15. No es tan fácil
Angel with a Shotgun - The Cab
«—Concéntrate, estás dispersa, no lograrás nada si toda tu mente no está en eso.»
Hice una mueca ante el llamado de atención de At, cerrando con más fuerza mis ojos como si de esa forma pudiera concentrarme más. Pero la verdad era que sudaba como un cerdo y cada vez que intentaba concentrarme más lo que conseguía era lo contrario.
Al final no pude conseguir que mi piel cambiara de color, mucho menos una transformación de cuerpo completo.
Solté un suspiro de frustración mientras el brillo rosa abandonaba mi cuerpo, como muestra de la magia desvaneciéndose. Esa era la séptima vez que lo intentaba, y aun no podía conseguir alguna clase de mutación.
—No entiendo cómo lo hacen ustedes que lo hacen ver tan fácil —balbuceé.
At no cambió su postura recta y su rostro de escultura mientras me respondía.
«—La transformación es parte fundamental de un dios, es su arma más efectiva para estrategias premeditadas. En nosotros no es difícil, en un humano... además de arriesgado complicado. Pero confío en que logres dominarla en algún momento; te será útil un buen disfraz.»
Llevábamos algunas horas entrenando en el sótano oculto del templo de Apolo, igual a la sala especial que Artemis tenía ese lugar también era el indicado para practicar magia sin riesgo.
Dormí lo necesario para descansar mi cuerpo sin llegar a soñar y cuando me di cuenta me encontraba buscando a At para entrenar. Ella, aunque no lo demostró, estaba encantada por hacerlo.
Y, como dijo que lo haría, me estaba ayudando con hechizos corpóreos. Aprendí a manejar mi espacio, crear una atmosfera que me favoreciera frente al enemigo, por lo que ahora era el turno de mi cuerpo adaptarse al tipo de enemigo que pudiera enfrentar.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo.
Dominada bien los conjuros de invisibilidad, velocidad, agudeza de sentidos, flexibilidad, duplicidad con algo de esfuerzo y manipulación del tamaño de mi cuerpo. Pero la transformación a animales o cambiar rasgos de mi apariencia era otro nivel; eso sin contar que si lo hacía mal me quedaría con esa apariencia por un buen tiempo o incluso cambiaría mi ADN.
La diosa me miró con atención, como si esperara que dijera algo más, hasta que volvió a hablar:
«—¿Alguna vez has visto a un dios cambiar de apariencia?»
Negué con la cabeza.
—He ocultado mi presencia divina y la de los demás, pero nunca he visto a alguien cambiar de apariencia.
«—Ahora imagínate a una deidad que hace ambas cosas. Alguien como Até, o como Pirra, incluso como Pandora. Si cambia de apariencia, si oculta la naturaleza de su magia y su esencia, ¿qué te queda? ¿Cómo la identificas?»
Le di vueltas a la pregunta en mi cabeza. Era difícil ver a través de un conjuro así, por lo que sabía era posible identificar un rastro de su magia en sus movimientos, pero tenía que observar muy bien sin que la deidad lo notara, ya que era algo involuntario que podría corregirse con concentración.
—Prestando atención...
De inmediato ella negó con la cabeza, con ojos como dos esferas de vidrio brillante.
«—Si la deidad percibe la duda será imposible desvanecer su magia. Debes seguirle el juego, no puedes dejar que note tu sospecha. En estos casos el más astuto gana. Del manejo que le des depende el resultado.»
—Pero en este mundo nada está oculto, ¿cómo podría una deidad hacerlo entonces? —cuestioné.
«—Las reglas de este mundo no son las mismas para los Primordiales, y si Pandora en verdad está cambiando su naturaleza es muy probable que pueda hacerlo. Es incluso posible que ya la hayas visto sin darte cuenta.»
Sus palabras resonaron en mi cabeza, junto con un escalofrío.
Me mantuve en silencio, hasta que ella avanzó hacia la escalera en espiral que conectaba con uno de los pasillos del templo.
«—Dejaremos hasta aquí por ahora, pero te recomiendo practicar siempre que tengas oportunidad. Dudo que podamos conseguir otro lugar para entrenar con tranquilidad.»
—¿Entonces ya no me instruirás? —Por un segundo mis ojos brillaron—. ¿Crees que ya estoy lista?
Abrió los ojos con indignación.
«—Pero claro que no, aun no lo estás. Además, yo nunca dije que dejaría de instruirte, solo que no habrá más lugares para entrenar. Son cosas diferentes.»
Asentí, aunque ella ya se había dado la vuelta para subir por las escaleras. La vi alejarse mientras yo decidía quedarme un rato más para practicar, al menos una hora extra.
Los demás todavía dormían, o más o menos, pues desde que llegamos al templo de Apolo Andrew no dejaba de inspeccionar el lugar. Lo recorría de arriba abajo y cuando terminaba lo volvía a hacer. No era como si buscara algún intruso, más bien como si quisiera encontrar cosas que le pertenecían a Apolo.
Aquello me causó gracia, pues mientras Cailye se maravillaba con su templo Andrew solo buscaba cosas que robar del suyo. Además, desde que llegamos a Kamigami tenía la sensación de que no era la única que buscaba cualquier tiempo libre para entrenar; tenía la ligera impresión de que Andrew hacía lo mismo por su cuenta, sin llamar la atención.
Luego de entrar y revisar el templo Cailye le colocó un conjuro lunar a Deucalión, no tenía idea de lo que eso significaba, pues dejé de intentar comprender la magia de los Knight después de un tiempo, pero por lo que explicó At esa magia, más el sistema autónomo del templo, protegerían a Deucalión de cualquier amenaza.
Él se veía muy feliz, agradecido por el gesto y la preocupación, pero no dejaba de verse agobiado, como si a pesar de la seguridad el peso sobre sus hombros lo siquiera aplastando. Estaba triste, sin importar lo que hiciéramos seguiría así, eso todos lo teníamos claro.
Pasada una hora de fallidos intentos de cambiar el color de mi piel o el de mis ojos, me resigné por el momento y regresé al pasillo principal del palacio. Caminé a través del templo, recorriendo los pasillos llenos de polvo; hasta las mesas y adornos en el techo tenían polvo. Hasta que llegué al baño principal, algo realmente extraño.
El baño del templo era bastante grande, incluso más grande que mi casa, y tenía de todo. Estaba rodeado de flores que eran aparentemente normales, con múltiples enredaderas y hojas por todas partes. El baño principal parecía más un manantial natural traído exclusivamente para ese lugar, con el agua no lila sino cristalina, como la de la Tierra, con vertientes en varias direcciones y una pequeña cascada que no tenía idea de dónde proveía el agua. Había moho en algunas piedras, humedad en el aire, y un olor a tierra que resultó familiar.
Ese lugar más aparecía un oasis que un baño. Ya podía hacerme una idea de qué usos le daba Apolo, y al hacerlo consideré la posibilidad de quedarme como estaba a meterme en dicho manantial. Pero al final ganó mi necesidad de tomar una ducha a la sanidad del «baño».
Me preparé para entrar al agua, y cuando lo hice me di cuenta de que había varias profundidades, por lo que me quedé en la que cubriera mi cuerpo hasta el pecho. Miré hacia arriba, topándome con un techo de cristal tornasol que dejaba entrar la luz de los helios, algo que le daba un toque de todavía más surrealismo al entorno.
Me relajé, dejándome llevar por el sonido del agua y la calidez cortesía de los soles que a su vez mantenían el agua en una temperatura agradable. Me dejé llevar tanto que terminé por dormirme.
Alguien me tiró agua a la cara, que entró en mi nariz de repente. Tosí cuando me desperté, sobresaltada, y abrí los ojos para encontrarme con la persona que lo hizo.
