12. Aprender a mejorar
Never Be - Giraffe Squad
Comí como si llevara días sin probar bocado. Por suerte había muchos frutos de Ambrosia cerca, al igual que el agua lila de Kamigami que neutralizara sus efectos, y además, Calisto se las ingenió para prepararnos algo de comer una vez las cosas se tranquilizaron. La mujer nos preparó varios platos, de apariencia muy humana, y todos la aceptamos sin decir una palabra.
Me sentía cansada, tanto física como emocionalmente.
Cuando terminé de comer aproveché que todos estaban entretenidos con alguna tarea como para notar mi escapada al rio que limitaba con el jardín del templo. Me di un baño rápido, y por supuesto aproveché para llenar nuestros suministros de agua. Para cuando regresé al interior del templo con ropa limpia, me di cuenta de que el desastre vomitivo que causé fue limpiado por Calisto.
La sacerdotisa se había comportado aturdida desde que Cailye la cambió, y se veía confundida, muy confundida, como la mayoría de nosotros. Todavía no entendía del todo lo que había sucedido. Por las explicaciones vagas que nos dio At tenía entendido que Cailye, al no contar con el cuerpo de una diosa en su máxima expresión, se sobre esforzó intentando romper una maldición tan poderosa como la Calisto. Como consecuencia no solo se quedó sin una sola gota de magia en su cuerpo durante unos minutos, Cailye literalmente murió.
Estuvo muerta por unos segundos, y de haber tardado un poco más en ayudarla no podríamos haberla traído de vuelta; actuamos a tiempo para sujetar su mano antes de que cruzara. Eso era otra cosa que At se negó a explicar. Solo dijo que hacer lo que hizo, lo que hicimos, era algo que no debería haber hecho y que nunca volvería a hacer. Actuó porque la situación era crítica, y aun con el poco tiempo que duró la posesión At estaba preocupada por los efectos secundarios de lo que hizo.
No dijo nada acerca de la magia que usó, y vaya que le insistí por respuestas. Pero, como tumba, se limitó a repetir una y otra vez que no estaba lista para saberlo. Lo que sentí cuando la magia estalló en mi interior, la intensidad de esas emociones y el dolor... fue todo tan raro. Y, como era de esperarse, aunque Andrew también le hizo preguntas ella mantuvo su boca cerrada.
No le pregunté a Andrew directamente cómo había sido su experiencia durante el conjuro, pero por lo que dijo tenía la sospecha de que sintió algo similar a mi caos interior. Por supuesto, él no vomitó porque la única poseída fui yo. Eso no dejaba de ser espeluznante. Y, deseaba con todo mi corazón, que eso no volviera a ocurrir. Los efectos de mi cuerpo al terminar el conjuro fueron producto de la posesión de At, que usó mi cuerpo para hacer yo no sé qué truco mágico, no por el conjuro en sí; algo que me intrigaba aún más.
Hasta donde sabía no era posible traer de vuelta a los muertos, pero Cailye se encontraba en un punto de transición donde fue posible con mucho esfuerzo. Desde entonces Niké había estado custodiando el templo de arriba abajo sin descanso, atenta a cualquier movimiento sospechoso, por petición de At; y sospechaba que Kirok estaba con ella. No lo había visto desde la comida-cena, pero lo sentía cerca, debía estar en alguna parte del templo.
Caminé a través de varios pasillos y subí algunas escaleras con el fin de llegar a la habitación donde Cailye permanecía dormida. Ella estaba fuera de peligro, pero a pesar de eso aún no abría los ojos. Solo era agotamiento, con el paso de las horas despertaría como de costumbre.
El templo era tan grande que me tomó mi tiempo encontrar la habitación, que era en realidad el cuarto más grande del templo, exclusivo de Artemis. Cuando llegué Calisto estaba cerrando la puerta tras ella.
Me miró, con cierta timidez, y me dedicó una sonrisa cortes.
—Lady Atenea, ¿se le ofrece algo más? —preguntó.
La mujer tenía un par de ojos oscuros, que entonaban bien con su cabellera, y verla en su forma humana me hacía pensar en cómo una mujer tan educada y humilde pudo merecer tal trato por parte de Artemis.
Negué con la cabeza y le devolví la sonrisa.
—Estoy bien —Miré sobre su hombro hacia la poca visión que tenía del cuarto de Cailye—. ¿Sigue dormida?
—Así es —Se hizo a un lado deprisa—. Bien pueda pase, si necesita algo por favor hágamelo saber.
Asentí, a lo que ella se alejó de la puerta rumbo al pasillo por donde yo había llegado.
Calisto se ocupó por muchos años del templo de Artemis. Cuidó sus jardines y el interior, esperando el retorno de su dueña para implorarle perdón. Cuando le explicamos la situación y le hablamos de Cailye ella no dudó en ofrecer su ayuda para lo que fuera. No había cosa que ella no hiciera por su adorada diosa, incluso estaría dispuesta a sacrificar su vida. Consideraba a Cailye como Artemis tuviera la apariencia que tuviera.
Al perderla de vista por las escaleras me animé a entrar a la habitación. Era grande, mucho más que el salón de la estatua, y tenía más muebles que mi habitación en ese mismo templo. El plateado y el verde seguían siendo los colores por excelencia, y la única y gran ventana del lugar se encontraba cubierta por una cortina plateada de terciopelo gruesa, impidiendo la entrada a gran parte de la luz. La cama era, igual que todo, demasiado grande, perfectamente cabrían cinco Cailyes en ella.
Y ahí estaba mi amiga, durmiendo plácidamente en una cama de reyes, con el pecho a ritmo constante y una cara de ensueño. Parecía tener un buen sueño. Y a su lado, como fiel sombra, Andrew permanecía sentado en una silla, tomando su mano como lo había hecho antes durante la crisis.
Al verme soltó su mano de repente. Su mirada se veía cansada, su cuerpo no estaba al cien por ciento como siempre. No. Esta vez él en verdad se veía afectado por la situación.
Me regaló una sonrisa torcida. Hizo un esfuerzo por parecer agradable, pero simplemente no le salió.
—Tomaste un baño —notó, mirando mi cabello—. ¿Cómo te sientes?
Lo llevaba suelto, por lo que caía sobre mis hombros. Y eso no era lo único que delataba mi ducha. Tenía puesta ropa limpia; un pantalón cargo muy parecido al suyo pero de color negro, y una sudadera café sobre una lisa y simple blusa. Lista para correr, esa era la idea.
—Mejor, como de costumbre. El malestar se fue después de la primera media hora —Lo miré con más atención—. ¿Y tú? No te ves... como siempre.
Suspiró, cansado, y una sombra pasó por sus ojos.
—Lo sé.
Me acerqué a la cama a lo que él en respuesta acomodó una silla al lado de la suya. Me senté, con los ojos fijos sobre Cailye, y luego lo miré a él. Estábamos tan cerca el uno del otro que mi hombro rozaba su brazo.
—Deberías ir a dormir, me quedaré con ella hasta que despierte.
Él frunció el ceño, adoptando su postura seria.
—Está bien, todavía no tengo sueño.
Volví mi atención a la rubia.
—¿Cómo ha estado? ¿Ha intentado abrir los ojos?
Él negó con la cabeza, despacio y pensativo. Se cruzó de brazos sobre el pecho y se recostó al espaldar de la silla. Su cabello estaba hecho un verdadero lio, igual que su ropa.
—Ha estado balbuceando cosas, habla dormida y se mueve mucho.
—Ya veo.
Hubo un corto silencio.
Andrew me miró de reojo, con esa mirada suya que me decía que había algo en su cabeza que le estaba dando vueltas y vueltas, como si armara un rompecabezas.
—La noche de la misión en el Amazonas, ¿viste algo inusual? ¿Algo que no debería estar ahí?
Salté ante la sola mención de ese lugar. Tragué saliva, creyendo que lo que me esperaba era algún tipo de regaño.
—No recuerdo mucho de esa noche, todo es borroso en mi memoria. ¿Por qué lo preguntas?
Su postura no cambió, continuó con su semblante serio. Su expresión me dijo que sus pensamientos estaban lejos de nosotros ahora. Negó con la cabeza y suspiró.
—Nada, olvídalo.
Más silencio. Me sentía más nerviosa que incomoda. Hacía un tiempo que no compartimos un momento de relativa calma. Siempre que hablábamos parecía haber algo urgente que discutir y no conseguíamos respirar con tranquilidad. Ahora, a pesar de la situación, podíamos permitirnos un poco de paz.
—También lo sentiste, ¿verdad? —pregunté.
Él pareció despertarse de sus pensamientos de forma abrupta. Centró su atención en mí, con esa mirada de análisis que siempre llevaba encima. Le tomó un segundo saber a lo que me refería; él era bueno leyendo expresiones, en especial las mías.
—Sí, fue extraño —dijo, en tono pausado—. Había usado el poder del sol antes, pero nunca fue igual a eso. Y cuando te vi... tu cuerpo estaba cubierto por una luz especial, diferente a la usual. Es difícil de explicar.
Asentí.
—Lo sé, también lo es para mí. Fue una experiencia extraña.
Me percaté de la forma en la que su mirada cambió. Pasó de analítica a esa forma de mirarme tan peculiar que tenía, como si fuera un libro en otro idioma ante sus ojos.
Algo caliente afloró en mi pecho, estrujándome en el proceso. Sentí la forma en la que mi corazón se aceleró, el color en mis mejillas, el hueco en mi estómago. Por todos los dioses, al estar tan cerca de él por tanto tiempo mi cuerpo reaccionaba. No era momento para sentirme así, pero tenía a Andrew al lado, su sola presencia me infundía una calidez, un alivio adictivo.
—Nunca hablamos de la carta —solté sin pensar.
No saltó, como creí que lo haría, solo continuó observándome de esa forma suya.
—¿Quieres que hablemos de la carta? —rebatió, con semblante inescrutable.
Tragué saliva, pero no pasó por mi garganta. Apreté mi mano en el borde de la silla para no desvanecerme allí mismo.
—N-No es el momento, solo lo menciono por casualidad —traté de corregir mis palabras, pero nada bueno salía cuando me ponía a divagar.
Andrew entrecerró los ojos, pensando.
—Lo que decía era verdad, cada palabra.
Eso me hizo sentir todavía más liviana y pesada al mismo tiempo. De no haber estado aferrada a la silla me habría caído.
—¿Incluso ahora, después de todo lo que pasó? —Mis ojos debieron verse tan esperanzados como yo creía, porque noté cómo una medio sonrisa tiró de sus labios, una que no dejo salir.
—Incluso ahora, después de todo lo que pasó.
Intenté de nuevo tragar saliva, pero no había nada, mi boca estaba seca.
—Entonces...
—Entonces... ¿Qué? —Por un segundo pude ver la diversión en sus ojos antes de que el manto marca Andrew cayera de nuevo—. ¿A dónde quieres llegar, Ailyn? ¿Qué quieres saber?
Tuve que recordar cómo se respiraba para poder hablar.
—A-A nada, solo buscaba tema de conversación.
Esta vez sí sonrió, una de esas sonrisas curvas suyas a medias.
—Lo imagino —tan solo dijo.
—Yo las guardo —seguí hablando—. Las cartas que me has dado, las guardo.
—¿Te gustan? —preguntó, con curiosidad en su mirada. Asentí por respuesta—. Es tan cursi... pero es la única forma que tengo de...
Una risa divertida y tierna se me escapó, tomándolo con ligera sorpresa.
—Lo sé, Andrew, te conozco. Y no son cursis, son preciosas —Desvié la mirada un poco, nerviosa—. Cuando las leo es como si descubriera otra faceta de ti, lo mismo ocurre cuando veo tus cosas, como cuando entré a tu cuarto. Descubrir detalles sobre ti es de las cosas que más amo, y eso me hace... quererte más.
