviera a un par de metros—. Creo que aquí hay algo, me pareció sentir un poder extraño...
Andrew se movió rápido. Solo sacudió sus manos y una pequeña luz apareció en sus dedos. Decidido, estrujó la lucecita como si nada, con fuerza, y en respuesta un horrible pitido llenó el ambiente.
El agua retumbó ante las vibraciones, las burbujas se volvieron locas, el sonido pareció remover el océano completo. Fue tanto el cambio que estaba segura que causaría un maremoto.
No dejó de apretarla, y de igual forma el sonido no se apagaba. Al contrario, aumentó su volumen y su frecuencia, haciéndolo más agudo.
Intenté mandar mis manos a los oídos pero no fui capaz, el agua y sus vibraciones tenían a todo aprisionado, como si el océano se hubiera asustado y en respuesta se hubiera paralizado con nosotros adentro. El agua se sintió pesada, densa, como gelatina, y sentía que en cualquier momento perdería la capacidad de percepción a mi entorno.
El grito de las sirenas se confundió con el pito generado por la magia de Andrew, intensificando el caos auditivo de cuyas vibraciones incluso influenciaban sobre el movimiento del agua. Ya no sabía qué ocasionaba más alteración en el océano, si la magia auditiva de Andrew o los gritos de dolor de las sirenas.
Perla retrocedió, las sombras de las otras sirenas también, y todas se movieron como si algo hubiera entrado a sus cuerpos. Estaba tan sumergida en el sonido, observando a las sirenas moverse desesperadamente y nadando con torpeza, tan atrapada por las vibraciones que cuando Clare apretó mi brazo pegué un brinco de sorpresa.
La miré, y ella a su vez observaba algo a lo lejos. Vi borroso, no podía concentrarme porque sentía mis tímpanos a punto de explotar, pero parecía una mancha oscura pequeña, que conforme avanzaba se hacía más grande.
La ninfa hizo una señal hacia Andrew, y justo entonces él liberó la luz, deteniendo el terrible sonido que sacudía el océano. Me quedé sorda por un momento a causa del cambio abrupto de percepción, mientras observaba mejor lo que antes parecía una mancha; en realidad se trataba de un grupo de personas nadando hacia nosotros. Conforme se acercaban noté su forma de vestir, las marcas en sus cuerpos, las lanzas en sus manos y sus tonos de piel idénticos a los de Clare.
Un grupo grande, más o menos de treinta oceánidas, entre hombres y mujeres, como un batallón.
—De-Debemos irnos —oí que masculló Perla a unos metros de nosotros, pero se oía adolorida, débil—. Ahora. Llegarán en cualquier segundo.
Vi las sombras moverse, en especial seguí el movimiento de sus colas, observando cómo nadaban en dirección contraria a donde nos escondíamos.
Contuve el aliento como si nos fueran a ver si respiraba, y me quedé muy quieta mientras el grupo de ninfas se acercaba a nuestra ubicación y las sirenas se alejaban.
Respiré en cuando las sentí lejos de nosotros, justo cuando Clare me haló del brazo para sacarme del hueco donde nos escondíamos.
Nadamos hacia arriba para reunirnos con el grupo que acababa de llegar, y cuando nos encontramos frente a frente ellos se detuvieron. De cerca pude ver mejor sus apariencias, muy similares a la de Clare, y además iban vestidos con una especie de armadura de cristal o algo parecido, ligera me dio la impresión. Brillaban con colores suaves, de tal forma que prácticamente se camuflaban con el tono del agua y el resplandor del ambiente.
Todos tenían los ojos azules, variando en el tono, y el cabello de las mujeres iba recogido en una cola alta y rizada. El tono moreno de su piel resaltaba el color de sus ojos y en especial los tatuajes que eran muy visibles. Era como si todo en ellos quisiera anunciar que eran oceánidas.
Eran bastantes, y formaron una línea frente a nosotros. Uno de ellos, un hombre de gran estatura y cabello oscuro igual de rizado que el de las mujeres, el que parecía comandar el movimiento, avanzó unos pasos y saludó con la cabeza a Clare. Tenía las marcas que se ramificaban en la mitad de su rostro, como elegantes tatuajes.
—Recibimos su mensaje, vocera Clare. Estamos para servir.
La ninfa a mi lado asintió a modo de agradecimiento, y fue entonces cuando el hombre posó sus ojos sobre nosotros. Sus ojos eran igual de azules que los de Clare, e igual de pacíficos que los de Evan.
