14. Una nueva enemiga
Rumors - NEFFEX
Los colores del atardecer me recordaron lo ocurrido con Até apenas un día helio atrás. El clima era el mismo, el cielo era el mismo, la luna que comenzaba a asomarse entre las nubes era la misma.
Tres días terrestres y las palabras de la diosa seguían dándome vueltas en la cabeza. ¿Qué estaba haciendo Pandora? ¿Por qué hizo lo de mi espada? ¿Cómo supo lo del Espejo de los Dioses?
Suspiré. Desde entonces la cabeza me dolía, algo que por mucha magia que usara no me podía quitar.
Quería respuestas, y aunque Até no era la opción más fiable, no podía evitar pensar que tal vez pudimos haber conseguido algo más de su parte. ¿Qué habría hecho Niké con Até?
Me llevé un fruto de Ambrosia a la boca y lo mastiqué sin pensar mucho en el sabor, con los ojos fijos sobre las llamas que danzaban frente a mí en la fogata cortesía de Kirok. Oía el sonido de la madera quemándose, la voz de Cailye hablando con los pegasos y las risas espontaneas de Niké por quien sabe qué cosa.
Quería discutir lo que había sucedido con mis amigos, con los chicos en la Tierra, pero sentía que hacerlo no era apropiado. Ellos tenían que lidiar con su propia misión, con sus propios inconvenientes, y aunque de vez en cuando nos compartíamos información, ellos no estaban enterados de todo por lo que habíamos pasado.
Las cosas iban bien para ellos. Hasta donde Daymon me contó la última vez que hablamos Logan entró con éxito a la investigación de Aqueronte, y el grupo de Tamara se movía rápido de voz a voz entre las concentraciones masivas más pequeñas. Evan aseguró que no había movimiento de Pandora desde mi juicio, y dijo que de haber algo, lo que fuera, nos avisaría, pues el tema de la primera mujer también les concernía a ellos y le hacían seguimiento como podían.
No había podido hablar con Sara esos tres días terrestres, eso me preocupaba, pero tenía preocupaciones más grandes. A lo mejor solo estaba ocupada, de haber pasado algo grave los demás nos lo harían saber, ¿verdad?
«—No olvides el agua, es necesario consumir ambas cosas a la vez.»
Me percaté por el rabillo del ojo el movimiento de At a mi lado, tomando asiento sobre el tronco en que estaba. La miré, y al hacerlo me permití observar el Valle de Gea. Había algunos árboles solitarios por ahí, pero más que todo la hierba alta, el césped muy corto, y las diferentes flores ocupaban todo el lugar.
Al posar mis ojos en ella vi también a Andrew frente a mí, al otro lado de la fogata. Él estaba ocupado, pues se encontraba redactando un informe para la Corte Suprema y tenía la corazonada de que le estaba costando trabajo decidir qué poner y qué no.
Todos coincidíamos en que había cosas que era mejor que la Corte Suprema no supiera, como lo que hizo Cailye con Calisto, lo que hice con Aracne, o nuestro encuentro con Até.
Dejé el fruto de Ambrosia de color verde a pocos centímetros de mi boca, oyendo con atención el crujir de la madera quemándose.
—¿Alguna vez consideraste lo que pasaría después de usar el Espejo de los Dioses? —le pregunté a At. Ella me miró con atención—. En ustedes, ¿cómo sabían que iba a funcionar, que les quitaría la inmortalidad?
Hubo un momento de silencio. At meditó la pregunta, sosteniéndome la mirada, hasta que por fin la desvió al cielo multicolor sin atisbos de los helios y contestó.
«—No lo sabíamos, de hecho, lo dejamos a la suerte —Había una extraña nostalgia brillando en sus ojos—. Sabíamos que el espejo podría quitarnos la inmortalidad si nos juzgaba, pues ante los principios divinos desear una vida humana se consideraba una ofensa, más aún si era por una relación que no se vería bien vista. Sin embargo, confiábamos en que el espejo lo juzgara de esa forma y no al contrario.»
Repasé su respuesta un segundo.
—Si fueran juzgados por un espejo que es capaz de absorber la inmortalidad como castigo, ¿qué les garantizaría que lo haría? Es decir, eso era lo que ustedes querían, no sería un castigo para ustedes.
At inhaló.
«—Pensé lo mismo cuando Apolo lo mencionó por primera vez, pero al menos de esa forma existía la posibilidad. No estaba asegurado, pero era lo más seguro que teníamos entonces.»
Así caímos en un silencio denso. Continué comiendo, con la cabeza vuelta una bola de estambre. Hasta que luego de algunos minutos me atreví a hacer la pregunta que en verdad me interesaba y cuya respuesta no estaba segura de querer oír.
—¿Qué sucederá conmigo cuando me refleje en el espejo? Acepté con los brazos abiertos la idea de buscar el espejo, era y sigue siendo mi única opción posible, pero más allá de que puede absorber la negatividad no sé nada más acerca de ese misterioso objeto. Y, por lo que más quieras, no me digas que aún no estoy lista para saberlo, porque es algo que tarde o temprano sabré y quiero estar preparada para cuando lo encuentre.
La traslucida versión de Atenea me miró a los ojos, y aunque su expresión se veía inescrutable, como la de una pintura, sabía que algo estaba pensando, algo estaba considerando.
«—El Espejo de los Dioses no solo absorbe la negatividad. Su principio fundamental es juzgar y arrebatar algo como respuesta. Te puede sanar, es verdad. Podía despojarnos de nuestra inmortalidad, eso también es cierto. Pero no funciona igual con todo el mundo. A un dios que abusa de su poder, se lo quita. A un dios que odia, le quita su rencor. Imparte su justicia, es por eso que es Némesis y no Temis quien lo custodia. Para algunos tener ese poder no es equilibrio, y como sabrás, Temis está obsesionada con su equilibrio.»
—Entonces...
«—Cuando uses el espejo éste verá tu problema, verá la Luz de la Esperanza, y te juzgará. Lo más lógico será que absorba la negatividad que sobrecarga el Filtro, purificando a su paso la Luz de la Esperanza. No obstante, una vez hables con Némesis ella te dará más detalles. Lo que se sabe sobre el espejo es poco, nadie lo ha visto en miles de años, solo tenemos leyendas en las que apoyarnos.»
—Y si el espejo purifica en Filtro, ¿qué sucederá conmigo? ¿Todo estará como antes?
La respuesta tardó en llegar un poco más que las anteriores.
«—En el mejor de los casos, y el más probable, te quitará el Filtro.»
Pegué un brinco, llamando la atención de Kirok, quien estaba relativamente cerca de nosotras. Ella le lanzó una mirada fugaz, pero él en seguida volvió a cerrar los ojos a como los tenía antes.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Por qué no me lo dijiste antes? —La miré con el entrecejo fruncido, en busca de una respuesta clara.
Elevó una ceja, y señaló con los ojos que regresara a mi asiento. Me senté en el suelo de nuevo, a regañadientes, y solo cuando lo hice ella abrió la boca.
«—¿Por qué crees que he estado presionándote más desde que llegamos? El espejo te quitará el Filtro, ese será tu castigo. No puede solo limpiarlo, te lo quitará con oscuridad y todo. Y una vez lo haga, una vez ya no tengas el Filtro que proteja la Luz de la Esperanza, todo el mundo podrá verla. Serás un gran faro andante, muchos intentarán tomarla antes que Pandora.»
Abrí los ojos como platos.
—P-Pero eso... eso no es lo que piensa la Corte Suprema; ellos creen que solo lo purificará y regresará a como era antes. Nunca se arriesgarían a dejar al descubierto la Luz de la Esperanza, ¡es por eso que estoy aquí! Nadie puede enterarse de que la tengo.
O al menos casi nadie, ya que Até parecía conocer muy bien la situación.
Ella enarcó una ceja.
«—Y lo creen porque Temis así lo expresó, ¿verdad? —Tragué saliva. En efecto, eso fue lo que la diosa de la justicia insinuó en mi juicio—. Te lo dije antes, Temis suele actuar de acuerdo a su equilibrio, a su propia justicia, y no es que precisamente se entienda muy bien lo que quiere conseguir con lo que hace o dice. Está de tu lado; por alguna razón es lo que desea que hagas.»
—¿C-Cómo estás tan segura? Dijiste que se sabe poco del espejo, entones ¿por qué crees que eso pasará?
Una sonrisa sin gracia apreció en sus labios.
«—Porque no en vano fui la diosa de la sabiduría. Solo interpreté las acciones de Temis y lo reuní con la información que tenemos sobre el espejo. Llegar a esa conclusión no fue tan complicado. Y es casi seguro que Até se refería a lo mismo; Pandora debió llegar a la misma conclusión.»
Si Pandora sabía acerca del Espejo de los Dioses, y si consideraba lo mismo que At... ¿cómo se beneficiaba ella de eso? ¿Acaso le obstaculizaba el Filtro? Pero Hades no parecía tener problema con eso, después de todo solo tenía que matarme para tomarla, ¿o no?
Odiaba tener tan poca información sobre Pandora, sobre su verdadero poder y sobre su objetivo. ¿Qué haría si llegara a conseguir la Luz de la Esperanza? Destruir al mundo me parecía demasiado simple, de querer eso, y si en verdad era tan poderosa como aparentemente era, lo habría hecho hacía mucho tiempo, con o sin la esperanza del mundo en sus manos.
Logré mentalizarme, tirar a un lado mis preocupaciones sobre la posible pérdida del Filtro y lo que eso significaba para mí y la Luz de la Esperanza para otro momento. Lo que ocurriera con Némesis todavía era incierto, sacar conclusiones y preocuparme por ellas resultaría inútil. Tenía cosas más urgentes en la cabeza.
—At, ¿las leyendas, lo que aún son mitos dentro incluso del mundo de los dioses, qué tan imposibles o verdaderas crees que sean?
La diosa entrecerró los ojos con suspicacia.
«—¿A qué viene eso? ¿Descubriste algo importante?»
Negué lentamente con la cabeza, sin estar segura de mis propias divagaciones.
—Até mencionó que no todas las leyendas son mitos, y teniendo en cuanta lo de la inexistencia del Espejo de los Dioses que resultó sí existir, pues, es muy posible que haya otros «mitos» que no lo sean precisamente.
«—Crees que Pandora está buscando una leyenda —concluyó ella, ahora pensativa.»
Asentí.
—La han visto en diversos puntos, incluso en el templo de Artemis. Es como si buscara algo. Y si Pandora en verdad es capaz de prever diferentes escenarios, de anticipar situaciones y decisiones, no sería tan extraño que tuviera un plan de reserva bajo la manga que involucre algún artefacto extraño o deidad que de alguna forma aporte a sus objetivos.
Se lo pensó, lo meditó unos segundos, y pude percibir por un segundo la sombra de la preocupación atravesar sus ojos. Cuando se centró en mí de nuevo su rostro permanecía inescrutable, serio, gélido.
«—Es posible, debemos investigar al respecto. Conozco todas las leyendas, de algunas puedo asegurar su veracidad porque he estado ahí, como el yelmo de Hades o el collar de Harmonía, pero hay cosas que no es tan sencillo confirmar, cosas que incluso escapan de la naturaleza misma de los dioses. Y aunque tratamos de llevar un reporte de lo que pasa, es posible que ocurran cosas de las que no existe ningún testigo.»