Casi salí del agua del susto cuando vi a Andrew parado a varios metros, recostado a la pared al lado de la puerta. Contuve la respiración, sin creer lo que veían mis ojos, y mi primer instinto fue cubrirme con los brazos, hundirme en la parte más profunda del agua y ocultarme tras un grupo de rocas mohosas, esperando que de esa forma menos partes de mi cuerpo estuvieran a la vista.
—¡Pero qué haces aquí! ¡¿Acaso no sabes tocar?! —bramé, furiosa.
Lo miré con toda la ira que pude, deseando tener algo que poder arrojarle. Él se mantuvo en su lugar, con los ojos sobre mí, inmutable y con una expresión ilegible. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, con una pierna cruzada sobre la otra.
—¡Sal ahora mismo! —grité.
En ese momento, quizás por la situación o por lo rojas que estaban mis mejillas, no pudo evitar soltar una pequeña risita que se notaba que estaba conteniendo con toda su voluntad. Eso hizo que me molestara y sonrojara aún más; tenía el corazón a tanta velocidad que resonaba en el espacio cerrado.
—Toqué muchas veces, pero no respondías, creí que algo te había pasado —Me observó con curiosidad, ladeando la cabeza, con esa forma de mirarme que me hacía sentir como un libro—. Nos vamos ya, te estaba buscando.
El que ni siquiera parpadeara me ponía todavía más nerviosa. No había nada que alcanzara a ver, pues me escondí bien entre el agua y las rocas y sabía que desde donde él estaba no tenía buen ángulo de visión, pero aun así me molestaba.
—Vete, puedes esperar en el pasillo.
Tragó saliva, como si se tragara otra sonrisa, y asintió una sola vez antes de incorporarse y abrir la puerta del baño.
—Por cierto, ya estamos a mano.
Y salió.
De haber tenido la daga conmigo se la habría tirado, y en base a mi buen manejo de dagas sin duda le habría dado en un ojo.
Qué sinvergüenza. No quería ni imaginarme cuanto tiempo estuvo ahí, aunque dudaba que mucho, pues Andrew y todo lo molesto que podía ser en ocasiones, tenía un límite, y quería creer que no lo había sobrepasado.
No podía creer que él... me había visto... Sacudí la cabeza varias veces, sin oxígeno suficiente para respirar, queriendo que la tierra me tragara. ¿Con qué cara lo iba a ver ahora? Ah, me sentía tan avergonzada... avergonzada y furiosa, en medidas iguales.
Cuando me tranquilicé lo suficiente salí del agua, segura de que esa puerta no se volvería a abrir. Y en efecto Andrew no volvió a entrar. Me vestí, acomodé mis cosas sin interrupción, y para cuando salí del baño él estaba esperándome recostado a la pared del pasillo.
Tenía la cabeza gacha, los ojos cerrados, una respiración tranquila... Me pregunté si en efecto él era capaz de dormir de pie, pues ya lo había visto así muchas veces antes y nunca estaba segura de si en verdad dormía o se trataba de un truco.
Me acerqué en silencio, queriendo comprobar mi teoría. Me detuve a centímetros de su nariz, como si buscara algo en su rostro o en su respiración que me diera una respuesta. De cerca en verdad parecía que dormía; las puntas de su cabello cosquilleaban su frente, como siempre, y no sabía cómo era que hacía para permanecer con el rostro limpio de cualquier rastro de vello facial todo el tiempo.
Recorrí otro par de centímetros, con no más que unos milímetros separando la punta de nuestras narices, teniendo incluso que pararme en la punta de mis pies. Quería descubrir cómo era posible que una persona pudiera dormir de pie...
—Demasiado cerca.
Su voz me provocó un brinco interno de sorpresa, pues no me moví mientras sus ojos se abrían. Su respiración permaneció igual, también su postura, tan solo abrió los ojos, despacio, sin mucho trabajo. Y me miró.
Nuestros ojos conectaron, los de él normales, medio abiertos y tranquilos, mientras los míos parecían a punto de salirse de sus cuencas. Me atraganté con mi propia respiración, sin la voluntad para retroceder.
No se movió, no me moví. Y así pasó el tiempo. Segundos, minutos, no lo sabía, pero pareció toda una eternidad hasta que algo rompió la atmosfera como si pincharan un globo.
—Debemos darnos prisa.
Tardé un segundo en despabilar y entender sus palabras. Parpadeé varias veces, saliendo de mi estupor, y me mordí la lengua para traer mi cabeza de vuelta a la realidad.
Continuó mirándome de la misma forma, con una tranquilidad que era el polo opuesto de mi alocado sistema nervioso. Y por fin retrocedí. Prácticamente lo estaba acorralando contra la pared, y el solo pensarlo ya me encendía el rostro.
Asentí, sin encontrar mi propia voz, mientras él se enderezaba. Lo seguí por los pasillos, en total silencio, y en ocasiones notaba que me miraba de reojo, pero aun así no dijo nada más y yo tampoco lo hice, estaba muy avergonzada para siquiera abrir mi boca.
—Con esto será suficiente —le dijo Cailye a Deucalión, terminando un ritual lunar que a duras penas yo entendía.
Sus dedos dejaron de brillar en cuanto se detuvieron, y le regaló una sonrisa acogedora mientras se apartaba de él.
Deucalión se veía diferente. Luego de una ducha y ropa limpia cortesía de Andrew lucía como un hombre nuevo. Sin esa barba de meses su rostro resplandecía, luciendo su belleza innata, y una buena dormida lograron quitar un poco sus ojeras.
Llevaba puesta una camiseta verde oscura y un pantalón negro, algo que le añadía a su apariencia juventud, y ya con la luz del día sus ojos antes negros en realidad eran de un azul muy oscuro.
No podía negarlo, el hombre era atractivo, y de no ser por el grado de desnutrición bien podría ser un actor de Hollywood.
Él le devolvió la sonrisa, con ojos agradecidos.
—Muchas gracias, no tengo cómo agradecer todo lo que han hecho por mí. Es raro que alguien de este mundo... —Tomó aire, dolido—. Cuando me ven la mayoría huye o me rechaza, nadie quiere involucrarse con Pirra o cualquiera conectado a... esa mujer.
Y por «esa mujer» se refería a Pandora.
At, al otro lado del salón, frunció el ceño. Ella aún no estaba de acuerdo con lo que hicimos con Deucalión, había algo que le preocupaba, lo sabía, pero también sabía que nunca diría una palabra.
—No fue nada —contestó la rubia—. Hay frutos de Ambrosia en la gran cocina, debe ser suficiente por un tiempo, y si permanece dentro del templo nadie podrá tocarlo —Su rostro lucía apenado—. Es la primera vez que hago un hechizo así, espero que al menos le sirva por varios días helios, la verdad no lo sé, lo siento.
Pero él sonrió con ternura, dando a entender que era más de lo que alguna vez pudo imaginar.
—Y también hay carne de manticora fresca —dijo Kirok, sentado al otro extremo del comedor, con los pies sobre la mesa y la silla inclinada. Su actitud era la de siempre, igual de descarado—. Libre de veneno, por cierto.
Y guiñó un ojo. No me imaginaba cómo hizo él solo para cazar una manticora.
Cailye se encogió al oír aquello, y sabía que se estaba repitiendo mentalmente que muchos seres mitológicos eran cazados en Kamigami para su comercio productivo, no muy diferente a lo que hacíamos con una vaca o un conejo, y aunque Cailye era bastante carnívora sentía cierto apego por los animales de Kamigami. Ella no los veía como comida, ni siquiera como una amenaza.
—Lamento no poder ser de más ayuda para su causa —dijo Deucalión, haciéndonos olvidar al chico que masía su silla—. Conozco a esa mujer desde hace mucho tiempo, pero solo los que eran cercanos a ella pueden darte detalles más acertados.
—¿Cómo quién? —pregunté— ¿Conoce a alguien cercano a ella que nos pueda dar información?
Tomando en cuenta que la rodeaban deidades como Até el que hubiera alguien confiable sería un milagro.
Deucalión lo meditó un momento antes de responder.