La ninfa se volvió hacia nosotros y nos presentó al hombre, obviando la presencia de todas las demás ninfas y sus ojos sobre nosotros.
—Dioses Guardianes, él es el comandante Luke, está a cargo del cuerpo de defensa del Reino del Océano —presentó Clare, de nuevo con su sonrisa amable—. Todo lo que respecta a tácticas de guerra, tanto en ofensiva como defensiva, pasa a través de él.
El hombre, que ahora viéndolo más de cerca lucía en sus treinta, hizo una pequeña reverencia en nuestra dirección.
—Es un gran placer conocerlos en persona, Dioses Guardianes. De ustedes es de lo único que se habla desde hace un tiempo, me temo que su fama y situación los precede —Nos dedicó una ligera sonrisa—. Los escoltaremos hasta el templo de Poseidón a partir de ahora, estos terrenos pueden ser peligrosos para quienes no se saben mover con libertad en el agua.
Andrew lo miró de pies a cabeza, igual que a los demás, pero se quedó callado. Su hermana tampoco añadió nada, y en vista de que de seguro ni Kirok o Niké abrirían la boca, me moví hacia adelante y di la cara por el grupo.
—Se los agradecemos. En ese momento necesitamos cualquier ayuda que puedan ofrecer.
Él asintió una vez más y movió la mano en círculos. El resto de su grupo se reacomodó, formando a nuestro alrededor una especie de formación de protección, encerrándonos en el centro. Y así comenzaron a moverse, llevándonos con ellos.
Nadamos resguardados por su barrera, mientras ellos vigilaban el entorno con ojos alerta. El comandante Luke iba al frente, guiando la operación, mientras Clare iba más cerca de nosotros.
Me di cuenta que ellos iban a un ritmo moderado, tal vez debido a nosotros. No éramos expertos en el agua, y de hecho Niké tenía algunos problemas con manejar su cuerpo sin sus alas, por lo que nuestro avance de seguro era considerablemente más lento que el de las ninfas.
Me sorprendió que pensaran en ese detalle, y en todo lo que respectaba a nuestra visita se portaban muy atentos. No podía evitar pensar que había algo raro en todo eso más allá del secretismo de Evan. Se sentía como si todos estuvieran al tanto de un hecho que yo ignoraba, y no se sentía bien.
—Las sirenas... —mencioné— ¿Qué pasó entre ustedes?
Clare sonrió antes de responder.
—Es una larga historia —contestó con simpleza—. Los habitantes del agua siempre hemos tenido nuestras diferencias, y al contrario de las sirenas y tritones, las oceánidas hemos contado con la bendición de un dios. Significa una gran diferencia de poder, y eso nunca les agradó.
—Cualquier comunidad o especie, si es bendecido por un dios, obtendrá mayor poder que aquellos que no lo están —completó el comandante Luke sin dirigirnos la mirada—. Es por eso que ellas y muchas otras deidades buscan la Luz de la Esperanza, lo único capaz de controlar e incluso sobrepasar el poder de los dioses.
Así que a eso se debía, pensé para mis adentros. Las musas, las sacerdotisas que aun conservaban su título, las ninfas que servían a los dioses... Por eso todas esas deidades estaban dispuestas a ayudar a los dioses, porque contaban con su bendición.
Si me detenía a pensarlo un poco las ninfas que habíamos conocido hasta ese momento eran muy diferentes, más allá de su tipo de magia ellas eran distintas. Las dríades, oréades y oceánidas, todas tenían un nivel de poder diferente. Clare se sentía muy distinto a Diana.
Pero de ser así, ¿en realidad cuántas deidades buscaban la Luz de la Esperanza? Sin mencionar a Pandora y ahora a las sirenas, ¿quién más la buscaba, de quién más me tendría que cuidar?
—Oí que las sirenas buscan la Luz de la Esperanza para potenciar su voz hasta los oídos de los dioses, así podrán controlarlos —dijo Clare—. Su poder es limitado, pero si cuentan con la Luz de la Esperanza es muy posible que lo consigan. La avaricia es de sus mayores rasgos, de tener la oportunidad de reinar sobre los dioses lo harán.
Miré a At cerca de mí, pues yo aún no llegaba a entender del todo a las criaturas marinas.
«—Las sirenas hipnotizan con su canto, pero solo si el receptor posee menos poder que ellas —explicó como si se hubiera acostumbrado a ser una enciclopedia andante—. Es por esa razón que su voz no afecta a los dioses, y por si te lo preguntas no, tampoco lo hace con ustedes. El único poder de las sirenas es su canto, no son más que eso.»