—¿Quieres decir que Pandora puede estar buscando algo que incluso pueda que no tenga su propia historia, algo desconocido para el mundo de los dioses?
La frente de At dio un pequeño brinco.
«—Lo dudo. Siempre habrá deidades que saben lo que otras no. Lo que yo no pueda asegurar habrá otros que podrán —Levantó su mano, señalando el cielo oscuro sobre nuestras cabezas, o más concretamente a la súper luna selene que poco a poco tomaba su lugar sobre nuestras cabezas. La noche en Kamigami era tal brillante como el día sin duda—. Ellos saben todo lo que ocurre en Kamigami, son los ojos de este mundo. Si Pandora está buscando algo, ellos lo sabrán.»
—¿Ellos? —Miré hacia el cielo, pero lo único que había en el mar de oscuridad que teñía lentamente el cielo era Selene. Abrí los ojos como platos al entenderlo—. Un momento. ¿Selene? ¿Hablas de la luna? ¿La luna que está sobre nuestras cabezas en ese momento?
At no se movió, pero algo en ella me dio a entender que mi estupor ante ese tipo de cosas tenía que desaparecer. Debía aprender que no había nada que me debiera sorprender. En un mundo donde el agua era lila y vendían carne de pegaso, el que la luna hablara apenas era predecible.
«—No solo Selene, Helios también ve todo lo que pasa. Uno de día, otro de noche. Junto con las Moiras y Krono claro, aunque no conseguirás mucho de ellos, en cambio de las personificaciones del sol y la luna es más posible que te den algún dato.»
—Bien, ¿cuándo podemos hablar con ellos? —pregunté, sin evitar sonar con un tono de esperanza en mi voz. Por fin algo fácil en ese mundo de dioses.
Ella me sostuvo la mirada, como si buscara algo en mi expresión, hasta que con el mismo tono de siempre contestó:
«—En unos cuatro días helios, creo. Si tenemos suerte. No acostumbran bajar, pero dentro de poco será el Baile de Eos, y en base a sus personalidades, dudo que se pierdan un evento así. Bajarán para verlo, pero no podría asegurar en qué lugar exactamente lo harán. Podría ser aquí, o en el templo de Zeus en Gea Madre, o en el Mar Neptuno; no lo sé, se les ve poco en forma humana.»
Al Hades con las cosas fáciles. Solté un suspiro, mirando de reojo a la luna brillante que bien podría ser un planeta pequeño demasiado cerca de Kamigami.
Me disponía a entrar a mi tienda cerca de la fogata, cuando Kirok llamó mi atención. Tomó mi brazo, impidiendo mi camino; levanté la cabeza para encontrarme con sus ojos, y como siempre, más aún en la oscuridad, se iluminaban por el rojo demoniaco que lo caracterizaba.
Me sonrió de forma traviesa, a lo que yo enarqué una ceja a modo de pregunta. Su sonrisa se amplió, dando paso a sus dientes.
—¿Recuerdas el ritual de las Dríades en el Bosque de la Lira? —preguntó; asentí por respuesta—. Eso no es lo único que sucede en la noche selene. La naturaleza se toma un respiro en la noche, eso también ocurre en el valle de Gea.
Me jaló en dirección contraria de mi tienda, llevándome al borde de la colina en la que estábamos. Pasamos frente a la fogata, donde Andrew estaba sentado junto con Cailye, llamando su atención en el proceso. Niké nos observó con curiosidad, hasta que de repente su rostro se iluminó de entendimiento y sin espera tomó ambos brazos de los hermanos, levantándolos de sus lugares para traerlos con nosotros.
Al borde de la colina se encontraba un extenso campo de flores blancas en forma de campana. Cubría varios metros, tal vez varios kilómetros, pues se perdía a la vista en algún punto del horizonte.
Kirok se detuvo al borde de la colina, sin acercarse demasiado a las flores. Resultaba un mal chiste que no pudiéramos tocar las flores o cualquier otra cosa que resultara linda en Kamigami; justo en ese instante me gustaría poder olerlas al menos.
Niké tiró a los Knight a mi lado en medio de gruñidos por parte de la rubia y una mirada dura marca Andrew.
—¿Qué sucede? —preguntó por fin Andrew, en un tono algo molesto, con una mirada de interrogación sobre la diosa alada.
Ella sonrió con suma felicidad, emocionada.
—Flores Koudoúni, florecen de noche —explicó la diosa alada con toda su atención sobre el campo de flores.
Andrew miró entonces hacia abajo, donde el mar de flores se encontraba. Se acercó más, hasta que quedó justo a mi lado. Lo miré de reojo, pero él estaba concentrado en las flores.
La rubia se acercó también, al lado de su hermano, con un brillo de expectación en su rostro que me alegró notar. Desde lo que ocurrió con Até ella estaba algo ausente, con la mente en un lugar muy lejos de nosotros; solo hablaba libremente con los pegasos, y aunque noté que Andrew quiso acercarse a ella para verificar que estuviera bien, la respuesta de su hermana no resultaba convincente.
Era incomodo, igual que el día de mi juicio; se sentía como si hubiera un abismo entre nosotras. Hablábamos, sí, pero no se sentía igual.
El cambio de iluminación frente a nosotros captó mi atención. Me volví justo a tiempo para verlo, para contemplar otra maravilla del mundo de los dioses.
Primero fue un tenue brillo blanco proveniente de las flores, como una niebla muy baja, hasta que aquel brillo aumentó, mezclándose con un dorado suave que acompañó los pétalos de las flores.
El campo entero se encendió en aquella luz blanca, renovadora, que le dio al ambiente un efecto de paz, quitando al menos por un rato la carga de nuestras preocupaciones. Las flores se movieron al ritmo de una brisa inexistente, como si de una danza se tratara, hasta que de pronto se abrieron al mismo tiempo, dejando salir un polvillo dorado que se esparció por sus pétalos inmaculados.
Cailye sonrió, igual que Niké e incluso Kirok, mientras la luz iluminaba sus rostros haciéndolos lucir salidos de una fotografía antigua. En ese momento deseé tener una cámara para captar ese instante perfecto.
Mis ojos fueron a parar sobre Andrew por inercia, quien observaba las flores con la misma atención que los demás. Al estar a mi lado la luz mágica de las flores resaltaba más sus facciones.
Él intuyó mi mirada ya que un segundo más tarde giró su cuello, cruzando sus ojos con los míos. Mantuvo una expresión seria, sin ningún gesto delator que evidenciara sus pensamientos. A veces era realmente frustrante no saber qué pasaba por su cabeza.
Me examinó por un rato, llegando a incomodarme ante su escrutinio. Empezaba a creer que nunca me acostumbraría a su mirada tan intensa que parecía tener rayos X.
—No te pierdas a ti misma —soltó de repente, en voz baja.
Abrí los ojos por lo repentino de su comentario.
—¿A qué te refieres?
Me miró con más atención, con los ojos entrecerrados.
—Te he visto perderte en un túnel de dudas muchas veces, Ailyn. Sé cuando estás cerca de volverte loca. Y sé muy bien lo ocurre cuando lo haces.
Solté una risita sin gracia, más parecido a un bufido que a otra cosa.
—Lo sé, terminas salvándome de alguna manera.
Eso casi consiguió una sonrisa de su parte. Casi.
—Te pierdes a ti misma —repuso—. Cuando te dejas llevar por el pánico nada bueno sucede, lo sabes, y aun así...
—Si entro en pánico serás el primero en notarlo —lo interrumpí—. Hey, sé que no debo dejarme llevar, lo aprendí a la mala ¿recuerdas?
Su postura no cambió.
—Ese es el problema, tú no aprendes.
Fruncí el ceño, levemente ofendida. No lo dijo en broma, algo que me ofendió todavía más. Hablaba en serio.
—Tenme un poco más de fe —Sacudí la cabeza de un lado a otro—. Además, si algo así vuelve a pasar, sé que me traerás devuelta aunque no quiera, es lo que siempre has hecho.
Cualquier atisbo de sonrisa desapareció ante mi comentario. Se tornó incluso sombrío, como si lo que dije en lugar de causarle gracia le generara conflicto.
En ese momento el suelo comenzó a moverse, como un pequeño sismo. Eso atrajo mi atención de nuevo al campo abierto, donde las flores eran más pocas. El sonido de múltiples pesuñas galopando acompañó el temblor, confirmando los causantes de dicho movimiento.
Los miré con atención, permaneciendo en mi lugar a una distancia considerable. Cailye de inmediato saltó en su sitio, y se acercó un poco más, sin abandonar la seguridad de la distancia y las rocas que nos rodeaban.
«—Centauros salvajes —mencionó At apareciendo de repente a mi lado. Odiaba cuando hacía eso—. ¿Cómo logras comunicarte con ellos sin enfadarlos?»
Sabía que la pregunta iba dirigida a mí, imposible no notarlo por su tono.
Observé con más atención a las criaturas. Desde la distancia podía observar sus cuerpos mitad caballo, sus largas colas y sus impresionantes cabelleras humanas largas hasta su dorso. Lucían altos, pero desde donde estaba no podía notar qué tanto, y a juzgar por el movimiento terrestre a su causa podía decir que contaban con una fuerza sobrenatural impresionante.
Sabía que había varios tipos de centauros; estaban los guerreros, implacables soldados dispuestos a dar sus vidas en combate; luego estaban los salvajes, que vivían sus vidas en naturaleza y aunque eran agresivos y de mal carácter no causaban muchos problemas, o al menos no en Kamigami ya que en la Tierra eso era otra historia; y por último los civilizados, que eran más sociables y pacíficos, vivían en comunidad y formaban grandes familias, encabezados por Quirón.
Así vivían muchas criaturas de Kamigami, igual que los minotauros e incluso sátiros. Cada especie tenía individuos que se dedicaban a pelear, a vivir libremente, o a vivir de forma más civilizada. Era por eso que ese mundo funcionaba.
—Solo escucharán a una centauride. Para comunicarse con centauros salvajes solo puedes hacerlo por medio de ellas; o con una espada en mano, pero es más probable que te ataquen y debas luchar antes de que te escuchen.
Mi respuesta llamó la atención de todos los presentes. Cinco pares de ojos cayeron sobre mí, como si estuvieran viendo a otra persona hablar con mi voz.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Kirok, con una sonrisa divertida tirando de sus labios.
Me encogí de hombros, mordiéndome la lengua para no ofenderme por el concepto en el que aparentemente todos me tenían.
—Estuve leyendo —Miré a At, que permanecía como un retrato a mi lado—. ¿Es correcto?
La comisura de su labio tiró hacia arriba, pero no sonrió aun así. Asintió, en gesto algo robótico.
«—Lo es.»
Observamos a los centauros dar algunas vueltas al campo abierto, sin dispersarse demasiado y manteniendo el ritmo. Parecían estar de caza, buscando potenciales presas. Agradecí para mis adentros que At no me preguntara alguna otra cosa, pues el conocimiento que tenía aún era poco comparado con el de ella y no quería que mi pequeña victoria se esfumara tan pronto.
Fue entonces, cuando los centauros se encontraban más lejos de nuestro campamento, que algo fuera de lugar captó mi atención. Entorné mis ojos para adaptarme más a la oscuridad, y gracias a la iluminación de Selene en esa zona pude distinguir una silueta muy diferente a la de los centauros.
