17. Una verdad que duele
Sacrifice - Zella Day
Despedirnos de las ninfas tardó más de lo que pensamos. Una parte de ellas no quería dejar ir ni a los pegasos ni a Cailye, y la otra no dejaba mover a Andrew. Ninguna parecía particularmente interesada en lo que ocurriera conmigo, bien podría pasar desapercibida para todas las oréades, excepto por un par de ellas.
Tanto Megan como Peny estaban paradas a unos metros de mí, mirándome pero sin llegar a acercarse, despidiéndonos con una mano. Mientras la primera lucía más cohibida la segunda solo sonreía con naturalidad. Al mismo tiempo la líder de esas ninfas llegó a mi lado.
Diana sonrió ante la actitud de las ninfas y posó su atención en mí sin borrar esa sonrisa ladeada de su rostro. Se paró recta, con el mentón ligeramente elevado y una postura fresca.
—No te lo tomes personal —dijo—. Las ninfas siempre hemos tenido más inclinación hacia los mellizos del sol y la luna que hacia cualquier otra deidad. Además, a muchas les agradas, ya sabes, por lo que dijiste antes.
Solté un bufido pequeño. Lo cierto era que de vez en cuando sentía una que otra mirada hostil por parte de algunas ninfas, en especial de Lina, la ninfa de blanca apariencia que desde el comienzo demostró su opinión sobre nosotros. Y algunas de las ninfas mayores tampoco me veían de la mejor manera luego de abandonar la reunión. Mi reputación no mejoraba, por el contrario.
—Lo que digas.
Por un segundo nos quedamos en silencio, observando cómo cada vez más abochornaban a los Knight, y con el frio de la noche acariciando mi piel. Parecía que Diana no tenía frio, pero a lo mejor se trataba de costumbre.
—¿Sabes lo que significan las marcas? —preguntó de la nada, sin mirarme.
Negué con la cabeza. Ahora que lo pensaba, las ninfas y las musas las tenían, pero ni las Gorgonas ni las Furias contaban con ellas.
—Es la marca de Gea —contestó a su pregunta—. Quien nace bajo el sello de Gea, bajo su poder, recibe las marcas como signo de pertenecer a ella, de ser parte de la naturaleza. Algunos piensan que sus trazos y formas contienen nuestro destino, otros creen que nos definen; yo pienso que nos dan esperanza y sabiduría —Hizo una pequeña pausa, y tras tomar aire continuó—. Representan nuestra conexión con la naturaleza, es por eso que las Amazonas no las tienen. Cuando se transforman desparecen.
Había algo en sus ojos al hablar de sus marcas que se sintió especial. Por un segundo fue como si su mirada reflejara lo desesperada que estaba por aferrarse a esas marcas.
—¿Qué...? —intenté preguntar, pero ella me interrumpió.
—Mi madre era una líder muy extraña —Cambió por completo de tema—. Las ninfas mayores no podían controlarla, seguía a su instinto cuando era joven, y cuando maduró lo seguía haciendo, solo que con conocimiento de causa —Su mirada se tornó gentil sonriendo de la misma forma—. Cuando asumí el cargo temían que fuera igual, que tuvieran que pasar por todo lo que pasaron cuando ella era líder joven otra vez, después de todo, teníamos marcas muy similares.
Tomó aire antes de volver a hablar, ahora mirando la poca luz selene que traspasaba los árboles.
»Cuando Pandora vino la última vez ella fue la primera en enfrentarla, pero todas tenían demasiado miedo para seguirla y Pandora terminó por derrotarla, obviamente. La convirtió en Amazona para que sirviera de ejemplo para cualquiera que intentara desafiarla, y le dijo que un día vería cómo me transformaba frente a sus ojos. Cuando lo hizo sus marcas se borraron, tan solo se fueron, y ella ya no se sentía con la viveza que la caracterizaba. Ocurrió hace mucho tiempo, yo era una niña, desde entonces ocupo su lugar.
Hubo un breve momento de silencio.
—¿Por qué me cuentas eso? —pregunté, a lo que ella sonrió con nostalgia.
—Porque te encontrarás con muchos tipos diferentes de líderes y comunidades en Kamigami. Algunos serán amigables, otros hostiles; algunos te querrán oír, otros te querrán matar; habrá los que son incomprendidos y excéntricos, y los que siguen un manual como lema. Pero todos ellos tienen algo en común.
—¿Y qué es?
Su sonrisa en ese instante no fue como las otras, esta vez era cálida, como si brillara con... esperanza.
—Todos están dispuestos a hacer lo que haga falta para proteger a los suyos.
El fuerte aleteo de Niké frente a nosotras captó nuestra atención. Aterrizó cerca de mí y guardó sus alas para no incomodar a las otras ninfas que también la observaban.
No dijo nada, pero sus dorados ojos me miraron de esa forma que me decía que tenía un mensaje de At, y que ese era el de darnos prisa. No importara cuántas veces nos despidiéramos, nunca era fácil tan solo seguir nuestro camino.
Miré en dirección de Andrew, y en cuento nos vio a Niké y a mí captó el mensaje. Se deshizo sin mucha cordialidad de sus seguidoras y tomó a Cailye del brazo, arrastrándola hacia nosotras con los pegasos pisando sus talones. Y para mi sorpresa, Capella tenía su crin peinada en múltiples trenzas al igual que su cola.
Luego de eso un grupo de ninfas nos ofreció muchas ensaladas y otros platos preparados con frutos de ambrosia para el camino. Andrew los recibió y los guardó como guardábamos todo: en miniaturas. Y tras muchas despedidas por fin estuvimos listos para partir.
Cuando me terminé de acomodar sobre Capella Kirok apareció. Venía solo, de entre los árboles, con la ropa hecha un caos y el cabello en punta. No dijo nada mientras se subía a Corvus, ni siquiera alguna ocurrencia para asustar a las ninfas que de por sí ya lo miraban como un espectro del más allá.
Mantuvo una mirada neutra y casi oscura mientras alzaba vuelo. Fue el primero en partir, y Niké lo siguió. Andrew también alzó vuelo sin decir nada más, dejado a su club de fans suspirando su partida, y en cuanto la dejaron Cailye también despegó.
—Suerte —dijo Diana cerca de mi pegaso—. Nos veremos en algún momento otra vez. Hasta que el destino lo decida.
Asentí a modo de agradecimiento, despedida y concuerdo.
—Hasta que el destino lo decida.
Y con un solo movimiento Capella abrió sus alas directo a la noche selene, hacia las pocas estrellas que se veían y hacia la luz plateada de la luna.
Estaba feliz de alejarnos de las ninfas, pero me habría gustado pasar más tiempo con Diana. Sentía que podría aprender de ella, conocerla y a lo mejor volvernos amigas. ¿Cuándo nos volveríamos a ver? O mejor dicho, ¿qué ocurriría luego de hallar el Espejo de los Dioses?
«—¿Aprendiste algo de las oréades? —preguntó At a mi espalda luego de unos minutos de silencio.»
No sabía en qué momento apareció pero sabía que ella nunca se iba demasiado lejos, y podía aparecer en cualquier parte como la figura fantasmal que era.
Envié todos los recuerdos sobre la conversación entre ella y Kirok a un lugar aparte de mi cabeza, sin querer sacar el tema tan públicamente. Si algo ocurría con ellos que me involucraba ya tendríamos tiempo de hablarlo. Pero ahora estaba segura que ambos me ocultaban algo, tal vez no la misma cosa, pero tenía el presentimiento de que era importante que supiera lo que ellos trataban de mantener en la sombra.
Me encogí de hombros.
—Me dieron algunas cosas en las que pensar.
Vimos el amanecer mientras volábamos. Una hermosa danza de colores anaranjados y lilas que le dieron la bienvenida a un nuevo día helio. Los soles se apoderaron del cielo poco a poco, como vigilantes que poco se movían de su lugar, con una fresca pero cálida brisa. Por algunas horas todo fue tranquilidad, como si estuviéramos en una versión fantástica de la Tierra.
Olía mucho a laurel, y el ambiente a veces se sentía húmedo, por lo que de vez en cuando los pegasos volaban más alto para evitar el efecto del bosque. Aquello nos daba una mejor vista del mundo, todo resplandeciendo gracias a los rayos de los soles y luciendo su indomable naturaleza, el salvajismo de la misma. Era aterrador y hermoso al mismo tiempo, infundía paz e intimidaba en partes iguales.
Algunas veces tanto Cailye como yo jugábamos con los pegasos entre las nubes, probándolas y tocándolas, pues las nubes de ese mundo eran más densas que las de la Tierra, lo suficiente para moldearlas con nuestras manos. Niké nos seguía el juego, volando con nosotras en la posición que los pegasos tomaban para hacerlo más divertido.
Hicimos figuras con las nubes y un par de pequeñas carreras con los pegasos y Niké, pero ella siempre le ganó a ambos pegasos. Tocábamos las copas de los arboles bajo nosotros como si se tratara del mar, por lo que terminamos con las manos cortadas; e incluso, entre los descansos que tomaban los pegasos jugábamos en tierra con lo que encontráramos o con nuestra propia magia, como niñas pequeñas.
Por muchas horas fue placentero volar. Entre la brisa, las nubes, los juegos, las risas, las bromas y el paisaje el tiempo y la distancia se acertaron. Para cuando me di cuenta ya había pasado medio día helio, un día en la Tierra, y estábamos a pocos kilómetros de la Cordillera de Maya.