Mi voz se fue apagando, con el corazón en la boca.
Hubo otro corto momento de silencio, hasta que lo miré de nuevo a la cara. Él no había dejado de observarme, con esa mirada analítica como si tratara de entender un misterio del universo, y cuando lo vi habló:
—Aun no lo entiendo —masculló—. Todo pasó tan rápido... A veces creo que no tiene sentido.
—No trates de entender todo, hay cosas que simplemente no tienen explicación.
Sonrió, de verdad sonrió, y miró más allá de nosotros. A pesar de no parecer aceptar del todo mi respuesta eso lo tranquilizó aunque fuera un poco.
—Todavía eres exasperante —soltó de pronto. No había burla o reproche en su voz, de hecho, su tono fue parecido al mío cuando le dije lo de las facetas—. Vaya, créeme que eres un dolor de cabeza, y no creo que eso se acabe pronto. Siempre eres tan... tan tú que me vuelves loco.
Estaba sonriendo, pero cuando se volvió sus ojos se cruzaron con los míos y esa sonrisa se redujo bastante. Dudó, y se calló de pronto. Examinó mi rostro, estudiándolo con cierta confusión, hasta que se dio por vencido y buscó en sus bolsillos y sacó una libreta pequeña junto con un bolígrafo.
Otra risita se me escapó.
—¿En serio cargas eso todo el tiempo?
Escribió algo en una página en blanco, y sin dejar de escribir dijo:
—Así es más fácil hablar contigo.
Al terminar arrancó la hoja sin mucho cuidado y me la entregó, con una media sonrisa en su rostro. La miré, luego a él, hasta que la abrí con una nueva emoción en mi pecho.
«Pero hasta las cosas que más odio de ti, esas que me enfurecen y me dan deseos de no verte la cara, me agradan.
Odio que no me prestes atención.
Odio que no te preocupes lo suficiente por ti misma.
Odio que no pienses bien las cosas antes de hacerlas.
Odio que confíes en todo el mundo.
Odio que no creas que seas capaz de hacer grandes cosas por más que yo esté seguro de todo lo que puedes lograr.
Odio que dudes de ti misma y desconfíes en tus capacidades.
Odio que te compares con los demás.
Pero en partes iguales hay muchas otras cosas de ti que... te hacen Ailyn.
No lo entiendo, de hecho es todo un lio, pero lo que más me gusta es tratar de entender ese lio.»
Intenté tragar saliva, intenté oír los latidos de mi corazón, pero todo estaba tan lejos de mí. Adoraba las cartas de Andrew, amaba lo que me decía, pero cuando recibía una frente a él y él me observaba leerla, simplemente no sabía cómo reaccionar.
—Yo... —Sabría Urano lo que estaba a punto de tartamudear.
Pero no alcancé a decir nada, porque Andrew posó su mano sobre mi cabeza, como si de un cachorro se tratara. La calidez de su piel la sentí en mi cuero cabelludo, contrastando con el frio de mi cabello húmedo.
Un cosquilleo eléctrico recorrió mi cuerpo, y mi corazón quería lanzarse sobre él como una fangirl. No me atreví a mirarlo a los ojos, sentía que mi rostro explotaría del rubor si era así, por lo que me quedé quieta, sin saber si siquiera era capaz de respirar.
¿Algún día sería capaz de estar cerca de él sin sentir que mi corazón iba a explotar? ¿Acaso todas las parejas del mundo vivían así?
Su mirada de antes se desvaneció de pronto, dejando la de base que lo hacía ver como una escultura de mármol. Retiró su mano de mi cabeza, despacio, pero aunque su rostro fuera una piedra sus ojos ocultaban un brillo lindo, especial.
—Quédate con ella un rato. Vuelvo enseguida.
Y así se levantó de la silla. Cuando llegó a la puerta y sostuvo la perilla con la mano, se detuvo y habló, pero no me miró cuando lo hizo.
—Ailyn, gracias. Por ayudar a Cailye allá abajo y por estar ahí, por no dejarte derrumbar de nuevo. Me... Me alegra que estés aquí.
Abrió la puerta y salió prácticamente corriendo antes de que tuviera oportunidad de abrir la boca.
Aquello sí que me dejó de piedra. Ese era el tipo de cosas que no esperaba que Andrew dijera. Él siempre era tan reservado que le costaba trabajo decir algunas cosas en voz alta; por eso usaba cartas y notas, porque para él era más sencillo escribir lo que sentía que decirlo. Y el que lo hubiera dicho fue una verdadera sorpresa.
Sonreí sola por un rato, con sus palabras danzando en mi memoria y repitiéndose una y otra vez, y releyendo la carta antes de guardarla en el cofre miniatura con las demás.
Pasaron unos diez minutos, y de ver que no volvía rápido me levanté de la silla y me acosté al lado de Cailye. La cama era lo suficientemente grande para albergar a ambas y más, por lo que ni siquiera la rocé cuando me acosté al borde de la cama.
Observé su piel, el contorno de su rostro, su pequeña nariz... Y no pude concebir la idea de una realidad sin Cailye. Si ella hubiera muerto, yo... Andrew... Sacudí la cabeza. No tenía caso pensar en esas cosas. Tan solo que quedé ahí, a su lado, mientras poco a poco el sueño y el cansancio ganaban terreno en mis ojos.
A pesar de que no quería quedarme dormida, me fue imposible evitarlo por la suavidad del colchón y lo acogedora de la cama. Afuera hacía buen día para dormir, y la poca luz que entraba por la ventana iluminaba el lugar de forma preciosa.
«Nieve. Tenue luz. Mucho frio. El cuerpo de aquella persona frente a mí. Una melena rojiza que contrastaba con el ambiente y entonaba con el caótico cielo rojo...
Esa no es tu consecuencia.
Tu consecuencia soy yo, luciérnaga»
Salté. Abrí los ojos de golpe como si me hubieran empujado fuera del sueño. Mi respiración estaba agitada, mi cuerpo estaba asustado. Alguien posó su mano sobre mi hombro, y oí que me llamaba, pero mi visión estaba nublada y el miedo no me dejaba ver con claridad lo que tenía al frente.
—Ailyn, Ailyn. Mírame.
Parpadeé varias veces, ordenándole a mi cuerpo bloquear el impulso que tenía de saltar de la cama y salir corriendo como animal asustado. Entorné mis ojos, lo que me permitió observar el rostro de Andrew a mi lado. Estaba sentado en la silla, con una mano sobre mi hombro, mirándome con el ceño fruncido y recorriendo mi cuerpo en busca de algo fuera de lugar.
Estaba sentada en la cama, algo que me costó unos segundos reconocer, y a mi lado Cailye permanecía tan dormida como cuando me acosté.
—¿Qué te sucede? ¿Qué soñaste?
Lo miré, y mi expresión debió alertar algo en él, porque de inmediato se levantó de la silla y se acercó más a mí, aumentando la fuerza de su mano sobre mi hombro. Intenté regular mis signos vitales, intenté relajar mi expresión, pero la verdad era que estaba aterrada.
Sacudí mi cabeza, buscando orientación.
—Nada. No lo recuerdo —aclaré.
Y era verdad. Recordaba unas cuantas palabras, y recordaba nieve junto con el cabello rojo, pero lo demás no. Sentía un sabor amargo en mi lengua, y el miedo no se iba por mucho que me repitiera que solo era un sueño. Ya lo había tenido antes, pero al igual que esa vez, casi no recordaba nada.
Mi respuesta no aplacó la preocupación en los ojos de Andrew. Con todo lo que nos rodeaba siempre y todo lo que pasaba, no lo juzgaba por preocuparse por algo así, más aun por mi aspecto.
—Ailyn, ¿qué te pasa? —No fue una súplica, pero poco le faltó para serlo.
Quizá fue por el tono que usó, o tal vez fueron las palabras, pero algo en lo que dijo me hizo sentir triste, culpable. Podía ver sus ojos oscuros recorrer mi rostro, su cerebro tratando de hilar la situación, de encontrarle explicación. Pero la impotencia al ver que no podía me desgarró.
Salté de la cama sin darle tiempo de insistir o de acercarse más. Me sacudí la ropa una vez de pie, y sentí una extraña paranoia que me obligó a recorrer la habitación con la mirada. Al lado de la cama Andrew me observa con una mirada analítica y los ojos entrecerrados, totalmente serio.
—¿Hace cuánto estás ahí? ¿Sabes cuánto dormí?
Necesitaba saber cuánto tiempo podía dormir sin tener un sueño mágico.
Tras unos segundos de reflexión y observación, él decidió responder.
—Tardé unos treinta minutos fuera, cuando entré ya estabas dormida. No quise despertarte —Le echó una mirada a la ventana, con una ceja levantada—. Creo que han pasado tres horas más o menos.
Asentí, y de un par de zancadas ya estaba frente a la puerta.
—¿A dónde vas? —interrogó, en tono severo—. Como estás ahora no deberías merodear sola por ahí.
Mi mano me temblaba; la adrenalina todavía no se iba.
—Vendré en unas horas para reemplazarte y que puedas dormir, si Cailye despierta antes házmelo saber.
Abrí la puerta y hui de la habitación de Cailye. Escuché a Andrew llamarme y supe que aquel tema no estaba ni cerca de cerrarse; él iba a seguir preguntando y a sospechar que otra cosa iba mal. Pero por ahora solo quería despejar mi mente y gastar mi tiempo en algo que me distrajera de los sueños.
Caminé por varios minutos, de arriba abajo, a través de pasillos y escaleras. Llegué a creer que estaba perdida en la inmensidad del templo, cuando de repente la vi. Justo lo que necesitaba.
Venía en dirección contraria, inspeccionando las paredes como si buscara al sospechoso de un asesinato, tan distraída que no me vio cuando me paré frente a ella. Se detuvo cuando me vi frente a ella, y arrugó el ceño al verme en alguna parte del templo.
«—Ailyn, deberías estar durmiendo, deben descansar bien, lo sabes.»
—Dijiste que se te ocurriría algo para mí si no podía dormir —le recordé, su ceño se relajó, dando paso a su mirada de piedra.
Asintió, con su postura firme.
«—Pero no aquí —Miró hacia atrás, por donde venía, y a mi espalda—. Ven conmigo.»
Continuó su camino y yo la seguí. Dimos varias vueltas en los pasillos, y pasamos por algunas habitaciones de doble puerta. Conforme avanzábamos me di cuenta de la cantidad de lunas que estaban escondidas en la decoración del templo. Las había en el suelo y el techo, en la pintura de los jarrones y talladas en madera. El azul se combinaba de una buena forma con el plateado, igual que el dorado, dándole un efecto surrealista por momentos.
At se detuvo en algún punto del pasillo, uno donde había un mural con mujeres pintadas en acuarela. Me indicó que la empujara y la obedecí, acto seguido apareció una puerta secreta que daba inicio a una escalera bastante larga.
Me hizo una señal con la cabeza. Pasé por la puerta para después dejarla cerrada como At me indicó y comencé a descender por el largo, largo, tramo de escaleras, mientras At me pisaba los talones.
—¿Cómo es que conoces este lugar? —quise saber mientras bajaba a quién sabe dónde.
Iba a mi espalda, por lo que no la vi cuando habló. Las escaleras eran angostas, y me comenzaba a sentir claustrofóbica. Al menos había una buena cantidad de luz que se reflejaba en las paredes de platino. No sabía de dónde venía, simplemente todo parecía brillar.
«—Pasaba mucho tiempo aquí con Artemis, conozco cada rincón de este templo tanto como el mío. Todos tienen este tipo de pasajes. Los más profundos conectan con una serie de túneles que unen a todos los templos y la Cordillera de Maya.»