Me incliné, como si así pudiera ver mejor, y así fue. Poco a poco la silueta tomó la forma de un hombre alto, de hombros anchos, moviéndose entre los árboles y arbustos al otro lado del campo... pero algo no estaba bien con la forma en la que se movía...
—¿Qué ocurre? —preguntó Andrew, mirando lo mismo que yo.
Vi al sujeto moverse a la derecha, luego a la izquierda... y luego solo se cayó. Se desplomó sobre el suelo, demasiado cerca del campo abierto donde los centauros buscaban comida. Eso era malo; si bien los centauros no comían personas no dejaban de ser una amenaza si estaban de mal humor.
—Ni se te ocurra —masculló Andrew entre dientes, leyendo mis movimientos.
Tomé aire, preparé mis músculos, y antes de que Andrew pudiera sujetarme del brazo salté entre las rocas que nos ocultaban a simple vista y atravesé corriendo el campo abierto por donde no había flores.
Ubiqué a todos los centauros, tratando de hacer un mapa mental para guiarme a través de ellos hasta el hombre en el suelo sin ser captada por las criaturas.
Me deslicé a través del césped alto, y cuando estaba cerca de la manada de centauros usé mi magia para crear una capa de niebla baja, lo suficientemente densa para camuflarme a simple vista. Los centauros, o al menos algunos, notaron el cambio de atmosfera y se alteraron, más mi presencia pasó desapercibida mientras me abría paso hacia el sujeto en el suelo.
La sombra de los árboles en la zona donde el hombre se encontraba tirado nos brindaba seguridad, pero aun así el sujeto estaba demasiado expuesto. Me acerqué a él, detallando que en efecto se trataba de un hombre, de apariencia demasiado humana para ese lugar.
Tenía el cabello negro, de gruesas cejas y cabeza cuadrada; la barba le cubría la mitad de su rostro, y por su piel había múltiples moretones y viejas cicatrices. No era joven, pero tampoco viejo, era un punto en medio que incluso lo hacía lucir atractivo.
Tenía los ojos cerrados, por lo que no notó cuando posé mis manos bajo sus brazos. Gimió cuando intenté moverlo, lo que me comprobó que al menos no estaba del todo inconsciente. Al ver que moverlo con mi fuerza era imposible, me ayudé de un pequeño hechizo de gravedad para ocultarlo entre las sombras de los árboles, lejos de la visión de los centauros.
Eso me recordó a Andrew, por lo que una sonrisa tonta tiró de mis labios.
Apoyé al hombre contra un árbol cercano, sin poder dejar de observarlo. Llevaba ropa de lino blanca, con rotos y sucia en algunas partes, sus dedos tenían callos, su cabello era un enredo total, y desprendía olor a sudor, como si llevara muchos días sin bañarse. Su condición corporal no era la mejor, pues era evidente que comía poco.
Me quedé embobada observándolo, llena de intriga. Ese hombre lucía tan humano... no parecía ser un dios o poseer magia divina, y se veía tan moribundo que despertaba todavía más mi curiosidad por saber quién era.
—Oh, por Madre Gea. Debe ser una broma.
La voz de Niké a mi espalda me sobresaltó. Me moví a un lado, aun sorprendida, y observé a la diosa usar sus alas para permanecer unos centímetros lejos del suelo. Miraba al hombre con los ojos abiertos como platos.
—¿Lo conoces?
Pero ella no me miró, por el contrario, levantó los ojos para enfocarse en algo frente a mí. Me volví, llevándome otro susto de sorpresa. Niké observaba con fijeza a At, parada cerca del árbol donde el hombre descansaba, con una sombra cubriendo sus ojos, pero no supe si se debía a su mirada terrorífica o a la oscuridad de la noche.
A su lado los hermanos hicieron acto de presencia; Andrew ni siquiera me miró cuando se acercó, toda su atención recaía en el hombre, igual que la de los demás presentes.
Fue entonces cuando Kirok silbó, un silbido que me arrancó otro brinco.
—¿Y los centauros? —quise saber.
—Se fueron hace unos segundos —contestó Cailye, un poco más lejos del hombre que los demás—. Creo que no les agradó la niebla, dificulta su visión.
At se acercó al hombre, pero no estiró el brazo o algo parecido, tan solo lo observó con los ojos entrecerrados.
—Está cerca, sin duda —le dijo Niké, en un todo de recordatorio—. Nunca está demasiado lejos de él.
Resoplé. Ya me estaba empezando a molestar los códigos secretos que ambos tenían.
—¿Y quién demonios es? —volví a preguntar.
Sin duda quería saber qué deidad era capaz de causar esa reacción en At, a ella, la diosa invencible e imperturbable.
«—Nos vamos —decretó en tono duro, demasiado como para atreverse a cuestionarla—. Ahora.»
Me acerqué a ella en cuanto se incorporó, confundida.
—Espera, espera, ¿cómo que nos vamos? ¿Lo dejaremos aquí tirado medio muerto? ¿Tan peligroso es que le tienes miedo?
Lo último sí que provocó una reacción de su parte. Me encaró, de frente, lo que ocasionó que casi atravesara su cuerpo si no me detenía a tiempo. Me miró con unos ojos aterradores, severos, como si quisiera callarme de un solo golpe.
«—He dicho: nos vamos.»
Tragué saliva ante sus palabras, pues en verdad estaba asustándome. No era normal que At actuara de esa manera. Miré a los demás, a los hermanos, donde al menos la rubia estaba tan desubicada como yo, y a Niké y mi familiar.
—¿Alguien quiere decirme qué sucede?
Kirok sonrió, esa sonrisa perversa de diablillo suya, y en respuesta recibió una mirada de advertencia por parte de At. Si ella tuviera cuerpo o magia de ataque de seguro lo habría callado de un buen golpe.
—Ese, Luz, es Deucalión, esposo de Pirra, yerno de Pandora —soltó en tono casual, y podría jurar que At mató su alma con su mirada mordaz, incluso escuché el grito del viento ante el gesto de la diosa.
Me tomó un segundo asimilar lo que eso significaba.
—E-Ese hombre es... —apunté al sujeto en el suelo con un dedo, incrédula— ¿Deucalión?
Mi mirada se encontró con la de Andrew, pero él más que sorprendido se veía preocupado.
Kirok asintió, ahora más serio.
—¿Por qué está aquí? —preguntó Andrew, en dirección a At.
Ella apretó la mandíbula, y con una mirada a Niké fue la diosa de la victoria quien habló.
—Es una mala broma, la verdad —explicó, con una sonrisa torcida en el rostro—. Coincidencia. Deucalión siempre está huyendo, viaja por todo Kamigami día y noche. Es gracioso que nos lo topáramos, una posibilidad muy pequeña.
—¿Huyendo de qué?
Niké abrió la boca pero At tomó la palabra.
«—De Pirra —Me miró con una intensidad que me dio escalofrío—. Ella lo caza, para eso vive. Las cicatrices que ves se las hizo ella.»
Eso me desconcertó de una forma aterradora. Tragué saliva, a sabiendas de que por la forma en la que lo decía quizá era mejor dejar de preguntar.
—P-Pero es su esposa, ¿por qué querría hacerle daño?
No respondió, solo me miró, como si analizara posibilidades.
—¿Es por lo que sucedió? —quiso saber Andrew, enarcando una ceja y con los brazos cruzados—. La corrupción de Pirra, ¿la obliga a hacer esto?
Abrí los ojos de par en par cuando vi a donde quería llegar. Pirra... pasó por algo similar a mi problema, había perdido su alma, se había vuelto un monstruo...
—Ella... ¿quiere matar a su esposo a causa de su condición?
Mi cuerpo comenzó a temblar, imaginándome en una situación así. Pirra era el antecedente que más se acercaba a lo que me pasaba, eso significaba que su presente era mi posible futuro.
Miré a Andrew, horrorizada. Me imaginé en el lugar de Pirra, lastimando a Andrew, hiriendo a mis amigos y a mi familia, convertida en un monstruo sin alma. Y me aterré.
Él debió notar el pánico creciente en mi interior, e incluso noté que le dio un pequeño vistazo al sello en mi brazo que en ese momento era más o menos visible.
At no respondió, y no hizo falta hacerlo, la respuesta estaba delante de nuestros ojos, recostado a un árbol y con una respiración profunda.
—¿Cómo es que sigue con vida? —A todos los tomó por sorpresa la pregunta de Cailye, excepto a mí, pues yo estaba muy ocupada con mi pánico como para elogiar su participación—. Deucalión es humano, no debería seguir vivo.
—Ambrosia —simplificó Niké encogiéndose de hombros—. Pirra lo obligó a comerla poco después de transformarse. Además, tiene algo del poder de la vida, eso lo hace más longevo.
—¿Poder de la vida? —repitió mi amiga.
Niké asintió, observándola con una ternura cálida.
—Los dioses le otorgaron a la pareja de esposos el poder de la vida luego del diluvio. Pirra puede crear mujeres, aunque no en todo el sentido de la vida, y Deucalion crea hombres, más o menos.
—¿Por qué sigue vivo? —la pregunta salió en un hilo de mi voz—. Si ella lo está cazando, ¿por qué no lo ha matado?
Creí que nadie me respondería, pues estaba segura que mi expresión no era precisamente confiable para ninguna respuesta, pero aun así Kirok contestó.
—Porque ha tenido cuidado de no hacerlo. Lo hiere al punto de muerte, luego lo sana y el ciclo comienza de nuevo.
Pirra... ¿Ella torturaba a tu esposo por el placer de hacerlo? Mi cuerpo comenzó a temblar por un frio inexistente, pues de hecho la noche era bastante fresca, y por el rabillo del ojo vi el rostro endurecido de At.
«—Nos iremos ahora. Ya podrán descansar en otro momento, guarden sus cosas lo más rápido que puedan.»
Su declaración me estremeció.
—Quieres huir... —murmuré, confundida y asustada—. Tú, la gran diosa Atenea, quiere huir de Pirra... ¿por qué?
Se me acercó en un segundo.
«—He dicho: nos vamos.»
Levanté la cabeza, con un torbellino de emociones en mi interior.
—Un líder sabe cuándo retirarse —repetí lo mismo que me dijo en una ocasión—. Lo entendí con las Furias, ¿pero ahora? ¿A qué le tienes miedo?
La pregunta sonó estúpida en cuanto salió de mi boca, pues sabía que ella solo era un espíritu incorpóreo que aparentemente no podía sentir ninguna emoción.
«—Piensa lo que quieras, pero nos iremos ahora.»
La tensión comenzó a aflorar en el ambiente, en nuestra sangre.
At quería que nos marcháramos, fuera cual fuera la razón parecía estar arraigada a la idea de alejarnos de Deucalión y Pirra. Miré de soslayo al hombre en el suelo, cubierto de heridas, asechado por el amor de su vida...
—¿Y qué haremos con él? ¿Planeas dejarlo aquí a la espera de que Pirra lo encuentre? ¿Herido, deshidratado y muerto de hambre?
Ni siquiera lo miró cuando dio su respuesta.
«—No es nuestro problema.»
La respiración de Deucalión era constante, y quizá demasiado profunda. Si por alguna razón del universo terminaba como Pirra, si algún día Andrew se encontraba en los zapatos de ese pobre hombre, me gustaría que alguien, quien fuera, le diera una mano, que tan solo no lo dejara a su suerte, no lo dejara morir. Fruncí la nariz, y me mordí la lengua antes de decir lo que estaba a punto de decir.
