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Epílogo

Scars - Tove Lo

Una semana después, en alguna parte de Kamigami

Todos nacían con paz, con equilibrio y armonía en sí mismos. Excepto la primera mujer que los dioses habían creado como castigo a los humanos. Un error, uno que los dioses nunca se molestaron en solucionar.

Pandora era una deidad incompleta. Le faltaba paz. Le faltaba el silencio tranquilo que callaría todas las voces oscuras y todos sus demonios. Sus hijos y su única compañía. Los adoraba, pero no podía ponerles orden. Solo alguien podía, solo Elpis podía poner orden y paz donde había coas. Solo la esperanza. Solo la Luz de la Esperanza. Pero se la habían arrebatado de las manos cuanto la despecharon para que muriera de frio y de hambre. Ellos la rompieron, ahora ella recuperaría su equilibrio a costa de todo.

La primera mujer se encontraba sobre su trono, sentada a gusto mientras bebía una taza de vino que las ninfas cultivaron para ella. Contemplaba la ilusión frente a ella, un espejismo ovalado que le permitía observar sin ser observada a quienes deseara.

Vio a la reencarnación de Atenea, ensuciándose las manos y gastando energía divina para ayudar a los humanos afectados por la apertura de los portales. Detalló su cabello castaño lleno de mugre, su piel cubierta de moretones, y sus ojos ámbar tan brillantes de amor, de orgullo por salvar a los suyos... Y no pudo evitar sonreír ante su inocencia y estupidez.

Atenea era tonta, despistada y débil, nunca sería capaz de derrotar a Pandora, jamás le llegaría ni a los tobillos. Acertó en esperar a una portadora más humana y vulnerable, porque de esa forma ella tomaría lo que le pertenecía sin ningún inconveniente. Era perfecto, y hasta ahora, un total éxito.

Resultaba toda una suerte que la Atenea original se dejara llevar por sus deseos carnales, y que en su reemplazo apareciera una mortal todavía más incompetente y voluble, que se dejaba llevar por sus deseos personales con mucha más facilidad. Era tan solo una niña, algo perfecto.

Pandora se encontraba de buen humor, satisfecha por el rumbo que las cosas estaban tomando. Tomó otro sorbo de vino, y desvaneció la pantalla mientras la chica de ojos ámbar ayudaba a un par de humanos a sacar un niño bajo los escombros de una edificación.

Admitía que habían ocurrido algunas cosas fuera de lo planeado, debido a que la reencarnación de Atenea podía ser un tanto impredecible respecto a su actuar. Pero en general, las cosas salieron como lo tenía planeado, e incluso descubrió unas cuantas cosas que le podrían ser útiles en algún momento, una de ellas era la chica en coma que resultaba ser la amada del dios del sol. Un caballo perfecto para atacar su fortaleza.

Debía hacer algunos ajustes en cuento a la dirección que estaba tomando el grupo de Dioses Guardianes, pero eran humanos, y por ende mucho más fáciles de manipular. Su torpeza e ingenuidad los hacía blancos fáciles para los próximos ataques de Pandora, y eso no le podía fascinar más a la primera mujer.

Y a pesar de ello debía tener cuidado con un par de cabos sueltos, que si los pasaba por alto más adelante le causarían problemas, como lo hizo en su tiempo la Amazona Louis. Perséfone... su antigua amiga, podría volverse un problema, al igual que Hades.

Sin embargo, todas esas cosas que causaría problemas tenían solución, puesto que el corazón humano era mucho más frágil que su cuerpo, y las heridas físicas no se comparaban con las emocionales. Una herida se regeneraba, pero un corazón roto no.

Dolor. Miedo. Tristeza. Decepción. Odio. Ira. Envidia. Frustración. Existía toda una gama de sentimientos negativos que podía emplear con total libertad y sin levantar sospechas, pues eran conflictos de lo más común para un humano, y que le facilitaban la tarea ahora que el Filtro no sería más un problema. Las desgracias estaban emocionadas por participar.

A veces sentía que no podía esperar, que debía ir y tomarla con sus propias manos. Pero Elpis no la dejaría, sabía que no podría tomarla si su portadora era capaz de mantenerla bajo control. Por eso debía quitarle ese control, de lo contrario Elpis nunca regresaría.

Elpis... Cómo la extrañaba. Su luciérnaga, su luz. Su paz y su equilibrio. Deseaba verla de nuevo, más que a nada en el mundo.

Un par de toques a la puerta obligaron a la mujer a salir de sus pensamientos, desvaneciendo por un segundo la sonrisa de satisfacción y emoción que lucía.

—Diga —dijo Pandora con un tono de voz neutral.

Justo en ese momento no quería torturar a ninguna Amazona ni transformar a ninguna ninfa. No quería esconderse en las comunidades de deidades y sonreír con inocencia ante las desgracias que venían. No quería jugar.

—Alguien quiere verla, mi reina —contestó una vocecita femenina irritante del otro lado de la puerta.

—Recuerdo haber dicho que no quería visitas —contestó la mujer con desenfado.

Su voz, su tono era agradable, como un veneno dulce. Y, aunque no entendía por qué, solían asustarse pese a que siempre trataba de hablar de la mejor manera posible. Las deidades podían ser demasiado sensibles a una simple mirada del horror de las desgracias.

Tomó otro sorbo de vino, dulce, justo como le gustaba. Vino de manzana, sus favoritas. Y jugó con la copa mientras la Amazona seguía hablando.

—Lo sé, señora, pero dice que es urgente. Y afirma conocer a los Dioses Guardianes, se ofrece a ayudarla.

La sonrisa de Pandora se expandió, dibujando una seductora figura con sus labios rojos carmín, complacida y fascinada por la noticia. Dejó la copa quieta de repente y la puso sobre una mesita cercana, luego volvió su atención hacia la puerta frente a ella.

Excelente.

Las cosas no podían salir mejor para la reina, y le encantaba tener el control sobre todos, todo el tiempo. Estaba segura de que a ese paso ella obtendría lo que quería, y de ser así, el único destino para Atenea sería la muerte. Nada podía salir mal, llevaba calculando ese plan desde que Zeus le arrebató la Esperanza, y era hora de que el verdadero reloj comenzara a moverse.

Ahora que Hades había cumplido su papel era su hora de actuar. Ahora que Atenea aun no conocía el horror de estar frente a frente con la primera mujer era el momento adecuado. Le arrebataría la Luz de la Esperanza de su cuerpo agonizante y se encargaría de que Elpis regresara con ella. A cualquier costo.

—Dile que pase, me interesa lo que puede ofrecerme.

Continuará...

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