—Me enteré que hace muchos años sostuvo una gran amistad con Perséfone. Tuvieron problemas y dejaron de frecuentarse, pero dudo que encuentres a alguien que la conozca mejor.
Sonreí con ironía. Perfecto, la reina del Inframundo, fácil. Hera dijo que era una buena reina, pero el ser buena gobernante no la hacía buena persona, y el solo pensar en hablar con ella me daba escalofrío. Y además, en la Tierra era invierno, ella no pisaría la Tierra hasta primavera.
En ese momento Andrew ingresó al salón comedor, con un pequeño libro en una mano y una bolsa de tela llena de cosas en la otra. No dijo nada mientras ponía las cosas sobre la mesa, sin dejar de leer el libro.
Luego de traerme al salón comedor él se había vuelto a ir a alguna parte del templo, confirmando que en efecto le estaba robando a Apolo, aunque no estaba segura de que el término sirviera en el caso, pues en sí no era un robo... ¿verdad?
—¿Qué es todo eso? —quise saber, igual que todos los presentes.
—Cosas de Apolo —No despegó sus ojos del libro—. No harán falta aquí, me las llevaré.
Sacó otros tres libros del saco de tela, de un tamaño similar al que leía, y una pequeña bolsa de contenido pequeño y redondo... semillas, parecía, para después encoger el saco al tamaño de sus maletas, acomodándolo también en su cinturón, junto con las semillas. En cuanto a los libros... simplemente no los guardó o encogió, como si tuviera intención de leerlos en poco tiempo.
At señaló el pasillo que daba a la salida, apurándonos.
Kirok se levantó de un salto, y cuando me fijé ya estaba abandonando el salón. Andrew también se acercó, concentrado en su lectura, ignorando deliberadamente a Deucalión; aún seguía resentido con lo que le dijo antes.
—No olvides lo que te dije —le soltó Deucalión antes de que Andrew saliera—. No debes hacerlo.
Andrew se detuvo y le echó una mirada de reojo oculta bajo el libro, que ahora que lo veía mejor tenía un sol en la portada, pero no dijo nada y solo se fue.
—¿Puedo... —preguntó Cailye, titubeante y tímida— darle un abrazo?
Eso sorprendió a Deucalión, que por unos segundos se quedó mirándola. Al final asintió, con una mirada tierna y melancólica en sus ojos.
La rubia se lanzó sobre él, y lo estrujó en sus brazos como si fuera un peluche abandonado. La escena se veía tierna, tanto que me dieron deseos de unirme a ese abrazo.
Cailye se separó de él, con los ojos vidriosos, y le susurró un «cuídate» antes de dirigirse a la salida. Él asintió en respuesta y ella salió corriendo, a punto de soltarse a llorar. Pero ambas sabíamos que no lloraba por la despedida, sino por lo que ocurriera con él después de despedirnos. Lo sabía porque ambas nos sentíamos igual.
—No deben sentirse responsables o mirarme de esa forma tan triste —dijo el hombre, como si adivinara nuestros pensamientos.
—¿Tan obvio es? —suspiré.
Él, con una sonrisa pequeña y ojos caídos, asintió.
—Esta ha sido mi vida por un muy largo tiempo. Te acostumbras a ella. Créeme, no hay nada que cualquiera de ustedes pueda hacer para cambiarlo. No tienen por qué sentirse así, no es su culpa ni su responsabilidad.
Ladeé la cabeza.
—Es precisamente porque lo sabemos que nos sentimos así —Tomé aire, y miré hacia el vitral al otro lado de la habitación antes de hablar. Tenía forma de sol, como todo, pero había flores bajo ese sol y brillo, y el sol que entraba a través del vidrio le daba al lugar un tono acogedor—. ¿Puedo pedirle un favor?
Deucalión sonrió.
—Es lo menos que puedo hacer por ustedes.
—Si algo llega a suceder conmigo, si tengo un ataque o si me transformo, si ve a Andrew en una situación como la suya... ayúdelo —Lo miré a los ojos—. No sé lo que pasará conmigo en el futuro, y pase lo que pase quiero saber que él no estará solo, quiero que pueda lidiar con lo que suceda.
Me observó con atención.
—Oíste nuestra conversación —concluyó, a lo que yo asentí.
Hubo un par de segundos de silencio.
—Lo haré —accedió—. Si algo sucede y estoy cerca, si puedo ayudar, lo haré.
Sonreí con pesar.
—Gracias.
Estiró su mano y yo la tomé sin dudarlo. Estrechamos las manos, en parte como despedida y en parte para sellar el trato, y una vez hecho salí de la habitación, observando cómo se despedía de mí con la mano y una sonrisa. Una sonrisa a pesar de todo.
At atravesó la pared al segundo siguiente. Comenzaba a pensar que disfrutaba escuchar las conversaciones de los demás aprovechándose de su condición.
Los demás me esperaban, por lo que comenzamos a descender por la torre rumbo a la salida. El templo era muy similar al de Artemis, con la gran diferencia de que había muchos vitrales por todas partes, y los candelabros estaban llenos de polvo. Los colores se reducían al dorado y ocasionalmente color cobre, y el piso estaba lleno de soles igual que las paredes.
—Lo bueno es que de aquí a Némesis no hay más templos —comentó Kirok, en tono burlón—. Tienen una tendencia caritativa que resulta siendo muy contraproducente. Así no podrán refugiar a nadie más.
Tanto Cailye como yo fruncimos el ceño y le dimos una mirada ofendida. Andrew también lo miró mal, pero sus razones eran diferentes a las nuestras.
«—Es cierto —apoyó At para sorpresa de todos pero en especial de Kirok, quien la miró como si hubiera hablado en otro idioma—. Ambas estadías nos ha quitado mucho tiempo. Les recuerdo que son solo diez días helios, y ya llevamos tres y aun no llegamos ni siquiera a la Cordillera de Maya. El tiempo corre.»
¿Solo tres días helios? Yo lo sentía mucho más largo.
Nadie le contestó, pues sabíamos que tenía razón. Habían surgido algunos improvistos en el camino que nos quitó tiempo.
Mientras caminábamos me pregunté por qué Deucalión nunca intentó matar a Pirra. Ella ya no era su esposa, solo un monstruo que quería torturarlo, entonces ¿por qué no liberarla de ese ciclo y tal vez encontrar su propia paz?
En cuento me hice la pregunta obtuve la respuesta: porque aunque no lo admitiera, Deucalión aun guardaba la esperanza de recuperarla. A pesar de todos los años que pasaron, de todas las cosas que hizo, el amor que sentía por ella no la dejaba ir.
En ese momento, mirando la espalda de Andrew al caminar, supe que de encontrarnos en esa situación no querría vivir así, mucho más si mi conciencia estaba viva en alguna parte. Pero también supe que no quería que fuera Andrew el que tuviera que hacer algo como eso.
El cielo con ese tono lila que relucía a pesar de ser pasado medio día en Kamigami se sentía agradable. El clima era fresco, y había un ligero olor a laureles mientras sobrevolábamos el bosque de laureles. Las altas copas de los arboles nos impedían detallar la tierra, pues parecía un interminable mar de hojas verdes. Ni siquiera alcanzaba a ver el final del bosque, pero muy a lo lejos podía notar la punta de las montañas de la Cordillera de Maya sobre las nubes que los cubrían.
Me habría gustado volar más alto, lo suficiente para ver más detalles de Gea Hija, lugares que no recorrimos como bosques, asentamientos salvajes, comunidades, y otros templos. Tenía curiosidad en especial por el templo de Atenea. Quizás, algún día, podría visitarlo.
Al volar se sentía todavía más la falta de Niké. Ella siempre estaba revoloteando por ahí, a veces hablaba sola y sonreía de forma sínica, pero en verdad era toda una presencia. Solo esperaba que estuviera bien y pronto se encontrara con nosotros, pues ya iban a ser dos días terrestres desde que desapareció.