—No lo dejaremos así —declaré, tomando aire—. Lo ayudaremos, lo sanaremos y cuando despierte nos iremos. No vamos a dejar que Pirra lo encuentre medio muerto.
Ella entrecerró los ojos. Vi la respuesta en sus ojos, vi cómo hablaría de tal forma que recalcara su autoridad sobre mí. Pero no dijo nada, se tragó que sea que fuera a decir y tan solo me miró.
De todas formas, ¿qué podría hacer ella para detenerme? ¿Cómo podría obligarme a seguir su voluntad? Ella ni siquiera podía tocarme, solo era una voz, por primera vez en la vida y obra de Atenea, no era más que una voz que podía ser callada sin más.
Se alejó unos pasos, con una mirada oscura que la hacía lucir aterradora. Y tal vez fue un efecto de la luz de selene, o un efecto óptico de mis ojos, pero cuando se paró bajo la luz de la luna su cuerpo se veía más traslucido de lo habitual.
Se dirigió al campo, rumbo a nuestro campamento, sin decir una palabra más.
—¿Qué hacemos con él? —preguntó Cailye al cabo de unos segundos. No me di cuenta en qué momento se inclinó sobre Deucalión.
—Lo llevaremos a una de las tiendas, no puede quedarse al descubierto —Miré a Niké—. Ella vendrá, ¿verdad? Pirra siempre lo encuentra.
Ella asintió.
—A veces tarda días, otras veces horas; una vez lo buscó durante un siglo. No podría asegurar cuánto tardará esta vez.
Eso significaba que podría aparecer en cualquier segundo. Me fijé entonces en Andrew.
—¿Puedes sanarlo? —Dudó unos segundos, pero al final asintió, con el rostro serio—. Bien. Esperaremos a que despierte, quiero hablar con él. Luego continuaremos.
La actitud de At me tenía nerviosa. Si ella no quería encontrarse con Pirra debía tener un motivo, y el no saberlo me ponía todavía más ansiosa. En cuanto Deucalión abriera los ojos nos iríamos, si podía evitar a Pirra intentaría hacerlo. Sin embargo, una vocecita interior me murmuraba que había algo en ella que debía ver.
Andrew no se movía. Estaba de pie en la puerta de la tienda de emergencia que armamos con magia, del tamaño de una pequeña habitación cuadrada, donde su hermana y yo esperábamos que Deucalión despertara, dándonos la espalda, con el arco en su mano derecha y su brazo izquierdo tenso pegado a su cuerpo. No podía verle la cara, pero sabía que más que alerto estaba molesto.
Cailye usaba su magia para mantener fresco a Deucalión. Andrew lo curó, estaba bien, pero su agotamiento seguía ahí, por eso sudaba a mares. La rubia intentaba aliviarlo aunque fuera un poco. Se veía inquieta, pero no supe si por la situación o por el uso continuo de su magia.
—Niké está vigilando los alrededores, y Kirok está haciendo patrulla —Le dije a la rubia para tranquilizarla—. Pirra no se acercará sin que lo sepamos.
Ella soltó un gruñidito.
—No es eso lo que me preocupa —Levantó su rostro hacia mí—. Aunque él se recupere y Pirra no lo encuentre pronto, lo hará algún día. Su vida consiste en huir, y huir de su esposa... Y no hay nada que podamos hacer para remediar eso.
Nos hundimos en un silencio tenso. Era verdad. Podríamos ayudarlo en ese momento, pero tarde o temprano Pirra daría con él de nuevo, como un macabro juego del gato y el ratón. Ella nunca lo dejaría, y él no podría huir para siempre.
El movimiento de Deucalión llamó nuestra atención. Cailye pegó un pequeño respingo, con los ojos bien abiertos, mientras yo me acerqué más a él para ayudarlo a acomodar.
—¡Hermano! —llamó Cailye, pero aunque él se giró para ver lo que ocurría, la que de verdad atendió su llamado fue At.
Su cuerpo pasó por el lado de Andrew, solo para detenerse a unos pasos de nosotros y observar, igual que el chico de ceño fruncido.
Deucalión se removió en su lugar, y aunque abrió los ojos parecía desorientado, como si viera borroso. Intentó incorporarse, pero su cansancio lo limitaba; pasé una mano bajo su espalada para ayudarlo, algo que lo sobresaltó.
Pegó un brinco, y como resorte Cailye también. Abrió los ojos de par en par, entreabrió la boca, como si le faltara el aire para hablar, y recorrió el poco espacio con mirada aterrada. Comenzó a hiperventilar, y nos miró a los tres presentes como si estuviera analizando posibles amenazas.
—Tranquilo —dije con calma—. No corre peligro aquí.
Me miró como si hubiera hablado en otro idioma y se alejó unos centímetros de mí.
—¿Q-Quienes son ustedes? ¿Dónde estoy? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Deucalión examinó mi rostro y el de mis amigos, en busca de algo remotamente familiar.
—Estaba muy herido cuando lo encontramos, cerca del campo de flores Koudoúni, ¿recuerda cómo llegó hasta ahí?
Frunció el ceño y cerró los ojos con fuerza, intentando recordar.
—Yo... venía de las Cascadas Fos... ella me encontró ahí...
«—En la Cordillera de Maya del norte —explicó At.»
El hombre abrió los ojos de golpe, preocupado, aterrado.
—¿Dónde estamos? Ella no ha venido, ¿verdad?
Había algo en su tono, en sus ojos, que me resultó tenebroso. Le tenía miedo a Pirra, eso lo podía notar, pero había algo más en él, algo de anhelo, un tipo de deseo que lo destruía. Por un momento me pareció la mirada de un loco, enamorado de su agresor.
—No, no hay señales de Pirra en un largo perímetro. Está a salvo aquí, al menos por el momento.
Eso pareció traerlo un poco a la cordura, a la realidad.
Nos examinó una vez más, ahora con una sospecha confundida.
—No los conozco. ¿Cómo es que...?
Se detuvo en mí, o mejor dicho, en mi brazo. Esa noche llevaba una blusa cuya manga no alcanzaba a cubrir el sello de Hera, por lo que era visible con un poco de atención.
Me miró a los ojos, entendiendo de golpe parte de la situación. Su mirada se suavizó, sus ojos oscuros me miraron con una tristeza que dudaba que toda se debiera a mí.
—Pobre niña... ¿Ella te hizo eso?
Andrew, que dividía su atención entre el exterior y nosotros, frunció un poco más el ceño, pensativo.
—¿Ella? —pregunté— ¿Habla de Pandora?
Su mirada triste se convirtió en una de rencor que incluso pareció disminuir la temperatura del lugar un par de grados.
—No menciones ese nombre, niña, o te consumirán las desgracias —masculló, sombrío.
Tragué saliva, insegura de querer adentrarme más en el tema con una de las víctimas de las acciones de Pandora.
—No fue... Esto no tiene nada que ver con esa mujer —Señalé el sello en mi brazo—. Es consecuencia de algo que hice.
Me miró con una atención aterradora. En ese momento se veía incluso más cuerdo que yo. Negó con la cabeza un par de veces.
—Luces como una humana... pero no lo eres, y si tienes eso significa que podrías dejar de ser lo que eres. He visto esto antes, la transformación —Sonrió con amargura—. Pero no te preocupes, no te dolerá tanto, es más un castigo para tus seres amados que para ti. Cuando ocurra ni siquiera lo notarás.
Lo miré a los ojos, incapaz siquiera de tragar saliva, tenía la garganta seca. Tomé aire, intentando recuperar el control. Tenía que preguntarle a Deucalión lo que quería saber.
—¿Qué sabe sobre Pandora? Es decir, ¿tiene alguna idea de lo que va a hacer?
Por prolongados segundos me miró, hasta que miró también a los Knight con un leve reconocimiento.
—Ya entiendo. Ustedes son las reencarnaciones de esos dioses olímpicos, los que le declararon la guerra al reino de Pandora —Un brillo desesperado apareció en sus ojos, una llama de venganza oculta—. Entonces sí fue ella la que te hizo eso.
Deucalión estaba más interesado en la semejanza de mi condición a la de su esposa que en responder a mi pregunta.
—No tiene nada que ver —repetí, con la esperanza de que dejara el tema.
Una sonrisa lúgubre apareció en su rostro, generándome un escalofrío en la espalda.
—¿Eso crees? ¿De verdad? Ella es metódica, una maldita loca obsesionada con su caja y su dichosa paz; puede que no tenga la culpa de todo lo que les ha pasado, pero por tu bien es mejor que lo veas así.
Empujé su consejo a un rincón de mi cabeza, uno que reforzaba mi suposición de que lo que pasó esa noche en el lago e incluso en aquella misión del Amazonas tenían algo que ver con Pandora. Algo me dijo que Andrew pensó algo parecido a lo mío, pero no lo confirmé, ya que él observaba al exterior en ese momento.
—¿Obsesionada con su caja? ¿Paz? —interrogué—. ¿Insinúa que Pandora quiere la esperanza por la paz? N-No lo entiendo...
Él bufó.
—Te dirán muchas cosas sobre esa desagradable mujer, pequeña, algunas te harán dudar y por lo que hicieron conmigo, al ayudarme, incluso puede que creas en ella. Pero, por nada del mundo, olvides que es una maldita loca —La furia en sus ojos se veía como una llama ansiosa por consumir todo a su paso—. Es peor que un demonio, y más peligroso que un dios enojado. Pero, sobre todo lo que ella es, fue o será, es egoísta. Nunca olvides que esa mujer fue capaz de pudrir el alma de su propia hija, sabrá Urano de qué más es capaz.
Tardé unos segundos en saber qué decir.
—¿Cuál es su debilidad? —solté, ante aquello todos los presentes se sobresaltaron—. ¿Cómo la destruyes?
Noté su debate entre reírse y llorar, una combinación algo delirante en compañía de su barba y su aspecto desgastado y cansado. Sus ojeras y el peso que parecía desfigurar sus hombros lo hacían lucir un ligero aire de sabiduría.
—Hasta donde sé su existencia es casi primordial, no destruyes algo así, lo transformas. Y si encuentran la debilidad de esa mujer quiero ser el primero en saberla; en todos estos milenios jamás mostró alguna debilidad, ni siquiera un titubeo.
Eso no resultaba muy alentador. Miré a At, con la pregunta en la punta de la lengua, y ella debió notarla ya que me miró de una forma que me aterró.
El sonido del estómago de Deucalión rompió la tensión de la atmosfera.
—Debo irme, ella puede encontrarme en cualquier momento.
Intentó levantarse, pero sus piernas temblaron y regresó al saco para dormir. Podía no estar herido, pero su cuerpo se encontraba débil por la falta de alimento.
—Traeré algo de comer, no te muevas —se ofreció Cailye, con voz cálida pero mirada ausente.
Se incorporó antes de oír objeción y pasó por el lado de su hermano al salir. Deucalión la observó marcharse, con una expresión que delató sus intentos de negarse y tan solo seguir huyendo.
—No puede continuar así —expliqué—. Coma algo, luego podrá irse. Le aseguro que Pirra no vendrá sin que lo sepamos.
Una mirada de tristeza reemplazó su expresión de negación.
—Por tu bien y el de tus compañeros, espero que así sea.
