7. Demasiadas mentiras
Everytime We Touch - Cascada
Al terminar las clases Andrew nos esperaba acompañado de Evan, por lo que volvimos juntos a casa de Sara. Mientras Evan iba con nosotras, Andrew se encargaba de mi moto. No discutí cuando él sugirió que fuera con ellos, al parecer el día estaba demasiado oscuro y eso atraía a las Harpías, era más seguro con algo sobre mi cabeza que sirviera al menos de obstáculo hacia ellas. Sin embargo, una parte de mí me decía que lo hacía solo parar usar mi moto libremente. Si seguía así de controlador con mi Suzuki, le empezaría a pedir ayuda con las cuotas del seguro.
Retomé lo poco que sabía, de ellos en específico. No tenía más información más allá de saber sus nombres completos: Evan Cowater y Andrew Knight. Y lo sabía por pura casualidad luego de preguntárselo a Sara y que me respondiera de forma automática.
—Evan. —Llamé su atención—. ¿De dónde son tú y Andrew? ¿En dónde viven? Quiero decir, mientras están en Michigan.
Sara me dirigió una mirada de reojo, mientras que Evan me miró con ternura por el retrovisor. Andrew, al lado del auto, no hizo ademán de oírnos, pero sabía que lo hacía. Si podía oír mi corazón, un vidrio no interrumpiría su capacidad auditiva.
—De Ohio —tan solo dijo—. Y sobre lo otro... ¿Recuerdas ese pequeño hotel que está frente a Prados Mágicos?
No era un hotel grande, ni mucho menos conocido. Dos plantas, pocos metros cuadrados, fachada de pintura gastada. Lo usaban las personas que entraban al estado como sitio de descanso, y cuando los universitarios no querían meter a sus parejas al conjunto residencial.
Asentí.
—Vivimos en la segunda planta.
Levanté las cejas. Por lo general era un lugar que muchos solían evitar, incluso mis vecinos iniciaron una protesta para desalojarlos y tomar el espacio para expandir el estacionamiento.
—Vaya, deben estar desesperados.
Una risa encantadora salió de la garganta de Evan, como si fuera un chiste en más de un sentido.
—Fue lo mejor que pudimos conseguir en tan poco tiempo y tan cerca de ti.
Noté, por la falta de sorpresa de Sara, que ella ya lo sabía. Ya me estaba acostumbrando a sus secretos y mentiras, así que no tenía caso discutirlo. Ella era una tumba; nada salía de su boca. Me di cuenta entonces que ese detalle que ya lo había normalizado, me irritaba más de lo que admitiría.
—¿Sus padres los dejaron venir tan fácilmente a otro estado? —inquirí.
Sara le lanzó una mirada de soslayo a través del espejo retrovisor, y él se la devolvió. Mi amiga apretó un poco su fuerza sobre el volante, pero no dijo nada ni apartó los ojos del camino. Andrew se nos adelantó, tal cual. Hizo sonar las ruedas contra el asfalto y se nos adelantó por varios metros; sin duda llegaría primero que nosotros a casa de Sara.
Evan siguió a Andrew con la mirada, luego volvió su mirada a mí y sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Confían en nosotros.
Lo miré por un largo rato aun después de contestar, como si esperara que cambiara su respuesta en algún momento. No sonaba a una mentira, pero tampoco era una verdad completa.
Observé a los chicos leer, pasar las páginas de los libros que llenaban la sala de Sara durante un rato que me pareció eterno. No tomé ningún libro, por supuesto, solo me senté en silencio a estudiar sus rostros mientras leían, con todo eso que seguía sin entender dándome vueltas en la cabeza.
Sara estaba en la cocina. Hablaba con sus padres desde hacía un rato largo. Tan reacia a hablar conmigo como siempre. «Sara tiene miedo». Eso era lo que había dicho Andrew. El tema no dejaba de rondarme la cabeza.
—El sello... —Llamé la atención de ambos chicos, aprovechando que Sara estaba demasiado ocupada para controlar lo que salía de la boca de Evan—. ¿Por qué se debilitó? ¿Por qué ahora? Ha pasado tanto tiempo, tantos siglos sin la presencia de los dioses...
Andrew miró a Evan, el chico de ojos azules solo me miró a mí, tan resplandecientes como dos zafiros. Cerró su libro, Andrew siguió leyendo de pie.
—Tenía que pasar en algún momento. Imagino que Sara ya te lo dijo, pero esta vez Atenea reencarnó, eso nunca había sucedido. Tal vez se deba a eso. Los dones de los dioses permanecen en este mundo, su magia... no tanto. Desaparece, se desvanece junto con su recuerdo.
Me miré las manos, los recuerdos del viaje al pasado seguían tan frescos... Los ojos de Atenea, su mirada, me perseguiría por siempre.
—Cuando viajé al pasado los vi... El pacto de reencarnación, lo hicieron los siete. ¿Por qué?
Un brillo, tal vez un relámpago fugaz, atravesó los ojos de Evan como un viejo recuerdo en lo lejano de su memoria. Por un momento habría jurado ver diversión, pero pronto me ofreció una sonrisa amable, sincera.
—Tu pregunta está mal, Ailyn. No es por qué ellos hicieron también el pacto, la verdadera pregunta es por qué Atenea no reencarnó con ellos. —Hizo una breve pausa—. Hay una maldición, un castigo sobre Apolo y Atenea. Cuando Zeus descubrió sus intenciones de renunciar a la inmortalidad, se enojó tanto que su ira hizo temblar el Olimpo, iluminó el cielo mortal con tantos rayos que los humanos corrieron de miedo. Debía castigarlos. Pero entonces ellos murieron. Eso duplicó su furia. Y luego estaba Hades, una piedra en el zapato para Zeus. Decidió dejarle el problema a los Dioses Guardianes, para saldar en algo la traición de la pareja. Eso no fue suficiente, por eso maldijo a Atenea, para que Apolo reencarnara solo y ella no pudiera estar con él. Zeus estaba más decepcionado de Atenea que de Apolo; él era un casanova, pero ella...
Parpadeó, como si regresara de un trance, y tomó aire.
»Me sorprende que no haya hecho algo peor. Pero era un pacto de reencarnación, sagrado incluso para Zeus. Interrumpió el de Atenea, hacer lo mismo con el de los demás no era fácil. Y en cuanto a los demás... Me inclino a pensar que su lealtad estaba con Atenea, pero esa, Ailyn, es otra historia.
—Pero Zeus se fue a otro mundo, y los dioses desaparecieron, no solo los olímpicos. Y la profecía...
Enarcó una ceja, demasiado interesado en el tema.
—El sello que pusieron los Dioses Guardianes no fue solo para Hades —siguió él—. Sellaron tres mundos, por eso los dioses desaparecieron. Los Dioses Guardianes sellaron los lazos que los dioses tenían con los humanos. Cerraron la puerta al mundo humano. Fue entonces que comenzó la era mortal, sin deidades, cuando la humanidad los olvidó.
—El pacto —dije entonces—. ¿Eso los mató?
Andrew me lanzó una mirada por un segundo, luego regresó a su libro como si ignorara por completo la conversación. ¿Sí leía o se hacía el que leía? Evan permaneció tan recto y con sus ojos sobre los míos, tan metido en el tema que parecía fascinarle.
—Sí y no. Un pacto de reencarnación solo se puede usar ante una muerte inminente. El sello que pusieron era demasiado grande incluso para ellos. Tal vez si Atenea y Apolo hubieran estado presentes eso no habría ocurrido, el poder de Atenea podría sobrepasar incluso a Poseidón, con ella es muy posible que ellos no hubieran muerto. El pacto les dio una segunda oportunidad, también los convirtió en la llave para los dioses.
«Será un día oscuro, lejos y cerca de su hogar.
Siete almas conectadas por sus vidas pasadas,
a una gran reunión darán lugar.
La puerta a su mundo se abrirá,
El reloj volverá a su ritmo natural.
Los milenios se harán segundos y todo para siempre cambiará.»
Citó Evan de memoria, como si conociera al derecho y al revés esas palabras.