Continuamos bajando por unos diez minutos más, hasta que por fin una habitación plateada con lunas en el suelo se mostró frente a nosotras. No había una sola ventana, pero aun así el lugar tenía tanta iluminación como si recibiera la luz del sol directa. Tenía forma circular, sin ningún mueble. No había nada ahí.
—¿Qué es este lugar?
At se me adelantó, revisando el lugar como lo hacía con las paredes de antes.
«—La sala de practica de Artemis, o al menos una de tantas. Aquí se puede practicar magia sin riesgo, es un cuarto encantado. Sin distracciones aumenta la concentración, a más concentración más poder.»
—¿Y tu idea de «algo para mí» es practicar magia? —Enarqué una ceja, un tanto perdida.
Ella se detuvo y clavó sus ojos sobre mí. En ese lugar su cuerpo lucía menos fantasmagórico.
«—Te falta mucho camino por delante para que tu verdadero potencial salga a la luz. Hebe te instruyó bien a pesar de todos los problemas que tuvo. Sabes usar tu Arma Divina por ella. Pero un arma no es todo lo que tiene un dios, no es todo lo que puede ser.»
—¿Significa...?
«—Significa que a cómo van las cosas debes usar más poder, no solo depender de tu espada. La magia no es solo lo que haces con tu Arma Divina, la magia es algo que corre por tus venas, que está dentro de ti; usas tu mente para materializarla, tu concentración y tu imaginación. He visto cómo pierdes tu espada todo el tiempo, cuando lo haces te quedas sin opciones, debes aprender a usar tu Arma Divina solo en emergencias. El Arma Divina de los dioses tiene mucho poder, consume mucho poder, resistirás más en una pelea si no la usas.»
—Conozco algunos hechizos, he hecho varios sin mi Arma Divina —comenté.
Ella asintió, sin dejar de mirarme.
«—Te enseñaré a sacarle el mejor provecho a la magia simple. Un hechizo simple puede ser igual de efectivo que un conjuro con tu Arma Divina si sabes cuándo y cómo emplearlo —Se tiró al suelo y cruzó sus piernas—. Siéntate, es hora de comenzar.»
Me tiré al suelo como ella y adopté su posición. Ella posó sus manos sobre sus rodillas y relajó sus hombros. Como espejo, hice lo mismo.
—Es ¿yoga? —inquirí.
«—Aprender a controlar tus emociones, tus pensamientos, lo que te rodea, es el primer paso para canalizar tu magia. La magia es parte de tu vida, de tu alma, por eso está relacionada con todo lo tuyo. Lo que sientes y en lo que crees —Tomó aire—. La mayoría de los dioses tienen una especialidad, como Apolo o Artemis, tú también la tienes, pero es algo menos específico que en otros, por eso puedes usar un mayor tipo de conjuros. Comienza por sentirla, por conocerla.»
Tomé aire, cerré los ojos, e intenté concentrarme. Eché a un lado todos mis pensamientos, y me centré solamente en la magia que fluía a través de mí. Regulé mi respiración, los latidos de mi corazón; y solo sentí. Mi propio cuerpo, lo que me rodeaba, podía percibir el mundo de una forma más íntima que en toda mi vida.
Dejé de sentir el suelo bajo mis piernas a los pocos minutos. Mi cuerpo se elevó con ligereza, como si no pesara nada, como si la gravedad se hubiera detenido. Abrí los ojos cuando la calidez se apoderó de mi piel.
Luz. Mi cuerpo, el salón, estaba cubierto por una tenue luz rosa que contrastaba con el plateado del lugar. Mi cabello se elevó también, y mi espada reaccionó ante la muestra de poder; una placentera sensación invadió mi cuerpo. Se sentía como un masaje. Era capaz de percibir cada gota de magia en mi cuerpo, y por mi cabeza pasaron miles de posibilidades para emplearla.
«—Bien hecho, pero no te precipites —dijo At, con sus ojos clavados en mí—. La base de la magia está en la imaginación. Puedes comenzar con algunos hechizos incorpóreos. Modifica el espacio, juega con él, hazlo tuyo.»
Asentí y le obedecí. Me pasé los siguientes minutos manipulado los elementos, con un nivel muy básico puesto que no eran mi especialidad, asimismo jugar a cambiar el material de composición de las cosas fue útil. Usé temperaturas, materiales, gravedad, todo tipo de aspectos que influían en el espacio. Mi poder se presentaba de diferentes formas, a veces algo pequeño como una roca, a veces algo más grande como un banco de niebla.
Pasaron varios minutos, quizá un par de horas, de esa forma. Yo usaba mi magia para modificar la sala y At de vez en cuanto me corregía o aconsejaba. Era buena maestra, a pesar de todo, y me daba la impresión de que se había vuelto más paciente conmigo. De hecho, ella lucía algo rara, diferente a como usualmente era.
Cuando por fin dio la señal para que me detuviera mi cuerpo sentía los efectos del uso de la magia. Estaba cansada, no al límite como en otras ocasiones, pero sí algo lenta con mis movimientos. Me sorprendió que durara tanto tiempo continuo usando magia sin acabar con mi poder mágico, pero eso se debía a que no estaba usando mi Arma Divina. Eso, y que además mis amigos debían estar haciendo un buen trabajo en la Tierra; me sentía más resistente, más fuerte que antes.
«—La forma correcta de usar la magia en un combate se basa mayormente en el conocimiento sobre tu adversario. Usar fuego contra una Manticora no tiene sentido, cosa diferente si se usa contra una Amazona. Así como lo que te sirve con Medusa no te sirve con Aracne —explicó—. Es importante emplear de forma acertada los diferentes tipos de magia, ahí radica el poder de Atenea, el poder de la sabiduría.»
Mi cuerpo dejó de brillar y de levitar, poco a poco aterricé en el suelo sin cambiar mi posición. Dejé salir el aire y relajé mis hombros justo cuando hasta el último rastro de mi magia se apagó.
Me quedé mirando fijamente a At, sin saber muy bien cómo empezar a decir lo que llevaba días en mi cabeza para preguntarle.
—Lo que pasó con Aracne... —Vacilé—. Vi tu rostro entonces. ¿Crees que hice lo correcto? ¿O debí enfrentarla? ¿Qué habrías hecho tú? Noté que querías saber qué haría yo, pero no sé si lo que hice, la forma en que lo hice, pasa tus estándares.
Me sostuvo la mirada de dureza. Se hizo el silencio. Quizá no debí preguntar, no meterme en ese tema, pero tras un rato ella contestó.
«—¿Qué crees que es la sabiduría? —preguntó.»
Me quedé de piedra. Sabía que esa pregunta era más complicada de lo que parecía, debía pensarlo bien. Ahí sentí una especie de déjà-vú a cuando Astra me preguntó sobre el trabajo de un líder.
—Es... inteligencia.
Para mi sorpresa, asintió.
«—Pero es más que eso. La sabiduría es prudencia, conocimiento e inteligencia. Debes procesar datos que ya conoces y aplicarlos a la situación. Evaluarla y sacar una conclusión en base a tu juicio y experiencia.»
Entendía lo que dijo, pero eso no respondía mi pregunta.
—Entonces, respecto a lo que hice con Aracne, ¿crees que fui sabi...?
«—¿Oíste lo que acabo de decir? —dudó, levantando una ceja. Asentí, y ella suspiró—. Ailyn, la forma en lo que quieres que los habitantes de Kamigami te vean no me interesa, ya no tiene caso discutir ese aspecto. Tienes una reputación que te precede, la mía, y aunque no me agrade la idea tratar de sacártela de la cabeza es inútil. Pero no puedo permitir que seas el blanco de ataques solo por verte débil, humana, es precisamente eso lo que quiero evitar. Lo mínimo que necesito que entiendas es el significado de la sabiduría, que la apliques y cumplas tu deber.»
Hubo otros segundos de silencio, y en vista de que no dije nada ella continuó hablando.
«—Cuando vi lo que hacías con Aracne entendí muchas cosas, entre ellas que nunca serás como yo. No lo apruebo, pienso que no respetas ni entiendes las decisiones que tomamos, pero por lo que pasó con Artemis veo que no es un problema solo tuyo. Algo que, espero, entenderás con los años y la experiencia.»
—Entonces piensas que me equivoqué, que debía haberla enfrentado de otra manera.
Inhaló, relajándose.
«—No pienso discutir eso contigo —repuso—. Como te dije, mi interés es que conozcas el valor de la sabiduría, que tomes decisiones asertivas, y que seas capaz de proteger la Luz de la Esperanza ante cualquier ataque.»
—Y lo que hiciste por Cailye, cuando entraste en mi cuerpo, ¿también va incluido en tu plan de mejoramiento?
Frunció el ceño, y noté la forma en que sus hombros se tensaron a pesar de su aparente calma.
«—¿Cómo inhibes el efecto del veneno de un basilisco? —Su pregunta me dejó en el aire— ¿Cuál es la debilidad de las sirenas y a quienes afecta su poder?»
—¿Qué? —Mi rostro debía verse deforme— ¿Eso qué tiene que...?
«—¿Qué les gusta a los hipocampos? ¿Cómo enfrentas a Carbdis? ¿A quién obedece el grifo? ¿Cómo llegas al Inframundo sin morir, y como sales una vez allí? ¿Cómo huyes de un tifón?»
Parpadeé varias veces.
—At, ¿de qué hablas?
Una mirada fría apareció en sus ojos.
«—¿Lo ves? Si ni siquiera puedes responderme a esas preguntas, en base a tus conocimientos, tu juicio y experiencia, no estás lista para saber cosas que son más grandes que tú. Aprende, practica, mejora, crece. Y cuando lo hagas nos sentaremos y hablaremos de todo lo que quieras, sin nada oculto.»
Tragué saliva, sintiendo que reprobé una prueba sin siquiera percatarme de ello. Me mordí la lengua, algo frustrada.
—Lo haré —mascullé.
Ella elevó una ceja, pensativa, y tras unos segundos más de silencio añadió:
«—Lo dejaremos hasta aquí por ahora, mi intención tampoco es agotarte, puedes necesitar tu energía mágica en cualquier momento —Se puso de pie—. La próxima vez practicaremos hechizos corpóreos, mientras te recomiendo que repases lo que sabes sobre las criaturas de este mundo.»
Yo solo asentí, con una extraña sensación en la boca.
Me dirigía a la habitación de Cailye otra vez, a relevar a Andrew. Si él no me había llamado por medio del intercomunicador significaba que Cailye seguía dormida, y él también necesitaba descansar. Había pasado unas doce horas desde que llegamos al templo, si ella no despertaba pronto deberíamos continuar el viaje con ella dormida. No podríamos esperar por mucho tiempo más.
At caminaba a mi espalda; ella también quería saber cómo iba Cailye. Estábamos atravesando uno de tantos esos pasillos ridículamente largos cuando recordé una conexión entre nosotros y la relación de Apolo y Atenea.
—At, ¿Apolo por qué te escribía cartas?
Aquello la tomó por sorpresa. Me miró con confusión un segundo; sin duda no esperaba ese tipo de preguntas.
«—Apolo era un romántico empedernido. Adoraba ese tipo de gestos, para él era como su sello personal. Era un muy buen poeta, amaba escribir cartas porque para él era un arte incomprendido —Se encogió de hombros; eso sin duda me llamó la atención, ¿At encogiéndose de hombros en un gesto tan humano?—. Supongo que era su estilo, una forma de verse único.»
Así que Apolo escribía cartas por su alma de poeta. Tenía sentido, él era el dios de las artes. Por otro lado, Andrew lo hacía por cuestiones de comunicación, no porque le pareciera lindo; para él era más fácil hablar a través de una hoja.
