9. La feria estatal
Alone Again Pt. 2 - Alyssa Reid
«Las luces de colores parecían lejanas y la música se desvanecía a medida que avanzaba por el sendero del parque. La oscuridad prevalecía en el sendero que mis pies recorrían sin poderlo evitar, siendo la luz de los faroles su única iluminación.
Al final del camino, como criatura misteriosa salida de una película, se encontraba una persona con una túnica oscura cubriendo su cuerpo y ocultando su rostro. Intenté apresurar el paso para alcanzarla, pero mis pies se negaban a cambiar de ritmo.
La túnica oscura como una cortina se hizo más grande, la oscuridad creció a su alrededor hasta que consumió a la persona por completo.
De repente mis pies se detuvieron, anclándome al suelo. El pánico y la oscuridad inundaron el ambiente, hasta que mi respiración se vio interrumpida por la aparición de varias personas a ambos lados del sendero.
Entre niños y adultos las personas se acercaron cada vez más a mí, hasta que la luz del camino iluminó sus rostros y el terror me subió por la garganta. Sin ojos, no más que profundos vacíos negros, con sonrisas siniestras ridículamente largas, deformes. Demonios.
No pude moverme. Quise huir con cada célula de mi cuerpo, gritar hasta quedarme sin voz, dejar salir el miedo de alguna manera. Pero mi cuerpo no me pertenecía, mi voz no era mía, todo ocurría ahí, tan cerca y tan lejos de mí.
Solo conseguí cerrar los ojos. Recé a los dioses para que esa pesadilla terminara, para que al abrir mis ojos me encontrara en mi cuarto, protegida por mis amigos. Puse cada gota de voluntad en el gesto, con el cuerpo temblado a cada espasmo y con más frio del que creí que fuera posible sentir en esa época del año.
—Le dicen destino —dijo una voz femenina, joven y agradable, gentil, en alguna parte más allá de la oscuridad de mis propios ojos. Me sentía rodeada, con esas cosas a centímetros de mi rostro, incapaz de pensar en abrir los ojos—. Yo creo que es una preciosa historia teñida de desgracia. Ella era hermosa en más de un sentido, tú eres su sombra, lo que queda de ella. Y ahí estaré, pequeña, cuando tu destino se empañe de lágrimas.»
Desperté ahogada en mi sudor, con las mantas revueltas y la respiración agitada. El miedo permaneció conmigo varios minutos hasta que decidí incorporarme de la cama.
Los días habían pasado sin mayor novedad, la semana se fue volando y las pesadillas seguían sin ningún cambio. Me acostumbraba a ellas con lentitud, ya fueran memorias o visiones seguían siendo horribles y aterradoras, por lo que mientras estuviera despierta trataba de no pensar mucho en ellas. El té de Cody ayudaba, saber que Andrew estaba en el árbol también, pero seguía sin ser suficiente.
Sábado, el inicio de la feria estatal, el primer día de tres.
Luego de sacudir la cabeza me duché y vestí. Un suéter color palo de rosa con cuello en V y unos pantalones grises fueron mi elección. Solo cuando me aseguré de que mi cabello suelto ocultara mi nuca, la marca bajo el maquillaje, salí de mi habitación.
Cody apenas me dedicó una mirada a modo de saludo cuando me senté a su lado en el comedor, él leía el periódico tan concentrado como cada mañana, con su cuaderno abierto en una hoja en blanco.
—Mamá se está duchando —dijo él antes de que yo le preguntara—. Papá fue a la tienda. —Me miró con más atención, sus ojos apenas sobre las hojas del periódico. Una mirada suspicaz, al filo de la picardía—. ¿Vas a salir con tu novio?
Me atraganté con mi propia saliva. Tosí varias veces, una tos que no se detenía. Solo cuando me dejó ver su sonrisa de diablillo logré controlar el reflejo.
—¿De qué hablas?
—Ya sabes. El chico que siempre está contigo, que usa tu moto como le place y que tiene cara de pocos amigos. El que siempre está enojado.
Ah.
Gruñí.
—Déjate de estupideces, Cody. No es nada mío.
Su sonrisa burlona ganó terreno.
—Lo que digas.
Abrí la boca, decidida a espetarle con cuanta cosa se me ocurriera. Descabellado y molesto, así veía su comentario. No me imaginaba a alguien que soportara el humor frio de Andrew. Pero en ese momento nuestra madre salió de su habitación y cortó lo que fuéramos a discutir.
Mi madre no se opuso ante mis planes de ir a la feria, ella también sabía que era una tradición asistir, pero sí me pidió que la ayudara con sus libros de cocina antes de irme. Pasarían por mí al atardecer, así que luego de desayunar eso fue lo que hice.
Ocuparme en una labor tan normal le quitó peso a mi cabeza, a las pesadillas. No pensé en ellas en casi todo el día, me concentré en lo que hacía y en pasar tiempo con mamá. Cuando papá llegó nos ayudó un rato antes del almuerzo, luego se puso a trabajar en su computadora y al final, cerca de las cinco de la tarde, llevó a Cody a un partido programado de voleibol.
—Saluda a Melanie de mi parte —había dicho Cody antes de irse. Yo me pregunté a qué se refería, puesto que no habíamos incluido a la prima de Sara a la salida, pero no tuve tiempo de preguntarle.
Pasé toda la mañana y parte de la tarde ayudando a mi madre a organizar sus innumerables libros de cocina. A ella le encantaba cocinar, en especial postres, por lo que coleccionar ese tipo de cosas era su afición. A mí, por el contrario, me resultaba imposible preparar algo comestible.
Eran cerca de las seis de la tarde cuando mi celular sonó en mi bolsillo. Lo llevé a mi oído sin verificar el contacto porque mi atención estaba enfocada en trasladar un par de gruesos libros de un lado de la habitación a otro.
—¿Hola? —hablé a la línea.
—Te estamos esperando. Baja.
Separé el aparato de mi oreja para verificar que efectivamente se trataba de Andrew. La próxima vez me aseguraría de no responder.
—Sí, sí, ya te oí. Enseguida voy.
No esperé respuesta cuando le colgué. Le dije a mamá que ya me iba y ella solo me pidió que tuviera cuidado.
Para cuando bajé las escaleras y llegué a la portería los demás me estaban esperando. Sara era la única que estaba fuera del auto rojo, los dos chicos ocupaban los dos asientos de atrás a la espera. Evan me saludó con la ventanilla abajo, una amable sonrisa en su rostro, Andrew no se molestó ni siquiera en mirarme, parecía dormido en su asiento con los brazos cruzados.
Sara sonrió en cuanto me acerqué.
—¿Cómo dormiste? —quiso saber, intentando ocultar su preocupación.
Miré a los chicos antes de contestar.
—Bien. ¿Podemos irnos? Quiero estar cuando abran la puerta, sabes cómo se llena el primer día.
Ella asintió sin añadir nada más, y las dos al mismo tiempo ingresamos al auto. Cuando me acomodé en mi lugar descubrí por el espejo retrovisor que Andrew no estaba dormido y que, de hecho, me observaba de la misma forma que yo a través del espejo.
Parpadeé, regresando mi atención al frente.
—¿En verdad crees que esa persona esté en la feria? —preguntó mi amiga mientras le daba reversa al auto para salir del conjunto.
Me hundí en mi asiento. No quería pensar en eso, no esa noche.
—No vamos a buscarla —dije—. No se supone que iremos por el mismo tema de siempre.
Evan se inclinó hacia delante.
—No. Acordamos divertirnos juntos, un descanso. Pero eso no significa que no estaremos atentos. —Miró a la carretera. El cielo estaba despejado, pero no sería raro que lloviera en otoño—. Sigues siendo un blanco, cualquier cosa puede aparecer en medio de tanta gente. Trata de no alejarte de nosotros.
Giré mi cabeza hacia la ventana, me concentré en los demás autos que nos acompañaban y en cómo la noche poco a poco caía sobre nuestras cabezas.
—Lo haré.
Las luces neón de múltiples colores se alzaban frente a nosotros en la entrada de la feria. Un cartel brillante que iniciaba el lugar y el inicio de la feria, una gran multitud de gente y risas por todas partes. Mucho ruido, entre música y gritos apenas sí podía oír mis propios pensamientos. Los juegos mecánicos estaban al fondo del parque, al inicio se encontraban los carteles y dinámicas para tomar fotos y uno que otro estand de comida.
Los chicos esperaban a mi lado el regreso de Sara, que fue a buscar un lugar para estacionar que al parecer se encontraba al otro lado de la feria. Era inmenso, reconocí, más que el año anterior, con un intenso olor a pólvora en el aire mezclado con el dulce de la comida. Mantuve mi mirada arriba, en las luces y los juegos, no en las personas, nunca en las personas.
Cuando Sara nos alcanzó por fin pudimos ingresar luego de comprar nuestras boletas. La gente corría a nuestro lado, se reían, se hacían bromas y grababan las reacciones; muchos iban con pintura en la cara y maquillajes excéntricos, otros con la ropa llena de pintura por una tarde previa de entretenimiento al aire libre. Ver a la gente tan feliz, oír sus carcajadas, el ambiente tan dinámico, me sacó una sonrisa también.
No vi rostros monstruosos ni ilusiones engañosas, nada perturbador. Todo el ambiente, a cada paso que daba, se sentía tan normal que un extenso alivio me recorrió el cuerpo. Eso fui a buscar, ese ambiente fuera de lo diario donde pudiera olvidar la sombra que me perseguía.
Noté que Sara sonreía conmigo al observar las altas y extremas atracciones alzarse a lo lejos, mientras oía ese mismo dulce en el aire que yo, y a Evan sonreír al notar nuestras expresiones.
—No se distraigan demasiado —dijo Andrew—. Las ninfas del Inframundo y algunas Furias disfrutan disfrazarse de humanas.
Aun sonreía cuando lo miré. Por fin sentía que podía respirar un poco, por un momento.
—Ustedes mismos lo han dicho, seguimos siendo humanos. Esto hacen los humanos, necesitamos momentos así o terminaremos olvidando lo que somos. —Lo miré a los ojos—. En especial quien lleva siendo dios demasiado tiempo. Respira, Andrew, verás que se siente bien.
Él me observó por un momento con aterradora atención, como si notara algo que antes no había visto. No parecía sorprendido, solo... confundido.
Aparté la mirada. Y corrí hacia la montaña rusa arrastrando conmigo a Sara, quien se esforzó en no caer ante mi desprevenido agarre. Los chicos nos siguieron.
Ignoré cualquier sentimiento que me impidiera disfrutar la noche, del miedo y de la paranoia. Aparté cada intuición que me decía que alguien nos observaba, borré cada mancha borrosa que veía entre la multitud, alejé cada pensamiento catastrófico de mi cabeza. Me desprendí, me permití sentirme tan humana como antes y tan normal como siempre, a salvo, despreocupada.
Y así, poco a poco, sin pesadillas ni alucinaciones, fue transcurriendo la noche.
Subimos a la Rueda de la Fortuna, desde donde pudimos ver toda la feria, incluso el resto del parque más allá del pabellón de comidas. Los juegos mecánicos que nos esperaban también eran visibles, las luces vibrantes y la música a todo volumen.
No noté lo mucho que aprecié la presencia de los chicos hasta que vi a Evan sonreír de diversión y a Andrew sin poner cara de póker. Evan lucía confiado, disfrutando de la noche tanto como nosotras. Andrew, a pesar de no hablar demasiado, no hizo ningún comentario aguafiestas ni frunció el ceño.
Alrededor de las diez, luego de finalizar con todas las atracciones potencialmente extremas, entramos a una cabina de fotos instantáneas. Convencí a Evan de usar un sombrero de payaso rosa, y a Sara de usar una barba blanca, aunque Andrew no quiso usar nada.
Después de varias fotos con poses divertidas, y Andrew, solo quedaba una foto. No me di cuenta exactamente cómo o por qué, pero la última foto resultó ser una de Andrew y de mí, en la que él tan solo miró a la cámara con una expresión fría y yo sonreí con cada musculo de mi cuerpo.
Por voto unánime fui la encargada de conservar las fotos.
Faltando poco para media noche nos dirigimos a la sección de comidas por las clásicas palomitas de maíz con caramelo. No obstante, en el camino pasamos frente a una atracción que Sara y mi madre adoraban, pero hacia la cual yo no sentía mayor interés.
—La Casa Embrujada —masculló Sara mirándola con excitación, igual que miraba un libro nuevo.
No tenía problema con entrar cada año, a Sara le gustaba mucho, era de sus favoritos. Se divertía desenmascarando a los disfrazados y encendiendo la linterna en las habitaciones oscuras solo para mostrarle a todos el mecanismo tras el susto. Pero debido a mis recurrentes pesadillas ese era el último lugar en el que quería estar.
Sara se volvió hacia mí de repente, sus ojos oscuros brillando en la noche.
—¿Entramos? Es decir, si tú quieres... —Se calló de golpe cuando reconsideró sus palabras. Su sonrisa se esfumó al igual que el brillo en su mirada. Lo supo, recordó mis pesadillas justo en ese momento—. Lo siento, no tuve en cuenta tus... No importa. Sigamos, tengo hambre.
Se dio vuelta, los chicos que observaban se dispusieron a seguir caminando, pero yo tomé la muñeca de Sara y la detuve antes de que diera un solo paso.
—Está bien —le dije. Ella miró mi mano sobre la suya y luego me miró a la cara, tan sorprendida como yo de la propuesta—. Quiero entrar, entrar juntas.
No quería. No quería. La edificación, el castillo en medio de la noche, con tan poca gente en la fila que resultaba todavía más solitario. Paredes oscuras, gárgolas a los costados, una puerta demasiado inmensa y oscura. No había ninguna luz en el interior.
Tragué saliva tan suave como pude, intentando que no se notara mi pánico. A ella le gustaba, quería hacerlo por ella, aunque yo temblara de miedo cinco minutos.
—¿Estás segura? —inquirió ella, tan confundida como Andrew.
Asentí.
—Estaré bien.
Lo dudó por un momento, casi se negó, pero luego de ver mi rostro, una máscara de tranquilidad y valor, y de echarle una última mirada al castillo accedió. Sonrió y me abrazó en agradecimiento, aunque por dentro yo solo quería salir corriendo.
Teníamos que recorrer el castillo en grupo, así que íbamos los cuatro juntos en una fila india: primero Sara, luego Evan y Andrew, y por último yo. La casa estaba dividida en habitaciones disparejas rodeada por un sinfín de pasillos, por lo que perderse era más fácil que encontrar una salida.
Además, la absoluta oscuridad y sonidos terroríficos no ayudaban.
Pasamos por una habitación donde había personas encarceladas que les hacía falta pedazos de piel, estilo SAW. También había una morgue, con cuerpos sobre las camillas cubiertos con mantas; se veían normales, hasta que uno de ellos se levantó de un momento a otro y nos persiguió con un cuchillo en la mano.
Mi corazón sufrió varios sobresaltos en esos minutos, no dejaba de ver monstruos por todas partes. Ya no sabía si eran disfraces o era mi propia imaginación la que colocaba deformidades y dientes donde solo había plástico. Y no importaba. El terror seguía siendo puro, sin diluir, a cada paso que daba.
Después de un rato de cuartos infernales, disfraces demasiado reales, gritos de corazón, y luces golpeando frenéticamente nuestros rostros, atravesamos una puerta que nos separó a Andrew y a mí de los demás.
Desviamos nuestro curso hacia otro pasillo, quedándonos solos. Mi corazón ya no tenía energía para seguir, mis ojos no aguantarían otro rostro monstruoso ni mucho menos mi cordura. Me dejé caer contra una pared en el estrecho pasillo, incapaz de respirar correctamente y deseosa de tan solo cerrar los ojos lo que durara del recorrido. Oscuridad, solo eso, sonidos que me sacaban el alma y memorias demasiado escalofriantes para soportarlas.
Me quería ir. Pero no veía puertas que me aseguraran una salida o tan siquiera una ventana por donde saltar. Nada. Atrapada en mis propias pesadillas.
Quise soltarme a llorar mientras mi cuerpo no dejaba de temblar. No había nada de dónde sujetarme, ninguna mano que cubriera mis ojos...
Fue entonces que una nueva luz captó mi atención. Levanté la cabeza antes oculta entre mis rodillas y brazos, en busca de aquella fuente dorada y cálida de luz.
Vi a Andrew frente a mí, parado a centímetros de mi cuerpo. Ese pasillo no dejaba mucho espacio para dos personas a la vez. En su mano extendida una pequeña esfera de luz amarilla brillaba como un sol demasiado diminuto. Iluminaba parte de su rostro, las sombras jugando con su contorno tenso y mirada severa, la luz alumbrando mi cuerpo como una cobija. Sentí un pequeño calor proveniente de la luz, tan acogedor como una fogata.
Me relajé, dejé de tensar mis hombros y me tragué la bola de mi garganta, parpadeé varias veces para que mis ojos dejaran de arder por las lágrimas contenidas. Me fijé en la luz un largo momento, solo en su brillo y calidez, en ese único punto que se sentía seguro en medio del infierno.
El chico se agachó entonces, la luz entre nosotros, su rostro a medio metro del mío. Ojos oscuros, herméticos, tan distinto a su luz.
—Debiste haberte negado —dijo—. Nadie te habría obligado a entrar y lo sabes. —Guardó silencio un momento, observándome, evaluándome—. ¿Por qué lo hiciste? Sabías que te iba a afectar, solo alguien muy estúpido pensaría lo contrario luego de tus pesadillas recientes.
Contemplé la luz con atención, como si hacerlo me diera más calor y más seguridad, como si eso me sacara de ahí. Luego lo miré a los ojos, ante mí como un muro de concreto.
—Sara lo adora. No se lo quería quitar.
—Ella lo habría entendido.
Apreté mis manos sobre mi suéter.
—Lo hacíamos siempre, en cada feria. Era normal. Era...
Entrecerró los ojos, como si entendiera a lo que me refería. Era nuestra vida, yo solo quería eso otra vez.
Él se quedó mirándome por un momento, unos segundos que me parecieron eternos. Al final se incorporó como si nada, con la esfera de luz aun sobre la palma de la mano. Me extendió la otra, justo frente a mis ojos.
—Cierra los ojos mientras salimos. Toma mi mano para saber por dónde caminar.
Parpadeé, dejé de respirar por unos segundos. No oí el latido de mi corazón hasta que me obligué a respirar. No pude haber oído correctamente, Andrew nunca...
Me quedé quieta, tanto que él tuvo que inclinarse un poco para tomar mi mano y ponerme de pie. Lo hizo con un solo movimiento bien calculado, ágil. Cuando me incorporé la luz en su mano titiló, vaciló como una vela ante el viento por un instante.
Aun así, no moví mis piernas. No podía creer que Andrew, el hermético e insensible Andrew, me ofreciera ayuda, me tendiera su mano cuando tenía miedo. Aun cuando sus dedos rodeaban los míos, fríos al tacto como bolsas congeladas, me parecía imposible que en lugar de darse la vuelta e irse, me ofreciera ayuda.
—¿Por qué...? —siseé, demasiado avergonzada y desconcertada para mirarlo a la cara.
No esperé respuesta, no de Andrew, quien siempre evadía la pregunta. Por eso, cuando oí su voz, no supe qué me sorprendió más, si su voz o su respuesta.
—Porque también tuve pesadillas.
No buscó mis ojos, tan solo comenzó a caminar. Lo seguí, él me arrastró por el pasillo, sin dejar de mirar su luz en ningún momento.
Vi su espalda, ese fue todo mi campo visual por un rato. No dijo nada más, no le insistí ni comenté lo que me picaba en la lengua: no me lo imaginaba con miedo. Frio, demasiado incluso para entrar en pánico, así lo veía; cualquier cosa fuera de eso me parecía mentira.
Fruncí los labios, oía mi corazón en los oídos, no quería tensar mi mano bajo la suya, pero no pude evitarlo.
—Gracias.
Aquello fue todo lo que dije antes de cerrar los ojos, antes de confiar en que los suyos me llevarían a la salida. Vi su luz, se apagó en el mismo momento en el que mis ojos se cerraran.
Cuando salimos del castillo del terror, Evan y Sara ya nos estaban esperando cerca de la entrada, ella ya con su cara de preocupación. Al vernos noté su alivio, pero un segundo más tarde la atención de los dos cayó sobre nuestras manos todavía entrelazadas.
Fue Andrew el que la soltó en un movimiento demasiado rápido. Su rostro inescrutable, como si no acabara de soltar mi mano en un gesto demasiado veloz.
Evan arqueó una ceja, interrogante. Andrew se limitó a descender las escaleras hasta ellos, tan serio como siempre, sin darle importancia a nada tras su espalda. Escuché la pregunta de Sara antes de que abriera la boca, pero por suerte justo entonces pasaba por ahí un vendedor de palomitas de caramelo con colores, algo común en esa feria y de las cosas que las dos amábamos por igual.
No dije nada. Corrí hacia el vendedor consiente de que Sara de seguro iría detrás de mí. La sentí a mi lado mientras realizaba mi pedido, y solo cuando le pagué al hombre y él siguió su camino, ella habló.
—¿Pasó algo adentro? ¿Te sientes bien?
Le di dos de las porciones, movimientos lentos para tardar la respuesta. No podía decirle que me asusté, eso solo la haría sentir culpable. Me observó en rostro con atención, el cuerpo con discreción, como si buscara heridas, evidencia de algún contratiempo.
—Estoy bien. Andrew solo me dio la mano porque no podía ver en la oscuridad y me caí más de una vez —mentí—. Entrar no me afectó, lo digo en serio.
Pero ella no se veía muy convencida.
—Ailyn...
—Déjalo. Vamos a sentarnos, estoy cansada.
Eso hicimos. Había mesas de parque cerca, a la vuelta del castillo del terror y antes de llegar a una de las plazas de comida. A pesar de la hora había mucha gente, en su mayoría comiendo, por lo que fue sorpresa encontrar una disponible.
Cuando nos sentamos los chicos nos alcanzaron después. Traían refrescos y más comida, una pizza pequeña llena de queso con tan solo las cuatro porciones. Les acercamos sus porciones de palomitas y comimos en silencio la mayor parte.
Había mucha gente por ahí, todos nos lanzaban miradas siempre, algunas más discretas que otras, y los murmullos que las acompañaban tampoco se hacían esperar. Estaba acostumbrada en la escuela, los tres siempre captaban una atención demasiado ridícula. Pero, como siempre, ellos no lo notaron o si lo hicieron lo ignoraron por completo.
Evan y Sara se comían sus porciones de la pizza igual que yo, Andrew aun no terminaba sus palomitas. Y, aun así, en ese silencio cómodo y ocasionales conversaciones cortas, tuve que preguntarlo.
—¿Por qué parecen animales en celo que secretan feromonas por montón? —solté. No se me ocurrió mejor forma de graficarlo.
Sara se atragantó con la pizza, Evan se quedó pasmado, Andrew tosió y me miró como si fuera una cosa rara.
—¿De qué hablas, Ailyn? —preguntó Sara mientras dejaba la pizza en su lugar y trataba de aclararse la garganta.
—En la preparatoria, en el centro comercial, aquí, en todas partes ustedes llaman la atención como faro en medio del mar. Siempre ha sido así contigo, Sara, y cuando los demás llegaron esa atención se multiplicó. Es como si la gente no pudiera no mirarlos. ¿Sí saben que la gente se aparta cuando pasan? Creo que no.
Por un momento los tres tan solo me miraron, luego se miraron entre sí con la misma interrogante en sus rostros.
—No solo somos nosotros —dijo Evan, como si le extrañara que no lo supiera—, también tú lo haces. Se apartan cuando pasas, te miran cuando entras a una habitación, algunos te evitan y otros permanecen cerca de ti a conciencia. Del temor a la admiración no hay un gran diferencia.
—¿Yo? Pero yo... —Recordé lo que había dicho antes sobre los cambios que no percibía, ¿se refería a eso? Desde que llegaron nunca estaba sola, no podría saber si esa reacción por parte de los demás era debido a ellos o a mí—. ¿Por qué?
Andrew entrecerró los ojos.
—Es natural. Los instintos humanos notan esa diferencia entre nosotros, ellos mismos nos dan nuestro lugar, nos ubican por encima de ellos por naturaleza. A eso se debe. Admiración, temor, respeto, atracción. Se reduce básicamente a un instinto primitivo de genes y poder —explicó Andrew con simpleza—. Hombres, mujeres, no importa, si no es una cosa será otra. Es molesto la mayoría de las veces, siempre es mejor el temor o el respeto que la atracción. Complica todo siempre.
«Si no lo hacía seguirían molestando, y no quiero eso aquí también». Fueron las palabras de Andrew en una ocasión.
—¿Cómo lo evitan? —quise saber.
—No podemos —admitió Evan—. Como tú misma lo dijiste, es parecido al efecto de las feromonas, no podemos controlarlo.
No le di más vueltas al asunto, algo me suponía desde que lo noté. Seguí comiendo y prestando atención al tema de conversación que surgió cuando Evan mencionó las diferencias entre la feria en Ohio y Michigan, de alguna forma terminamos hablando sobre las diferencias de una ciudad y otra, del clima y de las personas. Noté, gradecida, que evadieron cualquier tema divino durante la comida.
Antes de terminar de comer algo en mi periferia captó mi atención. Una sombra, una tela oscura ondeante a la noche, entre los árboles en el sendero a varios metros de nosotros.
Algo brincó en mi pecho, un instinto tonto pero fuerte, reconocimiento tal vez. Como ver a una persona conocida y no estar segura de haber visto bien. Pero ¿a quién vi?
No dije nada cuando salté de la banca y corrí, oí que me llamaron, pero corrí más rápido, hacia los árboles, hacia una extensión lejana del parque. Rápido, fuerte. Quería alcanzarla, quería ver su rostro, callar ese grito en mi pecho que me decía que la conocía, que fue importante para mí.
Evadí ramas y hojas, vueltas y muchas personas, hasta que llegué de nuevo a la feria, a otra plaza de comidas que había recorrido antes con mis amigos.
Me frené en seco. No había rastro de la tela, ninguna persona en el lugar me parecía reconocible. La gente me miró en cuanto salí a la luz de las farolas del sendero lleno de visitantes, y por primera vez lo noté. Tal vez fue porque ahora tenía conocimiento de ello o porque me encontraba sola, pero sentí cada mirada, cada suspiro y cara susurro. Sobre mí. Los sentí en la piel, en mis nervios, ese escrutinio y esa tensión. Muchos tomaron otra dirección lejos de mí, otros se acercaron con discreción, pero ninguno me dirigió la palabra, nadie se atrevió.
Vi sus rostros, llenos de sorpresa y admiración, y entre todos reconocí a lo lejos a Melanie Morgan, la prima de Sara. Estaba muy lejos, no había notado mi presencia, pero aun en la distancia alcancé a oír lo que sus amigas decían. Un grupo grande de seis incluyéndola a ella, sentadas en bancas y rodeadas de chicos, algunos fumando, pero la mayoría en silencio, sonriendo. La atención del grupo recaía en la chica que estaba frente a Melanie, hablando, y a juzgar por el rostro de mi amiga supe que fuera cual fuera la situación no debía de ser agradable para ella.
Me escondí tras un árbol al otro lado del camino, escuchando la conversación. Melanie se veía enojada, tenía una mirada que yo ya había visto en los ojos de Sara, era ira contenida que amenazaba con salir a la superficie como un volcán.
—No sabes lo que dices —le decía Melanie a la otra chica, una de cabello claro y ojos verdes, una mirada fría, codiciosa y traicionera.
—Pero claro que sí. Zorra. —escupió la chica, con toda la intención del mundo. A su espalda había un chico, tan cerca de ella que parecía un chicle. Las demás chicas guardaron silencio, prestaron atención, como si aquello fuera mejor que la televisión o el internet. Los chicos igual—. Es la verdad. ¿Sabes qué es lo único que tienes a tu favor? Tu herencia. No te equivoques, esa la única razón por la que todos siempre te rodean.
—Aquí la zorra es otra. —Mel señaló con los ojos al chico detrás de la chica, atractivo, delgado y alto, pero con ojos demasiado hundidos. Él sonrió con picardía en respuesta—. Al menos no soy tan falsa como tú.