En ese momento los arboles bajo nosotros comenzaron a sacudirse. Los pegasos frenaron de golpe, conservando la altura, y todos nos quedamos a la expectativa de lo que ocurría.
Pasaron varios segundos hasta que el temblor paró, regresando la tranquilidad del bosque. Sin embargo, a lo lejos todavía podía ver que la tierra se movía, como si algo gigante pasara por debajo.
«—Es solo una modificación —explicó At a mi espalda—. Ocurren todo el tiempo. Recuerden que este mundo se rige por la naturaleza de los dioses, y que cada dios influye en ella. Eso ocurre cuando Gea se mueve, modifica la estructura, pero no se preocupen, no es suficiente para modificar distancias.»
Eso me dio vueltas en la cabeza.
—Un momento, ¿cómo que se mueve?
—Gea está dormida, casi —dijo Kirok mientras los pegasos retomaban el camino. Volaba a mí lado, y sonreía mientras explicaba—. Cuando se mueve o cambia de posición también lo hace la superficie de Kamigami.
Aquello me dio una idea.
—¿Y si se despierta qué pasa? Podría ayudarnos si se lo pedimos, sería como tener todo un mundo de nuestro lado.
Kirok me miró a los ojos y estalló en risas. Se carcajeó, como si lo que dije fuera el más grande chiste de su vida. Verlo así me hizo pensar que esa era la primera vez que reía de esa forma, con ganas, desde que lo conocí; una autentica alegría.
—No puedes... despertarla —dijo aun entre risas—. Primero tendrías que encontrarla, y nadie la ha visto desde que los Primordiales aparecieron.
Mis ilusiones se desvanecieron al saberlo, y no volvimos a tocar el tema luego de eso. Continuamos en nuestro silencio habitual, cada quien sumido en sus propios pensamientos.
Excepto Andrew, quien no dejaba de leer los libros de Apolo. Ya había terminado los dos primeros y se encontraba a mitad del tercero. Debió notar mi mirada sobre él, pues en ese momento levantó la vista de los libros y me miró.
Pequé un brinco de sorpresa y giré mi cuello tan rápido como pude, roja como tomate. La imagen de él parado al otro lado del baño, observándome, todavía me daba vueltas en la cabeza. No podía creer que él... me había visto desnuda. Me daba tanta vergüenza que apenas sí podía verlo a la cara.
Solté un suspiro, queriendo borrar ese recuerdo tanto de su cabeza como de la mía. Y fue entonces cuando el recuerdo de él saliendo de la ducha, aquel día en Titán, golpeó mi cabeza como un martillo. Casi me caí de Capella de la vergüenza.
Quise poder ocultarme hasta olvidar ambos acontecimientos, pero simplemente no podía borrar esa imagen... Oh, por todos los dioses, él debía tener esa imagen de mí gravaba a fuego también. Quería llorar de la vergüenza, que una manticora me comiera.
En ese momento algo me hizo sombra. Sorprendida miré hacia arriba, en busca de lo que volaba sobre nuestras cabezas... Pero no alcancé a ver nada, ya que apenas distinguí ese cabello de fuego sus brazos rodearon mi cuerpo de un momento a otro, y me alzó en el aire lejos de Capella, como un muñeco de trapo.
Sonreía, rebosante de felicidad, y me estrujó en sus brazos con más fuerza de la que mi cuerpo humano me permitía. Oí que algo se rompió, sin duda dolió, pero yo me alegraba tanto de ver que estaba bien que poco me importó el dolor.
—¡Oh, por fin los encuentro! —exclamó la diosa de la victoria, separándome de su cuerpo para verme a los ojos. Sus dorados ojos brillaban, la sonrisa no le cabía en la cara—. No saben lo mucho que me costó regresar, volé tan rápido como pude pero terminé en una comunidad de centauros muy cerca de la Cordillera de Maya. ¡En verdad los extrañé!
Me tiró en el aire como un bebé, pero cuando lo hizo su atención cayó sobre Cailye y a mí me dejó a mi suerte. Por fortuna Capella estaba cerca, y esa pegaso era muy lista; ella me atrapó antes de caer sobre el bosque.
Le di las gracias en un susurro y le acaricié la crin mientras me acomodaba. Los demás habían disminuido la velocidad, y Niké ahora estaba sobre Cailye, tocándole el cabello y las mejillas como si fuera una muñeca perdida que acababa de encontrar.
Al dejarla revoloteó entre los cuatro pegasos, con movimientos agiles y llenos de gozo.
Pero ni siquiera la llegada de Niké consiguió sacar a Andrew de su ardua lectura. Se mantuvo al margen, y siempre que la diosa pasaba por su lado conseguía mover a Draco para evadirla. Era increíble, pues no parecía que requiriera esfuerzo, y ni siquiera la estaba mirando mientras se movía.
—Nos alegra que estés de vuelta —le dije en cuanto se calmó un poco.
Aún tenía una enorme sonrisa, muy cerca de parecer demente. Me miró con atención mientras revoloteaba cerca de Cailye.
«—Sabía que volverías, siempre lo haces.»
Las palabras de At le aumentaron su felicidad.
—¡Lo sé! Esa bruja de Pirra jugó sucio —contó—. Ya la tenía, me desharía de ella con un solo golpe; siempre fue débil físicamente. Pero convirtió en piedra mis alas y me tiró por una grieta. Terminé atravesando una grieta dimensional.
Su forma de hablar a veces no concordaba con su apariencia. Su voz y su tono la hacían parecer una niña a veces malcriada, mientras su cuerpo voluptuoso y la poca ropa que llevaba encima la hacían ver como una mujer madura.
—¿En dónde estabas? —preguntó Cailye, intentando huir de sus hostigamientos.
La diosa se encogió de hombros, pensativa.
—No lo sé, era un mundo extraño. Había templos muy altos y eran brillantes, también había mucho ruido y unos carruajes extraños que no eran tirados por la versión terrenal de los pegasos. Oh, vaya, había muchas criaturas extrañas y se veían asustadas, aunque, si lo pienso, se parecían mucho a los humanos...
—¡Espera! —grité, sacudiendo la cabeza—. ¿Dices que estuviste en la Tierra? ¿En qué parte? ¿Viste algo extraño?
Frunció los labios, pensando.
—Todo era extraño, diferente, demasiada luz. No estuve mucho tiempo, unos minutos quizá. Cuando atravesé la grieta los humanos se asustaron, algunos se arrodillaron ante mí, pero la mayoría salió corriendo. Como dije, todos se veían aterrados.
Capella me acercó más a ella.
—¿Algo más? ¿Alguna otra cosa llamó tu atención?
—Humm... Oí sonidos de batalla, se sentía como magia divina, y oí el rugido de una quimera —Ladeó la cabeza—. Llegué y me fui muy rápido. Cerca había otra grieta y salté sin pensarlo.
De nuevo intenté contactar a Sara, o a Evan, o a quien fuera. A esas alturas intentaría incluso contactar a Zeus.
Lo que dijo Niké me dio una mala espina, tenía un mal presentimiento. Los llamé a todos pero ninguno contestó. Mis manos comenzaron a templar, pensando lo peor. ¿Y si el plan salió mal en algún punto? ¿Y si lo que intentaban conseguir no fue lo que obtuvieron? Estaba tan frustrada, tan preocupada...
—Ailyn, cálmate —dijo Andrew, con el libro en alto pero sus ojos sobre mí—. No te preocupes por ellos. Son muy capaces, son fuertes, inteligentes, nada malo les sucederá en la Tierra. Nadie allá puede herirlos y mucho menos matarlos. Así que no te preocupes por ellos, o harás que se preocupen por ti. Están ocupados, lo sabes.
Lo miré, con suma atención, y algo en su afirmación sonó extraño, antinatural... Andrew era crudo al hablar, decía la verdad aunque no fuera lo que quería oír; pero justo en ese momento, por primera vez, no estaba tan convencida de que él mismo se lo creyera.
