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11. Lealtad eterna

One Woman Army - Porcelain Black

Recorrer el bosque de noche fue más fácil de lo que pensamos. Las horas trascurrieron con normalidad hasta que el amanecer llegó, y por lo que At nos informó ya habíamos avanzado más de la mitad del Bosque de la Lira.

Mientras caminábamos se podía alcanzar a distinguir el cambio de colores en lo poco del cielo que los árboles no cubrían. La combinación de naranjas y el aumento de la luz diurna fueron las que nos avisaron del paso del tiempo. Me pregunté cómo se vería un amanecer o atardecer en cielo abierto, no podía evitar imaginarme algo raro e inusual, y esperaba con ansias poder presenciarlo.

Como de costumbre, el silencio reinaba entre nosotros. Solo el sonido de las hojas al moverse por el viento y las ramas crujiendo bajo nuestros pies acompañaba el viaje. Solo que esta vez no solo se debía a la constante tensión, se debía a la parte del bosque donde nos hallábamos.

Según explicó Kirok y respaldó Niké, las Furias se habían desplazado hasta esa zona. Ellas habían cambiado, ya no eran tan leales al Olimpo como lo eran cuando At todavía estaba viva. Ahora ellas odiaban a los dioses, como cosa rara, y estarían felices de destrozar a las tres débiles reencarnaciones de los Dioses Guardianes.

Por esa razón íbamos en silencio, cuidado incluso del sonido de nuestros pasos y nuestra propia respiración. En fila india, uno detrás de otro y atentos a lo que nos rodeaba.

Tenía los nervios de punta. Después de nuestro encuentro con las Gorgonas y con Aracne tenía la sensación de que en cualquier segundo algo emergería de entre los árboles y nos atacaría por sorpresa. A pesar de que me estaba acostumbrando a permanecer en un constante estado de alerta todavía me resultaba agotador esperar lo peor siempre que daba un paso. No me sentía segura ni siquiera cuando parábamos a descansar para comer o dormir.

A mi espalda estaba Andrew, lo sabía sin necesidad de voltearme, y frente a mí Cailye caminaba mirando el suelo, como si buscara en el césped el rastro de algún insecto; la rubia quería con desesperación ver algún animal, pues no creía que el bosque estuviera por completo carente de vida silvestre. Y frente a ella Kirok guiaba el camino.

Vi a la rubia fijar su mirada en algo al pie de un árbol, parecía un nido de algún tipo de ave, era pequeño y pasaba fácilmente inadvertido; se veía lindo, con colores fluorescentes que podrían pertenecer a alguna flor exótica nativa del lugar...

«No toquen las cosas hermosas, sean flores o no» recordó una voz en mi cabeza.

Noté la atención de Cailye en tomarlo, y supe, me percaté en ese instante, de que aquello era algo que no debía estar ahí y mucho menos que ella debería tomar.

Tomé impulso hacia ella, en medio de un movimiento tan brusco que alteró a los demás... Y aun así no llegué a tiempo. Cailye se inclinó, ajena a mi advertencia muda, y tomó entre sus dedos aquel objeto con suma curiosidad. En ese momento Kirok también se lanzó sobre ella, pero ninguno de los dos fue capaz de prevenir el terremoto que comenzó justo cuando Cailye levantó el aparente nido brillante.

El suelo bajo nuestros pies se movió, igual a un sismo, y por reflejo Cailye soltó el nido, asustada y sorprendida. Nos sacudimos junto con el bosque, con el sonido de las ramas agitándose; Niké alzó vuelo de inmediato, mientras Andrew se sujetaba de una rama cercana y me llevaba en el proceso para evitar caer de tropeles al suelo.

Kirok siguió la trayectoria de su cuerpo, y antes de que pudiéramos notarlo cayó sobre Cailye. Ambos cayeron lejos del lugar donde el nido se encontraba, provocando un sonido sordo. La rubia gritó de sorpresa y temor, y noté el cuerpo de Andrew tensarse y sopesar sus opciones.

Sin embargo, tan rápido como Kirok apartó a Cailye del camino el suelo se abrió. Me sujeté con fuerza al brazo de Andrew, atónita mientras observaba la inmensa fisura que apareció en el lugar donde estábamos. La grieta continuó abriéndose paso. Vi el árbol de antes temblar de miedo, pero no alcanzó a apartarse a tiempo...

La grieta separó el árbol en dos en cuestión de segundos, como si de un hacha gigante se tratara. El árbol brilló, un intenso brillo verde que ascendió hasta convertirse en una pequeña esfera que salió de la incisión, alejándose en el cielo como un fantasma. Y enseguida el árbol perdió toda señal de vida, marchitándose en cuestión de segundos.

Mi boca se abrió al contemplar la muerte de uno de esos árboles, que más que arboles eran ninfas, Dríades, y ésa había sido el alma de una ninfa alejándose de su habitad.

Oí el grito y supe que era de Cailye. La miré, con el corazón latiendo rápido, y vi cómo su rostro expresó el dolor que la Dríade debió sentir. No obstante, apenas ella abrió la boca, Kirok la cubrió con su mano y presionó su cuerpo contra el suelo.

Los ojos rojos de Kirok se encendieron con ese color sobrenatural, mirando con fijeza a Cailye y obligándola a que se callara. Vi el miedo en el rostro de la rubia, y entendí que cerró la boca más por el terror que por obediencia.

El suelo dejó de moverse entonces, pero nadie se movió, nadie respiró. Andrew a mi lado se quedó quieto, con los ojos fijos sobre su hermana, y ella a su vez no le quitó los ojos de encima a mi familiar. Kirok miró hacia su derecha, luego hacia su izquierda, y poco a poco mermó la presión que ejercía tanto sobre la boca como sobre el cuerpo de Cailye.

Se quitó de encima con cuidado de no hacer ruido, a lo que Cailye tomó aire con fuerza con el rostro empañado de tristeza, sin moverse de donde estaba y con los ojos clavados en el cielo. Y así pasaron dos, tres segundos, y cuando creímos que todo había acabado, ocurrió, se sintió aquella sensación opresora y amarga que indicaba la presencia de un Ser de Oscuridad.

—Maldición —soltó Kirok, levantándose de un golpe del suelo, con los ojos fijos en algo más allá de nosotros.

«—Corran —masculló At en algún punto a mi espalda.»

Todos lo oímos, pero ninguno se detuvo a pensar en nada, tan solo lo hicimos como una respuesta automática.

Me alejé de Andrew de un salto. Él, a su vez, llegó hasta Cailye y la levantó con un solo movimiento. Y así arrancamos a correr.

Evadimos la gran fisura del suelo y corrimos a través del bosque. Kirok iba adelante, intentando abrirnos paso, pero el bosque parecía cerrarse a nuestro alrededor. Las ramas, las hojas, todo representaba un obstáculo en medio de nuestra huida.

Las sentía cerca. Sus presencias oscuras resultaban opresoras, tenebrosas. Los vellos de mi cuerpo se erizaron del miedo, y mi corazón golpeaba contra mi pecho en busca de auxilio. Corrimos y corrimos, a pesar de que el aire en mis pulmones disminuía cada vez más y mi cuerpo se veía incapaz de seguir corriendo...

Fue ahí donde me tropecé cuando el suelo cambió de nivel. Me habría caído sola, pero todos íbamos tan cerca el uno del otro que caí sobre Kirok. Ambos nos precipitamos hacia el suelo inclinado, y como consecuencia Cailye se tropezó conmigo y Andrew con ella. Los cuatro rodamos por el suelo, en una pequeña colina que nos tomó por sorpresa.

Me golpeé el lado izquierdo de mi cuerpo, y sentí que alguien —Cailye a juzgar por el tamaño— hundió su codo en mi estómago por accidente, sacándome el poco aire que me quedaba.

Vi a Niké descender del cielo entonces, luego de observar nuestra penosa situación, como un ángel guerrero con dirección hacia donde veníamos corriendo.

Los chicos fueron los primeros en desenredarse del nudo humano en el que quedamos atrapados. Se incorporaron una vez libres, y mientras Kirok observaba con sus ojos encendidos lo que Niké debía estar haciendo, Andrew nos ayudó a levantar tanto a su hermana como a mí.

Kirok permaneció con los ojos en dirección de donde veníamos corriendo mientras ambas nos incorporamos. Abrí la boca para decirles que deberíamos seguir corriendo, pero justo cuando comencé Kirok hizo una mueca y maldijo por lo bajo.

—¡Abajo! —ordenó.

Sin mediar palabra los cuatro nos volvimos a tirar al suelo en el momento justo en que el cuerpo de Niké pasó volando sobre nuestras cabezas. Inconsciente al parecer, se dirigió a una roca cercana, y se golpeó la espalda en medio de un sonido escalofriante que me hizo imaginarme la ruptura de los huesos. La roca quedó hecha pedazos, pero al menos Niké seguía completa.

Corrí hacia ella en un suspiro, seguida por Andrew y por el cuerpo traslucido de At. La diosa alada se veía golpeada de múltiples moretones, con el líquido casi dorado saliendo de su cabeza y su abdomen; hacía una mueca de dolor mientras se retorcía. Sus alas se veían deshechas, maltratadas y faltas de plumas.

—Niké —llamé, tomando su mano. Movía su cabeza de un lado a otro, aturdida, y hacía el amago de ponerse de pie—. Niké, quédate quieta...

Sus heridas comenzaron a sanarse antes de que pudiera terminar de hablar. Una mueca surcó su rostro, su espalda se irguió y sacudió sus alas con algo de dificultad. Cuando abrió los ojos pude ver reflejado en su dorado color la ira de un ejército completo. Retrocedí por impulso, sorprendida y asustada por la expresión en su rostro que parecía pedir sangre.

—Malditos murciélagos —gruñó, con los ojos fijos del lugar de donde vino. Allá, a unos cuantos metros, se alcanzaba a ver la copa de los árboles moverse—. Solo eran tres, pude con esas tres, pero llegaron más. —Se puso de pie, con las manos apretadas en puños y su cabello encendido como una llamarada. Me recordó al Vengador Fantasma en cierto sentido—. Vienen hacia acá. No permitiré que los toquen.

—¿Más de qué...? —mi pregunta quedó en el aire.

Un estruendo captó nuestra atención.

Me giré justo cuando varios árboles cercanos caían al suelo como si fuera producto de una estampida. Di un respingo, y cuando me di cuenta tanto Kirok como Cailye se nos habían unido. Me llevé la mano al mango de mi espada, y sin esperar a que algo más ocurriera la desenfundé, igual que Andrew que ya tenía su arco en manos con una flecha azul luminosa disponible.

—Furias —masculló Kirok a mi lado, con los ojos brillando de un rojo sobrenatural y el cuerpo en alerta.

El viento levantó el polvo y las hojas del suelo, producto del aleteo cercano de alas gigantes. Entorné mis ojos, observando las figuras imponentes que se alzaban frente a nosotros. Alas de murciélago, parecidas a las de las Gorgonas; piel de serpiente cubriendo algunas partes de sus cuerpos y un puñal reposando en sus caderas; cabello negro con un tono de piel grisácea, y ojos tan oscuros como las profundidades de una cueva...

Tragué saliva y abrí los ojos como platos. Estábamos rodeados por mujeres de aspecto demoniaco, con grandes alas de murciélago y de cuerpos jóvenes. Sus ojos oscuros taladraron mi alma, y vi en ellos más que odio una locura escalofriante.

Tres... No, seis... Pero luego llegaron más. Nueve Furias. Nueve enemigos. Nueve deidades dispuestas a matarnos.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo una de las mujeres más próximas a nosotros. Todas se veían iguales, con leves diferencias en su cabello negro, pero cada una de ellas resultaba amenazante. Volaban a unos tres metros de nosotros, encerrándonos en un círculo casi perfecto—. Tres de los famosos nuevos Dioses Guardianes, una diosa errática y... —Sus ojos se posaron sobre Kirok, y una sonrisa espeluznante atravesó su rostro— Kirok Dark, mensajero del infierno, el traidor del que todos hablan.

Kirok frunció el ceño, y noté el aumento de la intensidad del brillo en sus ojos rojos; su cuerpo se tensó, y la energía que comenzó a emanar me puso los pelos de punta.

Niké pasó por mi lado como un cañón, sin tiempo de nada, y se lanzó sobre la mujer que había hablado. Sus grandes alas doradas se llevaron por delante a otro par de Furias, desapareciendo entre los árboles cercanos que ya les habrían espacio y comenzaban a huir de nuevo. Así la diosa de la victoria empezó un forcejeo entre el trio de Furias y ella.

Las demás no se quedaron atrás, en cuanto sus amigas quedaron fuera de su formación las seis Furias restantes se abalanzaron sobre nosotros, con las uñas en nuestra dirección y un grito que dejó ver sus dientes en punta.

«—No dejen que sus puñales los alcancen. Ellas los seguirán a donde huyan, no se rendirán hasta encontrarlos, si las quieren perder deben vencerlas.»

Eso fue lo único que dijo At antes de que se adentraran en nuestro perímetro. Noté las flechas de Andrew y de Cailye, y sostuve con firmeza mi espada.

Ni siquiera me detuve a pensar en la posibilidad de hablar con ellas, de pedirles ayuda, porque la mirada demente que ocupaba sus ojos negros daba verdadero miedo. Además, algo me decía que su gran parecido a las Gorgonas dejaba muy poco espacio para razonamientos.

Salté, me alejé del grupo hacia la derecha, y detrás de mí se fueron dos de las Furias. Corrí, lejos de mis amigos, mientras mi mente trataba de recordar lo que había leído sobre las Furias.

Sabía que eran la personificación del castigo y que había un buen número de ellas. Pertenecían al Inframundo, por lo que no me sorprendió lo que dijo una de ellas sobre Kirok, y sabía que su puñal estaba ungido en magia del Tártaro, pero no tenía idea de cuál era su punto débil. Solo tenía en claro que eran algo así como sabuesos; encontrarían a cualquiera que hubieran visto con anterioridad.

Di vuelta cerca de unos cuantos arboles temblorosos, y gracias a mi cambio brusco de dirección una de ellas impactó contra el tronco, quedando atrapada ahí. Miré por el rabillo del ojo a la otra, y usé mi energía divina mientras retomaba el trayecto hacia los demás.

Un brillo rosa apareció sobre las alas de la mujer, cuyos ojos negros y mirada lunática seguía clavada sobre mí. De repente cayó al suelo, como si le hubieran tirado una roca gigante, cortesía de mi magia.

Para cuando llegué de nuevo donde mis amigos mi corazón latía desbocado, y la adrenalina que recorría mi cuerpo mantenía en alerta todos mis sentidos. Divisé a Andrew con su arco moviéndose al mismo tiempo que Cailye, en una coordinada coreografía de flechas y luces entre hermanos. Las cuatro furias que los rodeaban estaban heridas, pero continuaban dando batalla.

No vi a Kirok en ninguna parte, tampoco a Niké.

Sentí la presencia de alguien a mi espalda. Salté justo a tiempo, antes de que una nueva Furia apareciera por atrás e intentara tomarme de mi ropa. La vi pasar bajo mi cuerpo aun en el aire, y usé mi espada para realizar un corte largo en una de sus alas, gritó de dolor y se desplomó sobre el suelo. Ahí noté que se trataba de la Furia que chocó antes contra el árbol.

Aterricé en medio de los hermanos justo cuando ambos apuntaron sus flechas hacia dos Furias que seguían en pie, acorraladas. Por un segundo me sentí aliviada, segura de que nuestras habilidades divinas serían suficientes para terminar con ese asunto...

Pero luego esa seguridad se esfumó.

Noté la tensión en los cuerpos de los Knight a mi lado, y mi cuerpo también reaccionó. Una oleada de presencias llegó a nosotros, auras idénticas a las de las Furias. Sabía que su ventaja era la mayoría, igual que las ninfas y las amazonas, pero nunca pensé que los refuerzos llegarían tan rápido.

Docenas de Furias... quizás más que eso se encontraban cerca, muy cerca...

Y luego se oyó el grito. Un grito que nos alertó a todos y que me desgarró el corazón. Contuve la respiración, percibiendo el ardor en la palma de mi mano ahí donde permanecía la cicatriz de la herida de contrato con Kirok...

«—Ailyn —No la vi, pero sí la oí—, es Dark, está herido, de verdad está herido.»

—¿Dónde? —pregunté, apretando el mango de mi espada como si aquello fuera terapéutico.

«—A tu derecha, por donde se fue Niké. Está con él, pero llegaron más Furias. Necesita el poder de Apolo.»

Sí, la entendía, nosotros también teníamos un ligero problema matemático.

No dije nada, pero Andrew debió notar en mi rostro lo que iba a hacer, porque tomó aire y asintió. Se veía serio, atento, tanto que no rebatió mi decisión.

Las Furias nos acorralaron entonces. Cerca de diez, pero sabíamos que venían más. Me concentré en el vínculo que me unía a Kirok, y tracé una ruta mental en dirección a él. Inhalé... y eché a correr.

A mi espalda vi luz, una luz dorada muy parecida a la luz del sol. Oí gritos y estruendos, y vi las flechas de Cailye pasar muy cerca de mi cabeza, pero no me giré en ningún momento. Continué corriendo hasta que capté la figura de Kirok sentado en el suelo, con una mano sosteniendo la herida abierta que dejaba ver una gran mancha de sangre.

Lo vi en el suelo, con una mueca de dolor intenso en su rostro. At se encontraba inclinada sobre él, observando su herida sin la menor reacción de su parte.

¿Cómo fue que hirieron a Kirok? Él, el tipo que se enfrentó a mis amigos y los dejó fuera de combate en unos cuantos segundos. Él, casi el dios de la muerte... ¿cómo fue que alguien consiguió herirlo?

Niké luchaba contra cinco de las Furias, todas al mismo tiempo, intercambiando golpes con brazos, piernas y alas. Se veía, más que entretenida o molesta, desesperada...

Y luego la vi. La Furia de antes estaba de pie cerca de Kirok, con su puñal en la mano cubierto de sangre. Caminó hacia mi familiar, quien la miraba con odio en sus intensos ojos fluorescentes, sin poder alejarse de ella. At también la miró, pero no había mucho que un espíritu sin cuerpo pudiera hacer.

La Furia sonrió, una sonrisa maniática que hacía juego con su mirada llena de una locura aterradora.

—Oh, pobre demonio, eso te ganas por traicionar a tu amo —dijo, mostrando sus dientes en punta en una sonrisa tétrica—. Ya no puedes usar el poder de los muertos, ¿verdad?

—Cállate, Megara. Aún sigo siendo tu superior, sigo siendo parte de Hades —masculló Kirok, sin energía.

La Furia, Megara, lo ignoró.

—Mmm, me pregunto... si te mato con este puñal... ¿a dónde irás?

Levantó el puñal en alto, reluciendo un brillo oscuro propio del Inframundo, y lo bajó con fuerza hacia Kirok sin importarle nada más. La mirada de mi familiar no flaqueó, a pesar de no poder moverse, no dejó de mirarla de una forma casi desafiante. Pero, más que provocación, había algo más terrorífico en los ojos de Kirok.

Me tiré, dejé de correr e impulsé mi cuerpo hacia Kirok mientras a mi espalda oía los gruñidos y gritos de las demás Furias que los hermanos enfrentaban.

Mi cuerpo se deslizó por el aire, y en cuanto llegué a Kirok corté la mano de Megara que sostenía el puñal; eso fue un extraño déjà-vú. El grito que emitió fue tan agudo y espantoso que los árboles cercanos comenzaron a correr en una estampida, y más allá de nosotros las Furias que nos rodeaban se dirigieron de lleno hacia nosotros.

Anclé mi espada en la tierra y dejé que el poder fluyera a través de la hoja, sin tiempo para pensar en otra cosa. En respuesta, y como una gran explosión de luz, un domo comenzó a formarse a nuestro alrededor. Niké, al percatarse de la situación, dejó de luchar y se unió a nosotros justo cuando los hermanos me alcanzaban. No dejaron de lanzar flechas, pero lo hicieron en cuanto un domo de un resplandeciente color rosa nos cubrió.

Había suficiente espacio para caminar, y el hechizo era tan fuerte que aunque las Furias impactaron contra el cristal reluciente no le hicieron ni siquiera un rasguño.

Solté el aire, cansada y tensa, y mis ojos fueron a parar en Kirok, quien me observaba con los ojos bien abiertos y la boca entreabierta. Sí, lucía sorprendido, sin duda no esperaba mi interrupción, pero por la forma en la que me miró supe que aunque yo no me hubiera entrometido él se habría librado de al menos esa situación.

—¡Kirok! —exclamé, sin dejar de sujetar mi espada—. Kirok, ¿qué pasó? Tu herida...

—No es nada —dijo, pero su rostro seguía retorciéndose de dolor. Se acostó sobre la tierra, como si necesitara un respiro mientras afuera era un caos, y noté que su herida seguía sangrando.

«—Ese puñal genera el dolor de la culpa —explicó At, a unos pasos de nosotros. Me miró, aclarando su idea—. Fue creado para castigar; se supone que un corte debe hacerte sentir el dolor de la culpa que te atormenta. Y una herida así... lo revive una y otra vez.»

Volvió su mirada a Kirok y entrecerró los ojos, pero no le dijo nada. ¿Culpa? El grito de antes, la forma en la que se retorcía, ¿era culpa?

«—La magia de Apolo puede ayudar a calmar el dolor y cierra la herida —continuó, esta vez dirigiéndose a Andrew. Él y Cailye observaban a Kirok con cierta interrogante en sus expresiones, aunque ambos de forma diferente. Andrew miró a At, una mirada expectante y dudosa—. La magia de Apolo es curativa, y es el opuesto equivalente a la oscuridad del Inframundo. Él es muerte, tú eres vida.»

Miré a Andrew, sorprendida, y su expresión también reflejaba cierta sorpresa. Si lo pensaba bien, tenía sentido. Sus naturalezas eran opuestas, su magia era el equivalente polar a la otra. Si Kirok tenía poder sobre la oscuridad y la muerte, Apolo, dios del sol, tenía dominio sobre la luz y la vida.

—Estaré bien, no necesito que ese rayito de sol me cure —rebatió Kirok, desconforme con la idea, e intentando sentarse, pero el dolor lo venció y regresó al suelo—. Prefiero morir a deberle algo.

Andrew frunció el ceño, bueno, más, y pude ver reflejado en su rostro mi propio disgusto. Ese no era momento para peleas tontas.

—No es por ti —soltó Andrew, usando un tono duro y algo rudo. Me señaló, sin apartar los ojos de Kirok—, es por ella. No me agrada la idea, y bien podría dejarte morir ahora y así anular su contrato. No me preocuparía más que un demonio esté unida a Ailyn. —Se acercó unos pasos, se agachó, y su rostro quedó amenazadoramente cerca al suyo—. Pero si vas a morir, no seré yo quien lo permita.

Kirok frunció el ceño. Abrió la boca para refutar, pero lo callé.

—Eres mi familiar —Me miró—, no dejaré que mueras, ¿entiendes eso? Así que deja de comportarte como un niño orgulloso y déjate ayudar, es una orden.

Por un segundo me miró, estupefacto, y detecté en sus ojos el leve brillo de la esperanza... Pero luego volvió a retorcerse de dolor. Gimió, ahogando un grito, y la herida continuó sangrando.

Miré a Andrew, suplicante.

—Por favor...

No tuve que decir nada más. Andrew asintió, decidido, y extendió sus manos con la palma hacia abajo sobre el cuerpo de Kirok. Cerró los ojos, intentando concentrarse a pesar de los incesantes golpes de las Furias en el domo. Un segundo más tarde sus manos emitieron un brillo azul mezclado con el dorado; pequeñas luces rodearon el abdomen de mi familiar, concentrándose más específicamente en su herida.

Kirok gimoteó, y gritó una vez más con ese sonido desgarrador. El brillo se intensificó, generando una danza entre azul y dorado, hasta que de la nada desaparecieron. Mi familiar dejó de gritar, dejó de quejarse, y poco a poco la paz regresó a su rostro. Sudaba, vaya que sudaba, pero al menos sus ojos ya no mostraban la desesperación provocada por el dolor.

Andrew se inclinó un poco, ahora con los ojos abiertos, pero conservando su expresión dura, y le susurró algo a Kirok que no alcancé a oír. Las cejas de Kirok reaccionaron a las palabras de Andrew, pero no dio señales que indicaran el contenido del mensaje.

Sentí mi cuerpo agotado, y por un segundo mi magia flaqueó. La barrera se tambaleó, pero aun así no cedió a los constantes ataques de las Furias. Eché una rápida mirada al domo, y así comprobé que no solo seguían intentando atravesar la barrera, también había más Furias que antes. Veinte, o quizá treinta, tal vez más. Sus alas negras me impedían ver más allá del domo, y sus expresiones dementes no dejaban de generarme cierto escalofrío.

—At, si tienes un plan, es hora de compartirlo —dije, intensificando la concentración en mi magia para preservar la estructura del domo.

Todos me miraron, como si recién en ese instante se percataran de que aún no habíamos salido del problema. Kirok estaba bien, poco a poco recuperaba su fuerza y su magia, pero seguíamos rodeados por docenas de Furias.

At desvió su mirada hacia Kirok, ya de pie, y luego hacia los hermanos, hasta que sus ojos cayeron sobre mí de nuevo. Se lo pensó. Pasaron unos cuantos segundos en los que ella se mantuvo pensando, mientras yo me quedaba sin energía mágica a causa del mantenimiento del domo.

«—Huir —soltó, como si fuera obvio—. No podrán enfrentar a tantas Furias. Si Dark estuviera completo podrían atravesarlas, pero como están ahora solo pueden huir. Son demasiadas, incluso si las enfrentan se agotarán antes de derrotarlas.»

¿Si Kirok estuviera completo? ¿De qué hablaba At? ¿Cómo era que ella, una diosa que nunca retrocedía, nos pedía que huyéramos?

—¡Podemos enfrentarlas! —replicó Niké—. Yo puedo hacerlo.

At mantuvo su postura de calma, reflexionando, y miró a Niké cuando respondió.

«—No es momento de lucirse, Niké. En esta situación es mejor retroceder. —Posó sus ojos en mí, queriendo mirar más allá de mi alma, y habló en tono más bajo—. Valorar la situación y saber diferenciar cuando lo mejor es retirarse forma parte de la sabiduría, forma parte de ser un líder. A veces, lo mejor es dar un paso atrás para proteger algo más importante.»

Me quedé mirándola. No le dije nada, ni Niké tampoco. Cualquier comentario que contradijera las palabras de At se desvanecieron en el ambiente. Me sostuvo la mirada, como si en parte esperara algo de mí, una mirada que me recordó de forma escalofriante la forma en la que Astra me miraba a veces.

—No podemos volar —soltó de pronto Cailye, en el centro del domo alejada lo más posible de las Furias. Se veía pensativa, como si tratara de encontrar una respuesta a un acertijo; su expresión era muy parecida a la de Andrew en ocasiones—. No por mucho tiempo al menos. Pero sé quiénes sí pueden sacarnos de aquí.

Cinco pares de ojos cayeron sobre ella.

At se enderezó, modificando su postura, y miró con cierto interés a la rubia mientras su mente seguía procesando la idea.

«—¿Qué sugieres?»

—Humm, necesito tiempo —dijo Cailye, sin explicar nada más concreto.

Y, como presagio, se oyó el sonido del cristal al romperse. Una pequeña grieta apareció en lo alto del domo, no tan importante como para destruir la barrera, pero sí estaba cerca. Las Furias del otro lado seguían intentando entrar, y su pequeño avance las llenó del entusiasmo suficiente para intentar con más empeño su objetivo.

—No tenemos demasiado —balbuceé, consiente del límite que me marcaba mi Arma Divina—. ¿Qué pretendes hacer?

—Pegasos... —explicó, pero su mente seguía muy ocupada pensando como para molestarse en explicar mejor las cosas—. Puedo llamarlos, pero tardaré un rato.

Asentí, pero no supe si ella lo captó. Me podía hacer una idea de lo que quería, y tampoco podía detenerme a preguntarle sobre cada detalle, no cuando docenas de Furias querían matarnos a la menor oportunidad. Confié en Cailye.

—Bien, te daremos tiempo. —Giré mi cuello hacia Andrew, y al mismo tiempo me centré en Niké—. Andrew, usa tus flechas contra las que más puedas, creo que el poder del sol no les agrada. Niké, ¿puedes abrirnos paso? Necesitamos visión para cuando lleguen.

Niké sonrió, esa sonrisa suya tan demencial, y estrujó sus puños mientras extendía sus hermosas alas doradas.

—Cuenta con eso. —Se veía divertida, un tipo de diversión un tanto tétrica.

Tomó su posición, lista para saltar. Entre tanto, Andrew y yo cruzamos miradas; él asintió, de acuerdo, confiándome con la mirada que haría cualquier cosa que le pidiera si pasaba por su filtro de «si eso no te mata». Asentí también para que viera que no era un plan suicida ni nada, confiando en que todo saliera bien.

—Cailye, tienes unos seis o siete minutos antes de que la barrera pierda fuerza. Haz lo que tengas que hacer.

No me fijé en Cailye, pero sí noté la repentina oleada mágica que cruzó bajo mis pies. Miré hacia la tierra, y comprobé que en efecto una tenue luz amarilla la recorría como las olas en la orilla de una playa. Busqué a Cailye con la mirada; estaba inclinada sobre el suelo, con ambas manos extendidas en la tierra y los ojos cerrados. Su cuerpo se iluminaba de un hermoso tono amarillo, y pude percibir la concentración que la invadía.

—Kirok, necesito tu ayuda aquí.

Sin esperar respuesta mi familiar se acercó, y sin decirle lo que quería que hiciera posó sus manos sobre la punta del mango de mi espada, apoyándome con su poder. Sus ojos se encendieron aún más, igual que su cuerpo, de un intenso color rojo. Ese mismo color recorrió la barrera, fortaleciéndola.

—¡Ahora! —grité.

Niké salió disparada hacia la barrera. La atravesó como si no hubiera nada de por medio, con esa expresión en su rostro que decía que estaba lista para enfrentarse al mundo entero sin siquiera sudar.

Lo que ocurrió cuando abandonó la protección se vio borroso. Vi cómo se movía, vi sus alas, sus brazos y piernas combatir a las Furias, pero todo pasaba muy rápido y el color casi traslucido del domo no ayudaba. Se movía con cierta gracia, pero sus movimientos se veían fuertes y determinantes.

Noté el impacto de varias Furias contra el domo, otras caían al suelo sin fuerza al enfrentarse a la diosa. Al verla moverse con esa libertad y determinación entendí el porqué de su poca ropa y de los accesorios de oro que parecían propinar buenos golpes; se defendía tan bien con su cuerpo que ni siquiera intentó usar su espada dorada. Distinguí su sonrisa mientras luchaba, y la mirada en sus ojos, y me hice una nota mental de nunca, jamás, enfrentarme a aquella máquina de matar que resultó ser Niké.

Tenía razón cuando dijo que podía enfrentarse a todas ellas sola, eso estaba haciendo... Hasta que aparecieron más, y luego más. ¿De dónde salían tantas Furias? El excesivo número de mujeres aladas iba en aumento, y cuando comenzaron a sacar sus puñales supe que pronto Niké se encontraría en problemas.

Entonces, una intensa luz apareció fuera del domo. Segadora, dorada, divina. Sentí la calidez aun con la protección de por medio, y supe de inmediato que se trataba de la luz de Andrew, la luz del dios del sol.

Andrew se encontraba con el arco en su mano, disparando una que otra flecha, pero cuando lo detallé mejor me di cuenta de que su ataque no se definía en la cantidad de flechas que lanzaba, sino en lo que éstas hacían una vez fuera del domo.

No le dio a ninguna Furia, esa no era su intención, sus flechas iban dirigidas más allá de ellas. Explosiones de luz simultáneas recorrieron las afueras del domo, una luz que no solo era divina, era la contraparte de la oscuridad del Inframundo, y ellas, al venir de allí, les afectaban bastante.

Al percibir la luz muchas de las Furias golpearon el domo, con algunas heridas de quemadura en la piel. Otras salían volando, huyendo de la luz divina de Andrew. Y otras tan solo desaparecían si la luz se las tragara por completo. Se oyeron gritos y lamentos, y entre la luz y las alas de murciélago de las Furias vi muy poco los movimientos de Niké; distinguía sus alas doradas del resto, imposible no hacerlo, pero había tanto caos afuera tanto por ella como por la luz mágica de Andrew que todo se veía confuso y a medias.

Aunque parecía que el esfuerzo de Andrew no fuera mucho, por su expresión supe la cantidad de concentración que requería su magia. Siguió con sus flechas, iluminando las afueras del domo y ayudando a Niké. Lo hacían tan bien que no entendía por qué At nos dijo que huyéramos, si ellos seguían así despejaríamos el área de Furias muy pronto.

Estaba tan absorta en lo que ocurría con Niké y Andrew, que no me fije de la figura que se abría paso de entre las Furias para llegar hasta donde nos encontrábamos Kirok y yo. Pegué un brinco en cuanto su cuerpo arremetió contra el domo justo frente a nuestros ojos.

Se trataba de Megara, la Furia que intentó apuñalar a Kirok. A su espalada todo era un caos, por lo que su imagen se veía como una sobreviviente de guerra si a eso le añadía la forma en la que su brazo sangraba a falta de su mano.

Su sonrisa había desparecido, y su mirada más que locura dejaba ver una ira profunda, no hacia Kirok, sino hacia mí.

Perfecto, no solo los enemigos de Atenea eran míos, ahora también me estaba creando nuevos de paso yo solita.

—No los dejaremos escapar —siseó, con su mano sobre el domo y el otro brazo aun sangrando por mi ataque de antes. Sus ojos detallaron de ira—. Vayan a donde vayan los seguiremos. Somos cientos de miles, no pueden detenernos. Aunque muchas caigan, las demás seguiremos adelante con nuestro trabajo. No pueden vencer a las Furias. Los encontraremos en donde estén, y a ti, maldita guardiana, me encargaré de devolverte lo que me hiciste así sea lo último que haga.

Supe que era verdad por la forma en que lo dijo. Y al hacerlo entendí la decisión de At. Si las Furias nos perseguían por todo Kamigami, ¿qué se suponía que hiciéramos? Ya teníamos suficiente con nuestro viaje y con nuestros encuentros con los nativos de ese mundo, añadirle un ejército furioso que nos pisara los talones era demasiado.

Kirok le lanzó una mortífera mirada asesina, una vista que me hizo estremecer. Mi familiar podía ser realmente aterrador si se lo proponía, casi como Hades.

—No nos amenaces, Megara, sabes que no te conviene hacerme enojar. —El tono de voz que usó acompañó su mirada, sonó igual de aterrador.

Una risita delirante se salió de los labios de la Furia.

—Ya no eres el mensajero del infierno, solo eres un traidor. No tienes el poder que tenías antes, ¿verdad? Y por lo que veo, tu culpa es digna de castigo eterno. Dime, ¿qué es eso que tanto te atormenta?

Los ojos de Megara se tornaron delirantes, iguales a los de un asesino demencial.

En respuesta, Kirok la miró de una forma tan intensa y escalofriante que la obligó a retroceder. Megara retrocedió con torpeza, ahora con el rostro pálido y una mirada de miedo en sus ojos; su expresión... parecía haber visto su peor pesadilla.

Se perdió en el caos de Furias que volaban de un lado a otro intentando evitar la luz dorada y enfrentarse a Niké.

Miré a Kirok, pero él seguía con los ojos rojos fijos en el lugar de donde la Furia salió. No dijo nada y yo no pregunté, ya tendría tiempo para hablar después.

Divisé el cuerpo alado de Niké entre el nudo de las de murciélago. Seguía luchando, pero noté que sus movimientos se hacían más lentos y recibía uno que otro golpe; hasta ella se agotaba en algún momento. En vista de su descuido, muchas Furias aprovecharon el momento para continuar con la tarea de romper la barrera.

—¡Cailye! —grité— ¡Date prisa!

La magia en el suelo seguía fluyendo, por lo que sabía que Cailye no se había detenido ni siquiera a respirar. Pero, fuera cual fuera el cantico o ritual que estaba llevando a cabo, debía terminar pronto. Ni Niké podría luchar eternamente, ni yo podría mantener la barrea por mucho más tiempo aun con la ayuda de Kirok.

Y de repente, la magia que fluía a través de la tierra se detuvo. Alarmada posé mis ojos sobre Cailye, pensando que pudo haberle pasado algo, pero no se trataba de nada de eso. La rubia se incorporó de golpe, con una sonrisa en el rostro más radiante de lo que la situación permitía, y miró hacia el cielo, en busca de algo que no alcanzaba a ver.

Ahí lo entendí. No tuvo que decir nada, su expresión lo decía todo.

—¡Andrew! —grité.

Él dejó de concentrarse en la luz divina de sus flechas fuera del domo, y posó sus ojos sobre mí enseguida. Señalé con la cabeza a su hermana, y él siguió la dirección hasta que captó el mensaje.

Entornó las cejas y apretó su arco, me miró de nuevo y asintió. Acto seguido un par de nuevas flechas doradas abandonaron el domo. Ambas flechas estallaron en el mismo lugar, despejando esa área de Furias por unos segundos... tiempo suficiente en el que Cailye levantó los brazos hacia el cielo, como en una plegaria, y luego los vi.

El aire se escapó de mis pulmones, ensimismada por la admiración hacia los seres que atravesaron la luz divina como si más que un ataque se tratara de una bienvenida llena de luces.

Sus alas de un blanco inmaculado, sus mantos del mismo tono; sus largas crines, sus largas patas... su sola presencia resultó imponente, majestuosa. Sus alas se parecían a las de Niké, pero en ellos las presumían sin un solo rasguño o pluma fuera de su lugar.

Me centré tanto en los caballos que acababan de atravesar la barrera como si nada, que la magia que fluía a través de mi espada flaqueó. Noté que Kirok tomó el control de la barrera, cargando con todo el peso, mientras yo seguía estupefacta por los equinos de magnifica presencia.

Brillaban, un brillo natural que hacía ver a los cuatro animales como salidos de una película. Sentí una intensa alegría en mi pecho, como si estuviera drogada, y fue como si todos mis problemas desaparecieran, no me importaba nada más aparte de ellos.

Su presencia puso en pausa el caos externo a la barrera, donde Niké continuaba luchando, y los cuatro pegasos descendieron del cielo y pisaron tierra, avanzaron unos pasos hacia Cailye, y uno de ellos —el líder al parecer— se acercó lo suficiente a Cailye para que ella pudiera tocarlo. Estiró el brazo, y acarició la cabeza del animal con algo de timidez, pero con los ojos brillantes de emoción. La vi sonreír, una sonrisa rebosante de felicidad, y luego apoyó su frente en la del pegaso con una alegría sublime.

Pasaron unos segundos, en los que me quedé mirando la escena igual que At y que Andrew. Hasta que el sonido del cristal llamó mi atención. Miré hacia arriba, en el momento justo que un gran hoyo apareció en el centro del domo. Una Furia entró, loca igual que las demás, y Niké entró detrás, deteniendo su avance a mano de golpes. Hizo lo mismo con otra, y otra, hasta que se vio envuelta en una pelea de seis contra uno.

Miré a Cailye, apurada, y ella a su vez salió de la ensoñación que le produjo el pegaso frente a ella. Lo miró al equino a los ojos y él pareció asentir a algo que la rubia nunca dijo.

—¡Suban! ¡Rápido! —exclamó.

No tuvo que decir nada más.

Cailye se subió al pegaso con el que parecía tener un lazo psíquico, y Andrew se apresuró a hacer lo mismo con uno que se encontraba cerca. Tomé mi espada con afán, la guardé en la funda y salí disparada junto a Kirok mientras Niké seguía distrayendo a varias de las Furias.

Mi familiar se subió sin dudar, igual que Andrew y Cailye, pero cuando llegó mi turno sentí algo de nervios al contemplar de cerca el tamaño y la majestuosidad del pegaso que quedaba. Era blanco, igual que los demás, y se trataba de una hembra, pero su tamaño era mucho más grande que el de un caballo portugués y sus alas igualaban casi el tamaño de las de Niké. Sus ojos negros me miraron, y tuve la impresión de que me estaba evaluando con detenimiento, curiosa.

Lo toqué, despacio, y la pegaso ni se inmutó ante mi tacto. Me regañé por tardar tanto, pues mientras yo me decidía a subirle al lomo de la criatura mis amigos ya se encontraban volando a través de la barrera. Salté sobre la yegua, todavía maravillada e inquita, y me aferré a la crin blanca de la pegaso.

No tuve que decir nada, la pegaso tan solo comenzó a correr y luego a volar. Sentí el vacío en mi estómago cuando agitó sus alas, y me aferré con fuerza cuando alzó vuelo teniendo la sensación de que me caería por la fuerza de la yegua.

El brillo divino de la luz de Andrew estaba frente a nosotros, como una luz que nos protegía en nuestra huida. Los cuatro pegasos la atravesaron, como una puerta abierta, y a nuestra espalda noté cómo se venía abajo el domo mágico. Vi múltiples alas de murciélago, en busca del único par dorado, hasta que entre tanta oscuridad y confusión vi las alas de Niké extenderse y alzar vuelo en nuestra dirección. Para entonces los pegasos habían aumentado la velocidad y nos conducían lejos de las Furias.