—Oh, vamos —Se burló ella. Sus ojos verdes destellantes de molestia—. No soy yo la que le abre las piernas a quien se atraviese por enfrente. Eres un parasito, succionas todo de quien te rodea hasta dejarlo seco. —Sonrió con malicia—. Es por eso por lo que tu prima no te quiere cerca, sabe lo que eres. Morgan es inteligente, solo vas tras su dinero, siempre quieres algo de todo el mundo, les robas a los demás y luego te ríes. Eso eres, Melanie, una usurpadora. Y es por eso por lo que tus padres...
Oí el golpe justo luego de predecir el movimiento de la mano de Melanie. La golpeó tan fuerte que la chica se fue hacia un lado y el chico a su espalda tuvo que sostenerla antes de que cayera. Las demás se alteraron, dieron un brinco de sorpresa, pero no se movieron; los chicos tan solo abuchearon sin meterse. Entretenimiento para ellos, supuse.
—Eres una hipócrita, Clara —soltó Mel, con tanta rabia que pude sentir el calor de su sangre desde mi posición—. Jamás recibirás nada de mí otra vez.
Clara, la chica, no retiró la mano de su mejilla mientras sus ojos brillaban de odio. Parecía a punto de soltarse a llorar.
—Eres basura, Melanie. No importa con quien estés ni en cuanto alcohol te ahogues para olvidarlo.
El chico la ayudó a levantarse, algunas de las chicas fueron en su ayuda y otras permanecieron lejos, igual que los demás. Mel los miró a todos, apretó sus manos con fuerza y salió corriendo.
No alcancé a moverme cuando noté que corría en mi dirección. Tenía la cabeza gacha, el cuerpo echando humo, por eso no me vio hasta que se chocó conmigo.
Me sostuve se sus codos para no caerme, fue entonces cuando levantó la cabeza para mirar a la persona que le impedía el camino. La ira en su rostro se vio eclipsada por la sorpresa, tan de repente que se puso blanca como el papel.
—Ailyn... —susurró. Frunció el ceño—. Tú, ¿lo viste?
Así, alterada, irracional, se parecía tanto a Sara. Mismos ojos, mismas miradas, eran familia, eran primas. Algunas cosas las afectaban de forma similar. No podía dejarla así, no me lo perdonaría.
Miré de nuevo hacia su grupo, todos rodeando a Clara como la victima de todo el encuentro. Y tal vez lo era, no lo sabía, no tenía conocimiento de lo que había pasado antes ni cómo llegaron a esa discusión.
—Vámonos de aquí.
La tomé del brazo sin darle tiempo de nada, y la guie a través de los árboles, de los senderos y de la gente. Lejos de su grupo tanto como pudiera. Me detuve solo cuando llegamos a la parte más apartada de la feria, un espacio en el parque transcurrido por pocas personas, muchas ebrias y otras perdidas, y la dirigí hacia una banca sobre el sendero.
Aun cuando tomamos asiento ella no dijo nada, yo también mantuve el silencio por algunos segundos. Al final no pude con su mirada de odio y tuve que abrir mi boca.
—Ella seguramente no sabe lo que dice —comenté, sin idea de cómo opinar sobre algo de lo que apenas sabía.
Me miró, una mirada cargada de rencor, pero no hacía mí. Parpadeó un par de veces y se masajeó la nariz. Arrugaba la frente de la misma forma que Sara.
—Sí lo sabe —bufó, tan molesta que me sorprendía que solo le hubiera dado una bofetada—. Siempre ha sido igual. En una semana no habrá sucedido nada.
—¿Y estás de acuerdo? La forma en la que se tratan no parece muy agradable.
Me miró a los ojos, los suyos más grandes que los de mi mejor amiga, pero del mismo tono oscuro penetrante, elegante.
—Ella es mi mejor amiga. También te he visto discutir con Sara.
Me mordí la lengua.
—Lo que dijo sobre tu familia, sobre ti...
—Tiene razón. Eso es lo que más me molesta. No me mires así, Ailyn, tú también lo sabes. Sara también, es por eso por lo que siempre me evade.
—Ella no te evade —me apresuré a contestar, como si debiera defenderla, justificarla.
Mel sonrió, una sonrisa amarga.
—Por supuesto que sí. Desde que mis padres murieron se esfuerza por mantenerme lejos de ella. —Recorrió mi rostro con su mirada—. Lejos de ti. Cree que soy una mala influencia para ti.
Fruncí el ceño.
—Eso no es cierto. Hemos sido amigas desde pequeñas, Sara también. Es solo que sabes cómo es, incluso con sus padres es así. Es tu familia también.
Me miró, su cabello platino ondeando al viento frio, sus mejillas húmedas. No recordaba que estuviera llorando.
—La razón por la que dejé su casa no fue por sus padres, fue por ella. Es agradable, sí, pero solo contigo. Cuando etiqueta a una persona nunca le quita la etiqueta. Dejó de ser amigable luego de lo que pasó. Esa casa... no es mi hogar.
Melanie tuvo una infancia cruda. Sus padres eran socios de los padres de Sara, trabajan en compañías hermanas cuando el accidente sucedió. Los de Mel se dirigían a China, a una conferencia de inversionistas, cuando el avión entró en turbulencia, una tormenta imprevista justo sobre el océano Atlántico. No se encontraron sobrevivientes. Luego de eso el padre de Sara, su tío, le ofreció protección y comodidad, era todo lo que quedaba de su hermano. Mel heredó la fortuna de sus padres, una considerable, pero solo tenía acceso a parte de ella hasta cumplir la mayoría de edad.
Vivió unos meses con Sara, durante aquellos días yo iba casi a diario a su casa solo para consolarla. Pero a mediados de la secundaria ella se fue a vivir sola. El padre de Sara le pagó todas las comodidades, todo el personal que necesitara, siempre estaría bien atendida; eso le dio libertar para darle rienda suelta a sus antojos. Fue en picada desde entonces. Aunque conmigo siempre fue la misma.
Le sostuve la mirada por un momento largo. Apreté los labios antes de abrir la boca.
—Las dos... están solas. ¿Sabes? Los padres de Sara nunca están, y cuando se manifiestan no es muy agradable. Tal vez deberías considerar la idea de volver. Estoy segura de que Sara te recibirá con un abrazo. Es celosa, lo sabes muy bien, pero te quiere. Te quiere de una forma que tal vez ninguna de las tres entienda.
Ella contuvo una risa.
—No lo hace. Siempre deja que me hunda.
—Pero cuando le has pedido ayuda nunca te la ha negado.
Sus ojos temblaron, aun mirándome, con una fijeza incomoda.
—Esa chica, Clare —continué—, no es tu amiga. Ninguna de ellas lo es. Están contigo porque les conviene, a ninguna le interesa cómo te sientes.
—A nadie le interesa —masculló como para sí misma.
Toqué su hombro con delicadeza, con tanta calidez como pude, con una sonrisa. Quería que lo viera, que viera que a Sara y a mí nos interesaba porque la queríamos.
—Hay gente a la que sí.
Entrecerró los ojos, sus labios temblaban, parecía querer llorar a moco tendido ahí mismo, sobre mí, en silencio.
—¿Sabes lo que se siente que todo el mundo te diga lo que eres y lo que no eres? Me encasillaron, Ailyn, y tratar de salir de ahí, de demostrar que hay más, que no es tan simple, es como tratar de salir de un hoyo lleno de lodo. No importa cuánto escale, jamás avanzas.
Casi sonreí de ironía. Podía hacerme una idea de ese sentimiento. La abracé con delicadeza, con cariño, tan gentilmente como pude.
Podía entenderlo. Gritarle al mundo que eres algo cuando todos creen que eres otra cosa es como mentir, como si lo dijeras para consolarte en lugar de ser la realidad. Si todos veían lo mismo, ¿qué importaba tu opinión? No tenía relevancia la verdad, solo lo que la mayoría concebía como cierto.
La veían a ella como si solo le importara dos cosas, como si ella fuera solo eso que más resaltaba de su personalidad. Pero no era así, había más que preferencias y estilo de vida, había más que una historia trágica y una aparente libertad. Siempre había más. Pero verlo era difícil, diferenciarlo requería de mucho esfuerzo, de atención y de interés, y no todos lo iban a hacer. No todos querrían hacerlo. Etiquetarla era más fácil, la parte breve.
Y no era justo, no para quien debía cargar con la etiqueta.
—Lo sé. Lo entiendo. Y te veo. Veo a Melanie, la amiga que siempre me trata con cariño, la que me acompaña al centro comercial y me deja usar su ropa, la que lloró durante días enteros cuando sus padres murieron, la que solo quería una familia, la que sigue buscando un lugar, la que siempre está buscando. Veo...
«Estoy perdida»
Una voz a lo lejos, en el fondo de mi cabeza en algún lugar, la voz de Melanie, rota y dolida me obligó a callar.
«Es frio. Frio. Solo. Oscuro.»
«Estoy perdida»
«Me confundo. Estoy sola. Quiero salir. Quiero paz. Quiero encontrar lo que busco»
Pero ella no había movido sus labios, estaba muy ocupada tratando de contener las lágrimas. Entonces, ¿de dónde venía esa voz, esas palabras?
El viento, cálido esta vez, sopló en mi cara como si quisiera decirme algo, como si lo que decidiera hacer en ese momento fuera importante.
Cerré los ojos, busqué esa voz en la oscuridad. Pero me perdí, la voz se oía lejos, la oscuridad y mi mente demasiado grandes. Corrí, nadé, volé, no lo supe, pero perseguía, la seguía de alguna forma que ni siquiera comprendí.
Vi el hilo, brillante en la oscuridad, un único objeto en la nada, y lo tomé mientras su voz, sus palabras, me rodeaban como almas en pena en busca de luz.
Entonces las flores estallaron en mi mente. La oscuridad se alejó dando paso a la luz del día, a la calidez del sol, a las nubes y al prado que se extendía delante de mí. Olor a rosas y jazmines, no me olvides a mis pies y margaritas manchando de amarillo la primavera. Paz, armonía, tantas flores como alcanzara la vista, tanta calidez como un corazón humano soportara.
Algo ardió en mi interior, una vela, un incendio, eso me obligó a abrir los ojos tan de repente como si me hubieran empujado.
Ya no abrazaba a Mel, ella tan solo me observaba sin ver realmente nada, con una expresión ida. Sus pupilas dilatadas, sus labios entreabiertos, con tan solo un toque pude haberla tirado hacia atrás. Aquello era más que relajación, era un estado de trance, como si estuviera drogada.
Algo brillaba en sus ojos, un brillo sobrenatural de un tenue rosa flotaba sobre sus ojos. El ambiente alrededor también parecía dulcificado, con partículas rosas como el polvo con sabor a algodón.
Salté hacia atrás, asustada. ¿Qué le hice? Por los dioses, ¡yo ni siquiera sabía usar magia! Acaso había... ¿Usado el Filtro con ella? No... Eso no era posible. No sabía activarlo, mucho menos controlarlo.
Pero si así fue... ¿Reemplazar? ¿Contener? ¿Eso qué...?
Sentí una flecha en mi pecho, una punzada de entrada. Perdí el hilo, los pétalos, el olor a flores, se desvaneció. Me sentí molesta, llena de ira y de frustración. Luego el sentimiento desapareció. Luz, me sentí cálida.
Melanie parpadeó varias veces. El brillo sobrenatural desapareció junto con las partículas dulces, se sacudió como si tuviera un escalofrío repentino. Miró a un lado, luego al otro, luego a mí. No vi tristeza en su mirada, ira tampoco, solo estaba ella.
—¿Qué era lo que te estaba diciendo? —preguntó con desconcierto. Se veía incluso más joven, más alerta, vivaz.
Solté el aire que no me había dado cuenta de que contenía. Me llevé una mano al pecho, aliviada, preocupada, confundida y asustada. Comenzaba a sudar frio.
—¿Cómo te sientes?
Sonrió, esa sonrisa traviesa y divertida de ella, genuina. Ojos sonrientes.
—¿Qué clase de pregunta es esa? Sabes que hablar contigo siempre me hace sentir mejor.
Fruncí el ceño, tan perpleja que ya no sabía qué decir. Mel se puso de pie, se sacudió la falda negra y las medias largas que llevaba esa noche, aspiró el aire fresco y se estiró como si llevara mucho tiempo sentada.
—Iré a hablar con ella —dijo, resulta, con un vigor, con una valentía que antes ni siquiera se veía el atisbo. ¿Qué mierda le hice?—. Con Clara. Tengo asuntos que resolver. Lo que me dijiste me hizo pensar. Además —Se volvió hacia mí—, sé que siempre puedo volver a ti si algo sale mal. Me escucharás de nuevo, ¿verdad?
La miré, sin parpadear, y tan solo asentí. No tenía palabras, me asustaba abrir la boca y hacer algo más.
Sonrió más.
—Sonará extraño —continuó—, pero siento que me quitaste un peso de encima. Veo todo con más claridad. Siempre he sabido que tus abrazos son los mejores, supongo que solo los extrañaba.
Se inclinó hacia mí, calidez en su mirada, y me tomó de la mano.
—Cuando arregle todo hablaré con Sara. Volver a vivir con ella nos servirá a las dos, creo que nos hace falta la compañía de la otra. Igual que antes.
Sus ojos brillaron. Y, sin añadir nada más, me soltó la mano y se alejó. La vi irse mientras se despedía con la mano a lo lejos, luego la perdí de vista en el sendero, entre las subidas, bajadas y árboles.
Yo me quedé ahí, sin moverme, tan confundida que ni siquiera sabía por dónde empezar. Me recosté bien en la banca, la cabeza dándome vueltas. Me miré las manos, como si en ellas encontrara la respuesta. No la había, no encontré una explicación o una respuesta que me satisficieran.
Me quedé un momento largo así, varios minutos. Cuando me reuniera con los demás lo consultaría con ellos... ¡Los demás! Había olvidado que los dejé sin siquiera dar una explicación.
Estaba segura de que mis amigos me estaban buscando y solo era cuestión de tiempo para que me encontraran. Me sorprendía que todavía no lo hicieran. Y ahora que lo analizaba, todo estaba inusualmente callado considerando la feria y toda la gente que aún no se iba a casa.
La luz de la lámpara sobre mí titiló, llamando mi atención. De repente me di cuenta de que estaba sola en el sendero, de que ya no había gente paseando o buscando un lugar para vomitar. Me percaté, entonces, que conocía esa farola, esa banca y ese sendero.