—Eso no es lo que piensas.
Cuando dije eso sus ojos se entrecerraron, analizando algo en mí...
—¡Cuidado! —advirtió Cailye.
Los pegasos hicieron un movimiento evasivo. Capella voló hacia arriba, obligándome a aferrarme a su crin con todas mis fuerzas. El viento estuvo en nuestra contra, y cuando me di cuenta mi pegaso había dado una vuelta completa en el aire.
Me mareé, en parte por el movimiento brusco y en parte por la conmoción. Nos reagrupamos, observando lo que los pegasos acababan de evadir: un muro de lianas, entretejidas todas, como una maya, obstruyendo nuestro paso.
Cepheus subió a la altura del muro, a toda velocidad. Pero en cuanto llegó a la parte de arriba las lianas se movieron para seguir tejiendo la maya. No importó qué tan alto Cailye subiera, las lianas no la dejaron pasar.
Al regreso todos éramos conscientes de que si eso hacían hacia arriba también hacia los lados, no tendría sentido rodearlo, eso sin contar el tiempo que nos llevaría.
—¿Qué es eso? —le pregunté a At.
«—Parece magia de ninfa. Lo mejor será buscar otra forma de atravesarlo.»
Andrew guardó el libro en uno de los bolsillos de su pantalón, y le ordenó a Draco descender. Bajó como bala, atravesando las altas copas de los arboles hasta que ya no fue visible desde nuestra posición.
A los pocos segundos regresó, emergiendo del mar de hojas como si en verdad fuera agua.
—Abajo no hay barrera —informó, y tras eso regresó a sumergirse en el bosque de laureles.
Al parecer alguien no quería que sobrevoláramos el bosque.
Los otros tres pegasos lo siguieron. Al descender muchas de las ramas arañaron mi piel, igual que la de Capella, pero gracias a su velocidad atravesamos rápido la copa de los árboles y llegamos al suelo.
Desde abajo era muy parecido a una reserva natural, excepto que los arboles median aproximadamente lo que medía un edificio de cincuenta pisos, o tal vez más. No alcanzaba a ver el cielo desde la tierra, y escasos rayos de sol entraban entre tantas ramas y hojas.
De vuelta a un bosque, igual que el bosque de la lira.
Me bajé de la pegaso, seguida por los demás, con un presentimiento en mi pecho. El lugar estaba tranquilo, demasiado, era como la calma previa a una tormenta, los seis éramos conscientes de ello.
Nos quedamos en nuestros lugares un rato, esperando a que algo sucediera, pues por lo general siempre sucedía... y esa vez no fue la excepción.
Las lianas se movieron a toda velocidad, encerrándonos en unos escasos metros cuadrados. Los pegasos movieron sus alas con brusquedad, queriendo alejarse, mientras Cailye intentaba calmarlos.
Tanto los chicos como yo saltamos del lugar donde estábamos, evadiendo la trayectoria de las lianas que se movían con ferocidad. Caí sobre algunas rocas cercanas, y en cuanto me giré descubrí que las lianas nos seguían a pesar de haberlas esquivado la primera vez. No importaba hacia dónde nos moviéramos, ellas nos seguían.
Evadí a varias que parecían tener la intención de sujetarme, pues se dirigían a mis pies o brazos, pero me negué a sacar mi espada para cortarlas. Quería usar mis propios medios.
Cailye usaba su Arma Divina sin problema, y a su vez los pegasos usaban sus patas y dientes para defenderse, aunque las lianas en realidad la perseguían a ella y no a los equinos. Kirok no tenía inconveniente con la situación, por el contrario, parecía divertirse. Saltaba de un lugar a otro como si estuviera en un parque de diversiones, sin usar ni siquiera un mínimo de su magia.
Opté por los elementos, por un manejo básico sobre el fuego. Y salté. Jugué con mi agilidad, con mi ligereza y con lo buena que era saltando. Y salté sobre las lianas varias veces. Algunas eran más grandes que otras, lo suficiente para pararme sobre ellas y correr, otras solo podía evadirlas.
Y de pronto la situación no se veía tan amenazante. Se volvió... divertido.
Las lianas eran rápidas, pero yo era más ágil. Corrí, salté, me burlé de aquellas plantas con mi fuego mágico, quemándolas por donde pasaba. Y sin darme cuenta comencé a sonreír. Sabía que era un ataque, que alguien nos estaba atacando, pero nada de eso me importó mientras mi cuerpo viajaba sobre las lianas como si me hubiera convertido en Tarzán. Por unos segundos, solo por unos instantes, me relajé y me divertí a pesar de la naturaleza del ataque.
Pero la diversión no duró mucho, porque de repente las lianas se quedaron quietas y al hacerlo perdí el impulso, precipitándome al suelo de repente. Caí desde unos siete metros de alto, boca abajo, llevándome un buen golpe en todo el cuerpo.
Me quedé unos segundos ahí, sintiendo el dolor del impacto, hasta que me incorporé para saber qué era lo que acababa de ocurrir. Cailye seguía en el mismo lugar con los pegasos, calmándolos, y Kirok se había quedado sobre la rama de un árbol, mirando desde allí como un gato escurridizo.
—¿Dónde está Andrew? —pregunté al aire, pero no recibí respuesta de ninguno de los dos.
At se encontraba a mi lado, aunque no recordaba que estuviera ahí antes, y señaló algo entre los árboles.
Algo se movía entre los árboles, y al entornar mejor mis ojos distinguí la figura de Andrew. Pero no era solo él, también alcanzaba a ver las alas de Niké a su espalda. Ambos llevaban algo... como si fuera un paquete...
En cuanto se nos acercaron pude ver mejor lo que traían, y no era ningún paquete.
—¡Oye, ten más cuidado! —exclamó una de las mujeres, la que Niké llevaba agarrada del brazo, cuando la tiró hacia nosotros y cayó al suelo.
La que Andrew arrastraba tan solo se sentó en el suelo, pues él no la tiró, solo la soltó, pero ella a diferencia de la primera lucía más apenada que enfurecida.
Ambas lucían salidas de un cuento para niños. Las dos vestían de verde, con hojas como tela entretejida y decoraciones con liadas y flores, de dos piezas pequeñas y sin zapatos. La primera era de piel blanca, tirando a gris, y su cabello era tan blanco como la luz de la luna; largo, ondulado, con una mirada igual de blanca de desafío escalofriante. La otra era de piel más morena, con el cabello muy corto de un rosa fluorescente y los ojos verdes vivos. Y la característica más notable de ambas: sus orejas en forma de punta.
—Los intrusos deben marcharse de nuestro territorio, es una orden —exigió la mujer de cabello blanco, poniéndose de pie, pero justo cuando lo hizo Niké llegó a su lado, hablando cerca de su oído.
—Te recomiendo que no hagas nada estúpido, ninfa.
Aunque la mujer no la miró percibí cómo tragaba saliva, y la forma en la que su cuerpo se tensó ante la amenaza de Niké, y tal vez, incluso tembló.
—¿Quiénes son ellas? —pregunté por fin.
Andrew las miró, entrecerrando los ojos y con los brazos cruzados sobre su pecho.
—Son las que hicieron lo de las lianas, es magia de ninfas, y ellas lo son.
¿Qué me esperaba de las ninfas? La verdad era que ya las había visto en el Hogar de Hestia, pero aquellas lucían muy diferentes a estas, como si vinieran de mundos distintos. ¿Acaso...?
La ninfa de blanca apariencia apretó los labios antes de volver a hablar.
—Madre Gea no los perdonará si llegan a herirnos.
Niké soltó una gran carcajada, a lo que la ninfa morena se encogió en su lugar. Ella tenía más miedo o la primera aparentaba más valor.
—Nadie aquí les hará daño —dije—. Solo queremos pasar por aquí. Vamos a la Cordillera de Maya, este es el camino más corto para llegar.
