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13. Hogar de Hestia


Die Hard - Refeci

Iban a vender mi espada en el mejor de los escenarios, eso ciertamente no me tranquilizaba mucho. El Hogar de Hestia, como dijo At, el bazar más grande de Kamigami. Debía ser un mal chiste. ¿Por qué, una deidad que era muy probable que estuviera aliada con Pandora, querría llevar mi Arma Divina a un bazar? Eso no tenía sentido.

De todos los sitios a donde pudo haberla llevado, ¿eligió un bazar? ¿Eso era parte del plan de Pandora, en serio? ¿Y si Até actuaba sola y no por parte de Pandora? ¿Si ese fuera el caso por qué llevarla a un lugar lleno de criaturas que darían lo que fuera por ella? ¿O acaso era eso? ¿En verdad planeaba venderla?

No tenía sentido, nada en esa situación la tenía. ¿Por qué apareció de la nada y se la llevó? O, mejor dicho, ¿por qué manipularme para aceptar la misión del Amazonas en primer lugar?

Si eso era parte del plan de Pandora, ¿qué era lo que quería lograr haciendo eso? Sus movimientos... ¿en verdad tenían algún sentido? Y, de todas formas, ¿por qué exactamente quería la Luz de la Esperanza?

La impaciencia y el temor por desconocer sus planes me estremecían. Necesitábamos saber qué demonios estaba planeando, de lo contrario tan solo seríamos corderos en su granja dispuestos en línea para su matadero.

Aprovechando el silencio del ambiente y la concentración de los demás en el camino que nos llevaría hacia Até, diosa de la fatalidad, envié mi conciencia hacia todo lo que había ocurrido desde que desperté como diosa e incluso antes, queriendo encontrar algo que a los demás se les hubiera pasado por alto.

Estaba desesperada por tomar la Luz de la Esperanza, por eso hizo lo que hizo con Atenea y Apolo y manipuló a Hades para que hiciera el trabajo sucio. No podía con Atenea, así que esperó a una portadora más accesible, eso me hacía pensar que una paciencia de milenios le dio tiempo suficiente para estructurar algo más sólido que contar con la ayuda del dios de la muerte.

Las circunstancias la ayudaron bastante en ese entonces. Si todo lo que sucedió entre Atenea, Apolo y Kirok hubiera sido diferente ella no podría haber llegado para aprovechar la situación. Eso indicaba que era muy posible que antes de lo sucedido entre ellos tres, de la disputa que rompió el corazón de Kirok, Pandora no supiera sobre el paradero de la Luz de la Esperanza.

Partiendo desde ahí, eso le abrió la puerta. Era casi seguro que vigiló a ambos dioses durante un buen tiempo antes de que Hades interviniera, y fue ella quien lo dejó salir en primer lugar, así que ella esperaba que de alguna forma ellos, o al menos Atenea, murieran la noche que salió del Inframundo.

Pero, si ese era su propósito, ¿qué pensaba hacer cuando la reencarnación de Atenea apareciera? Si veía las cosas que nos hizo Hades como ordenes de Pandora, ¿cuál era su propósito con ello? Lo de la tormenta en el océano, lo de Astra, los ataques de los demonios...

Ahí lo supe, como rayo de inspiración: Pandora nos estaba estudiando. La teoría sobre las acciones de Hades era que quería conocer nuestras debilidades y fortalezas, algo que dejamos de lado al conocer la verdad tras Hades. Pero si en verdad la que quería probarnos era Pandora eso significaba que...

No, imposible.

Pandora podría ser inteligente y meticulosa, pero lo que sucedió en el Lago de los Recuerdos dependía mucho de la suerte para funcionar, ella no se arriesgaría así... ¿verdad?

—¿Qué te sucede? —Salté cuando la voz de Andrew sonó cerca de mí. Habló en voz baja, solo entre nosotros, mientras Draco intentaba volar a la par que Capella—. ¿En qué estás pensando?

Cuando lo vi noté su mirada analítica sobre mí, con los ojos entrecerrados, intentando descifrar lo que pasaba por mi cabeza.

Sacudí mi cabeza, intentando aclarar mis ideas.

—Si... ¿Y si lo que pasó esa noche, en el Lago de los Recuerdos, hipotéticamente hablando, entra de alguna forma en los planes de Pandora?

Andrew se mostró levemente confundido, pero aunque eso sonara ridículo parecía estarlo considerando.

—Es imposible que hubiera contado con que hicieras algo así... A no ser que te estuviera observando —Supe por cómo saltaron sus ojos que pensó en menos de un segundo lo que yo misma consideré—. Si ella consideró la posibilidad de que hicieras algo así, por muy pequeña que fuera, es posible que contara con la decisión que tomaste. Tal vez no como plan principal, pero sí como una opción, pudo haber contado con opciones alternativas.

Sonreí como demente ante la sola idea de haber actuado como Pandora esperaba que actuara. Eso sonaba tan arriesgado, tan estúpido, que era difícil de creer que hiciera una apuesta así.

—Es una locura. Es imposible... Ella no tenía cómo... no sabía si yo lo haría, no podría estar segura. Purificar a Hades... ¡ni siquiera lo había pensado hasta un par de horas antes de enfrentarlo! ¿Cómo pudo ella hacerlo? No tiene sentido...

Supe que estaba tratado de juntar todas las piezas mientras me respondía.

—Era una posibilidad muy pequeña, debió tener más de una opción. Ella debió considerar muchos escenarios, muchos resultados diferentes —Me miró a los ojos, con una seriedad que me heló la sangre—. No es imposible, solo muy difícil. Ailyn, eres un libro abierto, lo sabes, es por eso que la loca de Louis usó a tus padres para llevarte a casa, y era solo tu maestra. Si Pandora te observó...

Se interrumpió de golpe. Un brillo de entendimiento surcó sus ojos, y con él el miedo. Por un segundo creí que frenaría a Draco, pero aunque todo su cuerpo se tensó y apretó su mandíbula, el único cambio aparente fue el cambio en su respiración.

—¿Qué? ¿En qué pensaste?

—La cuestión no es si ella te observaba, la verdadera pregunta es desde cuándo —Eso me hizo tragar saliva. Sus ojos se veían severos, y pareció reprenderse internamente por no notarlo antes—. La única forma por la que apostaría por algo como eso es porque te conoce, y te conoce bien. Piénsalo. Ni siquiera Sara fue capaz de predecir que intentarías algo parecido, ¿por qué Pandora sí?

Me quedé sin aliento. Eso sonaba todavía más imposible. Pero a la vez no tanto. Sabía que Hera podía observar el mundo humano aun con los portales cerrados, algo que de seguro podía hacer más de una divinidad. Y también era cierto lo de Sara. Ella me conocía mejor que nadie, mejor que mis padres, porque nos conocimos muy pequeñas y la mayor parte del tiempo estábamos juntas. ¿Quién, además de ella, me conocía tan bien, mejor incluso que yo misma?

—Oh, por todos los dioses...

Andrew tuvo que tomar el control de mi pegaso para evitar que se alejara, pues yo dejé de sostenerme a Capella. Estaba tan consternada, me sentía tan humillada, que poco me importó caerme.

Aquella simple verdad implicaba tantas cosas que no podía procesarla de un solo golpe.

Reí con cinismo, al borde de comenzar a llorar. ¿Cómo fui tan tonta? ¿Cómo no lo notamos antes? Todo lo que hiciéramos... Sería inútil...

—Cálmate —masculló Andrew con firmeza, en voz baja luego de indicarle a los demás que todo estaba bien, trayéndome de vuelta a la realidad antes de caer en un océano de desesperación—. Es solo una posibilidad, y aunque fuera cierto no puede observarte todo el tiempo, menos aquí en Kamigami. Sabes cómo funciona este mundo, ni ella tiene la capacidad de desafiar las leyes de Gea. Aquí no puede verte.

—Pero en la Tierra sí —balbuceé, intentando mantenerme cuerda. Lo miré con los ojos bien abiertos, sintiéndome derrotada—. Todo este tiempo, incluso mucho antes de que apareciera la marca... ella me vigilaba. Puede predecir lo que haré porque me conoce, ¿eso en dónde me deja?

Andrew me contempló a los ojos un momento, y aunque no era muy grande pude ver en ellos el atisbo de la compasión.

—No creo que sea solo por eso —soltó, y sentí una mano gélida en la espalda por el tono que usó—. Si Pandora es como creemos que es, como la han descrito, dudo que se arriesgue de esa forma solo por un hipotético caso de tus acciones.

—Entonces... ¿piensas que tuvo algo más que le garantizara mi elección? ¿Dices que no solo esperaba que yo purificara a Hades, sino que estaba segura de que lo haría? ¿Por qué?

Soltó un suspiro.

—No lo sé. No sé qué le dio la seguridad de que usarías el Filtro con Hades.

Bufé, y sonreí sin un ápice de gracia, más bien parecía la sonrisa de una demente.

—Eso no cambia el hecho de que fue mi elección, yo y solo yo la tomé —Lo miré con tristeza—. Y eso tampoco borra el hecho de que en lugar de proteger a mis amigos y salvar a Kirok, ayudé a Pandora a conseguir su objetivo al menos un poco.

Mantuvo su expresión seria, con el ceño fruncido. Y no dijo nada. Para completar, Andrew se quedó callado, algo que aunque no afirmaba tampoco negaba mi conclusión. 

Descendimos un largo rato más tarde. El cielo comenzaba a abandonar su tono lila para adquirir un tono naranja similar al de un atardecer en la Tierra, de no ser porque este naranja era más rojizo y vivo que cualquier otra derivación del naranja no habría notado la diferencia.

Se acercaba la noche. El proceso era lento, pero sin duda en cualquier momento oscurecería. Debíamos encontrar mi Arma divina antes de eso.

Los pegasos aterrizaron detrás de unas rocas gigantes, en medio de una pradera llena de pasto que llegaba a la altura de mis rodillas y de pequeñas y brillantes flores blancas que no quise mirar demasiado.

—¿Ya llegamos? —pregunté, mirando a mi alrededor. Pero por más que buscaba algo parecido a un bazar lo único que había en mi campo visual era prado y más prado.

Cailye fue la primera en bajar de Cepheus, seguida por Andrew y Kirok. Hice lo mismo mientras Niké aterrizaba a mi lado.

«—No, el Hogar de Hestia está a algunos kilómetros de aquí.»

At observa un punto en el horizonte, perdida en sus pensamientos y con expresión neutra.

—¿Entonces por qué nos detenemos? —continué.

Cailye acarició al pegaso que la llevaba, un gesto tierno y cercano. El equino pareció corresponder su gesto, pues no se movió mientras ella lo hacía.

—Es por los pegasos —explicó la rubia, con su atención sobre el pelaje y las alas del equino—. Ellos no se acercan a bazares, menos uno tan grande. Muchos darían lo que fuera por sus alas o siquiera por una de sus plumas; es un negocio con mucha demanda. No quieren arriesgarse a ser capturados, esto es todo lo que nos acercarán.

La perplejidad en mi rostro debió delatar mi pregunta. Cailye se ruborizó y continuó tímidamente.

»Cepheus me lo dijo. Nos esperarán cuando salgamos, están dispuestos a llevarnos a la Cordillera de Maya.

No dije nada. La situación podría ser algo rara, y es que a pesar de todo lo que nos rodeaba el que Cailye hablara con los animales todavía me parecía sobrenatural.

—Caminaremos entonces —añadió Andrew, acercándose. Miró a At cuando volvió a hablar—. ¿Qué tan lejos está?

At, a pesar de no mirarlo al responder, le contestó su pregunta.

«—Unos cinco o seis kilómetros, más o menos. No tardaremos mucho en llegar si avanzamos rápido.»

Andrew asintió, y un segundo más tarde Cailye les dijo a los pegasos que estarían bien y podían retirarse. Una vez los cuatro caballos alados emprendieron vuelo y se alejaron en dirección contraria al camino que Niké nos indicaba, comenzamos a caminar, igual que antes.

Traté de no pensar en la situación, de no entrar en pánico imaginando lo que Até le estaría haciendo a mi espada. Y mantuve mi mente alejada de cualquier pensamiento sobre Pandora.

Andrew tenía razón, aunque me hubiera vigilado toda mi vida no tenía cómo verme mientras estuviera en Kamigami. Además, tenía el presentimiento de que si ahondaba más en el tema terminaría odiándome a mí misma, y necesitaba mantener mi mente clara y mi razón limpia.

Usé el tiempo que pasamos caminando a través del campo abierto para echarle una leída al libro de hechizos de Astra que cargaba en mi cinturón y repasar algunas cosas sobre las criaturas mitológicas para estar lista cuando At me preguntara.

Leí sobre muchos hechizos que poca práctica tenía con ellos, y me enteré de la respuesta de un par de preguntas que At me hizo con la intención de señalar lo poco que sabía sobre las criaturas de Kamigami. Después de todo sí era útil leer.

De vez en cuanto le daba una mirada a nuestro entorno. Observaba las flores en forma de campana que parecían brillar con luz neón según la luz del ambiente. Ninguno se acercó a ellas, ni siquiera Cailye, pero no hacía falta estar cerca para contemplar su brillo y rareza. El pasto también cambiaba de color de acuerdo al lugar donde se encontraba, pues cerca de los arboles era de un verde más encendido, y mientras más lejos se tornaba casi azul.

El cielo continuaba opacando su color, a lo que apuramos el paso para evitar la noche antes de tener de vuelta mi Arma Divina. Con el transcurrir de los minutos el cielo se volvía más y más intenso, abriendo sus brazos a la noche selene. Los soles se movían igual que nuestro astro, iban hacia el oeste, el pequeño siguiendo al grande como pato bebé, ambos con un tenue brillo anaranjado. Y la silueta de la gran Selene se alcanzaba a ver a lo lejos, oculta entre las nubes.

Contemplé unos minutos el panorama, comprobando que tanto At como Niké fueran al frente, guiándonos. Yo caminaba tras Andrew, con mi familiar a mi espalda, y Cailye iba un poco más lejos, ojeando algunas plantas y animalitos curiosos sin llegar a tocarlos. Una vez me aseguré de que todo iba en orden regresé mi atención al libro de Astra y a mis repasos mentales con todo lo que había leído ese último mes.

Una enorme edificación se alzó frente a nuestros ojos, a unos veinte metros de distancia de nuestra posición. Nos detuvimos, contemplando el muro que rodeaba lo que parecía una aldea. El muro era del mismo material del que estaba hecho el portal, y con puntas a cierta distancia entre sí, imitando un castillo antiguo. La entrada estaba despejada, en forma de arco lo suficientemente alto como para que un gigante pudiera entrar.

Nos escondimos tras un grupo solitario de árboles, observando a una que otra ninfa o minotauro entrar.

—El rastro se pierde en la entrada —comentó Niké, luego de aterrizar a nuestro lado. Ella fue a darle una vuelta área por si la reconocía. Sus ojos dorados cayeron sobre At cuando habló—. Hay mucha gente, muchas magias diferentes, no pude seguirla. Está adentro, en alguna parte.

At asintió, analizando la información, con una expresión muy similar a la de Andrew en ese momento.

—Debemos entrar —solté, robándole la palabra a At y quizás a Andrew de paso. Ambos me miraron como si lo hubiera hecho—. Aquí no conseguiremos nada, si queremos recuperar mi Arma Divina solo podemos entrar a buscarla.

—Pero... ¿cómo la encontraremos? —preguntó la rubia, pensativa.

Abrí la boca, lista para decir que lo haríamos preguntando. Pero la cerré antes de emitir palabra. Si algo me estaba quedando claro era que a la mayoría de las deidades de ese mundo no les agradaba cooperar. Recordé la vez que estuve en el restaurante de las Amazonas, nada acogedor.

«—Preguntando —Casi se me cayó la mandíbula cuando oí a At decirlo como si fuera obvio—. Seguiremos su rastro, aun adentro debe poder identificarse, y si es muy posible que alguien la haya visto, con el incentivo correcto hablará.»

Apreté mis labios. No quería saber a qué se refería con «incentivo correcto».

Andrew lo meditó un segundo, y luego asintió como si de alguna forma esperáramos su aprobación. La verdad, yo solo esperaba que aportara algo más, pero en vista de su silencio lo tomé como aceptación.

No pude evitar pensar que si yo hubiera dicho lo que dijo At todos me habrían mirado como si estuviera loca. Suspiré, tratando de recordar las palabras de Andrew: «Deshazte de ese complejo».

Justo cuando nos dispusimos a acercarnos, Kirok, que estaba sobre una de las ramas de un árbol cercano, atrajo nuestra atención.

—No pueden entrar así —dijo, y todos lo miramos con interrogación.

Kirok dejó salir una sonrisa socarrona y un bufido. Saltó con agilidad del árbol, aterrizando perfectamente de pie y con esa sonrisa tatuada en el rostro. Elevó el mentón, orgulloso, y le lanzó una mirada de superioridad disimulada a Andrew antes de darle la espalda.

—Si alguien los ve, a cualquiera de los tres, encontrar a Até será su menor problema —Posó sus ojos rojos en mí—. Allá adentro van a haber Amazonas, Furias, y quien sabe, puede que incluso Medusa haya decidido darse una vuelta por un perfume nuevo. Si quieren entrar, deben ocultar sus rostros.

Antes de que alguno le preguntara lo que quería hacer, movió sus manos en el aire. Un humo rojo emanó de sus dedos, y mientras él los movía el humo danzaba como respuesta. El color era opaco, y al contrario del calor que creí que sentiría, el ambiente de repente bajó su temperatura.

La magia de Kirok aumentó de tamaño y se volvió más oscura; sus ojos se encendieron en un rojo demoniaco, y de repente tuve miedo de que alguna mano apareciera por mi espada y me tocara. Tragué saliva, alejando esos pensamientos.

Un humo negro tomó su lugar, y con un chasquido por parte de mi familiar aparecieron tres capas de doble tela, siendo la parte exterior negra y la interior roja. El humo que quedaba se desvaneció mientras los tres objetos levitaban hacia nosotros. Tanto en Cailye como en mí aterrizaron en nuestras manos, en cambio la de Andrew cayó sobre su cabeza.

Andrew se la quitó de encima con molestia y la examinó, igual que su hermana, yo en cambio solo me quedé con los ojos sobre Kirok. Él pareció leer mi expresión, ya que aclaró:

—Tela directa del Inframundo —Su sonrisa se agrandó—. No encontrarás nada mejor que eso en todo Kamigami. Ocultará su magia, pero no sus rostros, les recomiendo que no se bajen la capucha.

Observé la capa negra, que a simple vista lucía como cualquier otra, muy similar a la de Astra, y sonreí.

—Gracias, Kirok, nos será de mucha ayuda.

Una sonrisa pícara y una mirada siniestra aparecieron en su rostro mientras asentía, algo que me erizó los vellos de mi cuerpo. Por momentos era como si un demonio lo poseyera, causándome escalofrío, pero él en realidad era un demonio, eso era algo a lo que debía acostumbrarme.

—Como sea, vamos —apuró Andrew, con su capa ya puesta.

Me apresuré a ponerme la mía, notando lo extraño que resultó que ninguno de los hermanos comentara nada respecto a la ayuda de Kirok. Pensé que Andrew se negaría a ponérsela, y creí que Cailye ni querría tocarla, pero ambos la usaron como si fuera de lo más normal.

Eso me agradó.

Se sentía refrescante que no pelearan tanto, y sin duda más ágil si solo aceptaban la ayuda de los demás presentes dando por sentado que no era una trampa o con alguna intención oculta. Tal vez en serio podríamos llegar a funcionar como equipo.

Ese tipo de problemas nunca los tuvimos con nuestros amigos. Desde que nos conocimos y emprendimos el viaje nos tratamos como amigos, confiábamos entre nosotros; no nos coordinábamos bien en combate, eso era todo, nuestra convivencia nunca fue un obstáculo, el grupo jamás se dividió a pesar de todo por lo que tuvimos que pasar.

Cuánto los extrañaba, a todos ellos, incluso al insoportable de Logan. No veía la hora de regresar con ellos; las video llamadas no eran suficientes, quería abrazarlos, poder sentirlos. Eso y que me picaba la curiosidad saber cómo les estaba yendo con su misión en la Tierra.

Atravesamos la gran puerta sin problema, detrás de un grupo de furias, algo que me tensó pero mantuve una postura relajada y la cabeza baja, ocultando mi rostro en la sombra de la capucha, tratando de pasar desapercibida dentro de lo que se podía.

A la entrada, escrito en ambos lados del muro, estaban las palabras:

«Hogar de Hestia, el hogar de todos.

Seres de Luz y de Oscuridad bienvenidos por igual»

Sin duda eso sonaba como algo que Hestia diría. Un punto neutro, sin distinciones entre ambas naturalezas mágicas, un lugar donde cualquier criatura o divinidad era bienvenida.

Cuando atravesamos la puerta lo primero que captó mi atención fueron las criaturas que se encontraban ahí. Había muchas ninfas, algunas furias y una que otra arpía, igual que un número considerable de amazonas. Minotauros de gran tamaño paseándose por ahí, algunos incluso con sus hijos. Sátiros de mala cara. E incluso dioses menores que pasarían perfectamente por humanos.

Me quedé embelesada observando a la multitud a nuestro alrededor conforme nos internábamos en el interior del bazar. Contemplé la diversidad de todos los presentes, y casi dejé de caminar cuando un gigante pasó tan cerca de nosotros que casi pisó a Cailye. Ella saltó en respuesta, tratando de contener la misma sorpresa que yo sentía.

Observé también los puestos. La distribución de aquella ciudad amurallada contaba con varios caminos, casi como un laberinto, donde dependiendo la dirección que tomara encontraría diferentes tipos de productos y servicios.

Vendían todo tipo de objetos extraños y avisos todavía más escalofriantes ofreciendo servicios como «Baño de icor para tu basilisco a la puerta de tu cueva» o «masajes de Lamia para dolores crónicos».

Noté que en un puesto venían sustancias liquidas en pequeños frascos, como si se tratara de perfumes, pero por su aspecto y el aviso de «pociones de las Amazonas» no me dieron deseos de saber más sobre el tema.

Pasamos frente a un puesto que tenía varias aves gigantescas en jaulas, todas rojas, y me dio la impresión de que se trataba de fénix. Por esa razón los pegasos se negaron a acercarse, y con razón, pues en un puesto a lo lejos alcanzaba a leer el aviso «sangre de pegaso últimas existencias».

Un escalofrío recorrió mi cuerpo en cuanto un olor putrefacto llegó a mi nariz. Luego ese olor se mezcló con el olor a rosas, y pronto hubo una combinación retorcida en mi estómago de ambas sensaciones.

Aceleramos el paso, siguiendo a Niké a través del gentío y orando por no llamar demasiado la atención. Había tantas criaturas diferentes que se me cruzó por la cabeza la idea de realizar una pequeña investigación en busca de posibles aliados. Pero lo descarté de inmediato. No estábamos en el Hogar de Hestia para hacer amigos, y aunque así fuera ese no era un buen lugar para gritar públicamente que formaba parte de los Dioses Guardianes.

Sin embargo, lo anoté mentalmente. Tal vez en un futuro podría arriesgarme, cuando contara con más tiempo y existieran menos posibilidades de morir pisada por un gigante.

Agudicé mi oído, tratando de captar conversaciones que nos ayudaran en ambos objetivos. Esas deidades podrían hablar sobre Pandora y al mismo tiempo mencionar algo sobre nosotros; después de todo ese era un tema muy popular en el mundo de los dioses últimamente.

Como era de imaginar, poco escuché que fuera útil. Oí a una ninfa hablar sobre la primera mujer, pero solo le dijo a otra ninfa que le rezaba a Madre Gea para que aquella disputa no alcanzara a ninguna de las comunidades de ninfas que existían.

Solté un suspiro, resignándome a escuchar ese tipo de comentarios y esperando que Andrew y su oído biónico captaran más detalles que fueran de utilidad. Con una rápida mirada supe que en efecto él estaba atento, escuchando todo a su alrededor. Sonreí al verlo, pues me parecía curioso que en ningún momento dejara esa postura que lo hacía ver como un detective en plena investigación. Podría no hablar demasiado, pero procesaba más información de la que parecía.

Él me miró cuando notó que lo observaba, pero de inmediato desvié la mirada y regresé mis pensamientos al entorno, pendiente de lo que mis sentidos podían captar.

Habíamos avanzado una buena distancia cuando me detuve frente a un puesto de joyas. Una joyería poco convencional. Sí, había exhibiciones y el producto lucía como piedras preciosas, pero había algo en ellas, algo en la mujer que atendía, que me erizó la nuca y encendió mi curiosidad.

Me encantaban las joyas, eran un buen complemento y cualquier atuendo se vería bien con ellas, y esas en específico lucían esplendidas. Me acerqué más al mostrador, siendo captada por la ninfa que atendía el lugar, y detallé más los diferentes tipos de piedras. Nunca había visto cosas como esas, no se parecían ni a los diamantes ni a los rubís; un anillo lucía como una esmeralda, pero si lo observaba mejor se tornaba negro.

—¿Le interesa algún ejemplar? —preguntó la mujer en tono amable y curioso.

Mantuve la cabeza gacha sin dejar ver mi rostro y continué observando las joyas. Me detuve en un par de anillos a juego, anillos de pareja. Los dos relucían de dorado, pero uno tenía una joya roja pequeña pero vistosa, y la otra muchas pequeñas joyitas del mismo color.

—Son anillos de compromiso divino —explicó la ninfa siguiendo la dirección de mi atención—. Representan una gran muestra de amor, bendecidos por el mismísimo Eros. Los amantes que lleven estos anillos serán bendecidos por un amor fuerte y eterno, independiente de las Moiras. Atará sus hilos rojos, por eso el tamaño, se usan en el dedo meñique.

La ninfa los tomó del mostrador y los sacó, enseñándomelos mejor. En efecto eran más pequeños que los anillos normales. Anillos para el meñique, un detalle curioso.

Estiré mi mano para tocarlos, imaginándome un universo alternativo donde Andrew accediera a usar ese tipo de cosas. Sabía que aunque los comprara él no lo usaría, y ese ni siquiera era el problema, la verdad era que no tenía ni idea de cuál era la moneda de Kamigami o qué tan caros eran.

Una mano se cerró alrededor del brazo que tenía estirado, sobresaltando a la ninfa y desviando su atención al nuevo cliente. No me hizo falta verlo para saber que esa era la mano de Andrew.

—No te distraigas, terminarás perdiéndote en este lugar —La capucha de mi capa me impedía perlo a la cara, pero podía imaginarme su expresión severa aun así—. Encontramos algo, apúrate.

Asentí sin decir palabra y giré mi cabeza hacia la ninfa, que aún tenía el juego de anillos en las manos.

—Gracias —murmuré y me alejé, guiada por Andrew, quien me llevaba del brazo como niña pequeña que se fuera a extraviar en un mercado.

Me llevó a través de la multitud, evadiendo estratégicamente algunas criaturas peligrosas y evitando puestos con un fuerte olor a lo que fuera. Cruzamos en la esquina y nos topamos de frente con una tienda abandonada, sin clientes a su alrededor y muy poco vistosa.

Tenía telas y carteles morados, con un gran aviso que decía «Jafar, de herreros a héroes». No hice ningún comentario sobre el nombre ni sobre todo lo demás. El resto se encontraban a las afueras de la tienda, esperándome.

—¿Até está aquí? —pregunté en voz baja.

—No —contestó Andrew, soltando mi brazo.

—El rastro termina aquí, pero ella no está aquí —explicó Niké, dándole miradas furtivas a la tienda.

Cailye se acercó a la puerta y llamó, esperando que el tal Jafar apareciera.

—¡Ya va! ¡Ya va! —gritó una voz quejosa y malhumorada del otro lado de la puerta.

Cailye retrocedió, y tanto Niké como los chicos entraron en un estado alerta. At solo miró, estudiando la situación.

—Ya no respetan el horario de comida, no haré descuentos por la interrupción —decía la voz mientras la puerta se abría.

Nos encontramos con un sátiro de frente, con la mitad de su cuerpo de cabra y la otra mitad humana, de cuernos en su cabeza donde a uno de ellos le faltaba un pedazo, y de ojos cafés oscuros. Un hombre mayor, con una barriga sobresaliente y una barba de varios meses, de aspecto descuidado y varias manchas oscuras que podrían ser hollín. Hacía una mueca desagradable, y nos recorrió con sus oscuros ojos como si fuéramos un verdadero fastidio.

—No hago juguetes, están en el puesto equivocado.

Y estuvo a punto de cerrar la puerta, pero Andrew se movió con su rapidez sobrehumana e impidió que lo hiciera. Lo miró con el ceño fruncido, a lo que el sátiro le devolvió el gesto.

—No venimos en busca de armas —dijo Kirok, dejando salir una sonriera traviesa que tiraba a lo siniestro.

—Mayor razón para que se marchen, gastan mi tiempo.

Hizo el amago de apartar a Andrew para cerrar la puerta, pero él no cedió ni un poco, algo que molestó aún más al ya de por sí amargado señor sátiro.

—Buscamos a una persona, aquí termina su rastro mágico —le dije, evaluando su expresión—. ¿Sabe usted algo? ¿Ha pasado por aquí una mujer con una espada divina?

El sátiro frunció más el ceño.

—Largo de aquí, ahora. No sé nada. Solo váyanse.

Con eso fue suficiente para que Andrew lo apartara de un tirón y consiguiera entrar. El sátiro cayó sentado sobre el suelo unos metros lejos de la puerta, lo que nos dio una buena brecha para entrar a su tienda. Era brusco y ofensivo, pero no teníamos tiempo de ser cordiales.

At revisó el lugar, se adentró a lo que parecía un taller con Niké como compañía y le dio una rápida ojeada al lugar. Todo estaba sucio, con mucho metal tirado en todas partes y un horno de barro cuyas cenizas ya estaban frías. No había mucha luz a pesar de que dentro de pocos minutos caería la noche, y daba la sensación de que aquel sátiro no limpiaba su propio taller desde hacía unos buenos milenios.

—No hay nadie —informó Niké de regreso, mientras el sátiro se ponía de pie en un movimiento brusco.

—¡¿Pero qué creen que hacen?! ¡Largo de aquí! ¡Fuera de mi taller en este instante o llamaré a los gigantes!

Andrew lo miró con rudeza, y el brillo peligroso en sus ojos resaltó en la oscuridad del lugar.

—Sabe algo sobre la mujer, no trate de negarlo. Está mintiendo.

Aquello consiguió tensar al sátiro, pero su postura no cambió. Sus ojos recorrieron el taller, como si buscara un arma para defenderse.

—No sé nada. No ha venido ninguna mujer con una espada hoy, mucho menos una divina.

Su arraigo por negarlo solo lo hacía ver más sospechoso.

At le sostuvo la mirada aunque él no pudiera verla. Lo estaba estudiando, considerando las posibilidades.

«—Niké.»

No necesito decir nada más. De un movimiento violento que me hizo brincar del susto, Niké extendió sus alas doradas en el poco espacio que había y se abalanzó sobre el hombre con las uñas expuestas. El sátiro abrió los ojos llenos de sorpresa, y aunque él ya había ubicado un hacha de metal para defenderse, no alcanzó a moverse en cuando la diosa saltó sobre él, abrazando su cuello con sus manos.

Los ojos de Niké, dorados, brillaban con un brillo sádico, y su cabello rojo vivo ya quería encenderse como una antorcha ante el estímulo.

—Habla o te arrancaré los ojos y los hundiré en lo profundo de tu garganta para que ahogues con tus propias córneas.

—Por todos los dioses —exclamé.

Aquello me congeló la sangre. Sabía lo peligrosa que podía ser Niké, pero justo en ese momento se veía más demoniaca que Kirok con sus ojos rojos. Tragué saliva, igual que el hombre, pero él lucía más aterrado, y clavé mis ojos sobre At, interrogándola.

«—Está mintiendo, es obvio, no tenemos tiempo para pedir humildemente un poco de información que es posible que no llegue a suceder —Me miró con indiferencia—. Es el método más seguro.»

¿Amenazándolo? Se me removía el estómago de solo pensarlo.

Avancé unos pasos y me ubiqué al lado de Niké, desde una posición donde el sátiro pudiera verme. Sus ojos desorbitados cayeron sobre mí, como si buscara ayuda. Tal vez, en ese grupo, tanto Cailye como yo nos viéramos como las menos peligrosas, o eso al menos sin conocer el lado yandere de la rubia que hasta a mí me aterraba.

—Niké, suéltalo —Lo hizo, para mi sorpresa. Disminuyó la presión pero aun así no se movió de su sitio. Me centré en el hombre y continué—. Debería hablar antes de que mi amiga cumpla su promesa, nadie aquí podrá detenerla si decide hacer lo que dijo que haría. No queremos hacerle daño, solo buscamos información. Lo que nos diga sobre la mujer que vino aquí servirá.

Sus ojos se abrieron todavía más, y la amargura o molestia de antes se esfumó en medio del miedo.

—N-No sé n-nada, lo juro. Esa mujer se pasó por aquí hace un par de horas, quería que le echara un ojo a su espada.