Mientras hablaba vi algo curioso en su mirada, cierto brillo especial... que no debería estar ahí.
—¿Te sientes bien? Luces diferente.
Ella salió de su ensoñación, parpadeó un par de veces y regresó a su típica postura rígida.
«—Estoy bien —Me miró con atención—. ¿Por qué preguntas lo de las cartas?»
Negué con la cabeza, con una sonrisa estampada en la cara.
—Por nada.
Para mi sorpresa, justo cuando llegamos a la habitación de Cailye, Kirok venía de la dirección contraria. Se detuvo en cuanto nos vio, igual que nosotras. Los tres nos mantuvimos de pie frente a la puerta. Él me miró y luego a At, posó sus ojos sobre mí otra vez en cuanto una sonrisa pícara se deslizó por sus labios.
—Te estaba buscando, Luz. Has estado desaparecida por unas cuantas horas, ¿sabes?
—Estaba ocupada —Lo miré de arriba abajo—. ¿Para qué me buscabas?
Su sonrisa se agrandó, dejando ver sus bonitos dientes blancos.
—Me hacías falta, es todo.
En ese momento la puerta de la habitación de Cailye se abrió. Andrew, con el mismo estilo que tenía cuando prácticamente lo dejé con la palabra en la boca, nos miró a los tres. Ahí solo faltaba Niké, que si mal no estaba debería seguir cuidando los alrededores del templo.
Frunció el ceño y dejó espacio para que pasáramos, algo más cálido por su parte de lo que imaginé.
—Sigue dormida —comunicó mientras los tres entrabamos a la habitación.
En efecto, Cailye seguía tan ensoñadora como siempre, como un bebé.
Me quedé de pie al lado de Andrew, más por aleatoria que por elección. Él no me miró, y no hizo falta, yo sabía que había cosas que quería saber.
At se le acercó y se inclinó sobre ella. La inspeccionó con cuidado, con ojos calculadores, y cuando por fin se enderezó miró a Andrew al hablar.
«—Ella está bien, solo cansada. No debe tardar en despertar —Frunció el ceño—. Esperaremos unas horas más, debe estar despierta cuando nos vayamos.»
Y así, sin añadir nada más, atravesó la sala de vuelta a la puerta. Abandonó el lugar con la cabeza en alto, sin dar ningún tipo de explicación, y cuando caminó ignoró por completo a mi familiar. Noté la mirada oscura de él al darse cuenta de lo mismo que yo, y frunció sus labios.
Andrew soltó un pequeño suspiro cansado y se acercó de nuevo a la silla, o eso intentó, porque a como se movió lo tomé del brazo para impedir su avance. Me miró con interrogación.
—No. Necesitas descansar. Ve a dormir, hablo en serio, me quedaré con ella y esta vez no me quedaré dormida.
Abrió la boca, con la intención de protestar, pero la lancé la mirada más severa que conseguí para él para hacerle entender que no había objeción. Si él me decía algo, le soltaría el rollo de que necesitaba estar al cien de sus capacidades y que de lo contrario sería otro problema. Pero no hizo falta, él pareció captar toda la conversación mental que estaba planeando y dejó caer los hombros, derrotado.
—Bien —Miró a su hermana—. Avísame cualquier cosa, estaré aquí en dos segundos.
Y miró a Kirok por un segundo antes de volverme a mirar a mí. Solo lo miró con su típica dureza, sin más. Pensé que soltaría algo como «él no puede estar aquí» o algo parecido, pero lo que fuera que estaba pensando, no lo dijo.
—Hablaremos luego —tan solo dijo antes de caminar hacia la puerta y desaparecer como lo hizo At.
Caminé hasta el sofá de la habitación y me tiré sobre él, cansada. Mi cuerpo estaba agotado, a pesar de que todavía podía usar magia si quería el nivel estaba por los suelos. Kirok, al verme, imitó mi gesto y sentó a mi lado.
Así caímos en un silencio cómodo. Me pasé un rato observando a Cailye dormir, mientras mi familiar tan solo estaba ahí, desviando su mirada a veces hacia la ventana y a veces me miraba de reojo.
A unos veinte minutos de silencio, y en vista de que Kirok no tenía intención de soltar media palabra, fui yo la que habló.
—¿Por qué estás aquí? Apenas sí has mirado a Cailye, dudo que estés sentado ahí por la misma razón que yo.
Una sonrisa burlona se curvó en sus labios, y me miró con esa mirada suya proveniente de espeluznantes ojos rojos.
—No, Luz, estoy aquí porque tú lo estás —Mostró sus dientes, y acomodó su espalda de tal forma que su cuerpo apuntara hacia mí—. Por si no lo has notado, adoro tenerte cerca.
Observé lo traviesa de su mirada, lo picara de su sonrisa... y recordé cómo cambiaba completamente con la presencia de At. El Kirok que yo conocía parecía una sombra; siempre sonreía con algo de arrogancia, era socarrón, atrevido, e incluso seductor. Este nuevo Kirok era... demasiado normal.
—Has estado actuando extraño —solté.
Su postura no cambió.
—¿Por qué? ¿Te parece raro decir que quiero estar cerca de ti? Eres una mujer hermosa, encantadora, quien no quiera estar a tu lado está ciego.
Había algo en esa sonrisa, en su postura, que me ponía los pelos de punta.
Solté un suspiro.
—No me mientas, Kirok —Lo miré a los ojos y me mordí la lengua antes de volver a hablar—. Sé lo que pasó con At, ella me lo mostró antes de que volvieras.
Aquello le borró la sonrisa de inmediato, y con ella cualquier gesto atrevido de su parte. Adoptó una postura rígida y una sombra apreció en su rostro; frunció los labios, y junto con aquel gesto sus ojos rojos se encendieron.
—¿Qué sabes? —preguntó, y noté en su voz una extraña mezcla de ira y miedo.
Evité el contacto visual; yo mejor que nadie sabía lo absorbentes que podían llegar a ser sus ojos, y cuando tenía esa expresión oscura daba cierto miedo mirarlo a la cara.
—Algunas cosas.
—¿Qué sabes? —repitió, esta vez con más énfasis.
Pegué un pequeño brinco. Tragué saliva, y muy despacio tomé sus manos entre las mías. Hervía, su piel estaba demasiado caliente, como si fuera un volcán en plena erupción.
—Sé lo que sentías por ella y por qué ella está enojada contigo —Eso para evitar decir que lo odiaba—. La forma en la que se conocieron, el tiempo que pasaste con ella, y la forma en la que terminaron las cosas entre ustedes.
No me fijé en su reacción, pero sí noté cómo un poco de presión abandonó su cuerpo. Sabía que me miraba, sus ojos eran imposibles de pasar por alto.
—¿Y tú? —soltó de repente, lo que me obligó a levantar la cabeza para toparme de lleno con sus ojos. Se veía oscuro, como si fuera la encarnación del pecado y estuviera de acuerdo con eso—. Dijiste que ella te lo mostró, ¿qué opinas de lo que pasó?
Había... esperanza en su mirada. Atrás de todo ese dolor, de esa oscuridad, de esa ira y frustración, me miraba como si fuera un faro en medio de una tormenta.
¿Qué opinaba yo? Era una buena pregunta. No es que importara demasiado, eso pasó hacía mucho tiempo, y yo no estaba ahí. Claro que me afectaba, como todo sobre Atenea, pero respecto a lo que hizo Kirok en particular...
—Te lo pondré fácil. Aunque hubiera sabido esto antes de convertirte en mi familiar, de todas formas te habría aceptado. Lo que sé ahora, lo que hiciste, no cambia la forma en la que te veo ni el vínculo que tenemos.
Sus ojos se abrieron, tanto de sorpresa como de confusión.
—¿Cómo...? ¿Cómo puedes decir eso? —Hizo una pequeña mueca, y la frustración y la ira fueron palpables en su expresión—. Viste lo que pasó, lo que hice... ¡la traicioné! —Se levantó del sofá y comenzó a moverse por la habitación como si algo le picara. Lo seguí—. Yo... Ella confiaba en mí, y por mi culpa ella...
Se calló de golpe, y sus ojos fueron a parar de nuevo sobre mí, a escasa distancia de él. Movía sus ojos de un lado a otro, igual que sus manos, y pude notar en su expresión el miedo, la culpa, la impotencia...
Lo tomé de las manos de nuevo, evitando que siguiera moviéndose como un loco. Y lo miré a los ojos a pesar de lo escalofriante que resultaban los suyos.
—Y sé cuánto te arrepientes —Eso consiguió sacarle el aliento. Se quedó pasmado—. Lo dijiste esa noche, que nunca quisiste esta guerra, y te creo. He creído en ti desde que me di cuenta de cuánto querías cambiar, desde que sellamos el contrato. Sé que quieres acercarte a At, quieres que te perdone; sé que quieres hacer las cosas bien, por eso buscaste una forma de ayudarme todo este tiempo. Y confío en ti, Kirok, elijo confiar en mi familiar.
Parpadeó varias veces, como si estuviera viendo un espejismo, y no se movió por prolongados segundos.
—Luz... ¿tú... serías capaz de perdonarme? —Su tono de ilusión, de desesperación, me conmovió.
Sonreí con tristeza.
—No soy yo la que debe perdonarte —Inhalé, buscando un punto fijo al cual mirar sin toparme con los ojos de Kirok—. No te voy a excusar, lo que hiciste fue... Estuvo mal. Es una situación muy complicada, y es algo que deben arreglar entre ustedes.
Me pregunté si eso era del todo cierto. La verdad era que técnicamente Kirok fue el origen de todo el problema, si él hubiera mantenido la boca cerrada nada de eso estaría pasando, y ese era el motivo por el que At lo odiaba tanto. Fuera cual fuera el motivo, él actuó mal, cometió un error... igual que todos.
Pero entendía lo que lo motivó a hacerlo. Dudaba mucho que Hades en verdad lo hubiera mandado a espiar a Atenea, creía que todo fue una serie de malas coincidencias y malentendidos juntos. Mala suerte. La receta del desastre. Lo que hizo, creía yo, se debía más al despecho, a su corazón roto, que a su trabajo como mensajero del infierno. Como dije, simplemente todo salió mal.
Y además, estaba trabajando en la parte de mí que tendía a buscar culpables cuando era mi culpa o no los había. No tenía caso agobiar al ya de por sí atormentado Kirok con mis acusaciones sin derecho.
Kirok soltó el aire, igual de consternado que antes pero al menos parecía tener un poco más de claridad mental.
—Ella no quiere escucharme —Bajó la mirada, a lo que yo aumenté la fuerza en sus manos.
—At es... At. Está dolida, algo extraño debido a su condición, pero supongo que en algún momento tendrá que hablar contigo, no es como si tuviera elección —Se tensó ante mi comentario, y frunció el ceño ligeramente—. Solo dale tiempo, encontrarás el momento adecuado.
Me sostuvo la mirada, y una sonrisa, una verdadera sonrisa, apareció en sus labios. Había calidez en su mirada, admiración...
—Eres increíble, Luz —balbuceó en tono bajo—, no sabes cuánto.
Sonreí por toda respuesta, sin querer llevarle la contraria.
Haló mis manos, atrayéndome hacia él, y me abrazó. Me estrujó en sus brazos, un gesto que me recordó mucho a Daymon pero diferente. Sentí el ligero alivio que recorrió a Kirok, su respiración y su corazón, y me di cuenta de que tal vez él tenía miedo de que yo me enterara de la verdad, temía mi reacción, mi rechazo. Fue como si Kirok se quitara un peso de encima.
Se sentía bien un abrazo de su parte, acogedor, como una madre oso, tibio, y su característico olor a nuez lo hacía algo terapéutico. Correspondí su abrazo, sabiendo lo mucho que necesitaba uno.