«—Ailyn...»
La ninfa sonrió con sorna, inflando su pecho por suficiencia.
—Es verdad, ninguna de nosotras saldrá herida, pero no podría decir lo mismo de ustedes.
Las intuí demasiado tarde. Sus naturalezas de Seres de Luz llegaron de una forma aplastante, sin dejarnos ni siquiera un segundo para reaccionar. Las lianas se movieron, y cuando menos lo pensamos estábamos rodeados, con las puntas de las lianas apuntándonos como lanzas.
Y de entre los arboles comenzaron a salir docenas de mujeres, todas vestidas con ropa tejida con hojas con variaciones en sus diseños y de dos piezas, descalzas pero con flores en varias partes del vestuario. Había mujeres de todo tipo, desde piel muy oscura hasta piel casi transparente, desde cabellos de colores fluorescentes hasta colores normales, igual de variantes que los ojos. Pero todas tenían las orejas en punta y con una apariencia de edad vacilante entre los veintes y cuarentas.
—At, no me digas que ellas son...
«—Ninfas guerreras, sí. Las ninfas civilizadas debieron haber movido su comunidad.»
Eso explicaba el comportamiento de la ninfa de blanco cabello.
No podía creerlo. Por fin encontrábamos al grupo más prometedor para pedir ayuda, y resultaba que eran guerreras, y nos consideraban intrusos. Solo esperaba que no tuviéramos algún problema con ellas, o ya podría comenzar a escribir mi epitafio.
Andrew levantó la mano, y en respuesta aparecieron pequeñas luces a nuestro alrededor, justo detrás de cada una de las ninfas. Docenas de luces equivalentes a la cantidad de ninfas, como una bomba personal.
—Si haces eso no podremos hablar —dijo una voz de entre la multitud.
Una mujer se abrió paso entre las demás. Vestía un traje de dos piezas, siendo la de abajo una falda corta, de cabello rubio muy claro y ojos del mismo color suave, muy diferentes a los de Daymon o Niké; su rostro estaba cubierto de pecas, y a comparación con las demás ésta era más baja. Pero, lo más sobresaliente, eran los tatuajes curvos que cubrían su brazo derecho y su pierna izquierda, de un color claro que se mezclaba más o menos con su tono de piel.
Andrew la miró de esa forma analítica, en busca de información con solo verla, mientras Niké estaba ansiosa por salir volando y entrar en acción. Fue la señal de At lo que no la dejaba moverse.
Los pegasos se calmaron de repente, y por lo que alcancé a ver por el rabillo del ojo Cepheus le estaba diciendo algo a Cailye a lo que ella asentía, mirando de reojo a la ninfa que habló.
La mujer sonrió, una sonrisa tranquila y confiada, y posó sus ojos sobre nosotros luego de darle una rápida mirada a los pegasos.
—Lina, Megan, ¿están bien? —le preguntó a las dos ninfas que Niké y Andrew capturaron.
La chica de cabello rosa, Megan, asintió, y sin decir palabra se unió a las demás. Lina sonrió de forma socarrona mientras pasaba por nuestro lado, observándonos con suficiencia...
Pero en ese momento Kirok saltó del árbol y aterrizó justo frente a Lina, como una sombra salida de la nada, como la muerte misma.
—Bu —dijo, encendiendo sus ojos rojos, lo que casi le provocó un infarto a la ninfa.
La mujer gritó y cayó sentada de la sorpresa, y luego se arrastró hasta la multitud con los ojos bien abiertos sin quitarlos de encima de mi familiar, incluso más pálida que antes, muerta de miedo.
Un murmullo creciente se oyó entre las presentes, pero solo alcancé a identificar la frase «los acompaña un Ser de Oscuridad, un demonio».
Pero eso no pareció molestar a Kirok, ya que solo caminó por ahí como si nada estuviera ocurriendo.
La ninfa de los tatuajes nos miró con más atención, a todos nosotros.
—Qué grupo más inusual —Levantó la mano, algo que Andrew interpretó como un ataque, pero en realidad era la orden para retirar las lianas cerca de nosotros. Retrocedieron despacio, pero aun así Andrew no bajó las luces de sol—. Tienen suerte, normalmente no nos detendríamos a charlar, pero cualquier deidad que sea aceptada por un pegaso será aceptada por nosotras, ¿verdad, hermanas?
Ninguna de las ninfas respondió, pues al parecer esa condición quedaba parcialmente nublada al contar con un demonio en nuestro grupo. Los ojos de rechazo y hostilidad seguían sobre nosotros, contradiciendo todo lo que la ninfa de los tatuajes decía.
—Solo pasábamos por el lugar —expliqué, con los ojos fijos sobre ella y mi mano cerca de la daga de Astra—. No somos una amenaza.
Ella soltó un bufido de gracia y su atención fue a parar sobre Andrew.
—Pues no lo parecen —Caminó cerca de nosotros, echándonos una ojeada minuciosa tanto a mis amigos como a mí—. Déjenme adivinar. Tú puedes comunicarte con los pegasos, tú controlas la luz del sol, y tú, pequeña, he visto esos ojos en otra diosa —Abrió los ojos, brillando de reconocimiento—. Artemis, Apolo, y Atenea, junto con la gran diosa Niké y un demonio. Sí, sin duda un grupo inusual.
La reacción de la multitud no dio espera, sus ojos antes desconfiados y ofendidos, a la defensiva, se transformaron por completo. Algunas reflejaban miedo, otras furia, y otras se veían desconcertabas y sorprendidas.
—Más razón para que se vayan —dijo una ninfa entre la multitud. Tenía el cabello verde con ojos del mismo color, rebelde como el de un león, y de piel oscura—. Solo nos darán problemas.
La ninfa de los tatuajes se quedó callada.
—Ella vendrá, si se entera que estuvieron aquí nos convertirá —dijo otra voz.
—Es muy tarde para eso. Debemos irnos, movernos a los bosques del otro lado de la cordillera —exclamó otra ninfa—. Mantenernos en movimiento ha preservado nuestra naturaleza.
Y así fueron más y más murmullos, exclamaciones, mientras su paciencia se agotaba y era reemplazada por el pánico. No miedo a nosotros, pero sí a otra deidad que conocíamos bien.
—Si están aquí tendremos problemas —repitió la ninfa de cabello rebelde, ahora al lado de la ninfa de los tatuajes—. Diana, recuerda que no queremos problemas con el reino de Pandora.
Diana, la ninfa de los tatuajes, la ignoró por completo cuando habló.
—¿Y bien? ¿Tienen algo que decirnos o piensan quedarse ahí parados? —cruzó los brazos sobre su pecho, y nos miró expectante—. Hemos oído los rumores, están en boca de todos desde que el portal se abrió, así que pueden ahorrarse el contarnos su historia e ir directo al grano.
—Diana... —advirtió la ninfa.
—Como dije antes, si los pegasos los aceptaron, lo mínimo que podemos hacer es escucharlos —Miró a la ninfa de cabello verde—. Y, Clyrio, tan solo escucha.
Clyrio nos miró de mala gana, gruñendo, pero a su espalda los murmullos no cesaron. Incluso alcancé a identificar a cinco ninfas que por su postura y la forma de mirarnos intuí que de tener la menor brecha entrarían en acción. Y no las culpaba, después de todo el solo rostro de Andrew ya resultaba intimidante, más aún con sus esferas mágicas.
Podía sentir la tensión del ambiente, la profunda desconfianza que sentían por nosotros... Ahgg, ¿por qué todo tenía que ser tan difícil?
Kirok me codeó, alentándome a hablar, a pedirles ayuda como lo teníamos planeado hacer. Pero a esas alturas ya no sabía cómo hacerlo.
—Queremos hacer un trato con ustedes —solté, divagando—. Su ayuda a cambio de mejorar sus condiciones de vida. Saben a quién nos enfrentamos, conocen nuestra guerra. Les pedimos que sean parte de ella, que nos ayuden a derrotar a un enemigo en común, y a cambio buscaremos la forma de mejorar la forma en la que han vivido hasta ahora.
Por un par de segundos silencio, hasta que algunas soltaron en risas y otras se enfadaron todavía más.
—Es broma, ¿cierto? —preguntó Clyrio, de forma incrédula—. No pensarán en serio que eso es suficiente, ¿o sí? ¿Saben siquiera lo que nos están pidiendo? El que nuestro estilo de vida se base en la preparación bélica no significa que estemos dispuestas a ir a la guerra con cualquiera contra el que sea. Mucho menos contra el reino de Pandora por algunas sobras divinas.
—Eso no es...
—A mí me convencieron —dijo Diana, sin ninguna preocupación.
—¡Diana! —exclamó Clyrio, llamándole la atención. Diana sonrió ladeada, como si le causara gracia—. Eres aún muy joven para tomar una decisión así. ¿Qué diría tu madre si te oyera? Debes tomar en cuenta el peso de algo así, en cómo nos afectaría a nosotras, a todas las ninfas en general.
Pero Diana tan solo sonrió, como si esperara algo así y solo le causara gracia.
Así que Diana era una líder joven, que quizás estaba desempeñando ese papel desde hacía poco tiempo. Tal vez no era tan diferente a mí, tal vez yo no era la única que pasaba por problemas de liderazgo.
La ninfa de cabello rubio y rostro lleno de pecas se me acercó otra vez.
—Tienes mi colaboración, Atenea, pero debes ganarte su consentimiento. No las puedo obligar, deben ver con sus propios ojos lo que yo veo, y elegir su propio camino, de lo contrario no servirá de nada que las obligue a unirse a tu causa.
Me guiñó un ojo, dejándome perpleja. ¿Ella en verdad era nueva? Ya no estaba segura.
Andrew asintió, igual que At, apoyándome a seguir hablando, aunque no tenía ni idea de qué decir, de qué añadir.
—Yo...
—Largo de aquí —exclamó una voz entre las ninfas.
—Sí, no queremos nada que ver con su guerra —apoyó otra.
—Solo nos hundirán junto a su barco —dijo entonces Lina, la ninfa de antes, con ojos fríos, desérticos—. Vencer a Pandora es imposible, enfrentarse a su ejército de Amazonas y sus aliados es una sentencia de muerte.
Murmullos, exclamaciones, gritos... Nos pedían que nos fuéramos, que nuestra presencia ahí solo les traería desgracias... Nos amenazaron. Se enfrentarían a nosotros y nos obligarían a irnos de «su» bosque...
Fue entonces cuando el caos estalló. Comenzaron su ataque. Las ninfas usaron su magia, el control sobre la naturaleza para poner en movimiento de nuevo las lianas y atacarnos.
Los pegasos volaron, con Cailye sobre Cepheus usando sus flechas contra las lianas que se le acercaron, y Niké estuvo muy cerca de lanzarse sobre las ninfas, pero At no la dejó, de alguna forma impedía que Niké fuera Niké.
Andrew hizo estallar sus esferas de luz, segando a la mayoría de los presentes y causando gritos en muchas ninfas. Vi a Kirok frente a mí, protegiéndome a mí y a Diana a mi lado de las lianas, pues había tantos destellos de luz que muchas ninfas solo atacaban sin apuntar a quién.
El polvo se elevó de la tierra, el ambiente se nubló entre el polvo y las luces mágicas de Andrew. Los gritos no me dejaban pensar, las lianas se movían demasiado rápido y sin ningún control...
Tragué saliva, buscando una forma de frenar todo eso. A ese paso las ninfas nunca nos apoyarían, a ese paso nadie nos apoyaría...
«Elocuencia»
El recuerdo me llegó de golpe, como una respuesta divina por parte de mi subconsciente. La solución. El don de Calíope, mi as bajo la manga, el arma que necesitaba.
Las luces aumentaron, los gritos también, los movimientos de Kirok con sus brazos para redirigir las lianas se volvían cada vez más desenfrenados, como si estuviera saliéndose de su control, y las flechas de Cailye...
Y entre todo ese alboroto vi aquella liana, esas desprevenidas que solo se movían sin saber a dónde, dirigirse hacia nosotras.
Diana estaba a mi lado, observando el escenario con una mirada que no supe descifrar, y justo cuando giró su cuello la liana se dirigió a ella, directo a su pecho... Me moví antes de poder notarlo, recibiendo el golpe de la liana por ella.
La ninfa abrió los ojos de sorpresa, retrocediendo en el acto y cayendo sentada sobre el suelo. La punta de la liana que parecía una lanza se enterró en mi brazo izquierdo, haciendo un sonido crujiente al penetrarlo.
Salió mucha sangre, me mordí la lengua con tanta fuerza que sentí el sabor a metal en mi boca con tal de desviar el tremendo dolor que sentía en mi brazo. Me forcé a no gritar, a no estremecerme ante el dolor, y luego todo se detuvo.
Alguien le puso pausa al conflicto. Las luces del sol por parte de Andrew desaparecieron, las lianas dejaron de moverse, los gritos se silenciaron, todos se quedaron muy quietos...
—¡Diana! —gritó Clyrio mientras corría a auxiliar a la ninfa caída.
La levantó, pero ella no la miraba, me miraba a mí, igual que todos los presentes.
Andrew se dispuso a acercarse a ayudarme, igual que Kirok e incluso Niké y Cailye, pero At levantó los brazos, frenándolos a todos. Negó con la cabeza a la pregunta que Andrew nunca le hizo, sin apartar los ojos de mí.
Tomé el extremo de la liana que permanecía colgando en mi brazo y con magia de fuego la quemé. Crujió cuando lo hice, y una vez el pedazo que colgaba era más corto lo halé de un solo tirón.
Salió sangre a chorros, y dolía como el infierno. No podía mover ese brazo, no sentía los dedos, no sentía el brazo, solo sentía el dolor. Me apreté la herida con la mano libre, ayudando a la regeneración y deteniendo en algo la hemorragia.
La lengua me ardía, me pesaba, me dolía por la forma en la que me mordí, y quería llorar por el dolor. Me habían golpeado antes, pero eso era diferente; sentía que el brazo se me caería en cualquier instante si tan solo dejara de apretar.
«La salvó» «Se interpuso entre ella» «Recibió el golpe por ella» «Alguien intentó matar a la líder Diana» escuché vagamente, pero poco me importó en ese momento.
Tomé aire, sentí frio, el corazón me latía con tal fuerza y sentía tanta adrenalina que no ayudaba en nada al sangrado. Quería tirarme al piso y llorar como un bebé por el dolor, quería que alguien me sanara, quería poder gritar lo mucho que dolía...
Pero no hice nada de eso.
—Son el grupo demográfico más grande de Kamigami —dije, en tono tranquilo y con postura firme, con la cabeza en alto y la expresión más calmaba y seria que la herida me permitía. Mi cuerpo se estremecía por querer retener el dolor—. Entre todas las ninfas de todas las clases suman cientos de miles, y eso sin contar las comunidades civilizadas. ¿Ejército de Pandora? Ustedes ya son un ejército por sí mismo, y mucho más grande.
Silencio. Todo el mundo estaba tan conmocionado con la sangre y con el rostro de Diana que no me interrumpieron.
»Le tienen miedo a Pandora. Temen lo que les pueda hacer y temen por sus aliados. Viven así. Todos los días con miedo, huyendo de ella, sin libertad. ¿Cuánto tiempo llevan así? ¿Cuánto tiempo quieren seguir así? Ustedes son ninfas guerreras, viven para luchar, viven para ser libres, no para vivir con miedo.
Las miré con firmeza, a cada una de ellas, o al menos a la mayoría. Usé esas miradas de seguridad y confianza que siempre veía en Andrew y en At.
»Entonces háganlo. Son guerreras, luchen no por los dioses sino por ustedes, por su ejército, por su libertad. Reúnan coraje, únanse a nosotros y enfrenten a Pandora. Derrotarla significa recuperar su vida, la vida que les pertenece a ustedes, no a ninguna otra deidad o dios. Usen esa energía que usan en esconderse para pelear, únanse a otros grupos de ninfas, formen su propio reino.
Más silencio.
Diana sonrió de una forma tan esperanzadora que ahí supe que aquello era lo que ella quería. Diana, la líder de ese grupo de ninfas guerreras, en verdad deseaba enfrentar a Pandora tanto o más que nosotros, solo necesitaba una ayudita externa.
Hubo murmullos de nuevo, pero al menos podía ver rostros nuevos, expresiones diferentes. Ninfas que estaban cansadas de esa forma de vida, de vivir temiéndole a Pandora; que, quizás por primera vez, se planteaban la idea de luchar contra el reino de Pandora.
—Eso me parece una respuesta —dijo Diana, complacida, con un fuego en sus ojos que me decía que eso era más personal de lo que pensaba.
—No lo es —sentenció Clyrio, en voz alta, callando los murmullos—. Algo así no es como si se pudiera decidir en un momento efervescente, dejándonos llevar por nuestros sentimientos.
Ella me recordaba a alguien, pero no sabía muy bien a quién.
Los demás se me acercaron en medio de todos esos gritos, y Andrew se apresuró a usar su magia sanadora sobre la horrible herida de mi brazo. Con todo el alboroto me dolía menos. No dijo nada, miró, igual que los demás, qué camino tomaba todo eso.
—Son nuestros deseos —replicó Diana—, más que eso, es lo que necesitamos. ¿A cuántas ninfas esa mujer corrompió el último ciclo selene? ¿A cuántas hemos perdido para enriquecer las filas de su ejército de Amazonas? ¿A cuántas más vamos a perder? ¿A quién más vamos a entregar? Nos encontrarán algún día, y alguna de nosotras se irá, y esa persona puede ser la que tienen al lado ahora mismo, o ustedes mismas, y sé que ninguna quiere terminar como una amazona, sé que ninguna quiere renunciar a su conexión con la naturaleza, a su esencia. ¿Acaso alguna quiere vivir así? Yo no, y para cambiarlo solo podemos hacer lo que mejor sabemos hacer: luchar. Hemos pasado toda nuestra vida preparándonos para luchar, para usar la naturaleza como un arma, y ha llegado la hora de hacerlo.
Fue ahí cuando Diana aprovechó mis palabras, la idea que había dejado en sus cabezas, para avivarla, para completarla. La miré con un nuevo aire de admiración, sorprendiéndome por cómo trataba el tema, asombrándome por la energía que irradiaba, esa que te daban deseos de seguirla hasta el fin del mundo.
—Martha, Cecé, Camelia, Velencia, Lira, Julie, Paty, Flor, Jazmín, Ariel —continuó Diana—. Recuerdo el nombre de cada una de ellas, recuerdo el de todas, recuerdo cómo se las llevaron, recuerdo sus rostros cuando las transformaron. No podemos dejar que esto siga pasando, tenemos que protegernos a nosotras mismas, por las que se fueron y por las que quedamos.
Hubo algunos gritos, muchas exclamaciones, pocas se quedaron calladas ante la voz de su líder.
—¡Cálmate, Diana! —replicó Clyrio—. Te estás precipitado. Entiendo tus deseos, sé por qué lo haces, pero debemos pensar las cosas con calma antes de hacer algo apresurado.
Diana sonrió con sorna.
—En eso tienes razón, hacen falta más que motivaciones para ir a la guerra, hacen falta estrategias —Se giró hacia nosotros, pillándonos por sorpresa, y me dirigió una mirada de complicidad—. Nos reuniremos a los primeros rayos de Selene para estructurar el primer movimiento, y lo haremos con su asesoramiento. Los dioses y las ninfas pelearán juntos contra el reino de Pandora, con su ayuda y la nuestra ni siquiera ella podrá detenernos, eso es todo un hecho.
Clyrio suspiró justo cuando los gritos de las ninfas alcanzaron un clímax. Hubo gritos, exclamaciones, y las lianas se movieron como si compartieran la misma euforia.
Ellas celebraron mientras nosotros nos quedábamos en el mismo lugar, apenas procesando lo que acababa de pasar. Andrew terminó su curación, y observó de esa forma analítica al grupo de ninfas guerreras. Soltó un suspiro también, pero no dijo nada; quién sabe lo que pensó en ese momento.
Cailye estaba sobre Cepheus, con los codos sobre la cruz del animal y sus palmas sosteniendo su cabeza, mirando lo mismo que todos.
—Cepheus dijo que el vínculo de las criaturas divinas y la naturaleza con las ninfas es muy fuerte —explicó Cailye—, por eso es lo más preciado que tienen. También dijo que conoció a la madre de Diana, ella... fue transformada hace pocos meses, luego de eso fue ella quien tomó el cargo de líder.
Eso explicaba muchas cosas.
—Ni siquiera hacíamos falta nosotros —exclamó Niké, batiendo sus alas como si se le hubieran dormido—. Ya tenían sed de venganza sin nuestra intervención.
Los seis continuamos mirando cómo se movían, cómo gritaban, cómo exclamaban...
—Mira bien, Luz, así es como inicia una guerra —susurró Kirok cerca de mi oído, con una sonrisa perversa en sus labios, como si aquello fuera la mejor película.
Las ninfas comenzaron a adentrarse hacia una parte del bosque, aun entre su efervescencia, pero Diana se nos acercó, con una gran sonrisa en el rostro.
—Vengan con nosotras. Iremos al campamento, ahí hablaremos sobre lo que tienen y qué plan poner en marcha.
Noté la mirada de At en mi cuello, diciéndome en silencio que no teníamos tiempo para esas cosas, pero ya estábamos metidas en el problema y había que llevarlo hasta el final. O al menos sentar bases y luego continuar.
La miré con discreción, susurrando «una noche». Ya estábamos más cerca de la Cordillera de Maya, habíamos recorrido gran parte del bosque en la mitad de un día helio, y pronto oscurecería de nuevo, por lo que no era tan mala idea.
Ella soltó un suspiro y se retiró.
—Con gusto.
Diana sonrió y comenzó a caminar. La seguimos a pie, mientras Cailye iba sobre Cepheus guiando a los otros pegasos a través del bosque. Las ramas crujían, el bosque se sentía más cálido, como si de alguna forma nos aceptara.
—Por cierto, gracias por lo de antes —me dijo Diana, sin dejar de sonreír—. A veces la naturaleza solo hace lo que quiere, y es difícil para nosotras guiar algo que no vemos. Me salvaste, eso nunca lo olvidaré.
Sonreí en respuesta.
—No fue nada.
Me agradaba, parecía buena persona, pero había algo en ella que se me hacía difícil de identificar, como si tuviera un deseo oculto más grande que ella, como si hubiera algo bajo su piel que quisiera salir.
Parecía una buena líder, digna de admirar, pero no me convencían del todo esas miradas disfrazadas que le noté. Y su sonrisa, aunque autentica, parecía ocultar algo más que simpatía.
—Ojos abiertos, mantén tus oídos atentos —aconsejó Andrew en tono bajo, casi en un susurro hacia mí. Claro, él desconfiaba de cada una de esas ninfas.
Asentí, captando el mensaje, mientras él continuaba observando a Diane varios pasos delante de nosotros.
Tras varios minutos de caminata por fin Diana se detuvo frente a una cortina de hojas de laurel.
—Como habrán oído mi nombre es Diana, la líder de este problemático grupo de ninfas, me disculpo por adelantado de lo que ocurra esta velada. Y me alegra darles formalmente la bienvenida al asentamiento temporal de las Oréades, ninfas de las montañas.
Y abrió la cortina para permitirnos el paso.
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