Cailye se quedó dormida sobre Cepheus debido al agotamiento de jugar todo ese tiempo, y Niké volaba cerca de ella para vigilar que no se cayera, igual que Andrew. Y aunque todo estaba en silencio otra vez, como era costumbre, tenía la sensación de que el ambiente era unos grados menos tenso, brindándonos verdadera serenidad.
Cuando los soles alcanzaron el punto más alto del cielo los pegasos descendieron. Noté las inmensas, muy, muy inmensas, montañas que se alzaban frente a nosotros. Eran tan grandes que tomamos varios minutos en descender completamente hasta el pie de la cordillera, e incluso desde arriba no alcanzaba a ver lo que había del otro lado.
Sentí el frio en mi piel cuando llegamos al suelo, pues el lugar estaba cubierto por niebla, creando una atmosfera muy parecida a la del portal. La tierra se sentía húmeda cuando bajé de Capella, y el lugar estaba solitario, demasiado callado.
Desde el suelo era imposible ver la cima de las montañas. Solo una parte de la cordillera de maya era visible, en parte por la altura y en parte por la niebla y los árboles. Ya ni siquiera podía sentir los rayos de los soles a pesar de ser casi medio día helio.
A unos metros de nosotros, justo al pie de las montañas, alcanzaba a ver el atisbo de la entrada a una cueva, incrustada entre un par de formaciones rocosas.
«—Acamparemos aquí un rato. Debe haber un rio a la vuelta de la montaña de allá —Señaló a su izquierda—. Y creo que alcanzará con lo que las oréades les dieron. Cruzaremos la Cordillera de Maya bajo tierra.»
Me acerqué un poco a ella, con Capella pegada a mí.
—¿Por debajo? —pregunté, dudosa—. ¿Es seguro atravesarla bajo tierra?
At me sostuvo la mirada. Por la forma de mirarme supe que ella sabía que había oído su conversación con Kirok, o al menos parte de ella.
«—Es más seguro que por arriba, sin mencionar que nos ahorrará tiempo. En estas montañas habitan las aves del esfíntalo, basiliscos de los cuatro tipos, quimeras, y minotauros salvajes, y muchas otras criaturas cuyo veneno los mataría.»
Tragué saliva solo de imaginarlo.
—Aquí abajo solo hay insectos y calor —mencionó Kirok desde el otro lado del grupo, lejos de Corvus o cualquier de nosotros—. Nada que te mate, o al menos no literalmente.
Y sonrió de esa forma tan suya, socarrona, burlándose de algo que los demás no entendimos.
At ni siquiera se inmutó ante el comentario de Kirok, lo ignoró por completo, como si no hubiera dicho nada.
«—Tienen cinco horas para dormir, el viaje a través de la cordillera será largo, así que aprovechen lo que puedan descansar.»
Cailye ya se había adelantado a ese punto.
Andrew se acercó a ella y la movió para que despertara. Ella se movió un poco, alejando el toque de su hermano para seguir durmiendo a gusto en el lomo de Cepheus. El pegaso se movió y en cuanto lo hizo la rubia se despertó de un golpe; miró de lado a lado, desubicada, hasta que se topó con la mirada de su hermano y pareció comprender la situación.
Sonrió a modo de disculpa y bajó del pegaso. Pero justo cuando lo hizo Cepheus llamó su atención. Le dijo algo, o eso pareció, a lo que ella prestó atención y luego su sonrisa tímida se borró de su rostro.
—¿Qué...? —dijo con un hilo de voz, y miró al alfa de los cuatro pegasos con los ojos vidriosos—. ¿Tan pronto...?
Di un paso hacia ella igual que Andrew.
—¿Qué sucede?
Nos miró de esa misma forma, tan triste.
—Ellos no... no seguirán con nosotros. Ningún pegaso vuela sobre Gea Hija Norte, dice que es un lugar muy peligroso para ellos, y también para nosotros. Llegan hasta aquí. Ellos... se irán.
Y se abalanzó sobre Cepheus con toda la fuerza de sus brazos. A mi lado Capella me miró de una forma similar a que el pegaso miraba a mi amiga, con un mudo y pasivo pesar. Acaricié su suave crin, recordando los momentos cuando volaba sobre su lomo, las veces que me salvó y los ratos que compartimos juntas en las nubes...
Ahí me di cuenta que aunque ya lo sabía no era fácil decir adiós, despedirse de un amigo, separar nuestros caminos.
Sabía que no nos llevarían a Gea Hija Norte, pero justo ahora me daba cuenta de lo mucho que quería retrasar el momento de la despedida.
Capella se me acercó más, juntando su cabeza con la mía. Ellos tampoco querían irse todavía.
—Lo sé —decía Cailye en respuesta a su pegaso—. Lo entiendo. Pero aun así... —Hizo una pausa—. Puedo intentarlo, pero no será mucho tiempo.
La rubia se apartó unos centímetros del pegaso. Posó sus manos sobre su pecho y cerró los ojos; su cuerpo recto y postura firme la ayudaron con el conjuro. En respuesta a su magia un polvo dorado recorrió a los pagados, como una mariposa que solo pasaba por sus cabezas dejando pequeños rastros de polvo dorado, partiendo desde el pecho de Cailye hasta ellos.
—No es un adiós, Dioses Guardianes —dijo Cepheus, era su voz, hablando con palabras más allá de la cabeza de Cailye. Nos hablaba a todos ahora, sin siquiera mover los labios, parecía una comunicación telepática—. Es un hasta pronto.
—Cuando nos necesiten iremos con ustedes —dijo esta vez Draco, al lado de Andrew, mirando de una forma algo cómplice al chico, quien por un segundo pareció sonreír ante la mirada altanera del equino—. Después de todo son nuestros jinetes.
Andrew sonrió de verdad, y para mi sorpresa le dio un saludo de puño a Draco, justo sobre el hombro del pegaso.
Corvus se acercó a Kirok, y lo miró fijamente a los ojos, por un segundo los dos tuvieron un duelo de miradas intensas. Creí que diría algo bonito o emotivo, pero en lugar de eso de la nada se dio vuelta y con sus patas posteriores le dio una tremenda patada a Kirok.
Lo encontró desprevenido sin duda, y como resultado mi familiar salió volando hasta impactar contra la roca de la montaña. La agrietó debido a la fuerza del impacto, y aturdido miró mal a Corvus.
El pegaso se sacudió con la cola y limpió sus patas cual perro. Regresó a su sitio con la cabeza en alto, y aun de espaldas a Kirok dijo:
—Feo —Niké se echó a reír ante el comentario del equino—. Eres feo, tu alma es fea. Pero aun así te elegí como jinete. Y serás mi jinete hasta que yo decida lo contrario.
No supe cómo reaccionar. Quería reírme pero me tragué la risa.
Kirok lo miró un segundo, y cuando se incorporó se paró con una postura relajada y una mirada suficiente, sin quitarle los ojos de encima a Corvus.
—Supongo entonces que eso significa que los dos lo somos. Por algo me elegiste, ¿o no?
Pero Corvus no contestó, solo rechinó y mantuvo una postura digna.
—Elegimos a nuestros jinetes por una mirada al alma —A mi lado, con una voz melodiosa, Capella, mi hermosa Capella, habló.
—Capella...
Toqué su cabeza como la primera vez que me dejó montarla. Suave, su pelaje era suave, su color perlado hermoso, sus ojos oscuros brillantes como dos botones relucientes... Era bellísima.
—Te elegí porque vi la tuya —continuó—. Y brilla. No importa lo que hagas o cómo te sientas, siempre está brillando. Eres mi jinete y soy tu pegaso, es por eso que nos volveremos a ver, pequeña Ailyn.
En ese momento quise lanzarme sobre ella como lo hacía Cailye y abrazarla con fuerza. Me tragué mis lágrimas y tan solo la acaricié, haciéndole saber que lo entendía. No quería que se fuera, quería divertirme con ella un poco más.
—Siempre estaremos conectados, así funciona la magia de pegaso. Porque además de ser nuestros jinetes son nuestros amigos —aseguró Cepheus justo cuando la magia de Cailye comenzó a fallar, a debilitarse—. Hasta que el destino nos reúna otra vez, los estaremos esperando.
La magia dejó de bailar, las luces de brillar, y todo volvió a la normalidad.
Cailye se giró hacia Cepheus y lo abrazó una última vez. Ahora sí lloraba, lo hacía mientras se aferraba a él con todas sus fuerzas. Asentía una y otra vez mientras el pegaso parecía decirle algo.
—Lo sé. Lo sé —dijo en voz baja, casi quebrada. Tomó una gran bocanada de aire—. Yo también.
Capella asintió para mí, y luego de acariciar una última vez su cabeza, sentir su crin, y ver sus oscuros ojos sobre mí, me alejé de ella, despidiéndome, y me acerqué a Cailye. La tomé de sus brazos y en cuanto la separé de Cepheus él me asintió.
La rubia se aferró entonces a mí, aun llorando, y cuando retrocedimos unos pasos los pegasos alzaron vuelo. Cepheus partió a la cabeza, seguida por Capella y Draco, y por ultimo Corvus. Los cuatro se alejaron de la misma forma que llegaron, viéndose majestuosos e imponentes, reluciendo su gloría blanca e inmaculada.
—Estoy segura de eso. Yo también —murmuró Cailye acurrucada en mi pecho, observando de reojo cómo se alejaban los pegasos que ella misma convocó.