En ese momento me pregunté si Kirok seguiría sintiendo lo mismo por At. Si su actuar extraño se debía a que no sabía cómo acercársele, ¿significaba que ya no era así? No obstante, ¿sería posible que hubiera olvidado ese sentimiento y no hubiera despertado de nuevo al reencontrarla?
—Kirok... —Estuve a punto de preguntarle al respecto, y lo habría hecho de no ser porque consideré que eso complicaría las cosas. Era mejor dejar ese tema, Kirok me hablaría llegado el momento—. Lo que pasó con las Furias, ¿tú estás bien?
El abrazo terminó, me alejó de su cuerpo unos centímetros y centró su atención en mí. Me sostuvo la mirada, hasta que por fin dejó caer sus manos de mis hombros y caminó hacia la única ventana de la habitación. Lo seguí, y cuando llegué a su lado dirigí la mirada hacia donde él miraba.
—Quieres saber sobre lo que dijo Megara.
No fue una pregunta, más bien una afirmación, pero el tono amargo que usó me hizo preguntarme si quizá debí no meterme en ese tema. Pero ya era tarde para retroceder.
—¿A qué se refería con que no tienes el poder de los muertos? At mencionó algo parecido también.
Frunció el ceño, sin dejar de mirar hacia el Bosque de la Lira que se veía a lo lejos. Estábamos muy alto, por lo que se veía mejor la copa de los árboles. Se cruzó de brazos, mientras el viento jugaba con su cabello, y me pregunté si me respondería o no.
—¿Tiene algo que ver con nuestro lazo? —añadí, instándolo a responder.
Exhaló, y se volvió hacia mí con una mirada dudosa.
—No es solo eso —dijo, confirmando mi suposición—. Es Hades.
—¿Eso qué significa?
Y he ahí otra cosa que él temía que me enterara. Se le notó en sus facciones, en su postura, igual que la de antes, que no quería responder, que en verdad prefería hacerse el de la vista gorda. Solo que en esa ocasión tenía que saber qué demonios le pasaba a mi familiar.
—Responde.
No fue una orden, pero como si lo fuera.
Me miró con molestia, igual que la ocasión que le hice cerrar la boca frente a mis amigos.
—Mi poder viene de Hades, somos dos partes de un mismo dios, si se debilita yo también —Lo dijo de mala gana—. El poder sobre los muertos, sobre la muerte, se redujo considerablemente desde que atravesó el portal, y si a eso le agregas...
—Nuestro lazo —comprendí, a lo que él asintió.
—Cuando se crea un vínculo amo-familiar parte del poder del familiar reside en el de su amo. Tu nivel de poder se refleja en mí. Cuando estaba unido a Hades era mucho más poderoso, tanto porque él era uno de los Tres Grandes Dioses y parte de mí, como porque era mi amo.
Me mordí la lengua. Las consecuencias de todo lo que sucedió, para Kirok, poco las tuve en cuenta a la hora de hacer lo que hice.
—¿Y nunca lo recuperarás? Hades es débil ahora, pero volverá a ser lo que era con el tiempo. Mientras existan los humanos él seguirá creciendo, igual que el Inframundo.
Noté una mirada triste en sus ojos, algo que me dolió incluso a mí, pero él la escondió bien para que no me percatara aunque yo ya lo había hecho. No lo mencioné, ni él tampoco.
—Sí, supongo que sí.
—Además, mi poder sigue creciendo también, igual que el de mis amigos. Creo que lo que sea que estén haciendo ahora les va bien, me siento más fuerte, más resistente. Eso también te ayuda, ¿verdad?
Dejó salir una sonrisita.
—Lo hace. Claro que lo hace.
Me quedé mirando el paisaje, la forma en la que las nubes salpicaban el cielo lila, la intensidad de los Helios, la frescura del viento, el movimiento de las hojas de los árboles, el rio a pie del templo... Incluso, de vez en cuanto, alcanzaba a ver sobrevolar una que otra ave.
Todo era tan hermoso, tan igual pero diferente a la Tierra, tan maravilloso. Kamigami era una joya, una joya que podía matarte pero eso no le quitaba el brillo.
—Todo irá bien, ya lo verás.
No estuve segura si eso lo decía por él o por mí. Sentía que mientras más dijera algo como eso en voz alta más posibilidad había que fuera así.
Kirok me miró de reojo, y una sonrisa típica de él afloró en sus labios. Eso era buena señal.
—Puedes estar segura de eso.
Y así nos quedamos un largo, largo rato, contemplando el paisaje frente a nosotros, cada uno sumido en sus propias preocupaciones.
Me encontraba sentada en la silla al lado de la cama de Cailye cuando ella abrió los ojos. Lento, como si se despertara una mañana cualquiera, y estirando sus extremidades como gato perezoso.
Pegué un brinco de la silla, ganando la atención de Kirok, que estaba parado frente a la ventana mirando hacia el exterior. Me acerqué a Cailye, con expresión preocupada.
—¿Cailye? —la llamé, ella gimió—. Cailye, mírame. ¿Cómo te sientes?
Sus ojos se enfocaron en mí, dormidos y ensoñadores; estaba más dormida que despierta. Entornó los ojos, y por un segundo supe que estaba medio perdida, hasta que abrió los ojos de golpe y se sentó de un salto.
La tomé del brazo, pero ella estaba tan sorprendida que dudé que notara mi tacto.
—Cailye...
—¿Dónde está Calisto? —fue lo primero que preguntó.
—¿Qué? —Fruncí el ceño, examinado su rostro en busca de algo raro.
Me tomó de la muñeca de la mano que la sujetaba, y apretó. Su mirada se veía desesperada, su corazón acelerado.
—Calisto —repitió—. ¿Ella está...?
—Bien, Calisto está bien —Dejó salir el aire, la tensión, y me soltó—. Es humana de nuevo, la cambiaste.
Me miró con ojos esperanzadores, ojos brillantes, mientras apretaba la sabana que la cubría. Se veía normal, bastante bien, como si nada hubiera pasado.
—Quiero verla —pidió.
Hice una mueca. Entendía su necesidad de verla, pero había cosas que debíamos asegurar antes. Me retiré de su lado mientras asentía, y me le acerqué a Kirok, que permanecía observando la escena desde una breve distancia.
—Ve por Andrew, y si ves a At traerla también —le pedí en voz baja. Abrió la boca para refutar, lo noté en su cara, pero hablé antes que él—. Por favor, solo hazlo.
Cerró la boca en medio de un gruñido, y tras darle una última mirada a una Cailye que permanecía sentada y mirándose las manos, salió de la habitación.
Me acerqué de nuevo a Cailye, y ella me miró con atención, algo aturdida y confundida.
—¿Te sientes bien? ¿Sientes algo raro?
Parpadeó varias veces.
—Eso creo. Me siento como siempre, pero al mismo tiempo...
—¿Al mismo tiempo?
Negó con la cabeza.
—No lo sé, es difícil de explicar —Abrió mucho sus ojos—. ¿Pasó algo? Lo último que recuerdo es querer cambiar a Calisto, luego todo es... negro, y luego blanco. Fue como si de pronto me cayera y algo me sujetara.
Bajé la mirada por reflejo, algo que ella notó.
—¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy aquí?
Me mordí la lengua antes de responder. ¿Cómo se suponía que debía decirle lo que pasó?
—Bueno, pues, usaste mucho poder mágico para cambiar a Calisto. Tú... —Busqué las palabras correctas— estabas muy mal, casi no te salvamos. At —sonreí sin gracia—, ella poseyó mi cuerpo para salvarte. Entre ella y Andrew lograron traerte de vuelta, por ellos estás viva. Cailye, casi no la cuentas. Lo que hiciste fue muy peligroso.
Apretó con más fuerza las sabanas y abrió los ojos como platos, aterrada.
—¿Y mi hermano? ¿Él está bien?
Eso me sorprendió.
—Andrew...
La puerta se abrió de golpe, callando cualquier cosa que pensara decir. Andrew entró a la habitación como un fantasma vengador, con los ojos preocupados y furiosos, con los músculos tensos y una mirada de hierro.
Me quedé mirándolo igual que su hermana, pero ignoró por completo mi presencia y se dirigió a Cailye con la furia de un padre. Me aparté en cuanto se detuvo frente a su cama, en un intenso duelo de miradas. La rubia hizo una mueca, queriendo mirar hacia otra parte, mientras Andrew la taladraba con la mirada y apretaba sus manos en puños.
—Hermano... —intentó decir Cailye, en un débil susurro penoso.
—Me lo prometiste —repuso Andrew en tono duro—. Lo hemos hablado, Cailye, muchas veces, lo sabes. Y mírate, mira lo que sucedió.
—Lo sé... Yo, en serio lo siento —No levantó la cabeza mientras hablaba, y cada vez su voz se apagaba más.
—¡Estuviste muerta, Cailye! ¡No me digas que lo sientes! —bramó.
Tanto Cailye como yo pegamos en brinco ante sus gritos, algo que de seguro se oyó en todo el templo. Me estremecí, sabiendo lo angustiado y preocupado, lo aterrado, que estuvo Andrew cuando Cailye se desmayó. Comprendía sus sentimientos, y esa expresión que tenía en los ojos, esa impotencia y desesperación... yo era experta en recibir esa mirada de su parte en los peores momentos.
—¿Q-Qué...?
Casi no oí el pequeño sollozo de Cailye, pero sí que me percaté de la forma en que su cuerpo comenzó a temblar. Tenía miedo, se notaba en sus ojos vidriosos, y estaba a punto de soltarse a llorar. No quería mencionarle el detalle tan específico por temor a esa reacción, pero Andrew ya se lo había dicho.
Algo en la mirada de Andrew se suavizó, y soltó sus puños en medio de una inhalación entre cortada. Se sentó en la cama, junto a Cailye, dándome la espalda. Tomó una de las manos de Cailye, con una ternura que no creí que fuera capaz de proyectar.
—Lo que hiciste fue muy peligroso e irresponsable, es un milagro que estés viva —dijo Andrew, en un tono más suave—. Tú... Cailye, estuviste muerta por algunos segundos. No debiste haber hecho lo que hiciste, te sintieras como te sintieras, apostaste tu vida, pagaste con tu vida.
Cailye le sostuvo la mirada, aterrada y con los ojos llenos de lágrimas.
—Yo no sé... no sé...
Andrew soltó un suspiro, y se acercó a Cailye un poco más, lo suficiente para abrazarla. Ella apoyó su cabeza en el hombro de su hermano, y una vez estuvo en sus brazos se soltó a llorar como un niña pequeña, sin consuelo alguno y con miedo, con mucho miedo.
Él no dijo nada y ella se limitó a llorar sobre su hombro. Caminé hacia la puerta en silencio, sin querer interrumpir el momento, y cuando salí cerré la puerta con el mismo sigilo.
Me recosté en la pared dejando salir un suspiro. A un lado del pasillo divisé la figura semitransparente de At, que se acercaba rápido a la habitación, y detrás de ella Kirok la acompañaba. Me paré frente a puerta justo cuando ella llegó.
—Cailye está bien, está despierta y no parece tener daños visibles —comuniqué.
At, con una mirada de roca, asintió.
«—Debo verla, si algo le sucede lo sabré.»
Hizo el amago de pasar sobre mí para abrir la puerta, algo que dudaba que necesitara pues tenía la vaga impresión de que bien podría atravesar la pared. Sin embargo, no me moví.
—Ahora no —pedí—. Dales un momento, necesitan hablar.
At me sostuvo la mirada, inescrutable, y asintió con la cabeza.
«—Bien. Hasta entonces acompáñame, necesitamos confirmar algo.»