—Es la primera vez que Atenea reencarna, y aunque me preguntes el motivo lo cierto es que eso no lo sé —continuó—. Pero eso también significa que, si llegamos a reunirnos los siete, el sello se romperá.
El terror se quedó atascado en mi garganta, como si hubiera subido como erupción hacia el exterior. El solo pensar en que algo así ocurriera, romper ese dichoso sello que al parecer separaba a los dioses de los humanos, me aterraba a un nivel molecular tan inmenso que estaba segura de que incluso mis células se asustaron.
—Ustedes... ¿quieren hacerlo? —pregunté en voz baja—. Reunirse con los demás, romper el sello.
El libro que Andrew sostenía se cerró de repente, llamando la atención tanto de Evan como la mía. La frialdad de su mirada, la indiferencia en sus facciones me puso un poco incomoda.
—No está en nuestros planes.
Evan tan solo sonrió ante el comentario de su amigo, una sonrisa con una pizca de gracia y aires tranquilos.
—El que estés aquí, el que Atenea haya renacido, no nos dice mucho acerca de lo que significa —dijo Evan—. Es cierto que es diferente, raro, importante sin duda. Pero como estamos ahora no podremos entender la situación. Los Dioses Guardines, sus reencarnaciones, en su mayoría, han vivido vidas tranquilas, algunos ni siquiera despertaron como dioses o al menos no reencarnaron todos al mismo tiempo. Creo, y es solo una suposición, que el que Atenea lo haya hecho probablemente signifique que los demás también lo están, ahora, en este momento.
Pasé mis ojos de Evan a Andrew y viceversa, al chico de ojos azules se le alcanzaba a ver una parte de la marca en su nuca con ese suéter claro que llevaba puesto, le rozaba la marca como si fuera un juego. A veces veía las puntas de la de Andrew cuando íbamos en la moto. Las de ellos eran iguales a la mía, a la de Sara.
—¿Cómo fue cuando despertaron? —continué, manteniendo un tono bajo—. Parecen tener la experiencia de toda una vida.
Andrew frunció el ceño sin mirarme, pero no hizo ningún comentario. Noté la tensión en los hombros de Evan, tanto que por un momento pensé que no me respondería. Sin embargo, al cabo de unos segundos lo hizo:
—Nacemos con la marca, es como un lunar o una marca de nacimiento. Pero no despertamos como dioses hasta que nuestro cuerpo es capaz de soportar la carga de energía divina, mientras más resistente sea nuestro cuerpo, más fuerte será la magia, los dones serán más controlables. Los dones, la magia, el libro, todo aparece entonces. A veces hay sueños antes o después, vestigios de una vida pasada, la percepción de las cosas cambia y en resumen... es como una segunda pubertad.
»Los sueños suelen ser desagradables, momentos específicos que marcaron a los dioses, también nos marcan. Pesadillas. También recuerdos hermosos. Creces más rápido que los demás, maduras diferente porque ves cosas que la gente no suele ver, percibir cosas que no deberías percibir. Algo simplemente... cambia. Despertar asustado o llorando, te acostumbras luego de un tiempo.
Tragué saliva. Andrew seguía sin mirarme, pero la conversación de pronto se sentía pesada, como si alguien quisiera que terminara.
—¿Cuándo fue? Para ustedes.
Más tensión, casi me pareció percibir una mueca en la sonrisa amable de Evan. La mirada de Andrew se veía cada vez más oscura.
—Yo tenía doce años cuando sentí el cambio. —La voz de Sara me tomó por sorpresa. Por un segundo sentí que me habían encontrado con las manos en la masa.
Estaba recostada bajo el marco de la puerta a la cocina, con el teléfono fijo en una mano y cruzada de brazos. Su mirada cansada, el brillo del que carecían sus ojos, fue todo lo que necesité para saber que había discutido con sus padres otra vez. Lucía algo ausente, con la cabeza en otra parte.
Miró el suelo un momento, tan distraída que me cuestioné si lo que dijo hacía referencia a despertar como diosa o a otra cosa. Parpadeó, se tocó la sien derecha en un gesto inconsciente antes de levantar sus ojos a mí. Esperé que me cuestionara, que viera en sus ojos el temor y la ira, que me dijera algo de lo que siempre decía en esos temas. Pero no lo hizo, no se opuso, tan solo siguió hablando.
—Había tenido pesadillas recurrentes días antes, por tres meses, pero nunca les presté mayor atención, no era raro para mí tener pesadillas con frecuencia. —Miró al techo, su mirada melancólica—. Una noche me desperté en la madrugada, había tenido una pesadilla horrible y había mojado la cama. Intenté salir en busca de nana, pero las imágenes estaban por todas partes, en las paredes y los pasillos. —Tomó aire—. Me caí por las escaleras y me golpeé la cabeza. Cuando volví en sí me sentía diferente, algo era distinto dentro de mí. Apareció el libro, sentía el cuerpo con más energía y fuerza, mi marca de nacimiento brillaba. Estaba aterrada, no sabía qué hacer y no entendía lo que sucedía. No leí el libro esa noche, pasó casi un mes hasta que decidí abrirlo.
—Te dio varicela... —mencioné al aire—. Estuviste ausente varias semanas...
Ella asintió sin mirarme.
—Estaba demasiado asustada para salir de mi cama, pero tampoco quería dormir, no con esas pesadillas. Enfermé de verdad, dejé de comer y de ducharme. Ocurrían cosas extrañas producto de mis dones, así convencí a nana y a mis padres de mi enfermedad. Sentía cosas diferentes todo el tiempo. Cuando busqué respuestas en el libro me sentí más tranquila. Con el tiempo yo... solo lo acepté.
Hubo un momento de silencio. Todos la habíamos oído con atención, pero no conseguí mayor respuesta por parte de los chicos. Eso me hizo pensar que tal vez sus historias serían igual de difíciles y traumáticas.
—Nos conocimos mucho antes de eso —dije al rato.
Ahora sí me miró, ojos apagados, hombros caídos. No parecía tener energía ni siquiera para oponerse a lo que yo quisiera saber.
—En el kínder. Yo no sabía nada, era tan normal como tú. Lo de la misión estaba escrito en las últimas páginas de mi libro, y tardé mucho en saber que eras tú. —Sonrió con pesar—. Fue tan solo... una casualidad.
—Cómo... ¿Cómo lo supiste?
Parpadeó despacio, sin ánimo de nada.
—Hice un conjuro. Se suponía que debía llevarme con la reencarnación de Atenea aun dormida. Tenía que ver con el lazo que compartían Afrodita y Atenea, solo ella podría encontrarla. Y me llevó hasta ti. —Inclinó la cabeza, un gesto tan triste y de derrota que casi pude ver a su yo más joven al enterarse—. No lo creí, rehíce el conjuro tantas veces que casi me quedé ciega por el esfuerzo. Pero como dije, al final solo lo acepté.
Por un momento me sentí mal por haber llamado «falsa» a nuestra amistad, por haberle dicho que solo se acercó a mí por su misión.
La tensión en la sala era demasiada, el ambiente gris se cernía sobre nosotros como una nube gigantesca. Necesitaba hacer algo con ese ambiente.
—¿Y ustedes? —Me volví hacia los chicos—. ¿Qué edad tenían?
Si el ambiente estaba gris, alrededor de Andrew se volvió negro. Como un agujero negro en la sala.
—A los ocho. —Evan se apresuró a responder—. Y Andrew un par de años después.
Y eso fue todo. Una respuesta tan cortante que, aunque hubiera esperado más detalles, no los hubiera recibido.
Diez años. Si me era difícil imaginar Sara a los doce en todo ese lio, hacerlo con Andrew a los diez y con Evan aún más joven se me dificultaba. ¿Habría sido igual o más complicado para ellos?
De nuevo al silencio. Todos parecían haber olvidado la pila de libros y documentos que nos rodeaban.
—Las habilidades especiales. —Me aclaré la garganta y me removí en mi lugar—. Sé que Sara manipula a las personas y que Andrew tiene esos sentidos de animal y eso, e imagino que Evan tiene algo parecido...