Tenía el presentimiento de que la noche selene había comenzado desde hacía un par de horas, pero no podría asegurar nada. En los túneles no había nada que delatara el estado exterior. No entraba la luz, no había muchas corrientes de aire, y tampoco se oí nada proveniente de afuera.
Los túneles eran espaciosos, altos, tanto que me recordaron a las puertas del Olimpo, y estaba repleto de cristales brillantes que nos ofrecían un tenue luz para el viaje. Pero aun así el trayecto fue algo claustrofóbico. Estábamos muchos metros bajo el suelo, pues tomamos un tiempo en descender las escaleras que daban a los túneles principales.
At mencionó en una ocasión que dependiendo del camino que tomara terminaría en un lugar diferente de Gea Hija Sur, ya que al parecer se trataba de una gran red de cuevas subterráneas que conectaba con los templos de los dioses.
Al menos el lugar estaba bien iluminado, Kirok se encargó de crear fuego mágico flotante para alumbrar nuestro camino y calentarnos en el recorrido, luz que reflejaban los cristales. Llevábamos muchas horas caminando, tanto que por lo que sabía faltaban pocos kilómetros para salir al Mar Neptuno.
Caminamos en silencio todo el rato, pero tenía la sensación de que más se traba del miedo a causar un derrumbe que a ausencia de tema de conversación. A pesar de que At y Niké aseguraron que esos tuenes no colapsarían sin importar lo que sucediera, ni los hermanos ni yo estábamos tan seguros de eso.
Y aunque en efecto el trayecto fue tranquilo y sin ninguna sorpresa, mucho más seguro que escalar las montañas, no era precisamente un lugar ideal para cerrar los ojos.
Cuando recién entramos Kirok nos contó lo que habitaba en esos túneles, lo que se arrastraba bajo tierra, de lo que debíamos estar atentos: insectos. Pero según lo que explicó no se trataba de insectos como los de la Tierra, éstos podían generar diferentes reacciones en las deidades dependiendo del tipo. Y aunque no poseían veneno que pudiera matarnos, bien podrían jugar con nuestras cabezas un rato.
Había rastreros, voladores, babosos, reptiles y parasitarios. Algo con lo que sin duda no me quería topar. Por suerte en todo el camino solo nos topamos con un que otro invertebrado que no se nos acercó. Los efectos de la picadura de esos insectos iban desde alucinaciones hasta delirios, desde horribles salpullidos hasta extrañas mutaciones, y desde parálisis hasta perdida de los sentidos temporalmente.
Apresuré el paso, estremecida al recordar a los insectos, y me acerqué a los hermanos tanto como pude. A pesar de que At recalcó que los más peligrosos se encontraban en la superficie que rodeaba la cordillera y que el fuego los alejaba, no podía estar tranquila.
El lugar estaba bien conservado, pero no dejaban de ser túneles subterráneos con millones de años de edad que hasta donde sabía bien podrían tener trampas escondidas solo para diversión de los dioses.
Tragué saliva, queriendo terminar con eso rápido.
Andrew me tomó de la mano entonces, infundiéndome valor. Levanté la cabeza y me topé con su mirada. No había nada especial en ella, tan solo me miró y asintió mientras avanzaba.
Le devolví el gesto y entonces me di cuenta que en su otra mano aferraba con fuerza a Cailye. Ella más que nerviosa por el ambiente estaba triste por la despedida con los pegasos, tal vez a eso se debía la fuerza de Andrew en su mano. Trataba de consolarla al menos de esa forma.
A pesar de haber descansado antes de entrar a las cuevas lucía cansada, igual que Andrew. Esos horarios de sueño, las pocas horas para dormir, nos pasarían factura en algún momento, lo sabía. Me sentía más fuerte, debido al trabajo de los demás en casa, pero por mucho poder mágico que tuviera ahora mi cuerpo seguía siendo humano, y aunque temiera soñar no podía olvidar que necesitábamos descansar tanto nuestro cuerpo como nuestra mente.
—Deberíamos dormir un poco —sugerí, y mi voz hizo eco en ambas direcciones del túnel.
Todos posaron su atención en mí excepto At.
«—Falta poco para salir, unas tres horas de viaje, al salir pueden descansar.»
—Llevamos caminando casi todo un día terrestre, y los descansos que hemos tomado para comer son muy cortos. No somos cuerpos etéreos como tú, At, necesitamos dormir más de cuatro horas al día.
Ella no se dio la vuelta para mirarme, y nadie paró de caminar.
«—No es un buen lugar para dormir, los puede picar cualquier cosa.»
—Ningún lugar es bueno para dormir —contraataqué—. Sea donde sea que paremos a descansar habrá algún peligro cerca, no hará la diferencia dormir aquí a dormir al pie del mar. At, en serio necesitamos dormir.
Frenó en seco en medio de un suspiro, y por cadena todos los que íbamos detrás también paramos o nos chocaríamos con ella, o más bien atravesaríamos; excepto Kirok, ya que él aparentemente podía tocarla sin problema.
Se dio la vuelta de un solo movimiento y en lugar de contestar miró a Niké.
«—Ve a revisar hasta la próxima división, no tardes —Niké asintió y en un segundo ya tenía sus alas abiertas. Desapareció en medio de su viento alborotando de paso el polvo. Cuando se fue At me miró directo a los ojos—. Bajo tu responsabilidad, Ailyn. Si alguien sale herido será tu carga.»
La forma en que lo dijo me puso los pelos de punta. De pronto tuve un mal presentimiento, pero ya era tarde, y era cierto que todos estábamos cansados y queríamos dormir.
Al cabo de un rato, cuando Niké regresó sin novedades, acomodamos los sacos de dormir con no más de dos metros de distancia entre nosotros. Los hermanos se acomodaron a mi derecha, siendo Cailye la más cercana, y Kirok lo hizo a mi izquierda; pero él no tenía saco de dormir, y ahora que lo pensaba él siempre dormía en el suelo... Porque sí dormía, ¿verdad? Lo cierto era que nunca estuve segura de verlo dormir.
La rubia cayó profunda en cuanto se arropó, y me pareció ver a Niké dormir parada en un muro adyacente. No comenté nada al respecto, ella era bastante rara. Sin embargo, Andrew no se quedó dormido por un rato y yo tampoco.
Un rato más tarde, cuando estuve segura que todos dormían, me atreví a hablar con At. Estaba cerca de mí, por lo que no tuve que alzar mucho la voz.
—¿En verdad no piensas perdonarlo? —pregunté ganándome su atención.
La cara de Kirok me seguía dando vueltas en la cabeza, su mirada, lo mal que se debía sentir. Me daba pesar verlo torturarse de esa forma.
Pero ella no contestó, así que continué.
—Oí... —No estaba segura de querer decirlo, aunque lo más seguro era que ya lo supieran— Oí su conversación la otra noche, y yo...
«—No sé qué oíste esa noche, Ailyn, pero sea lo que sea no es de tu incumbencia —me cortó sin una gota de amabilidad.»
—Lo es si hablaron de mí. ¿Qué es lo que me ocultas?
«—Muchas cosas, cosas que no pienso decirte por más que presiones —contestó sin deje de titubeo—. Así que guárdate tus preguntas y acusaciones, porque no pienso decirte algo que no estás lista para saber por mucho que escarbes en el tema.»
Sentí que recibí un golpe fantasma. Todavía aturdida volví a preguntar:
—¿Tanto te cuesta solo decirle que lo perdonas? Aunque seas incapaz de hacerlo porque eres un fantasma, con que lo escuche de ti será suficiente.
Exhaló con cierta pereza.
«—Un perdón falso es mucho peor que el rechazo directo. No admitiré algo que no siento, al final los engaños y mentiras no sirven de nada, solo causan dolor innecesario y generan más problemas de los necesarios.»
Parpadeé varias veces, procesando lo que acaba de oír. Que ella dijera eso me descolocaba, no sabía qué pensar respecto a ella, y al mismo tiempo noté esa similitud entre ella y Andrew que a veces me irritaba.
—Tienes razón. Pero si con una palabra es posible aliviar el sufrimiento de una persona prefiero tomar ese riesgo.
Soltó un pequeño suspiro.
«—Ya duérmete, recuerda que fuiste tú la que dijo que necesitabas más horas de sueño.»
No insistí en el tema porque en verdad estaba cansada y quería dormir aun si eso significaba tener otra pesadilla.
«Me encontraba en un bosque. La oscuridad de la noche solo era menguada de alguna manera por la luz del fuego proveniente de algún lugar a mi alrededor. Hacía frio... No, yo estaba templando pero no de frio, era de... ¿miedo?
Había tenido esa sensación muchas veces, y la forma en la que temblaba, me estremecía, solo podía significar que estaba tremendamente aterrada...
Me enfoqué en lo que me rodeaba. El bosque, muchos árboles tumbados o hechos pedazos; chozas y tela por el piso... y cadáveres. Muchos de ellos, mucha sangre. El ambiente olía a carne y madera quemada, y al hierro de la sangre. Fue entonces cuando oí el grito, el sollozo, el peor lamento que oí en mi vida.
Me giré y la vi.
Me vi.
Era yo, estaba viendo mi propio cuerpo levitando en medio de la aldea, con los ojos completamente negros y un aura oscura a mi alrededor. Mi cabello se elevaba por una corriente invisible, una que me envolvía como una fuerza invisible; la expresión de mi rostro era completamente neutra; no había nada en esos ojos, en esas facciones, era como si me hubiera quedado sin alma, como si fuera solo un muñeco aterrador.
