40. Impactantes revelaciones
Halo - Beyoncé
Aspiré con fuerza todo el aire que mi cuerpo me permitió, desesperada por llenar mis pulmones de oxígeno. Tosí varias veces, y de mi garganta salió bruscamente toda el agua que había entrado en mi sistema. Me sentí ahogada por un momento, incapaz de controlar la sensación de asfixia, y con un gran malestar no solo en mi adolorido cuerpo, sino también en mi garganta maltratada.
Unos segundos después el sonido llegó a mí. Lo que había sido un agudo zumbido en mis oídos se convirtió en la angustiada voz de Andrew llamándome por mi apellido. Podía percibir el húmedo césped bajo mi cuerpo, y la brisa de la noche acariciando mi piel con extrema frialdad debido a mi cuerpo mojado.
Abrí los ojos lentamente, adormecida y cansada, y los entorné para observar a la persona frente a mí. Andrew, con su empapado cabello goteando agua de lago, ropa mojada, y ojos brillantes que me miraban expectantes a mi reacción. Noté la preocupación que mostraba en su rostro y el alivio cruzarlo al verme despertar.
Se encontraba inclinado sobre mí, pero al percatarse de mis ojos sobre él se permitió sentarse de manera adecuada a mi lado. Soltó un pequeño suspiro y pasó una mano por su cabello para alejarlo de su frente, sin dejar de mirarme. Se veía realmente agotado.
—¿Qué...? ¿Qué pasó? —pregunté, tan exhausta que lo que salió de mi boca sonó como un débil susurro.
Mis parpados pesaban y quise volver a cerrarlos para seguir durmiendo; sin embargo, la penetrante mirada de Andrew no me lo permitía. Era como una estaca que no me dejaba mover; él en verdad tenía una mirada pesada.
Traté de incorporarme, pero el agotamiento logró mantenerme en el césped. El mareo había regresado, y el dolor en todo mi cuerpo era persistente hasta el punto de no querer ni respirar. Me sentía horrible, como nunca en mi vida, y solo quería quedarme ahí sin moverme para no sentir nada.
Andrew pasó su mano bajo mi espalda, ayudándome a sentarme en la hierba ahora sin ningún rastro de nieve. Un golpeteo en mi cabeza me provocó una desagradable mueca, y una punzada en mi pecho me hizo estremecer. Llevé mi mano a la frente y la sostuve ahí para amortiguar el dolor general que padecía, pero era en vano, el dolor seguía presente como los latidos de mi corazón, y cada vez eran más fuertes.
—Caíste al lago —explicó Andrew, estudiando mis gestos faciales con suma atención—. Y como siempre, yo te salvé.
Aparté la mirada de él, no quería mirar su expresión, estaba muy ocupada deseando no haber nacido para no sentir ese tremendo dolor como para hacerlo.
No obstante, mis ojos lograron detectar las familiares siluetas de mis amigos unos metros lejos de nosotros, ocupados con sus propias dolencias, y en especial con Evan y Cailye, los más afectados. Inspeccioné el cielo sin levantar la cabeza, aliviándome al notar que no había rastro de ningún demonio cerca.
—Gracias... —musité sin mucho esfuerzo; sentía que mi cabeza iba a explotar, así que moverme lo menos posible era lo único que se me ocurría para permanecer consciente.
Andrew entrecerró los ojos.
—¿Qué hiciste? ¿Cómo lograste que atravesara el portal? —interrogó, con sospecha, con si creyera que vendí mi alma al diablo para conseguirlo.
—Lo empujé mientras ustedes mantenían el portal abierto; Kirok me ayudó sosteniéndolo para que no se resistiera. —Mi cabeza quería partirse en dos del dolor.
—Sí, claro, y por eso caíste al lago, totalmente exhausta y medio muerta.
—Andrew... —Quería decirle que no quería escuchar sus regaños en ese momento, pero se me adelantó.
—En serio que eres trabajo de tiempo completo —continuó, ignorando mis esfuerzos por callarlo—. Siempre metiendo la pata, siempre arriesgando tu vida, siempre ocasionándome problemas. Qué pesada eres, ni siquiera me das tiempo de respirar; cuando te veo solo alcanzo a rescatarte. Creí haberte dicho que tienes edad suficiente para mantenerte a salvo; si ni siquiera puedes hacer eso, no veo cómo es que sigues con vida... Oh, espera, sí sé: porque aquí está el idiota que siempre se arriesga a sí mismo por ti.
Negué con mi adolorida cabeza lentamente, harta de sus regaños. Le agradecía el haberme salvado de ahogarme otra vez, pero estaba cansada de que siempre me lo estregara en la cara. Sabía que no era perfecta, pero ese no era el tipo de cosas que esperaba escuchar del chico del que estaba enamorada.
—Quieres callarte, por favor —pedí—. Solo quédate en silencio unos minutos.
—No. No me voy a callar, tienes que escuchar lo que quiero decirte. —Su tono firme me obligó a guardar silencio.
»Desde que te conocí ha sido lo mismo, el mismo maldito ciclo: tú no escuchas consejos, haces algo alocado que puede matarte, y cuando estás a punto de morir, entro yo y te rescato. No he tenido un solo día de paz desde que te conocí, ni siquiera puedo cerrar los ojos un segundo porque si lo hago seguro que no te vuelvo a ver porque ya estarías muerta. No soy tu guardaespaldas y no me pagas por cuidarte. Por lo que no es ni mi trabajo ni mi obligación limpiar tus idioteces.
Ese chico era la única persona en el mundo que me salvaba de morir y segundos después me lo echaba en cara. ¿Que acaso no veía mi estado? ¿No se percataba de mi situación? Si no le agradaba salvarme, que no lo hiciera. Pero no por hacerlo tenía el derecho de regañarme como si fuera mi papá.
—Cierra la boca, Andrew, el resto ya me lo sé de memoria, lo has repetido durante todo el viaje. —Bajé más la cabeza, cansada y con tremendas migrañas—. No tienes idea de lo agotador que resulta escuchar tus regaños durante tanto tiempo, tantas veces al día.
Dirigí toda la voluntad y la energía que me quedaban para moverme y ponerme en pie, con el objetivo de alejarme de Andrew. Tal vez así me despejaría lo suficiente como para pensar en lo que estaba ocurriendo y lo que haríamos; necesitábamos evaluar daños e ingeniar una estrategia para poner todo en orden en Italia antes de que aquellos monstruos llegaran a más países.
Sin embargo, la mano de Andrew sujetó mi brazo de la nada, impidiéndome realizar la acción. Lo vi a los ojos por una décima de segundo, justo antes de que su cuerpo se acercar al mío con el objetivo de abrazarme. Sus brazos cubrieron los míos y mi cabeza encajó a la perfección entre su hombro y su cuello. Sentí sus manos en mi espalda, abriéndose paso entre el dolor que cubría mi cuerpo, y me abrazó con la delicadeza que suponía mi estado.
—No seas egoísta —masculló cerca de mi oreja, en tono suave y casi arrullador—. Estuviste a punto de morir. Casi... casi te pierdo también a ti, Ailyn.
Abrí los ojos de par en par y dejó de importarme el infierno que mi cuerpo sentía debido al dolor. Mis latidos se aceleraron, como si me hubieran inyectado adrenalina directo a mi corazón. No podía creer que mi nombre hubiera salido de su boca, y la forma en que lo pronunció fue tan íntima y personal que provocó que mi cuerpo entero se estremeciera. Los vellos se me pusieron de punta y la ansiedad comenzó a carcomer mis pensamientos.
Intenté alejarme del abrazo para encararlo y preguntarle por qué tan de repente me llamó por mi nombre, pero su siguiente acción me dejó perpleja, en shock. Sentí sus labios sobre mi frente, en un gesto que denotaba protección y cariño, cálidos y suaves, tan reconfortantes que me trasmitieron aquella sensación de paz que tanto anhelaba volver a sentir por parte de Andrew.
El sonido de su corazón se mezcló con el mío, y de nuevo no sabía si los latidos desbocados provenían de mí o de él. El olor a agua de lago combinado con el sudor de su cuerpo creaba una fragancia extraña, normal, pero provenía de él, y el que estuviera tan cerca suyo como para notarlo me hacía sentir un hueco en la boca del estómago.