No esperó respuesta de mi parte, se dio media vuelta y comenzó a caminar. La seguí un segundo después, mientras le lanzaba una mirada interrogativa a Kirok; él no dijo nada, solo caminó a mi lado callado y dócil como un tierno perrito.
Recorrimos gran parte de las torres del templo, muchos pisos superiores, hasta que entramos a un área muy grande, un salón de fiestas con un gran comedor redondo en la mitad. La iluminación resaltaba las lunas y los candelabros colgantes, creando pequeñas luces aquí y allá que daba la impresión de que el lugar era de cristal.
Sobre la mesa se encontraba el mapa que Kirok consiguió, un mapa que señalaba el lugar donde se hallaba el Espejo de los Dioses custodiado por la diosa Némesis. At se acercó, y yo me ubiqué a su derecha mientras Kirok echaba un ojo de lejos.
«—Estamos aquí —Señaló con su dedo el dibujo de un castillo a las afueras del Bosque de la Lira. Movió su dedo sobre el mapa, apuntando al Valle de Gea y algunas de las montañas que conformaban la Cordillera de Maya—. Seguiremos esta ruta hasta el Bosque de Laureles. Con los pegasos no tardaremos tanto como a pie, pero de igual forma ellos tienen que descansar. Nos ayudarán al menos hasta el límite con el Mar Neptuno, a ningún pegaso le gusta ir a la Gea Hija Norte.»
—¿Cuánto tardaremos con los pegasos en llegar a la Cordillera de Maya? —quise saber.
At se mostró pensativa.
«—Uno o dos días helios, a pie nos tomaríamos de cuatro a seis días helios, el camino es largo y a pie habría muchos obstáculos.»
Uno o dos días helios: tres o seis días terrestres, descontando las horas que tomaríamos en dormir y comer. No sonaba tan mal.
—¿Y en ese trayecto hay alguna deidad que consideres que pueda ayudarnos?
Inhaló.
«—Con suerte las ninfas lo harán, o al menos un buen número de ellas. Y a Aura le gusta mucho el Valle de Gea, imagino que no ha dejado de volar por ahí.»
Al menos era algo.
—¿Y deidades que tú no creas que estén dispuestos a ayudar? —Valía la pena preguntar también. Ambas teníamos perspectivas diferentes en ese tema.
Me miró de reojo, entrecerrando los ojos, pero aun así contestó.
«—Minotauros, centauros, manticoras, ciclopes, quimeras, harpías, puede que también ande Níobe por ahí, o Hécate, o incluso Pirra —Me miró fijamente, como una roca—. ¿Quieres una lista? Puedes preguntarles justo antes de que te maten.»
La miré mal y negué con la cabeza. No tenía caso ahondar en una discusión estancada. Y de todas formas tenía la lista que hizo Evan, solo que en ella no aparecía en dónde estaban cada dios, solo el nombre y habilidad.
«—Bien. Luego de revisar a Artemis saldremos, deberías ir a recoger frutos para el camino, en el Valle de Gea no hay muchos árboles donde los puedas conseguir.»
Con un gruñido me di media vuelta, hacia donde estaba la puerta, y comencé a caminar en busca de la salida del templo.
La imagen de los hermanos Knight seguía fresca en mi memoria, como si estuviera con ellos todo ese tiempo. La forma en la que Andrew la abrazó, la forma en la que Cailye se preocupó por el estado de Andrew primero que el de ella... Eran hermanos, siempre lo había sabido, pero tenía la sensación de que apenas ahora los veía comportarse como tal.
Siempre mostraron preocupación por el otro, y tenían una relación algo divertida de observar, pero verlos de esa forma, en ese extremo, me recordó que además de ser hermanos eran la única familia de sangre que podían considerar familia. Eran ellos, solos durante muchos años, era natural desarrollar una relación más cercana que muchos otros hermanos.
Andrew mencionó una promesa, ¿a qué se habría referido? ¿Tenía algo que ver con lo sucedido a Cailye en el Olimpo cuando enfrentamos a Hades? Durante esa ocasión Andrew se vio afectado, pero si comparaba ambos momentos era como si algo hubiera incrementado en su relación. Como si solo viendo a Cailye al filo de la muerte ambos cayeran en la verdad de perder al otro.
Recordé a Cody entonces. Cada relación de hermanos era diferente, pero sabía que Cody se preocupaba por mí tanto como Andrew lo hacía por Cailye. Esperaba que todo fuera en orden en casa, por mis padres y por mi hermano. Quería hablar con ellos, los extrañaba.
Llevaba un buen saco de frutos de ambrosia cuando escuché los pasos que se acercaban a mí. Sentí su presencia en cuanto salió del templo, tendría que estar muy distraída como para no notar la cercanía de Andrew.
Estaba parado a unos metros de mí, con un fruto rojo en sus manos, mirándolo a detalle aunque en realidad no parecía que le prestara mucha atención. Estaba serio, con el ceño fruncido, igual que la mayoría del tiempo.
—Creí que estabas con Cailye, hablando con ella.
Me alejé del árbol que estaba asaltando y fui por otro. Esa era la única fuente de alimento que tendríamos en Kamigami; comenzaba a extrañar la comida casera de mamá y la comida fácil del centro comercial. Una imagen devastadora apareció en mis recuerdos, del día que destruí el Chic Center. Alejé esos pensamientos muy al fondo de mi cabeza.
—Hablé con ella un buen rato. Ahora está con Calisto, le urgía ver con sus propios ojos el cambio.
—Lo sé, lo mencionó.
Recogí más frutos, pero aunque yo me moviera de un árbol a otro buscándolos Andrew no se movía siquiera para mirar hacia arriba.
—Ailyn, tú también lo habrías hecho, ¿verdad? Cambiar a una sacerdotisa de Atenea si ella te pedía perdón.
Dejé caer un fruto ante lo repentino de su pregunta. Por suerte él no lo notó, no me miraba, así que hice como si nada y seguí mi trabajo.
—Creo que de haberlo hecho no podrían haberme traído de vuelta como a Cailye.
—Eso no fue lo que pregunté.
Suspiré.
—No lo sé. Estoy tratando de pensar mejor las cosas antes de hacerlas, pero si estuviera en una situación como la de Cailye... no sé, creo que lo consideraría.
Hubo unos segundos de silencio.
—¿Por qué? —preguntó, y sentí su mirada sobre mí aunque me encontrada de espaldas a él.
Me encogí de hombros.
—Es difícil de explicar —Disminuí el tamaño de los frutos con magia, luego los colgué de mi cinturón como todo lo demás—. ¿Por qué preguntas esas cosas? ¿Cailye te dijo algo raro?
No respondió en seguida.
—Solo hablamos por un largo rato, de muchas cosas —Dejó caer el fruto de ambrosia, y éste, al tacto del suelo, perdió gran parte de su color y brillo—. ¿Qué fue lo que soñaste antes? Cuando te despertase gritando.
Dejé de tomar frutos y me quedé inmóvil. Sabía que tarde o temprano lo preguntaría, era imposible que ignorara el tema, solo que pensé que entre el regreso de Cailye y la continuidad del viaje al menos me daría un par de días para preparar una respuesta.
Me giré hacia él, descubriendo su mirada fija e intensa sobre mí, como si quisiera ver a través de mí a mis más oscuros secretos. Entrecerraba los ojos, y su postura de detective me intimidó un poco. Sería un buen investigador algún día.
Dejé salir un suspiro mientras le contaba los pocos detalles que recordaba: la nieve, la mujer, el frio, el miedo, la tristeza, las palabras que oía. Evité contarle sobre el sueño que tuve sobre el Amazonas, al fin y al cabo no estaba preguntando por ese en específico.
—Esa mujer puede ser Pandora o Pirra, ambas tienen el cabello rojo.
Me examinó a detalle, como si percibiera que había algo que omitía.
—Niké también tiene el cabello rojo —comenté. Pero era un rojo diferente, el de mi sueño era menos brillante y más oscuro—. Igual que probablemente la mitad de las deidades de este lugar. Incluso las ninfas tienen ese tipo de color de cabello.
No rebatió mi lógica, pero por su expresión supe que eso no lo convencía. Su cerebro seguía procesándolo.
—¿Cuánto comenzó ese sueño? ¿Has estado durmiendo bien?
Miré hacia otro lado.
—Antes de la misión en el Amazonas. Y sí, algo así, no ocurre siempre.
Eso no era una mentira. No siempre era ese sueño lo que interrumpía mis horas de descanso.
Me miró con más atención, incluso se acercó lo suficiente para rozar con la yema de sus dedos mi rostro; sentí su tacto por mi sien y mi mejilla, provocándome cosquillas. Apretó la mandíbula, manteniendo su expresión dura.
—Te ves cansada —dijo.
Sus ojos se cruzaron con los míos, y aunque su expresión no cambiaba, su mirada me hacía sentir cierta calidez. Entrecerraba los ojos, como si quisiera comprobar algo.
—Sí, bueno, supongo que ya debería estar acostumbrada.
Me observó por un rato antes de contestar.
—Sí, deberías —apoyó—. ¿Quieres hablar de algo?
Lo miré con extrañeza, con el corazón latiendo dentro de mi pecho como un caballo de carreras.
—¿Hablar de qué?
Se encogió de hombros.
—Sé que la situación es complicada, sé que estás estresada y tienes miedo. Creí que querrías hablar de eso.
Sonreí débilmente. Escucharlo decir eso era casi cómico. A él realmente no le gustaba hablar demasiado, lo hacía por mí; últimamente se salía mucho de su zona de confort por mí. Sabía que dijera lo que le dijera no iba a regañarme, que intentaría buscar una solución para mí, pero algo me decía que él tenía suficiente con sus propios acertijos como para intentar resolver los míos.
Suspiré, cansada de verdad.
—No, Andrew, por ahora no quiero hablar de nada. Pero gracias, en verdad valoro el ofrecimiento.
—Estoy aquí —repuso—. Lo sabes, ¿verdad?
Había más implicación en esa pregunta de lo que parecía. Le tomé la mano que acariciaba mi mejilla y la apreté con fuerza.
—Si hay algo de lo que esté segura, es de eso. Sé que cuando quiera hablar, gritar, y llorar, estarás ahí para oír cada palabra. Siempre estarás aquí, a veces solo es suficiente que lo estés, no tienes que hacer nada más.
Exhaló, en un tono melancólico.
—Sí, a veces solo es suficiente que estés aquí.
Abrí la boca para preguntarle qué le ocurría, por qué se estaba comportando más indescifrable que de costumbre. Pero no pude decir nada, porque el aleteo de un par de las doradas captó mi atención.
Niké aterrizó cerca de nosotros, con sus imponentes alas a la vista y una expresión relajada. No replegó sus alas mientras se nos acercaba, lo que le daba un aspecto intimidante. Sonrió con naturalidad antes de hablar.
—At los está esperando, es hora de irse.
—¿Y Cailye? ¿Ya la revisó? —inquirí, mientras Andrew retiraba la mano de mi cara.
La diosa alada inclinó la cabeza, observándome con curiosidad.
—Sí, está bien, es por eso que debemos irnos. At no quiere permanecer más tiempo en el mismo lugar.
Había algo en su tono, complicidad quizá, que me decía que había algo que ella sabía y nosotros no, algo confidencial con At.
Me acerqué a ella en medio de un reflejo, intentando unir cabos en mi cabeza.
—Sabes lo que hizo, ¿verdad? Cuando entró en mi cuerpo.
Noté el brinco en su frente, pero su expresión despreocupada no cambió, al contrario, sonrió todavía más, una sonrisa de verdad y no forzada.
—No sé de qué hablas.
Tal vez fue el tono cantarino que usó, o lo confusa que resultaba la interpretación de su rostro de tranquilidad, pero le creí. Lo decía con tanta naturalidad que parecía que en verdad no sabía de lo que hablaba. O era muy buena haciéndose la tonta, o era tonta en realidad.