Mi ropa estaba rasgada por todas partes, dejando a la luz las venas negras que saltaban de mi piel como si tuvieran vida propia. La energía oscura que emanaba y mi expresión no ayudaban en nada. Me veía como un espectro, como un demonio. Como una pesadilla.
Ahí supe que aquello se trataba de la noche en el Amazonas, el momento en que todo empeoró.
Mi cuerpo se movió, y la energía que rondaba mi cuerpo se solidificó en una sola dirección. La magia negra salió a oleadas de mi cuerpo, dejando a su paso solo destrucción. La gente corrió de un lugar a otro, como hormigas en busca de refugio, pero a muchas de ellas esa energía los alcanzó y los consumió como si se los comiera. Sin rastro, sin evidencia alguna de su existencia.
Gran parte de los árboles se prendieron en llamas ante mi magia, y pronto el viento se convirtió en mi aliado creando un huracán que arrastró lo que quedaba de la aldea y otras tantas personas que huían. El cielo se tornó más oscuro, el ambiente se cargó de pesadez y negatividad, de magia negra, de muerte y destrucción.
Todo era un caos, parecía el infierno. Sangre, madera, restos de las edificaciones de la aldea, cuerpos, e incluso uno que otro animal nativo volaban por doquier.
«¿Qué está pasando?»
Oí ese pensamiento en alguna parte dentro de mí. Ahí me di cuenta de que me encontraba dentro del cuerpo de otra persona. Estaba dentro de... ¿Cailye?
Presté más atención a donde estaba. En efecto, esas eran las manos, los pies, el tamaño, el cuerpo, el cabello de la chica rubia. Estaba agachada al lado de Daymon, sujetando su herida con fuerza mientras él parecía un cadáver, con las mejillas húmedas y el cuerpo temblando de miedo.
Noté que no podía respirar bien, que su piel estaba fría, que parecía estar viendo a un muerto resucitar. Sentí las heridas que cubrían su cuerpo, los golpes y las cortadas, el tremendo dolor de garganta y el ardor en sus ojos.
Le temblaba el labio. No era capaz de hablar. Dudaba que fuera capaz de moverse.
Hubo una explosión, el viento sopló con demasiada fuerza, la tierra se removió y se elevó, e incluso estaba cerca de levantar a las manticoras junto con todo lo demás. Cailye se aferró a Daymon para mantenerlo en esa posición, lo hizo con toda la fuerza que pudo mientras todo a su alrededor volaba o se hacía pedazos.
Se me rompió el corazón verla así. Y todo eso debía ser... No. No podía aceptar que fuera un recuerdo. Todo se veía tan mal... Todo estaba tan jodido que no podía concebir que todo eso en realidad pasó.
—Fascinante, ¿verdad? La forma en la que todo solo se desmorona es fascinante.
Cailye levantó la cabeza y por ende yo también.
Y la vimos. La vi.
Salió de entre las sombras de los árboles, mezclándose con el caos como si fuera su hogar, parte de ella, una extensión de su cuerpo.
Una mujer de cabello rojo como el vino.
Una mujer alta con un largo vestido negro que resaltaba sus curvas y perfecta piel de porcelana.
Una mujer con un brillo siniestro en su mirada.
Una mujer con delicada sonrisa.
Una mujer de postura elegante, que a simple vista solo era despampanante, pero que tenía un halo de soberanía que dejaría en ridículo el ego de Hades.
Esa mujer era...
Pandora.
Todo pareció ir más lento. El corazón de Cailye casi sufrió una implosión. Y lo único que parecía mantenerla consiente era la adrenalina generada por el miedo. Comenzó a ver borroso, con sombras oscuras, y los sonidos que captaba se oían más lejos de lo que estaban, como ecos fantasmales.
Cailye se movió. Cuando menos lo pensé sus manos sostenían una flecha que apuntaba a la recién llegada. Sus manos temblaban, sus ojos estaban muy abiertos, y de poder leerle la mente estaba segura de que se encontraba horrorizada. Ni siquiera supe de dónde sacó el valor para hacer aquel gesto, a lo mejor solo fue un acto reflejo, o instinto, pues ella no parecía estar muy cuerda en esos momentos.
Sola. En un bosque. Con un compañero herido de muerte y con otra convertida en monstruo. Con un caos a su alrededor. Y ahora con Pandora a metros de ella, paseando como si nada estuviera pasando.
Pandora sonrió, una sonrisa más inocente de lo que era, que le erizó todos los vellos del cuerpo a mi amiga.
La mujer negó de un lado a otro e hizo un sonido con su lengua.
—Yo de ti bajaría esa flecha. No intentes nada estúpido. Por tu seguridad —dijo la mujer en un tono más suave de lo que esperé, incluso dulce.
Pero dudaba mucho que Cailye siquiera fuera capaz de soltar esa flecha. Sus manos se sentían congeladas sobre el arco.
Pandora ni se inmutó ante el nulo cambio de posición de Cailye. Solo se quedó ahí parada, como si fuera un mero espectador, mientras yo seguía destruyendo todo, mientras la magia negra me consumía cada vez más.
La mujer de vino cabello me miró, con un anhelo casi aterrador en sus ojos, pero conservando su postura. Y habló, aunque dio la impresión de que le hablaba a Cailye en realidad balbuceaba para sí misma.
—Está tan cerca... Aunque aún le falta. Es como un fruto, un pequeño capullo. Pero imagino que puedo intentarlo ahora, después de todo esa era la idea al enviar a Até.
Cailye se sentía petrificada. Ya no pude sentir su cuerpo, ya no pude percibir lo que sentía. Solo había espacio para el miedo, para la desesperación.
Pandora levantó la mano en dirección a mi cuerpo aun levitando, rodeado por oscuridad, y un tenue brillo dorado apareció en los dedos de la primera mujer.
Su magia se manifestó muy cerca de mi cuerpo, rodeándome como un halo. Mi cuerpo se quedó muy quieto, pero aun así las luces mágicas de Pandora no se acercaron demasiado. Mi cuerpo comenzó a sacudirse, como si estuviera convulsionando, y mi boca se abrió como si intentara gritar pero nada salió. Me veía como si me estuviera ahogando...
El cuerpo de Cailye se movió entonces. No percibí sus pensamientos, no sentí su cuerpo hasta que todo comenzó a moverse.
La rubia corrió, lo hizo con todas sus fuerzas, y con sus piernas tomó impulso y saltó. Tenía su arco en las manos apretado con mucha fuerza, y a lo lejos me parecía alcanzar a oír su corazón de ratón.
Por un segundo estuvo a la altura de mi cuerpo. Noté la sangre en mi rostro, en mis manos, la magia negra que me rodeaba. Pero no pude sentir nada más de la situación, era como ver una película.
Cailye templó su arco, con una flecha mágica apuntándome, y en una fracción de segundo lo hizo. La soltó.
«Perdóname» susurró ella cuando dejó libre la flecha. Impactó en mi abdomen, y justo cuando lo perforó una magia amarilla, pura y sana, cubrió mi cuerpo como si la flecha hubiera roto un costal de arena. Mi cuerpo entero se encendió en una llamarada dorada, parecido al fuego pero sin serlo. Llamas divinas. La magia purificadora de una diosa.
No grité, mi cuerpo tan solo se quedó quieto y dejó que las llamas lo cubrieran, como si las recibiera con gusto, con gratitud...
El cuerpo de Cailye se desplomó hacia el suelo. No cayó, algo la arrastró. Se llevó un abrupto golpe provocado por el impacto que dejó un gran cráter en la tierra justo donde reposaba su cuerpo. Hundido, casi enterrado, justo cuando su arco tomó su forma de collar en su mano.
Noté que no pudo moverse, noté que intentó gritar. Ella quería correr, sabía que su cuerpo le pedía correr... Pero aun así no podía mover ni siquiera sus dedos. Por su respiración supe que el pánico que se apoderó de ella, el estrés extremo, al filo de la locura, de la demencia. El miedo se la estaba comiendo viva.
No. No era solo miedo. Era ella, era Pandora.
Sentí frio. No se trataba del frio de Cailye, era mío. Una sensación opresora me inundó, como si la presencia de esa mujer estuviera en todas partes, se sentía como si estuviera en todos lados, imposible de escapar.
Se sentía como un fantasma, como si estuviera sobre Cailye, a su lado, lejos de ella, respirando en su cuello, todo al mismo tiempo. De repente lo único que hubo alrededor fue Pandora, nada más.
Una mano levantó a Cailye del suelo, tomándola del cuello. Oí el gemido de la rubia, pero seguía sin poder sentir a través de su piel aunque me encontrara en su cabeza. La mano hizo fuerza, Pandora la apretó, a lo que Cailye intentó moverse pero su cuerpo seguía afectado por el golpe.
Los ojos de Cailye estaban entreabiertos, eso me permitió ver a la mujer frente a mi amiga, pero se veía borrosa y casi no lograba percibir una figura definida.
Noté los ojos oscuros, la piel joven, el cabello como vino y unos vibrantes labios rojos carnosos que parecían ocultar un par de colmillos. Lucía como una mujer normal, perfectamente podría pasar por humana, pero había algo extraño en su postura, en su presencia. Era como... estar al lado de un cadáver: absorbente, frio, inquieto; esa sensación de que en cualquier instante haría algo.
Vi sus ojos borrosos; no distinguí con claridad la expresión de su rostro. La escena temblaba... No, la que temblaba era Cailye. Poco a poco todo fue perdiendo nitidez, se tornó incuso de otro color. Sentí mucho frio, uno ajeno a Cailye, y cuando me di cuenta yo también estaba muerta de miedo.
