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16.1. Velada a la luz de las ninfas

My love - Sia

No alcanzaba a ver los rayos de Helios, pero a juzgar por la luz del ambiente y el aumento de fogatas supe que dentro de poco caería la noche selene. La luz rosada del ambiente me indicaba entrada la tarde, algo que me recordó mucho a la Tierra... vaya que extrañaba mi hogar, más aún en ese momento.

El campamento era impresionante. Cientos de ninfas se movían de aquí para allá, y supe que las que nos rodearon en el bosque apenas eran una pequeña porción de la totalidad de oréades que vivían ahí. Al pasar se nos quedaron viendo, mientras las que sabían lo que ocurría ponían al tanto a las demás.

Oí exclamaciones, miradas de perplejidad y preocupación, y todo el mundo se quedó en silencio, observando cómo avanzábamos por aquel campamento de ninfas. Me sentí como una atracción de feria con todos esos ojos sobre nosotros, todos ellos demasiado intensos.

El lugar tenía algunos puntos específicos, como una gran hoguera que estaba en el centro de todo o una choza hecha de ramas y lianas que era más grande que las demás, pero todo lo demás lucía como un campamento de entrenamiento militar.

Alcancé a ver una pista de obstáculos, un corral con algunos pegasos bebés y niñas ninfas intentando controlar las raíces de un grupo de árboles pequeños. Incluso me pareció ver a un fénix volando cerca, pero quizá lo imaginé.

Un olor dulzón impregnaba el aire, producto de los laureles, y hacía calor, como si el calor de los soles se hubiera encapsulado en ese lugar. Le daba un toque húmedo al ambiente, más boscoso. Y debido a eso la tierra de encontraba mojada, aunque no tenía del todo claro si en Kamigami llovía, embarrando mis zapatos.

Había algunas ninfas practicando magia de ataque, pero en cuanto nos vieron se detuvieron para observarnos con toda su atención. Otras hacían crecer las plantas en un rincón lejano, pero igual que todos solo nos miraron. Todas vestían de forma similar, pero con grandes diferencias en su apariencia.

Lo cierto era que el lugar tenía muchas áreas para diferentes actividades, y las ninfas iban de un lugar a otro entrenando, preparándose para la guerra. Eso resultaba ser bastante conveniente.

Verlas entrenar, ver la cantidad, su poder tanto mágico como físico, me renovaba la esperanza de que teníamos una posibilidad contra Pandora, que esa lucha no estaba perdida, que podríamos ganarle.

Sonreí con esa idea en la cabeza aun con todos los ojos sobre nosotros, y así fue como llegamos a una gran choza donde esperaba un grupo de ninfas que no había visto. Se veían mayores, pero eso no les quitaba la energía que desprendían, esa viveza que te decía que podrían enfrentarse a cualquiera en cualquier momento. Una gran mesa hecha de madera ocupaba el mayor espacio del lugar, y ellas la rodeaban con apenas espacio para nosotros.

Diana se detuvo frente a la choza, volviéndose hacia nosotros.

—Ellas son las ninfas en jefe de este escuadrón —dijo la ninfa—. Se encargan de la dirección del entrenamiento de las más jóvenes y me ayudan a supervisar todo lo que pasa por aquí.

Eran siete en total, y ninguna de ellas nos miró con simpatía; si bien no había hostilidad en sus ojos tampoco calidez. O mejor dicho, a mí y a Andrew, ya que no parecían tener problema con la presencia de Cailye por ahí.

—Ya Clyrio nos puso al tanto de su decisión, líder Diana —dijo una de ellas, una con el cabello azul muy liso—, pero nos gustaría que nos replanteen lo que quieren hacer. Queremos oír el plan que desean seguir.

—No estamos en contra de luchar —dijo otra de las mujeres, una que tenía una mirada muy tranquila—, muchas de hecho lo consideran un honor. Sin embargo, el enemigo al que quieren enfrentar es el reino de Pandora. Debe estar consciente de lo que eso significa, líder Diana.

Diana tomó una postura firme, una sonrisa ladeada, y una mirada llena de confianza.

—Significa lo que toda guerra significa —contestó—. Habrá perdidas, siempre existirá la posibilidad de ser derrotadas, las cosas cambiarán para siempre sea cual sea el resultado final. Lo sé, es lo primero que las ninfas guerreras aprendemos. Pero es un precio que yo y la mayoría de las oréades estamos dispuestas a pagar.

Las ninfas la observaron, sin dejar ver su apoyo o su reprobación.

—Muy bien —dijo una de ellas, dirigiéndose a nosotros—. Los escuchamos.

Aunque me miraron a mí fue Andrew quien dio un paso adelante, captando la atención de las ninfas. Sabía que Andrew podía ser muy elocuente si se lo proponía, pero por alguna razón no me lo imaginaba en un discurso largo o una conversación con mucha participación.

Pero antes de que dijera nada su primera acción fue levantar la mano donde tenía el intercomunicador. La joya brilló de un tenue azul cielo, hasta que ese mismo brillo formó una pantalla holográfica que dejaba ver el rostro de Evan.

Saludó a Andrew de forma casual, y él le respondió el saludo como si nada, como si se hubieran visto apenas hacía unas horas.