Me entraron deseos de besarlo, de enredar mis dedos en su cabello, de acercar mi cuerpo más al suyo y lanzarme contra él, pero sobre todo, de llorar debido a la bola de sensaciones atascadas en mi garganta. Lo único que me impidió moverme, aparte de que estaba tan confundida por su gesto que no sabía qué pensar, era que el dolor de mi cuerpo no me dejaba mover.
Andrew se apartó, pero no lo suficiente. Apoyó su frente sobre la mía y permaneció con los ojos cerrados, como si estuviera extremamente cansado, incluso preocupado, como si por fin pudiera dar una bocanada de aire fresco. No sabía lo que pasaba por su cabeza en ese momento, y sus fracciones endurecidas no ayudaban en absoluto; no entendía nada de la situación.
Cuando abrió sus ojos y me miró, de la forma en la que solo Andrew podía mirarme, como si fuera un manuscrito en un idioma diferente, encontré mi propia voz en medio de los gritos de mi cabeza pidiendo una explicación. Había tantas cosas que decir, tantas preguntas, tanto que no sabía por dónde empezar.
—¿Qué...?
No terminé de formular la pregunta, ya que tomó mi cabeza entre sus manos, y acercó su rostro peligrosamente al mío. Lo vi a milímetros de mi boca, tan cerca que resultaba tentador, con sus ojos castaños tan oscuros y atrapantes como siempre... Y entonces, sentí el tacto de sus labios sobre los míos.
Me quedé de piedra e incluso aguanté la respiración. Todo mi cuerpo se puso rígido ante la sensación acolchonada y cálida de los labios de Andrew sobre mi boca. Fue un beso tierno, sin sobrepasar la barrera de mis labios, solo superficial pero lleno de sentido. Muy diferente al que le di en Paris, ese fue apresurado, como si quisiera tomar algo de mí en lo profundo de mi interior. Pero ese... se sintió como si en lugar de tomarlo quisiera protegerlo. Y eso arrugó más mi corazón.
Ahora sí que estaba confundida, conmocionada, y con más deseos de llorar que antes, pero no sabía por qué quería llorar con tanta prisa.
—Me rechazaste —fue lo primero que dije, en tono suave y frágil, tanto que dio la impresión de que quería llorar, varios segundos después de que Andrew estableciera distancia entre nosotros—. Tres veces. Y ahora me besas... ¿Qué ocurre contigo?
Tragué saliva, nerviosa, y mi cuerpo me temblaba por la ansiedad. Lo observé a los ojos, suplicando una respuesta pronto o me enloquecería; mientras él permanecía con la expresión seria que no dejaba ver lo que ocultaba su mirada preocupada.
—¿Recuerdas las ilusiones que nos mostraron nuestros miedos cuando fuimos a Salem? —Asentí, sin saber lo que eso tenía que ver con mi pregunta. Una sonrisa desganada se apoderó de su rostro y me miró con más énfasis—. Te vi a ti. Te vi morir, princesa, ese es mi mayor miedo. Y cuando te vi caer pensé... Supe que la razón por la que tenía miedo de perderte es porque me importas más de lo que había pensado.
Abrí los ojos de par en par, y entendí por qué me llamó egoísta. Por la razón que fuera, por cualquier sentimiento que involucrara, perderme era su miedo, como perderlo era el mío. No pude evitar que una lagrima escapara de mis ojos, porque tras esas palabras se escondía la razón por la cual mi muerte le generaba miedo.
—¿Significa...?
Extendió su mano y acarició suavemente mi húmeda mejilla para limpiar mis lágrimas. Estaba tan feliz, tan confundida, tan sorprendida, que todo se mezcló para provocar una gran sopa de emociones que iniciaron mis lágrimas. Sabía que mi rostro estaba rojo, y que ya no era capaz de sentir mi corazón de lo rápido que palpitaba, que me dolía hasta el cabello y que debía verme tan sucia y golpeada como él; pero en ese instante, nada de eso me importaba.
—Princesa, no es tan fácil como crees. —Sonrió débilmente y entrecerró los ojos. No lucía como se supone lo haría un chico al confesarse, más bien se veía sorprendido, casi tan confundido como yo, pero ¿de qué?—. Yo tampoco lo entiendo bien, lo único que tengo claro es que no te quiero perder, no creo que sea capaz de soportar otra perdida.
Mi respiración falló y mi corazón latía tan fuerte que creí por un momento que moriría de un paro cardiaco. Me sentía demasiado confundida, con una extraña mezcla de sensaciones en el estómago que no me dejaban pensar.
—Andrew... yo... no entiendo lo que está pasando, no te entiendo a ti. Me dejaste muy en claro que no sentías lo mismo que yo, que no podías corresponder mis sentimientos. Entonces, ¿qué quieres de mí?
Una débil sonrisa se escapó de sus labios, espontánea y graciosa, como si se le hubiera salido por accidente. Sus ojos brillaron, reflejando tras ese brillo un sentimiento cálido que antes no percibí. Había confusión en su mirada, pero también una ternura muda que esta vez no pudo esconder.
Movió su cabeza de lado a lado, negando para sí mismo con incredulidad, hasta que habló, en tono bajo casi en un susurro.
—Quiero que vivas. Quiero que estés cerca de mí, Ailyn, tan solo eso. ¿Es mucho pedir que solo te quedes aquí? Por los dioses, a veces es pedir demasiado que te quedes a mi lado.
Algo dentro de mí simplemente se derritió. Estaba cien por ciento consciente de que esa no era una confesión de amor, ni una petición de noviazgo, pero era lo más cerca de cualquiera de las dos de lo que podía pedir. Entendí que, a pesar de no ponerlo en palabras, el significado era casi el mismo que el mío cuando le dije lo que sentía...
Supe por la forma en la que me miró, entre confundido y sorprendido, que estaba llorando mucho antes de sentir las lágrimas en mis mejillas, de nuevo. Era una llorona, lo sabía y lo aceptaba, y con ese mar de sentimientos dentro de mí era lo único seguro que sabía que pasaría.
—Repite mi nombre —pedí con la voz débil. No se me ocurrió qué más decir, no sabía qué otra cosa decir—. Quiero escucharlo de tu boca, quiero escuchar tu respuesta a mi confesión, una verdadera respuesta.
La comisura de su labio se elevó, dando pie a una sonrisa ladeada y un casi insonoro bufido de gracia. Se incorporó, tambaleante, producto del cansancio corporal por el uso de tanta energía divina; y mantuvo sus ojos sobre mí. Me observaba como si fuera borrosa, entre confundido y aliviado... En realidad, no sabía cómo interpretar su reacción y lo que veía en su expresión. No sabía lo que pensaba ni lo que sentía, y era realmente frustrante no conocer los verdaderos sentimientos de la persona que me gustaba.
—No me presiones. —Extendió su mano frente a mí—. ¿Puedes levantarte?
La forma en la que me miró, como si estudiara a un nuevo y raro espécimen, un texto en otro idioma, me confundió todavía más. Siempre me veía así, pero ahora, después de lo que dijo, no sabía cómo interpretarlo. No sabía cómo debía tomarlo, ni lo que él esperaba que hiciera. Mi cabeza era un manojo de emociones y pensamientos, muy confusos en ese momento para decir algo más, o intentar buscarle sentido a lo que acababa de pasar.
Y, aun así, una parte de mí, sin entender por qué, se sentía exorbitantemente feliz. Era como si me hubiera ganado un premio muy importante, o la lotería, o incluso si hubiera descubierto un mineral extraterrestre. No entendía la razón de aquella felicidad, solo me permití disfrutarla como un pequeño placer, como un regalo después superar una gran prueba.
Acepté la mano de Andrew, pero como mi cuerpo todavía me dolía como mil demonios, no hice mucho esfuerzo en levantarme. El chico, como plan alternativo, me haló con rápida agilidad, y ya de pie me sostuvo de la cintura para que no me desplomara de nuevo.
Hice una mueca de dolor, e intenté mantenerme yo misma de pie para no generarle tanta carga a Andrew con mi peso. Lo miré a los ojos, lista para agradecerle su ayuda, pero en cuanto nuestros ojos se encontraron no fui capaz de hablar; me quedé muda, estática, y con las mejillas tan rojas que me empezaron a arder.
Nos quedamos un rato así: mirándonos a los ojos en completo silencio, hasta que Sara y Daymon se nos acercaron. Se veían igual de sucios y golpeados que los demás, pero no notaba nada grave a simple vista a aparte de unos cuantos cortes y el evidente agotamiento general a causa de la magia.
Daymon sonreía ampliamente, como siempre, como si nada malo hubiera pasado minutos atrás; mientras que Sara, a pesar de que se veía igual de débil que los chicos, se dirigió a mí para ayudar a mantenerme de pie. Pasó su brazo sobre el de Andrew, logrando que éste aflojara su agarre, y con su otro bazo me pasó el mío sobre su hombro.
—¿Estás bien? —preguntó Sara, con los ojos sobre mí. De no ser por su agotamiento estaba segura de que revisaría cada parte de mi cuerpo en busca de algo anormal—. Te vimos caer en el lago, ¿cómo te sientes?
—No estoy peor que ustedes, así que no te preocupes. —Pero eso no era cierto. Lo que hice... Milagrosamente estaba viva después de usar el Filtro de esa forma—. ¿Cómo están los demás?
Mi amiga examinó mi rostro y le echó una rápida mirada a Andrew como si quisiera comprobarlo. El chico asintió, pero sentí la forma en la que su corazón brincó, demostrando lo poco convencido que estaba de su propia afirmación.
—Están bien, dentro de lo que cabe. —Miró hacia el lago, donde Logan se encontraba ayudando a Cailye a sentarse al lado de Evan, quien permanecía boca arriba, al parecer dormido del cansancio—. Evan está tan agotado que me sorprende que siga lucido, y la herida de Cailye no se ve bien, no después de ayudarnos con el portal.
—Iré a verla —anunció Andrew.
Alejó todo tacto de mí, seguro de que Sara no me dejaría caer, y al mismo tiempo conseguí mantenerme de pie por mi propia cuenta; claro que mi amiga no se apartaría de mí si veía que me podría caer al suelo.
Lo observé marcharse, después de arrugar el entrecejo una vez más luego de mirarme, y permanecí con la mirada sobre él mientras se acercaba a su hermana y su mejor amigo.
Noté la mirada de Daymon sobre mí, sonriendo como una niña emocionada; tragué saliva, incomoda, puesto que el pelirrojo debía imaginarse lo que pasó minutos atrás, pero aun así no hice ningún gesto delator mientras Sara le dirigía una mirada confundida, y él solo seguía sonriendo...
Y entonces, de la nada, un brillo dorado estalló a unos pasos de nosotros. El bosque se iluminó por un instante, mientras aquella luz dorada nos devolvía una muy pequeña parte del poder que perdimos. Cuando la luz bañó mi piel sentí que el dolor de mi cuerpo disminuía, al menos lo suficiente para moverme con más libertad.
Observé la fuente de la luz, expectante, al igual que mis amigos a mi lado. Nadie se movió, nadie respiró, hasta que el brillo comenzó a disminuir, dando forma en el núcleo de la luz a dos figuras que contrastaban con el fondo dorado.
Cubrí mis ojos con el brazo para observar mejor a pesar del brillo. Las figuras resultaron ser siluetas humanas; una de ellas se trataba de una mujer alta, con ligeras curvas por todo su cuerpo, de tan largo cabello que llegaba hasta el suelo. La otra correspondía a un hombre, más alto de la mujer, con hombros anchos y cuerpo extravagantemente fornido, de cabello largo hasta el pecho, e imponente postura.
La luz tras ellos se redujo a una pequeña lucecita, para luego apagarse por completo, mientras las dos nuevas personas permanecían flotando sobre una luz blanca fija que ocultaba sus pies.
De esa forma pude observarlos mejor. El cabello de la mujer era completamente gris platinado, reluciente bajo la luz de la luna, de piel tan blanca como la de Astra; iba vestida con una larga túnica del mismo color que su cabello, con pequeños accesorios plateados en cintura y muñecas, y en su cabeza mostraba una sencilla corona con joyas que parecían gotas de agua. Su sonrisa desprendía alegría, y sus hermosos ojos violetas reflejaban dulzura... Me recordaba demasiado a Astra.
El hombre, de cabello dorado como el oro, era de piel brillante y llevaba puesto una túnica parecida a la mujer, pero en lugar de gris, ésta era dorada; sus dorados y brillantes ojos nos observaban expectantes, como si tratara de evaluarnos, y su rostro no reflejaba ni calidez ni confianza.
En apariencia y expresiones eran totalmente distintos en uno del otro, dos polos opuestos por completo. Por su forma de vestir, con las túnicas de la antigua Grecia, supe de inmediato que se trataba de dioses. Pero me llevé una sorpresa aún más grande al descubrir, como un golpe de reconocimiento, que no eran cualquier par de dioses, se trataba de los más importantes de la jerarquía divina.
Sara, acompañada por Daymon, sujetó mi brazo mientras me acercaba a los dos visitantes, a pesar de que podía caminar por mi cuenta, ella no estaba dispuesta a correr ningún riesgo conmigo. Noté a Andrew y a Logan ayudando a Evan a caminar hasta nosotros, mientras Cailye se quedaba sentada en el suelo unos metros más allá.
Sabía que debía decir o hacer algo, lo que fuera, pero mi mente estaba bloqueada por la sorpresa. Nunca imaginé estar en presencia de dioses del Olimpo, no tenía idea de cómo debía actuar para no ofenderlos. Lo único que se me ocurrió fue imitar la forma de hablar de Atenea cuando la vi en el pasado.
Me aclaré la garganta e hice una pequeña reverencia. Mis amigos imitaron mi gesto, o al menos los que podían moverse.
—Señor —empecé, sin saber muy bien lo que salía de mi boca—, nos alegra saber que se encuentra bien. Y usted también, Hera. Es un honor verlos, a pesar de todo lo que ha pasado.
Hera amplió su sonrisa mientras nos enderezábamos, pero Zeus permaneció serio, inescrutable, como una figura de mármol.
—Dioses Guardianes —habló Zeus con convicción, como si fuera un discurso ensayado—, me alegra informaros que vuestra misión ha finalizado con completo éxito. Enhorabuena, habéis conseguido frustrar los planes de Hades. Nos complace conoceros en persona, después de tantos años.
Mis amigos intercambiaron una mirada de confusión, pues su presencia seguía siendo una total sorpresa, después asentimos al mismo tiempo.
—Disculpe mi impertinencia, Señor, pero ¿podría explicarnos lo que ocurrió con ustedes todo este tiempo? —pidió Sara con educación y respeto, propio de ella—. Lo último que supimos fue que fueron encerrados en contra de su voluntad cuando Hades salió en libertad.
Hera nos miró con cariño antes de responder, mientras que Zeus adquiría cierto aire de grandeza.
—No es de sorprenderse que cuando los Dioses Guardianes padecieron a manos del rey del Inframundo cuando lo sellaron nuevamente, el portal a Kamigami se cerró. —La voz de Hera era tan dulce como me la imaginé, y a la vez serena y relajante, como el arrullo de una madre—. Los dioses y demás criaturas divinas quedaron atrapados del otro lado, y con ellas, nosotros, a la espera de la aparición pronta de los nuevos protectores de la Tierra, como lo indica la profecía mencionada por las Moiras.
»Envié a mi querida hija Hebe a buscaros, antes de partir a nuestro mundo de origen, para que un día, juntos, liberarais el sello de nuestra única puerta estable, permitiéndonos de nuevo la entrada a este mundo. Durante siglos hemos esperado vuestra reunión, con ansia de restablecer nuestros tiempos de gloria, y remediar el rumbo de la humanidad que tomó durante nuestra ausencia.
La miré con atención, analizando sus palabras.
—Pero si quedaron en libertad cuando nos reunimos, ¿por qué no nos ayudaron a derrotar a Hades? —interrogué, sin medir muy bien el efecto de mi silenciosa acusación sobre ellos—. Mucha gente murió a causa del portal, si hubiéramos contado con más ayuda...
—Esa no era nuestra obligación, era vuestra tarea proteger a los humanos —me cortó Zeus en tono severo, con los ojos atentos a mis acciones.
Me estremecí para mis adentros, puesto que hablarle de esa forma y acusar a Zeus era definitivamente suicida. Era el rey, dios de los dioses, no tenía la obligación de hacer nada, y yo no era quien para juzgarlo.
—Pido disculpas por los contratiempos causados —se apresuró a decir Hera—. Sin embargo, a pesar de no contar con nuestra presencia o con los demás dioses, lo habéis hecho considerablemente bien.
—¿Y los demás dioses? ¿Dónde están? —quiso saber Daymon, ganándose una mirada de reproche por parte de Sara, por hablar tan a la ligera con ellos.
—Reconstruyendo nuestro altar, por supuesto —explicó Zeus con suficiencia—. Os imaginareis la sorpresa que recibimos al enterarnos de las condiciones actuales del Olimpo. Por nuestras cabezas nunca se nos cruzó la idea de que vosotros acabaréis con el palacio durante la misión; y debo añadir que no me agradó enterarme de que mi trono fue destruido por una flecha divina.
Incliné la cabeza, apenada. Sabía que lo iban a descubrir, no con tantos detalles como lo de la flecha claro, pero era imposible no suponer lo que había ocurrido. No fuimos nosotros, o al menos no directamente, pero en parte fue nuestra culpa.
—Señor, quisiera saber lo que ocurrirá con el Inframundo ahora que Hades no está —pregunté—. Por la ley del equilibrio.
—Perséfone se hará cargo de eso —aseguró Hebe con otra dulce sonrisa, esta vez, me recordó a Astra. Se hizo un nudo en la garganta al recordarlo, y es que era doloroso ver en ella a nuestra mentora—. Ella es la reina, una digna de su corona, el Inframundo se encuentra en buenas manos mientras Hades renace.
—¿Renace? —indagó Sara.
—Así es —confirmó la diosa, con los ojos sobre mi amiga—. Es el rey del Inframundo, hijo de Cronos, hermano de Zeus, y el gobernante sobre la oscuridad que habita en los humanos, no puede morir. Está en un lugar lejano del Inframundo, alimentándose de la maldad humana; mientras exista el pecado en los corazones de los hombres, él vivirá.
Eso significaba que existía la posibilidad de volver a verlo.
—Los demonios que invadieron este mundo se han ido —continuó Zeus, en voz alta y clara, a forma de discurso—, han regresado a su tierra de origen. El planeta Tierra está a salvo, el apocalipsis no se llevará a cabo, gracias a vosotros: Dioses Guardianes. Los habitantes de este mundo están en deuda con vosotros.
Extendió los brazos y de su cuerpo salieron pequeñas luces doradas, parecidas a las estrellas, pero muy diminutas. Se elevaron y se dirigieron a todas las direcciones, barriendo el bosque y sus alrededores como centenares de luciérnagas.
Recordé el cetro de Zeus colgando en mi cuello y la túnica de Astra que Logan decidió guardar. Debía regresar ambos objetos a sus respectivos dueños. Di unos pasos adelante, mordiendo mi lengua para amortiguar el dolor de mi cuerpo, en dirección a Zeus y Hera, quienes debido a la levitación se veían imponentemente altos; y me percaté de que Logan hizo lo mismo.
Retiré el collar de mi cuello, con suavidad, y se lo extendí a Zeus de frente, como si de una ofrenda se tratara. Él frunció levemente el entrecejo, casi desconcertado de que yo lo tuviera, o preocupado, no estaba segura.
—Esto le pertenece —excusé—, es su cetro, Señor.
—¿Dónde se encuentra Hebe ahora? —intervino Hera, sin la tranquilidad de antes, y con sus ojos violetas ahora taladrando mi alma igual que Astra—. Ella nunca descuidaría un objeto tan importante como ese; exijo saber su posición.
Desvié la mirada y la posé por inercia sobre Andrew, buscando fuerza quizá para decir la verdad completa. ¿Cómo se suponía que les iba a explicar que su hija estaba muerta? Ni siquiera yo lo había superado aun, ni siquiera yo estaba lista para escucharlo en voz alta de nuevo.
No quería decirlo, pero tenía qué. Andrew asintió, con sutileza y disimulo, invitándome a continuar. Era como si me dijera con tan solo su mirada que estaba bien, que no importaba si me soltaba en llanto. Que ahora estaba bien tan solo dejarlo salir.
El dios de los dioses tomó el collar que le ofrecía y en medio de un dorado resplandor se expandió en el acto. El cetro tomó forma, pero ahora mucho más grande que cuando Astra lo usaba, y con un brillo dorado más intenso que antes.
—Astra... digo, Hebe, cuidó de ese cetro hasta el último momento —expliqué cabizbaja—. Ella... ella...
No encontraba las palabras correctas, y para colmo, la tristeza me nubló la vista. Parpadeé varias veces, intentando contener las lágrimas y oprimir el nudo en mi garganta; pero era inútil. Hablar de Astra en voz alta me era imposible sin llorar. No estaba lista para hacerlo, tenía muchos sentimientos al respecto que me lo impedían.
—Ella nos encontró, nos reunió y nos entrenó. —Para mi gran asombro, fue Logan quien tomó la palabra, con la mirada fija y firme sobre los dos dioses—. Siempre estuvo para nosotros y nos guio por el camino correcto desde que nos conoció. En varias ocasiones nos salvó y nos protegió como a sus hijos; nos enseñó todo lo que sabemos, somos lo que somos por ella. Por eso, y por muchas cosas más, fue la mejor mentora que pudimos haber deseado.
Mantuve la mirada sobre Logan, mientras éste permanecía firme e inmutable, como si hablar de Astra no fuera difícil para él. No obstante, pude ver en sus ojos verdes la tristeza que ocultaba por su perdida. También la ira por su pronta.
El chico le extendió la túnica de Astra, bien doblada, casi como una ofrenda a un muerto. Hera se limitó a contemplar el objeto, con los ojos más abiertos y la sorpresa e incredulidad surcaban sus facciones. Pronto la tristeza y el dolor se mostraron en su rostro, reacción normal para una madre que se entera de la muerte de su hija.
—¿Qué ocurrió? —quiso saber Hera, mientras tomaba la túnica que Logan le ofreció. Sus manos temblaban, pero conseguía mantener la compostura.
Vi a Zeus observar a su esposa, con expresión lúgubre pero inmutable, como si no le afectara perder a su hija también. Más parecía que le afectaba ver sufrir a Hera.
—Hades... —¿Qué palabra podía reemplazar «matar»? Ninguna, por supuesto; ninguna lo suficientemente sutil—. Él la... —No fui capaz de terminar.
—Murió cumpliendo con su deber. —De nuevo, Logan me interrumpió. Hablaba como un robot, como si ya supiera de antemano lo que diría, sin ninguna emoción aparente—. Nos protegió y dio su vida por su deber. Hasta el último minuto ella cuidó de nosotros.
Hera le regaló una cálida sonrisa luego de unos segundos, y lo miró de una manera extraña, con empatía y cariño. Quizá podía ver el dolor tras la apariencia segura de Logan, tal vez sabía lo que él sentía.
—Entiendo. —Estrujó la capa contra su cuerpo, como si así sintiera a su hija más cerca—. Ella cumplió con su objetivo, con su propósito, y este es el precio a pagar —murmuró, y luego levantó la mirada para darnos una sonrisa de dulzura—. Gracias por formar parte de su vida.
Percibí a mis amigos removerse incomodos, y en especial un gesto extraño por parte de Logan que hizo con sus manos. Era posible que tan solo fuera mi imaginación, pero la forma en la que la diosa de la familia dijo lo último me dio a entender que no solo se refería a nosotros, sino a todos los Dioses Guardianes que habían existido y que Astra conoció a lo largo de la historia. A todos aquellos que cuidó y vigiló, como a nosotros; ellos y nosotros formamos parte de ella, como Hebe de nosotros.
Los ojos violetas de Hera se posaron en mí de repente, examinando mi rostro con atención.
—Te he estado observando, pequeña Atenea, pero creo que no te has dado cuenta de ello.
—¿A qué se refiere? —inquirí.
—Los sueños son fáciles de manipular, más en alguien que posee predisposición para la clarividencia.
La respuesta me llegó de golpe, como un balde de agua fría, y lo vi todo con más claridad. Entendí parte de las cosas que me cuestioné en determinado momento del viaje, cosas que eran evidentes pero que jamás analicé con cuidado.
—Los sueños... Fue usted quien envió esas imágenes, ¿verdad?
—En algunas ocasiones sí —contestó, con orgullo—. Pero tended en cuenta que no soy la única diosa que pude interferir en tus sueños premonitorios, no soy la única esposa de un dios poderoso. Solo te di un empujón, incluida la visión de tu vida humana.
—¿Vida humana? —cuestionó Sara con molestia, como si de alguna manera entendiera a lo que se refería.
—Hera... —No sabía qué decir—. Sin su ayuda Krono hubiera ejecutado el conjuro, y yo...
Su sonrisa compresiva me hizo callar.
—Solo te mostré el camino, tú decidiste si tomarlo o no. Has recibido mucha ayuda en vuestra misión, pequeña Atenea, y habéis conocido a gente maravillosa. Sin embargo, aquí no termina vuestro viaje.
La diosa sonrió, cómplice, pero no alcancé a preguntarle nada.
—Deseo ofrecerles su inmortalidad devuelta, en muestra de gratitud, y su lugar como dioses olímpicos —soltó Zeus, aún inescrutable, serio como si la noticia fuera poco.
Tuve que sostenerme de Sara para no caer debido a la impresión de la noticia, y al mismo tiempo ella tomó el brazo de Daymon, como en una reacción en cadena. Primero no estuve segura de haber escuchado bien, pero luego de notar las expresiones de sorpresa de los chicos y la tos nerviosa de Cailye, supe que todos oímos lo mismo.
¿Podía hacer eso? ¿Zeus realmente podía devolvernos nuestra inmortalidad? La sola idea me causaba pánico. La inmortalidad era algo con lo que no sabía si podía lidiar, apenas sí podía con mi vida como para pedir eones de juventud.
Miré a mis amigos, aterrada, y ellos a su vez se miraron entre sí y luego a mí. Evan estaba medio moribundo, pero aun así percibí en él y en Andrew a su lado el rechazo a la idea en cuanto el chico de ambarino cabello negó con sutileza. Sara, junto con Daymon a mi lado, se miraron preocupados, indecisos, pero tampoco apoyaron la propuesta. Luego estaba Cailye, quien se encontraba muy alterada por ser una diosa de verdad como para intentar responder. El único que no se veía tan contrariado era Logan, pero de igual manera no dijo nada a favor o en contra.
Pensé en mi familia, en lo que pasaría con ellos son mí. También pensé en las familias de los demás: en los padres de Sara, en la pequeña hermana de Daymon, y el solitario padre de Evan. Todos ellos nos necesitaban, y nosotros necesitábamos nuestra humanidad, para poder ser mejores Dioses Guardianes, unos que se preocuparan no solo por los humanos, sino también por las Amazonas, y toda aquella deidad que lo necesitara. Poseer inmortalidad significaba perder nuestra humanidad, y no estaba dispuesta a desecharlo por algo tan permanente.
Porque gracias a que éramos humanos teníamos el poder de remediar los errores de los dioses, por poseer un corazón humano seríamos capaces de reparar aquello que nunca había funcionado.
—Con todo respeto, Señor —le comuniqué a Zeus, luego de respirar profundamente para calmar mi corazón acelerado—, rechazamos su propuesta.
Una línea de incredulidad pasó por su rostro, pero desapareció enseguida; mientras que una pequeña risita de diversión se escapaba de los labios de Hera.
—¿Qué? —exclamó Zeus, aunque no supe distinguir si estaba enojado u ofendido—. Os ofrezco la inmortalidad, la gloria de lo que fueron; os ofrezco vuestros recuerdos, vuestras vidas originales. Y declináis de ello. ¿Por qué?
Me tomó unos segundos hallar las palabras correctas.
—Porque, Señor, tenemos todo lo que queremos aquí, en la Tierra, con nuestras familias y nuevos amigos. Nuestra verdadera vida está aquí. Amamos este mundo, y cada vez que corra peligro lo defenderemos, como lo hicimos hoy. No necesitamos la inmortalidad para proteger lo que queremos, solo necesitamos estar cerca de lo que queremos proteger. Continuaremos con nuestra labor, porque para ello poseemos los poderes de nuestros antecesores, pero siendo humanos, no dioses.
Hubo un momento de silencio, en el que Zeus permaneció mirándome con extrañeza, con el ceño fruncido, entre molesto y súper molesto. Sara tomó mi mano y Daymon tomó la otra; en seguida Andrew apareció junto con Evan a nuestro lado, mientras Cailye se ponía de pie.
—Siendo así, nuevos Dioses Guardianes —anunció Hera en lugar de Zeus, quien se limitó a observarnos con irritación—, tendréis que reportaros cada semana ante la Corte Suprema, y no descuidareis vuestros entrenamientos corporales tanto divinos como físicos. Con el portal abierto es seguro que las criaturas que habitan en Kamigami ingresarán a la Tierra, y es deber de los Dioses Guardianes proteger este mundo.
Todos asentimos ante sus condiciones, sin saber muy bien lo que eso implicaba. Sin embargo, teniendo en cuenta el pasado que conocía sobre los Dioses Guardianes, el trabajo que nos aguardaba sería desafiante debido a que no solo éramos dioses y teníamos una vida fuera del Olimpo.
Hera sonrió, con amplitud y entusiasmo.
—Os deseo el mejor de los futuros, Dioses Guardianes. Y a ti, pequeña Atenea, guíalos por el camino correcto. —Un hilo de luz plateada rodeó a ambos dioses, uno que se fue haciendo más y más grande, hasta que los cubrió como una cortina de agua—. Y recuerda: pase lo que pase...
No terminó la oración, porque la luz los envolvió como capullo y los dos desaparecieron en medio de un último brillo, permitiéndome observar por última vez la sonrisa de Hera y la mirada pesada de Zeus.
Me cubrí los ojos con el antebrazo, para protegerlos del intenso brillo, hasta que éste se detuvo. Una vez que el lago regresó a la normalidad supe que esa no sería la última vez que vería a ese par de dioses.
—...todo estará bien —finalicé para mí misma.
Sentí la mano de alguien sobre mi brazo, y al reconocer que no se trataba ni de Sara ni de Daymon me volví hacia aquella persona. Me encontré con una Cailye cansada, sin la suficiente energía para mantenerse de pie. Lucía pálida y con leves ojeras, incluso podría decir que su rubio cabello se veía más opaco.
—¿Qué crees que haces, Cailye? —pregunté mientras la tomaba de los brazos para mantenerla en pie; aunque en ese momento yo no era una buena fuente de estabilidad—. Deberías descansar.
—Estoy bien, no es nada grave —repuso al tiempo que me regalaba una sonrisa—. ¿Escuchaste su forma de hablar? Parecían salidos de un poema.
Rio con diversión, y yo también lo hice pero por notar que ella se había figado solo en su forma de hablar, y que nada más de la situación ganó su atención.
Fue entonces, cuando observé las plumas de At en el suelo por casualidad, que recordé a mi hermano a unos cuantos metros de ahí. Con todo lo que pasó olvidé por completo que Cody estaba inconsciente y que dejé a mi antigua yo con él.
—Ven, te llevaré a la orilla —comuniqué empezando a caminar.
Caminé hacia el lago, despacio y con cuidado, no solo por Cailye sino también por mí. Me sentía mucho mejor, o al menos lo suficiente para caminar sin problema, pero mi cuerpo seguía adolorido y agotado.
—Aún no puedo creer que Zeus nos propusiera devolvernos la inmortalidad —comentó Daymon, al lado de Sara, pisando nuestros talones por si alguna se veía al suelo.
Suspiré, cansada, y me volví hacia él.
—Yo tampoco, ni siquiera me imagino una vida así. Lo que me pareció extraño fue lo mucho que Zeus se enojó por la respuesta.
Al llegar al lago bajé a Cailye hasta que se sentó. En medio de una mueca se acomodó en la orilla del lago, sosteniendo su herida por encima de la manta que aún tenía de la casa de Tamara. Andrew llegó después con Evan, e hizo lo mismo que yo, pero Evan lucía peor.
—¿Te sientes muy mal? —le pregunté al chico de ojos azules, aunque la pregunta sonaba tonta en voz alta.
Una cálida sonrisa se estiró en sus labios, pero permaneció con los ojos cerrados.
—No, solo no siento mi cuerpo, es todo, pronto se me pasará —respondió, sin abrir los ojos.
—No debiste haber hecho eso, fue muy peligroso —lo regañé, pero al analizar mis palabras solo volví a suspirar—. Lo siento, no consideré que tú podrías cargar con la mitad de la magia que Cailye necesitaba para que a ella no le sucediera algo peor.
—No te preocupes, no fue tu culpa. —Medio abrió sus ojos para mirarme y volvió a sonreír—. Era algo que me esperaba, y además creo que era necesario.
Lo observé con tristeza, recordando fugazmente que tenía asuntos pendientes con él, y una sonrisa decaída se apoderó de mi rostro sin siquiera evitarlo.
—Eres demasiado amable —mascullé en voz baja.
Me sostuvo la mirada, como si entendiera exactamente a qué me refería con el comentario, pero no dijo nada al respecto; en su lugar se limitó a observarme.
—Está exhausto —terció Andrew, mirándolo con un ápice de preocupación, y luego posó sus ojos en mí—. Se recuperará, pero no sé cuánto le va a tomar.
Tragué saliva, nerviosa de repente, y sentí como el rubor subía a mis mejillas solo por el hecho de tener la mirada de Andrew sobre mí. Qué tonta, la forma en la que me miraba no tenía nada de diferente a como lo hacía últimamente, entonces, ¿por qué me sentía tan nerviosa?
—Iré a ver a Cody, no debe tardar en despertar —anuncié, lo que me sirvió como excusa para desaparecer de ahí por un rato.
—Ailyn —llamó Sara antes de que diera el primer paso—, ¿qué vamos a hacer ahora?
Observé a mis amigos y contemplé el estado de sus cuerpos. Así no había nada que pudiéramos hacer
—Todo acabó, podemos volver a casa.
—¿Cómo, genio? —preguntó Logan, de mala gana y con evidente resentimiento—. El conjuro de los elementos y la barrera agotaron nuestra energía, y no creo que haya un aeropuerto cerca.
Fruncí el ceño, molesta. Sin embargo, fue Andrew quien respondió.
—Esperando, obviamente. Aunque si lo prefieres, ahí están las motos, estás invitado a largarte de aquí si eso es lo que deseas. —Fulminó a Logan con la mirada, lo que agradecí en silencio ya que Logan no sabía conducir una moto.
—Andrew tiene razón —reconocí, ganándome una mirada de enfado por parte del chico de ojos verdes—, esperaremos aquí hasta recuperar nuestra energía. Serán solo unas cuantas horas y después iremos a Italia a ayudar. Las cosas no deben estar muy bien ahora que los demonios se han ido, hay gente que nos necesita, y eso sin contar que es posible que queden monstruos de Kamigami por ahí.
Andrew, Sara, Daymon y Evan asintieron; Cailye estaba muy ocupada observando los pececillos del lago, por lo que dudé mucho que hubiera oído lo que dije; en cuanto a Logan, él solo bufó y al igual que Cailye se sentó cerca de la orilla.
Lo observé alejarse, preguntándome qué tanto le había afectado la muerte de Astra. Sentía lastima por él a pesar de su mala actitud; tal vez el estar un tiempo con nosotros ablande un poco su corazón.
Caminé unos metros hacia el bosque, y al llegar a donde se encontraba mi hermano me incliné sobre él, quien permanecía durmiendo plácidamente. Se veía tranquilo e imperturbable, como si no hubiera pasado por lo que pasó y solo estuviera durmiendo como siempre lo hacía.
—¿No se ha despertado o movido? —le pregunté a la emplumada ave que me observaba en silencio, al otro lado de Cody.
«—No, así como lo ves es como lo dejaste —contestó, tajante.»
—¿Estás bien? —inquirí.
«—No veo por qué no habría de estarlo.»
Enarqué una ceja, no muy convencida de su respuesta.
—¿Te pasa algo? Estás más insoportable de lo habitual.
Suspiró y se removió en su lugar. Alzó sus alas y se sacudió, luego posó sus oscuros ojos en mí y me observó con dureza.
«—No me pasa nada. No me hagas caso. —Soltó otro suspiro y cerró los ojos con fuerza para volverlos a abrir. Se veía sofocada, presionada, pero no quería demostrarlo—. Como sea, hicieron un buen trabajo, aunque todavía no entiendo cómo lo obligaste a atravesar el portal. —Me miró de forma acusatoria—. ¿Hay algo que deba saber?»
Mi cuerpo se estremeció y me preparé mentalmente para inventarle una historia creíble. Sin embargo, ella era Atenea, la más astuta de los dioses, engañarla sería un reto duro.
Abrí la boca para hablar, pero el sonido de las ramas al romperse y las hojas de los árboles al moverse, me interrumpió. Cerré de inmediato mi boca, y me volví hacia el lugar de donde creía provenían los sonidos.
Esperé, sin saber lo que haría si un enemigo se ocultaba entre las sombras. No podía usar magia, ni mi Arma Divina, ni siquiera podía moverme con total libertad debido al dolor corporal que me invadía.
Moví mis ojos de derecha a izquierda, hasta que los sonidos cesaron y la persona antes oculta se dejó ver. Llevaba varias hojas secas sobre su ropa, y los rasguños y golpes de su cuerpo resaltaban debido al tono de su piel.
Dejé salir el aire, aliviada de que se tratara de él y no de una amenaza. Se acercó a mí, y como acto reflejo At alzó vuelo hacia una de las ramas de un árbol cercano; no se encontraba lejos, pero tampoco cerca, como medida de seguridad supuse.
—Kirok. Me alegra que estés bien —comenté—. No te veías bien hace un rato, ¿cómo te sientes?
Sus ojos se posaron en mí, brillantes y rojos, pero no me observaba con diversión o picardía, más bien lucía serio; demasiado serio.
—Estoy bien, pero no podría decir lo mismo de ti.
Su mirada recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, analizándome, y no pude evitar que mi corazón brincara de preocupación ante la postura que mostraba. Él era descarado, atrevido, despreocupado y por momentos algo aterrador, pero la seriedad no formaba parte de los adjetivos con que lo calificaba.
—¿De qué hablas? —pregunté, con la voz flaqueada.
Volvió su atención a mis ojos, y lo único que percibí en ellos fue una apacible tristeza. Separó los labios para hablar, pero los volvió a cerrar, indeciso, hasta que se decidió a hablar.
—Lo siento —soltó, y en verdad pude sentir la culpabilidad en sus palabras.
—¿Sientes qué? —insistí.
Un suspiro ahogado salió de sus labios, y cerró los ojos por un segundo antes de volver a hablar. Miró hacia el árbol donde At se encontraba, y noté que le echó una rápida ojeada a la lechuza, luego me observó a mí de nuevo.
—No importa. Lo que sí importa es que ahora tú eres la que corre peligro. —Sus ojos rojos destellaron, idénticos a los de un demonio, debido a la poca luz de la luna que alcanzaba el lugar—. Puedo sentir a través de nuestro lazo lo que hiciste. Noto la carga negativa que guardas.
Las nubes que se encontraban sobre nosotros cubrieron la luna por un tiempo, otorgándole más oscuridad al bosque. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, causado por la impresión de que el brillo rojizo de los ojos antinaturales de Kirok fuera lo más predominante en el lugar.
—No te estoy entendiendo —balbuceé, nerviosa.
Bajó la mirada, y de nuevo no pude evitar pensar en que su personalidad cambió totalmente desde que se reencontró con At. Había algo en él, ese mismo algo que me impulsó a aceptarlo como familiar, que no estaba ahí cuando lo conocí, y que quizá no tendría por qué estar ahí.
Fui consciente de la mirada de At sobre nosotros todo el tiempo, y supe que no podría ocultarle lo que hice, porque si Kirok lo sabía ella tarde o temprano lo descubriría también.
—Usaste el Filtro con Hades —concretó, y podría jurar que sentí cómo la mirada de At taladró mi cuello, como mudo reproche—. Y eso te va a consumir desde adentro, como una hoja quemándose.
—Yo... —No sabía qué decir, solo intenté que sus palabras no me alarmaran al punto de entrar en pánico—. No creo que sea para tanto; de hecho, me siento bien. El Filtro se encargó de purificarlo.
—Eso es lo que piensas. —Entrecerró los ojos, y bajó el tono de voz, como lo haría una persona avergonzada o regañada—. Tienes en tu sistema todos los sentimientos negativos que Hades acumulaba de las almas atormentadas debido a su tiempo en el Inframundo. No sé cómo responda tu cuerpo a esa cantidad de negatividad, pero por tu bien y el de los que te rodean, espero que no pase de simples mareos.
—¿Qué? ¿Por qué lo dices? ¿Qué tanto sabes del Filtro? —interrogué, pero al entender que no conseguiría respuesta por su parte, debido al pesar que reflejaban sus ojos, continué—. Conozco los límites del Filtro, nada malo sucederá, tengo fe en ello. Estaré bien.
Alzó la vista para mirar al lago, donde mis amigos se encontraban. Frunció el ceño y volvió su mirada a mí. Sin embargo, no habló por varios segundos.
—Debo irme —comunicó.
Lo miré sin entender, confundida de su repentino cambio de tema.
—¿Qué? ¿Cómo que irte? ¿A dónde?
Sus ojos volvieron a brillar, producto de la tenue luz del ambiente cuando la luna se despejó, y me observó con más concentración. Era cierto que cuando sonría de forma picara y perversa se veía como un demonio; pero cuando me miraba de esa manera, con seriedad, resaltando el rojo espeluznante de sus ojos, me ponía la carne de gallina, presa de los nervios. Quizá debía conseguirle gafas de sol.
—¿Por qué me aceptaste como tu familiar? Tus amigos te dijeron que no lo hicieras, que era un demonio y jamás sería como ellos. Entonces, ¿por qué arriesgarse a unirte a alguien que fue la mano derecha de tu enemigo?
Y ahí estaba otra vez, el cambio de tema; parecía que evadía las preguntas que no quería responder.
Nunca lo admitiría frente a los demás, mucho menos frente a Sara o Andrew, pero había una pequeña parte de mí, muy diminuta, que todavía no confiaba cien por ciento en Kirok.
Creía en lo que reflejaban sus ojos, creía en mi intuición, en mi instinto respecto a él, a que de una u otra forma él era diferente a su creador. Pero en realidad no lo conocía, lo que sabía sobre él era tan limitado que poner las manos al fuego por él sonaba ridículo.
Pero quería hacer las cosas diferente. Sellar a Hades, condenarlo, era hacer lo mismo que hacían los Dioses Guardianes originales. Y no podía hacer lo mismo esperando resultados diferentes. Además, esa mirada de Kirok... era la misma mirada de Hades un segundo antes de caer al lago. Un grito de ayuda, una súplica. Mi corazón me decía que eso los ayudaría a los dos, de alguna forma.
Aun así...
—Quería darte una oportunidad —expliqué—, una elección. Quería saber si de tener una forma de cambiar tu vida la tomarías. Supongo que me convenciste con tu discurso en el hotel. Te acepté como familiar porque vi en tus ojos la necesidad de cambiar, porque quiero confiar en ti. Además, de no ser por nuestro lazo, los demás te habrían matado si tenían la ocasión.
Hubo un largo silencio, en el que creí que alguno de mis amigos nos interrumpiría por tardarme tanto en regresar, o en el que At de seguro se lanzaría sobre él otra vez.
—Eres diferente —soltó de repente—, pero tan idéntica a ella que me confundes.
—¿A qué te refieres?
Me escaneó de arriba abajo, analítico, y luego tan solo por un segundo, le echó una rápida ojeada a At cerca de nosotros.
—Al comienzo pensé que serías su reemplazo perfecto; tienes su poder, y para mi suerte no tenías sus recuerdos, ni sus sentimientos; pensé que sería fácil adiestrarte. Pero, conforme pasaron los días, me di cuenta de que eran dos personas diferentes, pero iguales al mismo tiempo. No podía cambiarte, era demasiado tarde, pero sí podía remediar en algo lo que hi... —se cortó de pronto. Suspiró, abatido, y cerró los ojos un segundo—. Olvídalo. Tengo que irme ahora, entes de que tus amigos vengan por ti.
Quería preguntarle tantas cosas. Me urgía saber lo que pasó antes de la muerte de los dioses, su extraña relación con At, y su cambio tan brusco de comportamiento desde que vio a la lechuza. Pero me quedé callada, porque si aprendí algo sobre mi experiencia metiéndome en la vida de los demás, era que había cosas que era mejor no preguntar, y que si de verdad me las quería mencionar debía darle tiempo para ello.
—Bien, puedes irte. —Si le decía que se quedara lo tendría que hacer, puesto que un familiar siempre obedecía las ordenes de su amo sin excepción, pero ese no era mi objetivo—. Sé que soy tu ama, pero en ningún momento quise ni quiero poseerte ni ser tu dueña o algo por el estilo. Quería darte una oportunidad de ser libre, no te voy a atar, no te la pienso quitar. Puedes hacer lo que desees.
Sonrió, pero no de forma picara o perversa, sino con simpatía, como si para él mis palabras fueran plumas en medio de rocas.
—Te veré pronto, Luz, puedes estar segura de eso.
Dicho eso, una ráfaga de viento lo envolvió. Del suelo, similar a un géiser, salieron expulsadas ráfagas de viento con danzantes y armoniosos movimientos, teñidos de rojo, que cubrieron gradualmente su cuerpo. Sus ojos permanecieron en mí mientras se esfumaba, hasta que en el último instante los desvió hacia la lechuza.
El viento cesó, y al hacerlo Kirok se había ido.
Era consciente de la mirada punzante de At sobre mí, y su presencia fue todavía más afirmante cuando sus alas otoñales entraron a mi campo visual. De un momento a otro la vi volando justo frente a mi cara, con sus ojos negros observando mi rostro como si con solo eso pudiera abrirme la cabeza.
«—Eres una idiota. Lo sabes, ¿verdad?»
Solté un pequeño bufido y la miré a los ojos.
—¿Por qué? ¿Por usar el Filtro sin tu permiso o por aceptar a Kirok como familiar? Ya no te entiendo, At, no sé lo que quieres que haga.
«—¿Es mucho pedir un poco de conciencia de tu parte, Ailyn? —Frunció su entrecejo, molesta—. Sabes que hay cosas que no debes hacer, y si es así es por una razón. No puedes ir por ahí rompiendo reglas, ¿no ves que no solo te afectan a ti?»
—Sé que fue peligroso, ¿crees que no? —le contesté, elevando el tono de mi voz—. Pero era lo único que podía hacer para no perder a nadie. Conozco la regla sobre el Filtro, Evan me lo dijo; sé que si se usa demasiado puede romperse, pero eso no va a ocurrir. Confío en mi cuerpo, confío en el Filtro, y sé que nada malo sucederá.
Me observó por varios segundos, hasta que dejó de volar y se posó sobre una roca cercana.
«—Eso lo veremos. Solo espero que tu estupidez no te mate, porque no solo eres responsable de una vida, Ailyn, y eso es lo que no has querido aceptar.»
Me di la vuelta, ignorando a mi antigua yo, y me acerqué a Cody todavía al pie de un árbol, ideando una forma de llevarlo al lago para reunirme con los demás sin dejarlo ahí tirado.
Tomé un gran riesgo y me responsabilizaba por las consecuencias; sabía que nada podía salir tan bien, y que era posible que algo se saliera de control a largo plazo. No obstante, solo el tiempo diría qué tan acertada fue mi decisión.
Después de todo, de grandes riesgos salen buenas decisiones, ¿verdad? Siempre habría alguien beneficiado por mis actos por muy errados que estuvieran, como dijo Daymon con anterioridad, como por ejemplo Kirok, e incluso el mismo Hades. Quería creer que, hasta el más grave error, podría traer cosas positivas.
Dejé que la brisa del bosque acariciara mi piel desnuda, ahí donde permanecían las heridas que se encontraban en proceso regenerativo, mientras observaba la tranquilidad del agua junto con mis amigos. Con Cody recostado sobre mi regazo, todavía dormido, y Cailye sentada a mi lado, seguida de Evan, quien continuaba acosado sobre la hierba observando las estrellas, totalmente exhausto.
Daymon estaba junto a Andrew, a un par de metros detrás de nosotros, hablando de algo que al parecer le resultó incomodo a Andrew a juzgar por su mirada de impaciencia y su repentina expresión de vergüenza.
Unos minutos después, Andrew se alejó de Daymon, quien rio a carcajadas al estar solo, ganándose una mirada molesta por parte de Sara; se acercó a mí, y se quedó parado a mi lado sin decir nada, mirando el lago, perdido en sus pensamientos.
—¿De qué hablabas con Daymon? —interrogué, curiosa por conocer el significado de su actitud hacía un rato.
—De nada —respondió, cortante, y posó sus oscuros ojos en mí—. Ya conoces a Daymon, es tan o más entrometido que tú.
—¿Y eso qué significa?
—¿Dónde está ese demonio de ojos rojos? —Miró hacia el bosque, en busca de mi familiar, pero volvió a mirarme en cuanto notó que no se encontraba a la vista.
Quería cambiar el tema, pues de seguro no quería hablar sobre eso, así que le seguí la corriente.
—Se fue, no sé a dónde, pero no creo que lo veamos por un tiempo —confesé, con algo de preocupación no solo por las palabras tan confusas de Kirok, sino por la forma en la que se fue.
—Una buena noticia postapocalíptica, al menos —comentó, con la voz ronca—. Me tranquiliza que no esté revoloteando a tu alrededor, sabes lo que pienso de él.
—Andrew, déjalo ya. No tiene caso ahora que no está presente.
Tras unos segundos de silencio lo vi sentarse a mi lado, entre Cailye y yo, con las rodillas flexionadas y los brazos sobre éstas, mientras observaba el mismo lago que yo.
Una sonrisa se me escapó, que junto a su cercanía me provocó un ligero revoloteo en la boca del estómago. Era agradable sentirlo cerca, de una forma consoladora y cómoda, pero al mismo tiempo de una manera tan tensa que sentía cierto corto circuito entre nosotros.
Lo que dijo cuando me sacó del lago disparó muchas interrogantes; estaba confundida, porque a pesar de tener mis sentimientos claros, los de él no lo estaban, y eso se me transmitía. Nuestro estado era bizarro, lleno de cuestiones que desconocía, y por ello no le podía poner nombre a lo que ambos deseábamos.
Me percaté de que Daymon se sentó junto con Sara a algunos metros de nosotros, la rodeó por la cintura, atrayéndola a él con cariño, y en reacción ella no opuso resistencia, al contrario, le sonrió con amor, como si aquel acto lo estuviera esperando o lo viera venir. Los dos se veían lindos, felices, y no me podía sentir más contenta por mis dos amigos.
—¿Qué ocurrirá después de esto? —soltó Cailye al lado de su hermano, mirando hacia el lago con melancolía—. ¿Cada uno retomará su vida? ¿Nos separaremos para siempre?
Todos los presentes, incluso Logan a algunos metros de nosotros, la miramos, reflexionando.
A decir verdad, yo tampoco tenía la respuesta a eso. Ninguno podía saber si permaneceríamos juntos, ninguno conocía nuestro futuro. La misión nos unió, pero ahora era nuestra decisión permanecer juntos o no. Y, además, nuestro deber como Dioses Guardianes todavía no terminada; todavía teníamos bastante tiempo para permanecer juntos.
—¿Sabes? —habló Daymon, con tranquilidad y su típica sonrisa en el rostro—. No creo que algo sea capaz de separarnos. Hemos pasado por muchas cosas juntos...
—...y esas cosas nos unieron como equipo y como amigos —continuó Sara—. Para ser sincera, ya ni siquiera recuerdo la vida sin ustedes.
Sonreí ante sus palabras, porque yo tampoco la recordaba. En algún momento toda esa magia y peligro, se volvió cotidiano y normal en nuestras vidas. Estar juntos se volvió habitual, se volvió un estilo de vida, y nos convertimos en familia.
—Yo creo que es un total fastidio correr de un lugar a otro —comentó Andrew—. Vivimos en lugares diferentes, sería muy difícil vernos ya que cada uno tiene asuntos que atender, vidas diferentes que vivir. Y además también está lo de reportarse ante la Corte Suprema; es posible que nuestros tiempos no coincidan.
Cailye bajó la mirada, obviamente triste.
—Eso no es cierto —espeté en tono de regaño, a lo que Andrew esquivó mi mirada—. Hay formas de mantener el contacto, no necesariamente nos dejaremos de ver, y también es posible que nos envíen a misiones juntos. Y nuestro trabajo no ha terminado, les recuerdo que es a Pandora a quien debemos vencer. Aquí no termina nuestro viaje.
—Ailyn tiene razón —agregó Evan, con los ojos fijos en las estrellas —, aún tenemos mucho que hacer. Detener a Hades solo fue el comienzo, debemos seguirle la pista a Pandora si queremos proteger la Luz de la Esperanza.
Nadie objetó las palabras de Evan, pues estaba en lo cierto. Las cosas solo emporarían. Con las criaturas de Kamigami otra vez en la Tierra, y con la tarea de vencer a Pandora para asegurar la Luz de la Esperanza, el tiempo que tendríamos para vernos no necesariamente se reduciría. Después de todo, cada uno formaba parte de los Dioses Guardianes, incluso el antipático de Logan.
—Hermano, ¿podemos mudarnos a Michigan? —preguntó Cailye, de la nada y sin ningún sentido, solo lo dijo y ya.
Por unos segundos reinó el silencio y la confusión ante la petición de Cailye a Andrew. Nadie dijo nada, todos nos limitamos a observarla, sorprendidos.
—¿Qué? —preguntó Andrew sin poder creérselo, con el entrecejo fruncido por la confusión.
Cailye se estiró y miró hacia la luna sobre nuestras cabezas.
—No tenemos nada en Ohio, solo a Evan y su papá, mudarnos suena bien para cambiar de ambiente, ¿no crees? Dejar atrás lo que vivimos, y empezar de cero en otro lugar. Ya es hora de dejar ir ciertas cosas.
Ni siquiera entendí en qué momento la tensión pasó entre nosotros. Las palabras de Cailye fueron precisas, con doble sentido para algunos. Sus vidas fueron muy complicadas, por diferentes factores, lo de dejar ir parecía más una súplica que una proposición.
—Mocosa, ¿estás segura de eso? —inquirió Sara con malicia, desinflando el globo de tensión previo—. En Michigan estoy yo, no solo estarás con Ailyn.
—Lo estoy, miss arrogancia, pero ese es un pequeño precio a pagar.
Sara frunció el ceño, pero parecía más divertida que enojada. Evan negó lentamente, y suspiró, como si lo único que quedara con ese par fuera resignación.
Miré a Andrew, con el corazón en la boca, expectante a su respuesta. Hacía unos meses me hubiera opuesto ante aquel repentino cambio, pero ahora, pensar que viviríamos en el mismo estado, me reconfortaba. Tenerlo cerca resultaba impredecible y me gustaba mi yo cuando estaba a su lado. De una u otra forma, para bien o para mal, sentía que él me hacía mejor persona, y que ponía ante mí la oportunidad de cambiar.
Él permaneció con la mirada fija en el lago, meditando la respuesta, hasta que tiró una piedrita al agua y ésta rebotó varias veces para luego desaparecer en el lago. Miró a su hermana, y ella a su vez con ojos suplicantes, y después me miró a mí. Estudió mi rostro, con cuidado y precisión, hasta que respondió.
—Hablaremos con el abogado Filiph, a ver qué dice —aceptó, apartando la mirada, con el asomo de una pequeña sonrisa en sus labios
Abrí los ojos de par en par, sin saber qué decir, mientras escuchaba la risa alegre de Cailye y el bufido de Sara. Sin embargo, permanecí con la vista fija en Andrew mientras él seguía jugando con las piedras.
—¡Es perfecto! —gritó Cailye, demasiado eufórica considerando su estado—. Haremos pijamadas, asistiremos a la misma preparatoria de Ailyn, y saldremos juntas de compras.
—No te emociones tanto, mocosa, recuerda que también existo —replicó Sara, entre risas también.
—Tú puedes encargarte de cargar nuestras maletas en la preparatoria y los paquetes en el centro comercial, también te dejaré dormir en el piso cuando me quede en casa Ailyn. —Noté su mirada de orgullo al intentar menospreciar a mi amiga; al menos el tono de sus insultos bajó unos grados.
—Eso lo veremos —repuso Sara con confianza, mientras se recostaba sobre el hombro de Daymon.
Los escuché reír y desvié mi mirada de Andrew para posarla en el Lago de los Recuerdos, observando lo mismo que él.
—No sé lo que ocurra después de esto —confesé, ganándome la atención de todos—; quizá encontremos a Pandora mañana o en tres meses o en un año, pero sé que, si estamos juntos, superaremos lo que sea. Porque estamos aquí, llegamos hasta aquí vivos y juntos; es una victoria que nadie nos quitará.
Observé por el rodillo del ojo cómo Daymon abrazaba a Sara, cómo Evan miraba las estrellas y Cailye a él de reojo, también cómo Logan nos observaba a todos a la vez, sin nada que delatara su estado emocional.
—Siempre juntos —dijo Cailye con suavidad—, sin importar lo que pase.
Y entonces, sentí la mano de Andrew sobre mi cabeza, extrañamente se sentía más íntima, más tibia, con más vida. Me volví para mirarlo y nuestras miradas se encontraron de nuevo. Me observaba de forma diferente, con más calidez y libertad, luego sonrió. Pero esta vez sonrió con alegría sincera, una sonrisa que iluminó tanto su rostro como el mío.
—Juntos. Sin importar lo que pase —repetí, segura de que lo estaríamos, tanto los siete como los dos, mientras mi sonrisa reflejaba lo que mi corazón sentía.
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