No tenía un cuerpo propio, estaba dentro de la cabeza de Cailye, pero incluso en donde mi conciencia estaba se alcanzaba a sentir la magia de Pandora, el poder de Pandora.
—Oh, pequeña niña, no debiste haber hecho eso —dijo la mujer de una forma que sacudió todos los nervios de Cailye y de paso los míos.
Y luego solo gritó. Cailye emitió un sonido tan pero tan agudo de sus cuerdas vocales que estaba segura que se aturdió ella misma. Todo tembló, el cuerpo de mi amiga se estremeció de terror, y continuó gritando como si quisiera sacar el miedo a la fuerza por medio de esa acción.
Todo se sacudió, la visión de Cailye cambió de color muchas veces, e imágenes comenzaron a aparecer frente a ella como proyecciones demasiado rápidas. Una tras otra, con muy poco tiempo para identificarlas, o al menos para mí. Tuve el presentimiento de que Cailye sí las vio, cada una de ellas, más que verlas las sufrió...
Y después llegó el clic. Todo se apagó dentro de la cabeza de Cailye, todo excepto sus ojos. Los seguía tendiendo abiertos pero ahora no veía nada en concreto, solo estaba ahí, como un cascarón, como una muñeca.
Cosas extrañas empezaron a aparecer en frente de ellas, visiones que se notaban irreales, caballos, aves, girasoles, personas calcinadas hasta los huesos, individuos que caminaban por ahí como almas en pena cuya piel estaba derretida sobre sus músculos. Rojo. Negro. Todo parecía una pesadilla. Sonrisas macabras y ojos que observaban a Cailye como un sádico juego paranormal, como si fueran espectros salidos del infierno y vinieran por ella.
Ya no pude distinguir qué era real y qué era una alucinación, solo sabía que para Cailye tal distinción no existía, para ella era el Infierno encarnado. Cailye, ella... Había perdido la cabeza.
El caos horripilante de rostros espectrales pasó a un segundo plano en cuanto la vi. Todo se puso en pausa, todo pasó a un segundo plano. Solo tenía atención para la mujer que tenía sus ojos fijos sobre mí, en verdad sobre mí. Me miraba a mí, no a Cailye.
Sonrió. Una sonrisa que distaba mucho de la de Hades, la de ella era sutil y que podría parecer inofensiva, inocente. Parecía una sonrisa normal. Lo intimidante estaba en su mirada. Sus ojos y sus cejas, todo lo que conformaba su mirada se sentía atrapante, asfixiante, como si me rodeara con ella sin dejarme escapatoria. Me absorbía, como si se alimentara de mí, como si pudiera tocar mi alma y apretarla.
Amplió su sutil sonrisa, dejando ver un poco sus dientes.
—Tú eres el gran porqué, pequeña luciérnaga.
Después de eso todo estalló.»
Me desperté en medio de un grito. Grité con todas mis fuerzas, asustada, perturbada, inquieta. Presa del pánico.
En medio de mi grito me di cuenta de que no se trataba solo del mío, Cailye gritaba con la misma sincronía que yo.
Mi cuerpo temblaba, sentía que las paredes de los túneles me enterrarían en cualquier segundo. Yo no era claustrofóbica, pero justo en ese momento me sentía tan pequeña que todo me parecía demasiado grande. Todo me iba a aplastar.
Alguien me sostuvo con firmeza del brazo, con tanta fuerza que dejé de gritar ante el estímulo, como si saliera de un trance de la forma más abrupta posible.
Kirok me miraba con los ojos encendidos y preocupados, examinando mi rostro en busca de algo fuera de lugar. Me observaba como si fuera un bicho raro, como si mi piel fuera de otro color.
Estaba en shock, no podía hablar, no podía moverme. Mis dedos temblaban, tenía mucho frio. Todo era tan confuso, todo se sentía tan irreal...
—Ailyn.
Giré mi cabeza por mero reflejo al escuchar la forma tan firme y sonora que pronunció mi nombre, como si quisiera recordarme cómo me llamaba. De la única forma que Andrew podría pronunciar mi nombre.
Lo miré con los ojos bien abiertos, tanto que sentía que se saldrían de mis corneas, consternada y confundida. No me sentía en sí, todo seguía siendo muy borroso, muy horrible.
Él estaba frente a mí, con una respiración agitada y las manos ancladas a la tierra y la pierna doblada. Estaba haciendo un hechizo, y a juzgar por su cansancio uno muy grande. Me observaba con el ceño fruncido y una mirada dura, se veía preocupado... Pero no solo por mí.
Busqué a Cailye en cuanto los recuerdos llegaron a mi mente como un torbellino. Ella estaba en el suelo, temblando como perro golpeado en brazos de Niké, quien trataba de calmarla por medio de caricias y palabras suaves, como si se tratara de un animalito silvestre.
La mirada de Niké era la misma de Kirok, la misma de Andrew; los tres estaban más que preocupados para tratarse de ellos. Eso solo me inquietaba más.
Me zafé del agarre de Kirok como pude, con el cuerpo pesado y un sabor salado en la boca. Estaba bañada en sudor, estaba cansada como si hubiera corrido muchos kilómetros, sentía que mi cuerpo se caería en cualquier segundo. No podía sostener mi propio peso, no podía con mi propia respiración.
Mi familiar intentó tomarme de nuevo pero conseguí moverme hacia mi objetivo más rápido que él.
Me lancé sobre Cailye como una loca, asustada y llena de pánico.
Niké intentó frenarme pero alcancé a tomar a Cailye de las muñecas antes de que la diosa me alcanzara.
—¡¿Qué fue eso?! ¡¿Por qué lo ocultaste?! —grité mientras Niké me alejaba de Cailye como una especie de instinto.
Cailye, temblando como un chihuahua, se recogió en su lugar y se tapó los oídos. Apretó sus ojos tanto como pudo al igual que sus dientes, y lloró, sollozó. Estaba tan aterrada, tan atemorizada, tan horrorizada que su cuerpo no podía controlar todo el cambio químico en su sistema.
—Calma, calma —suplicó Niké, conteniéndose de usar su verdadera fuerza, pero yo no podía ver con claridad, solo la veía a ella, en todas partes.
Su cabello, su sonrisa, sus ojos, sus labios. Todo. Estaba ahí, no estaba ahí. Estaba sin estar.
—¡La viste! —balbuceé sin saber lo que decía como loca, y quizás lo estaba—. La viste, la viste, te habló, ¡te mostró algo! Tú no, no lo dijiste. Tú solo lo callaste. La viste, la viste, ella te habló, ella te habló. Te dejó, ella no te lastimó. La viste, la viste...
No me di cuenta del momento en que Niké había cambiado de puesto con Andrew, pero ahora era él quien me sostenía con fuerza de los brazos y me movía para traerme de vuelta.
—Ailyn, cálmate.
Sacudí mi cabeza, sacudí mi cuerpo. Quería liberarme, quería hablar con Cailye.
—Habló con ella, ella le habló. La vio, la vio. Y ella también le habló. Estaba ahí esa noche, ha estado allá todo este tiempo. El gran porqué... Ella la vio, Cailye la vio y lo ocultó. Está allá, ella estuvo allá.
Me zarandeó con más fuerza, ya incluso alcanzaba a ver cómo se desesperaba poco a poco. Yo me estaba... estaba perdiendo la cabeza.
—¿Quién? ¿De quién hablas?
Los recuerdos de esa noche, los de Cailye, me estaban consumiendo. Una y otra vez se repetían como una película rayada. Su sonrisa, su mirada, sus palabras. Esos rostros sin rostro, esas sonrisas siniestras, esos cuerpos sin piel, esos huesos sin alma. Rojo. Oscuridad. Todo se arremolinada en mi interior.
—Haz que pare —mascullé, al borde del delirio—. Haz que pare. Haz que pare...
Andrew me miró con confusión, impaciente y afligido. Me examinó el rostro, el cuerpo, en busca de la causa de mi estado.
Los caballos, las aves, los girasoles, la flecha, el golpe. Lo sentía. Lo sentía como no lo sentí durante el recuerdo. Me absorbía el miedo, el frio, la desesperación, el pavor... Todo.
Un sollozo de Cailye se hizo presente en todo el lugar. Dolor, agonía, tristeza. La rubia lloraba como nunca antes la vi llorar, parecía que se estuviera partiendo en dos, como si la desmembraran allí mismo.
Y luego lo vi yo, lo sentí en mi propia piel.
Lo que vi fue...
Grité de nuevo. Todo a mi alrededor se tornó oscuro. Muerte. Sufrimiento. Perdida. Solo oscuridad.
—Haz que pare. Haz que pare. Haz que pare. ¡Haz que pare!
Sentí cómo mi cuerpo estaba a punto de explotar, sentía un burbujeo dentro de mí, como un volcán. Del frio pasé al calor infernal, la cabeza me palpitó y dolió, mis venas comenzaron a moverse, a oscurecerse. El sello de mi brazo también dolió...
Vi la silueta de At frente a mí. Pero lucía espectral, fantasmal, lucía más como una entidad salida de una película de terror. Quise correr, quería que se detuviera. Pero ella se acercó, levantó su mano y la dirigió a mi cabeza.