Asentí sin más, y salí de la tienda mientras le hacía una señal a At para que me siguiera. Andrew nos siguió con la mirada mientras nos alejábamos de la tienda de emergencia, a un lugar donde Deucalión no pudiera oír.
Frené en seco, igual que el espectro fantasmal de At.
—¿Existencia primordial? —pregunté, indignada, con mis ojos sobre ella—. ¿No se te pudo ocurrir decírmelo?
Cuando At habló, aunque lo hizo manteniendo su postura, había un tono áspero en su voz.
«—No lo sabía. En mi tiempo era solo otra deidad más que se regía por las reglas de Madre Gea. No pensé que el tiempo le diera esa naturaleza, de haberlo sabido habría salido de tu cabeza mucho antes y te habría matado solo para que la Luz de la Esperanza desapareciera de nuevo.»
Sus palabras, más que sorprenderme, me hirieron.
—¿Y eso qué significa? ¿Qué diferencia hay entre una naturaleza y otra?
Ella frunció el ceño, con una mirada oscura en sus ojos que no presagiaba buenas noticias.
«—No puedes matar a Nix, o a Kronos, o a Madre Gea, o a Eros. Sus existencias son primordiales; no puedes matar la noche, o el tiempo, o la naturaleza, o el amor. Existen. Realmente existen. Luchar contra una existencia primordial es borrar tu propia existencia —Cerró los ojos por un segundo, y cuando los abrió miró la luna, como si buscara una respuesta—. Es por eso que la Corte Suprema le tiene miedo, por eso Zeus no la enfrentó en todo este tiempo.»
Un escalofrío de pánico acarició mi piel desnuda, como un cruel recordatorio, como un golpe de realidad.
—Pero que sea primordial no significa que no tenga una debilidad —balbuceé—. Es decir, Krono está todo el tiempo pero en ningún tiempo, puede ver pero no intervenir, esa es su debilidad. Y Eros... Eros es ciego...
«—Ailyn, cálmate —me ordenó la diosa—. Es verdad lo que dices, cada deidad tiene una debilidad. No es eso lo que me preocupa...»
La miré con interrogación, invitándola a continuar, pero ella tan solo me miró y soltó un suspiro.
«—Debemos irnos antes de que Pirra lo encuentre. No puedes encontrarte con ella, bajo ninguna circunstancia puedes verla.»
Me dio la espalda y se alejó, llevándose todos sus pensamientos y preocupaciones, antes de que pudiera siquiera pedirle una razón.
Varios minutos más tarde me acerqué de nuevo a la tienda de emergencia para echarle un vistazo a Deucalión, pero cuando me encontraba a algunos pasos vi que Deucalión estaba hablando, y para mi sorpresa la persona con la que hablaba y que además le respondía era Andrew.
—¿Cuánto llevo aquí? Perdí la noción del tiempo hace muchos años, nunca sé cuánto tiempo pasa desde que me encuentra hasta que logro huir.
Andrew se tomó su tiempo para contestar.
—Aun es de noche.
Claro, respuesta marca Andrew.
Escuché una risita ronca, como si aquel hombre llevara mucho tiempo sin hacer ese tipo de sonidos.
—Estás enamorado de ella, ¿no es así? —Hubo una pequeña pausa, y me imaginé a Andrew mirándolo de esa forma sospechosa—. Me di cuenta por cómo la mirabas, y era a la chica de ojos claros, ya que la de cabello de oro supongo que es tu hermana, ambos son iguales. Te preocupas por ella, más que por ti mismo. Yo... Así me veía cuando estaba con mi esposa.
Mi corazón pegó un brinco, y sabía que no debería estar escuchando, que muy seguramente Andrew sabría que estaba ahí, pero no me moví ni siquiera un centímetro. Quería oír toda la conversación.
Andrew no respondió por un largo rato.
—¿Cuándo se transformó... aún conservaba algo de ella, de su esposa?
La pregunta me tomó fuera de lugar. Unos segundos después oí la voz de Deucalión, parecía que se tomó su tiempo para meditarlo.
—No lo sé. Me gusta creer que sí, pero a veces no puedo reconocer a la mujer que amaba en esa criatura. A veces incluso me parece oír sus sollozos, clamando descanso, liberación. Pero son solo imaginaciones mías, soy consciente de eso.
Silencio por unos segundos. En vista de que Andrew no dijo nada el hombre continúo hablando.
—Es mi culpa, lo que le ocurrió —dijo, como si necesitara desahogarse con alguien—. Sabía que si se acercaba a su madre algo malo le ocurriría, pero ella... su sueño era que Pandora la viera, que la amara, que la reconociera como su hija y estar a su lado, no podía quitarle ese sueño... Pero entonces Pandora le hizo lo que hizo, la destruyó, mató su alma, a su propia hija...
Silencio de nuevo. Oí a alguien tomar aire, tal vez Deucalión, y retomó la palabra.
»Estuvimos mucho tiempo en busca de una cura, pero cada vez ella tenía menos tiempo. Comenzó a deteriorarse, a debilitarse... Las marcas en su cuerpo fueron lo primero en aparecer, luego esos ataques de ira... y luego solo pasó. Un día ella solo no regresó en sí.
Respingó, frustrado, y alcancé a ver una sombra borrosa moverse dentro de la carpa.
»Intenté salvarla, intenté ayudarla, pero ella se había ido. Hizo cosas que nunca habría hecho, y luego comenzó a cazarme, como a un conejo. Lo que ella sentía cuando la acariciaba, cuando la besaba, lo comenzó a sentir cuando me hería, cuando veía mi sangre en sus manos... Todo en ella se retorció, cada aspecto que la hacía mi esposa tan solo se esfumó.
Tragué saliva con cuidado de no delatar mi presencia, con mis manos temblando. Trataba de no imaginarme en la posición de Pirra, pero escuchar lo que decía Deucalión traicionaba mi esfuerzo.
—A Pirra le encantaban las flores Koudoúni, creo que por eso terminé ahí —continuó Deucalión, en un tono melancólico y triste—. Siempre le regalaba un ramo cuando me topaba con ellas y ella las usaba en su cabeza. Decía que su pureza le recordaba por qué aceptó el trabajo luego del diluvio. Ella era... tan brillante. Era luz. Estar cerca de ella era como tocar el sol, cálida y luminosa; su corazón era más grande que el mío. La admiraba, la adoraba... —Soltó un fuerte suspiro de ira— y aun lo hago.
»Intenté alejarme, comenzar de nuevo para que ella dejara de lastimarse al cazarme... pero no pude, porque siempre pensaba en ella, siempre deseaba verla, ella siempre fue mi único anhelo, mi único sueño. No podía solo seguir adelante sin ella por más que quisiera —Tomó aire—. Una vez intenté formar una familia. Era humana, madre soltera de una pequeña niña... Pero cuando Pirra me encontró ella... —Hizo una pausa— Mató a su hija frente a sus ojos y a ella la hirió de gravedad... La destrozó. Luego de eso esa pobre mujer perdió toda cordura... y terminó acabando con su vida una noche sobre un risco.
Me llevé la mano a la boca para ahogar un grito, y apreté.
Silencio. Por varios segundos, solo silencio.
—Todavía está contigo, ustedes todavía tienen oportunidad de vivir el tiempo que les queda juntos —Cuando el hombre habló me provocó un pequeño brinco. No esperaba que volviera a hablar—. No lo desperdicien buscando una cura que no existe como lo hicimos nosotros, sean felices al menos ahora. Cuando la transformación ocurra agradecerás tener buenos recuerdos que te ayuden a seguir adelante.
Por alguna razón se me erizaron los bellos de la espalda, como si mi cuerpo presagiara la reacción de Andrew.
—No le ocurrirá lo mismo que a Pirra —gruñó, enojado—. Encontramos la forma de revertir el proceso, ella no se transformará.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que funcionará? ¿Puedes asegurar que eso no pasará, jurarlo? Buscamos por todas partes antes de que ella se fuera, y créeme, puedes amarla todo lo que te imagines, querer protegerla en todo momento, pero no puedes, tú llegas hasta cierto punto. El amor no lo puede todo, la voluntad de cuidarla no siempre será suficiente para alejarla de todo mal. No importa cuán poderoso creas ser, o que estarás junto a ella a cada segundo, al final las cosas pasan como tienen que pasar.
No oí nada más al respecto, pues en ese preciso momento Andrew salió de la carpa en medio de movimientos bruscos. Me sobresalté ante lo repentino del cambio de situación, y justo en ese momento los ojos oscuros del chico se cruzaron con los míos.
Llevaba el ceño fruncido, con la mandíbula apretada, pero en cuanto me vio su expresión cambió un poco; se ensombreció y abandonó algo de tensión, pero había tristeza en sus ojos.
—No oí nada —solté automáticamente.
Él suspiró y se acercó a mí en un par de pasos. Negó con la cabeza una sola vez, con los ojos fijos sobre mí.
—Lo oíste todo —corrigió, en tono suave y cansado.
Me mordí la lengua.
—No lo crees, ¿o sí? Él solo está... herido, le duele lo de su esposa. No te lo tomes...
—¿Personal? —Inclinó levemente la cabeza a un lado—. Es la única referencia a tu problema que tenemos, no esperes que no me lo tome con seriedad.
—Lo que él dijo es solo su opinión —dije con rapidez.
—Opinión basada en experiencia.
Fruncí el entrecejo.
—No creerás lo que él dijo, ¿verdad? Eso no pasará, tenemos lo del espejo, tenemos una oportunidad, te tengo a ti. Siempre me detendrás cuando haga algo que no deba o irás tras de mí para acompañarme.
—Ese es justamente el problema —masculló en medio de un suspiro cansado, llevándose la mano al puente de su nariz para masajearla. Parecía que le dolía la cabeza.
—¿Cuál problema?
—Crees que siempre podré salvarte, crees que no importa lo que hagas lo voy a arreglar, que te sacaré de tus problemas, y no es así.
Oír eso fue como recibir un pequeño empujón, un golpe frio.
—Dijiste que estarías siempre a mi lado —balbuceé.
Su mirada se suavizó un poco, expresando en sus ojos un dolor pasivo.
—Y lo haré, pero eso no significa que siempre alcanzaré tu mano cuando salgas corriendo, o que podré encontrarte en el agua. No te cuidas a ti misma, y no puedo cuidarte todo el tiempo, no puedo cuidarte por ti.
—Pero... Eso no es un problema...
—No lo entiendes —me interrumpió en un tono un poco más duro—. Algún día puedo simplemente no ser tu salvavidas, estar en una situación que me lo impida, ¿y entonces? Te habrás ido para siempre. Deja de asumir que soy todopoderoso, que no importa lo que hagas todo estará bien, porque a veces no es así.
—Pero tú siempre... No te dejes llevar por lo que dijo Deucalión...
—No es solo lo que él dijo —exclamó—. No puedo ir tras de ti como si fueras un bebé, te lo he dicho miles de veces. Es como vigilar que un niño que juega con vidrio no se corte, porque siempre haces cosas como estas aunque medio mundo te diga lo contrario. Tomas riesgos, demasiados, y no puedo evitar que te lastimes cuando lo haces.
—Andrew...
—A veces te escapas de mis manos. Cuando creo que estás segura tú solo... arrancas a correr —Señaló la tienda donde estaba Deucalión—. Haces estas cosas y me pregunto hasta cuándo podré salvarte.