—La otra parte de los Dioses Guardianes esperan en la Tierra —dijo Andrew, con rostro serio—. Si vamos a estructurar un plan a seguir contar con su opinión será útil.

Evan asintió de acuerdo, mirando a las ninfas con cortesía, y saltándose a propósito mi mirada acusadora. No supe en qué momento Andrew habló con él, porque parecía que Evan estuviera esperando una situación así para relucir su habilidad con las personas.

—A todos los Dioses Guardianes nos complace contar con su apoyo, ninfas oréades —La voz de Evan me pareció desconocida, como si llevara siglos sin oírlo, sin verlo, algo que no estaba tan lejos de la realidad—, y por lo tanto discutiremos en conjunto, de esa forma todo será más organizado. Asistiré a su reunión en representación de mis compañeros que en este momento no pueden estar presentes.

Y sonrió. Esas sonrisas suyas que parecían tener todo en orden, agendado. Y con eso me bastó.

Avancé en un par de zancadas, dando pisadas tan fuertes y con movimientos tan bruscos que capté a atención de las trece personas presentes, y me paré frente a la proyección holográfica de mi amigo, con una expresión que delataba lo que estaba a punto de decir.

—¿Y Sara? —solté, consiguiendo esa mirada alarmista en sus ojos cuando alguno hacía algo que nos ponía en vergüenza a todos—. ¿Por qué diablos no responden mis llamadas pero en cuanto él lo hizo no lo dejaste esperando? Dime, Evan, qué es lo que está sucediendo allá o ya mismo busco la forma de regresar.

Evan se desinfló, más de vergüenza que de respuesta a mi tono y mi mirada incriminatoria.

Sentía las miradas de las ninfas sobre mí, e incluso la expresión de sorpresa por parte de Diana y Clyrio, pero en ese momento no me importó. Tan solo me concentré en Evan, en intentar sacarle información con los ojos.

Andrew frunció el ceño, y sin esperar reacción por parte de todos los presentes me tomó del brazo y me haló fuera de la choza, fuera de la vista de las ninfas mientras dejábamos atrás a Cailye y Niké. Por fin, cuando llegamos a una zona aparte del campamento, entre el bosque, me soltó y me miró con enfado.

—Guárdate tus comentarios —le dije, y me giré hacia la pantalla que mostraba a mi amigo—. Explícame lo que ocurre, Evan, ahora mismo.

Evan miró a Andrew de esa forma que ambos se miraban cuando había algo que no sabían cómo decirme. Un escalofrío recorrió mi espalda, imaginándome lo peor...

—Está bien —se apresuró a decir Evan, intuyendo mi reacción—. Sara está bien.

—Entonces por qué no contesta —exclamé—. Y cuando hablo con ustedes tan solo evaden el tema. Si no me dices lo que sucede será peor, ambos lo saben.

Andrew me miró con fijeza hasta que asintió, y entonces Evan habló, con cierta tristeza en sus ojos.

—Ella... ha tenido problemas con sus padres —dijo, en un tono lento, como si midiera cada una de sus palabras.

Mi corazón se encogió. Sara casi no hablaba con sus padres, rara vez los veía en persona, ¿cómo pudo tener problemas con ellos?

—¿Qué problemas? ¿A qué te refieres?

El chico de ojos azules tomó aire, mirándome con pesar.

—Ha estado sensible desde tu juicio, no está pasando por un buen momento.

—Eso no responde mi pregunta —balbuceé.

Noté lo reacio que estaba a continuar hablando, la expresión en su rostro, la mirada en sus ojos que parecía querer decir algo más... Y fue entonces cuando sonó una vajilla al romperse. El sonido provino del otro lado de la comunicación, fuerte y claro, como si un jarrón se estrellara contra el piso.

El sonido hizo que Evan reaccionara, moviendo un poco su cuerpo, y cuando lo hizo noté que no se encontraba en el Olimpo. Estaba en la cocina de Sara, la casa de Sara.

—¿Qué haces en casa de Sara? ¿Qué fue lo que se oyó? —pregunté, acercándome más como si pudiera atravesar la proyección.

Pero de nuevo Evan se limitó a echarle una rápida mirada a Andrew. Él, en respuesta, inhaló y luego de algunos segundos habló, como si meditara cada una de sus opciones.

—Intenta comunicarte con ella, nosotros nos encargaremos de las ninfas. No notarán tu ausencia, y aunque asistas a la reunión tu cabeza no estará ahí. Si tan desesperada estás por saber lo que le ocurre a Sara intenta llamarla.

Lo miré sin saber qué pensar.

—Pero ellas...

—Andrew tiene razón —apoyó Evan—. Creo que es mejor que lo hablen entre ustedes. Entre Andrew, Cailye y yo hablaremos con las ninfas. Está bien si lo dejas en nuestras manos.

—Y más fácil —completó Andrew, en ese tono crudo tan suyo—. Por si no lo notaste no les agradas mucho, será más rápido si no estás presente, se relajarán lo suficiente para confiar en nosotros.

La lancé una mirada de reproche a pesar de que sabía que tenía razón.

—No me va a contestar —suspiré—. Me ha ignorado desde hace días.