Algo brilló, luz blanca, luz pura, luz divina. Y lo sentí de nuevo. Un pequeño big-bang, con estrellas y luces. Una extrema felicidad y una profunda tristeza. Luz y oscuridad. Alegría y tristeza. Amor y odio. La naturaleza misma, el equilibrio y necesidad. Vida. Y luego nada.
Mi cuerpo tan solo se dejó caer, pero al menos todo se había detenido.
Cuando desperté noté que algo me movía, alguien llevaba mi cuerpo. Me tomó un rato recuperar la completa noción de mi entorno, de mí misma; me tomó un momento acostumbrarme de nuevo a la realidad.
Estaba cansada, igual que esa vez que At me poseyó, y a veces me sentía mareada. Pero al menos fui realmente consciente de mi propio cuerpo y lo que me rodeaba.
Hacía calor, y me sentía cómoda donde me encontraba. Acaricié la ropa cerca de mi nariz, olfateé el aroma de su cabello, y apreté su hombro cuando me di cuenta de que Andrew me estaba cargando en su espalda.
Me moví ante la idea a lo que él en respuesta me sujetó las piernas con más fuerza. Giró su cabeza hacia mí, y me observó con una seriedad que eliminó todo rastro de vergüenza de mi rostro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó. Últimamente preguntaba mucho eso.
Lo miré con atención, y en cuanto me fijé un poco más en mi entorno me di cuenta de que avanzábamos a través de los túneles a ritmo constante, con fuego mágico rodeándonos por todos los flancos. Era el fuego de Kirok, un fuego que no consumía nada y se mantenía flotando en el aire con salvajes llamas que parecían estar llenas de rencor.
Éramos los últimos del grupo. Adelante iba At como era costumbre, seguida de Niké quien llevaba a su lado a Cailye. La diosa le susurraba cosas y la rubia asentía despacio; la diosa alada no se alejaba mucho de ella y a su vez Cailye solo dejaba que ella la guiara al caminar.
Kirok iba delante de nosotros sin alejarse mucho, concentrado en su magia de fuego.
Sacudí la cabeza, tratando de despejarme, y me centré de nuevo en Andrew.
—Estoy bien, puedes bajarme.
Me miró con atención unos segundos antes de asentir. En cuanto se detuvo los demás lo imitaron, y de repente tenía otros cuatro pares de ojos sobre mí mientras el chico de ambarino cabello se agachaba para que me bajara.
Noté un dolor extraño en mi tobillo, punzante, como una herida que se estaba sanando, pero eso no impidió que pudiera mantenerme en pie.
Andrew me sostuvo del brazo todo el tiempo, como si creyera que me desplomaría en cualquier momento, y aun cuando me paré con firmeza sobre la tierra de los túneles él no se alejó demasiado.
Me fijé en los rostros de todos los presentes, en busca de una explicación a lo que estaba pasando. Y me enfoqué en Cailye más tiempo que en los demás. Ella desvió la mirada en cuanto se cruzó con la mía.
Vi el fuego a nuestro alrededor, los rostros serios incluso en Niké, y solo lo pregunté:
—¿Alguien me puede explicar qué sucedió?
Niké y At intercambiaron una mirada, igual que siempre, y por supuesto fue aquel cuerpo incorpóreo quien respondió.
Señaló hacia un costado, con el rostro hermético. Al principio solo vi el fuego llameante que nos rodeaba en una línea, como una especie de corral. La luz no me permitía distinguir las paredes, hasta que los vi moverse.
Unas cosas del tamaño de mi cabeza se movían por la pared, algunas con aspecto de cucaracha pero de color azul, otras como arañas pero rojas. Y otras parecían serpientes pero con dos cabezas, una en cada punta.
«—Son insectos de Kamigami. No deberían estar aquí en este momento, algo hizo que descendieran. Y una serpiente de doble cabeza como la que ves fue la responsable de lo que pasó. Las mordió a las dos al mismo tiempo, y su veneno conectó los sueños. Ambas estuvieron en el mismo campo onírico hasta que el dios del sol consiguió contrarrestar el veneno —Me miró con más detalle—. La verdadera pregunta es ¿qué fue lo que ambas soñaron? Y antes de que te inventes cualquier excusa, te advierto que sé muy bien qué provoca el delirio que ambas mostraron antes.»
La miré con los ojos muy abiertos, consternada, aturdida. Y luego le lancé una mirada a Cailye. Ella no había dicho nada... Igual que el día siguiente a esa noche. Ella no había dicho ni una palabra cuando el caos en el Olimpo se desató.
Silencio. Ella quería guardar silencio.
—No fue un sueño, ¿o sí, Cailye? —le dije, acompañando con una mirada cargada de compasión.
Ella agachó la cabeza y lo único que hizo fue negar con la cabeza, ocultando sus ojos entre la sombra de su cabello, apretando con fuerza sus manos, con sus piernas temblando.
Caminé hacia ella, con el dolor punzante en mi tobillo, y cuando llegué frente a ella la miré.
Cailye... Esa noche pasó por todo eso, pasó por tanto miedo, por tandas desesperación... No la culpaba por no querer hablar, vivir eso sola debió haber sido la cosa más espeluznante del mundo.
Y aun así ella...
La rodeé con mis brazos, la abracé con fuerza, con mucha fuerza, pero ella solo temblaba bajo mis brazos. Quería soltarme a llorar junto a ella, compartir su dolor. Ella ya había tenido suficiente, y pasar por eso era... un castigo cruel e injusto.
—Gracias —murmuré cerca de su oído—. Gracias, Cailye. Aun con todo, tú, esa noche, salvaste mi vida.
Me salvó. Cailye, una Cailye muerta de miedo, se las arregló para detenerme antes de que Pandora pudiera tomar la Luz de la Esperanza. Ella me lanzó una flecha solo para que Pandora no pudiera tocarme.
—Ailyn —llamó Andrew, serio—. ¿Qué fue lo que vieron? Balbuceabas algo sobre verla, ¿acaso...?
Me separé de Cailye pero aun cuando lo hice ella no me miró a la cara. Se quedó como estaba, completamente en silencio.
Tomé aire.
—Antes me preguntaste sobre esa noche en el Amazonas, cuando perdí el control. Eso fue lo que vimos. El recuerdo de lo que Cailye hizo esa noche. Ella... Pandora estaba ahí, intentó quitarme la Luz de la Esperanza luego de que perdí el control.
La reacción de Andrew fue algo que nunca esperé ver en él. Aquello lo tomó por sorpresa, pero había algo más en su rostro que le ganaba a la sorpresa. La ira se apoderó de su expresión, frunció el ceño todavía más, y la mirada de sus ojos iría de la mano con la de un despiadado asesino.
Miró a su hermana, y ella a su vez se cohibió todavía más, y supe que había mil cosas que quería saber. Pero en especial, una efervescente ira que clamaba ser saciada crecía dentro de él. Furioso, incontenible, implacable. Estaba segura de que de tener alguien relacionado a Pandora cerca lo haría pedazos con sus propias manos.
Controló su respiración antes de hablar.
—¿Qué le hizo a Cailye? Ambas estaban muy alteradas cuando las trajimos de vuelta.
Mi familiar se veía pensativo, y para ser él estaba muy callado. Había algo que le inquietaba, se notaba.
At frunció el entrecejo y se acercó, ignorando por completo el gesto similar que hizo Niké y la preocupación de Kirok.
«—¿Usó su caja en Artemis en algún momento? Esa noche, en el Amazonas, ¿la tocó o la miró a los ojos?»
Un escalofrío me recorrió el cuerpo ante la intensidad de su mirada y la urgencia en su voz. Asentí dudosa.
—Ella... Sí, en algún momento lo hizo. ¿Qué sig...?
La expresión de At se magnificó, rozando con la furia de Andrew, y un brillo inusual se mostró en sus ojos.
«—Locura. Eso fue lo que usó en ella. De alguna forma la trajeron del recuerdo, las dos. Es una de las desgracias sobre las que tiene poder gracias a la caja...»
Abrió los ojos de repente, como si acabara de recordar algo importante y alarmante a la vez.
«—Un momento. Ella... —Se enfocó en mí—. ¿Ella te vio?»
Eso por poco hizo que perdiera el equilibrio de mi cuerpo. La forma en que lo dijo, en que ella: Atenea, diosa que todo lo puede, lo dijo, encendió una alarma dentro de mi cabeza.
Mi palidez debió darle la respuesta, porque en seguida retrocedió un par de pasos y nos miró a todos al mismo tiempo.
«—Debemos salir de aquí, ahora.»
Y comenzó a caminar. Los demás la seguimos, aun rodeados por la magia de Kirok, pero ella iba muy rápido, como si huyera de algo, como si los túneles fueran a colapsar en cualquier instante.
—At, At —llamé—. At, espera. ¿Qué...?
—Sabe que estamos aquí —dijo Kirok por primera vez en un buen tiempo—. Los insectos no deberían estar aquí. Y si su magia las siguió hasta la realidad es porque...
«—La quiere, y la quiere ahora —explicó At, apurada—. Debemos alejarnos de estos insectos antes de que algo más suceda.»
—¿Qué? ¿Cómo que la quiere? Eso no...
—Intenta usar a las desgracias para sacarte la Luz de la Esperanza —dijo entonces Andrew, corriendo a mi lado con la mirada al frente. Desde donde estaba incluso podría alcanzar a ver sus neuronas funcionando. Era increíble cómo conseguía entender y conectar con la situación con apenas información—. Quiere que pierdas el control como esa noche, así será más fácil tomarla.