Atravesamos las copas de los árboles con unos cuantos rasguños de las ramas, y salimos sobre ellas como si saliéramos del agua.

Lo primero que vi fue luz, mucha, mucha luz. Parecía pleno día, y mis ojos, acostumbrados a la sombra de los árboles, tardaron un rato en acostumbrarse a la nueva intensidad del so... de los soles.

Lo noté enseguida. No uno, dos grandes astros relucían en el cielo. Se veían grandes, como dos estrellas que si estiraba lo suficiente el brazo los tomaría. Uno era muy grande, Helios Alfa, el otro a su lado un poco más pequeño, Helios Beta. El cielo no era exactamente azul, era un tono que más tiraba al lila, como el agua de los ríos, un cielo que parecía pintado por un pintor en acuarela.

Contuve la respiración, tanto por la sensación de vuelo como por la majestuosidad de los Helios. Ya había volado antes, pero no se comparaba a volar sobre un pegaso. Bajo nosotros se extendía un casi interminable bosque, alto y que ocupaba todo lo que mis ojos alcanzaban a ver. Más allá, muchísimo más allá, distinguía la silueta de la Cordillera de Maya, pero por ahora solo veía el Bosque de la Lira.

Por unos segundos olvidé la situación de huida en la que estábamos, solo tenía ojos y cabeza para la hermosura que alcanzaba a contemplar. Veía a mis amigos volar frente a mí, con Cailye a la cabeza, y me imaginé lo curioso que debía ser el cuatro desde la tierra.

Pero entonces, vi a Niké volar a mi lado. Su mirada estaba al frente mientras agitaba sus alas, pero de vez en cuando echaba una mirada furtiva hacia atrás. Tenía muchos golpes, más cortes que moretones, pero su piel ya se encontraba en trabajo de recuperación.

Se me ocurrió mirar hacia atrás en medio de mi ensoñación, y al hacerlo la burbuja de belleza que me cubría se rompió. Furias. Un ejército completo de Furias nos seguía el paso, y a la cabeza Megara, dirigiendo al grupo.

Mi corazón se contrajo al notar la cantidad, y la adrenalina aumentó en mi sangre como si me hubiera pegado un buen susto. Estaban lejos, se veían como múrcielos de verdad, pero al mismo tiempo parecían una nube negra que se acerca a cazarnos.

—¿Pueden ir más rápido, Cailye? —preguntó Andrew.

Me volví, y lo vi observando lo mismo que yo. Se giró hacia su hermana, quien lo observan con rostro preocupado y ojos bien abiertos. La rubia acarició el cuello del pegaso, y de nuevo me dio la impresión de que ambos se comunicaron telepáticamente.

—Sí, pero no creo que con eso las perdamos.

Andrew frunció el ceño, pensando.

—Me encargaré de eso. Pídeles que aceleren cuando sientan la luz.

Cailye asintió, todavía confundida.

El arco de Andrew apareció en sus manos, al mismo tiempo que tres flechas doradas. Giró parte de su dorso y apuntó las flechas hacia la nube de Furias que se acercaba. Nuestros ojos se encontraron por un segundo, pero en cuanto leí sus intenciones toqué a la pegaso que me llevaba para que se moviera a la izquierda y dejara el camino libre para las flechas.

Andrew entrecerró los ojos, tomó aire, y me pareció ver que relajaba sus dedos. Las flechas brillaban en su arco, e incluso en mi posición, a unos tres metros de distancia, alcanzaba a sentir la calidez de su magia.

Soltó las flechas, cortó el viento. Y luego llegó la luz. Una oleada de luz provino a nuestras espaldas, luz divina, luz sagrada, y por el rabillo del ojo noté que había cubierto el campo de visión de las Furias. Las que de seguro quedaron intactas continuarían su recorrido, pero no sin antes preocuparse por la luz que todavía predominaba entre las escasas nubes del lugar.

Sentí un tirón, y por reflejo me sujeté a la crin de la pegaso cuando ésta aceleró de forma brusca. El estómago me dio un vuelco, la respiración me falló, pero aun así tan solo me aferré a la yegua mientras volaba a una velocidad que nos permitiera dejar atrás a las Furias.

El resto del vuelo fue tranquilo una vez dejamos a las Furias muy atrás. Aún sobrevolábamos el Bosque de la Lira, pero desde donde estábamos alcanzaba a ver el Valle de Gea, o al menos así se le llamaba a los campos abiertos que había por todo Kamigami.

Llevábamos algunas horas de vuelo, y mientras los pegasos nos llevaban con aparente gusto no pude evitar que una incógnita revoloteara en mi cabeza.

Me enfoqué en los hermanos, ellos iban al frente mientras Kirok y yo les seguíamos; Niké, con sus propias alas, parecía disfrutar mucho volar con compañía. La verdad era que la sensación de volar sobre un pegaso era diferente a hacerlo con magia, y si eso era lo que sentía Niké cuando sobrevolaba Kamigami entendía su placer al compartirlo. Ella se veía tan libre, como si no tuviera ni una sola atadura, y así deberían verse los pegasos también.

Le sonreí en cuanto se dio cuenta de que la miraba, y ella a su vez me devolvió una sonrisa divertida, alegre. O quería pensar que iba para mí, pues la verdad era que podía sentir la presencia de At a mi espalda, como si compartiera el caballo conmigo. Por supuesto, los pegasos no la podían ver o sentir, y por lo que pude ver de reojo ella se encontraba espalda con espalda conmigo, con la mirada perdida en el cielo.

Avancé unos metros, para situarme entre los hermanos y llamar su atención. Mi pegaso, la que Cailye había dicho que se llamaba Capella, siguió mis órdenes sin problema.

—¿Por qué, si podías llamar a los pegasos, no lo hiciste desde el comienzo? —le pregunté a Cailye, más por curiosidad que por marcar un hecho.

Ella posó sus oscuros ojos sobre mí, con algo de vergüenza, mientras su hermano solo escuchaba en silencio.

—Pues, verás, yo no sabía si iba a funcionar. —Se veía apenada, como si se disculpara por no haberlo hecho desde antes—. Había leído al respecto, pero no estaba segura de si mis poderes fuesen suficientes para invocarlos. —Se inclinó sobre su pegaso, Cepheus el Alfa, y le acarició el cuello con ternura—. Son espíritus muy libres, llevar un jinete no es lo suyo, se reservan el derecho de elegir quién es digno de montarlos. Aun me sorprende que oyeran mi voz. Creo que estoy mejorando en esto de ser Artemisa.

Una sonrisa cálida apareció en sus labios, y supe que aquello lo decía en serio, con anhelo, como si fuera su más grande sueño ser capaz de hacer lo que Artemisa hacía. Aunque, hasta donde yo sabía, la diosa original nunca consiguió domar a un pegaso. Ellos eran más silvestres que los caballos salvajes de la Tierra, su nivel era en verdad alto.

Solté un suspiro, cansada.

—Lo estás haciendo bien, y me alegro de que pudieras entablar un vínculo con ellos, es solo que se me ocurre muchas formas de haber evitado pasar por lo que hemos pasado de haberlos tenido como aliados desde que atravesamos el portal, es todo. No te culpo, es solo que contar con su ayuda nos salvará las vidas en más de una ocasión.

Ella sonrió con cierto nerviosismo.

—Pues... sobre eso... verás... —masculló, desviando la mirada hacia otra parte.

—¿Qué? —inquirí, sintiendo en mi interior que aquello no era bueno.

—Los pegasos nos ayudaron esta vez, y puede que nos ayuden más adelante —dijo Andrew en su lugar, lo miré, y seguía con esa expresión suya tan seria—, pero hasta ellos tienen sus límites. No estarán siempre con nosotros, por la misma razón de las Musas.

Las Musas no participarían en nuestra lucha contra Pandora porque no estaba en su naturaleza, eso mismo iba para los pegasos. Eran criaturas libres, y más que eso pacíficas. A pesar de sus papeles en la travesía de michos héroes, una guerra de tal magnitud era mucho pedir; Pandora era ya de por sí una deidad con la que nadie quería tener nada que ver, una guerra en su contra no entraba en los planes de la mayoría.

Pero, aun así, el que fuera difícil, no significaba imposible. Era más fácil convencer a los pegasos que convencer a las Musas.

—Nos la arreglaremos —dijo Andrew, mirándome de reojo con las cejas fruncidas—. Ya lo hemos hecho antes. No es la primera vez que estamos en un lugar infestado de criaturas que quieren matarnos. Buscaremos la forma de salir adelante con lo que tengamos.

Sus palabras me recordaron a la vez que nos adentramos en Salem, la ciudad de las Amazonas en la Tierra. Él estuvo a mi lado, igual que ahora, y eso me llenaba de fuerza, me animaba a seguir adelante porque sentía que todo iría bien de una u otra forma. Seguíamos vivos, a pesar de todo; podríamos superar lo que viniera también.

Sonreí, a lo que en respuesta Andrew relajó un poco su cara de póker.

—Tienes razón. Pase lo que pase todo estará bien. Y si no funciona, ya sabes, siempre puedo devolver el tiempo y volver a comenzar.

Entrecerró los ojos, pero tras esa mirada de quiebra huesos pude ver el atisbo de la diversión.

—Ailyn... —regañó.

—Es broma —aclaré con gracia—. Teniéndote a ti a mi lado no puedo siquiera pensar en intentarlo. Siempre te las arreglas para obligarme a hacer lo más sensato. Eres una mala influencia que es una buena influencia.

Sentí el calor en mis mejillas al decir toda esa enredadera. Siempre había pensado que Andrew me obligaba a hacer bien las cosas, a no irme por un camino de malas decisiones y estupidez; y si tomaba ese camino a pesar de su presencia, sabía que él estaría ahí para acompañarme. Pero decirlo en voz alta era muy diferente a guardármelo para mis pensamientos.

Él medio sonrió, con una mirada un poco más cálida en sus ojos.

—¿Te oíste a ti misma? ¿Cómo puede ser una mala influencia, una buena influencia? No tienes sentido.

—No debo tenerlo, después de todo eso es lo que te divierte, ¿o no? Lo dijiste, soy una difícil ecuación de matemáticas, totalmente indescifrable.

Me mordí la lengua. Debía dejar de hablar ahora antes de terminar de hundirme. Eso era lo que estaba escrito en la carta, entre otras tantas cosas, me ponía nerviosa mencionarlo.

Y entonces, una sonrisa completa se apoderó de sus labios. Se me paró el corazón, y casi me caí de Capella de la emoción. Sus sonrisas completas eran muy raras, solo las había visto en un par de ocasiones previas, poder ver una de ellas era como presenciar un eclipse, así de eventual.