—¿Qué quería que examinara? —preguntó Andrew, en tono gélido—. ¿Por qué razón la trajo aquí?

El sátiro movió la cabeza de un lado a otro, con el cuerpo temblando de miedo.

—Su dureza, su resistencia, el material... Lo usual, lo que cualquier herrero revisaría en un arma. Ella... al parecer se reuniría con alguien y quería una inspección de la espada antes de hablar con esa persona. S-solo quería un perfil del arma, lo juro, no sé nada más.

—¿Le hiciste algo a la espada, además de revisarla? —inquirí, con un creciente pánico en mi interior.

Me mantuve serena, controlada, pero la verdad era que estaba cerca de entrar en pánico. ¿Até en verdad planeaba venderla? Eso no podía ser cierto.

Jafar, el sátiro, movió la cabeza de un lado a otro, dentro de lo que Niké le permitía.

—N-No. Solo la revisé... Intenté comprársela, pero ella dijo que estaba reservada y la necesitaba intacta... Por favor, deben creerme, yo solo hice mi trabajo.

Asentí, comprensiva.

—Lo entiendo —Miré a Niké, y ella a su vez me miró a mí y a At—. Déjalo, ya lo asustaste lo suficiente.

Los ojos de Niké parecieron brillar en la oscuridad del taller, y su cabello a esas alturas parecía una fogata en medio del bosque.

—¿Hacia dónde se fue? —gruñó, y agradecí a los dioses no encontrarme en el lugar del pobre sátiro.

Jafar pegó un brinco del susto ante el tono de la diosa alada, y movió sus pesuñas como si eso de alguna forma lo liberara.

—N-N-No l-lo s-s-sé —tartamudeó, preso del pánico—. M-Mencionó algo s-sobre un lugar de sombra, donde los ojos no llegan, p-pero es todo. Les juro que no sé nada más.

Supe que At no estaba tan convencida de eso, y ya de paso Andrew tampoco, pero si algo tenía claro era que ambos veían conspiraciones y secretos donde sus ojos se posaran.

«—El Hogar de Hestia tiene algunos puntos ciegos, lugares que no son tan concurridos y libres de vigilancia —At me miró, con expresión inescrutable—. No pudo haber ido muy lejos, no son tantos y los que hay son específicos. Debemos darnos prisa.»

Con eso Niké liberó al hombre, quien de inmediato se puso de pie y tomó una barra de hierro cercana, levantándola en nuestra dirección y con las manos temblando por la adrenalina.

—Largo... váyanse de mi taller —pidió—. Ya tienen lo que querían, ahora largo.

Una sonrisa siniestra apareció en el rostro de Niké, una expresión que rosaba el cinismo. La tomé del brazo antes de que pudiera mover siquiera una pluma, y la halé lejos del sátiro, siendo seguida por la rubia y mi familiar. Andrew tardó unos segundos más en salir, y cuando lo hizo fue recibido por la fresca noche selene.

Miré hacia arriba, en busca de Selene, y me topé con dicha luna de repente, como si fuera un planeta más que estuviera demasiado cerca de Kamigami.

Brillaba con una intensa luz blanca, tan fuerte y cercana que opacaba cualquier estrella que se colara en su cielo negro. Resultaba intimidante, y de alguna forma se sentía como si tuviera un gran ojo sobre mi cabeza, observándonos. El brillo de Selene era tal que parecía brillar por luz propia, a diferencia de la luna de la Tierra.

Sacudí la cabeza, y comencé a caminar, siguiendo a los demás que ya habían retomado el rumbo. La caída de la noche no cambió la concurrencia del bazar, había la misma cantidad de criaturas que de día.

Dimos vueltas y vueltas, casi corriendo, a través de los múltiples caminos y de las diferentes deidades, en una carrera contra el reloj.

Niké sobrevoló las partes solitarias del bazar, en busca de algo que nos dijera en cuál de ellos podría estar Até. Hasta que nos guio a uno de ellos, uno bastante lejos, tan despejado de puestos y criaturas que, según dijo Niké, era el lugar perfecto para lo que quisiera hacer.

Ahí empezamos a correr. Sin embargo, la cantidad de transeúntes que todavía cubría los pasajes nos retrasaban el paso. La idea era pasar inadvertidos, pero un grupo de deidades corriendo por todo el Hogar de Hestia con capas negras no era precisamente un disfraz.

Fue entonces cuando choqué con alguien. Una figura apreció frente a mí de la nada, frenando mi paso. Sentí el impacto en todo mi cuerpo, mientras mi equilibrio se desvanecía llevándome directo al suelo. Me sujeté la capucha antes de caer, y un segundo más tarde mi trasero se encontró con la tierra.

Aturdida levanté la cabeza, en busca de la deidad con la que me topé, pero al hacerlo no vi más que una persona frente a mí, con una capa más larga que la mía y cubriendo su rostro igual que yo. Por una fracción de segundo pude ver su cabello negro ondear bajo su capucha, justo antes de que la persona, que parecía mujer, asintiera a modo de disculpa y continuara su rumbo.

Una extraña sensación golpeó mi pecho, y tuve la sensación de que conocía a esa mujer de alguna parte. Un gélido escalofrío recorrió mi espalda, alertando mis sentidos, mientras una sensación de pesadez me aplastaba.

Lo siguiente que sentí fue el agarre de Kirok. Lo encontré frente a mí de un segundo a otro, halando mi brazo para ponerme de pie antes de atraer todavía más la atención de los clientes.

Lo que fuera que iba a preguntar no logró salir de su boca, pues apenas me puse de pie retomé el camino con más rapidez. Tenía un mal presentimiento, un nuevo temor aflorando en mi pecho, y lo único que quería era recuperar mi Arma Divina antes de que algo más sucediera.

Vi luces frente a mí, a lo lejos, mientras más me apartaba del pasillo principal más brillaba aquella magia, como un faro en medio de la noche.

Cuando mis pies por fin alcanzaron a los demás, cuando ya no sabía si podía seguir corriendo, una intensa luz dorada inundó el lugar. Cerré los ojos ante el repentino cambio de luz, mientras un intenso calor cubría mi piel como una llamarada. Oí gritos, oí maldiciones e insultos de una voz nueva.

Al abrir de nuevo mis ojos lo primero que noté fue el brazo de Andrew que cruzaba frente a mí en señal de protección, para que no me acercara al rincón entre muros que se hallaba a algunos metros frente a nosotros. Su mirada ferviente y la tensión en sus músculos me confirmaron el panorama antes de volver mi atención al mismo punto que él observaba con tanta concentración.

Niké se encontraba ahí de pie, con las alas doradas extendidas como un ángel vengador y sujetando a alguien contra la pared. Una mujer de negro cabello se hallaba acorralada, con una mirada oscura y un halo negro a su alrededor. Até, esa era la diosa de la fatalidad, Niké se encontraba sometiéndola sin mucho esfuerzo.

—¡¿Dónde está?! —bramó Niké, y podría jurar que el suelo bajo nuestros pies tembló.

Até sonrió y dejó salir una risita ahogada gracias a la presión de las manos de la diosa alada. La miró a ella en todo momento, aunque sabía que nuestra presencia ahí no pasaba desapercibida, Até solo observó a Niké, con una sonrisa siniestra en sus labios.

Me fijé un poco más en ella, en su largo vestido negro con detalles verdes, en su cabello oscuro, en su piel casi grisácea... Pero lo que sin duda captó mi atención con alarmante aviso fue que no había rastro de mi Arma Divina en ninguna parte.

—Maravillosa desgracia, ¿verdad? —masculló Até, con una mirada desafiante en sus ojos—. A puesto a que extrañabas mi estilo, Victoria, siempre eras la más entretenida lidiando con mis gracias.

El cabello de Niké se encendió, y tuve la sensación de que sus ojos igual.

—Deja de balbucear y habla antes de que te arranque la cabeza —Oí una risita ronca por parte de Niké—. Sabes que puedo hacerlo.

Até sonrió con más amplitud, centrándose solo en Niké.

—Oh, lo sé, pero dudo que te dejen hacerlo.

Los músculos de Niké se tensaron, y supe, como un presagio, que en verdad cumpliría su promesa en ese mismo instante. Me incliné hacia adelante, respetando el límite que puso Andrew, y hablé con toda la fuerza que pude.

—¡Niké! ¡No lo hagas! Por favor... Si ella no tiene mi espada sabe en dónde está.

Se oyó un gruñido proveniente de la garganta de la diosa de la victoria, pero aun así noté cómo su agarre se aflojaba un poco.

—¿Ves? Eres un maravilloso perro faldero, siempre obedeciendo las ordenes de tu dueño —se burló Até—. Solo que antes de ordenaba cosas divertidas, ahora solo te tiene miedo, igual que todos.

Con eso su agarre volvió a fortalecerse alrededor de su cuello. Até no apartó la mirada de ella, y a su vez Niké no oyó nada además de Até.

Sabía que sus poderes no afectaban a Niké, pero sus palabras eran igual de efectivas. En ese momento supe que si no averiguaba en dónde estaba mi espada no tendría oportunidad de hacerlo de nuevo.

—¿Dónde está mi Arma Divina? —pregunté, intentando sonar más firme y segura de lo que me sentía. La verdad era que el solo pensar en que vendió mi espada me aterraba.

En ese instante Até desvió la mirada y nuestros ojos se encontraron por un momento. No sonrió como lo hizo con Niké, más bien me observó con una mezcla extraña de desinterés y superioridad.

—Es decepcionante, pero eso no lo hace precisamente inútil —masculló, pero no entendí a qué se refería. Bufó—. Usar tu confusión interna ha sido muy fácil, pero manipular los impulsos secretos de los demás excepto el tuyo... eso sí es una maravillosa desgracia.

El movimiento en mi periferia captó mi atención demasiado tarde. Apenas vi la flecha antes de poder esquivarla, y no por completo, pues ésta pasó sobre mi brazo realizando un corte limpio a su paso. Mi brazo sangró, dejando una herida algo profunda que no comenzó a sanarse. Fue una herida de una Arma Divina.

Vi el pequeño brinco que pegó Andrew, consternado mientras observaba lo mismo que yo: a Cailye. La chica estaba a unos metros de mí, sosteniendo su arco a la altura de su cabeza y con una flecha amarilla apuntando esta vez a mi pecho.

Mi respiración se apagó de la sorpresa, notando esa mirada en sus ojos, ese vacío, como si su mente estuviera en blanco. Andrew se movió veloz, pero no lo suficiente, ya que a medio paso de su hermana Kirok saltó sobre él, derribándolo al piso en medio de un golpe en la cabeza que resonó en todo el lugar. Lo vi hacer una mueca ante el impacto, y luego ambos cuerpos rodaron lejos.

Perdí de vista lo que ocurrió con los dos, pues toda mi atención se entró en la flecha que Cailye estaba a punto de liberar. Sus manos temblaban, sus ojos estaban vidriosos, y por un momento sentí un extraño déjà-vú, algo que me estrujó el corazón.

El grito de Niké no tardó en llegar, y poco me di cuenta de lo que le hizo a Até, pero ella también soltó un sonoro grito que ahogó con una risa ronca y forzada.

—¡Libéralos! —ordenó Niké, en tono furioso— ¡Ahora!

Até rio con más ganas.

—No los estoy controlando, Victoria, solo intensifiqué un maravilloso impulso dormido en su interior, un deseo oscuro y tormentoso. Solo pueden pensar en eso, en suplir esa necesidad —Sentí su mirada a pesar de no poder verla—. Fatalidad, querida, diferente a las acciones sin lógica. Lo que ellos hacen vaya que tiene lógica.

Oí un golpe proveniente de la dirección donde hasta hacía poco había visto a Andrew ser derribado por Kirok, y luego hubo un estallido de luz azul que se mezcló con el rojo de una forma alarmante.

Mi mente comenzó a funcionar, como engranajes oxidados, mientras pensaba en cómo traerlos de vuelta. Andrew no tendría problema con enfrentar a Kirok, y Kirok no se contendría con Andrew por muy debilitado que estuviera su poder. Cailye... Ella, aunque parecía tomárselo con más calma, no dudaba de que soltara esa flecha en cualquier segundo.

El sonido de un golpe predominó en el ambiente, y sin poderlo evitar desvié mi mirada de Cailye hacia Niké, justo a tiempo para notar que la diosa alada había azotado la cabeza de Até contra el muro, generando el sonido grotesco de su cráneo al romperse y quebrando también la piedra que conformaba el muro, dejando un hoyo en el lugar.

Até calló al suelo, con los ojos en blanco y una expresión gélida, el cuerpo flácido y sin mover un solo musculo de su cuerpo. Miré con horror a Niké, pensando que la había matado, que había matado la posibilidad de recuperar mi espada; no obstante, en el rostro de Niké solo había espacio para una sonrisa amarga y una mirada de locura.

«—No está muerta —dijo At desde algún lugar—, pronto despertará, aprovecha el momento de inconciencia para hacerlos entrar en razón. Niké, necesito tu ayuda.»

Niké no se movió, pero aun así supe que oyó lo que At le pidió.

El sonido de la flecha de Cailye me despabiló. Salté antes de verla, justo a tiempo para evadirla. Mi amiga creó una nueva flecha amarilla, lista para darme con ella, a lo que yo, tan rápido como pude, inspeccioné el lugar en busca de los chicos.

Corrí en cuanto vi la silueta de Andrew, justo a tiempo para evadir otra de las flechas de Cailye. Kirok elevó las manos, con un aura roja y negra rodeando su cuerpo debido a la magia, e intuí el golpe que le daría a Andrew en ese instante. Me sorprendió que no hubiera tocado su espada, pero en realidad yo no estaba segura de cuán poderoso era aun después de lo de Hades; bien podría no necesitarla.

Los ojos de Andrew lo miraban con fijeza, preparado para lo que hiciera Kirok, y un leve brillo a su espalda que lo preparaba para usar el poder del sol.

Me lancé sobre Andrew al segundo siguiente, y con el peso de mi cuerpo logré llevármelo por delante justo cuando Kirok hizo su ataque y una esfera roja impactó contra una flecha amarilla de Cailye.

Abracé a un sorprendido Andrew mientras nuestros cuerpos rodaban sobre la tierra para chocar contra un muro de roca, en medio de un golpe sordo.

Aturdida, medio me incorporé, mientras Andrew sacudía su cabeza con evidente desconcierto.

—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo ahora? —gruñó, en tono molesto.

Sus ojos oscuros se cruzaron con los míos, resultando amenazantes en la penumbra, y si a eso le añadía ese brillo filoso que tenía en ocasiones, pues, daba algo de miedo.

—Ve por Cailye, me encargaré de Kirok —pedí mientras me incorporaba. Andrew frunció el ceño, alcanzándome—. Es tu hermana, te escuchará, y Kirok no me lastimaría.

No tuvo tiempo de pensarlo, pues de un momento a otro el cuerpo de Kirok apareció entre nosotros, estampando su puño contra el muro con el que chocamos. Andrew asintió, alejándose unos pasos, mientras yo me abalanzaba sobre la mano de Kirok.

Lo sujeté con fuerza, impidiendo su movimiento y su uso de magia. Sus ojos rojos encendidos se cruzaron con los míos, y cuando me miró pude ver la súplica en ellos, pidiéndome que lo soltara.

—No podrías entenderlo, Luz —soltó, en un tono apagado y melancólico—. Ni aunque te lo explicara lo harías, porque no puedes saber lo que siente la sombra cuando aparece la luz.

Sus palabras me hicieron dudar por un segundo, y casi lo solté al observar la necesidad y el dolor en su mirada. La figura de Cailye apareció en mi campo visual, regresándome a lo racional. Sujeté con más fuerza a Kirok, evitando cualquier cosa que tuviera en mente.

—Reacciona, Kirok, sea cual sea el deseo que te domina debes despertar. Si eso te destruye no vale la pena cumplirlo.

Frunció el ceño, en parte molesto y en parte ofendido. Y mientras más me miraba más sentía cómo el impulso disminuía. Percibí cómo recobraba la razón, cómo se aferraba de nuevo a la esperanza, a esa esperanza tan necesitada que noté el día que se volvió mi familiar.

—Cailye —llamó Andrew, ganando mi atención. Se hallaba cerca, igual que su hermana, pero ella no lo miraba a él, la rubia solo tenía ojos para mí—. Cailye, baja el arco, sé que no quieres herirla, solo bájalo.

Le hablaba como le hablaría a un conejo asustado, pero a pesar de la suavidad de las palabras de Andrew, y de más tacto del que creí que fuera capaz de usar, Cailye no cambiaba su posición. Parecía estar ajustando la trayectoria... quería asegurarse de no fallar esta vez.