Sacudí mi cabeza, intentando comprender lo que ocurría. Mis pies apenas sí alcanzaban a tocar el piso con la velocidad que llevábamos, como si en efecto todo se derrumbara a nuestras espaldas.
—No puedo perder el control, el sello de Hera...
—Casi se rompe —me cortó Kirok con la misma seriedad que los demás—. Antes, cuando estaban bajo el efecto de la locura. La energía de Hades dentro de ti reaccionó; tus venas, el sello. Si hubieras permanecido unos segundos más bajo su influencia habrías perdido el control.
Eso casi hizo que frenara de golpe, pero Andrew me agarró del brazo y me obligó a mantener el ritmo con los demás.
Era imposible. El sello de Hera no podía romperse, yo no podía romperlo. Y ahí recordé el intercomunicador, ¿cuán cerca estuvo de activarse el sistema de defensa, de introducirme el veneno?
Sacudí la cabeza. Muchas cosas en muy poco tiempo.
—¿Por qué ahora? —mascullé— Después de todo este tiempo, ¿por qué ahora?
Aquellos túneles se veían interminables, por más que corríamos y las vueltas que dimos, todas las esquinas y todos los túneles que elegimos a otros. No parecía que fuéramos a salir pronto de ahí.
«—No lo sé.»
Eso no era todo. At estaba preocupada por algo más. Por todos los dioses, todos parecían tener diferentes preocupaciones al respecto y yo apenas entendía lo que ocurría. Odiaba eso.
¿En dónde estuvo Pandora hasta entonces? ¿Qué pretendía hacer? No lo entendía. Era como tratar de comprender las acciones de un fantasma. Se movía sin que lo notáramos, y aunque lo hiciéramos ella estaba un paso adelante siempre.
Su sonrisa inocente y su mirada petrificante aun me perseguían. La veía en todas partes. Su cabello rojo al igual que sus labios los veía en el fuego mágico de Kirok a nuestro alrededor. La sentía ahí, como una presencia espectral.
Tenía los vellos de mi cuerpo erizados, tenía miedo, estaba más alerta de lo inusual, asustada.
Nunca la había visto en persona, no desde que cambió, y haberlo hecho por medio de un recuerdo fue de las experiencias más oscuras que tuve desde que todo empezó. Cerraba los ojos y la veía, la sentía respirar en mi nuca.
Fue entonces cuando los insectos que nos rodeaban comenzaron a actuar extraño. Aumentaron su número, en las paredes y el techo, adelante y atrás de nosotros. Nos rodearon como si se multiplicaran a una velocidad alarmante.
Cailye frenó, igual que la diosa alada y luego los demás. El fuego ya no les hacía efecto, ya no les temían a las llamas. Kirok intensificó su magia, quemando a varios de ellos, pero eran interminables. Cientos de miles en cuestión de segundos.
Retrocedí, igual que los demás, y cuando me di cuenta tanto los hermanos como Kirok y yo estábamos pegados a nuestras espaldas. El detalle me sorprendió en cierto sentido, pero la situación en la que estábamos no me dejó pensarlo con calma.
Los insectos empezaron a atravesar el fuego. Kirok intentó dar tanto abasto como podía sin incinerarnos junto con ellos y los túneles, pero aun así le hacían falta manos, o en este caso llamas, para abarcar todas las direcciones sin herir a nadie por extensión.
Niké se encargó en persona de los que cruzaban la línea de fuego, literalmente con sus manos. Los tomaba y los estrujaba hasta que su mano quedaba manchada de un líquido verde y viscoso. Se movió con sus alas y la flexibilidad de su cuerpo de un lado a otro, pisando y apretando insectos como si de un juego se tratara.
—Se acercan, no podré retenerlos por más tiempo —comunicó Kirok, con los ojos rojos encendidos y su atención sobre el fuego.
Cailye tomó su arco y apuntó una flecha hacia el montón más cercano. Estaba a punto de dejarla ir cuando Andrew puso su mano sobre la suya, deteniéndola.
—Si usas las flechas aquí adentro el techo colapsará. Los ataques fueres nos enterrarán vivos.
Su mirada firme y analítica solo tenía cabida para los insectos que nos cerraban el espacio. Estaba pensando, tomándose su tiempo para idear un plan.
Pateé algunos que estaban cerca, mientras mi cabeza buscaba una forma para enfrentarlos. No sabía su debilidad, es más, no leí sobre ellos en ninguna parte. No tenía idea de cómo vencerlos.
Estaba tan pendiente de los insectos frente a mí, segura de que mis flancos y mi espalda estaban cubiertos por mis amigos, que no me percaté de la cercanía de uno de esos insectos demasiado próximo de nosotros.
Largas patas de araña, cabeza de avispa y alas de cucaracha, de un color gris que se mimetizó con nuestras propias sombras. Lo vi justo sobre la cabeza de Andrew, descendiendo por un hilo como si de una araña se tratara, y justo cuando abrí la boca para advertirle el insecto calló.
Me moví, él se movió en cuanto lo sintió, pero fue demasiado tarde. El insecto lo picó en la nuca, donde su camisa rosaba su piel y se ubicaba su marca, y tan pronto lo hizo se retiró con la misma rapidez.
Andrew se arrodilló en el suelo, y por instinto tanto su hermana como yo nos abalanzamos sobre él.
Y eso fue todo. De un momento a otro los insectos desaparecieron de nuestro alrededor. Como si se hubieran evaporado, en medio de un puf que nadie notó. Las llamas seguían ahí, pero el lugar estaba limpio de cualquier amenaza.
Andrew se sostenía la nuca, le dolía, se notaba por el gesto que lucía en su rostro, su mueca y sus facciones contraídas. La rubia buscó la herida, desesperada, mientras yo me limitaba a obligarlo a que me mirara.
—Andrew —lo llamé—. Andrew. Andrew, escúchame, mírame.
Pero él mantenía la vista gacha y la mano sobre la nuca. Se veía alterado. Comenzó a sudar de una forma anormal, a temblar, a hiperventilar. ¿Qué clase de insecto era ese?
Le sostuve su mano con fuerza, pero ni así alzó a mirarme. Su mueca de dolor se intensificó, su sudor igual, y tal vez por reflejo tomó mi mano y la apretó con toda la fuerza que pudo. Me dolió, pues él era muy fuerte, pero me tragué mis quejas y solo dejé que lo hiciera.
—¿Qué es esto...? —masculló Cailye, estupefacta. La miré con ojos confundidos, y ella a su vez me miró con la misma inquietud—. No hay marca de herida, no hay nada... No sé qué curar.
El chico de ambarino cabello se estremeció. Su piel se sentía fría, demasiado fría, se sentía como el hielo. Su piel estaba cubierta por pequeñas gotitas de sudor, estaba muy alterado.
Tragué saliva, intentando controlarme, a mi cuerpo y mis emociones. Parpadeé varias veces, y como si se tratara de un mal déjà-vu solo pude mirar a At en busca de ayuda.
Pero ella no dijo nada, no mencionó nada. Se quedó en completo silencio.
—Batos —dijo Kirok, contrarrestando con su tono la urgencia de la situación. Andrew se volvió a quejar, y sostuvo con más fuerza mi mano, me mordí la lengua para desviar el dolor y le sostuve la mirada a mi familiar—. No lo matará, no te preocupes —Una escurridiza y divertida sonrisa se extendió por su rostro; la sonrisa de un diablillo—. Es más como un suero de la verdad que un veneno mortal, claro, solo si dice la verdad.
At entrecerró los ojos. Se mantuvo con la boca cerrada.
—¿Qué se supone que es eso? —pregunté, con la voz quebradiza.
—Su veneno te obliga a decir la verdad —continuó Niké—. Si no lo haces puede ser peligroso, y no hay forma de curarlo o neutralizar el veneno —Miró a Andrew—. Solo debes hablar, cuando lo hagas el veneno se dispersará.
Parpadeé varias veces, procesando su explicación. ¿Solo eso? ¿Tan fácil? Andrew era la persona más honesta que conocía, solo debía ser él mismo y todo estaría bien.
—Hazlo, Andrew —lo insté—. Es lo que mejor haces, ¿recuerdas? Eres crudo, sincero, solo sé tú mismo y el dolor desaparecerá.
Kirok sonrió con picardía. Adoptó una pose relajada y observó con sus ojos encendidos en rojo.
—Me pregunto si es tan fácil —Su comentario no ayudaba en nada.
Pero Andrew se resistió. No soltó una palabra por un buen rato, solo siguió gimiendo y sosteniendo su nuca con empeño. Abrió los ojos, y me dedicó una mirada cansada del esfuerzo en contener aquello que no quería decir.
«—Nos adelantaremos —soltó de pronto At, unos metros lejos de nosotros, con los ojos fijos sobre Andrew—. Hasta la próxima intersección, los esperaremos ahí —Le echó un ojo tanto a Cailye como a Nike—. Vamos.»
Niké la siguió sin decir nada, pero Cailye dudó. No quería abandonar a su hermano. Lo miró una vez más, y olfateó el aire como solo ella podía hacerlo. Su expresión cambió por completo luego de eso.
Más que sorprendida se veía angustiada, con su atención sobre Andrew hasta que me miró. Vi tantas cosas en esa mirada, vi tristeza, vi miedo, y muy en el fondo vi alivio. Pero no pude descifrar del todo sus grandes ojos abiertos del tamaño de una bellota y sus labios fruncidos.
Se levantó sin decir palabra y caminó en la misma dirección que las otras dos diosas. Le dedicó una última mirada a su hermano y a mí, ahora solo con pesar, y se marchó.