Tomé aire entrecortado.
—Necesitaba ayuda, tú mismo oíste por todo lo que ha pasado. No podía solo dejar que ella lo encontrara medio muerto...
—Pero sabes que mientras él esté aquí Pirra puede llegar en cualquier momento —Sus ojos se oscurecieron más—. Y ya te dijeron que no debes encontrarte con ella, te lo advirtieron, y ahora yo también lo hago. Debemos irnos antes de que Pirra lo encuentre, por tu bien.
Moví mis manos con fuerza.
—¿Pero por qué? ¿Por qué no puedo ver a Pirra?
Tomó bastante aire, en busca de calma antes de volver a hablar.
—Porque perderás la cabeza si lo haces.
Eso no era lo que esperaba oír.
—¿Qué?
Suspiró de nuevo, agotado.
—Atenea lo sabe porque conoce a Pirra, y yo lo sé porque te conozco a ti —Hizo una breve pausa, buscando las palabras—. No puedes ver a Pirra, Ailyn, porque si lo haces tú...
—¿Crees que entraré en pánico por la relación que tenemos?
No respondió, lo que interpreté como una afirmación.
Negué lentamente con la cabeza.
—En el remoto caso que la viera eso no pasará. No me volveré loca solo por eso, no caeré de vuelta en ese círculo vicioso, te lo he dicho y te lo estoy demostrando —Me acerqué a él, y vacilante posé mi mano sobre su mejilla. Sentí una pequeña corriente eléctrica donde mis dedos rosaron su piel. Él me miró a los ojos, en ningún momento dejó de hacerlo—. Seré yo, la Ailyn que siempre has conocido.
Negó con la cabeza, apartando mi tacto despacio.
—No me pidas que observe cómo te vuelves a hundir, no me pidas que observe cómo te pierdes a ti misma.
—¡Eso no va a pasar! —exclamé.
—No lo sabes, no puedes asegurarlo. No sabes lo que ocurrirá cuando llegue Pirra, o lo que sucederá cuando encontremos el espejo, o lo que pasará cuando nos enfrentemos a Pandora. No lo sabes y aun así me pides que te deje hacer estas cosas, que te deje seguir tu intuición aunque te lleve a situaciones donde tu vida pende de un hilo, o peor, tu cordura.
—Te pido que confíes en mí, que dejes de pensar que en cualquier momento moriré, que dejes de creer que cualquier cosa me llevará de vuelta al borde de un precipicio.
—¿Y cómo quieres que lo haga si no dejas de comprobarme lo contrario? Confío en ti, lo sabes, sé que quieres hacer las cosas bien, pero no puedo evitar pensar que siempre que estamos en peligro tú...
Se calló de golpe.
—¿Yo qué?
El dolor se reflejó en sus ojos por un segundo. Suspiró. Pero aun así no respondió, tan solo me sostuvo la mirada como si tuviera un mar de cosas en la cabeza.
Abrí la boca, pero en ese momento el suelo se estremeció. Comenzó de repente, un fuerte terremoto que nos sacudió a los dos. Intenté mantenerme en pie, pero el movimiento fue tan repentino y brusco que en cualquier segundo me caería.
Andrew extendió su mano hacia mí... pero no llegó a tocarme. De repente su cuerpo se deslizó hacia abajo, en una milésima de segundo el suelo bajo sus pies se abrió en una gigantesca grieta, arrastrando su cuerpo a la oscuridad del abismo.
Me abalancé sobre él sin siquiera pensarlo, y justo cuando se precipitó a caer alcancé su brazo en el aire. Mi pecho se golpeó con el borde de la tierra, y el brazo que lo sujetaba se tensó ante el nuevo peso, crujiendo debido al esfuerzo.
Usé mi mano izquierda para aferrarme al borde del abismo, batallando con el arrastre del peso de Andrew hacia una caída segura. Apreté los dientes, tratando de pensar en una forma de subirlo antes de que algo más ocurriera.
La mano derecha de Andrew se aferró al borde del abismo, sujetando con fuerza mi antebrazo con su otra mano. Mi cuerpo poco a poco cedió ante la fuerza y el peso de Andrew, guiándonos a los dos al vacío... fue entonces cuando Andrew consiguió el impulso que necesitaba y tiró la mayoría de su peso a su lado derecho, ayudándose a subir.
Disminuí el esfuerzo que ponía en sostenerlo y lo halé. Cuando más de la mitad de su cuerpo se encontraba sobre la superficie dejé de usar fuerza, mientras él terminaba de salir. Levantó la cabeza en ese momento, con el ceño fruncido, preguntándose lo mismo que yo...
—¡Luz!
Una nueva grieta se abrió, a centímetros de mí. Conseguí saltar antes de caer igual que Andrew, pero cuando aterricé el suelo seguía moviéndose; me tambaleé, perdí el equilibrio y caí sentada.
El suelo continuó abriéndose a nuestro alrededor, dejando al descubierto lo que parecían fosas oscuras de gran amplitud, y aunque los segundos seguían corriendo el sismo no se detenía. Los pegasos estaban alterados, sobrevolando el lugar como si intentaran advertirnos de algo... ¿Dónde estaba Niké?
Se oyó un grito, un grito femenino, el grito de Cailye.
Una mano me puso de pie de un solo jalón, arrastrándome con ella. Andrew me guio a través del campo, esquivando las grietas e intentando no caer de nuevo, con Kirok pisándonos los talones. Corrimos en dirección a la tienda, donde Cailye estaba con Deucalión, pero cuando estábamos cerca algo se interpuso en nuestro camino...
Siluetas femeninas nos rodearon, las vi negras, pero cuando nos acercamos más y la luz de Selene las iluminó noté su piel de piedra, sus facciones de estatua y las lanzas en sus manos. Once... tal vez quince mujeres hechas de piedra se interponían entre la tienda y nosotros.
—Golems —masculló Kirok ahora a mi lado, con los ojos rojos encendidos fijos sobre ellas—. Ella está aquí, es su magia.
Tanto Andrew como yo captamos el mensaje. Tomé el mango de mi espada sobre mi hombro, al mismo tiempo que Andrew tomaba en sus manos el arco, y en cuanto las golems avanzaron desenvainé.
El baile de luces como resultado de las flechas de Andrew iluminaron todavía más la noche, y el sonido de la roca al romperse llenó la instancia de ruido. Me enfrenté a dos de los golems de piedra, a ambas las corté por la mitad sin mucho esfuerzo. La tercera me dio más batalla, pues usó su lanza para evadir mis ataques mientras una cuarta me atacaba por la espalada.
Me moví por instinto, usando mis sentidos y agilidad a mi favor, hasta que pude romper la lanza de la tercera golem y cortar la cabeza de la cuarta. Cuando me dispuse a derrotar a la golem desarmada una flecha le atravesó el pecho, desvaneciéndola en medio de un brillo azulado, sin siquiera dejar cenizas.
Andrew tomó mi antebrazo con fuerza, mientras una esfera de luz flotante cortesía de su magia destruía a otra golem. Ahí me di cuenta de que las quince golems iniciales habían enriquecido sus filas, sustituyendo a las caídas y aumentado su número.
—No entres.
Lo miré con pesar, a sabiendas de lo que haría a continuación. Me moví con brusquedad en cuanto otro par de golems se acercaron, apartándome de su trayectoria. Andrew me miró con dureza un segundo, pero al siguiente estaba demasiado ocupado con las golems como para intentar tomar mi mano.
—¡Ailyn!
No me volví, tan solo corrí, y sin esperar a que otra golem se me fuera encima recorrí el poco espacio que nos separaba de la tienda.
Entré a la tienda como un huracán, analizando en un segundo la escena que tenía frente a mí: una mujer de cabello rojo oscuro, largo hasta su cadera, de piel bronceada y vestido largo, se encontraba frente a Deucalión, quien estaba en una esquina de la tienda con los ojos abiertos de par en par y observando a Pirra con una mirada entre horror y dolor.
Le estaba diciendo algo, pero en cuanto entré cerró la boca y giró su cabeza un poco para observarme. Sus ojos me miraron de pies a cabeza, con una expresión enojada, y tan solo le bastó mover su mano para tirar mi cuerpo hacia la nada, golpeándolo contra un muro invisible cerca de la pareja. Me suspendió en el aire, con mi cuerpo pegado a una superficie inexistente, y apretó.
—¿Otra más? —dijo la mujer, molesta—. ¿A dónde te viniste a meter ahora, Deucalión? Este lugar está lleno de dioses inoportunos e inútiles.
Gruñí, intentando zafarme de su agarre invisible, pero tanto mis brazos como mis piernas y mi cuerpo entero parecían apretados contra el muro como un insecto en una telaraña.
En ese momento me percaté de Cailye. La rubia estaba tirada en el suelo no muy lejos del hombre, con su arco en manos y los ojos cerrados. Parecía inconsciente, pero noté los movimientos de su rostro y el trabajo que hacía por volver en sí.
—No las lastimes —suplicó Deucalión, con los ojos bailando de ansiedad y la voz ronca. Pirra lo miró—. Ellas solo... —tragó saliva— No son importantes, no te interesan.
La mujer le sostuvo la mirada por dos segundos, manteniendo una postura elegante y una apariencia en principio delicada. Al comienzo solo lo miró, sin emoción aparente, hasta que de un segundo a otro una sonrisa de un tamaño desproporcional apareció en su rostro. Las comisuras de sus labios se curvaron demasiado, haciéndola lucir como un espectro salido de una película de terror, y sus ojos parecieron encenderse en un rojo demoniaco.
Si Cailye la viera en ese momento le daría un infarto de miedo. Aquella mujer iba más allá de cualquier espectro de ficción.
Se giró entonces hacia mí, con movimientos antinaturales y una sonrisa diabólica. Un escalofrío recorrió mi espalda, y un grito se atascó en mi garganta. Ni siquiera los demonios de Hades eran tan absurdamente aterradores.
—Así que te interesas en ellas... —concluyó, y en aquel instante lo que más deseé fue salir corriendo de ahí.
Ahora entendía el horror en el rostro de Deucalión.
Se me acercó, y mientras lo hacía podía ver un halo negro a su alrededor, percibir su energía de Ser de Oscuridad, sentir el escalofrío de la muerte en mi piel. Me sentí obstruida, asfixiada, como si todo el color a mi alrededor fuera absorbido por la oscuridad que la acompañaba. La tienda se hizo más pequeña, me sentí dentro de una botella, y solo tenía ojos para su sonrisa que literalmente recorría toda su cara.
Se paró frente a mí, y dejó de sonreír aterradoramente al menos un momento. Su mano tocó mi mejilla, sus ojos se cruzaron con los míos como si de esa forma absorbiera mi vida... Sus ojos eran oscuros, sus facciones delicadas y labios muy rojos. Alta, de delgados brazos y manos casi huesudas. Resultaba irónico que alguien con esa apariencia pudiera verse tan espectral.
Sacudí mi cabeza, o eso intenté, para alejar esos pensamientos y pensar en una forma de enfrentarla. ¿Qué sabía de Pirra? Solo que poseía el poder de crear golems y que no tenía alma. Quizás en un ataque físico tuviera menos oportunidad, pues no parecía que aquella área fuera su especialidad o no habría puesto golems de guardia, y aunque tampoco era la mía con ayuda de mi espada era posible que tuviera oportunidad.