Evan sonrió, de esa forma tierna que me hacía sentir como un muñeco de peluche.

—Está en la sala, con Daymon y Logan. Seguro alguno te contesta si insistes.

Me preocupaba Sara, el no saber lo que le ocurría y estando tan lejos de ella me preocupaba más. Debía saber lo que le pasaba, tenía que ayudarla.

Asentí, con el corazón estrujado en mi pecho, y sin añadir nada más Andrew pasó por mi lado rumbo a la choza donde las ninfas esperaban.

—Suerte —dijo Evan, con una sonrisa de ánimo, pero a pesar de eso pude notar el hilo de preocupación que afloraba en sus ojos.

Cuando conseguí tranquilizarme, luego de varias vueltas en el mismo lugar a punto de cavar una zanja, me senté sobre una roca cercana para comunicarme con los demás. No podía hablar con Sara muerta de la preocupación, si estaba pasando por un mal momento eso solo la alteraría más. Ella era muy histérica, explosiva, se salía de sus casillas con facilidad; no quería aportar al problema.

Estaba algo oscuro, pues la noche ya había caído por completo y la única fuente de luz provenía de la gran hoguera en el centro del campamento varios metros lejos de mí.

La luz de mi magia al usar el intercomunicador se convirtió en una pequeña antorcha, y así esperé varios segundos a que alguien me respondiera. Ni Sara ni Daymon me contestaron, y estaba a punto de devolverme a la choza en busca de Evan cuando Logan apareció en la pantalla holográfica.

Estaba igual de inescrutable que siempre, con una mirada gélida y afilados ojos verdes. Lo vi sentado en el sofá de la sala de la casa de Sara, y observaba algo frente a él antes de fijarse en mí.

—¿Qué quieres ahora? Pensé que estaban ocupados con un grupo de oréades —dijo, de mala gana.

Sí, ahora estaba segura de que Andrew se comunicó antes con Evan sin que me diera cuenta.

—Logan, ¿Sara está contigo? Necesito hablar con ella.

Enarcó una ceja.

—¿Para eso me llamaste? ¿Por qué no la llamas a ella si tanto lo necesitas?

Se me agotaba la paciencia.

—¡Porque no contesta, maldición! Si pudiera hablar con ella no estaría hablando contigo.

Soltó un bufido perezoso.

—Es agotador estar con ustedes, ¿lo sabías? Siempre hay muchos problemas a su alrededor. No conocen lo que es la tranquilidad. Hacen de todo un drama.

—Logan... —Mis dientes rechinaron.

—Oh, así que esta es la famosa nueva Atenea —Una voz desconocida vino del otro lado de la línea, una voz sedosamente femenina.

Una mano delgada se posó sobre el hombro de Logan, quien de inmediato frunció el ceño en desaprobación. Pero aun así la mano continuó su camino hasta su pecho, apoyándose sobre él para mirar mejor la pantalla.

Una mujer de finas facciones apareció en mi campo visual. Su piel era clara, muy similar a la de Hera, y su cabello era un gris oscuro inusual, liso como cascada. Vestía un atuendo purpura, con detalles negros, y un collar con una manzana dorada por dije.

Los ojos violetas de la mujer se cruzaron con los míos, y sonrió. Sonrió de una forma traviesa, divertida, despreocupada. Pero lo que más me llamó la atención fue que en cuanto vi todo su rostro la imagen de Astra vino a mi cabeza.

La mujer lucía joven, era bonita, y sus labios estaban pintados de un dorado que los hacía sobresalir. Algo en ella me generó un escalofrío.

—¿Quién es ella? —le pregunté a Logan— ¿Qué hace en casa de Sara?

Él de inmediato se movió para alejar el tacto de la mujer sobre él, y la miró por el rabillo del ojo, no muy cómodo con su presencia.

—Eris, para servirte —Se presentó la mujer, sin dejar esa sonrisa traviesa y ojos vibrantes—. Es una pena que nos conozcamos a través de una ilusión, la próxima vez que nos veamos será en persona —Sus ojos saltaron, algo que me estremeció—. Estoy ansiosa por jugar contigo, Ailyn, Day me ha hablado mucho de ti.

Tragué saliva, ahora con un frio escalofriante en la espalda. Ella resultaba espeluznante, haciéndole honor a su título. Eris, diosa de la discordia. ¿Qué hacía ella con mis amigos?

—¿Dónde está Sara? —repetí, recelosa, tratando de ignorar la presencia de la diosa.

Logan se movió en el sofá, y para mi sorpresa Eris no lo hizo. Se quedó en su lugar, observando lo mismo que Logan miraba antes de mi llamada, con una sonrisa entretenida en el rostro.

Algo se rompió, algo que sonó como una silla, haciéndome pegar un brinco del susto. El chico de ojos verdes suspiró.

—Velo por ti misma.

La pantalla cambió, ahora dándome una vista del resto de la sala y de las escaleras que llevaban al segundo piso. Ahí parados estaban Daymon y Sara, uno frente al otro... ¿discutiendo?

—¡Cálmate! —le gritó Daymon, en tono desesperado, pero ella no le hacía caso.

Mi amiga tenía en sus manos una escultura de cristal, un cisne, que no dudó en arrojárselo a Daymon. Él lo esquivó con facilidad, sin dejar de mirarla.

—¡Cállate! ¡No quiero oír nada de ti!

Los ojos de Sara estaban muy abiertos, dementes, y su cabello era un lio. Se veía desaliñada, había descuidado su apariencia, y tenía ojeras en sus ojos lo que la hacía ver todavía más histérica.

—Sara... —suplicó Daymon, preocupado, intentado acercarse.

Pero ella retrocedió, buscando qué más lanzarle.

—¡No puedo creer que la metieras a mi casa! ¡Después de todo lo que ha pasado! —gritó, con los ojos desbordados y en medio de movimientos bruscos.

—Sara... —repitió Daymon, en tono suave, como si intentara calmar un gatito callejero—. Ella no tiene la culpa de lo que pasa. Son solo cosas que ocurren.

—¡No lo sabes! Desde que apareció las cosas han estado mal, ella tiene la culpa de todo.

—Bonita, aunque me gustaría tener el mérito, yo no he hecho nada —se defendió Eris, en tono calmado y casi entretenido.

Sara le dirigió una mirada diabólica que hasta a mí me intimidó. Y casi pude ver cómo se le iba encima a Eris de la ira. Pero Daymon le tomó el brazo antes de que pudiera dar un paso, algo que a la diosa de la discordia le causó gracia.

Sara se movió, intentado liberarse, dirigiéndole a Daymon una mirada de enojo puro.

—Ella solo trata de ayudarnos —le dijo Daymon en tono suave—. Debes calmarte para que podamos hablar. No puedes seguir así, te harás daño si continúas de esa forma.

Se soltó, manteniendo su actitud.

—No sabes nada, no me pidas que solo me calme cuando lo único que haces es ocultarme cosas. Ya ni siquiera te conozco.

El comentario pareció dolerle mucho a Daymon, lo vi en sus ojos, como un niño regañado.

—Entiendo lo de tus padres, sé que no es fácil para ti, pero no puedes ponerte así. Piensa con tranquilidad, o te convertirás en lo que ellos creen que eres. Por favor, tan solo respira.

Sara negó con la cabeza, primero despacio y luego con más rapidez; se llevó las manos a su cabello y lo haló, con los dientes apretados y el cuerpo encorvado. Parecía una olla a presión a punto de estallar.

—¡Entonces cierra la maldita boca y saca a ese monstruo de mi casa!

Y corrió. Subió las escaleras como alma que llevaba el diablo sin mirar a nadie más, y cuando llegó a su habitación el sonido al cerrar la puerta con fuerza resonó en toda la sala e incluso de mi lado.

Hubo silencio, un horrible y tenso silencio mientras Daymon se desinflaba sobre una silla. Eris llegó hasta él, y le acarició la cabeza como un cachorro abandonado.

—Está loca, y créeme que conozco de locura —le dijo la diosa.

Daymon ni siquiera la miró, solo dejó que acariciara su cabello mientras él se masajeaba el cuello como si le doliera. Se veía desanimado, cabizbajo, triste...

—¿Qué es lo que está ocurriendo? —por fin pregunté, ganándome la conciencia de Daymon que solo hasta ese momento se percató de mi presencia.

Abrió los ojos en sorpresa, centrándolos en mí.

—Ailyn, ¿hace cuando estás aquí? Creí que Evan estaba con ustedes.

Miré a Eris con desconfianza, y ella a su vez me observó a mí. Hasta que se enderezó y sonrió de una forma que hizo que me agradara menos.

—Bien, supongo que ya debo irme —Revolcó el cabello pelirrojo de Daymon con toda intención—. Nos vemos luego, Day. Bye, bye, Ailyn.

Y se esfumó en medio de una nube de humo purpura, dejando ver su sonrisa por última vez como el gato de Alicia.

Le lancé a Daymon una mirada acusatoria.

—¿Ella qué le hizo a Sara?

Daymon frunció el entrecejo, confundido.

—¿Qué? —preguntó, dolido—. Ella no le hizo nada a Sara. Solo trata de ayudar. Nos apoyará, igual que sus seguidoras, es una aliada.

—Pero Sara...

—No es su culpa —se apresuró a decir—. Desde que habló con sus padres y saben la vedad la ha tenido difícil. Y luego llegó Eris... y todo ocurrió en el peor momento... —Suspiró, agotado, cerrando los ojos un momento—. Solo se cruzaron varias cosas, es todo.

¿Los padres de Sara sabían la verdad? ¿Ella se los dijo? Pero, ¿cómo? Eso no me convencía.

—¿Qué cosas? ¿De dónde conoces a Eris que parece tenerte tanta confianza?

Volvió a suspirar, masajeando su nuca con incomodidad.

—Desde hace años... Desde que desperté —explicó, y alzó la mirada para que sus amarillos ojos se cruzaran con los míos; se veía avergonzado—. Fue ella quien... me puso el sello.

Señaló su brazo, y aunque se notaba que no quería tocar el tema parecía que a esas alturas ya no tenía intención de negar la conversación.

Miré su brazo, curiosa pero a la vez preocupada. No quería que hablara si eso lo hacía sentir incómodo, de seguro él la estaba pasando mal tanto como Sara. Y le prometí que lo escucharía cuando él quisiera hablar.

—¿Eris lleva en la Tierra todo este tiempo? —pregunté, intentando desviar la atención hacia ese hecho.

Tenía miles de preguntas sobre el sello. ¿Por qué lo necesitaba? ¿Desde cuándo lo necesitaba? ¿Por qué Eris se lo puso? ¿Por qué ocultarlo? No entendía su situación, pero sabía que era más conveniente preguntar en un mejor momento.

—Por supuesto, ¿por qué crees que los humanos siguen peleando entre ellos? —repuso Logan, con desinterés—. ¿Por qué crees que hubo una Primera y Segunda Guerra Mundial? Ella siempre está detrás de esas cosas.

—Pero es una buena diosa —replicó el pelirrojo, mirándonos con carita de perro regañado, decaído, como un payaso sin su sonrisa—. Ella me ha ayudado mucho todo este tiempo, es solo que no se relaciona bien con otros dioses.

—¿Y qué tiene que ver con Sara? Ella... Nunca la había visto así —quise saber—. Parece otra persona.

Daymon soltó un suspiro, moviendo su cabeza de un lado a otro en busca de alivio para su cuello.

—Durante la misión, antes de hablar con los socios de la compañía de su padre, Sara habló con ellos. Les contó todo, lo que es y lo que estamos haciendo... Y ellos...

—¿Y ellos?

Soltó un suspiro.

—No lo recibieron muy bien. Creen que ella es...

—Un monstruo que le hizo algo a su hija —soltó Logan a lo que Daymon no parecía querer mencionar—. De alguna forma piensan que «eso» asesinó a su verdadera hija y tomó su forma. No la reconocen como su hija, creen que es una abominación antinatural que desafía la vida misma —Se encogió de hombros con desinterés—. Algo me dice que ellos serán los fundadores del primer movimiento anti dioses.

No podía respirar bien, aquello se oyó tan irreal, tan falso que simplemente no podía estar ocurriendo. Los padres de Sara no podían rechazarla, ellos no... Ni siquiera pasaban el suficiente tiempo con ella como para conocerla... Sara... no merecía...

Daymon bajó la cabeza, preocupado, disgustado.

—Luego de eso no hemos recibido el apoyo que esperábamos. Los contactos de Sara han estado divididos. Todas las personas de la lista, mayormente funcionarios del gobierno, creen más en la palabra de los Morgan que en la figura y el poder que Sara representa.

—Nos va bien con la población en general, en especial grupos pequeños —continuó Logan—, pero con los altos mandos es otra historia —Chasqueó la lengua—. Es por esto que no quería seguir ese ridículo plan.

—Pero lo solucionaremos nosotros —se apresuró a decir Daymon—. Sabemos que ustedes deben tener sus propios problemas de los que no nos hablan, y además esta es nuestra misión, no la suya. Ustedes deben concentrarse en encontrar a Némesis, es nuestro trabajo llevar una buena relación con los humanos.

—Pero Sara... —mascullé—. Ella...

—Todos sabíamos que no iba a ser fácil, y desde el comienzo ella sabía que tenía que contarles la verdad a sus padres. Se recuperará... o eso espero.

—¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué rechazar mis llamadas?

Daymon me miró con pesar.

—Porque no quería preocuparte. Y además, desde que te fuiste ella... —se cortó—. Olvídalo. Estando tan lejos no hay nada que ustedes puedan hacer, lo siento, pero es la verdad.

Agaché la cabeza, tratando de procesar todo lo que dijeron. Dejando a un lado sus problemas con la misión, me preocupaba más Sara. La conocía muy bien, sabía que siempre evitaba las discusiones con sus padres y era por eso que aceptaba lo que ellos le dijeran, obedecía cada palabra que saliera de sus bocas.

Ella odiaba ir a los banquetes y fiestas de su madre, pero asistía de igual forma; no le agradaba trabajar en la empresa de su padre, pero se preparaba para administrarla al ser única hija. Los respetaba, y el que ellos le dijeran algo como eso debió herirla demasiado.

¿Cómo fue que nunca pensé en eso? Sara tenía una imagen, una que cuidar. En la escuela tenía mucha influencia, tanto entre estudiantes como entre maestros. Y era una cara sociable, muchísima gente la conocía. Representaba todo aquello que se esperaba de una señorita. Era elegante, sociable cuando lo requería, inteligente, madura, reflejaba confianza, segura de sí misma, educada... Ella era la que más tenía que perder en todo eso, y solo en ese momento lo vi.

En unos días todo lo que había construido toda su vida tan solo... se destruyó.

—Está loca —soltó entonces Logan, levantándose del sofá—. Sus berrinches son una pérdida de tiempo. Sabía en qué se metía cuando propuso su parte, que llore por eso a estas alturas no tiene sentido. Si no aterriza pronto echará a perder el trabajo de los demás, así que más le vale controlar sus rabietas antes que nos cueste nuestro objetivo.

Me miró, y la mirada que le lancé debió disgustarle mucho, ya que al segundo siguiente la comunicación se cortó.

Me quedé mirando a la nada, con el regaño en la garganta, pero antes de darme cuenta fue Daymon quien me llamó. En cuanto la vista cambió de perspectiva y vi a Daymon más de cerca dejé salir un bufido de rabia.

Abrí la boca para gritar lo primero que viniera a mi cabeza, pero Daymon me ganó la palabra.

—Ya se fue —dijo, y al ver cómo me desinflaba de frustración inclinó la cabeza, con los ojos tristes—. Tenle paciencia. La comunicación y el tacto no son lo suyo. Astra le enseñó muchas cosas, pero olvidó la empatía. Y además, tuvo una infancia difícil.

Había algo en los ojos de Daymon cuando hablaba de Logan. No era lastima, no era pesar, pero tampoco era empatía.

—A veces quisiera coserle esa boca. Y yo que creía que no existía nadie peor que Andrew —Por un segundo vi el fantasma de una sonrisa, pero en seguida se esfumó de nuevo—. ¿Y las otras cosas que mencionaste? Dijiste que se habían cruzado muchas cosas, ¿a qué te referías?

Frunció los labios y se llevó la mano a la nuca, incomodo.

—Luego apareció Eris. Y ella se enteró del sello, de mi relación con Eris, y solo estalló. De un momento a otro comenzó a comportarse así, a gritar y romper todo lo que encuentra. Es difícil hablar con ella, no deja que me acerque.

Tragué saliva, con la esperanza de tragarme el nudo de la garganta, pero no funcionó.

Mi amiga... estaba peor de lo que imaginé. Sabía que era histérica, hasta dónde podía llegar, pero nunca había roto nada o puesto a gritar como lo hizo. Guardaba la compostura y solo se alteraba cuando tenía que ver conmigo. Pero ahora ella parecía perdida en un limbo.

—Necesito hablar con ella —dije por fin—. Ahora. Y aunque la llame no me va a contestar, debes subir para que me escuche.

Exhaló, con pesadez, y se pasó una mano por su revoltoso cabello rojo que parecía una mata de fuegos artificiales.

—Aun así dudo que quiera hablar con alguien, o siquiera te escuche. De todas las personas, tú eres quien menos ella quiere que la vea así; creo que deberías considerar el esfuerzo que ha puesto en evitarte.

Me miró a los ojos, amarillos, como si con esa sola mirada pudiera transmitirme lo que quería decir, lo que quería proteger. Y lo entendía. Sabía cuánto se preocupaba por ella, y de todos Daymon era el más perceptivo, pero a pesar de eso...

Negué con la cabeza, despacio.

—Sé lo que le ocurre a Sara, solo yo puedo hablar con ella. A mí no me rechazará si escucha mi voz. La conozco muy bien, y aunque sé que tú también, hay cosas que no puedes entender al ver el pasado pero sí si estuviste ahí. Déjame hablar con ella, por lo menos se sentirá mejor.

Mantuvo sus ojos sobre los míos, a pesar de que sabía que no podía usar su habilidad desde tan lejos parecía querer creer en lo que le decía. Su mirada triste, sus muy amarillos ojos pedían ayuda. Y quería volver a verlo. Quería volver a ver su sonrisa, verlo actuar como el Daymon que conocía.

Asintió luego de unos segundos.

—Si hay alguien que puede ayudar a Sara, eres tú Ailyn. Tú puedes llegar a lugares donde yo no puedo —Sonrió, una cálida sonrisa, una divina sonrisa—. Cuanto contigo, líder.

Tomé aire en cuanto Daymon se detuvo frente a la puerta de la habitación de Sara, y él también lo hizo.

Asentí, y en respuesta él estiró el brazo, permitiendo que la proyección atravesara la puerta. Me alejé de Daymon, adentrándome en la habitación de Sara con el corazón en la boca.

Me tomó un segundo procesar el escenario, pues parecía más un espejismo que la realidad. Los muebles estaban volteados, la cama estaba revolcada, los cojines en el suelo. Los cuadros que antes adornaban las paredes estaban rotos, con vidrios por todas partes, y las cosas que antes había sobre el tocador se esparcían por el suelo como un campo minado.

La cortina en la ventana que daba al balcón ondeaba, dejando ver los colores del atardecer, mientras la habitación era todo un caos.

Sara estaba sentada en el suelo, con la espalda recostada a la cama y abrazando sus rodillas; su rostro escondido entre sus brazos. A su lado había muchos vestidos, todos rotos con prisa y sin cuidado, como si hubiera cogido una tijera sin fijarse en lo que hacía. Las hojas de sus cuadernos de notas estaban por toda la habitación, al igual que mucho de su maquillaje.

Parecía que hubiera pasado un huracán por ese lugar.

—Sara —la llamé—. Sara, soy yo, Ailyn. Quería verte.

Levantó la cabeza de golpe, pero aun así no se dio la vuelta en busca de mi voz. Tardó varios segundos en responder, y cuando habló su voz se oyó débil y quebradiza.

—Por favor vete, Ailyn. Te suplico, te pido por favor que te vayas. No quiero que me veas así, por lo que más quieras, márchate.

Me mordí la lengua. Y me quedé en silencio otro largo momento, organizando mis palabras, ordenando mis pensamientos.

Tomé aire otra vez.

—¿Recuerdas cuando éramos pequeñas? —pregunté, y aunque no me miró sí noté su atención sobre mí—. Siempre ibas detrás de mí, cuidándome. Me defendías de los otros niños y me consolabas cuando me lastimaba, íbamos juntas a todas partes, hacíamos todo juntas. Me prestabas tus juguetes y siempre que podías íbamos al parque de diversiones, me hacías sonreír todo el tiempo.

Silencio.

»Estuviste ahí siempre que lloraba, siempre que hacía berrinches. Tú me hacías sentir cómoda, feliz, sin importar la situación sabía que tú lo solucionarías. Sabía que siempre que estuvieras a mi lado nada malo me sucedería.

—Ailyn, vete —susurró, temblando y con voz quedada.

—Y nunca te fuiste. No importaba lo enojada o lo triste que yo estuviera, o cómo te tratara, tú siempre te quedabas. Recuerdo que la gente no entendía el amor que sentías por mí, la necesidad de protegerme como si fuera tu hija, pero ¿sabes? Comienzo a entenderlo —Sonreí aunque ella no me viera en ese momento—. Me quedaré contigo ahora aunque me pidas que me vaya, porque no lo voy a hacer. Aunque no pueda estar ahí contigo para consolarte, al menos te acompañaré desde aquí. Te amo, Sara, así que no me pidas que me aleje de ti.

Se cubrió el rostro con las manos y vi que hizo presión. Supe que estaba llorando al oír su respiración.

Tras otro momento de silencio decidí continuar.

—Lo sé. No tienes que explicármelo, lo entiendo.

Levantó la cabeza lo suficiente para verme de perfil. Su cabello negro se pegaba a su rostro por la humedad de sus mejillas, y tanto sus ojos como su nariz se veían rojas. Sus oscuros ojos me observaron con un grito mudo, como un cordero hacia el matadero. Se veía tan vulnerable, como un copo de nieve que en cualquier momento se derretiría, tan diferente a la Sara que siempre conocí. Parecía otra persona... pero no lo era. Era la misma persona solo que había sobrepasado un punto que nunca había cruzado.

Era esa Sara que me quería, era la hermana que elegí, y por primera vez era mi turno de protegerla, era mi turno de estar ahí... Y aun así no lo estaba.

Ella se estaba desmoronando. Como la caída de un imperio. Todo lo que era, lo que conocía...

—Te conozco bien —continué—. Sé lo mucho que significa para ti la aprobación de tus padres, sé que a pesar de todo los amas, sé que te gustaría que su relación hubiera sido diferente y que temías por una mala reacción. Sé lo mucho que te duele, y sé en dónde te duele.

Me prestó más atención, al filo de volver a llorar.

—Y me gustaría poder hacer algo al respecto —admití, con frustración—. Pero estoy en otro mundo, y ni siquiera puedo abrazarte y decirte que no todo tu mundo se está desmoronando. Quisiera decir o hacer algo para ayudarte, pero no sé cómo. Lo siento. En verdad lo lamento.

Apretó sus rodillas, alcancé a ver cómo se le escapaba una mueca, y luego de mucho más silencio habló.

—Su mirada... La forma en la que me miraron —Hizo una pausa—. Me miraron como si fuera un monstruo, Ailyn. Todo se derrumbó en un segundo. Perdí todo en un segundo.

Ejerció más fuerza en sus manos, abrazándose a sí misma.

—Lo sé —tan solo dije, en voz suave.

—Son mis padres —siguió, dolida—. A pesar de todo ellos no deberían... Ya no sé qué signifiqué para ellos. En verdad creía que me entenderían, que confiarían en mí, que aun así me amarían. Pero me dieron la espalda. Ahora es como si nunca hubieran sido mis padres... ¡Es como si nunca hubieran tenido una hija!

—Lo sé —repetí en el mismo tono, tratando de sonar maternal de alguna forma.

—Les rogué que no lo hicieran, les juré que seguía siendo yo, se los demostré, pero ellos ya no me ven a mí. Abominación, aberración, intruso. Me dijeron cosas que nunca creí oír de ellos —Hizo una pausa, reuniendo valor para hablar—. Me lanzaron objetos, intentando alejarse de mí. Y mi madre, la primera vez que la vi tocando una escoba fue para usarla como arma contra mí...

»Cuando me di cuenta todo el mundo me vio como un monstruo. Los amigos de mis padres, los socios de la compañía, el cuerpo de seguridad de la familia, los empleados de la casa, mi nana, incluso Melanie me está evitando. Las personas que conocía tan solo se fueron, me dieron la espalda. No puedes imaginarte el rostro de nana cuando se enteró, mucho menos el de Melanie. Fue tan...

—Lo sé.

Tomó aire, o al menos lo intentó, pues sonó quedado y entrecortado.

—Y luego llegó esa mujer —soltó, como si sus palabras se quedaran en su garganta—, y todo empeoró. Lo único que tenía cerca ella solo me lo quitó. ¿Sabías que era hermana de Ares? ¿Que conoce a Daymon desde que era un niño? Por Urano, él nunca me dijo nada, no tenía ni siquiera por qué ocultarlo. Y es estúpido, lo sé, pero aun así duele. Él lo ocultó y ella llegó y solo lo dijo; y cuando ella está cerca nada nunca mejora.

En esa ocasión no pude decir que lo sabía, porque respecto al tema de Daymon yo estaba realmente perdida. Solo sabía lo que él mencionó, que fueron apenas cosas por encima. Todo el tema de su sello y Eris era muy confuso.

»Primero tú, luego mis padres, ahora él... —Su voz se apagaba—. Me abruma, duele, ¡y me siento tan sola! Siento que en cualquier momento voy a explotar, yo estoy...

—No estás sola —La interrumpí, con voz suave pero clara y firme. Ella me miró de nuevo, con ojos llorosos, con el cuerpo templando de una forma que en verdad parecía que en cualquier momento iba a explotar—. Sara, sé que no lo parece justo ahora, pero no estás sola. Sé que parece que todo tu mundo se hizo pedazos, pero no es verdad, aún hay una parte que sigue intacta. Sé cómo te sientes, sé qué quieres hacer, y está bien, pero no necesitas pasar por eso tú sola.

Sollozó en voz baja, mientras sus dedos se volvían blancos de la presión que hacía en sus brazos. Oh, cómo quería poder estar a su lado, poder abrazarla hasta que me quedara sin fuerzas. Quería decirle que todo estaría bien, susurrarle al oído que estaba con ella. Que lo solucionaríamos juntas, pero...

—No estás aquí —escupió, con dolor, entrando a un sollozo sonoro—. Y quiero abrazarte, no sabes cuánto quiero tan solo abrazarte...

Me tragué el nudo en mi garganta, amargo, demasiado grande, sin poder respirar con normalidad. ¿Por qué ocurrió justo en ese momento? Por todos los dioses, era tan injusto...

—Sara, recuérdalo, ya no estamos solas, ya no más.

Levantó la cabeza de golpe, y justo en ese momento la puerta se abrió. Daymon entró a la habitación provocando un fuerte estruendo con la puerta al chocar contra la pared, con una presencia imponente y firme que fue difícil pasar por alto.

Sara lo vio con los ojos muy abiertos, a punto de gritar algo más en su contra, pero el pelirrojo fue más rápido. Se acercó a ella en unos cuantos pasos y se agachó; ella no se movió, se veía muy consternada como para reaccionar. Y fue entonces cuando Daymon la abrazó. La rodeó con sus brazos con fuerza, con la suficiente fuerza por los dos.

—Está bien —le susurró Daymon, con cariño, mientras acariciaba su cabello negro enmarañado—. Todo estará bien.

Mi amiga soltó a llorar de nuevo.

Lloró como un bebé, gritó, sollozó con todas las fuerzas de su garganta, de sus pulmones, de su alma. Sus gritos de seguro se oían en toda la casa, tal vez en todo el Bosque de Laureles; sus lágrimas de seguro congestionaban sus vías respiratorias, pero aun así siguió llorando a toda voz. Solo que esta vez no tiró cosas, no dañó nada, solo se aferró a la camisa de Daymon con toda la energía que aún tenía.

Veía cómo temblaba su cuerpo, cómo apretaba la camisa del pelirrojo, oí cada uno de sus gritos, de sus sollozos, con la mitad de mi corazón a su lado. Quería soltarme a llorar con ella, con la Sara que nunca había llorado de esa forma, la que siempre era la fuerte y la que mantenía todo en orden, pero me tragué las lágrimas y solo observé, en completo silencio.

No supe cuánto tiempo pasó hasta que Sara se calmó y dejó de sollozar, pero para entonces ya era completamente de noche en la Tierra y alcanzaba a oír música extraña proveniente del campamento.

Cuando me fijé me di cuenta que ella se había dormido en brazos de Daymon, agotada, con un seguro dolor de cabeza. Parecía una tierna niña dormida, sin duda más tierna de lo que era despierta.

—Me encargaré de ella —dijo Daymon al cabo de un rato. La tomó en sus brazos con delicadeza, y mientras sus brazos descolgaban la acomodó sobre la cama—. No te preocupes por ella, estará bien.

La recostó con cuidado y la arropó como una niña, se quedó mirándola un segundo, perdido en sus pensamientos, hasta que una completa sonrisa se extendió por su rostro.

Sonreía cuando levantó la cabeza hacia mí.

—Te prometo que lo estará —dijo, con esa forma suya de decir las cosas que le restaba importancia, me daban tranquilidad.

—¿Cómo? —pregunté en tono gris.

Sonrió con más amplitud por toda respuesta.

—Confía en mí, en nosotros. Nos encargaremos de esto, buscaremos la forma de salir de esto.

Me miró con firmeza, con seguridad, y dejé salir el aire. Sabía que estaría bien con ellos, pero el saberlo no aminoraba mi preocupación.

Está bien —dijo.

Al verlo de esa forma, sonriendo con su habitual confianza, con un brillo especial, solo pude asentir por respuesta y dejarle en sus manos a mi mejor amiga.

Lo sé.

Y tras eso la llamada terminó. Pero en lugar de levantarme me quedé un buen rato sola, en la oscuridad, meditando, con la única compañía de los laureles y la brisa. Por un largo rato permanecí así.

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