Suspiré, vencida. No tenía caso intentar hablar con Niké, a la diosa le hacía falta un tornillo.
—Bien, vamos.
Cuando regresamos al interior del palacio los demás estaban reunidos en uno de los grandes salones. Vi a Kirok en un punto apartado, mientras At observaba lo mismo que captó mi atención apenas entré: Cailye y Calisto. Ambas conversaban, se veían animadas, y la expresión de felicidad en el rostro de la sacerdotisa no le cabía en la cara; se veía como si estuviera viviendo un sueño.
La rubia le hablaba a cerca de sus mascotas, de algunas experiencias con ellas y cómo Daymon se hacía cargo en su ausencia de alimentarlos y mantenerlas limpias. Eso fue algo que no esperaba oír. Sabía que Daymon nunca decía que no, y que aparte tenía una buena relación con Tom, pero de ahí a que los cuidara por ella era nuevo.
Calisto adoptó una posición más recta y educada en cuanto nos vio, pues aunque Kirok también estuviera ahí él perfectamente podría pasar por una estatua más del lugar debido a su inactividad. La mujer sonrió con timidez, y Cailye dejó de hablar para enfocar sus ojos en nosotros. Ella lucía... bastante bien, feliz incluso; tenía un brillo especial en sus ojos, algo envidiable en esos momentos de constante tensión.
—Veo que estás mejor —comenté con una sonrisa, tratando de imaginarme lo que estaba sintiendo al comprobar con sus propios ojos el cambio de Calisto, al saber que había cambiado algo que la Artemis original hizo—. ¿Estás lista para irnos?
Su sonrisa se desvaneció, y supe entonces que Cailye tenía pensado pasar más tiempo en el templo de Artemis, pasar más tiempo con la sacerdotisa.
Calisto la miró de reojo, con la misma decepción en su mirada, pero no dijo nada al respecto, tan solo guardó silencio como si no estuviera ahí.
—Sí... Estoy mejor, lista para continuar —dijo la rubia, pero no parecía del todo convencida.
Consideré la posibilidad de pedirle a At más tiempo en el templo, o incluso de ofrecerle a Calisto un cupo en nuestro disfuncional equipo para seguir nuestro camino. Pero sabía que ni At ni Andrew aprobarían ninguna de las dos opciones.
Suspiré al notar lo atados que nos encontrábamos, y lo estrictos que eran ambos en ese aspecto. Andrew y At podrían tener más en común de lo que me gustaría notar.
—Lo sé —mascullé, y Cailye debió notar el doble sentido de mis palabras porque agachó la cabeza con pesar, entendiendo lo mismo que yo. Tomé aire para continuar—. Ya recogí suficiente comida para un par de días terrestres, también agua. ¿Los pegasos siguen afuera? No los vi cuando salí.
Cailye levantó su cabeza, con un nuevo aire de emoción al recordarle que el templo y Calisto no era lo único bueno que ahora tenía. Sonrió con su brillo habitual, robándole una sonrisa a la sacerdotisa a su lado.
—¡Lo están! O eso creo. Los llamaré en cuanto me despida, no deben estar lejos.
Asentí por toda respuesta y desvié mi mirada a Calisto. Los demás ya estábamos listos para retomar el viaje luego de casi todo un día terrestre descansando, con suficiente energía y el estómago lleno además de ropa limpia encima. Nosotros seguiríamos, pero Calisto permanecería ahí, y una parte de mí se sentía mal por continuar mientras ella se quedaba, por llevarme a Cailye, a la diosa que Calisto veneraba, justo después de su reencuentro.
Me sentía como la mala del cuento, como un monstruo por romper la ilusión de la sacerdotisa y el deseo de Cailye por conocerla un poco más. Pero era algo que debía suceder, sin más, de eso se traba el viaje: conocer y partir, seguir adelante.
Los ojos de la sacerdotisa se cruzaron con los míos, pero de inmediato ella desvió la mirada al suelo. Volví a suspirar, con un manojo de pensamientos revueltos en mi cabeza, y posé mi atención de vuelta a Cailye.
—¿Quieres un momento para despedirte? Te esperaremos afuera.
Un atisbo de tristeza fue perceptible en sus oscuros ojos cafés; asintió despacio, manteniendo su sonrisa.
Me di vuelta luego de darle una última mirada a Cailye y a Calisto, encontrándome con el rostro de Andrew de frente. Él estaba mirando a su hermana, pero en cuanto me moví él también despabiló y me siguió como sombra hasta la puerta. No dijo nada, y no hacía falta, me podía hacer una vaga idea de lo que pensaba en ese momento, y no me agradaba.
Mientras Andrew salía de nuevo al pasillo y se detenía a esperarme, le hice una señal a Kirok y a Niké para que salieran. Mi familiar asintió y abandonó el salón, pero Niké se veía confundida, sin intenciones de copiarnos; no fue hasta que At le dijo que saliera que ella lo hizo, pero aun después podía percibir cierta confusión en sus ojos.
—Lady Atenea —llamó Calisto. Me detuve para obsérvala, y ella a su vez me miraba con vergüenza y nerviosismo—. Espero que puedan regresar en algún momento, me honraría mucho su presencia de nuevo en el templo. Es... Si hay algo más que pueda hacer por ustedes... lo haré. Les estaré eternamente agradecida, no solo a la diosa Artemis, sino al joven Apolo y a usted también. Yo... Me gustaría compensarlo de alguna manera, todos los problemas que les causé... Cualquier cosa que haga es poca a comparación por lo que hicieron por mí.
Fruncí el ceño, con una pequeña punzada de celos, pero traté de mantener mi postura. Trataba de no pensar demasiado en el amor que la sacerdotisa le tenía a Artemis, trataba de no compararlo con Medusa, pero a veces tan solo no podía procesar la idea de que Cailye tenía la oportunidad de corregir al menos una acción de la Artemis original, mientras a mí cada vez me causaba más dificultad hacerlo.
Forcé una sonrisa, una que de seguro los Knight notaron.
—Gracias por tu hospitalidad, Calisto, espero que nos volvamos a ver —Eso fue lo único que dije, algo frio y corto para las cosas que solía decir, pero no quería añadir nada más, y tampoco sentía que me correspondiera decir algo más.
Cerré la puerta cuando todos estábamos afuera, con un sentimiento agridulce en la garganta mientras veía cómo Cailye posaba su mano en el hombro de la mujer y ésta dejaba salir una radiante sonrisa de admiración y alivio.
Sentí la mirada de Andrew en mi nuca, y sabía que éramos los únicos que estábamos en el pasillo, algo incómodo en más de un sentido. No me moví, me quedé con las manos sobre la perilla y la cabeza recostada a la puerta de madera, sin saber cómo me sentía ni qué demonios estaba pensando.
—¿Piensas escuchar lo que hablarán? —preguntó Andrew, en tono neutro. Estaba recostado en la pared adyacente, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada fija en el techo—. Tú misma nos sacaste, deberías alejarte de esa puerta.
Ni siquiera le lancé una mirada cuando hablé.
—Lo sé, debería alejarme de esta puerta.
Hubo un par de segundos de silencio, hasta que él volvió a hablar.
—Calisto es diferente a Medusa —soltó. Por el rabillo del ojo vi cómo se enderezaba—. No tiene nada que ver con Artemis o Atenea, son personas diferentes, que toman las cosas de diferente manera.
No dije nada al respecto.
Él se dio la vuelta, y sin esperar comenzó a caminar hacia la escalera que daba a la puerta principal del templo.
—Debes deshacerte de ese complejo, Ailyn, o no podrás contigo misma —masculló antes de desaparecer por las escaleras.
Lo vi alejarse, y reproduje sus palabras una y otra vez en mi cabeza mientras alejaba mi mano de la perilla de la puerta. «Deshacerme de ese complejo». Resultaba más fácil decirlo que hacerlo, era por eso que Andrew siempre tenía las palabras más poéticas y reflexivas, y era por eso que las cosas nunca me salían bien.
Pasaron varios minutos hasta que Cailye nos alcanzó a las afueras del templo. Cuando llegó tenía la nariz roja y las mejillas húmedas; todos notamos que había llorado, o al menos eso pensé yo ya que Niké parecía ajena a la situación de Cailye, la diosa alada tenía la cabeza en las nubes.
Nadie mencionó nada al respecto, nadie hizo preguntas, ni siquiera yo, en parte porque en verdad no quería saber de lo que hablaron y en parte porque no quería hacer sentir mal a Cailye.
En medio del perpetuo silencio la rubia llamó a los pegasos, y en menos de lo que me di cuenta ya estábamos de vuelta en el aire, con un rumbo fijo al norte, hacia el Bosque de Laureles.
Volamos en silencio varias horas. Ocasionalmente entablaba conversación con At o con Kirok, otras veces hablaba con los hermanos. Era algo raro, como si yo fuera lo único que unía ambas partes del grupo. Andrew era un poco más abierto, pues de vez en cuando le hacía preguntas a At y ésta respondía. Cailye, por el contrario, evitaba cualquier contacto tanto con la figura fantasmal como con mi familiar; para ella Niké comenzaba a ser su punto medio, alguien con quien extrañamente podía hablar. Y eso era agradable.
Niké podía ser un poco rara, extravagante y difícil de entender, pero era buena persona. Trataba a Cailye como un tierno animalito del bosque, y conmigo cada vez era un poco más cercana. Quería creer que con el tiempo dejaría de ver la brecha entre Atenea y yo, y me vería como Ailyn. Quería pensar que podíamos llegar a ser buenas amigas, y la verdad era que Niké, loca y todo, era divertida y sabía cómo hacer reír a los demás; perturbadora sí, y decía cosas algo tétricas, pero era mejor no enfocarse en esos comentarios.
Durante el trayecto hablé un rato con Sara, quería saber cómo iban las cosas en la Tierra puesto que ya sentía el cambio en mi resistencia. Pero para mi no tan sorpresa ella poco lo dijo. Mencionó vagamente que el plan iba en marcha; que todos hacían su parte y Tamara los ayudaba bastante, pero no entró en detalles.
De hecho, estaba esperando mi llamada ya que había notado una ola de magia extraña el día anterior. No se detuvo mucho en el tema, pues creía que fue algo residual de alguna criatura mágica, pero quería saber si sabíamos algo al respecto. Por supuesto, ella tenía más información de la que nosotros podíamos darle, así que no fuimos de mucha ayuda.
Lo que sí me sorprendió fue que no pude hablar con los chicos. Evan estaba ocupado, Daymon también, y tenía el presentimiento que aunque Logan no lo estuviera igual me habría ignorado. El caso fue que solo pude hablar con Sara, y a pesar que tocamos el tema nos pasamos la mayor parte de la llamada hablando sobre Kamigami y otras cosas triviales.
No la culpaba por no entrar en detalles sobre su misión, ya que yo tampoco lo hacía. No le comenté ni de cerca lo que pasó con Cailye, tan solo mencioné que pasamos unas horas en el templo de Artemis y que Cailye consiguió la ayuda de un grupo de pegasos, nada más.
Hasta donde sabía, bien podrían ellos haber pasado por algo similar o peor y nosotros no tendríamos cómo enterarnos.
Terminamos la llamada cuando ella tuvo que irse a dormir, pues en la Tierra era avanzada la noche y al parecer había tenido un día largo.
Varias horas de viaje después de haber abandonado el templo de Artemis, comenzaba a observar más cerca la Cordillera de Maya. Nos encontrábamos sobrevolando el Valle de Gea; bajo nosotros se podía ver el campo abierto, con árboles ocasionales, algunos riachuelos y una que otra colina, pero en general todo era prado.