—¿Y bien? ¿No te vas a desmayar también? —inquirió, con una voz susurrante que me puso los vellos de punta.
Por una fracción de segundo observé a mi amiga en el suelo, que movía ya sus brazos y sacudía su cabeza para recuperarse. No parecía estar herida, menos mal...
Cuando volví a posar mis ojos sobre Pirra ya no me miraba como si quisiera absorber mi alma, ahora contemplaba mi brazo, el tatuaje en él. Sonrió, esta vez con diversión, con... locura. Sus ojos se abrieron como platos, su piel se estiró; casi pude ver cómo se desfiguraba su rostro...
—Ya entiendo, tú eres igual a cómo yo era antes...
Oí el sonido del cristal romperse, y noté la grieta que se hizo en la frente de Pirra, como si fuera de porcelana y se estuviera rompiendo. Apretó los dientes, frunció el ceño, endureció su mirada, y de un solo movimiento levantó su mano y aruñó mi rostro con sus largas y filosas uñas.
Reprimí un grito, pues lo último que quería era preocupar a los chicos afuera, y me aguanté el ardor. Ya me estaba acostumbrando a los golpes, para mi desgracia, por lo que solo me quedaba esperar a que sanara.
Pirra se veía enojada. Llevó su mano a la cabeza, como si le doliera, y por un momento sus ojos titilaron, como dos luces dañadas.
—Cállate —balbuceó para sí misma—. Cállate. Cállate, cállate, cállate, cállate. ¡Cállate!
En verdad parecía perturbada, aturdida, furiosa y confundida. Me esforcé en manejar mi espada, lograr liberar aunque fuera eso de su poder mientras estaba delirando, pero a pesar del esfuerzo apenas sí conseguía mover los dedos.
En ese momento At, la traslucida At, entró a la tienda como un fantasma, atravesando la pared y caminando por el lugar como si nada. Me echó una mirada, señalando mi espada, con semblante imperturbable y serio, y se dirigió hacia una Cailye que ya estaba sentada en el suelo, consternada; le habló, aunque desde mi posición no pude oír nada.
A pesar de su postura de siempre me pareció notar cierta tensión, algo de preocupación tal vez. Y cuando le dio una rápida mirada a Pirra, a su locura, entendí lo que dijo Andrew antes. La verdad era que Pirra estaba loca, mucho más que Medusa y Niké juntas.
Pirra seguía entretenida en sus delirios, hundida en su locura, por lo que no se dio cuenta ni de Cailye ni de mí. Lo intenté una vez más, con más esfuerzo, y conseguí mover la totalidad de mi mano derecha. Solo eso necesitaba, con eso bastaba...
Pirra me arrebató la espada con un rayo de humo negro. La mano me ardió como si de fuego se tratara, y me mordí la lengua todo lo que pude para reprimir el dolor. Mi espada cayó con un sonido metálico, ganándome una mala mirada por parte de At.
—¡Mírame! —bramó Pirra, enloquecida.
Acercó su rostro al mío, su cuerpo a centímetros, su nariz rozando la punta de la mía. Vi sus ojos, los vi de verdad, y el miedo casi buscó salida de mi cuerpo mediante el vómito. Me reprimí, con un sudor frio recorriendo mi piel y el susto en la garganta. Sus ojos eran... un verdadero infierno.
«—No la mires, Ailyn, cierra los ojos. No la mires.»
Pero no podía apartar la mirada o cerrar los ojos, el roce de la piel de Pirra contra la mía me transmitía miedo, dolor, ira y frustración... me debilitaba...
Vi imágenes fugaces, como recuerdos pero sin serlos. Sangre, mucha sangre, sangre de Deucalión. Lagrimas; dolor, enojo, resentimiento... Vi oscuridad, zozobra, agonía... Una mujer moribunda, de vestido rasgado y ojos sin dirección.
Oí sus gritos, vi su verdadero rostro con los ojos rojos del llanto, su cabello revuelto de la ansiedad y sus brazos... brazos ramificados de tono violeta, violeta muy oscuro. Sus uñas rojas de herirse los brazos, las cicatrices que sobresalían en su piel junto a sus venas... y la locura de su estado.
—Este será tu futuro —dijo ella—. Serás como yo, compartimos el mismo destino.
La mujer de los recuerdos gritó, o tal vez fui yo. No lo supe. El miedo se me atascó en la boca, el grito no fue suficiente para dejarlo salir. Frio. Mucho frio. Miedo, terror.
Así terminaría yo, en ese monstruo me convertiría... Terminaría matando a Andrew, a mis amigos... yo no quería, no podía...
«Te lo prometí» recordé en medio de mi horror «Seré yo, la Ailyn que siempre has conocido». Lloré, lloré sin poderlo evitar.
—¡Ailyn! —gritó Andrew desde alguna parte fuera de la tienda.
Y luego todo sucedió demasiado rápido.
«—¡Ahora!»
Cailye saltó hacia Deucalión, que permanecía petrificado en una esquina, y movió su arma para rasgar gran parte de la tienda, dejando entrar la luz de la luna. En cuanto la luz de luna los iluminó ella levantó su arco, dijo algo que no entendí y los dos desaparecieron en medio de un brillo plateado.
Pirra perdió el control. Abrió los ojos y la boca como lo haría un demonio mayor, y en medio de sus movimientos desenfrenados y un grito ensordecedor rasgó la tela de mi abdomen, hiriéndome con sus uñas de nuevo una y otra vez como si de un saco lleno de arena se tratase. Dolía, vaya que dolía cada abertura, cada corte; pero intenté con todo lo que pude no pensar en eso.
Se desconcentró. Al menos lo suficiente.
Moví mi mano con todas las fuerzas que pude, alcanzando la daga de Astra que siempre llevaba en mi cinturón, y cuando Pirra se me acercó de nuevo clavé la hoja en su pecho, con toda la fuerza que pude.
La daga brilló, un brillo entre blanco y dorado justo en la intersección. Pirra soltó un fuerte grito que me ensordeció por un momento. Y como si esa fuera alguna clase de señal un brillo externo apareció, una luz dorada, luz de sol.
Entró a oleadas a la tienda, intensificando el dolor de Pirra. La presión sobre mí se esfumó, mi cuerpo cedió a la gravedad. Caí al suelo mientras el brillo cubría a Pirra. Gritó con más intensidad si es que era posible, y en medio de la intensa luz mágica de Andrew Pirra se convirtió en una nube tormentosa negra, con aparente electricidad roja.
Se esparció por el lugar antes de compactarse en una pequeña nube, rozando mi piel como si de lava se tratara. Quemaba, ardía, como una pequeña advertencia de lo que ella era.
Pasó por mi lado como un fantasma, y abandonó la tienda en su huida. La luz de Andrew cesó, y acto seguido él ingresó a la tienda. Me vio tirada en el piso y se acercó a ayudarme; escondí las heridas de mi abdomen mientras me incorporaba, al mismo tiempo que tomaba del suelo el Arma Divina de nuestra mentora.
Acomodé la daga en su lugar, agradecida, y examiné el lugar en busca de los demás. Con el aliento entrecortado y con más adrenalina en mis venas de la que me gustaría, inhalé y exhalé una y otra vez, en busca de serenidad.
—¿Estás bien? —me preguntó Andrew.
Sabía que no se refería a las heridas que esa loca me hizo, se refería a cómo estaba mi cabeza luego de eso. Y vaya que ver esas imágenes me impactó, pero lo último que quería era que él se preocupara al respecto o afirmar sus suposiciones.
Forcé una sonrisa.
—Lo estoy —mentí, a lo que él entrecerró los ojos—. ¿Dónde está Cailye?
—Aquí.
El mismo brillo plateado de antes reapareció en el rincón de Deucalión. Ambos se materializaron, como si regresaran de la invisibilidad. Él lucía consternado y sorprendido, mientras que Cailye parecía un poco más relajada.
—¿Qué fue eso? —pregunté, pues en Kamigami no se podía usar la invisibilidad o el teletransporte— ¿Qué pasó?
Sentía que me había perdido de muchas cosas en pocos minutos.
Cailye sonrió con cierta felicidad, y miró a At cerca de ella. Fue entonces cuando Kirok entró, sin el menor decoro.
—¿Quieres saber lo que pasó? ¿En verdad no lo sabes, Luz? —Una sonrisa pícara y socarrona apareció en su rostro, observando a At con ojos cómplices—. Como siempre, la todopoderosa y sabia Atenea nos ha salvado el trasero, ¿o qué? ¿No recuerdas lo que ella hace?, su especialidad es ver el futuro, prever situaciones y todo eso.
At le lanzó una mirada mordaz, manteniendo su postura.
La miré confundida, sin entender muy bien. Ella conservó su posición pero no respondió a la pregunta.
—Fue ella quien me dio el hechizo lunar —dijo Cailye, con una pequeña sonrisa—. Usa la luz de la luna para modificar percepción, creo que eso... es muy útil, después de todo la luna tiene dos lados.
¿Y de dónde lo sacó?
—Y fue ella quien le pidió al rayito de sol que usara su poder sobre el sol —continuó Kirok, en un tono que dejaba ver ligeramente su inconformismo con el tema.
At se quedó callada, sin afirmar ni negar nada. A pesar de su semblante serio se veía enojada, más de lo usual.
—¿Dónde está Niké? —pregunté, a lo que ella frunció más el ceño.
«—Enterrada en alguna parte, o en Inframundo, o en la Tierra, o en la Cordillera de Maya, no lo sé. Podría estar en cualquier parte.»
—¿Qué?
«—Fue la primera en encontrarse a Pirra, y como es de esperar, la enfrentó. Niké es fuerte, poderosa, pero su fuerte es el contacto directo, la lucha cuerpo a cuerpo. Enfrentarse a Pirra con sus puños es demasiado precipitado, siempre trata de evitar situaciones de contacto.»
Tragué saliva.
—¿Pirra qué le hizo?
«—Cubrió su cuerpo de roca y cayó por una de las grietas —dijo como si nada—. No se preocupen, en cuanto se recupere nos alcanzará, es demasiado cabeza dura como para que algo así la frene.»
¿Hablábamos de la misma diosa? ¿Cómo pudo siquiera Pirra igualarla?
Deucalión se levantó del suelo, con los ojos bien abiertos igual que antes, y se nos acercó vacilante. Pero no llegó muy lejos cuando sus pies le fallaron y calló de rodillas para poder sostenerse.
—Cuánto lo lamento —balbuceó—. Es debido a mi presencia que ella les hizo eso... en verdad lo siento mucho. Ustedes me ayudaron y ahora ella sabe que hay otra persona igual a ella...
—¿Qué quiere decir con eso? —interrogó Andrew.
Deucalión le dio una mirada llena de pesar, y luego me miró con el mismo sentimiento mientras Cailye lo ponía de pie de nuevo.
—Pirra es obsesiva... Ahora que sabe de su existencia no solo me cazará a mí —Inclinó la cabeza—. Viste algo en sus ojos, ¿verdad? Ella está buscando algo, y ahora cree que tú sabes cómo conseguirlo.
Andrew me lanzó una mirada de «te lo advertí» que ignoré con toda causa. Lo último que quería era preocuparme por una loca más que me perseguía; que tomara turno e hiciera fila, todo el tema de las alianzas y los habitantes de Kamigami me estaba jugando una mala pasada.
Ya me preocuparía por eso después.