—Yo no diría que me divierte precisamente —dijo, con esa gracia seca que poseía—, pero es mejor eso a sumergirme a un cuerpo de agua para evitar que mueras. —Se encogió de hombros y enarcó las cejas, un gesto que me recordó a nuestra aventura en el camper de Astra—. Prefiero evitarme sustos innecesarios, ya sabes, solo tengo un corazón y sigo siendo humano, también puedo morir.

Su último comentario me provocó un frio escalofriante en mi espalda.

—No, no puedes. Recuerda lo que me dijiste. Tú no puedes morir.

Su sonrisa se redujo un poco, pero seguía ahí, sutil, suave, natural. La intensidad de su mirada me disparó una corriente eléctrica por mi piel. Andrew tenía ese tipo de miradas absorbentes que parecían poder ver a través de mí, como si fuera capaz de leer mi alma, mi corazón.

—Lo sé —se limitó a decir, con cierto enigma en su tono.

Y de nuevo con sus «lo sé». Él tenía una capacidad de entendimiento tan grande que era imposible mentirle, eso reducía algunas conversaciones, pero su forma en la que afirmaba que lo sabía nunca dejaba de parecerme increíble.

Lo miré a los ojos un rato, y él a los míos, y así entramos de nuevo a nuestra propia capsula que nos aislaba del resto. Bien podríamos chocarnos y no darnos cuenta.

No supe cuánto tiempo pasó hasta que Cailye carraspeó, sacándonos a los dos de nuestra burbuja.

—No quiero meterme en su momento ni nada, pero deberían ver hacia dónde vamos. Les recuerdo que seguimos volando. —Suspiró, y añadió en voz baja—. Ahora entiendo cómo se siente la intrusa cuando está sola con ustedes.

Andrew recobró su postura en un instante, mientras que a mí me costó un poco olvidar el tema y centrar en otras cosas. Todavía sentía la pequeña emoción en mi corazón, como un regalo, algo que duró por varios minutos después de que caímos en el silencio.

—¿A dónde vamos exactamente? —pregunté un rato más tarde.

El Valle de Gea era más visible ahora, pero seguíamos sobre el bosque a pesar del tiempo que llevábamos en vuelo. De haber sido a pie nos habría tomado más días salir del Bosque de la Lira.

Cailye sonrió con orgullo, y elevó el mentón mientras respondía con una mirada juguetona:

—A mi templo.

Era alto, lo suficiente para divisarlo desde lejos, a unos cinco o siete kilómetros de distancia. Conforme nos acercábamos pude notar las dimensiones del templo de Artemisa. Parecía ser de un material similar a la plata, ya que brillaba como tal, y su tejado gozaba del mismo material, solo que en forma cónica y de un tono más verde. Grande, muy, muy grande; de unos diez pisos más o menos, aunque no parecía exactamente un edificio.

Lo conformaban algunas torres de altos picos, escaleras caracol a su alrededor y múltiples ventanas del suficiente tamaño para usarse como puertas, detalladamente pulidas para parecer obra de un artista. Era tan alto que la punta del tejado de la torre más alta rozaba las nubes y entonaba de forma extraña con el color lila del cielo.

Ya muy cerca del templo detallé que se encontraba rodeado por plantas enredaderas. Desde los cimientos hasta las torres las platas salpicaban de verde toda la estructura, entonando con el verde el tejado, casi como si el edificio fuera vanidoso, y noté, con cierto asombro, que gozaba de un extenso jardín a sus pies lleno de flores hermosas pero extrañas, y árboles, e incluso un rio pasaba cerca del jardín.

La luz de los helios se reflejaba en el templo, haciéndolo lucir como un oasis, y además de su peculiar brillo, cuando los pegasos comenzaron a descender, me di cuenta de que seguía intacto, sin un solo daño del pasar del tiempo, y los jardines se veían en perfectas condiciones, como si alguien hubiera estado cuidando del lugar con gran devoción.

—¿Segura que no hay nadie adentro? —pregunté a Cailye delante de los demás—. Está desocupado, ¿verdad?

Lo último que quería era parar a descansar a un templo habitado por alguna criatura que quisiera matarnos. Ya tenía suficiente de ese tema, en verdad me estaba cansando de luchar a cada momento, esperando que algo saliera de entre las sombras para decirnos cuánto nos odiaba.

Comprendía la situación, acepté los términos de simpatía cuando atravesé el portal. Aceptaba que no todos vieran a los dioses con la ensoñación que Evan esperaba que nos vieran los humanos, pero temer por mi vida a cada minuto era pasarse. Cuando reflexioné acerca del tema me di cuenta de lo segura que me había sentido en el camper, con la compañía de Astra. Sí, me quejaba y tenía miedo, pero en el fondo sabía que a su lado había un buen nivel de seguridad. Ahora, sin todos mis amigos juntos y sin algo concreto que nos protegiera, me sentía a la merced de los monstruos.

Quería continuar con el viaje sin que algo nos atacara, al menos por un par de días terrestres. Solo comer, avanzar, y con suerte toparnos con algún dios que sí quisiera cooperar. Necesitaba algo fácil con desesperación.

Cailye me miró, meditando su respuesta, pero fue Niké, volando a la misma altura de mi pegaso, quien respondió.

—Lo está. Lo revisé hace algún tiempo. —Y sonrió con seguridad.

Enarqué una ceja.

—Por curiosidad, ¿hace cuánto fue?

—Humm... Unos treinta o cuarenta años humanos.

No dije nada, solo la miré, sin saber si reírme o preocuparme.

Al ver que su expresión no cambiaba me empecé a cuestionar sobre la noción del tiempo que tenía una deidad eterna. Por una vez más consideré que la inmortalidad no era lo mío.

Sentí el vacío en el estómago en cuanto los pegasos descendieron en picada. Dieron algunas vueltas antes de aterrizar, y para entonces valoraba la sensación de firmeza que me brindaba el suelo.

Bajé de Capella de un salto, y acaricié su cabeza con gentileza. Suave, era demasiado suave. Su majestuosidad todavía no la creía real, era demasiado bello para serlo. Pero el tocarla, el sentir su calor corporal y su pelaje, me confirmaba que no era un hermoso espejismo, que en verdad existía.

—Gracias —murmuré, a lo que la pegaso me miró a los ojos como si supiera de lo hablaba y asintió, manteniendo una postura admirable.

Había algo en esos pegasos que me recordaba la forma de ave de At.

A mi espalda vi que los demás también se bajaban de los pegasos. Sin embargo, el pegaso de Kirok, Corvus, parecía traerle problemas, ya que en cuanto se bajó el equino no perdió oportunidad y masticó la cola del traje de mi familiar. Sorprendido se dio vuelta, justo cuando consiguió arrancarle un buen pedazo de tela. Kirok lo miró mal, pero no le dijo nada al respecto, y de igual forma el pegaso le lanzó una mirada de burla cómica.

Reí por lo bajo, consiente de la mirada curiosa de Andrew sobre mí. Él había dejado a Draco, su pegaso, cerca del de Cailye. Me resultaba curioso que Capella fuera la única yegua del grupo de Cepheus, pero en cuanto la vi acercarse a él me dio la impresión de que ambos eran pareja.

—¿De qué te ríes? —preguntó, interesado.

—De nada —le dije.

Él, a pesar de no haber captado el chiste, deslizó una suave sonrisa por sus labios, como si le diera gusto que riera de lo que fuera.

—Vamos, entremos de una vez. Si yo tengo hambre Cailye debe estar cerca de comerse a su caballo.

Sonreí de vuelta y lo seguí.

A nuestro alrededor, al pie del templo, me di cuenta de que los árboles que vi antes no eran cualquier tipo de árboles, eran arboles de Ambrosia, repletos de frutos de todos los colores y tamaños, y cerca de donde estábamos también se encontraban algunos arbustos con frutas más pequeñas, parecidas a las uvas, del mismo color y todo.

Aspiré el ambiente primaveral que tenía el lugar. Mucho color, mucha frescura, era el lugar perfecto para vivir. Entendía por qué Artemisa lo eligió para su templo.

Levanté la cabeza en cuanto nos acercamos a la entrada del templo, y visto desde abajo la construcción simplemente era majestuosa. Vi detalles blancos y verdes que adornaban el elegante plateado, llenándolo de un toque femenino muy divertido. El lugar era igual que el palacio de la realeza de mediados del siglo IV, claro, sin la rusticidad de los detalles, pero con la misma silueta.

Me quedé boquiabierta cuando llegamos a la entrada, pues la puerta era de unos cinco metros de alto, tallada en madera con detalles plateados. Había pequeñas flores incrustadas en las paredes externas, acompañadas por una enredadera de hoja redonda, y por lo que veía esa combinación se repetía a lo largo de todo el templo, al menos en la parte de afuera. Había un olor dulce en el aire, pero no tan dulce como el del portal, éste se parecía más al olor del jazmín.

Cailye dio pequeños brinquitos mientras se dirigía a la puerta, y cuando llegó posó su mano en la puerta, tomó aire, y bajó la manilla. Sus ojos brillaban de entusiasmo y excitación, como si estuviera por cumplir otro sueño imposible. Sus mejillas rosas, y estaba segura de que su corazón bombeaba adrenalina por montón.

—Oye, Cailye, ¿dejaremos a los pegasos aquí? —quise saber.

—Nos esperarán, ellos también están cansados. No cargan con alguien muy a menudo —respondió, pero supe que su cabeza estaba más en el templo que en los pegasos—. Estarán bien aquí.

Abrió la puerta y se adentró al palacio de plata y flores como si se estuviera mudando a su nueva casa. En verdad, su expresión de felicidad no le cabía en la cara.

La seguimos, pero mientras yo me dediqué a observar el interior del templo, Andrew no le quitó los ojos de encima a Cailye, como si en cualquier momento fuera a caer en una trampa.

Me di cuenta de que Niké había guardado sus alas y caminaba al lado de Kirok, observando todo como yo. Y At... ella iba adelante, pero por su expresión no sabría decir si estaba alerta o no.

El lugar se sentía cálido; entrar fue como recibir un abrazo. El piso estaba compuesto por líneas y trazos abstractos entre plateado y tonos de amarillo, algo parecido al techo, pero éste estaba lleno de pinturas antiguas. Me recordó un poco a la estructura de los teatros de música y museos romanos.

Avanzamos por un pasillo, con una escalera forrada en terciopelo a un lado de la entrada. Había candelabros con forma de telarañas colgando sobre nuestras cabezas y en las paredes adyacentes. Detalles y adornos de madera, como un garrón sobre una mesita. Y sobre todo, floreros colgando con plantas cuyas hojas caían con gracia. Las flores seguían siendo un factor recurrente. La luz de los soles que entraba por las ventanas hacía todo relucir, igual que en el Olimpo.

Vi varias estatuas, la mayoría mujeres, y muchos cuadros con pinturas antiguas. Llegamos a un gran salón, donde una ventana gigante dejaba entrar una oleada de luz que relucía en el único candelabro del lugar. En el centro del salón había una estatua, la viva imagen de la Artemisa que vi en los recuerdos de At, con su mirada inquisitiva y seguridad en su postura; su arco en una mano y su carcaj a la espalda, y una túnica hasta las rodillas, rasgada en la parte de abajo para mejor movimiento y atada con un fuerte cinturón.

Cailye se acercó a la estatua, observándola con admiración. Aquella obra de arte, aunque similar, no se parecía tanto a la que había en el Olimpo. Ésta le hacía más justicia a la diosa de la luna original.

La rubia balbuceó algo mientras sus dedos recorrían la estatua, embelesada... Pero entonces un movimiento al otro lado de la sala captó mi atención y la de los demás.

Andrew fue el primero en moverse, cuando lo vi él ya tenía un flecha en su poder, una flecha mágica de color azul fluorescente. Sus ojos fueron a parar a un rincón oscuro de donde una figura comenzó a emerger.

Me llevé la mano a mi espada, lista para regresar de nuevo a la interminable lucha que se había vuelto mi vida. Sin embargo, lo que salió de aquel rincón nos dejó a todos perplejos.

Un oso. ¿Un oso en Kamigami?

Pelaje café oscuro, de gran tamaño, lo que significaba que era un adulto. Sus ojos negros y su nariz inspeccionaron el lugar, y mostró sus dientes con evidente amenaza. Su postura se puso alerta, y movió sus patas con advertencia hacia nosotros. Sus colmillos se mostraron, arrugando su nariz, y comenzó a gruñir.

Andrew tensó su flecha, listo para atacar en cuanto el oso se dirigió a Cailye, la más alejada del grupo. El oso posó sus ojos sobre Cailye, y me pareció notar su breve contacto visual con la rubia...

—Espera —dijo Cailye, a lo que Andrew vaciló.

Entonces el oso dejó de gruñir. Entró en estado de shock. Se paralizó con los ojos clavados sobre Cailye. Los ojos del oso brillaron, consumidos por la presencia de Cailye. Por un momento pensé que se trataba de un vínculo que estaba creando mi amiga, pero cuando noté lo perpleja que ella estaba, igual que el animal, supe que no estaba usando magia.

«—Calisto —suspiró At, apareciendo a mi lado y con los ojos fijos en la escena—. Sacerdotisa de Artemisa. Debió desplazarse aquí luego de dejar la cueva.»

Hice memoria, recordando lo que había leído. Calisto fue una muy devota sacerdotisa de Artemisa, pero por un engaño de Zeus quedó en embarazo, algo que el culto a la diosa no toleraba. En castigo Artemisa la convirtió en una osa.

Oh, perfecto, otra sacerdotisa enojada y sedienta de venganza.

La osa soltó unos cuantos gruñidos hacia Cailye, desesperada por hablar. No sonaba a insultos, su postura en sí no parecía guardarle rencor a Artemisa. A diferencia de Medusa, que se lanzó contra mí, Calisto solo parecía... triste.

Continuó gruñendo, queriendo comunicarse con Cailye, pero la rubia seguía en un estado de parálisis que no le permitía moverse. La osa se acercó más, con rapidez y apremio, algo que alertó a Andrew y de paso a Niké.

Me quedé en mi lugar, observando los movimientos de ambas, pero aunque Calisto se acercara Cailye no se movía. Y luego comenzó a correr. La osa llegó hasta la rubia en un par de segundos, con sus ojos bien abiertos y la desesperación en su rostro. Levantó sus patas, en busca de Cailye, de su entendimiento, y casi pareció estar suplicando. Pero lo único que salió de ella fueron gruñidos y alaridos semejantes a los sollozos; nada entendible.

Cailye la miró atentamente, y de un momento a otro se dejó caer al suelo, de modo que su cabeza quedó a la altura de la cabeza de Calisto. La rubia parecía hipnotizada, ni siquiera la veía parpadear.

—¡Aléjate de ella! —gritó Andrew.

Pero Cailye lo ignoró por completo. Vi sus intenciones de soltar la flecha, quería alejar a su hermana de Calisto, pero con ella tan cerca no se arriesgaría a herirla por accidente. Maldijo en voz baja mientras la osa acortaba distancias entre ellas. Su hocico se acercó mucho al rostro de Cailye, conectando sus ojos de una forma casi aterradora.

La rubia levantó las manos, al comienzo vacilante pero luego con más seguridad; las posó sobre la cabeza de la osa, una a cada lado, y luego brillaron. Sus manos emitieron un brillo amarillo, y pronto la luz mágica de Cailye cubrió por completo el cuerpo de Calisto.

—¡Perdóname! —Se oyó en el lugar, un grito resonante ajeno a cualquiera de nosotros. Cargado de dolor, cargado de sufrimiento. Era la voz de Calisto— ¡Perdóname!

Su voz sonó fuerte y clara, y si a nosotros nos dejó parcialmente sordos, a Cailye, frente a ella, debió acabar con sus tímpanos. El ambiente se cargó de tensión y lamentos.

—Él me hizo esto, él me engañó. Pero yo sigo adorándola, mi señora, siempre he sido leal a usted. A pesar de mi error, a pesar de saber que no merezco su bondad, por favor... ¡Le imploro su perdón y misericordia! Por favor... —sollozó, con tanto sentimiento que incluso yo lo sentí sin necesidad del Filtro— ¡Por favor! Solo deseo... su perdón...

Y de haber podido estaba segura de que vería a una osa llorar a moco tendido.

—¡Perdón! —continuó Calisto, sin consuelo alguno, suplicando por el perdón y redención de Artemisa, la diosa que durante tantos años e incluso ahora le rendía lealtad.

Andrew bajó el arco, haciendo la flecha se desvaneciera. De igual forma Niké se relajó, observando con intriga, no a Cailye, sino a Calisto. Por otro lado, Kirok parecía ajeno a todo lo que estaba pasando.

Miré a Cailye con pesar. Sabía cómo se estaba sintiendo, vaya que lo sabía, mejor que nadie. Tener ante ti a una persona que había sufrido tanto por las acciones de tu antecesora no solo dolía, era asfixiante. Buscabas una escapatoria razonable y una forma de decir todo eso que estabas sintiendo. Pedir perdón, rogar misericordia... era un tema tan delicado.

Calisto no estaba furiosa como Medusa, ella al menos no quería matar a Cailye, pero eso no menguaba el hecho de que Artemisa lastimó a Calisto y ahora ese peso caía sobre los hombros de Cailye. Sí, era injusto y triste, pero era lo que había, lo que teníamos. Y el que te lo contaran, el saber por lo que pasaron, no se comparaba con experimentarlo frente a frente, escuchar a la víctima.

No supe cuánto tiempo pasó, pero sí sabía que llevábamos un buen rato oyendo las suplicas sin consuelo de Calisto. El hechizo de Cailye la había hecho hablar, pero ambas sabíamos que eso no era suficiente. Si continuaba así lo único que lograría era lamentos y dolor por parte de la osa.

—Cailye... —comencé a decir, sin saber qué iba a decir exactamente, pero no pude decir nada más.

Una intensa oleada de energía divina salió de repente del cuerpo de Cailye, tomándonos a todos desprevenidos.

Primero viento, un pequeño tornado con Cailye en el centro, luego luz. La magia de Cailye flotó en el ambiente, danzando junto al torbellino; líneas amarillas y verdes se hicieron presentes. El cabello de Cailye se elevó, el rostro de Calisto se quedó de piedra, y todos nos quedamos en shock por un segundo.

Esa cantidad de energía divina era... descomunal para venir de alguno de nosotros. No teníamos tanto poder. El viento se volvió más intento, creando de verdad un huracán. El candelabro quedó hecho trizas, igual que la estatua central de Artemisa; se fragmentó poco a poco hasta que sus pedazos se fueron volando, guiados por la fuerza del viento. Los pedazos que volaban por todo el lugar nos hicieron daño también, pero cosas mínimas como rasguños. Cubrí mi rostro con los antebrazos, intentando protegerme, pero la fuerza del viento era demasiada.

La luz que emitía Cailye aumentó, casi proporcional al huracán a su alrededor. Iluminó el lugar como una pequeña llamarada, como el sol... pero se trataba de la luna en este caso. Su magia pasó de ser amarilla brillante a plateado vibrante.

Intenté sujetarme de lo que fuera para no salir volando o hacerme pedazos como la estatua y algunos jarrones de la sala, pero no había nada en ese lugar. La energía divina de Cailye se estaba desbordando, saliendo a oleadas desorbitantes de su cuerpo. Eso ni siquiera se parecía a Kamika, era algo más fuerte y destructivo que eso.

«—¡Ya basta! —gritó At en medio de esa tormenta de viento y luz para hacer oír su voz sobre el caos repentino. Había autoridad en su tono, advertencia—. Detente, Artemisa. Esto está más allá de tu control. No podrás cambiarla, detente ahora. Hay una razón para la elección de Artemisa, debes respetarla.»

Sus palabras me alarmaron. ¿Qué era lo que quería hacer Cailye?

Vi a Andrew a través del viento y el intenso brillo plateado que se había tragado tanto a Cailye como a Calisto. Se abría paso, con dificultad y mucho esfuerzo; quería llegar hasta su hermana... pero no llegó a tiempo.

Hubo una implosión. Por un segundo todo quedó en silencio, al siguiente se oyó el sonido de un estruendo, y luego nada. La luz despareció junto con el huracán, como si algo los hubiera absorbido de pronto. Caí al suelo por el repentino cambio de presión, igual que Andrew e igual que Kirok; Niké consiguió mantenerse de pie.

La confusión era palpable, pero el silencio abrumador que llenó la instancia fue demasiado aterrador como para detenerse a preguntar qué había pasado.

Para cuando me incorporé Andrew ya estaba de pie, corriendo hacia Cailye. Una nube de polvo, producto de la conmoción y la fuerza de su magia, la cubría a ella y a Calisto. No fui capaz de distinguir bien lo que ocurría hasta que una de ellas se levantó. Y para mi sorpresa, ya no había ninguna osa.

Del suelo, como si no supiera caminar, se levantó una mujer de movimientos torpes. Se tambaleó varias veces, como si ni siquiera pudiera mantenerse de pie. Vestía un largo vestido blanco que le llegaba a los tobillos, con una diadema de flores en la cabeza. Su piel era morena, de cabello casi negro con bucles, y sus ojos miraban alrededor desorientada.

Me quedé de piedra, atónita por lo que mis ojos veían. Calisto, la sacerdotisa que Artemisa convirtió en osa, Cailye la había convertido de nuevo en humana. La mujer se veía tan perdida que miró alrededor sin poder creer nada; se miraba las manos, los pies, el cuerpo; se tocaba el rostro, asegurándose de que no fuera un espejismo, queriendo comprobar que era real.

Y se cayó al suelo. Se tropezó con sus propios pies y terminó boca bajo sobre el precioso piso del templo, como pez aprendiendo a caminar.

—¡Cailye! —exclamó Andrew.

Con el cambio de Calisto olvidé la situación de Cailye. Me acerqué por instinto, y cuando llegué di un respingo al observar su condición. Andrew la sujetaba en sus brazos, arrodillado a su lado, sosteniéndole la mano derecha.

Mi corazón se detuvo, dejé de respirar, ni siquiera pude parpadear. El pánico, la adrenalina, se desataron en mi interior. «No, no» «NO» Mi pecho dolió, mi visión comenzaba a perder lucidez.

Su piel era pálida, sus ojos estaban cerrados, sus músculos no tenían fuerza. Parecía... un cadáver. Cailye... ¿qué había hecho? Por todos los dioses, ni siquiera podía sentir energía dentro de ella, o notar su respiración. Se sentía como un muñeco, parecía un cadáver...

«No...» «NO».

—No funciona —siseó Andrew. Lo miré, recordando quién la sostenía, y me encontré con sus ojos cafés mirándome con suplica, buscando ayuda. Se veía tan... vulnerable, tan preocupado, tan desesperado—. Mi magia sanadora, no funciona.

Ahí desperté. Me despabilé, conecté con la realidad. Cailye estaba mal, Andrew —el fuerte e impenetrable Andrew— estaba al borde de la desesperación. No podía quedarme mirando, maldición, no podía dejarme llevar por lo que sentía, debía centrarme, pensar.

Me giré hacia At, y le dediqué la mirada más firme que pude.

«No, Cailye no.»

—¿Qué le sucede? —exigí saber—. ¿Cómo se arregla?

At mantuvo su mirada inescrutable mientras se acercaba, sin alejar los ojos de mi amiga.

«—Usó toda su energía divina para revertir el hechizo de Artemisa sobre Calisto. Ustedes no deben hacer eso, aunque técnicamente cuenten con nuestro poder, sus cuerpos humanos no lo resistirían.»

Mi mirada debió demostrar toda la exasperación, todo el miedo, toda la impaciencia que sentía, porque no tuve que decir nada para ganarme de nuevo su palabra.

«—No es algo que se pueda revertir. Es técnicamente imposible. Ella está...»

De haber podido tocarla le habría callado, pero ella sola dejó de hablar al dejar su idea en el aire.

«NO.»

Me tambaleé, a punto de perder el equilibrio. Mi cuerpo temblaba, a mis ojos les costaba identificar las siluetas, los colores...

—Haremos lo que sea —dijo Andrew, en un todo sombrío. Le eché una mirada; él se veía oscuro, su mirada se veía aterradoramente perdida.

Me volví hacia At, con los ojos ardiendo por las lágrimas retenidas y las manos templándome. Tenía el pánico atascado en mi garganta, tenía tanto miedo, estaba aterrada. Si Cailye no despertaba, si ella mo...ría... Dejé mi mente en blanco, intentando no pensar en un hipotético futuro. Debía concentrarme, maldición, no podía perder la cabeza todavía.

—Habla, At, te lo ruego, ayúdanos... ayúdame.

No supe si algo se removió en la conciencia de At, si es que tenía una, pero yo estaba cerca de alcanzar un punto de pánico igual al que tuve con Daymon en el Amazonas. Ver a Cailye ahí tirada... Estaba segura de que de no ser por el sello de Hera me habría derrumbado ahí mismo. Pero ver a Andrew tan preocupado... si ambos nos derrumbamos, ¿qué sería de Cailye?

At suspiró. Miró a Andrew cuando habló.

«—Toma su mano y usa el poder del sol —explicó sin más, acercándose al cuerpo de Cailye que perdía más y más color—. Niké, ve a vigilar afuera; no dejes que nada se acerque. Ailyn, ven aquí. Toma su otra mano.»

La obedecí sin perder tiempo, sin siquiera confirmar que Niké hubiera hecho lo que At le pidió. Me senté al otro lado de Cailye y tomé su mano como Andrew lo hacía, pero la suya ya brillaba como producto de la magia de Apolo. Sus ojos conectaron con los míos un segundo, y pude ver el reflejo de mi propio miedo en ellos. Tomé aire, tratando de mantenerme en la realidad.

—¿Y-Y ahora? —Mi cuerpo comenzó a templar, la adrenalina estaba ganando terreno.

«—Ahora... espero lo resistas.»

No tuve oportunidad de preguntar nada más. Vi cómo At se acercaba, con su cuerpo trasparente, como un fantasma. Tomó mi mano, la que sujetaba a Cailye, y acercó su hombro al mío, su cabeza a mi cabeza...

Y luego el dolor llegó.

La perdí la vista, sentía su cercanía, pero el dolor que comenzó a extenderse en todo mi cuerpo ocupó mi atención. Sentí como si me hubiera dado un golpe muy fuerte contra una pared, y además había una presión dentro de mí, como si alguien me aplastara. Me sentía una masa de pan; todo el cuerpo me dolía.

Sentí la mano de alguien sobre la mía, apoyándome, pero no había nada ahí; era como si hubiera otra persona a mi lado, o mejor dicho, en mi piel.

At no estaba, mi cabeza... daba vueltas... Grité, y en cuento grité una luz blanca nació entre mi mano y la de Cailye. Por un segundo, por una fracción de segundo, sentí la calidez vigorizante de esa nueva magia, sentí su voluntad, su energía, su amor... sentí tantas cosas que el dolor de mi cuerpo pasó a un segundo plano.

No tardé en ver la magia del sol bailando con la mía. Se complementaron, como dos mitades de una misma energía primordial. Por un breve instante una explosión se desató en mi cabeza. Las luces, las sensaciones, la realización y el complemento; alegría y tristeza, amor y odio. Vida. Todo fue perfecto, como si nada más existiera en el mundo más allá de la magia del sol y la mía. Como si literalmente hubiera regresado al comienzo de todas las cosas.

Solté la mano de Cailye como si me hubiera pasado corriente, y pegué un brinco de sorpresa. El momento perfecto terminó, y me levanté del suelo como un resorte.

Me tropecé igual que lo había hecho Calisto, y caí al suelo. Sentí mi cuerpo más pesado. En cuanto toqué el suelo vi a At salir disparada de... de mí. Dentro de mí. Sentí cómo salía su cuerpo del mío y vi la forma en la que cayó al suelo igual que yo, con una mueca de dolor que no entendía. At me había ¿poseído?

Caí de bruces, golpeándome, y por el rabillo del ojo vi cómo Cailye movía su brazo y luego su pierna. Me pareció un reflejo, pues no escuché su voz, pero sí la de Andrew.

—¡Cailye! —llamó, y luego oí una exhalación de alivio. Solo eso me hizo falta.

At intentó levantarse, pero no parecía tener fuerza suficiente para conseguirlo. Me miró a los ojos, y asintió, yo lo intenté, pero... Entonces llegaron las náuseas.

Me levanté con torpeza, sin saber hacia dónde iba o lo que iba hacer, solo con la sensación repulsiva en el estómago... No llegué muy lejos cuando vomité.

Vomité con ganas, pero aun por mucho que lo hiciera la sensación de mi estómago no desparecía. Me sentía... mal, vaya que sí. El mundo me daba vueltas, mi cabeza era una niebla, mi estómago se quería salir de mi cuerpo...

Sentí la presencia de Kirok sin necesidad de verificar que se trataba de él. Posó su mano en mi espalda, y cuando me sentí lo suficientemente humana para percatarme del mundo a mi alrededor me di vuelta, ignorando el desastre que había causado.

Kirok me miró a los ojos, buscando una señal de anormalidad, pero cuando me enfoqué en ellos vi algo más, algo que no supe identificar. Se veía preocupado, pero había más que eso.

—¿Estás bien? —inquirió, con una expresión oscura.

Asentí, incapaz de hablar. Sentía que si hablaba volvería a vomitar.

Me ayudó a incorporarme, y ya de pie, sosteniéndome de Kirok, enfoqué toda mi atención en Andrew, en cómo tomaba en sus brazos a su hermana como si de un bebé se tratara. La piel de Cailye se veía con más color, y sus mejillas volvían a ser rosadas igual que sus labios; hacía fuerza sobre la camisa de Andrew, más como reflejo instintivo que otra cosa, y murmuraba algo ilegible.

Mi mirada interceptó a la de Andrew otra vez. Sus ojos lucían cansados, cansados pero aliviados, y su postura y expresión poco a poco volvían a ser las de antes. Serenidad, cabeza fría, análisis, razonamiento. Volvía a ser el Andrew que conocía, el que tenía todo bajo control.

Asintió para mí.

—Está bien, va a estar bien —masculló, solo para mí, como si quisiera calmarme a pesar del par de metros que nos separaba. Quería que supiera que todo estaba bien—. Cailye estará bien.

Solté el aire, aliviada, más de lo que mi cuerpo me permitiría. Dejé caer un poco de mi peso sobre mi familiar, y él aceptó el apoyo extra que ejercía sobre él. No me dejaría caer, eso bastaba. Mi cuerpo estaba exhausto, no podía ni siquiera caminar.

Capté movimiento por el rabillo de mi ojo, y al girar la cabeza me topé con los ojos bien abiertos de Calisto, recostada contra una pared cercana, con los brazos adheridos a la pared como ventosas, y con su pecho subiendo y bajando a un ritmo desmesurado. Movía los ojos de un lado a otro, entre todos los presentes, sin poder creerse todavía lo que había sucedido.

—¿Q-Qué p-pasó? —preguntó, incluso asustada.

Suspiré, esa fue toda mi respuesta. Yo tampoco sabía qué demonios había sucedido.

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