La miré a los ojos, suplicando en silencio. Podía entender la reacción de Kirok por Andrew, pero ¿Cailye hacia mí? ¿Qué le ocurría a Cailye para querer hacerme daño...? No, eso era imposible. Se trataba de Até, ella debió modificar algo dentro de Cailye, mi amiga nunca me lastimaría por muy enojada que estuviera.

—No lo sabes... —masculló ella, en tono muy bajo—. No puedes saber... cómo me siento todo el tiempo, hermano, no tienes idea... de lo que estar a su lado significa para mí.

La mirada de Andrew me buscó, confundido, pero solo por un instante, porque de un segundo a otro fue como si el rayo del entendimiento lo golpeara. Abrió los ojos de golpe y los clavó sobre mí. Noté la exhalación que se le escapó, y acto seguido se movió hasta quedar en la línea de fuego de su hermana.

No vi su rostro, estaba muy ocupada tratando de traer de vuelta a mi familiar como para prestarle demasiada atención a lo que los Knigth decían.

Tomé la otra mano de Kirok, y apreté con fuerza. Lo miré con todo el apoyo que pude, y mientras más presión hacía la magia en su cuerpo disminuía. La magia negra se esfumó y el brillo rojo no tardó en reducirse. Poco a poco sus ojos rojos apagaron su color, dejando en su lugar sus anormales ojos rojos pero sin encenderse como los de un demonio.

—Es abrumador... —Cerró los ojos, en busca de paz—. Ya estoy cansado de esta mierda.

Soltó un largo suspiro, relajó su cuerpo, y una mirada de tristeza se implantó en sus ojos. Agachó la cabeza, permitiendo que su cabello les hiciera sombra a sus ojos, ocultándolos.

Al mismo tiempo, noté que el cuerpo de Cailye se paralizaba, sus manos dudaron, su expresión flaqueó. Lo que fuera que Andrew le dijo ciertamente tuvo un efecto en ella.

«Por mí» oí que Andrew le dijo, pero fue solo un par de palabras sueltas sin contexto. En ese momento, Cailye abrió los ojos como platos y bajó su arco, despareciendo la flecha en el instante.

Quizá lo imaginé, no podría estar segura debido a la luz escaza del lugar y de la distancia entre nosotras, pero me pareció ver una lágrima descender por su mejilla.

Niké hablaba con At cuando nos acercamos. Ambas dejaron de hablar en cuanto nos vieron, y Niké se apartó para que pudiéramos ver a Até, aun inconsciente, atada con una cadena dorada del cuello hasta los tobillos, como un rollito relleno.

Cailye y Kirok se quedaron más atrás, cada uno con la cabeza en dirección contraria; él recostado a la pared y ella de pie sin mover un musculo. Los miré de reojo, preocupada, pues no sabía hasta qué punto la magia de la fatalidad de Até los había afectado. Conmigo usó sus poderes de confusión y acciones sin razonamiento, con ellos... fue un poco más allá.

¿Cailye en verdad quería lastimarme? ¿Qué era lo que ella sentía para querer hacerlo? No quería pensar en ello, mucho menos considerar la posibilidad, pero si Até estaba en lo cierto, que solo aumentó un deseo oscuro oculto en sus corazones, ¿no significaba eso que las acciones de Cailye eran el reflejo de sus sentimientos?

Sacudí la cabeza, alejé esos pensamientos a un agujero en mi cabeza, y me concentré en lo importante.

—Evitará que se convierta en polvo al menos —explicó Niké, poniendo de pie a una inconsciente Até. Miró a At, interrogante—. ¿Puedo hacerlo ahora?

At la miró con su usual seriedad, pero antes de que hablara debió intuir mi expresión que pedía una explicación. Ella me miró entonces, luego de darle una rápida mirada a Andrew a mi lado.

«—Até no se deshizo de tu Arma Divina, no la vendió, y aunque sí creo que se reunió con alguien, aun la conserva.»

—¿Cómo lo sabes? —cuestioné.

«—Nada está oculto en Kamigami —dijo entonces—, y hay algunas magias que este mundo bloquea. Sin embargo, en algunos casos y hecho por la deidad correcta, se puede ocultar lo que es visible.»

At asintió hacia Niké, y una sonrisa perversa se cruzó por el rostro de la diosa antes de hacer su siguiente movimiento. Se movió con la velocidad de una flecha, con la mano extendida hacia la diosa de la fatalidad, y pasó sus largas uñas sobre la piel del cuello descubierta de Até.

Vi icor, oscuro como el cielo sobre nuestras cabezas, pero aquella vista donde el cuello y parte del hombro de Até se cubrieron por el icor que corría sus venas quedó eclipsada por el grito que rompió la noche selene.

De pronto Até abrió los ojos, horrorizada, y soltó un genuino grito de dolor.

Abrí los ojos como platos y mi estómago se revolvió ante la escena. Miré a Niké, quien tenía la mano derecha manchada de icor y las uñas llenas de aquel líquido divino; sonreía con satisfacción, con una mirada perturbadora en sus dorados ojos.

—¡¿Pero qué mierda has hecho?! —bramó Até, ahora furiosa. Le lanzó una mirada mordaz a Niké, a lo que ella tan solo sonrió con más énfasis.

—Duele, ¿verdad? Intenta algo y mi mano terminará dentro de tu vientre —Se acercó peligrosamente al rostro de Até, tan cerca que si la diosa de cabello negro se estiraba un poco podría morder la nariz de Niké—. La próxima vez piénsalo dos veces antes de robarle a Atenea.

Niké estiró la mano con icor, mascullando palabras en griego antiguo una y otra vez sin quitarle los ojos de encima a Até. El icor en sus dedos tocó la tierra, desprendiendo un brillo dorado, primero tenue luego más intenso.

La luz vibró mientras las gotas de icor seguían cayendo, hasta que de la luz dorada nació una figura, un objeto. Al comienzo se veía difuso y borroso, pero para cuando Niké terminó el conjuro supe de inmediato que se trataba de mi espada.

El brillo se detuvo, el icor dejó de caer, y mi Arma Divina se materializó frente a nuestros ojos; la hoja dorada, los detalles fucsias, la cinta que rodeaba el mango y la hoja. Tuve el impulso de correr hacia ella, tomarla en mis manos y tal vez abrazarla. Pero Andrew sujetó mi brazo, impidiéndomelo.

Le lancé una mirada, sin entender por qué no me dejaba acercar, pero él no me miró, mantuvo sus ojos fijos sobre la espada en el suelo mientras At se acercaba y la inspeccionada. La «tocó», la observó de cerca, y al final nos miró y asintió. Andrew dejó de sujetarme, a lo que yo me acerqué para recuperarla.

Recorrí mi Arma Divina con mis dedos, eufórica y asustada al mismo tiempo. Era mi espada, podía sentir su «vida», y aun así no pude evitar pensar que recuperarla, para las molestias que se tomó Até, había sido muy fácil. ¿Con quién se reunió para empezar?

Até bufó.

—Victoria no fue —soltó—, ella no piensa más allá de los golpes. Dudo que esos dos de allá aportaran algo en medio de sus impulsos. El de poca habla es posible, pero requería tiempo y no creo que lo tuvieras mientras mi cabeza volvía a la normalidad si aún tenía que lidiar con ese par. Y respecto a ti —Me miró de arriba abajo con descaro; no pude evitar sentirme invadida ante su escrutinio—, lo dudo mucho más. Así que dime, «Atenea», ¿cómo lo descubrieron?

La forma en la que pronunció mi nombre de diosa me erizó los vellos de la nuca. Tragué saliva, y evité desviar mi mirada hacia At en busca de apoyo. Le sostuve la mirada, con mi mente trabajando para buscar una forma de enfrentarme a esa pregunta.

«—Esa clase de conjuro —mencionó At—, ella no pudo hacerlo. Es un conjuro avanzado, solo se me viene a la cabeza el nombre de una entidad capaz de hacerlo.»

—Pandora —dije, ganándome una mirada de desconcierto por parte de Até—, estabas con ella, ¿dónde está ahora?

La diosa me miró por un largo rato, con una expresión entre estupefacta, confundida y escéptica. Al final soltó una risita desesperada.

—Es increíble que eso sea lo primero que preguntes —Entrecerró sus ojos y elevó el mentón—. Descubrir el truco de tu Arma Divina, asumir que estoy con Pandora y que me reuní con ella... ¿y me preguntas dónde está? Son dos extremos, ¿no te parece? Tres cosas dichas por diferentes personas. La misma persona que se percató del conjuro no preguntaría algo como eso.