—El clima —respondió Evan a mi pregunta adjunta—. Mi don está relacionado con el clima.
—Si todos tienen una habilidad especial, —continué— ¿cuál es la mía?
—Hacer y decir idioteces —comentó Andrew.
Le lancé una mirada asesina con toda la intención del mundo, pero él no me miraba, lo que me irritó todavía más.
Fue Evan el que me respondió.
—El Filtro. Escuchaste de él en el pasado, ¿verdad? Era el don de Atenea, ligado con la inteligencia y la sabiduría. Purifica los sentimientos negativos. Era considerado el don de la salvación; se salvaron muchas vidas gracias a él. Dicen que lo usaba en los conflictos humanos, evitaba guerras y tragedias. Sin él, pues, la humanidad no tomó un buen camino. Todos los dioses influían, pero la que más desgracias prevenía era Atenea.
Así que a eso se referían... Sí, podía entender en parte por qué dependían tanto de ella. Básicamente ella se encargaba de que la humanidad sugiera existiendo, ella y los Dioses Guardianes. Podía entender por qué era la líder.
Los miré a todos, estudié sus rostros, lo tensos que estaban algunos con tema de despertar como dioses. Lo pensé por un rato hasta que decidí preguntarlo.
—¿Sus padres saben lo que ocurre?
Desde que desperté de mi sueño de casi cuatro días, no podía dejar de pensar en las reacciones de mis padres si supieran la verdad. ¿Cómo se las diría? Era simplemente imposible.
Las miradas de Sara y Evan se encontraron de forma abrupta, y luego los dos le lanzaron una rápida mirada a Andrew. A su alrededor todo parecía más oscuro, más frio, y sus ojos eran tan filosos como siempre. No me miraba, pero apretaba las manos con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
—Sabes que mis padres nunca están en casa —recordó Sara, ganándose mi atención de nuevo—. Creo que nunca se enterarán de nada de lo que haga. Nana... he tenido cuidado de que no lo sepa. Yo nunca... he usado mi habilidad en mi familia desde que aprendí a controlarla. Me aterra.
Pues no pareció aterrarle cuando la usó en la mía, sin mi consentimiento.
Por medio minuto esperé respuesta de los chicos. Sin embargo, a ambos parecía que les hubieran cortado la lengua en pedacitos. Andrew tiró el libro sobre los demás y atravesó la sala, con esa nube negra que cargaba encima y esa acidez en su rostro.
—Me voy. Te llevaré a tu casa, pero si no sales tendrás que quedarte aquí —dijo al pasar por mi lado.
Salió de la casa, dejando la amargura a su paso. Miré a Sara con los ojos bien abiertos, como si con eso le preguntaba qué diablos le ocurrió a Andrew cuando pregunté por sus padres; ella se encogió de hombros en medio de una mueca.
No lo tomé en serio hasta que oí el motor de mi Suzuki. No alcancé a despedirme de ninguno de los dos, apenas sí tomé mi mochila y salí corriendo. Porque le creía, sabía que bien podría llevarse mi moto sin mi permiso bajo alguna excusa tonta respaldada por un código de dioses inventado.
A duras penas alcancé a subirme a la moto y a colocarme el casco, sin abrocharlo, cuando el sínico de Andrew emprendió su camino. El humo que soltó el motor se me metió por los ojos, casi me fui hacia atrás por la alta velocidad que tomó acabando de arrancar.
Me sujeté de él tan fuerte como pude, de su chaqueta casi pellizcando su piel.
—¡¿Qué demonios te ocurre?! —grité contra el viento.
Él iba tan rápido que lo único seguro era que si no me agarraba de donde fuera me iría al piso enseguida.
No contestó. Fingió no oírme.
—Estabas bien antes de tocar el tema de los padres, ¿acaso no puedo preguntar al respecto?
Aceleró más. Ahogué un grito y pegué mi cuerpo a su espalda, apretándolo tan fuerte que muy seguramente le cortaba la respiración.
—¡Bien, Bien! ¡No abro mi boca! Pero por lo que más quieras, vas a matarnos. Reduce la velocidad.
Aminoró un poco la velocidad, prueba de que me había oído, pero de igual forma sobrepasaba los límites de velocidad. No aflojé mi agarre, temía que si lo hacía volvería a acelerar.
Noté algo extraño antes de salir del edificio al día siguiente. Mientras descendía las escaleras, por la ventana que daba al jardín, observé a la misma persona de las veces anteriores. Cabeza cubierta, ropa oscura, masculino. Bajo una sombra que ocultaba gran parte de sus detalles.
Un frio cruzó por mi espalda como un fantasma, acariciando mi nuca como un débil susurro. Sacudí la cabeza para despejarme y continué mi camino.
Andrew estaba mirando el cielo cuando lo alcancé, recostado en mi Suzuki y con los brazos a cada lado de su cuerpo. Su mirada estaba perdida, su cabeza demasiado lejos de su cuerpo. Solo cuando me acerqué lo suficiente reparó en mi presencia, su mirada oscura cayó sobre mí mientras el viento movía los mechones ámbar de su pelo con delicadeza.
No me dijo nada mientras me entregaba el casco y se subía a la moto para encenderla, y yo solo lo miré cuando revisó los parámetros y encendió el motor. Continuamos en silencio cuando me subí, y éste fue todavía más profundo cuando salimos a la avenida. Por un rato largo ninguno dijo nada, la tensión se sentía como un hilo sobre nosotros.
Dudé en abrir la boca, a pesar de que él no lucía enojado sentía que su calma era tan delgada como una gasa.
—¿Qué? —Él habló primero, como si hubiera intuido mi intención de decir algo.
Iba a preguntarle por lo que ocurrió el día anterior, por su forma de alterarse con tan solo una mención. ¿Acaso no tenía buena relación con sus padres? Pero lo descarté por el simple hecho de que él era el que conducía.
—¿Por qué creen que la Luz de la Esperanza ayudará a sellar a Hades? No saben ni siquiera lo que hace. La carta de un extraño no es garantía de nada.
Tardó unos segundos en responder.
—Es lo único que tenemos ahora. No conocemos otros métodos, ni podemos reunir a todos los Dioses Guardianes. Saber dónde está y lo que hace es un inicio, por ahora solo sabemos que está ligada a ti de alguna forma, tiene que ver contigo. Sabremos qué hacer y a dónde ir entonces.
—¿Irán... los dos solos?
Apretó las manos sobre los manubrios.
—Ni tú querrías ir ni Sara dejaría que lo hicieras, por extensión ella tampoco se moverá. Nos presta su casa porque sabe que es mejor tenernos cerca por si te vuelven a atacar, los tres te protegeríamos mejor que ella sola. Pero más allá de lo que te suceda... no le importa mucho la investigación, ni la carta, ni lo que hagamos después de encontrar la Luz de la Esperanza.
Una parte de mí lo sabía perfectamente, quería que todo terminara y regresar a mi vida antes de todo ese alboroto. Yo no me iría, Sara tampoco dejaría a su familia... Y, aun así, la situación en la que los chicos estaban metidos no dejaba de involucrarnos a todos.
—Dame crédito por no salir huyendo. Apenas sé lo que ocurre, no tengo más de una semana en todo esto.
—Hasta donde sé, huiste. Es por eso por lo que los demonios y las Harpías te atacaron en el parque.
Dio justo en el clavo. Me mordí la lengua por puro reflejo.
—Estaba asustada y confundida. No sabía lo que ocurría, ni por qué a mí. Todo fue demasiado rápido...
—Sigues sin saber nada por mucho que preguntes. —Me interrumpió, con una nueva dureza que se sintió cruda y despiadada—. No es un juego, ni algo que se toma a la ligera. Tenemos cuerpos humanos que usan energía divina, el solo hecho de serlo nos pone en peligro y desventaja. Existen criaturas que ni siquiera soportarías ver en tus pesadillas, y andan por ahí, tan conscientes de lo que eres que no eres más que un bocadillo, un premio para ellos. No ves eso, aun no lo has visto, y aun así estás asustada y quieres regresar a tu vida.
Mi garganta tembló, por un momento no fui capaz de hablar.