—Debe seguir descansando —sugerí, restándole importancia al tema mientras iba en busca de mi espada—. Aún está débil y Pirra no volverá al menos en un tiempo —Señalé la daga en mi cadera—. Recibió una herida de un Arma Divina, tomará su tiempo para recuperarse.
Eso sin contar que la magia del sol contrarrestó con la naturaleza oscura de la suya. Donde fuera que estuviera de seguro estaba demasiado débil como para intentar algo, por muy chiflada que estuviera.
Solté un suspiro, cansada. Ya quería encontrar el espejo y no volver a pisar ese mundo otra vez, estaba cansada de pelear todo el tiempo.
«—¿Ahora sí nos iremos? ¿O prefieres quedarte a esperar a alguna otra divinidad en especial?»
No la miré mientras me acomodaba mi Arma Divina de nuevo en su funda. Solté un fuerte bufido por respuesta, y pasé por su lado ignorando su presencia por completo, dirigiéndome de nuevo a Deucalión. De la herida de mi abdomen solo quedaba la sangre en mi ropa, lo que me facilitó el movimiento.
—Nos iremos de aquí en un rato, no es seguro después de todo ese alboroto —le comuniqué, y le di otra mirada a su delgado cuerpo y a la barba de meses que le ocupaba casi toda la cara—. Puede venir con nosotros si le parece, es más seguro que ir por ahí esperando que ella lo encuentre.
El hombre se sorprendió ante mi propuesta, pero no alcanzó a contestar, ya que Andrew me tomó del brazo y me haló al otro lado de la tienda.
—¿Qué crees que haces? —preguntó, con una mirada dura sobre mí y los hombros tensos—. ¿Qué te parece que es esto? ¿Un viaje escolar? Ya para de querer llevarte a todos con nosotros como si fueran mascotas sin hogar. Sabes que no podemos dejar que alguien más se entere de tu condición, suficiente tenemos con una diosa que no sabe cuándo callarse.
Solté un pequeño suspiro.
—Su esposa intenta matarlo —remarqué—. ¿Planeas solo dejarlo tirado a que siga muriendo de inanición a la espera de su esposa loca asesina? —Él soltó un bufido—. Andrew, entiendo a lo que te refieres, pero si fueras tú en su lugar... —Cerré la boca de golpe—. No puedo dejarlo solo, no lo haré.
Él me sostuvo la mirada, penetrante, demasiado dura, en busca de las palabras correctas. Tras unos segundos de silencio alguien se nos acercó. Ambos la miramos cuando llamó nuestra atención.
—Creo que tengo una solución —soltó Cailye.
Recorrimos el terreno del valle de Gea que nos faltaba en lo que quedaba de noche y las primeras horas del día helio siguiente, por lo que estaba terminando de amanecer en aquel momento. Con el rumbo fijo hacia el Templo de Apolo, con Deucalión con nosotros.
La idea de Cailye fue resguardarlo en el templo de Apolo al menos hasta que recuperara su forma física, con protecciones contra magia oscura claro. Nos desviaba algunas horas de nuestra ruta original, pero con todo lo que llevábamos viajando y los cortos descansos para comer necesitábamos un lugar seguro para recuperar energía, así que nos servía a todos.
Y además, tenía entendido que muy cerca del templo de Apolo, en alguna parte del Bosque de Laureles, había una comunidad de ninfas. Tal vez ellas no fueran un gran reto para convencerlas, después de todo eran pacíficas.
El encuentro con Pirra me dejó exhausta, y no dejaba de darme vueltas la cabeza pensando ella. No podía creer que todo lo que era solo se hubiera esfumado, que no quedara anda de su yo verdadero. Y si en verdad quedaba algo de ella en su interior debía estar sufriendo un tremendo dolor, como un castigo constante al ver lo que su cuerpo hacía con la persona que amaba y ella no era capaz de hacer nada.
Me daba escalofrío tan solo recordar su sonrisa terrorífica, la forma en la que su cuerpo y su rostro se deformaban para crear algo visceralmente horrible, de recordar lo que vi al mirarla a los ojos...
No quería terminar como ella, no quería ese castigo.
Si ella hubiera estado un poco menos desquiciada quizás pudiéramos haber recogido algo de información sobre Pandora, pero ni siquiera valía la pena preguntar. Deucalión ni siquiera estaba cerca de saber sobre ella más de lo que nosotros sabíamos.
Solté un suspiro, empezando a creer que esa mujer tenía formas de cubrir muy bien sus planes y que a ese ritmo nos volvería a sorprender. ¿Cómo enfrentas a alguien que ni siquiera conoces?
Llevaba todo ese tiempo intentando contactar a Sara, de hecho en ese mismo momento, mientras sobrevolábamos un campo de flores que parecían carnívoras, lo estaba haciendo otra vez. Pero ella simplemente no me contestaba.
Eso me tenía preocupada. Sara nunca, nunca, había ignorado una de mis llamadas, y en esa situación lo haría menos, pero lo estaba haciendo y no dejaba de pensar que algo malo le había sucedido.
Y algo parecido ocurría cuando intentaba comunicarme con los demás, contestaban y saludaban, pero nada más allá de eso. Logan fue el único que me dio un poco más de detalles, por él sabía que las redes sociales y medios de comunicación estaban empezando a enfocarse en ellos, y que se estaban dejando ver en público cuando luchaban, pero no tenía muchos detalles al respecto. Por lo general él decía «Estamos ocupados, no llamen si no es necesario» y colgaba.
De los chicos lo entendía, pero no de Sara. Ella simplemente no era así, algo le ocurría.
Solté un suspiro cuando el intercomunicador indicó que no estaba disponible y bajé la mano.
—¿Aun no te contesta? —preguntó Andrew, volando sobre Draco cerca de mí.
Negué con la cabeza, decaída.
—Me preocupa.
—Pues no deberías, Luz —terció Kirok atrás de mí—. Preocúpate por ti misma.
Andrew le dirigió una mala mirada y se volvió hacia mí.
—Sabes que están ocupados, igual o más que nosotros. Cuando pueda se contactará contigo, solo tenle paciencia —El tono que usaba me hacía sentir más aliviada—. Si algo malo hubiera ocurrido ya nos habríamos enterado.
Que él lo dijera me tranquilizaba. Era Andrew después de todo, si no era verdad o no estaba seguro solo se quedaría callado.
Asentí, aunque todavía me preocupaba el hecho de no recibir noticias específicas y mucho más no ver a Sara.
El tiempo pasó rápido mientras volábamos, cuando me di cuenta los pegasos descendieron en vertical hacia una edificación que se alzaba frente a nosotros.
La cantidad de torres, el alto, la distribución de ventanas, puertas y balcones eran las mismas que el templo de Artemis. Lo demás sí se veía diferente. Los colores de los tejados eran cafés, y el color de la fachada era amarillo con detalles dorados, con un toque de descuido que era imposible no notar.
Lucía como un castillo antiguo, que si me fijaba bien le notaba cierto parecido a la arquitectura del Olimpo. Las mismas vigas, diseños parecidos, incluso desde afuera se alcanzaban a ver las cortinas blancas casi transparentes, que si ponía más atención en realidad parecían amarillas.
Aterrizamos cerca de la entrada, un arco grande que parecía hecho de oro con un sol enorme gravado sobre él. Los rayos del sol adornaban toda la pared, ramificándolo de arriba abajo con cierto patrón curvo. Los detalles de la pared tenían relieve, e incluso cierto brillo mágico resplandeciente, que lo hacían ver menos sencillo de lo que era el templo de Artemis.
A su alrededor no había ningún rio y mucho menos arboles con frutos, solo algunos setos organizados con un patrón de dos cada cuatro en lo que era el antejardín. Lo que sí llamaba la atención era el bosque que limitaba con uno de los costados del templo, de árboles con forma de campana pero demasiado altos, como los del bosque de la lira, de hoja alargada y verde claro.
Me bajé de Capella a lo que ella movía su cuerpo como si lo tuviera dormido. Acaricié su crin mientras observaba con cierta duda el templo y los demás se bajaban de sus pegasos. No confiaba mucho en los templos luego de lo de Calisto; hasta donde sabía adentro bien podría estar Níobe, lista para acuchillarnos.
—Dudo que haya alguien adentro —dijo Andrew, cerca de mí.
Lo miré con incredulidad.
Él apuntó a la puerta, o mejor dicho, al sol tallado sobre la puerta que ramificaba toda la entrada.
—¿Ves eso? Es un conjuro de seguridad. Solo dejará entrar a quien reconozca con el poder del sol.
—Sí —se bufó Kirok pasando por mi lado como si quisiera alejarse de Corvus—, el anterior rayito de sol era tan idólatra que conjuró todo su templo para que solo respondiera ante él y le recordara lo perfecto que era —Hizo un gesto de asco—. Te apuesto a que debe tener un harem de ninfas escondidas en el sótano.
Andrew lo ignoró por completo y se acercó a la puerta, mientras yo reprochaba con la mirada a mi familiar por su filosa lengua. Él en respuesta bufó y se encogió de hombros, sin quitar su mirada molesta de Andrew.
Tanto Kirok como Cailye y yo nos quedamos a unos metros de la puerta mientras Andrew se acercaba, pues al parecer no era la única que pensaba que adentro había alguna clase de amenaza, mientras At permaneció más cerca del templo, observándolo con una extraña mirada. Estaba tan inmersa en sus pensamientos que ni siquiera notó cuando Andrew se acercó a la puerta.
En cuanto Andrew se paró frente a la entrada, el sol tallado comenzó a brillar. Hubo un brillo tenue en todos sus rayos ramificados, iluminando de paso la puerta cuando Andrew posó su mano sobre la superficie de la misma, e incluso me pareció ver que la luz de los soles aumentaba por un breve momento, como una sobrecarga.
Andrew retrocedió un paso en cuanto la puerta sonó, como si un engranaje interno se moviera. Comenzó a abrirse, dejando salir una nube de polvo y dejando ver unas cuantas motas y pelusas. El interior estaba oscuro, casi tenebroso, y quizá fue mi susceptibilidad pero podría jurar que un lamento salió del interior del templo.
Tragué saliva, y por reflejo me llevé la mano al mango de la espada, preparada para lo que fuera que saliera... pero no pasó nada.
Esperamos dos, tres minutos, y nada atravesó esa puerta. El lugar, desde donde yo me encontraba, se veía realmente abandonado. No como el templo de Artemis que relucía y evidenciaba que una mano lo mantenía limpio, este por el contrario lucía como un viejo castillo abandonado por cientos de años. O mejor dicho, un castillo embrujado.
El primero en moverse fue Andrew. Respiró, relajó sus hombros, comprobando que hasta él estaba preocupado de toparse con alguna deidad vengativa.
«—Será mejor que entren —dijo At, mirándonos—. No hay nadie adentro, ninguna deidad podría romper el sistema de seguridad independiente del templo. No es ningún conjuro, solo una ley de construcción.»
Pasó por el lado de Andrew y se adentró en el templo como si fuera su casa. Unos segundos más tarde Cailye se animó a seguirle el paso, igual que mi familiar.
Retiré la mano de mi espada, soltando una exhalación, y me dirigí al interior con Andrew pisándome los talones. Cuando los dos entramos la puerta a nuestras espaldas se cerró, con tal fuerza que perturbó cada célula de mi cuerpo.
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