Fruncí el ceño y noté la forma en la que Andrew se tensó.

—¿A qué te refieres? ¿De qué hablas?

Ella mostró sus dientes en una sonrisa socarrona.

—Vaya, ella tenía razón, maravilloso —Por un momento sus ojos se iluminaron con un brillo curioso, hasta que Niké se acercó y la tomó fuerte del cabello, a modo de advertencia, a lo que Até tan solo me sostuvo la mirada ahora tan oscura como siempre—. En verdad eres ingenua, ¿verdad? Ves lo que quieres ver, interpretas lo que ocurre como mejor te convenga. Niña, no eres tan especial como esos vejestorios del Olimpo lo hacen parecer, y lo sabes.

Niké jaló su cabello muy cerca de la raíz, tanto que incluso alcancé a ver partes moradas en su cuero cabelludo.

—Ella te hizo una pregunta, no divagues —dijo en tono duro, a lo que Até no reaccionó.

Até la miró de reojo antes de volver toda su atención a mí.

—Pandora, sí. Maravillosa mujer, cuerda pero desquiciada; perdió su corazón hace tanto tiempo, pobrecita. Posee una espléndida inteligencia, y cómo no, ha tenido bastante tiempo para desarrollarla. Prueba y error cientos de años y en algún momento te das cuenta de lo que estás haciendo mal. Llega un punto en el que simplemente ya no te equivocas, en eso se basa la experiencia.

Niké se acercó a su oído.

—No divagues —le recordó con la misma dureza y amenaza implícita.

La diosa de la fatalidad curvó la comisura de su labio derecho hacia arriba.

—No sé en dónde está, respondiendo a tu pregunta —Había algo en su forma de mirarme que me daba pánico, como si fuera un mono danzando en su mano—. ¿Satisfecha?

Me acerqué más a ella, y como reflejo Andrew también se acercó. Él permanecía callado, pero sabía que tanto él como At solo estaban reuniendo información y analizándola como si de máquinas se tratara.

—¿Qué es lo que está haciendo Pandora? —exigí saber, intentando sonar amenazante—. Sabemos que ha estado buscando algo en la Cordillera de Maya y alrededor de las Gea Hijas, ¿qué pretende hacer?

Até casi se atragantó con su propia risa. Niké hizo el amago de golpearla, pero con un ademán le pedí que no lo hiciera; lastimarla no servía de nada, hablaría si quería hablar. Con el sátiro fue una cosa, con un dios era muy diferente.

—Plan A, plan B, plan C, plan D. Alguien que en verdad desea cumplir su sueño se asegura de hacerlo, usando el método que sea. Las leyendas no siempre son precisamente falsas, y lo imposible de hecho es cuestión de probabilidad.

—¿De qué hablas? —presioné, a lo que una sonrisa perturbadora surcó las facciones de la diosa.

—¿Te has preguntado alguna vez lo que pasará después de reflejarte en el Espejo de los Dioses? —Aquello congeló mi sangre, y no solo a mí, también hubo respuesta por parte de Andrew e incluso de Kirok más lejos. Al observar mi expresión de sorpresa la diosa enarcó una ceja—. No lo has pensado, ¿verdad? Maravilloso, simplemente maravilloso.

«—Aléjate de ella, Ailyn.»

La orden de At me generó más pánico todavía. ¿Cómo era que ella lo sabía, que Pandora lo sabía? Eso no había salido de los Dioses Guardianes y la Corte Suprema, no había modo de que ellas supieran que ese era nuestro objetivo.

Retrocedí con pies torpes, con los ojos fijos sobre ella mientras me observaba. Yo... tendría pesadillas con esa mirada, con esa sensación... era tan horrible, como si tocara mis huesos con hierro caliente. Me sentía invadida, indefensa, acorralada...

Me choqué con el cuerpo de Andrew, quien puso sus manos sobre mis hombros de una manera que me hizo sentir, aunque fuera por un breve segundo, a salvo. No lo miré, me era imposible apartar los ojos de la diosa de la fatalidad.

—Ve con Cailye y con Dark —pidió cerca de mi oído, en un susurro.

Tragué saliva y asentí. Él retiró sus manos y pasó por delante de mí, intentando bloquear mi visión, pero aun así sentía que la mirada de Até estaba sobre mí a cada segundo.

—Será maravilloso atestiguar el final de una era y la extinción de la luz de una luciérnaga.

Detuve mi paso al oír lo último, y moví mis pies hacia delante de nuevo, dispuesta a ignorar el miedo que me producía para preguntarle acerca de su comentario, por qué mencionó a una luciérnaga. Pero para cuando me acerqué otra vez la diosa tenía incrustada una flecha mágica en su pecho, justo sobre su corazón.

Me dejé caer en el suelo, con los ojos fijos sobre el cuerpo inconsciente de la diosa abrazado por una gruesa cadena dorada a juego con la flecha. Parpadeé varias veces, intentando hallar claridad en mis pensamientos y poder ordenarlos.

Pasaron algunos minutos en total silencio, en los que nadie se movió demasiado. Solo Niké fue a dar un vistazo alrededor, pero aun después de su regreso, no me quería levantar del suelo.

Cuando nadie mencionó nada acerca de lo que acaba de pasar, y al no recibir comentario por parte de Andrew acerca de la palabra «luciérnaga», una parte se mí supuso que o bien había imaginado esas palabras, o Até halló la forma de solo decírmelo a mí. Quería creer en la segunda, ya que de ser la primera me estaría volviendo loca.

Por el rabillo del ojo noté que At me miraba, de hecho, no me había quitado los ojos de encima desde que Até volvió a caer en un estado de regeneración. Mientras no le quitaran la flecha, ella no abriría los ojos, su corazón no podría sanarse.

Por fin At se me acercó, se acuclilló a mi altura y buscó mis ojos. Observé su rostro inescrutable, su debate interno, y supe que había algo que quería que hiciera.

—¿Qué es? —pregunté sin rodeos—. Cuando me miras de esa forma hay algo que quieres que haga porque hay algo que quieres saber de mí. Ya dime qué es.

Ella tomó aire, y, como solo la directa de At podía decirlo, tan solo lo soltó:

«—Debes hacer algo con Até. Ella está aliada con Pandora, lo confirmó, está de su lado y lo que hizo con tu Arma Divina lo hizo bajo petición de Pandora. Es una enemiga peligrosa, si dejas que se reúna con Pandora se hará más poderosa, con mayor influencia.»

La miré sin poder procesarlo del todo.

—¿Me estás pidiendo que la mate? ¿Eso siquiera es posible?

El solo pensarlo me aterraba. Yo... Matar demonios era una cosa, pero a una deidad, fuera amiga o enemiga... me parecía aterrador. Yo... no me sentía lista emocionalmente para hacer algo así.

At negó con la cabeza un par de veces, estudiando mi reacción.

«—No es posible matarla.»

—Pero siempre hay otras formas —terció Niké—. Está el caso de Prometeo por ejemplo. No tendremos prisiones o penas de muerte, pero sí existe la cadena perpetua, y vaya que es brutal.

Ninguna de las dos la miró.

«—¿Qué quieres hacer?»

Quise buscar el apoyo de Andrew, o el de Kirok, incluso el de Cailye, pero no pude. No pude solo preguntárselo a alguien más, porque yo tenía mi respuesta, y aunque no fuera la correcta o lo que At quería escuchar, en ese mismo instante no podía ofrecer nada más.

—Yo... Necesito un poco más de tiempo, solo un poco más —No hablaba sobre Até, y At pareció entender de lo que hablaba—. Aun no... no quiero...

«—Lo capto —me interrumpió ella, y por una milésima de segundo me pareció ver en su mirada algo más que una expresión robótica marca espíritu sin cuerpo o sentimientos. Se volvió hacia Niké, con una expresión que me decía que le estaba enviando un mensaje secreto—. Llévatela, de preferencia a un lugar donde no puedan sacarle la flecha.»

Niké asintió, y sin dar espera tomó a Até como si se tratara de un costal de carga; desplegó sus alas doradas y en un abrir y cerrar de ojos ya se encontraba volando lejos con la diosa sobre su hombro.

La vi alejarse, con un nudo en el estómago, tratando de no sentirme como me sentía en ese momento. Andrew no se me acercó, Kirok tampoco, mucho menos Cailye, por lo que me quedé ahí en el piso, observando la luz de Selene sobre la tierra.

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