—Sé que no es un juego —dije al final, con un evidente tono quebradizo—. Es una condición que nunca imaginé tener, no puedo solo...
—Ese es tu primer problema: lo consideras condición. —Me cortó otra vez—. Las condiciones por lo general son pasajeras. Pero esta vida no lo es, no puedes oprimir un botón y borrar quién eres. Acabaste de despertar, los demás llevamos tiempo en esto, pero debes entender que a partir del momento en que esa marca se apoderó de tu nuca tu vida cambió para siempre. No puedes volver a ser humana sin importar cuánto lo desees. Ahora tienes otras responsabilidades, tus prioridades serán diferentes, cambiaron desde el momento en que despertaste. Eres una diosa, esa es tu nueva realidad.
Eso cayó en mi cabeza como un balde de agua fría. En ese momento me di cuenta de que una gran parte de mí aun no lo podía creer, a pesar de todo lo que había pasado. Sin darme cuanta me convencí a mí misma que luego de que los chicos encontraran lo que buscaban todo regresaría a como era antes, yo volvería a como era antes.
No me veía en un futuro así, nunca podría concebir una idea tan alocada de un futuro donde yo asumiera con los brazos abiertos la idea de ser la reencarnación de Atenea, una diosa griega. Yo aún pensaba con todo mi corazón que toda esa locura acabaría en cuestión de días.
El resto del trayecto fue en completo silencio. Me sentí regañada, como si desear estar fura de todo eso fuera malo. Andrew ni siquiera resopló, yo apenas sí lo miré un par de veces.
Creí que seguiría en silencio cuando estacionó cerca de la entrada a la preparatoria. Me preparé para pasar el resto del día sin dirigirle la palabra, pero cuando me bajé de la moto y me quité el casco, él habló:
—Ninguno de nosotros eligió esta vida, para ninguno fue fácil, así que no te hagas la desdichada solo porque «todo pasó demasiado rápido». —No se bajó de la moto. Mantuvo su mirada seria, su entrecejo fruncido—. Tomaré prestada tu moto, regresa a casa con Sara, quédate con ella.
Abrí la boca en una pequeña O.
—Pero se supone que tienes que protegerme, no ir por ahí con mi moto haciendo quien sabe qué.
—No estarás sola. Quédate al lado de Evan y Sara, ellos también cuidarán de ti.
Bufé, exasperada.
—Mira, Andrew, cada vez entiendo menos tu carácter. Pero en verdad no puedes solo desaparecer como si nada, ¡en mi moto! Ya deja de comportarte como un verdadero idiota.
Sostuvo su mirada sobre mí mientras se bajaba de la moto en veloces movimientos. En un par de segundos estaba frente de mí, tan cerca que su respiración me golpeaba la cara, cálida, demasiado. Retrocedí ante su cercanía, ansiosa por poner algo de distancia, pero él consumió el espacio que yo intentaba poner. Al final dejé de retroceder, su rostro estaba tan cerca que si levantaba un poco la barbilla la punta de mi nariz tocaría sus labios.
Oí mi corazón, traicionada por mis latidos, y vi sus ojos, tan filosos que parecían peligrosos. Su perfume me llegó directo, una mezcla de menta y sol, olía a sol. Quise retirarme, huir, pero me miraba de esa forma que tenía para mantenerme inmóvil, para sujetar mi cuerpo y mi alma sin siquiera tocarme.
Se quedó así unos minutos que parecieron horas, oí cada murmullo sobre nosotros, mis manos sudaban y mis rodillas se estremecían, incluso fui consciente del motor de mi Suzuki que aún seguía encendido.
—Debes tener preguntas todavía —dijo, retirándose varios centímetros. Su respiración aun me golpeaba, pero al menos podía respirar otra cosa que no fuera su olor—. Te recogeré en la tarde en casa de Sara. Y tranquila, nada le pasará a tu moto.
Se alejó tres pasos de mí, y me dejó como una costa arrasada por un huracán. Apreté mis manos, mis rodillas dejaron de moverse. Lo vi subirse de nuevo a mi moto, con esa tormentosa calma a punto de explotar.
—No me has dicho a dónde vas —mascullé.
—Y no lo haré.
Se alejó. No dijo nada más, no volvió a mirarme, tan solo se fue. Y yo me quedé ahí parada, viéndolo marchar, intentando entender lo que se le cruzaba por la cabeza siendo completamente inútil el intento.
Por un momento me sentí desprotegida e indefensa. Había aceptado el hecho de ser blanco de ataques a tal punto que el solo pensar estar sin alguno de ellos a mi lado me ponía paranoica. En casa sabía que él estaba cerca, aunque no pudiera verlo, no me sentía sola. Sabía que Andrew, odioso y antipático, siempre me cubría la espalda...
Me masajeé la cabeza. Pero qué tonta. Adentro estaba Sara, estaba segura a su lado. Mientras la tuviera a ella no necesitaba a Andrew.
El aula era todo un escenario. Sara no estaba sola, a su lado se encontraba Evan. Eran el centro de atención, de cada murmullo y mirada. En cuanto me acerqué lo primero que hice fue gritar la pregunta con cada musculo de mi cara.
—Andrew me pidió que las acompañara hoy, pero no te preocupes, dudo que alguno de los docentes haga algo al respecto —explicó Evan luego de saludarme con una sonrisa tierna—. Por cierto, ¿a dónde fue? Lo vi tomar la autopista hace unos minutos.
—No lo sé. —Tomé asiento en mi lugar, ellos se acercaron. Estaba tan molesta con Andrew y con la aparición de Evan que no le di importancia a la lógica detrás de eso. Ellos hacían lo que se les daba la gana, debía agradecer el simple hecho de que no se transfirieron a nuestra preparatoria—. Dijo que tenía algo que hacer y se fue; pasará a casa de Sara en la tarde.
—¿Te dijo lo que iba a hacer? —inquirió Sara, la sombra de la preocupación asomándose en sus ojos—. ¿O al menos a dónde fue?
—Por supuesto que no. Soy su persona menos favorita.
Intercambiaron una rápida mirada de inquietud, como si pudieran leerse los pensamientos mutuamente. Regresaron a mí de inmediato. Esos dos tenían una extraña relación.
Sentía que los tres me ocultaban muchos detalles. Era como si fueran un club y a mí me dejaran por fuera simplemente por ser la nueva. Y lo odiaba. ¿Mismas condiciones? Ellos no lo tomaban así. Me veían como una anormalidad incluso dentro de ellos, como si fuera a explotar en cualquier momento si me decían algo que no debían.
Poco después entró el maestro y la clase comenzó. Sí vio a Evan, pero también a Sara al lado de Evan, por lo que solo lo omitió por extensión. Sara podía hacer lo que quisiera en la preparatoria, otra de las razones por la que nuestros compañeros no la soportaban.
Para cuando terminaron las clases sentía que no había acudido a la escuela. Nada de lo que escuché se grabó en mi mente aparte de las preguntas que circulaban por mi cabeza. Rondaban como un disco rayado, llevándome de vuelta a mis viajes al pasado y a lo poco que mis amigos me habían dicho.
—¿Sabes? —empezó a decir Evan al notar mi ausencia mental—. Andrew probablemente esté averiguando sobre una persona sospechosa que ha estado rondando por tu conjunto residencial.
Caminábamos por el pasillo camino a la cafetería para la hora de almuerzo. Muchos se movían cuando pasábamos, dándonos más espacio del necesario para caminar, como una piedra en el rio, y solo cuando lo hicieron caí en cuenta de que era algo que ocurría cuando Sara caminaba sola.
—¿Qué? —Enarqué una ceja.
Evan asintió aun con su sonrisa tranquila. No parecía incomodarlo el trato que recibía de los demás estudiantes.
—Andrew no es muy comunicativo, prefiere hacer las cosas que explicarlas, así que no lo juzgues demasiado. Ten por seguro que todo lo que hace lo hace por alguna buena razón.
No servía de nada lo que hiciera si no se molestaba en dar un poco de contexto.
—¿Qué persona?
—No quería asustarte. Con lo de las Harpías y los demonios pensó que decirte te pondría demasiado nerviosa —dijo Sara—. Estaba de acuerdo con él, me preocupaba la situación, pero no quería involucrarte de más. —Me miró, con el atisbo de la preocupación tallado en los ojos—. Desde que despertaste hemos notado una presencia extraña en tu casa, y en ocasiones en la preparatoria. Es como un fantasma, la huella que deja es mínima. No podía rastrearla.
Recordé la figura masculina bajo el árbol, el frio que me recorría y el odio en la boca. Como si todo mi cuerpo quisiera partirlo a golpes en el momento en que lo veía.
—Andrew cree que está tras de ti, quizá por eso se fue —continuó Evan—. Le gusta indagar por su cuenta, puede ser un tipo solitario, pero hace bien su trabajo.
—¿Tienen alguna idea de quién podría ser lo que nos sigue? —pregunté.
—Podría ser uno de los sirvientes de Hades.
Al ver mi expresión de confusión, Evan se apresuró a aclarar el concepto:
—El Inframundo es un mundo en sí mismo, basto, enorme, tan poblado como la Tierra podría llegar a estar. Y en él existen diferentes tipos de deidades, por así decirlo, seres diferentes, emisarios del rey Hades, algunos son criaturas con poca inteligencia individual. Demonios, ninfas oscuras, vigilantes, almas perdidas, Harpías, Furias, entre un gran etcétera. Hay un número considerable de deidades que piden asilo en el Inframundo, eso aumenta sus filas.
Hizo una pausa cuando un grupo de estudiantes de unas veinte personas pasó por nuestro lado. Todos nos miraron, uno de ellos se estrelló con un bote de basura. Tanto Evan como Sara ignoraron el incidente.
»Las deidades que habitan allá suelen tener una marca distintiva, se siente su procedencia. Algunos están envueltos en humo, son sombras, otros se alimentan de pesadillas, otros son demasiado pequeños o grandes. Tiene diferentes aspectos, no sería de extrañar que la persona que te sigue esté con él. Hay... cosas peores que las Harpías.
Sara se tensó a su lado, yo tragué saliva. Cosas peores. No podía imaginarme de qué se trataba, no tenía tanta imaginación mortífera. Andrew había dicho lo mismo, por eso todos estaban tan tensos, tan preocupados de lo que pudiera aparecer. Por eso Andrew dormía sobre ese árbol, porque si algo ocurría en mi habitación y él no podía verme, sería demasiado tarde.
Agaché la cabeza. A pesar de ser odioso, apreciaba la seguridad que me brindaba.
—¿Cuándo me dirán de dónde sacan el material que usan en la investigación? —pregunté entonces.
—Los consigo de Pensilvania. —Evan se encogió de hombros, como si eso fuera la parte más normal de todo el tema.
—¿Cómo lo haces?
—En Pensilvania hay una biblioteca histórica, ahí consigo los materiales de investigación sobre los Dioses Guardianes. Son recopilaciones, datan de tiempos antiguos. Solo copias, pero el contenido es el mismo. Sus datos suelen ser precisos y verídicos, algo difícil de conseguir después de tanto tiempo.
—Aun así, ¿llaman para pedir una orden a domicilio?
Se le escapó una sonrisa de gracia, mostrando sus dientes blancos. La imagen era tan simétrica y atractiva que algunas personas dejaron de caminar a nuestro alrededor para mirarlo.
—Hay una persona que es de mi entera confianza en Ohio. Ella los consigue y me los envía.
Fruncí el ceño. Eso no tenía sentido. Ohio quedaba muy lejos de Pensilvania.
—¿Quién es? ¿Cómo lo hace?
—Ella es...
—¿Qué van a comer? —lo interrumpió Sara al llegar a la cafetería, tan de repente que los dos frenamos en seco—. Creo que comeré una ensalada de frutas, ¿y tú, Evan?
Lo agarró del brazo y lo haló hasta la pila de bandejas, ahora con amplio espacio para ellos. Le susurró algo al oído, no pude ver sus labios y sus reacciones no me decían mucho, pero estaba segura de que ellos compartían un secreto que Sara guardaba con bastante celo.
Me quedé mirándolos varios segundos, decidida a averiguar qué me quería ocultar mi amiga ahora. Porque, estaba segura, tenía que ver conmigo.
El olor a pino fresco y flores de la casa de Sara me recordaba a mi niñez, cuando corría por los pasillos persiguiendo a Sara y a Melanie por toda la casa; la señora Morgan siempre nos regañaba cuando rompíamos algo invaluable como un garrón o un pisapapeles, y al final nana tenía que ejercer el papel de abogada por nosotras.
Volví mi mirada hacia Sara y Evan, quienes estaban sentados en el sofá, uno al lado del otro, ella leyendo un libro y él pasando las hojas de una carpeta. La relación de ese par me seguía dando vueltas la cabeza. ¿Por qué se tenían tanta confianza con una semana de conocidos?
Entrecerré los ojos. Mi posición frente a ellos me daba acceso a esos detalles, a esos movimientos, a esa soltura. Sara no actuaba de esa forma con cualquiera, menos con un desconocido.
—¿Hace cuánto se conocen? —solté.
La mirada de Sara fue la primera en caer sobre mí, apartándose por impulso algunos centímetros de Evan, sus ojos tan abiertos que alcancé a sentir el frio que recorrió su cuerpo. Evan, por otro lado, lucía muy tranquilo cuando sus ojos azules se fijaron en los míos.
—El mismo tiempo que tú —dijo ella, sonando más firme de lo que pensé. Tal vez había ensayado esa respuesta—. Es una pregunta estúpida, Ailyn. Los conocimos el mismo día.
Entrecerré un poco más los ojos. La conocía muy bien, sabía qué gestos y qué músculos saltaban en su cara cuando estaba nerviosa, cuando estaba mintiendo. Sabía qué tono usaba cuando elegía una respuesta ensayada, lo había escuchado mucho durante las fiestas a las que la obligaban a asistir.
—Eso no es cierto —espeté—. ¿Hace cuánto se conocen en realidad?
Sara se quedó inmóvil, incapaz de dejar de mirarme o siquiera parpadear.
—Desde hace cuatro años —confesó Evan en su lugar, al cabo de tres segundos, casi suspirando la respuesta.
Parpadeé varias veces, como si el hacerlo limpiara de alguna forma mis oídos. Sentí una punzada en el pecho, algo filoso, constantemente doloroso. Sara aguantó la respiración.
—¿Qué...?
—Pero no personalmente —se apresuró en aclarar Sara, como si eso compensara en algo la mentira—. La primera vez que los vi en carne y hueso fue en el parque, contigo.
Calor. Un calor molesto me recorrió el pecho, la tristeza y la traición me susurraron en el oído.
—Fuimos amigos por correspondencia —concretó Evan—. Cartas en papel. No confío en Internet.
Seguí callada, con una pregunta evidente tatuada en el rostro. Sentía que si abría la boca solo saldría un grito.
Sara movió sus dedos sin ningún patrón, aun incapaz de soltarme la mirada.
—A los pocos meses de despertar Evan me contactó. Me encontró por medio de la marca y un poco de magia. Hemos... estado en contacto desde entonces.
Las cartas, esas que siempre estaba escribiendo en sus ratos libres. Las llamadas... la llamada ese día, el día que los cuervos me atacaron, cuando la otra persona no le contestó...
Me sentí desnuda, usada. La única que no lo sabía... Debía parecer tan tonta, sonar tan estúpida cuando los llamé amigos, cuando pensé que a pesar de no conocerme me ayudaban. Pero lo hacían, Sara debió decirles todo de mí. Ellos...
Por los dioses, me sentí tan insignificante, tan infantil. Creí que estaba en el mismo barco que Sara, pensé que al menos en cierto grado había cosas nuevas pasando para las dos, que, aunque los chicos lucieran con más experiencia tenía a Sara, tan confundida como yo con todo lo que pasaba...
—¿Por qué ocultarlo? —pregunté en un hilo de voz—. ¿Por qué no me lo dijiste esa noche en el parque?
—No era mi intención ocultarlo...
—¡Por supuesto que sí! —exclamé. El calor en el pecho me ardía, o tal vez eran mis ojos. Me puse de pie en un salto—. Tu intención siempre es mentirme. Desde el comienzo, esperaste solo hasta el día de la marca, e incluso después solo me dijiste la verdad cuando los cuervos me atacaron. No me dices la verdad completa, nunca. ¡Estás tan cegada por tu propio egoísmo que no me diste opción! Y esto —Señalé a Evan, a su relación con él— lo demuestra. De qué hablaban, ¿eh? ¿De cómo mantenerme ciega? Si tan solo me hubieras dicho...
—¿Qué? ¿Si te hubiera dicho... entonces qué? —La voz de Sara salió baja, ronca, rota.
Sus ojos casi se tiñeron de rojo, movía su garganta con un temblor inconsciente. No vi miedo en su mirada, lo que vi fue terror puro, tan crudo que lo sentí en la piel como un aliento helado. No había preocupación en la forma en la que me miraba, solo había espacio para un temor tan irracional como incontrolable.
—¿Qué se suponía que debía decirte? —continuó, en un tono quebradizo y ahogado—, ¿que eres la reencarnación de una diosa y que tu vida cambiaría para siempre? ¿A qué edad? ¿A los doce? ¿Trece? ¡Ni siquiera me creíste cuando te dije la verdad! Perdóname por querer proteger, al menos, tu infancia.
Me quedé en silencio, algo me golpeó, un muro invisible me volvió pesado el cuerpo, los pensamientos. Ella siguió.
»Fue un infierno, antes durante y después. ¿Y sabes qué era lo que me preocupaba cuando me enteré de que tú también pasarías por eso? Que sufrirías. Sabía que sería horrible, que habría cambios tan grandes en ti que podrían destruir tu personalidad. Entrené, me hice tan fuerte como pude para que eso no pasara, para que tú no despertaras, para que no te involucraras. Y entrenar fue el doble de horrible, porque al comienzo estaba sola, porque no terminaba de tener miedo por mí cuando empecé a temer por ti.
Hizo una pausa breve, sus manos no se quedaban quietas y sus ojos se ponían cada vez más rojos. No lloraba, pero podía ver sus gritos en la garganta, estancados. Evan guardó todo el silencio del mundo.
»Solo he querido... desde que desperté todo lo que quería... —Cerró los ojos un momento, su cuello estaba tenso, su nariz roja—. Quería mantenerte a salvo, yo solo quería... protegerte.
Silencio. Delgado, horrible. Silencio.
La observé mientras temblaba, mientras su cuerpo contenía esa ira, esa tristeza, esa culpa. La vi así, rota, aferrada a mí como si fuera su última oportunidad. Pero al verla lo único que veía eran las mentiras, su necesidad de protegerme aun a mi costa, su deseo tan enorme de esconderme tras su espalda.
—Si me hubieras dicho algo, aunque no te hubiera creído en un principio, habría estado preparada para enfrentar lo que viniera. Al menos, Sara, me habrías ahorrado el horror del desconcierto e impotencia. Habría tenido opciones. Pero tú te las quedaste, me las quitaste.
Vi el dolor en sus ojos, vi mi desilusión reflejada en ellos como un espejo.
Evan, quien hasta el momento solo había observado la situación sin siquiera mover un dedo, se puso de pie y posó su mano en el hombro de mi amiga, con una suavidad cuidadosa. Sara temblaba, casi podía ver su ira salir por sus orejas.
La expresión de él, tan tranquila y apacible, no cambió, su tono de voz tampoco se alteró.
—Ve a descansar. Sigues sin dormir bien estos días. Me quedaré aquí con Ailyn, ve tranquila.
Sara, sin apartar los ojos de mí y para mi sorpresa, asintió sin objetar, sin siquiera insistir. Relajó los hombros, aun temblando, y subió por la escalera hacia su habitación como si cargara un fantasma a su espalda.
Me quedé ahí parada, sin saber cómo sentirme y con quién más enojarme. Tan decepcionada y traicionada que solo quería tirarme en un sofá durante horas. Quería soltarme a llorar como niña pequeña, llorar de rabia y de tristeza, de miedo, gritarles a los dioses que todo era su culpa, exigirles que me devolvieran mi vida, que me devolvieran a mi amiga, que borraran esa última semana de mi existencia como si nunca hubiera pasado.
Pero no pasó nada y al final me dejé caer en un sofá. Me dolía la cabeza, me ardía la garganta, y entre lagrima y lagrima sentí la nariz congestionada.
Quería llorar más fuerte, rasgar mi garganta con sollozos y gritos. Pero no lo hice, tan solo dejé que las lágrimas cayeran en silencio hasta que se secaron, hasta que mi cuerpo se volvió demasiado pesado para levantarme.
Pensar en las palabras de Sara solo añadían peso a mi cabeza. No quería justificarla ni estar triste por ella, quería solo estar enojada por mí, llorar por mí. Por mi mala suerte.
Pasaron los minutos, tal vez un par de horas. Sabía que Evan estaba justo a una silla de distancia con un libro en las manos, en completo silencio. Oía las páginas pasar y su respiración, nada más. No me hizo ninguna pregunta ni me planteó conversación, y yo consideré si debía enojarme también con él, por no decírmelo, por seguirle el juego a Sara todo el tiempo. Pensé en enfadarme también con Andrew, con ambos, por simplemente dejarla, por mentirme de la misma manera.
Pero ellos... Sara era su amiga, la conocían desde hacía años. Si lo pensaba bien era natural que eligieran seguirle el juego. De todas formas, ellos no eran nada mío, no me debían nada, eran... los amigos de Sara, sus compañeros, no míos. Evan y Andrew eran iguales a Sara.
Me quedé así por un rato largo, sin llorar, pero en un silencio que me consumía. Sola. Así me sentía. Tan abandonada que no valía la pena el intento. Y aun así...
—Yo aún... —susurré, él dejó de pasar páginas— quiero saber muchas cosas, entender. Pero Sara...
—Sara estará bien —dijo él—. Puedes preguntar, tal vez no ahora, pero cuando te sientas mejor te diré lo que quieras saber.
—Ahora —declaré mientras me sentaba en el sofá.—. Lo haremos ahora.
Lo miré, él tan sereno como siempre. Cerró el libro y con un movimiento perezoso lo dejó sobre los demás. Me miró con atención, ojos como joyas resplandecientes sobre mí.
—Te escucho.
Me miré las manos, tan humanas como hacía más de una semana. Mi reflejo era el mismo, mis habilidades no habían cambiado. Físicamente solo la marca delataba mi estado. Yo no era una diosa, no tenía nada de divino. Casi sonreí con ironía al notar esa gran diferencia entre ellos y yo.
—La magia, el Filtro, Atenea misma. No siento nada de eso. —No fue una pregunta, pero sabía que Evan entendería lo que quería decir.
—Toma tiempo aprender a usar magia, si eso es lo que quieres podríamos enseñarte. Aprender a dominar tus dones es el primer paso. Atenea era de los dioses cuyos dones no eran tangibles, se reducían a la sabiduría y sus ramificaciones. Inteligencia, intuición, intensidad. El Filtro era la habilidad más frágil y poderosa, resumía en parte los atributos de la diosa, pero no todos. Atenea era... capaz de desarmar un ejército con solo mirarlo, la concentración e influencia que se requieren para conseguir algo así era impresionante. Terminaba guerras antes de que iniciaran, pero si su fuerza era usada con otros propósitos, pues, no conozco testimonios al respecto...
»El Filtro es un contenedor, como una botella de cristal. Se llena en algún momento, y cuando sucede debe pasar un tiempo para que su contenido se purifique, es un proceso lento. Si ese contenido se rebasa, rompería la botella, esparciendo el líquido por todas partes. Básicamente así funciona, si lo llenas demasiado, si excedes su capacidad, explota, y todo su contenido se uniría a ti como una servilleta. Negatividad, eso absorbe, si se pasara a ti... No lo sé, decían que si eso llegaba a pasar Atenea sería peor que Kronos. Era solo una historia para asustar a los niños, en realidad nunca sucedió.
Me estremecí. Entendía su punto, no debía llenar el contenedor, morder más de lo que pudiera masticar.
—¿Eso quiere decir que solo lo puedo usar un número limitado de veces?
«Usar». Como si yo supiera cómo conseguir eso.
Evan se recostó en su silla. Seguía pensado que le gustaba hablar al respecto. Eras antiguas, magia vieja, nuestros predecesores...
—No exactamente. No tiene límite de uso, pero debes purificar de a poco su contenido. No absorber demasiado en una misma ocasión, tomártelo con calma. Es un don hermoso, purifica los sentimientos negativos, podría cambar el curso de la historia, pero si se usa de manera incorrecta, entonces... no habría forma de repararlo. Tengo entendido que funcionaba en ambos sentidos, lo que significa que también podría liberarlos donde quisiera. Imagino que a eso se debía que sus ciudades apadrinadas siempre ganaran.
Hice una mueca. No me agradaba saber que si en algún día de mi vida llegaba a utilizar un don que ni siquiera estaba segura de tener podría terminar como una loca de atar.
»Es natural que ahora te sientas normal. No has sufrido cambios físicos significativos todavía. La química de tu cuerpo cambió, pero no es algo fácil de notar. Y apenas ha pasado poco más de una semana desde que despertaste. Los cambios son graduales para que tu cuerpo pueda soportarlos, el poder de verdad llega... después. Te golpea, te abruma.
—¿Eso ocurre cuando aparece el Arma Divina? Andrew me habló al respecto.
Lo meditó un segundo.
—En parte, sí. Hasta que el Arma Divina aparece se desarrollan los dones. Las habilidades son la base de lo que viene después. Cuando recibes el arma, cuando sincronizas tu corazón con el de la deidad que representas, se abre una nueva puerta.
Guardé silencio un momento, pensando. Llegué a la conclusión de que no la quería, no quería un Arma Divina ni aprender a usar magia. Mientras menos tuviera de «diosa» mejor. Si el proceso iba a ser tan traumático como el despertar, prefería quedarme así. Diferente. En definitiva, no podría ser como ellos.
—¿Las demás habilidades son así?
—Cada habilidad tiene su riesgo, su precio. Pero el Filtro... —Negó una sola vez con la cabeza— era demasiado para cualquier deidad. Atenea nació con él, imagino que solo ella podría usarlo sin terminar como...
—Una loca de atar o una malvada bruja —puntualicé.
La imagen de una mujer consumida por esos sentimientos negativos me golpeó la memoria. Una loca. No, gracias.
Él asintió, más o menos.
—Los hechizos prohibidos —mencioné, vacilante. Él parpadeó una vez, su mirada un poco más seria—. Oí algo sobre ellos ...
—No me corresponde a mí darte información al respecto —me cortó—. Sé que los viste, pero lo que te dijo Andrew es cierto. Son peligrosos, exigen un costo demasiado elevado, sacrifico. Desafían la naturaleza misma, el equilibrio, las fuerzas que dieron origen al universo. Tan antiguos como la vida misma, eso es todo lo que puedo decirte. Te aconsejo que los olvides, no se te ocurra mencionarlos delante de Andrew; es muy sensible al respecto.
Se me tensó la cara.
—Andrew... ¿por qué los tiene si son tan peligrosos?
Vi el debate en sus ojos, cómo se preguntaba a sí mismo si debería contestar a eso.
—Precisamente porque lo son. Solo él podría evitar que alguien los use.
—¿Cómo...? ¿Cómo es que él los tiene?
Vi un brillo en sus ojos azules, parecido al de Andrew, tan corto que apenas sí lo noté.
—No lo sé. Han estado con él por un tiempo.
Silencio de nuevo. De repente había olvidado las preguntas. Desvié la mirada hacia el suelo, como si así las encontrara de nuevo. Evan no me quitó los ojos de encima en ningún momento, parecía estar pensando en algo importante.
—Cuando estuviste en el pasado —dijo él, pensativo—, ¿viste un portal o alguna estructura grande? Una puerta.
Lo miré de nuevo. Había algo en esa mirada... intuición tal vez.
—Oí hablar sobre un portal, creo que llevaba a Kamigami. También vi una habitación demasiado brillante. De todas formas, ¿qué es Kamigami?
Se movió hacia adelante, sus músculos tan relajados como siempre. A veces, cuando lo veía moverse, parecía una ola. Era igual a las olas del mar tan tranquilas contra la playa, pero en ocasiones el intenso azul de sus ojos me recordaba a las olas en el centro del océano, tan indomables como mortales.
—Es el mundo de los dioses. El origen de todo. Ahí nacieron las primeras deidades, ellas le dieron forma luego a la Tierra, y de la Tierra, de los humanos, nació el Inframundo. Son tres mundos que se superponen y coexisten. El Inframundo es un reflejo de la Tierra, muchas de las almas de los humanos suelen caer ahí si son incapaces de reencarnar. La Tierra es el reflejo de Kamigami, su lado más especial, moldeado a partir de los sueños de los dioses. Se podría decir que uno es el fruto del otro. Kamigami está... justo sobre nosotros. El Inframundo, bajo nuestros pies.
»Las deidades en su gran mayoría quedaron del otro lado, encerrados en Kamigami. Los portales se sellaron, la conexión se cortó. Desde entonces ninguno ha podido salir o entrar. Hubo algunas criaturas que quedaron en este mundo, no alcanzaron a evacuar o simplemente no quisieron irse; habitan entre los humanos, son parte de la Tierra misma.
Al escuchar eso la conversación entre los Dioses Guardianes originales tenía más sentido. Sellaron su propio mundo, ¿tan grande era la amenaza de Hades? No, dudaba que ese fuera el verdadero motivo.
—Al morir, los dioses sellaron los portales. ¿Por qué?
Evan parpadeó.
—Eso es algo que tendrás que preguntárselo a ellos.
Ellos. Los Dioses Guardianes. A veces olvidaba que se suponía que había más como nosotros en alguna parte del mundo. No me imaginaba cómo serían, si ya hubiesen despertado o si estuviesen tan perdidos en el tema como yo. Por un momento me pregunté si de conocerlos podríamos ser amigos.
—¿Qué piensan hacer cuando encuentren la Luz de la Esperanza? —pregunté entonces.
Ni siquiera sabía por qué seguía preguntando lo mismo una y otra vez. Tal vez solo... quería oír una respuesta diferente.
Permaneció con su expresión serena, ojos brillantes y amable sonrisa.
—Andrew ya me dijo que se lo habías preguntado. —Recorrió mi rostro con sus ojos, como si buscara alguna pista—. Honestamente, y no se lo digas a Andrew, no lo sé. Es más que encontrarla ¿sabes? No sabemos cómo se usa, ni si va a funcionar.
—Se irán... ¿Intentarán contactar con la persona de la carta?
Asintió. No supe a cuál de las dos acciones, quizá ambas.
—Tengo la corazonada de que cuando averigüemos lo que es, la persona de la carta nos dará a conocer el siguiente paso a seguir.
—Pero es solo una corazonada...
Sonrió más, como si le causara gracia.
—Ailyn —dijo con calma—, si propones algo mejor me encantaría escucharlo. Por ahora eso es todo lo que tenemos.
Contuve un resoplido, pero sí me tiré contra el espaldar del sofá. Algo en esa habitual respuesta al respecto me molestaba.
—Eso quiere decir que sí. Tomarán la Luz de la Esperanza y se irán.
Ahí estaba. Irse. No me agradaba la idea. Saldrían de mi vida de la misma forma en la que entraron, sin aviso y con fuerza. Pero estaba bien, si ellos se iban tal sería más fácil recuperar mi vida. Al menos eso era lo que me repetía una y otra vez para poder creérmelo.
No eran mis amigos, tampoco eran iguales a mí. Si lo aceptaba el hecho de no verlos no sería difícil.
Evan me miró con ternura, sus ojos destellaron. Sin duda alguna, su belleza era diferente a la de Andrew a pesar de que ambos estaban en el mismo nivel.
—No podemos quedarnos aquí por siempre.
Fruncí el ceño. Me pellizqué el brazo izquierdo para recordarme que no me debía molestar por eso.
—Claro, ustedes tienen sus vidas en Ohio. Solo están de... paso. Quedarse ni siquiera es una opción.
Él soltó una risita entre dientes y sin poderlo evitar yo también sonreí. No era gracioso, pero el que se lo tomara con tanta calma me daba cierta confianza, alivio.
Luego de eso Evan no volvió a tocar un solo libro. Pasamos las siguientes horas hablando sobre Kamigami, sobre todas esas criaturas que escapaban de mi imaginación. A muchas ya las conocía por mis tareas de la escuela, otras apenas sí podía hacerme una imagen mental de sus descripciones.
Me dijo que había muchos tipos de deidades y que todas seguían una pirámide de poder. Claramente Zeus y su panteón estaban a lo alto, pero también había ramificaciones y muchas especies distintas. Apenas sí retuve la mitad de la información que me soltó al respecto, y eso sin mencionar cuando se puso a hablar sobre el ecosistema de Kamigami, que aparentemente era otro personaje.
Para cuando por fin se detuvo yo bien podría haber escrito un libro al respecto.
Caminé dando vueltas por el recibidor cerca de la puerta principal. Había caminado tanto la última hora y media que ya estaba por hacerle una zanja al suelo de madera importada. La madre de Sara me iba a matar si se enteraba del trato que recibía su casa en su ausencia, pero no podía evitarlo, no podía solo quedarme sentada. Mi corazón se sentía intranquilo.
—Ailyn, siéntate por favor —pidió Evan por séptima vez sin abandonar esa increíble paciencia.
Le eché una ojeada al reloj en mi celular y luego le dediqué una mirada a Evan en una butaca cerca de la entrada a la sala. Tenía un libro en sus manos, pero sus ojos estaban sobre mí.
Miré hacia las escaleras, hacia la parte visible de la puerta de la habitación de Sara. Me mordí la lengua. Ella no me había hablado en todas esas horas, no había abandonado su habitación. Tal vez estaba dormida. O simplemente no quería darme la cara. Habían sido pocas las veces que mi amiga se encerró en su habitación de ese modo, pero en cada una de ellas siempre me dejó entrar. Ahora... al parecer era yo la causa de su rabieta.
Suspiré. Tenía la cabeza dividida en dos, a lo mejor en muchas más partes. Seguía enojada con ella. Demasiado. Pero no me agradaba la idea de que pasara su tiempo metida en su habitación.
—Ailyn —empezó a decir Evan, cerrando con cuidado el libro—, entiendo tu preocupación, pero...
—No estoy preocupada —mentí, sin saber hacia cuál de mis dos preocupaciones iba dirigido el comentario—. Es solo que... ¿Has visto qué hora es? Está oscuro. Mamá me matará si llego tarde de nuevo.
—Sara puede...
—No lo hará y no voy a pedírselo —decreté, interrumpiéndolo con más dureza de la que pretendía.
Faltaban cuarenta minutos para las nueve, mi hora límite, y Andrew no mostraba señales de vida. No tenía cómo irme, él tenía mi moto y no pensaba pedirle a Sara que me llevara. Ella pudo hechizar a mis padres para que olvidaran mi castigo, pero eso no me salvaría de uno nuevo.
—¿Por qué tarda tanto? —murmuré, dando zapateadas ansiosas.
—Si tanto te preocupa, deberías llamarlo —sugirió Evan, que, para mi sorpresa, escuchó lo que dije. Por el tono que usó parecía que no le agradaba la idea de interrumpirlo—. O puedo trasportarte. Magia.
Dejé de zapatear y me enfoqué en él. Me había detenido a pocos pasos de la puerta principal.
—¿Lo harías? —Sonreí, mis ojos se iluminaron, pero algo en mi pecho me pinchó.
Él asintió.
—Puedo quedarme contigo hasta que llegue Andrew. La cuestión es que no estés sola en ningún momento.
Abrí la boca para decir que sí, pero antes de hacerlo me volví de nuevo hacia la puerta, con la esperanza de que se abriera y Andrew cruzara el umbral. Porque sí, me preocupaba no saber dónde estaba, si estaba bien, odiaba que ni siquiera nos hubiera avisado que seguía vivo.
—Es Andrew. Te aseguro que está bien.
Resoplé y atravesé los pocos metros que me separaban de la puerta principal, estiré mi mano, a cada paso decidido. Sabía que al abrir la puerta solo habría oscuridad e infinitas posibilidades de volver a ser blanco de los ataques de esos monstruos. No sabía lo que haría luego, cómo pensaba buscarlo o si solo me pararía en plena calle a gritar su nombre.
Aun así, lo hice. El aire frio me recibió por un segundo cuando abrí la puerta, pero un obstáculo me protegió de la mayor parte de esa ventisca de otoño. Una sombra en la noche, alta, firme cuando di un paso de más y me choqué con ella. Parpadeé varias veces, tan solo la tenue luz de las farolas de la calle sobre ese cabello ambarino me dijo quién era. Olía a humedad, como si hubiera estado mojado mucho tiempo y solo ahora estuviera seco.
Sus ojos se encontraron con los míos, tan brillantes como ese filo peligroso lo permitía. Rostro inescrutable, como siempre.
—¿Puedo pasar? —tan solo dijo—. Hace frio.
Me quedé ahí, de pie, con el corazón contra la espalda. No podía creer que en verdad estuviera del otro lado de la puerta. Se movió, dejó de mirarme y pasó por mi lado, como si solo evadiera un obstáculo en el camino.
—¿Cómo estás? —preguntó Evan, se oía más cerca.
—Bien. Solo cansado.
Me di la vuelta, cerrando la puerta de un portazo en el proceso. Los dos chicos me miraron, capté su atención de forma efectiva. Había algo en esa pregunta y en esa respuesta que parecía tener líneas pequeñas, un idioma oculto.
—La persona que me sigue, o lo que sea. ¿Qué encontraste?
Andrew entrecerró los ojos, sus hombros se tensaron en el acto. Evan tan solo me miró, luego a él y después a mí otra vez. El brillo filoso en esos ojos oscuros no titubeó.
—Nada importante. Es una sombra. Pero creo que es debido a su presencia que no te han atacado. Debe pensar que es más que suficiente.
Un escalofrío me recorrió la espalda. No me agradaba el tono que usó para decir la última frase.
Se instauró un silencio fúnebre entre nosotros tres, la oscuridad de la noche llenaba cada vez más la casa. Hacía demasiado frio.
—Quiero ir a casa —susurré, pero el silencio hizo perfectamente audible mi petición.
Andrew asintió, solo eso. Se despidió de Evan con un par de palabras secas mientras Evan le dedicaba una sonrisa amena y un asentimiento de cabeza. A veces, entre ellos, parecía que no hiciera falta decir nada.
El chico de ojos oscuros salió de la casa de nuevo, yo lo seguí apenas después de mirar una última vez hacia la puerta de la habitación de Sara. Evan solo me dijo que hablaríamos luego, yo coincidí.
Pocos minutos más tarde Andrew me llevaba a través de la noche hacia mi casa. La autopista estaba vacía, el cielo estaba lleno de nubes de tormenta. Las luces de las farolas a los lados de la carretera no eran suficientes. Había algo que hacía la noche aterradora, peligrosa.
—¿Es... un demonio? —me atreví a preguntar.
Andrew me contestó sin moverse, sin apartar su atención del camino.
—No lo descarto. Pero hay cosas que son peores. Me inclino a pensar lo peor.
—¿Por qué no me ha hecho nada?
Silencio por varios segundos.
—No lo sé. —Lo apreté más por simple reflejo, él tensó los músculos de su cuerpo—. No te preocupes. Alguno de nosotros siempre estará contigo, nunca estarás sola.
Aflojé el agarre.
«Nunca estarás sola.». Sola.
Había algo en esa frase que me generó una tristeza infinita, y en medio de esa tristeza, de ese nudo que intentaba subir por mi garganta, encontré alivio. Encontré una pequeña luz de seguridad.
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