El resto del camino lo recorrimos en silencio. Nos sumergimos más profundo cuando me di cuenta, y ahora las plantas y los peces se veían más brillantes, fluorescentes, lo que le daba al lugar una sensación de fantasía. Eran las únicas fuentes de luz además de la luz de los soles que a duras penas llegaba hasta nosotros.
Estaba tan distraída mirando las plantas y los peces que cuando las oceánidas a nuestro alrededor disminuyeron la velocidad, me choqué contra la espalda de Andrew.
Sacudí mi cabeza y aterricé de nuevo en la realidad. Entorné mis ojos, acostumbrándolos a la nueva cantidad de luz. Al comienzo me cegó, pero poco a poco fui captando el brillo que desprendía el nuevo paisaje.
Un inmenso castillo que se alzaba frente mis ojos fue lo primero que captó mi atención. Parecía hecho de cristal, brillaba con luz propia como si se tratara de un diamante azul, siendo como un gran faro en medio del océano.
Era más grande que los templos de los hermanos, tal vez unas tres o cuatro veces su tamaño, y contaba con múltiples ventanas y puertas, con niveles de diferente tamaño al igual que las torres. Parecía un castillo de la realeza, o mucho más impresionante.
En la punta de la torre más alta alcanzaba a ver un símbolo, pero no distinguí de qué se trataba desde tan lejos, y si me fijaba bien alcanzaba a distinguir a las oceánidas yendo de un lugar a otro.
A los pies del castillo se extendía lo que parecía un pueblo. Las casas tenían diversas formas, y brillaban de distintos colores pastel pero todas hechas de lo mismo que el castillo. Las ninfas nadaban de un lugar a otro, sumergidos todos en sus propios asuntos mientras el grupo del comandante nos escoltaba en dirección al templo.
Las plantas acompañaban las construcciones como si fueran compañeros inseparables, al igual que los peces de antes. Bajo nosotros había ninfas de todas las edades. Algunos se veían jóvenes, otros más ancianos, y otros pasarían por niños sin problemas.
Aquello ya no era una comunidad, parecía una ciudad en todo su esplendor. Una pequeña metrópolis en medio de la oscuridad del océano, en la profundidad del mar.
Andrew me tomó de la mano cuando notó que me quedaba atrás, y yo lo dejé cargar conmigo mientras me concentraba en la ciudad bajo nosotros. Dejé de hacer esfuerzo, a lo que oí un gruñido de su parte al cargar con mi peso y hacer el trabajo por los dos.
Todo lucía tan... mágico. Diferente a Gea Hija Sur, era algo que nunca me imaginé. El castillo se encontraba en la mitad de aquella ciudad, y a su alrededor la ciudad se extendía como una estrella. Desde la superficie debería verse precioso debido a la cantidad de luz que todo ese lugar proyectaba.
Algunas ninfas se quedaron mirándonos al pasar, susurrando, otras solo nos dieron una ojeada y continuaron con lo suyo. A simple vista todo parecía funcionar, como una verdadera civilización. Me acostumbré a los grupos más independientes y salvajes, como el grupo de las musas y de Diana, por lo que encontrarme con todo un asentamiento organizado era extraño. Llegué a pensar que todos en Kamigami vivían así.
Pero cada grupo de deidades era tan diferente a las otras... Y esa era su belleza, la belleza de ese mundo.
Nos detuvimos frente a una gran puerta de cristal entonces. Las oceánidas que nos escoltaban se hicieron a un lado para dejarnos pasar, y formaron dos hileras a lado y lado de nosotros.
La puerta era grande, y a lado y lado había dos estatuas de cristal, ambas mujeres, ambas ninfas con las manos invitándonos a entrar. Si miraba hacia arriba la inmensidad del castillo me intimidaría, estaba segura.
El comandante y Clare se quedaron frente a la puerta y se giraron hacia nosotros, los dos con una sonrisa de bienvenida en sus rostros.
—Dioses Guardianes, diosa de la victoria, y mensajero del infierno —anunció la ninfa—. Nos complace darles la bienvenida formalmente al Reino del Océano, sean invitados a entrar al Templo de Poseidón. Cuentan con nuestro apoyo en lo que necesiten, solo deben hacérnoslo saber.
Clare asintió hacia el comandante, y de inmediato la gran puerta que parecía hecha de cristal se abrió ante nosotros.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro