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1. Cita con el desastre

Love The Way You Lie Pt 2 - Rihanna

Un mes después de Aqueronte

Lo primero que hice al entrar a mi habitación fue dirigirme a la gran ventada que daba al árbol del parque residencial, luego de cerrar de un portazo la puerta con seguro. Cerré las cortinas con excesiva fuerza, revisando bien que no dejaran ningún rastro que delatara el interior de mi cuarto.

Respiré con dificultad y traté de controlar mi constante pánico para que mis emociones se mantuvieran a raya. Pero era difícil, era complicado pretender que todo estaba bien, cuando la realidad era lo contrario. Todo estaba mal en mí, y siempre que pensaba en ello los ataques comenzaban.

Comencé a vestirme, con la ropa de invierno más oscura que encontré, debido a que no podía dejar que nadie lo viera. No podía permitir que nadie se percatara de la forma en la que mis venas se marcaban sobre mi piel. Se veían violetas, como si no circularan sangre, idénticas a la piel de un cadáver.

Debí suponerlo, debí hacerle caso a At y a Kirok cuando me advirtieron que las consecuencias por usar el Filtro de esa forma tarde o temprano se mostrarían. Debí suponer que aquel tremendo dolor luego de la batalla del lago solo era el comienzo. Pero jamás imaginé que de una manera tan literal.

Decidí creer que todo estaría bien siempre y cuando descansara mientras el Filtro hacía su trabajo; pero lo que nunca me imaginé fue que en verdad podría llegar a dejar de funcionar.

Los dolores de cabeza eran cada vez más duraderos, al igual que el molesto zumbido en mis oídos y el mareo; sentía una punzada en mi corazón, como si me clavaran una estaca, como último aviso de lo que me pasaría. Algo a lo que, después de dos semanas, decidí bautizar como ataques, porque eso era lo que eran.

Cada vez que me sentía de esa forma, por lo general luego de estar cerca de alguien que atravesaba una mala situación, significaba que la energía negativa que todavía guardaba en mi interior tomaba fuerza. Podía controlarlo, pero eso no impedía que por mi cabeza pasaran imágenes y pensamientos horribles que no quería recordar.

Trataba de conservar la calma, de esa forma me mantenía bajo control, pero con el pasar de los días hasta la más mínima acción o comentario ajenos me alteraban lo suficiente para sentir los primeros síntomas, era más y más dificultoso pretender que todo estaba bien.

Todo empezó una semana después de sellar a Hades, ese día sentí el primer mareo, luego el dolor de cabeza, y por último la punzada sobre mi pecho acompañada de la sordera temporal. Al comienzo estaba confundida, muy alterada, entraba en pánico siempre que pensaba en lo que me estaba pasando... y así sucedió gradualmente, hasta que todo lo que sentía por dentro se manifestó en mi cuerpo.

Por todo mi cuerpo se empezó a extender una tinción epidérmica sobre mis venas, pero la zona más afectada eran las venas de mis muñecas, cuya marca violeta oscuro se extendía por mis brazos como telarañas. No dolían, pero eso no significaba que no me preocuparan, más aún si cada día se extendían más por mi cuerpo como un parasito.

A los pocos días ocurrió el primer ataque, luego de acompañar a mamá al hospital y escuchar el llanto de una de sus pacientes terminales, lo que ella sentía se me adhirió y por mi mente pasaron pensamientos tan tristes que todavía no me recuperaba de la sensación.

Nadie lo sabía, por supuesto, ni siquiera At, aunque tenía la sospecha de que lo intuía. Me las había arreglado para mantenerlo en secreto de los demás, pero cada día que pasaba era más difícil mantener algo así escondido. Y no era que no quisiera decírselos, de hecho, debía hacerlo, era solo que temía lo que pasaría después si ellos se enteraban.

Comencé a pensar en lo que debía hacer cuando noté que algo andaba mal, pero no conseguía idear un plan a seguir. Temía lo que la Corte Suprema hiciera conmigo si se enteraban, temía la desaprobación y decepción de mis amigos, temía en lo que se convertiría mi vida si aquello salía a la luz.

Pero también tenía miedo por mi familia, por lo que le podría pasar a quienes tenía cerca; me aterraba imaginarme que de no hacer nada podría ocasionar un daño mayor. No quería pensar en el día que no pudiera controlar lo que había en mi interior y por ende me dejara llevar por lo que tenía dentro.

Me miré al espejo de soslayo, con mi cuerpo vestido completamente de negro. Desde mis zapatillas hasta mi chaqueta, e incluso mis guantes de lana y la bufanda que abrazaba mi cuello. Todo eso ocultaba las marcas sobre mi cuerpo, toda esa ropa oscura ocultaba mi problema.

Permanecí unos segundos mirándome al espejo, tratando de quitar de mi cabeza todas las preocupaciones que ocupaban mi mente y así mantener mis emociones a raya. En especial ese día. De todos los días que pasaron, ese día debía poder controlarme.

Tan solo un mes había trascurrido, y tres semanas desde el primer síntoma, nadie se percataría todavía, no mientras continuara aparentado que todo estaba de maravilla tanto ante la Corte Suprema como ante mis amigos y familia.

El sonido de mi celular me sacó de mis pensamientos, indicando una llamada entrante. Lo tomé de encima de mi mesita de noche y al leer el identificador me aclaré la garganta para sonar lo más normal posible.

—Sara —saludé, con energía, como lo hacía habitualmente—, ¿cómo has estado? ¿Cómo te va en tu luna de miel?

—Qué graciosa —respondió ella, y me la imaginé rodando los ojos con una sonrisa oculta en sus labios—. No es mi luna de miel.

—Pues lo parece. Debe estar haciendo mucho frio en Nueva York, ¿no es así? Si aquí la temperatura está baja me imagino que allá más.

Sara se había ido de vacaciones a Nueva York hacía dos semanas, a visitar a Daymon aprovechando que como era costumbre, sus padres no se encontraban en el país. La extrañaba, pero una parte de mí agradecía su lejanía porque así no se percataba de mi situación.

—No más que por allá. Aunque hay cierta persona que lo único que hace es tirarse sobre la nieve y hacer muñecos de nieve. Parece un niño, y yo su madre. —Suspiró—. Y creo que no les caí bien a sus padres, siento que me odian.

—Eso es imposible —rebatí—. Eres el tipo de nuera que cualquier madre querría tener, ¿por qué te odiaría si eres encantadora con los adultos, con los ancianos, con los niños, e incluso con los animales? Deberías lanzarte para Miss Universo. No tiene sentido que tus suegros te odien.

—Es solo una intuición, creo que notan que hay algo diferente en mí, igual que en Daymon. Y tengo el presentimiento de que querían a alguien humana que lo sacara del mundo sobrenatural en el que vive. Lo único que me consuela es saber que le agrado bastante a Sophi. Es bueno saber que mi cuñada me aprecia.

Sonreí, contenta por ella y por el camino que estaba tomando su vida. Al menos a los demás les estaba yendo mejor que a mí. En realidad, solo a mí me estaba yendo fatal.

—También la quiero conocer, Daymon me habló mucho de ella. Me gustaría que conociera a Cody, creo que se llevarían bien. Y, Sara, ¿cuándo piensas volver?

—Este fin de semana vuelo de regreso, tengo que usar las millas de viajero frecuente que mis padres acumularon. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo van las cosas con Andrew?

Justo en el otro problema.

Mi vida era complicaba, pero a pesar de eso se constituía de dos grandes conflictos principales, causantes de todos mis pequeños problemas. Por un lado, estaban las consecuencias de mis imprudencias, que actualmente se reducían a que cargaba en mi interior toda la maldad de Hades. Y por otro lado estaba Andrew; la única persona capaz de sacar tanto lo mejor como lo peor de mí. Una muy mala combinación teniendo en cuenta mi susceptibilidad reciente.

—¿Que cómo voy con Andrew? —repetí, no muy segura de querer entrar a ese tema—. Sara, ni siquiera yo misma lo sé. Lo quiero, sabes que lo quiero, creo que todos saben que lo quiero, él sabe que lo quiero... Pero no sé lo que él quiere. Nunca me ha dicho que quiere ser mi novio, ni me ha dicho que me ama, ni siquiera ha respondido formalmente a mi confesión. Solo está ahí, y ni siquiera le puedo poner un nombre a lo nuestro porque no puede ser más complicado de explicar.

—Dale tiempo —aconsejó Sara—. Sabemos cómo es Andrew, y la dificultad que tiene con expresar lo que siente en palabras.

—Lo sé, entiendo que para él no es fácil, pero para mí tampoco lo es. Ya no quiero seguir esperando, porque no sé lo que él siente, y me duele sentirme a la deriva y confundida...

—Oye, cálmate —me interrumpió—. Tranquilízate y respira. Andrew te quiere, solo que a su manera, eso te lo ha demostrado. Ten fe en él, confía en lo que él hace por ti.

Solté un suspiro pesado.

—Es más fácil decirlo que hacerlo —mascullé, luego añadí en voz más alta—. Lo veré hoy, en el centro comercial, me estaba arreglando para salir.

—¿Una cita? Es un comienzo al menos.

—No estoy segura de que se trate exactamente de una cita. Solo me dijo que necesitaba verme en un lugar que no fuera Prados Mágicos, así que eligió el Chic Center.

—Ahora que lo mencionas... Hoy se cumple un mes desde Aqueronte. —mencionó mi amiga—. Parece como si hubiera sido ayer que los portales se abrieron. Y también es el primer mes desde la muerte de Astra.

Aqueronte había sido el nombre que los medios de comunicación, y posteriormente los investigadores, le pusieron al caos apocalíptico que Hades provocó con sus demonios y con las criaturas que salieron de Kamigami. Todavía era muy pronto para que la gente encontrara una explicación creíble a esos sucesos. Las reconstrucciones seguían en Italia, al igual que la ayuda humanitaria proporcionada por otros países, y los damnificados todavía lloraban a sus muertos, pero todo el caso estaba en el limbo.

Los grupos de investigación, a nivel internacional, habían unido fuerzas para llegar a la verdad, una que por supuesto no creerían. Los aficionados se lo atribuían a los extraterrestres, y los creyentes a la Biblia; mientras que los científicos pensaban que todo se debía a experimentos ilícitos que salieron mal; igual que los militares creían que se trataba de un arma biológica que iniciaría la Tercera Guerra Mundial. Así que había millones de teorías, cada una más descabellada que la anterior pero igual de considerable, lo cual hacía más difícil el trabajo de llegar a una conclusión razonable.

La Corte Suprema no metió sus manos en el asunto, simplemente habían dicho que con el tiempo los humanos lo olvidarían. Lo cual dejó en evidencia que no conocían los límites de la curiosidad humana. Por lo que los Dioses Guardianes optamos por ignorar el tema para no levantar sospechas y permanecer en las sombras; y en el proceso evitamos que los incidentes con las criaturas mitológicas que todavía estaban en la Tierra se hicieran públicos.

Extrañaba en sobremanera a nuestra mentora. No podía dejar de pensar que si ella no hubiera muerto ese día las cosas habrían salido diferentes, y si no al menos sabría qué hacer con mi peculiar estado actual. Quizá me gritaría y se enfadaría conmigo, o tal vez solo me intentaría ayudar. No lo sabía, y ya no tenía caso pensar en eso, porque ella ya no estaba con nosotros, ya no podría sacarme de todos los problemas. El más afectado sin duda era Logan, él seguía muy dolido con su perdida.

—Sí, mis padres... No, mejor dicho, el mundo entero todavía no supera lo que pasó. La televisión está llena de programas extraños acerca de conspiraciones y el fin del mundo. Creo que la gente se está volviendo loca con el tema.

Escuché a Sara suspirar del otro lado de la línea, y no pude evitar suspirar también. Ella creía que toda esa desinformación causaría problemas tarde o temprano, pero ninguno le prestó más atención al caso porque teníamos otras cosas en las cuales pensar, como por ejemplo encontrar a Pandora. Pero la pelinegra seguía insistiendo en solucionar ese caso para impedir inconvenientes a futuro.

—¿Has hablado con Logan después de eso? Porque yo no. —Cambié de tema antes que mencionara algo al respecto.

—Yo tampoco, pero Daymon sí, ellos mantienen una buena relación. Dijo que está haciendo unas investigaciones en el mar Mediterráneo por orden de la Corte Suprema, y que enviaba saludos.

—¿En serio? —inquirí, sorprendida.

—No, no envió saludos, pero sí está en el mar Mediterráneo. Algo sobre otra grieta entre dimensiones, nada grave en realidad.

Las grietas dimensionales eran muy comunes desde que los portales volvieron a operar, de hecho, de ellas era que salían las criaturas de Kamigami que nosotros debíamos controlar. La tela dimensional era delgada, debido a eso por todo el mundo se hallaban algunas. Duraban poco tiempo abiertas, y era peligroso atravesarlas; era por eso por lo que la única puerta segura y oficial entre mundos era el portal del Olimpo. Aunque claro, eso no impedía que uno que otro monstruo curioso le diera por saltar.

—¿Segura que no es algo que nos necesite? Lo último que quiero es tener que salir de mi casa como la última vez. Creo que mi padre me ataría a mi cama si le saliera con la misma historia de nuevo.

—Segura —confirmó—, sino Evan nos hubiera dicho algo.

—Ah, sí, siempre lo olvido, todavía no me acostumbro a su nuevo cargo en el Olimpo. Se siente extraño no tenerlo cerca ahora que los Knight viven aquí. ¿Has hablado con él, quiero decir, por asuntos no oficiales?

A Evan, como uno de los hermanos de Zeus, le propusieron ayudar a la Corte Suprema como entrenamiento especial, para sacar a relucir su verdadero potencial divino. Por eso se mudó al Olimpo dos semanas después de Aqueronte, y por lo que nos dijo entendí que su padre estaba de vacaciones en Hawái, pero lo veía con frecuencia.

Lo extrañaba, al igual que todos, pues desde entonces solo lo veíamos por los reportes o cuando nos asignaban una misión juntos; pero, aun así, siempre que estaba cerca de él sentía una opresión en el pecho que me hacía sentir intranquila. No había tenido un momento de estar a solas con él para hablar, y con mi condición actual no estaba segura de si hablar con él sería lo correcto.

Hubo un pequeño momento de silencio.

—Sí, hablo con él seguido. Ailyn... —Parecía que quería decir algo importante, pero lo cambió a último momento—. Me tengo que ir, Daymon me necesita. Te llamo luego.

No comprendía por qué desde lo ocurrido en Paris Sara actuaba de forma diferente siempre que mencionaba un tema relacionado con Evan, y con él desde ese entonces no hablaba como de costumbre. Entendía que debía solucionarlo, pero todavía no estaba lista para afrontarlo. Yo... No quería herirlo.

—Está bien. Saluda a Daymon de mi parte y cuídate del frio.

—Y tú a Andrew y a la mocosa. Nos vemos la otra semana. —Y colgó.

Guardé mi celular en el bolcillo de mi chaqueta, y salí de mi habitación cuando estuve segura de que no había nada notorio a simple vista que delatara mi condición.

Me dirigí a la sala, ignorando las marcas en las paredes como evidencia del ataque a mi casa un mes previo, pero en el camino el olor a quemado captó mi atención.

Cambié el curso de mis pies hacia la cocina, y al llegar noté que una chica de cabello rubio recogido en dos coletas sostenía un pastel quemado en sus manos, mientras mi madre comenzaba a reír por la situación.

Retrocedí con cautela por dos razones: la primera porque toparme con Cailye era un problema si llegaba a notar mi cambio; trataba de evitarla, pero cuando no podía intentaba actuar lo más normal posible para que no oliera nada, algo que funcionaba ya que ella era algo despistada. Y segundo porque temía que mamá me ofreciera un trozo de aquel intento de pastel si me acercaba.

Tener a los Knight cerca tenía sus ventajas, pero también sus desventajas. Cailye se había encariñado tanto con mi madre que era difícil sacarla de mi casa. La comprendía; después de tantos años solos era agradable disfrutar del calor de una madre, pero era casi imposible sacarla de mi apartamento a pesar de que el suyo estaba unos pisos abajo.

No fue suficiente mudarse a Michigan, la rubia insistió en rentar un apartamento en Prados Mágicos... Era más cercanía de la necesaria hasta para mí.

Cailye siempre buscaba excusas para venir a mi casa, e inventaba algunas para no irse. Tanto así, que ya teníamos un pequeño colchón para ella cuando se quedaba a dormir. Se estaba convirtiendo a la fuerza en una integrante de la familia, y a Andrew no parecía importarle; aunque en realidad, a mí tampoco me afectaba.

Cada vez las encontraba juntas más a menudo, y siempre en la cocina. A mi madre le encantaba la cocina, en especial los postres, y halló en Cailye lo que no había en mí: el amor a los dulces y el talento culinario. Por el contrario, mi padre todavía no la aceptaba, mucho menos a Andrew. Ambos sabían lo que era, pero aún no se acostumbraban a la idea de que su hija fuera una diosa y que pasara tanto tiempo con amigos dioses.

Mucho más después del ataque a la casa. Mis padres recibieron terapia debido a las secuelas, y hablé con ellos para explicarles más o menos lo que sucedía. Sin embargo, a pesar de saberlo no les agradaba la idea. Lo sobrellevaban, pero a duras penas.

Escuché las carcajadas tanto de mi madre como de Cailye, y no pude evitar sonreír también. Sara estaría muy celosa del acogimiento de la rubia por parte de mi mamá, considerando la casi apatía de mi madre hacia mi mejor amiga.

Retrocedí, tan elevada en mis recuerdos, que no me di cuenta de que ya estaba en la sala. Sentí el impacto contra el espaldar del sofá, y al darme la vuelta me topé no solo con Cody, sino con At al otro lado del mueble, los dos viendo televisión.

Eran cercanos, demasiado para mi conveniencia, incluso estaba casi segura de que mi hermano sabía quién era ella, y esa extraña alianza me resultaba antinatural, incomoda y peligrosa.

—¿No tenías entrenamiento de voleibol hoy? —recordé.

—Tenía. No quise ir —respondió él, despreocupado, sin apartar la vista del televisor.

Vagamente fui consciente de que lo que Cody y At estaban viendo era el noticiero nacional. En específico, estaban hablando sobre los sucesos que ocurrieron durante Aqueronte, y los testimonios de personas que afirmaban haber visto adolescentes usar magia y enfrentarse a los fenómenos que aparecieron. Las cámaras habían captado imágenes y videos que apoyaban la teoría, y por ende las autoridades no descartaban la posibilidad de que hubiera algún grupo juvenil con habilidades o conocimientos extra involucrados.

Un frio nervioso me recorrió, preocupada de que nos reconocieran, pero sabía que los investigadores nunca creerían en una historia tan inverosímil. Sin embargo, por muy pequeña que fuera, existía la posibilidad de ser descubiertos, después de todo de eso se trataban las investigaciones.

—¿Y eso por qué, señor nunca falto a un entrenamiento? —continué, tratando de ignorar las voces de los reporteros que aseguraban nuevas teorías con evidencias mejor fundadas.

—Porque va a nevar y no me quiero mojar. —Volvió la mirada hacia mí, y me observó por un momento con esa seriedad que usaba cuando sabía que algo iba a suceder pero que estaría fuera de su control—. Tú tampoco deberías salir hoy. La gente todavía está muy alterada por lo que pasó, mucho más hoy que se cumple el primer mes.

Entrecerré los ojos, y por instinto me alejé más tanto de él como de At.

—No pasará nada, no creo que nadie sospeche de una simple estudiante de preparatoria. —Posé mi mirada en la lechuza, que a su vez me miraba con la misma severidad de siempre; pero en seguida volví a mirar a mi hermano—. De todas formas, no tardaré. Vigila a Cailye hasta que vuelva, no dejes que queme la casa, ¿bien?

Él asintió sin mucho interés, así que caminé hacia la puerta principal y ubiqué mi mano sobre la perilla. Cuando abrí la puerta, Cody volvió a hablar.

—Ocultar tus problemas no harán que desaparezcan. Tarde o temprano tendrás que enfrentarlos, y mientras más te demores peor serán las consecuencias.

Me quedé quieta, en mi lugar, sin voltearme a ver a mi hermano menor; lo único que hice fue morderme la lengua y salir de mi casa, sin decir una sola palabra más.

Tres paradas del autobús después, bajé del transporte público, lamentado no tener mi Suzuki para evitarme la cantidad de cosas que encontraba en dicho transporte. En el transcurso observé algunos grafitis que las personas hicieron en torno al acontecimiento más apocalíptico de la historia: Aqueronte; éstos, junto carteles y otras expresiones de arte referentes a ese hecho, me hicieron pensar que aquel suceso jamás sería borrado de la memoria de los personas.

Hacía mucho frio, y como dijo Cody, el cielo anunciaba una nevada. Acomodé mi bufanda para que abrigara más territorio en mi rostro justo cuando ingresé al centro comercial repleto de gente. Había cientos de personas, realizando sus compras, y es que pronto sería navidad, y en esa época la gente solía gastar más dinero que en el resto del año.

Entre la multitud de gente conseguí atravesar la entrada, con rumbo trazado hacia la plazoleta de comidas donde Andrew me citó.

Estaba nerviosa, no solo por mi condición sino porque no conocía el motivo por el cual quería verme, y menos en un centro comercial. Nos veíamos todos los días, era inevitable con las misiones y viviendo en el mismo edificio, así que su repentina citación me tomó por sorpresa.

El que yo lo invitara era considerable, pero viniendo de él no dejaba de ser sospechoso. Es decir, se trataba de Andrew, el chico más inexpresivo y reservado que conocía; no me esperaba ni siquiera una respuesta a mi confesión.

Tragué saliva con fuerza en cuanto lo visualicé, a varios metros de mí, parado cerca de un puesto de comida con los brazos cruzados sobre el pecho y la capucha de la chaqueta cubriendo su rostro. Se veía tétrico, como el tipo de persona que no esperas encontrarte en un callejón, y es que su cuerpo entero gritaba que no se le acercaran. Y le funcionaba, repelía bien a las personas, y en especial a las chicas a pesar de ser un dios. Después de todo, de eso se trataba; nunca fue su fuerte ser sociable.

Respiré una y otra vez antes de decidir acercarme, y justo cuando estaba a unos pasos de él, levantó la cabeza y de repente sus ojos oscuros se cruzaron con los míos. Un escalofrío recorrió mi espalda, y un movimiento incomodo se hizo presente en mi estómago. Me observó como de costumbre, como si fuera una página de un libro en arameo o algo por el estilo, como si tan solo fuera un bicho raro.

—Llegas tarde —dijo, en voz baja, dando a entender que no hablaba desde hacía varias horas. Se aclaró la garganta y continuó—. Creí que no ibas a venir.

Una media sonrisa se deslizó en mis labios, mientras que su rostro permanecía igual de inescrutable que una estatua. Y a pesar de ello, sus ojos contradecían la expresión de su cuerpo.

—No podía decir que no. No todos los días me pides que te vea en un lugar tan público como este. A ti no te gusta estar entre tanta multitud, odias las concentraciones masivas de personas.

Alzó una ceja, interesado, y se incorporó para comenzar a caminar.

—No, de hecho lo detesto, pero a ti sí te gusta venir a este tipo de lugares.

Pasó por mi lado, dándole una rápida ojeada a mi vestimenta despampanantemente negra y encubridora. La única parte de mi cuerpo al descubierto era mi rostro, el resto permanecía escondido bajo metros de gruesa y oscura tela que cubría a la perfección todas las secciones afectadas por las venas.

—¿Para qué me citaste? —pregunté alcanzándole el paso, y evitando a un par de personas en el proceso.

Mantuvo la vista al frente, concentrado en el camino, y dirigiéndome una que otra mirada fugaz por el rabillo del ojo.

—Hoy se cumple un mes desde Aqueronte —mencionó, pero no entendí qué relación tenía con mi pregunta—, y ayer un mes desde que te me confesaste.

Mis piernas se detuvieron por sí solas, y comenzaron a temblar. Lo miré, y justo entonces me percaté de que él hizo lo mismo un par de pasos adelante. Mi rostro lucía desfigurado, su comentario me tomó con tal sorpresa que no supe cómo reaccionar.

—¿Eso qué tiene que ver con que me quisieras ver aquí?

Me observó sobre su hombro, y medio sonrió con nostalgia y gracia. Una sonrisa, o algo así, capaz de detener mi corazón.

—No podía llevarte al parque en pedazos cerca de la casa de Sara, ni al hotel de Francia o la torre Eiffel, mucho menos al Lago de los Recuerdos, por lo que solo quedaba este lugar. Está más cerca de casa y evitamos usar magia al venir.

En el parque nos conocimos, en Francia fue nuestro primer beso y mi confesión, y en el Lago de los Recuerdos él me devolvió el beso. Pero ¿qué significado tenía para nosotros el Chic Center?

—Ya tengo la respuesta que querías —soltó, y al hacerlo sentí cómo mi corazón golpeó mi pecho con una fuerza abrupta, tan de repente que me dolió. Fue como si me golpeara contra una pared sin ninguna protección.

Retrocedí un par de pasos, consternada, mientras los latidos de mi corazón se hacían cada vez más contundentes. Me llevé la mano al pecho y me atraganté con mi propia saliva. Estaba preparada para algo así en algún momento, pero en ese preciso instante mis emociones dispersadas e intensas me desestabilizaban. Además, esperaba tener más tiempo para prepararme psicológica y emocionalmente para algo así. ¡Y ese era un lugar lleno de gente! Había miles de sentimientos negativos a mi alrededor que mi Filtro roto no tardaría en absorber.

—¿Te sientes bien? —Lo vi acercarse a mí, pero cuando intentó tocar mi hombro me aparté de repente.

Las venas me ardían, mi cabeza me daba vueltas, y sentía que mi cuerpo en cualquier momento explotaría. El frio me carcomía la piel, como si mi cuerpo se congelara de a poco, y respirar se volvió una tarea difícil.

Mis piernas cedieron, y me arrodillé en el suelo para no desplomarme. Miré a mi alrededor, en busca de la fuente de aquel detonante, y me encontré con un par de niños abandonados en los pasillos. Estaban perdidos, y lloraban, podía sentir en mi cuerpo su miedo, y aquel sentimiento se mezcló con mis propias preocupaciones amorosas.

Debía controlarme, como lo hacía siempre que sentía que uno de los ataques se apoderaría de mi cuerpo, pero la presencia de Andrew a pasos de mí me ponía demasiado ansiosa para conseguirlo, y los niños lloraban cada vez con más fuerza.

Muy nerviosa. Demasiado ansiosa. Y excesivamente alterada.

Mis muñecas ardieron como si fueran llamas, al punto de quemar.