Se alcanzaban a escuchar los sonidos que Cailye había descrito como el canto de los fénix, pero no se veía nada que nos acompañara en el aire. En tierra se podía ver una que otra criatura, por lo general un centauro o una manticora, pero todo parecía tan silvestre que era raro ver mucho movimiento.
Había paz, y el tono lila del cielo remarcaba el concepto. Por un muy largo rato tuvimos un vuelo pacífico y sin potentes amenazas, algo que habría sido diferente de haber estado en tierra. Y por lo que explicó Andrew, habíamos avanzado bastante, algo parecido a lo que dijo At antes. A ese ritmo llegaríamos al Bosque de Laureles en poco tiempo, mucho menos del que habríamos tardado sin la ayuda de Capella y los demás.
En ese momento me encontraba más atenta a la conversación entre Cailye y Niké, que discutían sobre el mejor sabor de los frutos de ambrosia que ambas comían, que al propio camino y entorno. Era graciosa la facilidad que tenía Cailye para conseguir que cualquiera hablara de comida.
Mientras las observaba y sonreía embalsada por la escena, fue cuando sucedió. Sentí lo mismo que sentí la noche de la misión en el Amazonas, cuando hablaba con Evan e intentaba negarme a tomar la misión.
Mi pensamiento se nubló, mi cuerpo se quedó de piedra, y mi cabeza dio vueltas y vueltas hasta que comenzó a doler. ¿Por qué estaba sobre un pegaso? Mis pensamientos de pronto ya no me pertenecían. Y entonces solo lo hice. Poco a poco aflojé el agarre que ejercía sobre Capella para mantenerme en una buena posición, y dejé caer mi cuerpo hacia el vacío, sin más.
—¡Ailyn!
El aleteo de los pegasos se quedaron en mute en mi cabeza, y lo único que era capaz de ver a través de mis ojos era el suelo dirigiéndose hacia mí. El viento hizo apenas audibles los gritos y exclamaciones de los demás, recibiéndome como un abrazo hacia el vacío.
La altura y mi peso me dieron tiempo de desenfundar la espada a mi espalda, y como un robot, sin el control sobre lo que pensaba o hacía tan solo la estiré al frente, como una ofrenda. ¿Para qué tenía yo una espada? No la necesitaba, ya podía usar magia mucho mejor sin ella, ¿verdad?
Una figura se materializó frente a mí en cuestión de segundos, borrosa y envuelta en una cortina de humo. El rostro de una mujer fue visible entre la oscuridad; una sonrisa orgullosa y ojos negros con un brillo malvado, y una mano a la espera de mi regalo.
No lo pensé para entregarle mi Arma Divina, mi mente estaba bloqueada y la oscuridad a su alrededor fue lo único en lo que era capaz de concentrarme.
—Chica mala —murmuró la mujer cuando su rostro comenzó a esfumarse en medio del humo negro—. Una maravillosa desgracia.
Y luego lo sentí. Mi cuerpo impactó contra el lomo de Capella, a escasos metros del suelo. Todo pasó tan rápido que no tenía registro de haber abandonado a mi pegaso antes.
Sacudí mi cabeza, confundida y con una maraña de pensamientos difusos en mi mente. Cuando me enfoqué de nuevo la mujer ya no estaba, el humo se había esfumado y solo podía ver las alas blancas de la hermosa Capella.
La pegaso me llevó al suelo, y justo cuando sus patas tocaron el piso los demás pegasos aterrizaron a nuestro alrededor. Andrew saltó de Draco como resorte, seguido por su hermana y por mi familiar. Me bajé también, tambaleante, como si estuviera drogada...
—¿Qué crees que haces? —Andrew me alcanzó, y luego de sujetar con fuerza mis hombros comenzó a moverme, como si quisiera despertarme. Me observó con atención y el ceño fruncido, examinando mi rostro—. ¡Ailyn! Ailyn, reacciona —Pasó su mano frente a mis ojos, pero éstos no respondían. Al notar mi respuesta se volvió hacia At, con expresión interrogativa—. ¿Qué le sucede?
At, seria como siempre, se me acercó, pero en ese momento lucía el ceño fruncido y un brillo de preocupación se escondía tras sus ojos. Ella se tomó su tiempo para responder, sumida en sus pensameintos.
«—Até. No debería estar aquí, de hecho, creí que se había vuelto humo y vagaba por la Tierra mucho antes de lo de los portales —Entrecerró los ojos, mirándome—. Así luce una persona cuando está bajo sus efectos.»
Los miraba, a todos ellos, pero al mismo tiempo no miraba nada en específico.
—¿Se arregla? —preguntó Cailye, con el rostro contraído por la conmoción.
At asintió.
«—No dura mucho, nunca lo hace, y no hace falta, ya tiene lo que quería.»
El embobamiento se me pasó, no fue de golpe, fue más como si regresara mi concentración, como si la bruma sobre mis pensamientos se aclarara, como si solo enfocara mis ojos. Me percaté de la tierra bajo mis pies, de los pegasos a nuestro alrededor, de los cinco pares de ojos sobre mí, y de la ausencia de mi Arma Divina.
—Oh, por todos los dioses —exclamé, consiente parcialmente de lo que acababa de hacer. Mi cuerpo comenzó a temblar de miedo al caer en cuanta de la gravedad de la situación, y mi visión se volvió borrosa, pero esta vez por el pánico—. ¿Qué fue... lo que acabo de hacer...?
Andrew se tensó, obviamente molesto y preocupado. En ese instante Kirok se me acercó, y tomó mi mano para llamar mi atención. Lo miré de soslayo, luciendo la misma expresión de At, serio, muy serio.
—No fue tu culpa —dijo, y aunque sabía que lo decía para evitar que cayera en un poso de terror, no funcionó, por el contrario, reafirmaba el hecho de que había ocurrido.
Abrí los ojos de par en par, temblando. ¡Se la había llevado! ¡Un Ser de Oscuridad se había llevado mi Arma Divina! ¡Mi Arma Divina! El objeto más poderoso para cualquier dios ya no estaba conmigo, yo se la di a un Ser de Oscuridad. Yo... yo la regalé, como si fuera solo un pedazo de metal.
Oh, por Urano, una Diosa Guardián acababa de entregarle su posición más poderosa a un completo extraño. Yo...
—¿Hacia dónde se fue? —La pregunta de Andrew me devolvió a la realidad. Se lo preguntó a At, por supuesto—. ¿Puedes localizarla?
At fruncía el ceño y tenía los brazos cruzados, un gesto que vagamente me recordó a Andrew.
«—No localizarla, pero no es difícil de encontrar. Es como Eris, solo debes seguir el rastro de desgracias y destrucción. Ni siquiera la naturaleza la reconoce, su magia deja rastro. Tanto Niké como yo podemos ver ese rastro.»
Andrew asintió, decidido.
—Bien, no podemos perder tiempo —Se enfocó en mí, en una mirada intensa que quería alcanzar las profundidades de mi alma. Algo ardía en esos ojos, algo que me dio escalofrío—. Recuperaremos tu Arma Divina.
Me soltó los hombros, y sin decir nada más subió sobre Draco listo para retomar el vuelo. Cailye y Niké lo siguieron, esta última ya se encontraba en vuelo. Kirok tuvo que empujarme para que subiera a Capella, y cuando lo hice él se dirigió a Corvus.
Estuvimos de vuelta en el aire a unos escasos minutos de la aparición de Até, y por la ruta que nos hizo tomar At supe que no debía llevar mucha ventaja. Sin embargo, la nueva ruta no iba precisamente al mismo lugar al que nos dirigíamos al comienzo.
Dejé de templar, pero el miedo que sentía era palpable. Sabría Urano lo que Até planeaba hacer con mi espada, sabría Urano si lograríamos encontrarla antes de que hiciera lo que tuviera pensado.
—Lo que hizo... —mascullé en tono bajo, pero había tanto silencio y el humor estaba tan caído que se oyó perfectamente— ya lo había hecho antes —Miré a Andrew volando a mi lado, como si intentara excusarme—. Eso mismo fue lo que me impulsó a tomar la misión del Amazonas. Dejé de razonar, mis palabras, mis pensamientos, dejaron de ser míos... fue como si alguien me manejara como un robot.
Andrew frunció más el entrecejo, si era posible, pero no dijo nada al respecto.
—Si es así, si lo hizo antes, ¿por qué le afecta? —preguntó Cailye. Me sorprendió su participación en el tema, pues ella solía guardar silencio.
En lugar de At, fue Kirok quien respondió.
—Su poder influye sobre los humanos, ustedes en teoría son humanos. No funciona sobre los dioses, no afectaría a Niké por ejemplo, pero esa es la única excepción —Se encogió de hombros, y una sonrisa perversa se formó en sus labios—. El Inframundo está lleno de humanos que cayeron en sus manos.
—Diosa del caos, la fatalidad, la confusión y la desgracia —mencionó Niké, en tono despectivo y una mirada de fuego en sus ojos—. Terrible mujer, da escalofrío, y es muy buena en lo que hace, nunca logras detener su corrupción. Siempre que se involucraba en una guerra Atenea tenía que limpiar el desastre. Incluso Eris tiene mejor personalidad.
«—Zeus la expulsó del Olimpo —comentó At, a mi espalda—. Eso le da razones para odiar a los dioses y aliarse con Pandora. No me sorprendería si lo hizo por encargo de esa mujer.»
Eso me aterró todavía más. ¿Pandora, nuestra principal enemiga, con mi Arma Divina? Por todos los dioses, no podía tener tan mala suerte, eso anunciaba más problemas.
Mi corazón se contrajo solo para bombardear más fuerte, presa del pánico. Sudaba, vaya que sudaba. Cerré los ojos para intentar alejar cualquier pensamiento fatalista, pero la ausencia de mi espada en la espalda no daba cabida a pensamientos positivos.
Agradecía que ninguno me recalcara que fui yo quien le entregó el Arma Divina, que yo cedí ante su poder y la diosa hizo conmigo lo que quiso, que seguía siendo una vergüenza para los dioses. Ya tenía suficiente con mi pánico sobre lo que haría Até con mi espada y lo que yo haría sin ella, no necesitaba el recordatorio constante de lo que pasó.
Pero aun así me sentía incompleta. Tenía la sensación de que algo me hacía falta, como si me cortaran una parte de mí. Era horrible. Y por alguna razón, me imaginaba a mi espada muerta de miedo y llorando, como si se tratara de un animalito indefenso.
Rezaba para que estuviera bien, para que nada le pasara. Sabía que no la podrían romper, era indestructible, pero podrían averiarla o hacerle algo más extraño. Y eso me aterraba. Desde que apareció nunca estuve lejos de ella en ese sentido, la tiraba, sí, la perdía, la olvidaba... Ahora que lo pensaba, quizá nunca la traté con la importancia que merecía, tal vez nunca le di su lugar. Cuando la perdía siempre volvía a mí, sin importar si la arrojaba lejos o si la perdía en medio de una batalla. Pero saber que estaba secuestrada era muy diferente.
—¿Hacia dónde vamos? Nos hemos alejado bastante de la ruta original —quiso saber Andrew, con los ojos al frente, por donde At nos indicaba que voláramos.
Era cierto. Íbamos con una ruta perfecta hacia el Bosque de Laureles, pero el rastro de Até se dirigía a otra parte. Tanto ella como Niké podían distinguir el rastro de la magia de Até, algo así como un camino, como migas de pan, y ese rastro nos alejaba parcialmente de la ruta que habíamos planeado. A ese paso, tal ves uno o dos días terrestres.
«—Por el camino que tomó y el rastro que deja —comentó At, y cuando reflexionó mejor sobre la respuesta me dio la impresión de que había algo que la inquietaba—, se dirige al Hogar de Hestia, el bazar más grande de Kamigami.»
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