Sentí un frio gélido recorrer mis piernas, luego mi espalda y por último acarició mi pecho. El miedo me subió como un volcán, evaporando el frio. Pánico, oscuridad, los vi sobre mí de nuevo. Me vi transportada a esa noche bajo la tormenta, empapada, con esas garras sobre mi cuello y esas cuencas vacías.
Me puse de pie por puro instinto, de repente las hojas se movían extraño, el viento susurraba una advertencia y los árboles parecieron querer mirar hacia otro lado. No fui capaz de correr, tan solo me anclé al suelo como si eso solucionara todo.
La lámpara titiló de nuevo, sacándome de mi trance y obligándome a prestar atención a mi alrededor. Hiperventilaba, me era difícil mantener un ritmo constante de respiración y mucho menos el latido de mi corazón. Todo se movía a mi alrededor, todo era una amenaza...
La vi. Ahí. Me paralicé en mi lugar cuando mis ojos se posaron en aquella niña de vestido rosa, parada bajo una de las lámparas a pocos metros de mí, en ese mismo sendero.
Tuve que parpadear y frotarme los ojos varias veces. No confiaba en lo que veía, bien podría ser un sueño o una alucinación. Pero por más que cerraba y abría los ojos ella seguía ahí, sin moverse, con la vista fija en el suelo y un globo en las manos.
La realidad me golpeó tan fuerte que me tambaleé, ya no oía mi corazón, ya no sabía cuántas veces respiraba por minuto. Me obligué a mover los pies, a responder, a hacer cualquier cosa.
Y corrí. Salí corriendo. No me importó hacia dónde ni si esa niña me seguía, tampoco si había más como ella o si alguna otra cosa andaba cerca. Tan solo corrí, rápido, con más fuerza a cada paso, sin prestar atención a nada más que no fuera alejarme.
Frené de forma tan abrupta que mi corazón se estrelló contra mi pecho, el grito se quedó en mi garganta, el susto paralizó cada una de mis células, cada uno de mis pensamientos.
Docenas de personas aparecieron de repente en el parque, aparecieron detrás de los árboles, detrás de las lámparas, en pleno sendero, frente a mí. Eran iguales a ella. Cuencas oscuras y vacías en lugar de ojos, sonrisas ridículas que llegaban a sus orejas, dientes irregulares, un rostro deforme. Extremidades largas, más de lo usual, con ropa humana y de diferentes aparentes edades.
No entendí cómo no me desmayé, pero el susto fue suficiente para matarme de un infarto. Acorralada, no tenía escapatoria ni forma de defenderme, de resistirme.
Tan solo me quedé ahí, tan petrificada que bien pude pasar por una fuente, por un ornamento. Igual de quieta, igual de fría, igual de muerta.
Si tan solo mis amigos estuvieran conmigo...
Sentí que algo se cerró alrededor de mi cuerpo de repente. Me abrazó con una fuerza asfixiante, luego el vacío llegó. Me llevó hacia atrás, mi cuerpo sobre el aire, lejos del grupo de demonios.
—¡Ailyn!
Sentí el impacto contra el suelo, luego los brazos rodeando mis hombros, revisando mi cuerpo. Los ojos de Sara estaban sobre mí, su cuerpo a centímetros del mío, su látigo aun sobre mis piernas y mi abdomen.
No dije nada, no tenía aire en mis pulmones para hablar. Pero el alivio que sentí al ver a mi amiga a mi lado, al ver a Andrew y a Evan frente nosotras, casi me hizo llorar.
—¿Estás bien? —repitió mi amiga, la alarma encendida en sus oscuros ojos.
No supe si asentí, solo me quedé en el piso, entre los brazos de Sara, mientras los demonios se nos acercaban, mientras Andrew en medio de un brillo invocaba su Arma Divina. Me lanzó una mirada sobre su hombro al tiempo que el brillo azulado tomaba forma, su rostro severo, ceño fruncido, con ojos de tormenta que me clavaban cuchillos en cada centímetro de mi piel.
Evan se arrodilló, una rodilla en el piso y la otra solo doblada. Tocó el césped con la mano extendida, como si sintiera la textura entre sus dedos. No dijo nada y tampoco hubo brillo al comienzo, pero la humedad, las gotas de agua, salieron del césped, de la tierra, como si la gravedad se hubiera revertido. Flotaron en el aire, se organizaron como una danza orquestada a nuestro alrededor. Cientos de miles hasta que formaron una cortina, y la cortina creó un domo sobre nuestras cabezas. Una cascada, agua, trasparente y mágica con diminutas partículas brillantes de un azul índigo intenso.
—Quédate dentro del domo —ordenó Andrew con un tono autoritario. No me miraba, pero sin duda aquello iba para mí.
Entonces la luz dorada estalló fuera del domo. Oí gritos, vi flechas radiantes, y vi muchas cuencas por ojos y dientes retorcidos. Una niebla parecida a un humo dorado se levantó en el parque, fuera del domo, tan radiante que sin dura era producto de Andrew, y aun así esa capa no me impidió verlos, ver cómo se movían en cuatro extremidades sin ninguna simetría, como animales, como espectros.
Muchos fueron alcanzados por flechas. Observé con atención los movimientos coordenados y seguros de Andrew, firmes antes de disparar una flecha. Los consumían como si se tratara de agua bendita, quemados como al papel, sin cenizas y sin evidencia. Demasiadas flechas, cada vez más demonios, no podía seguir el ritmo de cada ataque y de cada movimiento por parte del enemigo.
Ni siquiera fui capaz de parpadear, seguía tan impresionada que mi cuerpo no me respondía.
Los demonios sobrepasaron las flechas, la capacidad de ataque de Andrew. Fue entonces que la luz en el exterior aumentó. Luz de sol, como si fuera medio día en lugar de medianoche, tan brillante que muchos demonios se vieron atrapados por el vórtice, consumidos por la luz.
El domo se oscureció, como si quisiera protegernos de la luz directa de ese sol extremo. Evan no cambiaba de posición, no dejaba de mirar adelante.
Pero aun así algunos encontraban la forma de escabullirse de Andrew, de sus flechas y de su luz. Unos pocos llegaron hasta el domo.
Chillé en cuanto uno de ellos saltó, pero se quedó a medio camino en el aire antes de comenzar a retorcerse. Sus brazos ridículamente largos se torcieron, su rostro del infierno se desfiguró en dolor y agonía. Se hacía un nudo, un ovillo en el piso, incapaz de controlar su cuerpo. Sara lo observaba con una fijeza aterradora, guiando sus movimientos hacia el dolor y la agonía.
Cuando ese no volvió a moverse, otro siguió su ejemplo y saltó hacia nosotros. Sara hizo lo mismo, no parpadeó mientras lo hacía. Luego otro, otro más y otro después. Tuvo que usar su látigo en algún momento, demasiados se acercaban y ella solo tenía dos ojos; usaba su arma aun sin tener en la mira al objetivo. Una serpiente, eso parecía el látigo, implacable y sanguinaria.
Todos estaban tan sumidos en sus tácticas, en sus movimientos, en defenderme, que no notaron lo recogida que yo estaba en mi lugar, lo pálida y lo aterrada. No respiraba bien, mis movimientos eran tardíos. Conseguí arrastrarme al centro del domo, abracé mis rodillas y oculté mi cabeza en ellas, cerré los ojos con fuerza, me tapé los oídos con las manos todo lo que pude. Me negué a ver más, a ser parte de eso, a tener en mis pesadillas esos rostros demoniacos.
No supe cuantos minutos pasaron hasta que una voz adulta y femenina me llegó a través del caos y de silencio.
«At.»
Cerré los ojos con más fuerza. No importaba lo que oyera, ahí estaba segura, no podía abandonar esa seguridad y enfrentarme a esas cosas. Pronto acabaría, mis amigos lo tenían bajo control.
«At. Por favor, ayúdame.»
La voz de una niña.
Abrí los ojos de golpe, la preocupación, el miedo y el reconocimiento se peleaban tanto que todo me daba vueltas. Seguía hiperventilando, el exterior no mostraba cambios, la luz de sol, las flechas, el látigo, Andrew, Evan, Sara, no se habían ni siquiera movido.
No oí nada, mis oídos seguían protegidos del ruido caótico del exterior. Parpadeé lento, y la vi. Una silueta simétrica y humana más allá de la luz, más allá de los demonios y de la lluvia de flechas. Alguien a quien yo conocía, alguien que estaba en peligro.
No supe cuándo me puse de pie, tampoco fui consiente de mis pasos hasta que noté cómo se movió Andrew para sostener mi mano, para alcanzarme antes de que...
—¡Will!
Salté, salí del domo recibiendo un baño de agua, corrí. No oía mi corazón, no veía nada más allá de esa persona. Todo era borroso, todo parecía mentira. Quise llorar. ¡Pero qué idiota!
Solo alcancé a tomar aire cuando procesé mi posición, cuando vi frente a frente a una de esas cosas. Casi me detuve, pero al igual que antes ahora no podía dejar de correr. Corre, corre lejos, vivir, pero en especial encontrar.
Docenas de flechas fueron mis guías, mis escoltas a través del humo de luz dorada y de los demonios aterradores. Me protegieron, casi oí cómo me gritaban que volviera.
Dejé atrás el humo gracias a ellas, pero con los demonios pisándome los talones. Estaba segura de que ya estaba llorando, llorando de terror, pero aun así el pensar que esa persona que conocía estaba en peligro le daba energía a mi cuerpo. Correr, tan solo debía seguir corriendo.
La noche me recibió de nuevo, ahora más despejada; las luces de la feria a lo lejos, el terreno inestable del parque bajo mis pies. Demasiado inestable.
Bajé una pendiente, saltándome el sendero. Me tropecé con un obstáculo, una piedra tal vez, escondida en la tierra. El suelo me recibió, la pendiente hizo rodar mi cuerpo hasta el final. Sentí cada golpe, cada roca a través de mi ropa y la impotencia, la derrota. El pánico.
No alcancé a pararme cuando los vi sobre la pendiente, docenas, moviéndose como espectros de una película de terror. Ya no había flechas que me protegieran, ni látigos ni luz de sol.
Mis ojos se abrieron, mi corazón casi se detuvo por completo. Tuve que tragarme mi vomito antes de bronco aspirar. Todo se volvió borroso, los gritos de Andrew, de Sara, demasiado lejanos.
Dejé salir el aliento, las lágrimas me impedían la poca visión que me quedaba. Mis ojos se fueron cerrando, presa del pánico, de mi instinto de no sentir dolor ni ver algo todavía más horrible...
El golpe de un objeto pesado contra el piso, una vara de metal tal vez, me mantuvo con los ojos abiertos.
Una capa ondeante apareció ante mí, la noche como su escolta, la luz de las estrellas la iluminaron. Oscura... No, violeta. Cubría su cabeza con la capucha, la sombra de la noche ocultando su rostro. Pero fue el cetro que aquella persona sostenía en la mano lo que llamó mi atención. Tan alto como la persona, dorado, con un aro al final y jemas rojas y verdes adornando su centro antes de llegar a dos truenos entrecruzados. Conocía el emblema, el cetro mismo... Era el cetro de Zeus.
No alcancé a pensar en nada cuando la persona habló. Una voz femenina que me parecía haber oído antes.
—Cúbrete. —Un orden. Firme pero tranquilo, sereno y confiable. Armonía.
Me recogí en mi lugar como pude, protegí mi cabeza con mis brazos y me hice un ovillo en el piso.
Observé la cascada de luz blanca salir del centro del cetro y esparcirse con fervencia por todo el lugar como si fuese un torrente de viento indomable. Ese poder, esa magia, fue lo suficientemente potente para acabar con todos los demonios que ya se habían lanzado al aire sobre mí. La luz se extendió por el parque como una onda, como la paz.
El silencio cayó los segundos siguientes. Me quedé en el piso, mirando a la extraña, identificando su voz, su porte, el color del aire que había a su alrededor.
—Tú...
No había palabras, o yo no era capaz todavía de hablar. Aun no sentía mis piernas, mucho menos mi corazón. El mundo seguía moviéndose para mí.
—¡¿Ailyn?! —La voz de Sara.
Se asomaron a la pendiente, mis amigos primero se enfocaron en mí, se deslizaron por la colina hasta donde yo seguía tirada. Solo cuando Evan y Sara llegaron a mi lado los tres se enfocaron en la nueva mujer frente a mí.
Fue Andrew el que puso una barrera entre ella y nosotros. No usó su Arma Divina, pero había algo en su forma de pararse, en el halo de luz cian que lo rodeaba que hacía innecesario cualquier otro gesto. No vi su rostro, pero sí oí su voz.
—¿Quién eres? —exigió saber Andrew.
Sara me examinó, Evan me ayudó a poner de pie. Si tenía alguna herida yo no la sentía, la adrenalina era lo único que circulaba por mi sangre.
—Responde —insistió Andrew.
Mi amiga me apretó la mano para mantenerme a su lado, Evan casi nos colocaba tras su espalda igual que Andrew. Pero yo no paraba de verla, esa túnica, esa voz, esas manos pálidas como claro de luna.
Di un paso hacia adelante, Sara me haló, pero yo la ignoré y me zafé de su agarre. Me paré al lado de Andrew, no me atreví a ir más lejos.
La miré fijamente, pero ella ni se inmutó ante la hostilidad de mis amigos o sus amenazas implícitas.
—Te conozco... —murmuré. Todos me oyeron.
—Will —advirtió Andrew.
Me atreví a dar otro paso, consciente de la mirada asesina de Andrew, de que de moverme de forma sospechosa Sara no dudaría en obligarla a cortarse la garganta con una piedra.
—¿De dónde? —quise saber, con un tono débil y agotado, quebrado. Me ardían los ojos como si las lágrimas quisieran salir—. ¿Quién eres?
Ella alzó su brazo y se quitó la capucha con un movimiento hermoso, dejando en descubierto su rostro.
Cabello blanco, piel casi traslucida. Un fantasma. Una deidad en todo su nombre. Hermosa, una mujer joven de belleza innegable, facciones casi dibujadas y ojos de un inusual violeta tan místico como su presencia. Su cabello liso relucía con mechones del mismo tono que sus ojos.
Una mirada tierna, sonrisa amena.
—Soy... una amiga.
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