Si él se enteraba, si ese chico de cabello ámbar sabía lo que hice y lo que podría llegar a suceder por eso... No. No podía dejar que él se diera cuenta de mi estado.

—Yo... —Intenté hablar, pero mi voz se cortó debido al aumento de ardor en mis muñecas, proporcional al aumento del miedo del par de niños.

No lo soporté más; me quité los guantes en un intento desesperado por calmar la efervescencia que me consumía, sin meditar lo que aquella acción desencadenaría. Solo quería que esa sensación se detuviera antes que el dolor de cabeza llegara, y luego, si los zumbidos se hacían presentes, nada evitaría que Andrew presenciara uno de mis ataques.

Vi los ojos de Andrew justo frente a los míos, su frente alineada con la mía... Y comprendí que le acababa de revelar lo que con tanto esfuerzo conseguí ocultar durante un mes.

Noté el horror surcar sus facciones, justo antes de enfocar sus oscuros ojos en los míos, confundido y enojado.

—¿Qué hiciste? —interrogó, pero no encontré mi voz para responderle—. ¡Responde, Ailyn! ¿Qué demonios hiciste?

Bajé la cabeza, y me mordí la lengua con toda la fuerza que pude para aliviar en algo el ardor en mis muñecas. Quería salir corriendo y esconderme en un lugar donde nadie me encontrara nunca, pero eso no importaba porque él lo descubrió.

Sentí la forma en la que Andrew sujetó mis hombros, mientras continuaba atacándome con todo tipo de preguntas. «¿Qué hice? ¿Por qué no le dije? ¿Qué tenía en mi cabeza? ¿Cómo se me ocurría hacer cosas que pusieran en peligro mi vida? ¿Por qué siempre trataba de morir...?» y otras muchas que no respondí, y que mientras hablaba ni siquiera lo miré a la cara.

La razón era muy sencilla: no sabía qué decirle ni por dónde empezar.

Poco a poco el ardor desapreció, igual que los niños, pues cuando me fijé de nuevo en donde estaban ya no se hallaban ahí.

Pasaron varios segundos de silencio, quizá minutos, tan prolongados que al no escuchar su voz me atreví a subir la cabeza, y al hacerlo me encontré con sus oscuros ojos sobre mí, tan penetrantes y severos como meses atrás. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, aterrada de que volviera a observarme como lo hacía cuando nos conocimos.

Los ojos comenzaron a arderme, producto de las lágrimas contenidas, y solo cuando Andrew volvió a hablar pude tragarme el nudo de mi garganta, pero en lugar de alivio lo que sentí fue derrota, y una inmensa tristeza.

—Necesito que me expliques lo que está sucediendo, Will, o yo mismo sacaré conclusiones.

A pesar de que escuchar mi apellido salir de su boca fue como una acuchillada directo al corazón, me las arreglé para asentir.

La atmosfera entre Andrew y yo no podía ser más pesada, era como si cargáramos yunques sobre nuestras cabezas o como si estuviéramos sumergidos en mayonesa. El peso de mis actos expresados en palabras me asfixiaba con cada segundo que pasaba en los que Andrew no decía ni una palabra.

Se mantenía sentado a mi lado en una de las bancas del sector de comidas, con la vista al frente y los brazos cruzados sobre el pecho; su cabello les hacía sombra a sus ojos, por lo que descifrar su expresión era misión imposible. A pesar de todo lo que le dije, de que le conté con exactitud lo que hice y por qué, él seguía sin decir nada ni cambiar su postura.

Yo, por otro lado, jugaba con el sorbete de una bebida que Andrew me compró para que de alguna forma me sintiera mejor después de mi casi ataque, pero apenas sí había tomado un par de sorbos.

No sabía qué pensar, ni qué respuesta esperar de su parte. Su silencio resultaba más tortuoso y doloroso que sus mismos gritos. Era como esperar un veredicto, en el peor de los sentidos.

—Andrew... —empecé, al ver que de seguir así pasaríamos todo el día de esa forma, pero él me interrumpió.

—Todavía no lo entiendo —Posó sus ojos en mí, con el ceño fruncido—. ¿Te arriesgaste a usar el Filtro de esa manera para impedir que Dark se fuera al infierno? ¿Pusiste tu vida en peligro por un demonio?

Negué lentamente con la cabeza, y hablé en voz baja y cansada.

—Esa no fue la única razón. Hacía falta equilibrio, un sacrificio, y no quería que ninguno de ustedes lo hiciera. No quería sacrificar a nadie si tenía una manera de evitar pérdidas. El tiempo era poco y debía tomar una decisión; de no hacerlo todo sería en vano. Se supone que una líder recibe los golpes de su equipo, ¿o no? Yo solo quería proteger a mis amigos. —Soltó un bufido, dando a entender que no lo convencía—. Además, de enviarlo con Kirok, seguiría siendo el mismo. Le di una oportunidad, a los dos, tanto a él como a Hades; tal vez no fue una buena forma de hacerlo, pero el resultado es el mismo. Hades... lo liberé, quiero creer en eso.

—Te importa demasiado poco tu vida —masculló, molesto, con las marcas de sus venas en sus cienes.

—Andrew, yo —traté de excusarme—, sé que lo que me pasa ahora es producto de lo que hice, que no tengo idea de cómo controlarlo y mucho menos solucionarlo. —Suspiré, desinflándome—. No necesito tus regaños, sé que estoy en problemas.

Me sostuvo la mirada, aunque intuía que tenía miles de cosas que decirme, que preguntarme, se quedó callado varios segundos. Sabía que por su cabeza debían estarse pasando un montón de pensamientos, demasiados para que pudiera comprenderlos con solo mirarlo.

—Tenemos que encontrar una forma de devolverte a la normalidad —Me miró a los ojos con intensidad—, antes de que ocurra algo peor.

Volví a suspirar.

—Lo sé, y ahora que tú lo sabes supongo que debo decírselo a los demás.

—No —se opuso con firmeza y seguridad—. Ahora mismo estamos muy ligados a la Corte Suprema. Si alguien más lo sabe es posible que llegue a sus oídos de una y otra forma, y si eso ocurre...

—Me matarán —concluí con amargura.

Por un momento su mirada se suavizó, casi con compasión.

—Es lo más probable. Debemos encontrar una solución nosotros solos, prefiero no correr riesgos.

Que él lo supiera tenía sus ventajas, al menos así no me sentiría tan sola y acorralada, y con su ayuda tenía más posibilidades de recuperarme.

Abrí la boca para agradecerle, pero la vibración de su celular nos interrumpió. Lo sacó de su bolsillo, y saludó con un seco «hola» a la persona del otro lado de la línea.

—¿Qué pasó? —preguntó él.

Escuché murmullos, pero no entendí lo que la otra persona le decía.

—¿Tiene que ser ahora? —Me miró preocupado cuando lo dijo.

Fruncí ligeramente el ceño, consternada.

—De acuerdo, voy enseguida. —Y colgó.

Observó la pantalla antes de guardar de nuevo su celular, y luego clavó sus ojos otra vez en mí mientras se incorporaba.

—Debo irme, Evan me llamó, me necesita para una misión en México, algo relacionado con Arpías.

—Entiendo. —Tragué saliva, y lo miré con timidez—. ¿Estás molesto conmigo?

—No —respondió seco.

—¿Decepcionado?

—No. —Ahora sonó cortante.

—¿Tu opinión sobre mí volvió a cambiar?

—Ailyn —regañó, cerrando ligeramente los ojos. Al menos me llamó por mi nombre, evidencia de que no estaba tan molesto como yo esperaba.

—Perdón, perdón. —Tomé aire—. Es solo que no quiero que vuelvas a mirarme como lo hacías cuando nos conocimos, como si fuera el peor problema en tu vida, o mejor dicho, una maldición.

Suspiró.

—No estoy molesto contigo —aclaró.

Recorrió mi cuerpo con su mirada, escaneándome. Buscó en su chaqueta de invierno un objeto, hasta que encontró un sobre blanco; lo contempló un segundo antes de entregármelo, no parecía convencido.

—¿Qué es? —indagué.

—La razón por la que te cité aquí. No es gran cosa, pero supuse que a ti te gustaría.

—Gracias. —Intenté sonreír, pero no lo conseguí.

Asintió una vez, y se dio media vuelta para desaparecer entre la gente sin ningún otro gesto de su parte. Lo observé marcharse, como una mancha borrosa entre el tumulto, alejándose sin mirar atrás, y por un segundo sentí un nuevo vacío en el estómago al verlo partir.

Centré mi atención en el sobre en mis manos, y respiré varias veces antes de animarme a abrirlo.

Hacía más frio ahora, pero a pesar de eso no estaba segura si mis manos temblaban por esa razón o se trataba de los nervios que recorrieron mi cuerpo al notar que se trataba de una carta, una bastante larga, escrita a mano con la letra de Andrew.

Tomé aire y tragué saliva. Era la primera carta que Andrew me escribía, y el que se tomara la molestia de pedirme que fuera con él al centro comercial solo la hacía más especial. Vacilé antes de comenzar a leer las tres hojas que abarcaba, pidiendo a los dioses que su contenido fuera positivo.

~~

Para Ailyn.

Espero que esto te haga feliz.

Desde que nos conocimos me has pedido explicaciones de todo lo que hago, y eso jamás me agradó; me gusta mi privacidad. Pero ahora que sé que para ti conocerme es importante decidí expresar en una carta lo que no soy capaz de decirte en persona.

Nunca conocí a una persona como tú, contradices todo lo que conozco de la gente. No pensé que pudiera existir una persona tan cobarde y valiente al mismo tiempo, tan insegura pero decidida a la vez, tan egoísta, pero sin dejar de ser altruista.

Eres toda una contradicción, una que todos los días trato de comprender. Actúas de una forma tan extremista en ocasiones que no sé si reírme o gritarte, porque creo que ni siquiera tú eres consciente de lo confusa que resultas.

Traté muchas veces de comprenderte, de entender tu forma de actuar y de ser, pero aún no encuentro explicación a tu personalidad. Eres como una difícil ecuación de matemáticas, cuyo resultado es más confuso que el infinito. Eres totalmente indescifrable.

Al comienzo te odié por tu imprudencia, por tu costumbre de meterte en todo, por tu cobardía, por tu falta de compromiso; quería que aprendieras la importancia que representa cualquier vida, que maduraras, que evolucionaras; porque tenerte cerca como eras me parecía un insulto a lo que somos y todo lo que nos costó acostumbrarnos, porque para ninguno fue fácil, recuérdalo.

Abandonamos mucho por ser quienes somos, y los sacrificios fueron difíciles; los errores que cometimos nos costaron demasiado, y cada decisión que tomamos afectó a alguien de alguna manera. No quería que por tu culpa perdiéramos lo poco que teníamos, ni que nos arrastraras con tus acciones a un futuro peor que nuestro pasado. Tu inexperiencia y tus miedos eran y siguen siendo peligrosos, no solo para ti.

Y la única forma que se me ocurrió de abrirte los ojos fue presionándote para obligarte a ello, por eso te hablé como lo hice, para que reaccionaras y fueras capaz de ser la líder que puedes ser, una que inspire no solo de palabra sino de acción, que fuera capaz de tomar las decisiones correctas para todos, incluso para ti. Recuerda que en cada decisión que tomes también debes pensar en cómo te afectará a ti.

Pero luego te quebraste, justo antes de Aqueronte llegaste a tu límite, y fue en parte mi culpa por imponerte ser algo que no eres, porque te presioné igual o más que Hebe, cuando lo único que tenía que hacer era decirte que estaba bien tener dudas, que estaba bien tener miedo en algunas ocasiones, y que estaba bien ser tú. Debías concientizarte de la importancia de tu rol, pero ahora que te veo me doy cuenta de que había más de una forma de lograrlo. Tan solo necesitabas alguien que creyera en ti, y aunque sé que no lo parece, de una u otra forma todos lo hicimos a nuestra manera, incluso yo.

Me impresionó que lograras regresar tú sola a nosotros luego de la muerte de Astra, creí que esa era la gota que derramó tu vaso, pero sabía que no podía ayudarte porque si lo hacía jamás harías algo por ti misma. Quería que tocaras fondo para que pudieras salir a flote, y para ello no te podía salvar cuando estabas al borde del abismo.

Te vi caer, poco a poco, desde que el viaje comenzó, pero no debía interferir en eso, porque al final eras la única que decidía si continuar o rendirte. Y no lo lamento, ¿sabes? Porque si te hubiera salvado dependerías de mí para todo, y ese no era el plan.

Eras, sin duda alguna, el tipo de persona que alguien como yo odiaría, porque eres desesperante, y me sacas de quicio todo el tiempo con tu irritante personalidad llena de contradicciones y cambios de opinión, porque posees muchos aspectos que en algún momento odié. Pero ¿sabes?, cada vez que escuchaba tu voz, que te veía sonreír, que hablaba contigo, me hacías sentir algo. Como tú misma lo dijiste en una ocasión, me recordaste lo que se sentía la felicidad, el alivio, la risa, la ira, la preocupación, el miedo, el cariño... Conocerte fue como abordar una montaña rusa, donde no sabía si quería vomitar o gritar, y por ello casi me provocaste un infarto más de una vez. Eres como una dosis de adrenalina personal.

Creo que comencé a verte de otra forma debido a tu constante presencia; todo el tiempo estabas ahí, a pesar de mis intentos de alejarte, como una mala broma del universo queriéndome enseñar una lección, por eso te dije que eres el margen de error de mi vida, porque para ti no aplica ninguna de las normas naturales de los humanos.

Lo que siento por ti ni siquiera en palabras lo puedo explicar, porque siempre que pienso en ello me confundo más. Es parecido a un laberinto, ¿sabes?; crees encontrar la salida, pero es tan solo una pared más, y tienes que seguir buscándole los pies y cabeza a un sentimiento que es tan redondo que no los tiene.

Era inevitable que tu luz me atrajera, porque tienes un brillo tan grande que es imposible no notarlo, y todos lo hacemos, excepto tú. Sin embargo, al mismo tiempo tus miedos te impiden dejarlo salir. Eres algo así como un diamante en bruto, pero todavía no estoy seguro si eres un diamante o sigues siendo carbón.

Eras insoportable, solo pensaba en atarte los pies a la tierra, pero con el tiempo me di cuenta de que ese era tu don, que eres tan magníficamente extraña que tu cabeza piensa de otra manera. Hacías todo mal, o al menos la mayoría de las cosas, y siempre hacías lo que te venía en gana, cometiendo error, tras error, tras error. No tienes talento para el combate, mucho menos para la magia, ni siquiera sé cómo seguiste adelante aun cuando todos éramos mejores que tú hasta en cocinar, y es que no eres buena en nada, ni siquiera en respirar puesto que te he salvado la vida tantas veces.

A pesar de eso, de todo lo que te equivocabas, creíste en ti y en tu instinto. Consideraste bueno lo que todos consideramos malo, confiaste en la belleza del mundo aun cuando estabas rodeada de maldad, y te enfrentaste a ella con no más que fe; eres un caso perdido, pero eres el mejor caso perdido que conozco.

No te diré que eres la mejor persona del mundo, ni especial o diferente, ni que eres la mujer de mis sueños, ni nada de esas cursilerías. Solo quería que supieras que a pesar de todo lo que te dije cuando nos conocimos, de todo lo que tuvimos que pasar, y de todas las lágrimas que derramaste, creo que como eres ahora es como siempre debiste ser y que no me imagino un mejor resultado.

No necesitas ser como Atenea ni como Hebe, porque tu forma de ser es única y es lo que el Olimpo necesita: una probada de humanidad en su forma más pura.

PD: Te encontré sin buscarte, pero ahora no soy capaz de imaginar una vida sin tu irritante y desenfrenada presencia a cada momento. Me enamoré de ti, Ailyn, y sigo tratando de descifrar si eso es bueno o malo.

~~

Mis manos temblaban mucho más cuando terminé de leer y releer las palabras de Andrew. Las lágrimas recorrían mis mejillas hasta la carta en mis manos, creando pequeños círculos húmedos en el papel. Quería llorar con toda la fuerza de mis pulmones, que todo el mundo se enterara del torbellino de emociones en mi interior... Pero era incapaz de moverme, y mucho menos de soltar aquellas preciadas hojas que se convirtieron en una de mis posesiones más valiosas.

Todavía no era consciente del todo de que todo lo que leí eran los sentimientos de Andrew, me resultaba inverosímil que él decidiera comunicarme sus pensamientos de forma voluntaria. Sabía que hablar no era su fuerte, pero jamás imaginé que recibiría un detalle tan importante de su parte.

No sabía cómo me sentía al respecto. Por un lado, mi cuerpo rebosaba de alegría al enterarme de su propia palabra que estaba enamorado de mí, y que para él era extraña, una ecuación sin resolver; millones de mariposas hacían fiesta en mi estómago al entender que mis sentimientos eran correspondidos, y que tenía la esperanza de construir una relación con él en algún momento.

Pero la otra parte, aquella que seguía atada en la tierra, se sentía culpable por la fe que Andrew depositó en mí. Esa carta la escribió antes de enterarse de lo que hice, antes de que supiera que seguía cometiendo errores y que era posible que todo acabara realmente mal antes de empezar. Creía que era lo que los dioses necesitaban, pero la verdad era que con mi condición actual solo traería problemas, para todos.

Y entonces, escuché gritos, una discusión a pocos metros de mí. Se trataba de una pareja joven, que por lo que entendí estaban cerca de casarse. Escuché los reclamos de la chica pelirroja, culpándolo de una traición, de infidelidad, y las respuestas de él tratando de defenderse. Sentí en mi interior lo que aquella mujer sentía, todo ese dolor, esa desilusión, ese miedo... y cuando me di cuenta todo lo que ella sentía se estaba mezclando con mis propios miedos e inseguridades en una muy mala combinación.

Mi pecho me dolió; sentí mi corazón tan marcadamente que parecía que se quería salir de mi cuerpo, y el zumbido en mis oídos se hizo presente de nuevo.

Debía mantenerme tranquila para evitar un ataque, pero no podía evitar que las emociones de la chica me afectaran, y al mismo tiempo no podía dejar de pensar en que por mis actos los sentimientos de Andrew hacia mí se podrían ver afectados. ¿Y si yo terminaba como una bomba atómica que lo lastimara? ¿Y si al salirme de control lo hería o a algo importante para él? Había tantas otras cosas que considerar, que nuestros sentimientos por el otro no mejoraban nada el panorama, sino por el contrario.

Tenía miedo, mucho más que antes, de perderlo. Ahora que sabía que sentía lo mismo que yo me aterraba la idea de que algo ocurriera que me impidieran seguir amándolo o que él dejara de verme como lo hacía. Yo... No soportaría perder a una de las personas más importantes en mi vida...

Tenía miedo, pánico, de perderlo, porque solo cuando descubres cuán importante es alguien para ti es cuando consideras la posibilidad de perderlo. Y ese temor... era más grande que morir.

—¿Se encuentra bien? —La voz masculina de un señor mayor captó mi atención, justo cuando varias personas se detuvieron a curiosear la discusión entre la joven pareja, que por lo que alcancé a oír ella ya no quería casarse con él. Giré la cabeza unos centímetros, y me di cuenta de que la persona que habló se dirigía a mí—. Señorita, ¿está usted bien?

No me percaté del momento en el que me arrodillé en el suelo, ni en el que apreté las hojas en mi mano con toda la fuerza que pude. Solo era consciente del ardor de mi pecho, del mareo, y del dolor de cabeza que me atacó...

Luego escuché el sonido de una cachetada. En efecto, la joven novia acababa de golpear a su prometido justo antes de soltarle el anillo en la cara y escupirle un fuerte insulto mezclado con desilusión.

Y solo bastó sentir la estaca en mi corazón para comprender que aquello se trataba de un ataque, pero éste era diferente a los anteriores. Esta vez noté cómo el control sobre mi cuerpo se reducía, hasta el punto en que dejé de sentir los dedos, luego las manos, y pronto los brazos, como una enfermedad expandiéndose.

—Señorita, ¿está usted bien? ¿Quiere que llame a los paramédicos? —insistió el hombre, y entonces, simplemente me desconecté, como una lámpara apagándose.

Mis piernas palpitaban más con cada paso feroz con el que subía las escaleras de mi edificio. Mi respiración se sentía entrecortada, al filo de dejar de funcionar, pero en lo único que podía pensar era en llegar a mi casa.

Apreté con más fuerza la carta de Andrew contra mi pecho, como si alguien me la fuera a robar si no lo hacía, y con la adrenalina pura recorriendo mi torrente sanguíneo subí de dos en dos los peldaños de la torre A.

No recordaba lo sucedido luego de que aquel hombre me preguntara si me encontraba bien; mi memoria era una laguna a la cual tenía miedo entrar. No me agradaba perder mi memoria por lapsos de tiempo, era atemorizante pensar en lo que hacía cuando sucedía, más aún con mis poderes descontrolados por mi condición actual. Además, el que mi ropa de invierno estuviera llena de escombros no me tranquilizaba ni un poco.

Mi corazón se aceleró más al imaginarme el sinfín de posibilidades de que hubiera hecho algo malo que no recordaba. Me daba pánico pensar en lo que pasó, me aterraba la idea de que yo... tal vez cometí un gran error.

Con el corazón a punto de salirse de mi pecho y salir corriendo, y con el sudor cayendo a gotas por mi rostro, abrí la puerta de mi apartamento como si de una estampida se tratara. Adentro, y en cuestión de segundos, mi madre, Cody, y Cailye, posaron sus ojos sobre mí por reflejo. Los tres se encontraban frente al televisor, observando la información de último minuto que los periodistas comunicaban.

—Ailyn, ¿te encuentras bien? —preguntó mi madre, acercándose a mí de forma rápida.

La miré a ella, con sus ojos abiertos de par en par por la preocupación, y sin pensarlo dos veces posé mi atención en el televisor, atenta a lo que el hombre del canal decía:

«Nos encontramos en el lugar de los hechos, a las afueras de lo que hasta hace unos minutos se conocía como el centro comercial Chic Center, observando cómo en medio de los escombros los rescatistas continúan sacando sobrevivientes al atentado terrorista ocurrido hoy a las cuatro de la tarde. Los especialistas aún desconocen la causa exacta de lo que provocó el colapso del centro comercial; sin embargo, se estipula debido a lo poco que han dicho los sobrevivientes, que una bomba explosiva fue la causante de ese terrible acontecimiento...»

Sentí, en verdad sentí, cómo mi corazón dejaba de latir y mi respiración entró en shock tanto como mi cerebro. Un nudo se implantó en mi garganta, y podría jurar que la sangre abandonó mi rostro, dejándolo blanco como el papel.

Miré por instinto a Cody, y él a su vez me observó estupefacto, como si no terminara de asimilar lo que estaba pasando. Por otro lado, cuando le dediqué un segundo a Cailye, al notar su expresión de horror mientras me miraba a los ojos, supe que para ese punto ya no podía dar marcha atrás ni desentenderme de lo que estaba ocurriendo.

—Ailyn —llamó mi madre, pero su voz se escuchaba como si estuviera bajo el agua, demasiado lejana a mí—. Ailyn, te estoy hablando. ¿Por qué luces así? —Sus pupilas temblaron, y estiró su mano para tocarme—. Cariño, tú... ¿estabas ahí? ¿Estuviste en el Chic Center cuando ocurrió?

Su voz se quebró, y con ella el pánico entró a oleadas gigantescas a mi sistema. Mi cuerpo se estremeció, y comenzó a temblar desenfrenadamente.

Me aparté de ella, y arranqué a correr hacia mi habitación, presa del pánico y del miedo. Me sentía tan ahogada de temor que no era capaz ni siquiera de gritar. Una sensación opresora se instaló en mi pecho, haciendo que mi cuerpo olvidara cómo respirar y comenzara a hiperventilar.

La última vez que hiperventilé así fue en la ilusión de la niebla cuando fui a Salem, cuando creí que todos habían muerto, la diferencia era que ahora sí era real; nunca, desde que mi vida cambió, sentí tanto miedo, tanto pánico, como en ese instante. Me... El miedo de lo que me ocurría, de lo que podría hacer, me estaba consumiendo por dentro.

Cientos de imágenes sobre lo que pasó en el centro comercial arremolinaron mi mente, pero no eran más que suposiciones exageradas y aterradoras de lo que pasó, porque en realidad no recordaba ningún hecho en concreto. Sin embargo, el sentimiento de culpa latente no me era indiferente; estaba ahí, como si mi conciencia me gritara que hice algo espantoso.

Al llegar a mi habitación cerré la puerta con seguro, y al hacerlo escuché el impacto del cuerpo de mi madre al golpear la puerta. Dio innumerables golpes, mientras gritaba que abriera la puerta.

La entendía, sabía que el ver a su hija entrar como loca y luciendo como si hubiera salido de entre los escombros, más aun sabiendo lo que era, debía generarle miedo y preocupación. Pero en ese momento lo único que necesitaba era estar sola, aislarme y pensar en lo que me estaba pasando, en lo que me estaba convirtiendo.

—¡Ailyn Will! ¡Abre la puerta en este instante o juro voy a derribarla! —advirtió, y supe que hablaba en serio —. ¡Ya no huyas de nosotros, Ailyn, déjanos entrar en tu vida!

No podía dejar que entrara, no podía dejar que nadie se me acercara hasta que entendiera lo que me ocurría, en especial mi madre.

Con el corazón a mil, y presa de los nervios producto de la adrenalina, estiré mis manos al frente, en dirección a la puerta. Un brillo rosa se hizo presente en respuesta a mi acción, cubriendo las paredes de mi habitación como si me encerrara en un cubo. De esa forma sellé el cuarto, de tal manera que ni mi madre ni nadie pudieran entrar si yo no lo deshacía.

Era lo mejor, mantener a mi familia alejada por un rato era lo único que podía hacer para protegerlos, y para protegerme. Tenía demasiado miedo, estaba muy asustada como para hacer otra cosa más que hacerme un ovillo en un rincón de mi habitación.

No quería perder el control como lo hice, y lastimar a quienes amaba, pero tampoco sabía qué hacer para salvarme. Resistí un mes, pero ya no podía hacerlo más. Cargaba una bomba de tiempo, y lo último que quería era estar cerca de las personas que me amaban con la posibilidad de lastimarlas como sucedió en el centro comercial.

Yo... simplemente ya no podía ocultarlo. Yo... ya no podía controlarlo. Tomé una decisión, y ahora cargaba con las consecuencias no solo para mí, sino para los que me rodeaban.

Hundí mi cabeza en las rodillas, y me abracé con toda la fuerza que pude, esperando que de esa forma todo volviera a como estaba antes, rezando a los dioses que con ese simple acto remediara mi decisión y todo lo que tomarla me costó.

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