Kirok tardó unos segundos extras en irse. Parecía querer observar lo que Andrew quería decir, pero aun así no mencionó nada. Se enderezó y siguió a las demás, con una postura relajada muy en contraste con la situación.
Me volví hacia Andrew entonces, quien no dejaba de sostener mi mano con una fuerza dolorosa.
—Ya se fueron, lo que sea que quieras decir puedes hacerlo. Si se trata de mí lo oiré, si es la misión te escucharé, pero por favor, habla.
Siguió resistiéndose. Y el dolor aumentó junto con la fuerza en mi mano. Hice una mueca y me mordí la lengua; eso ya debía terminar, no sabía cuánto más soportaría el efecto del veneno ni el daño que podría hacerle a su cuerpo.
—Andrew. Debes hablar, por lo que más quieras solo di algo. no importa qué tan malo sea, tienes que sacarlo o el veneno te consumirá.
Gimió con más intensidad, hasta que por fin sus labios se abrieron y su voz, quebrada y dificultosa, salió. Levantó algo su cabeza, permitiéndome ver el brillo de sus ojos serios en la penumbra, una mirada adolorida y agotada, en busca de calma.
—Me pierdo a mí mismo... cuando estoy contigo —soltó, con dificultad como si tuviera algo en la boca. Su cuerpo se estremeció, o tal vez fue el mío, no estuve segura. Solo me centré en lo que decía—. Tú me absorbes... Me debilitas, me quitas energía. A tu lado yo... dejo de ser yo...
Tragué saliva, perdida. No entendía lo que decía, no sabía a dónde quería llegar. Eso sonaba...
—¿Qué...? Andrew, yo... yo no te entiendo.
Levantó la cabeza de golpe, permitiéndome ver en su totalidad su rostro. Sus ojos oscuros se enfocaron en los míos, con una intensa mirada que llegó hasta mi alma. Una sombra cubría su rostro, el tormento brillaba en ellos, como si llevara a cuestas un verdugo que ansiaba su cabeza.
Noté su rechazo a continuar hablando, pero en igual medida el dolor punzante lo obligó a abrir la boca. Apretó sus dientes, apretó mi mano, y consiguió infundirse la determinación para hablar.
—Antes de ti mi vida era tranquila, era clara. Todo estaba como debía estar, todo tenía un lugar y un por qué, una razón de ser y una explicación racional. Cuando te conocí todo eso cambió. No tenías un por qué, no tenías definición, ni siquiera tenías lógica. Desafiabas todas las reglas que usaba para definir a las personas y a las situaciones. Desafiabas mí lógica.
—Andrew... —No me gustaba hasta donde estaba yendo todo eso.
Su mirada se oscureció, sus facciones perdieron firmeza.
—Cuando me di cuenta solo quería entenderte, encontrar ese porqué que tienen todos y todo. Y me perdí. Me perdí poco a poco, tú me absorbías. Mi tiempo, mis pensamientos, mi energía... todo te lo quedabas. Lo tomaste todo tan rápido que siento que lo que soy depende de ti, de la imagen que tienes de mí, como si mi existencia se limitara a lo que soy para ti. Y siento que no me ves como realmente soy, no me ves a mí, ves lo que quieres ver.
No fui capaz de tragar saliva, ni siquiera estaba segura de ser capaz de verlo a los ojos. No me esperaba algo como eso, no sabía cómo responder a eso. Estaba desubicada, expuesta, con la guardia baja.
—Eso no es... —Busqué mi propia voz—. Te veo a ti, Andrew. Veo la persona que eres, lo que puedes hacer. Yo te veo, Andrew. Y eras así antes de conocerme, la persona que conozco, el Andrew del que me enamoré, existe conmigo o sin mí.
El dolor regresó, lo noté en su mueca y el ademán que hizo de llevarse la mano a la nuca. Pero no lo hizo. Apretó los dientes de nuevo y tomó aire antes de abrir la boca otra vez.
Negó un par de veces con la cabeza, con una mirada apagada.
—No. Cuando trato de entenderme contigo, de entender el yo que soy a tu lado, me confundo. Tratar de entender esa versión de mí es como tratar de entenderte a ti, a alguien que no tiene un por qué. Y cuando eso sucede, cuando quiero estar a tu lado, siento que me estoy traicionando a mí mismo.
Traté de no sentirme mal por sus palabras, de entender que estaba confundido y que podía ser cierto que lo presioné. Traté de comprender que para él todo fue muy rápido, que un día solo éramos compañeros y al otro le confesé mis sentimientos y él debía tomar una decisión a lo mejor sin estar listo.
Pero aun así dolía. Dolía porque lo que decía era la cruda verdad. Porque estaba siendo sincero respecto a lo que sentía y lo que pensaba. Y de alguna manera, por la forma en que lo ponía, me hacía sentir culpable y responsable de su confusión. Me hacía sentir que lo que sentía por él estaba mal, que lo lastimaba, y eso era... simplemente inconcebible.
Abrí mi boca para hablar, pero la cerré en cuanto supe que no sabía qué decirle. No tenía palabras. Ninguna.
—Estás lejos —continuó él en cuanto el dolor regresó, con una mueca en su rostro y apretando más mi mano—. Cuando quiero alcanzarte, cuando quiero estar a tu lado, tú estás en otro mundo, lejos de mí. Corres hacia un lugar donde mi mano no llega, en más de un sentido. Y odio cuando eso pasa. Porque ahora simplemente no puedo volver a ser la persona que era antes de conocerte.
Se hizo el silencio. Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire. Y solo nos miramos sin decir nada.
Le sostuve la mirada, y de igual manera él no apartó la suya. Nos quedamos así un buen momento, algunos minutos, mientras nuestros pensamientos viajaban en nuestras cabezas sin dejarlos salir.
Fue un momento algo incómodo, no sabía cómo reaccionar ante sus palabras ni qué decir. Ni siquiera estaba segura de cómo me sentía. Todo sonaba tan... irreal. Nunca me detuve a pensar en cómo se sentía Andrew, en lo que pensaba y lo que de verdad significaba para él nuestra relación.
O quizás sí.
Tal vez solo quería negar el hecho de que sabía que él estaba confundido, que muy posiblemente no estaba tan emocionado conmigo como yo lo estaba con él. Tal vez solo quería creer que podría estar a su lado como si nada, y que eso era lo que él quería también.
Ahora, escuchándolo, ya no sabía qué sentía Andrew por mí. A lo mejor sí me quería, pero de una forma que al parecer ninguno de los dos terminaba de comprender.
Una nueva mueca cruzó por los labios del chico, y por la fuerza que puso en mi mano supe que el dolor regresó con más intensidad.
Me tragué todas mis inseguridades y mis deseos de llorar cuando hablé.
—Dilo. Si hay algo más que debas decirme debes hacerlo. O el veneno no parará. Está bien, Andrew, está bien. Solo dilo.
Noté cuando usó toda su voluntad para quedarse callado, pero eso solo hacía que el dolor se hiciera más fuerte y el veneno se extendiera.
No quería hablar, fuera lo que fuera que guardaba sabía que prefería morir a decirlo. Pero yo no estaba dispuesta a perderlo por algo como eso. No importaba lo que fuera, lo soportaría.
—Solo dilo, te lo suplico —rogué, con voz baja, apoyando mi frente en la suya.
Apreté su mano con la misma fuerza que él usaba, y lo miré a los ojos mientras luchaba contra los efectos del Bato. Me miró, contempló mis ojos, determinado a quedarse con la boca cerrada...
Pero algo lo hizo cambiar de opinión. Quizá fue mi expresión, a lo mejor fue el dolor, no lo sabía, pero como si se tratara de la respuesta a una súplica, él habló.
Y cuando lo hizo se llevó consigo los pedazos de corazón que me quedaban.
—Ni siquiera estoy seguro de lo que siento por ti. No lo sé, no sé lo que es. No sé si siento por ti lo mismo que sientes por mí.
Mi pecho dolió, mi estómago se movió.
Por un segundo me quedé petrificada, con cientos de pensamientos arremolinándose en mi cabeza. Mi expresión sería la de completa sorpresa, con algo más.
Me mordí la lengua, desviando cualquier otra reacción de mi cuerpo, y tragué saliva para poder que mi voz saliera.
Sonreí, lo miré de la forma más cálida que pude en medio de mi tristeza. ¿Por qué si no era un rechazo dolía tanto?
Él permaneció serio, lúgubre, con una mirada oscura en sus ojos y su piel demasiado fría. Helada, como meses atrás cuando nos conocimos. Me observó con la misma seriedad, como un verdugo, sin nada más en su rostro que delatara alguna emoción en concreto.
—Está bien —le dije, con voz suave y tierna—. Está bien, Andrew. Te entiendo. No debes presionarte ni preocuparte, ¿bien? Todo está bien, todo estará bien.
Quise abrazarlo, pero me detuve. Me quedé en mi lugar, sin mover ni siquiera mi cabeza cuya frente rozaba la de él. Me quedé ahí, con nuestros alientos mezclándose, demasiado cerca el uno del otro.
«¿Cómo puede ser indudable lo que siente por ti?» Las palabras de aquella ninfa resonaron como eco en mi cabeza, como un fantasma tormentoso.
Tan solo no me moví. Aunque quería llorar, aunque me sentía afligida, solo le regalé la mejor sonrisa que pude. En ese momento, ante sus palabras, eso fue lo único que pude hacer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro