36. La luz en la oscuridad
Still Here - Digital Daggers
Pocos pasos adelante una densa niebla cubrió el camino de la montaña por donde subíamos, complicándonos aún más la caminata. El aire gélido verde se desvaneció, dejando en su lugar una capa de niebla escalofriante que nos bloqueaba la completa vista del lugar que pisábamos.
Hacía más y más frio con cada paso que ascendíamos, el traje protector no parecía protegernos de la temperatura externa.
—¿Por qué hace tanto frio aquí? —preguntó Cailye mientras frotaba sus brazos, y al hablar de su boca salió una pequeña nube de bruma.
El silencio reinaba hasta que mi amiga habló. El lugar parecía un pueblo fantasma, y junto a la niebla le daba un toque más terrorífico del que tenía. No se sentía la presencia de ningún monstruo, lo cual era bueno; pero, aun así, estaba demasiado silencioso para considerar las circunstancias mundiales. Aunque claro, no era que en aquella montaña rondara mucha gente en épocas normales.
—Se debe a la altura —contestó Evan varios pasos por delante de ella—. Pero creo que hace más frio del que debería.
Seguimos caminando en silencio y con cuidado, con la intención de llegar a la sima de aquella colina, donde se suponía estaba el Olimpo, en otras palabras, el sello de Hades.
Era cierto que el Olimpo se ubicaba muy, muy arriba de la aldea, a decir verdad, quedaba en la cima de una montaña, pero caminando era la única forma de llegar sin ser detectados. Nuestro nivel de energía divina actual no nos permitía trasportarnos a la puerta, algo que según Logan cambiaría si nos hacíamos más fuertes. La magia que protegía el palacio era demasiado fuerte, solo si nos reconocía nos podríamos ahorrar ese camino a pie.
Era alto, demasiado para los humanos, debido a que era una medida de protección para que ningún mortal lograra subir; sin embargo, con nuestra resistencia divina debíamos ser capaces de llegar a la sima sin fallecer en el intento. O eso quería creer. No tan divinos como para trasportarnos a la puerta pero no tan humanos como para no llegar caminando.
—¿Cuánto falta? —inquirió la rubia, ahora a mi lado, mirándome con esa expresión de niña en sus grandes ojos castaños.
—Llevamos un buen rato caminando, creo que no falta mucho. Debemos estar por llegar —le dije, más para motivarla que porque fuera verdad. No tenía idea de cuánto más tendríamos que subir.
—Eh... chicos —Daymon, como el último del grupo, llamó nuestra atención—. Creo que nos están observando.
Todos nos detuvimos al instante y lo miramos. Él se encontraba observando algunos árboles de alrededor, desde donde se asomaban extrañas sombras humanoides detrás de los árboles del extenso bosque, pero en el momento en que posamos los ojos en ellos se escondieron tras los mismos troncos de árboles.
Eso era todavía más extraño y sospechoso.
—¿Son demonios? —quise saber, acercándome más al grupo.
—No. —Los ojos del pelirrojo recorrieron nuestro alrededor, con mirada seria y analítica—. Son humanos.
—¿Humanos? —repitió Cailye—. ¿Por qué habría humanos a esta altura? Es difícil hasta para nosotros.
El sonido de las ramas al romperse, y las hojas de los árboles al caer, captaron nuestra completa atención. Todos nos quedamos quietos en nuestros lugares, pendientes de lo que fuera a ocurrir a continuación. Hasta que luego de unos segundos predominó el silencio de nuevo.
—Se fueron —comunicó Andrew con la vista fija en el camino que ya habíamos recorrido, y el entrecejo fruncido.
—No entiendo —mascullé—. ¿Por qué había humanos aquí? ¿Y por qué se fueron?
At descendió del cielo y se ubicó en mi hombro con la gracia de siempre.
«—Ailyn, no tendrían por qué haber humanos a esta altura, estaban demasiado cerca del Olimpo para ser una coincidencia.»
Me separé un poco más de los demás y, mientras ellos seguían comprobando que no hubiera nadie más ahí, hablé con la lechuza.
—¿Y cuál es tu teoría?
«—La gente de este país siempre fue la más devota debido a la cercanía del Olimpo. Si algo les llegase a pasar estoy segura de que buscarían ayuda con los dioses.»
—¿Dices que subieron a buscar a los dioses? Pero ya nadie cree en ustedes; para el mundo son solo mitos.
Sus oscuros ojos se clavaron en mí, impacientes.
«—No ellos. Los habitantes de Litójoro nunca dejarían de creer en nosotros, ni los de Atenas. O ¿por qué crees que pueden usar su energía divina? Necesitan a alguien que crea en ustedes para tener poder.»
Lo había escuchado antes pero jamás me puse a pensar de dónde salía nuestro poder. Eso tenía sentido y explicaba las sombras de las personas minutos atrás.
—Eso significa que todavía creen en los Dioses Guardianes; significa que somos su...
«—Esperanza —concluyó, con más dureza de la habitual—. Lo son, y por eso mismo no les pueden fallar. Su propósito es protegerlos, y el pago por ello es el poder; mientras más gente crea en ustedes mayor poder y menos limites tendrán.»
Se alejó de mí, emprendiendo vuelo nuevamente para tratar de ver algo más que niebla. Se suponía que yo les decía por dónde ir, pero en realidad solo estaba siguiendo a At ya que ella conocía bien el camino.
Un nudo se implantó en mi garganta, uno creado a partir de los nervios. Trataba de no pensar en lo que estaba en juego, de no preocuparme por imaginar lo que pasaría si fallábamos, de lo que sería de esas personas si eso llegaba a ocurrir, ya que eso me detenía. Pero ahora que sabía que gracias a ellos nosotros éramos lo que éramos, no estaba segura de cuánto tiempo podría soportar antes de que el peso de la responsabilidad me aplastara.
—¡Ailyn! —exclamó Sara en voz baja, y por su forma de hacerlo supuse que ya me había llamado con anterioridad. Enfoqué mis ojos en ella para que continuara—. Te estaba preguntando hacia dónde; no podemos quedarnos aquí.
Sacudí la cabeza, despejándome de pensamientos innecesarios, y noté que todos estaban a la espera de mi respuesta. Miré disimuladamente hacia arriba, para saber lo que At opinaba, y ella a su vez me indicó con la cabeza la ruta que debíamos seguir.
—Sí, lo siento, estaba pensando en otra cosa. —Me giré hacia el camino inexistente que seguíamos—. Adelante, falta poco, estoy segura.
Los vi pasar por mi lado, confiados de mi criterio y con los sentidos alerta por cualquier cosa extraña; Andrew se quedó más atrás, como si creyera que necesitaba sombra, más cerca de mí. Sin embargo, Logan se quedó a mi lado mientras empezaba a caminar.
—¿Cómo sabes cuál es el camino si nunca has venido?
De acuerdo, o ese chico tenía una inteligencia abrumadora, o mis amigos eran tan confiados como para dejarlo en mis manos sin preguntar nada al respecto, ni debatirlo. Las dos eran igual de verosímiles.
—Intuición. —Traté de sonar sencilla, como si no tuviera importancia—. Lo mencioné antes, solo sigo mi intuición.
Entrecerró los ojos, desconfiado. Era obvio que no me creía, así que para evitar más preguntas aceleré el paso y me alejé de él tanto como pude. Ahora volvía a encabezar el grupo, con Logan de último, y Andrew nuevamente a mi espalda; llegaba incluso a sentir su respiración en mi piel desnuda.
A medida que subíamos la colina no solo hacía más frio, también era más difícil respirar. Era como si la niebla fuera una especie de tranquilizante, y eso produjera la pesadez al respirar y al caminar; igual que una presión en el pecho que nos empujaba hacia atrás.
Cuando la niebla se disipó de repente, como si alguien hubiera abierto el camino para nosotros, pudimos observar con claridad lo que había delante de nuestros ojos: el Olimpo.
Las estatuas que vi en mi viaje al pasado seguían igual que la última vez, y el color hueso que cubría la edificación permanecía igual de inmaculado. Por fuera era como si nada hubiera pasado; los escalones, las paredes, los jardines, hasta el suelo mismo no aparentaban todos los años que tenían. Se veía tranquilo, como los Campos Elíseos que vi en algún libro, se respiraba paz... como la calma antes de la tormenta.
Olía a polvo y a un perfume viejo, como el vino, un olor alcohólico que parecía haberse fermentado con los años. El palacio era tan alto, se iba volviendo cada vez más alto, que eclipsaba la luz del sol. Desde ahí arriba se veían las nubes, camas y camas de nubes a lo lejos, a lo infinito. Y por encima de todo eso el sol, como si estuviéramos a la misma altura. Incluso, pese a ser de día, podía ver las estrellas en el centro del cielo.
«—Es... Se ve justo que cuando me fui —comentó At aterrizando en mi hombro, con la vista fija en el lugar majestuoso frente a ella—. Supongo que hay cosas que nunca cambian.»
Me detuve en la entrada un momento mientras los demás seguían su camino. Vi por el rodillo del ojo a las chicas y dos de los chicos adelantarse luego de dedicarme una rápida mirada, no querían avanzar sin mí, pero Daymon los apuró a entrar después de mirarme con ojos cómplices. Estaba empezando a creer que sospechaba algo de la situación. No obstante, Andrew se quedó en el umbral, con la mirada hacia otro lugar como si eso dijera que no me vigilaba.
—At, no me lo tomes a mal —murmuré cuando ya estábamos a solas—, pero creo que es mejor que te quedes aquí.
Me miró, desconcertada y ofendida, con el ceño emplumado fruncido.
«—Estás loca. Claro que no —decretó—. Fue mi hogar y no dejaré que alguien como tú me niegue el derecho de entrar.»
Ella alzó vuelo hacia la puerta, dispuesta a entrar. Tenerla cerca daría resultados impredecibles, no solo por su mera esencia sino porque adentro quizá estaba Kirok, y si le sumaba el poder de Hades y el posible rencor de At hacia él... Impediría que ella participara, era lo único que se me ocurría.
—Recuerda que ahora eres mi mascota y me tienes que obedecer. No quiero que entres, no porque te considere un estorbo, sino porque no quiero que te lastimen.
«—¿Y si me necesitas? —repuso—. Te dije que sin mí eres un desastre, no puedo confiarte algo tan importante todavía.»
Fruncí el entrecejo.
—Gracias por el voto de confianza. —Ella bufó—. Por favor, no quiero que algo te pase. Si sales herida no me podrás ayudar nunca más, y te necesito At, pero viva.
«—Estás exagerando.»
—Te lo pido, At. Solo por esta vez, hazme caso. Sé que siempre tienes razón y todo eso, pero a veces yo también la tengo. Confía, solo por esta ocasión, en mi decisión.
Ella dudó un largo momento, que acompañó de un silencio corto en el que creí que mis amigos se devolverían por mí, hasta que por fin aceptó, para dolor de su orgullo.
—Te lo agradezco. —Y, sin darle tiempo para retractarse, me dirigí hacia la entrada para alcanzar a los demás.
En cuanto crucé la puerta noté la mirada acusadora de Logan sobre mí, demasiado persistente para ignorarla, quien me esperaba cerca de la entrada y al pasar frente a él se me unió. Vi a Andrew avanzar a mi paso, detrás de los dos, como un guardaespaldas.
—¿Qué? —indagué.
—Tu ave... ¿está bien? —Logan examinó mi rostro con cuidado.
—Sí, claro que sí, es solo que no quería que nos acompañara.
—Es extraño, no parece un ave normal. —Me miró como si fuera un policía y yo un criminal—. ¿De dónde la sacaste?
—No es momento para hablar de mi mascota, Logan, lo sabes. —La evasión no era una repuesta, pero era mejor que quedarme callada.
Él me observó con duda, sin embargo, siguió caminando en silencio. Si precisamente él se enteraba de la verdad estaría en más de un problema.
Estaba tan ocupada con Logan que no me había fijado en el lugar. Lo contemplé un segundo, atónita, mientras me mantenía al ritmo de los demás, pero varios pasos atrás. Lo había visto en el conjuro del tiempo, pero de forma corpórea era más real. Las paredes de ese color hueso, las cortinas blancas inmaculadas, las esculturas de deidades que no conocía, los cuadros llenos de historias épicas que aun no podía descifrar... Había flores frescas, algo que llamó mi atención de inmediato. Arreglos florares en las mesas y en las paredes que evidenciaba su cuidado... Parecía que alguien hubiera estado cuidando del lugar todo ese tiempo.
Me pregunté cómo podía mantenerse en tan buen estado... hasta que un horrible olor a azufre me obligó a reaccionar.
—Pero qué... —empezó Andrew a mi espalda, pero se interrumpió en cuanto una corriente de aire lo suficientemente fuerte casi nos tiró al suelo a todos.
Cubrí mis ojos con los antebrazos hasta que la ventisca paró. Luego se escuchó en todo el lugar un sonido ronco y aterrador, como un eco más allá de las paredes: la siniestra sonrisa de Hades.
Un intenso escalofrío recorrió mi cuerpo de punta a punta, congelando mi sangre en el proceso. Empecé a temblar como chihuahua, pero me obligué a tragar saliva, regular mi respiración, tranquilizarme, y unirme a los chicos al frente.
—Vamos —habló Evan en mi lugar. Mi voz abandonó mi cuerpo; fue lo primero en huir.
Vi los destellos de sus Armas Divinas a mi lado, y aunque sabía lo que debía hacer solo pude invocar mi espada cuando Cailye me codeó. Sujeté el mango con fuerza y con las manos temblando, tratando de que su tacto me transmitiera confianza.
Obedecimos a Evan y pasamos por los largos y altos pasillos iluminados por el verde del cielo y con una nueva niebla a ras del suelo. Cada uno de mis amigos, incluso Cailye, permanecían atentos a lo que ocurriría. Admiraba su control, pero sabía que cada uno temía a su manera.
El escenario comenzó a cambiar de repente. Toda la perfección y el estado espectacular de cada objeto fue reemplazado por su versión más atroz. Un pasillo, una habitación que parecía no conectar con todo lo demás.
El lugar se veía como lo recordaba del conjuro: todo roto y sin vida. Las pocas cortinas desgarradas, el suelo agrietado al igual que las vigas y el techo, suciedad por todas partes y el olor a muerte impregnado en el aire. Se veía mejor por fuera, incluso las pocas obras que seguían intactas tenían sus defectos.
Me choqué con Sara, quien había parado de golpe para contemplar la escena ante sus ojos. Me fijé bien y noté lo que observaba con tanta seriedad: el sello, con una gran y profunda grieta atravesándolo por la mitad.
La habitación del sello estaba casi a oscuras, excepto por unas cuantas antorchas encendidas alrededor que acentuaban el ambiente de penumbra. Hacía más frio en aquel lugar, e incluso parecía que no había corriente de viento debido a la quietud de todo ahí.
Y más allá del sello, al otro lado de la estancia justo frente a nosotros, sentado sobre un trono de una piedra preciosa negra y brillante que era casi tan alto como el techo, se hallaba Hades. Su gran cuerpo lo cubría un traje tan negro como el trono, con una capa de adorno junto con varios detalles plateados en todo el vestido. Sus facciones eran suaves, definidas, que acompañaban su tez blanca y sus muy oscuros ojos negros cual carbón. Poseía un atractivo singular, quizá debido a su largo cabello que de seguro se arrastraba al caminar y que le adornaba parte de su rostro, o a la belleza peligrosa que emanaba por naturaleza.
Me sentí diminuta, insignificante ante él, como una mosca que pudiera pisar con facilidad. Mi piel se puso de gallina, y después de un par de segundos ya no sentía mis piernas. Quería reunir valor, lo intenté, pero nada me podía preparar para ese momento. Nada.
Sonrió. Vi a Hades curvar sus labios hacia arriba, en medio de una sonrisa maliciosamente divertida y arrogante, mientras sus tétricos ojos permanecían clavados en nosotros. Tenía un aire de confianza más grande que la sala misma, y se veía tan despreocupado que era como si nos tuviera en su mano, justo como nos quería.
—Cálmate —susurró Andrew en mi cuello, su aliento se sentía caliente a contraste con el frio del ambiente, me hizo brincar en cuanto rozó mi piel—. Recuerda quién eres y lo que puedes hacer. Debes respirar, calmarte y moverte.
No podía explicar la adrenalina que sentía en ese instante, ni medir el miedo que recorría mis venas porque era demasiado. Traté de respirar, pero lo que salió fue entrecortado y no me calmó; aun así, con el corazón desbocado y la sangre circulando al revés, di varios pasos al frente, más por inercia que por voluntad.
Mis pies hicieron eco al caminar, puesto que todo estaba en silencio, y milagrosamente logré llegar a una longitud no tan cerca de Hades sin fallecer en el intento. Estaba consciente de sus ojos sobre mí, con una mezcla de interés, superioridad y perversión; y de igual forma me percaté de los pasos de los demás justo detrás, apoyándome.
Me paré firme y levanté la cabeza como muestra de un valor que no sentía en busca de los ojos del dios de la muerte. Estaba aterrada, muerta de miedo, por lo que para intentar calmarme y encontrar mi propia voz apreté el mango de mi espada; me daba seguridad sentirla en mi mano.
—Esto debe ser una broma —se burló él con sorna, mientras sus ojos me recorrían de arriba debajo de forma despectiva. Su voz se sentía como un escalofrió, como si de su boca solo saliera hielo, e incluso pude sentir sus palabras como aliento gélido sobre mi piel—. Así que tú eres Palas Atenea, la gran diosa de la sabiduría, líder de los Dioses Guardianes —ironizó—. Qué decepción, me esperaba algo más heroico. En fin, debería decir que es un placer conocer a la diosa más poderosa del Olimpo, otra vez, pero no creo que seas merecedora de dicha mención.
Volvió a sonreír, esta vez burlándose de mi aspecto y aparente debilidad. Sí, vaya que estaba lejos de ser la sombra de Atenea, pero no era tan insignificante para merecer sus burlas.
Me aclaré la garganta, lista para hablar y en contra de mis deseos, hablé intentando que mi voz no sonara como me sentía.
—Hades, dios de la muerte y soberano del Inframundo —empecé, con voz clara pero no tan fuerte como pretendía. Sus ojos brillaron de interés; era como un juego para él, yo era su diversión, se notaba en su sonrisa—. Por orden de los Dioses Guardianes, se te sentencia al exilio en el infierno por atentar contra la vida en la Tierra.
Hubo un par de segundos de silencio, donde ninguno de nosotros sabía cómo iba a reaccionar Hades. Intuí las posiciones de mis amigos, a la espera de cualquier sorpresa, y hasta llegué a oler su sudor cargado de adrenalina.
No sabía ni siquiera lo que había dicho. No podía solo atacar a Hades, pero intentar hablar tampoco era una opción. Todos teníamos la meta clara: formar un círculo y sellarlo antes que intentara detenernos, lo habíamos hablado cuando llegamos a Grecia. El plan era simple: entrar, encararlo, tal vez debilitarlo un poco, y cuando cada uno encontrara la posición correspondiente en el círculo comenzar con el conjuro de sello. El cómo era la cuestión. Mis planes siempre salían a medias.
—¿Sabes qué es lo más interesante de la muerte de los humanos? —debatió el dios de la muerte, ignorando por completo mi comentario anterior. Se puso de pie, y al acto un rayo de sol iluminó directamente su rostro, enfatizando sus facciones casi vampíricas y la belleza que lo acompañaba—. Lo que hacen justo antes de morir.
Nadie se movió, todo el mundo permaneció estático en su lugar, sin saber cómo reaccionar. Entonces, noté que mis amigos no se podían mover, literalmente nuestros pies estaban sujetos al suelo. Hades había hecho algo, estaba segura, y nosotros ni siquiera lo notamos hasta que ya estaba hecho.
—En mi larga eternidad he visto muchas cosas —continuó Hades—. He sido testigo de la luz que habita en los humanos, tanto como de su oscuridad. Pero lo que me llama más la atención son sus últimas palabras, su último deseo antes de venir conmigo. Algunos piden vida, se niegan a partir, otros solo se preocupan por aquellos que dejan atrás o en lo que no pudieron cumplir; mueren protegiendo lo que aman, o incluso viven al sacrificar a los demás. Eso, Palas Atenea, es lo que está ocurriendo ahora mismo: la decisión de luchar y vivir, o rendirse y morir. La naturaleza humana es impredecible, por eso mismo es interesante.
Intenté moverme, pero me fue imposible conseguirlo, igual que los demás a mi espalda; incluso Andrew tenía problemas para liberarse. Si seguíamos así nada podríamos hacer contra él, idear una nueva estrategia era lo importante. ¿Qué hubiera hecho Astra en esa situación?
»Sin embargo —Me miró con más énfasis—, lo que los aferra a la vida, lo que los motiva a continuar, es la esperanza. No hay nada más extraño que la esperanza, y poseer la luz que la mantiene en ellos es mi mayor anhelo. —Clavó mucho más sus ojos en mí, retándome—. Deseo la Luz de la Esperanza, pequeña Atenea, y dime, ¿qué harás al respecto?
Tronó los dedos y en el acto tanto mis amigos como yo recuperamos la movilidad de nuestros cuerpos. Sin embargo, la mirada oscura y vacía de Hades resultaba igual de opresora. Su sonrisa victoriosa no me dio buena espina, por el contrario, su confianza era abrumadora.
—No dejaré que la toques. —Levanté mi espada hacia él, al tiempo que mis amigos aparecieron a mi lado para apoyarme—. Defenderemos la Luz de la Esperanza, con nuestras vidas si es necesario, jamás la tendrás.
La sonrisa de Hades se expandió todavía más, hasta mostrar la blancura inmaculada de sus dientes. Se volvió a sentar, como si nuestra presencia y disponibilidad para atacarlo fueran insignificantes. No nos consideraba una amenazaba, era obvio, más parecía divertirse con nuestra actitud.
Quizá, —solo en un hipotético caso— si atacábamos juntos a Hades lo debilitaríamos lo suficiente para ejecutar el conjuro sin problemas. Pero no estaba segura de conseguirlo; era una apuesta, por lo que existía la misma posibilidad de triunfar que de morir. Necesitaba algo más seguro.
—El «nos» es justamente el problema —dijo.
Y entonces, de repente irrumpiendo el silencio de la penumbra, cuatro paredes de cristal grisáceo salieron del suelo a mi alrededor. Con la velocidad y grosor del material fue imposible que mis amigos permanecieran a mi lado, además de que por la forma que brotaron del suelo parecían tener filo. Eran tan altas que no alcanzaba a ver su final, por lo que escalar era inútil.
Mis amigos golpearon las paredes desde afuera, desesperados por sacarme, y yo para colaborar empecé a hacer lo mismo con mi espada. No obstante, por más flechas, truenos, golpes y cortadas que le propináramos al cristal, éste seguía igual, y sin un solo rasguño.
—Las debilidades de los humanos son lo más útil cuando se trata de vencerlos; y ustedes tienen tantas como un humano promedio. No me hace falta nombrarlas, estoy seguro de que saben a la perfección de qué debilidad hablo.
«Nuestro compromiso, el deseo de proteger lo que amábamos a costa de todo, nuestros lazos y lo que estábamos dispuestos a hacer por ellos; todo se resumía a algo muy simple: amor». Lo vi claro en ese momento, pero yo sabía que una debilidad podía ser una fortaleza al mismo tiempo. La lógica de los dioses solo demostraba su escaso conocimiento de la raza humana.
—¡Libérala! —exigió Evan, en tono alto y claro, volviéndose hacia Hades.
El dios de la muerte enarcó una ceja, intrigado por el mandato de Evan.
—Poseidón, tan impetuoso como siempre; qué desperdicio de poder. —Nos miró con suficiencia—. No se molesten, intento de Dioses Guardianes, ese cristal está hecho de las piedras Kakó, el material más resistente de mi reino. No conseguirán librarla de ellas por un buen rato.
Una flecha, con la velocidad de la luz, pasó a centímetros del rostro de Hades; si no hubiera sido por el rápido reflejo del dios de la muerte la flecha hubiera dado en el blanco dada la impresionante puntería de Andrew.
Los ojos filosos de Andrew, es brillo asesino, se batieron el duelo con la mirada fría y mortífera de Hades.
—Buen intento, dios del sol, pero con una flecha divina no podrás cambiar nada. Además, tienen otras cosas de qué preocuparse a parte de mí.
Un brillo excitante y peligroso apareció en sus ojos, causando que todo el aire de mis pulmones escapara.
Se suponía que teníamos el poder para detenerlo, entonces ¿en dónde estaba? No podíamos huir de sus juegos, de su dominio sobre nosotros, ¿y si era así cómo conseguiríamos nuestro objetivo? Nos superaba en poder, y estábamos en su territorio, la situación no nos favorecía ni un poco. No estábamos listos, si continuábamos así moriríamos.
El viento frio e inexistente del ambiente subió por mi espalda en forma de espiral en cuanto la silueta de Kirok apareció de entre las sombras del trono de Hades. Su oscuro cabello cubría sus ojos, por lo que su expresión me era desconocida. Sin embargo, sí noté sus facciones encogidas y una pequeña mueca de disgusto. Sus manos formaban puños, por lo que las escondió tras su espalda para pararse firme al pie del trono.
—Kirok, mensajero del infierno, supongo que ya todos lo conocen. —Su sonrisa victoriosa se maximizó—. Derrota a los Dioses Guardianes y tráeme la Luz de la Esperanza.
En medio de una mueca, mis amigos se ubicaron entre el trono y la caja semitransparente que me separaba de ellos, listos para enfrentar a Kirok, mientras que los hermanos Knight siguieron con la tarea de liberarme mediante sus flechas y uno que otro hechizo, pero nada funcionaba.
Kirok levantó la mano, aun con la vista gacha, y tomó su collar-arma provocando que un brillo rojo escarlata apareciera para dejar a la vista su oz. La movió hacia arriba, con agilidad, y en el acto la oz se trasformó en una reluciente espada negra cubierta de un halo rojo.
—Esa espada... —Dejé de golpear la pared en cuanto reconocí el aspecto de dicha arma, y lo único que hice fue abrir los ojos como platos al punto de salirse de sus cuencas.
Hades posó sus ojos oscuros ojos en mí, divertido, y una sonrisa burlona se adueñó de sus labios.
—Otra cosa que nunca he podido entender son sus sacrificios —comentó con malicia y toda la intención del mundo en herirnos—. La forma en la que consideran que una vida vale más que otra es absurda, y el empeño que ponen en proteger lo que aman no está lejos de ser ridículo.
Sabía a dónde quería llegar, y eso avivaba una llama de coraje dentro de mí que quemaba clamando venganza.
»Al menos murió protegiendo lo que amaba, ¿eso no fue lo que le enseñaste, pequeña Atenea? Desde hacía varios meses aquella diosa de blanco cabello empezó a husmear en mis asuntos. No sé cómo lo consiguió, pero llegó bastante cerca de mis planes, y eso no me convenía. Matarla fue sencillo, ella siempre tenía la guardia alta, muy lista para hacerlo hacia ella; pero hacia ti, que estabas desprotegida e indefensa. —Me miró con suficiencia—. La persona que más respetaba, a la que más quería... Siempre es más fácil atacar la debilidad del oponente y tú te convertiste en su mayor debilidad.
Escuché, de manera lejana e impropia, el sonido de mi sangre correr por mis venas y los latidos de mi corazón. Dejé de oír los murmullos de mi alrededor, solo podía registrar el distante eco de las voces de mis amigos, el eco de la risa siniestra de Hades burlándose de los comentarios de los demás al insultarlo por lo que hizo. Noté vagamente a Daymon sujetar a Sara para que no se le acercara al rey del Inframundo, a Cailye con una expresión de horror en el rostro, y a Logan apretar los dientes con repudio mientras los otros dos chicos solo ocultaron sus ojos entre una sombra oscura.
Electricidad, una fuerte corriente recorrió mi cuerpo como detonante, como la chispa que iniciaba una explosión. Sentí el aire mucho más pesado dentro de las paredes, y me di cuenta en ese momento de que se trataba de una mini ventisca que comenzaba en el suelo y subía por toda la caja arremolinando mi cuerpo, que en otra situación me habría sacado volando.
—¿Ailyn? —La voz de Cailye se quebró mientras me miraba, por el contrario de su hermano que solo frunció el ceño como si en verdad estuviera preocupado.
—Tú... ¡Maldito monstruo! ¡Mataste a Astra! —grité, y diminutas grietas se formaron en las paredes que me contenían, como prueba de la misma fuerza devastadora del viento—. Eres un cobarde, un demonio ¡Eres el mismísimo diablo! Cuando salga de aquí te haré pedazos ¡¿Me oíste?! ¡Te haré pagar por todo lo que has hecho, maldito demonio! ¡TE VOY A MATAR!
Su risa se escuchó en todo el lugar, opacando mis gritos.
Vi el rostro de Andrew pegado al cristal, observándome con atención y serenidad. El color de sus ojos llenó mi campo visual, tan de repente que me entraron deseos de llorar siempre que me miraba con apoyo. Ubicó sus manos en el cristal, y en respuesta puse mi mano izquierda sobre la suya, ocupando parte de la suya.
—Cálmate —musitó con firmeza, sin dejar de mirarme a los ojos—. Maldición, Will, solo cálmate.
—Eso, enfádate más —La excitación en los ojos de Hades, la euforia en ellos, era como una reafirmación de su victoria—, así será todo más fácil. Ahora, observa con atención la muerte de tus queridos amigos dioses, y para cuando termine no habrá necesidad de tomar la Luz de la Esperanza, tú misma me la darás. Adelante, Kirok.
En ese momento Kirok corrió hacia nosotros con la espada en lo alto, dispuesto a atacar a mis amigos. Alzó la cabeza, y observé para mi asombro su lúgubre expresión, como la de un verdugo que vio a mucha gente morir y ya le fuera rutinario.
Los chicos se prepararon, dispuestos a enfrentarlo; Andrew se apartó de mi lado para acompañar a los demás, mientras Cailye seguía intentando sacarme de aquellas cuatro paredes.
Entonces, todo sucedió demasiado rápido, tanto como la súper velocidad de Kirok lo permitió:
Kirok cortó la cinta del látigo de Sara, para luego propinarle un gran golpe en el estómago aprovechando su confusión. Mi amiga cayó al suelo producto del escaso aire en sus pulmones, y se revolvió en sí misma mientras recobraba el aliento.
Evan conjuró un par de relámpagos para quemar a Kirok en cuanto vio a Sara caer, pero Kirok fue más rápido, esquivó los ataques repetitivos y le dio en la espalda a mi amigo, justo sobre su columna; Evan cayó al suelo enseguida, inmóvil.
Vi las hojas del Arma Divina de Daymon acercarse a su cabeza por la espalda, en la trayectoria justa para cortarle la nuca, no obstante, cuando el pelirrojo estuvo lo suficientemente cerca Kirok se volteó y lo golpeó en la nariz, ocasionando que volara varios metros lejos de él.
Logan fue el siguiente, le lanzó su lanza con más fuerza de lo que lo creí posible, pero Kirok la tomó en sus manos como si nada y se la devolvió con tanta fuerza que aunque Logan usó un escudo divino para repelerlo, no evitó que el impacto lo arrojara contra una de las vigas del lugar.
Y por último se acercó a las paredes que me contenían y tomó el arco de Cailye, quien aterrada lo soltó y retrocedió; miró a Kirok con esos ojos enormes que desbordaban pánico, pero con eso no consiguió que saliera ilesa, ya que con el mismo arco hizo tropezar a la pequeña rubia. Cailye se quedó en el suelo, pasmada, sin poder mover su cuerpo.
Todo en cuestión de segundos. Todo el entrenamiento de Astra... parecía una burla frente a Kirok.
Me dirigió una mirada perdida, tan oscura como la de un fantasma, justo antes de seguir su camino.
—Kirok, déjate de juegos y acábalos ya. No presumas —dijo Hades con su tono usual de burla.
Kirok apretó la mandíbula. Su cuerpo se iluminó de un tono rojo muy leve, su cabello se movía por un viento inexistente.
Cuando Kirok se dirigió a los chicos, todos en el suelo e indefensos, un campo de fuerza impidió su paso. Un domo azul encerró a mis amigos mientras éstos recuperaban la movilidad de su cuerpo y la conciencia, producto de la energía divina de Andrew.
Los dos sujetos se observaron fijamente, con ambos ceños fruncidos, desafiándose con la mirada a que el otro intentara algo en ese momento. Rojo vs azul, Kirok vs Andrew.
Andrew consiguió mantener el domo el tiempo suficiente para que todos se levantaron, dispuestos a volverlo a enfrentar. Con la inteligencia de Sara, Evan y Logan, y la intuición de Daymon más el poder de los Knight, Kirok no podría volver a usar sus trucos en ellos, ya que anticiparían sus movimientos. Porque juntos eran, éramos, más fuertes que separados, y eso Hades lo sabía.
—Seis contra uno no es justo —anotó Hades.
Chasqueó los dedos de nuevo, pero esta vez una línea vertical de luz apareció en la estancia, justo sobre el sello, y de ella además del frio se hizo presente una nueva criatura con aspecto canino, pero con tres cabezas en lugar de una, y serpiente por cola. Sus colmillos gigantescos derramaban baba, que junto a su tamaño considerablemente grande harían retroceder a cualquiera. Actuaba como un can, pues parecía tener rabia, y sus tres pares de ojos rojos no dejaban de ser amenazantes.
—El Cancerbero —presentó Hades, con la malicia de antes—. Protector de la puerta del Inframundo; con él será suficiente.
Hizo un ruido con sus manos, y en respuesta el canino se tiró de un solo salto sobre el domo que Andrew creó. Kirok retrocedió en cuanto se percató de la acción, y fue ahí donde la bestia aterrizó sobre la protección de mis amigos. Hubo un destello de luz azul en el acto, seguido de una explosión de aire proveniente del interior del domo.
Contuve la respiración, a la expectativa de lo que ocurrió con los chicos, hasta que el humo se dispersó y me dejó ver con claridad lo que ellos estaban haciendo.
La cinta del látigo de Sara enrolló los tres cuellos de Cerbero, y mientras ella batallaba para controlar la fuerza que ejercía en liberarse, Daymon saltó sobre su lomo y cortó parte de su dorso. Por lo visto su pelaje era demasiado grueso y resistente para ceder tan fácil, ya que la acción del pelirrojo solo lo rasguñó. Daymon maldijo en voz alta mientras caía tras la bestia.
Logró liberarse del agarre de Sara, y para festejarlo rugió. Entonces, justo en medio de su rugido, la vara de Logan se enterró dentro de la boca de la cabeza de la mitad. En respuesta la bestia retrocedió, y con sus gigantescas patas anteriores intentó quitarse el Arma Divina, pero Logan fue más rápido y con un solo salto hacia el Cerbero le ejerció más fuerza en el lugar de la incisión. Movió varias veces el objeto, hiriéndolo con más intensidad, hasta que el chico vio que la serpiente en su cola se dirigía hacia él y se retiró junto con su arma.
Vi al Cerbero retroceder todavía más, sin embargo, varios ataques de Evan lo obligaron a caer al suelo... Quise seguir mirando, saber lo que les ocurría a mis amigos si continuaban luchando con un monstruo tan grande y que, por lo que Astra me dijo en una ocasión, contaba con veneno en su mordida; pero la luz residual que dejó la flecha azul de Andrew cuando pasó justo frente a mí captó mi completa atención.
Seguí la dirección de la flecha, lo que me llevó a presenciar otra épica batalla entre el chico de ojos oscuros y el chico de ojos rojos. El proyectil estuvo cerca de impactar contra Kirok si éste no hubiera saltado justo a tiempo de eludirlo.
La mirada del mensajero del infierno buscó al responsable de la flecha, y al hacerlo se topó de nuevo con los castaños ojos de Andrew, tan serenamente fríos que asustarían a cualquiera. Se acercó a él, despacio y sin apuros, con el arco en sus manos y una flecha lista para invocar cuando lo necesitara.
Pasé la mirada de Andrew a mis amigos, y viceversa, sin evitar sentir miedo. Estaba aterrada, pero también estaba furiosa, y la adrenalina no era una buena combinación con la ira, en especial en mí.
Cerré los ojos con fuerza, y apreté lo más que pude el mango de mi espada, buscando control. Respiré una y otra vez, hasta que encontré paz en medio del caos.
Abrí mis ojos de golpe, con la claridad absoluta de lo que debía hacer de inmediato. Golpeé una y otra vez las paredes ya agrietadas con mi Arma Divina, y lo seguí haciendo mientras le daba una que otra ojeada a mis amigos.
Una nueva flecha alcanzó la espada de Kirok, consiguiendo desarmarlo debido a que ante el impacto su arma salió disparada hacia otro lugar.
—Eso no es justo —señaló Kirok, ahora sin rastro de tristeza, más bien parecía diversión, una muy amarga—. Yo no tengo arma, y tú tienes flechas.
Andrew frunció el ceño, pero con tanta sutileza que quizá Kirok no lo notó.
—No conoces el significado de justicia —replicó Andrew con la voz fría.
Una leve sonrisa adornó el rostro de Kirok.
—¿Y tú sí? —Ambos caminaban en círculos, como dos leones a punto de pelear por territorio, ignorando por completo la pelea de dioses vs Cerbero a sus espaldas—. Matarte será lo más satisfactorio de mi oficio, además de lo más divertido. He esperado mucho para cobrarte y ahora es mi turno de destruirte.
Solo pude ver la silueta borrosa de Kirok cuando se movió hacia Andrew, tan fugaz que apenas sí la percibí. Andrew no alcanzó a esquivar su cuerpo, y a consecuencia Kirok lo golpeó en las manos, logrando que su arco se alejara de él como la espada de Kirok.
El chico de ojos rojos lo pateó en las rodillas con la misma velocidad, y luego en una fracción de segundo le tomó la cabeza y la chocó con el suelo abruptamente. La velocidad de Kirok superaba a la Andrew, pero jamás tendría su fuerza.
Desde mi lugar alcanzaba a notar los moretones de sus golpes, y el rastro de sangre que dejaron en su rostro cuando intentó levantarse. Él no hizo ninguna mueca ni mostró rastro de dolor, pero yo sabía que le dolía a pesar de la protección del traje de Astra.
Kirok retrocedió mientras Andrew se levantaba tras escupir sangre en el suelo, esperando su regreso a la pelea. Kirok sonrió con satisfacción una vez que notó la sombra sobre los ojos de Andrew que impedían ver sus ojos con claridad, y se dispuso a golpearlo de nuevo.
Sin embargo, esta vez, Andrew lo sujetó del brazo antes de que lo alcanzara, lo apretó y retorció con su descomunal fuerza. Se incorporó, despacio, torturando más el brazo de Kirok.
—No me subestimes, demonio, aún no me conoces —amenazó Andrew, dejando ver sus ojos y con ellos el brillo filoso que desprendían.
Levantó la otra mano y la ubicó sobre el pecho de Kirok, y en reacción su mano comenzó a emitir un tenue brillo azul sobre el pecho del chico. En el segundo siguiente una fuerza invisible tiró lejos a Kirok, con tanta velocidad que su cuerpo se golpeó contra la pared, agrietándola en el proceso.
—Ahora sí es enserio, dios del sol —musitó Kirok recobrando la movilidad, y con una mueca de disgusto en su rostro.
Se incorporó, movió su cuello de lado a lado e hizo lo mismo con sus extremidades, desentumiéndose o disimulando sus áreas afectadas. Y miró con desafío a Andrew, retándolo a moverse primero; Andrew lo observó igual, esperando su próxima jugada, los dos atentos a los movimientos del otro. Pero ninguno se movió, hasta que pensaron al mismo tiempo y ambos corrieron hacia el otro con perfecta sincronía.
Cuando los dos se juntaron, cada uno con su brazo al frente dispuesto a noquear al otro, en la intersección de ambos cuerpos un estallido de luz divina salió disparada de los dos.
Silencio. Y luego, el sonido del impacto.
No los vi por varios segundos, puesto que seguían inmersos en la bruma resultante del choque de sus poderes, pero sí distinguí varios brillos filosos que indicaban su constante lucha entre el humo gris que los cubría.
Noté con el rodillo del ojo la pequeña mueca de Hades desde su trono, quien observaba las dos batallas con la atención de un halcón. Lo miré por un segundo, justo cuando lo vi chasquear los dedos con la suficiente claridad para que el sonido recorriera la sala, y acto seguido la bruma que cubría a los chicos se esfumó.
Observé los moretones en la piel visible tanto de Andrew como de Kirok, y el cansancio que conllevaba una pelea cuerpo a cuerpo durante esos largos segundos. Entonces, la mano de Kirok se iluminó de rojo escarlata, igual que los ojos de Hades en ese momento. Kirok sonrió, idéntico a la sonrisa de su amo, y luego solo dirigió su mano brillante en forma de puño hacia el rostro de Andrew.
Pasó en un abrir y cerrar de ojos, pero yo lo vi tan lento que a duras penas lo procesé. Ante el tacto abrupto de la mano de Kirok sobre su cara, Andrew salió disparado del lugar con la fuerza de un cañón. Voló por el aire un segundo, semiinconsciente, hasta que aterrizó en el suelo como si de un muñeco se tratara.
Al mismo tiempo, y debido a la desesperación, apliqué tanta fuerza a mi espada en ese último golpe a la pared, que el cristal se deshizo en diminutos pedazos que se asemejaban con los copos de nieve.
No me percaté de mi velocidad hasta que me vi junto a Andrew, a centímetros de él. Me arrodillé a su lado, mientras contemplaba su nariz sangrando y el gran moretón en su mejilla. No se movía, pero respiraba, lo que no era malo, pero el que algo lo dejara a él inconsciente era de lo más inusual. Era una roca, inamovible y resistente como tal, de esas personas que uno nunca piensa ver en el suelo porque los cree capaz hasta de mover una montaña, y ahora lo estaba.
—¿Andrew? —lo llamé, con la voz rota y el corazón en la boca— ¡Andrew!
No abría los ojos, no se movía, estaba completamente inconsciente. Mi cuerpo me temblaba, mis manos se movían en desorden. Andrew tenía los atributos de la peste en igual medida que los de curación. Era veneno un antídoto. ¿Por qué no usarlo contra Kirok? ¿Qué limitaba su poder? Era Apolo, dios de plagas, si él se lo proponía podría desvanecer a Kirok con solo mirarlo. Yo lo sabía.
Me levanté del suelo, con los dientes casi rechinando y los ojos cargados de furia. Mi corazón palpitaba más rápido que el de un ratón, y junto a toda la adrenalina que sentía solo podía pensar en una cosa: derrotar al par responsable de todo eso.
Empuñé mi espada hacia Kirok mientras me acercaba a él, dispuesta a que correspondiera mi gesto. Sabía que si Andrew no pudo con él yo tenía menos posibilidades, pero al menos me aseguraría de que terminara igual.
—¿Es enserio? —Fue Hades quien habló, con petulancia e incredulidad— ¿Quieres enfréntalo? ¿Tú sola? —Sonrió, muy cerca de soltar una carcajada—. No tengo tiempo para tus juegos, pequeña. Tus amigos ya no te pueden salvar, están demasiado ocupados, ahora dame lo que deseo si no quieres que no quede ni siquiera su polvo.
Fruncí el ceño. En ese momento, en el que mis amigos luchaban contra Cerbero, y Andrew seguía inconsciente, ya no podía tener miedo. Solo sentía ira. Estaba furiosa con ese par de demonios, y aunque una parte de mí sabía que no debía sentir tanta cólera, no me contuve en cuanto salté sobre Kirok, con mi espada directo a su cuello.
Él no opuso resistencia, solo me miró con resignación, como si eso fuera lo que esperaba. Me temblaba la mano y no estaba segura si era por la adrenalina o porque una parte de mí dudaba al contemplar los ojos escarlatas de Kirok.
Pero no alcancé a hacer nada, ya que una fuerza invisible elevó mi cuerpo por el aire, y me acercó al rostro de Hades arriba de su trono. De cerca pude observar mejor aquella belleza letal que noté al comienzo; era atractivo, con su pálida piel y ojos cual carbón, con sus facciones dignas de un dios y edad tan difusa como la de Kirok. Hacía mucho más frio cerca de él, además de que en su presencia intimidante me ponía los vellos de punta.
—Fue suficiente, Atenea —comunicó Hades en voz más baja—. Deberías entregarte ahora que puedes. ¿Recuerdas? A una mujer tan bella no le sienta bien la muerte. Piénsalo. Si me entregas tu alma voluntariamente, consideraré dejar vivir a tus amigos.
Sin darme cuanta en qué momento exactamente dejé de oír los sonidos de batalla de los chicos. No había rastro de luces tampoco, por lo que mi conclusión fue que habían terminado con su tarea y hallaron la forma de pasar desapercibidos para Hades.
—Púdrete —sentencié, escupiendo las palabras bastante cerca de su rostro para enfatizar—. Nunca tendrás lo que quieres, no mientras yo viva.
Todo el mundo quería tener la Luz de la Esperanza; Hades para obtener más poder y los dioses para evitar que eso sucediera. Y yo la tenía, era responsable de mantenerla a salvo; no permitiría que me la arrebataran así de fácil, porque ni muerta la entregaría.
Sus negros ojos mostraron un leve destello de maldad, pero mantuvo la calma aun con mis palabras. Mis huesos temblaban bajo mis músculos, muerta de miedo, pero si él no se inmutaba ante mi presencia, si no me veía como una amenaza, yo a él tampoco.
Elevó la cabeza con aire triunfante y sonrió con sorna.
—Bien, te la quitaré a la fuerza.
Acercó sus pálidas manos a mi cuerpo y, justo cuando estaba a centímetros de tocarme, el brazalete brilló. El inmaculado brillo blanco que desprendía mi brazalete lo obligó a apartar abruptamente sus manos de mí, lo que me permitió liberarme de su magia y caer de pie sobre el suelo.
Apreté el mango de mi espada, al tiempo que el brillo se detenía, a la espera de su próximo movimiento.
Me miró, con fijeza, examinándome. Estaba planeando su próxima jugada, lo intuía, y por lo visto yo también debía hacerlo si no quería terminar muerta.
De pronto, en medio del duelo de miradas entre nosotros, un gran estruendo predominó en la estancia. Vi el rayo de luz aguamarina antes de adivinar lo que iba a hacer. Una flecha, una de Cailye, más brillante que de costumbre, cortó el viento en cuestión de milisegundos. Hades, tan rápido como siempre, la vio llegar y se movió apenas unos centímetros para evitarla; lo que él no sabía era que la flecha no iba hacia él, iba hacia su trono.
El trono se desmoronó en varios pedazos al contacto directo de la flecha de Cailye, y una nueva nube de humo cubrió el lugar cerca del impacto por breves segundos.
Me giré al instante, en busca del origen de la flecha, pero no vi nada. Sentí el tacto de una mano sobre mi brazo, seguido de una corriente cosquillosa que cubrió mi cuerpo como agua vertiendo al contrario sobre mi piel. La mano que antes no vi ahora se hizo visible sobre mi traje; era la mano de Daymon. Observé a mis amigos, incluido a un Andrew sentado en el suelo, pero algo desorientado, que estaba siendo tratado por Evan.
No obstante, casi me caí al suelo cuando noté en dónde se encontraba Cailye. La vi sobre el lomo de Cerberos, sentada cerca de la cabeza de en medio y mimándolo como si en verdad solo fuera un cachorro, mientras le tarareaba una canción. Me quedé helada, sin saber cómo reaccionar mientras contemplaba a un can ahora sumiso y cariñoso pedir atención por parte de una rubia sonriente que lo veía como un niño con juguete nuevo.
—¿Qué...?
—No hay tiempo de explicar —me cortó Sara, acercándose a mí en un par de zancadas—. El efecto no durará mucho, la invisibilidad solo se puede usar unos minutos. Debemos arreglar el circulo antes de que nos descubra.
—Pero Andrew... No podemos si está herido.
—Estoy bien —afirmó el nombrado desde el suelo, intentando ponerse de pie, y con una sombra cubriendo sus ojos. Debía sentirse mal por lo que ocurrió con Kirok.
—Lo estará en unos segundos —confirmó Evan a su lado—; responde bien a la magia, pronto se pondrá de pie.
Una oleada de viento recorrió la estancia, procedente de lo que quedaba del trono. Vimos a Hades en el centro de la ventisca, con sus manos en alto controlando el viento, y sus ojos buscándonos.
—Busquen su punto correspondiente —ordené, y posé mis ojos en Cailye—. ¿Puedes hacer que distraiga a Hades por unos minutos? —Ella asintió, todavía acariciando con gran confianza a su nuevo amigo—. Bien; yo me encargaré de Kirok.
—No, yo lo haré —Andrew llegó a mi lado en un segundo, observando a través de la invisibilidad a Kirok al otro lado de la estancia.
—No, necesito que los ayudes a ubicarse —le dije—. Solo tenemos una oportunidad, Andrew, y si estoy cerca de ellos lo demás no les importará. Además, no estás en condiciones de enfrentarte a él otra vez.
Él me miró, con atención, pero no se opuso quizá por dos razones: o sabía que yo tenía razón, o vio que no teníamos tiempo para discutir. Me incliné más hacia la segunda.
—Vamos —exclamé, y todos aun con su invisibilidad se dispersaron hacia diferentes puntos del gran salón—. Cailye, hazlo cuando te dé la señal.
La vi asentir antes de dirigirse hacia un punto diferente del lugar.
Tomé aire, y abandonando mi invisibilidad me acerqué al centro de la sala, donde Hades terminó de manipular el viento en cuanto me vio.
Lo miré atentamente, demostrando que no me intimidaba, aunque por dentro estuviera a punto de ir en dirección contraria y esconderme bajo una piedra. Frunció el ceño con ligereza, casi indetectable, y se paró derecho. De pie y a la altura del suelo pude contemplar el tamaño de su cuerpo, y es que era bastante grande, quizá el doble de un humano promedio.
Giró su cabeza hacia la derecha y luego hacia la izquierda, y luego sonrió con suficiencia. Lo vi tan claro en ese momento que mi estómago se contrajo; él lo sabía, sabía lo que intentábamos hacer, y estaba preparado para ello.
—¡Ahora! —grité en cuanto supe que mientras más tardara más estrategias en nuestra contra formularía.
De la nada apareció Cerbero, tan de repente que parecía salido de otro lugar, cuando lo único que Cailye hizo fue alejar su tacto de él y con eso la energía divina que lo volvía invisible.
El can corrió hacia Hades, mostrando toda la fiereza que antes nos mostró a nosotros, con sus bocas abiertas y amenazantes como un perro rabioso. Por la grandeza de sus patas y su cuerpo en general llegó hasta el rey del Inframundo en un par de saltos, agrietando todavía más el ya de por sí maltratado suelo.
Esperé atenta a que luchara contra Hades, pero en su lugar el dios de la muerte sonrió de lado, confiado, y levantó su mano derecha hacia la bestia. Cerbero se detuvo en seco, con sus seis ojos rojos brillantes sobre Hades, ahora con miedo reflejado en ellos, y supe que eso no iba a funcionar.
Hades masculló rápidas palabras, y acto seguido la bestia se retorció de dolor, aulló, se revolcó, y al final pareció tener convulsiones. El animal gritaba de sufrimiento, lo que sea que Hades le estuviera haciendo lo lastimaba bastante.
—¡No! —Era la voz de Cailye, desde algún punto tras Hades.
Vi su sombra, y lo único que se me ocurrió hacer fue realizar un conjuro de silencio con mi mano libre para callarla, pero era demasiado tarde, Hades ya confirmó sus posiciones. No escuché su voz de nuevo, pero sí la vi en cuanto el conjuro de todos mis amigos llegó a su fin. Daymon la sujetaba por detrás, reteniéndola para que no corriera hacia Cerbero mientras éste seguía revolcándose en el suelo, y vi, con el dolor de mi corazón, a Cailye llorar porque estaban lastimando a su amigo.
Me fijé otra vez en Hades, quien ya había domado a la criatura, y sin pensarlo dos veces corrí hacia él con la espada en posición, lista para liberar al amigo de la rubia de sus manos.
Salté, sujetando con todo el sentimiento del mundo el mango de mi Arma Divina, con la trayectoria fija hacia Hades. Lo vi levantar sus ojos hacia mí, con esa victoria que lo caracterizaba, justo cuando una espada chocó con la mía, deteniendo mi camino asegurado hacia el dios de la muerte.
Kirok, frente a frente, empuñaba su espada oscura contra la mía. Todavía en el aire, en esos breves segundos, traté de obligar a Kirok a ceder, pero por la fuerza que empleaba fui yo la que tuvo que alejarse primero.
Al aterrizar lo miré, enojada, hasta que el rugido de Cerbero atrajo mi atención. Hades ahora se encontraba sobre el lomo de la bestia, de pie, como si ese fuera su nuevo sitio de observación, mientras el can volvía a mostrar esa hostilidad hacia nosotros. Obligó a la bestia a saltar, y a consecuencia el suelo se agrietó en medio de un pequeño temblor que estremeció el lugar entero. Hades sonrió, y cuando lo hizo de la tierra empezaron a brotar rocas negras y puntiagudas por todo el lugar, como afiladas dagas, por doquier.
Me percaté de cómo los chicos trataban de evadir los nuevos obstáculos, pero siempre que alguno se movía hacia otro lugar se hacía más difícil evitarlas debido a su rápida e imprevista aparición.
Me moví para evitarlas también, pero seguíamos con el objetivo claro y él lo sabía. Si nos organizábamos en el círculo tendríamos más posibilidad de derrotarlo, pero si no podíamos mantenernos en el suelo no conseguiríamos conjurarlo.
Volví a saltar, de nuevo con trayectoria hacia él, pero como la vez anterior Kirok se interpuso entre nosotros. Nuestras armas chocaron, generando un sonido metálico irritante, y de la misma forma que se juntaron nos alejamos.
Caí sobre un área libre de rocas, pero sin la menor idea de lo que haría a continuación.
—Kirok —llamó Hades desde lo alto de Cerbero, con los ojos iluminados de rojo—, quítale ese brazalete y mátala, ya no la necesitamos.
El nombrado dirigió la mirada hacia su amo, consternado diría yo, o confundido, con un ligero ápice de frustración.
—Dijiste... —empezó Kirok.
—Sé lo que dije —lo interrumpió su amo—, ahora hazlo.
La mirada de Hades, desafiante, lo calló de inmediato. Él era más poderoso que Kirok, y ni siquiera él se atrevía a desobedecer al rey del Inframundo.
Salté sobre él, en vista de que él no dio el primer paso. No quería luchar contra él, porque a pesar de odiar a Andrew y de lo que nos hizo, me compadecía del chico que habló conmigo la noche previa. Quería creer que lo que vi en sus ojos esa noche era algo más que maldad, porque mostraron sinceridad al hacerlo.
Se movió, esquivando mi ataque, y se escabulló debajo de mi cuerpo antes que aterrizara donde él había estado. Esperé su golpe, uno que nunca llegó, así que me di la vuelta y volví a dirigirle la hoja de mi espada. Kirok era un obstáculo, independientemente de sus intenciones, y si no lo dejaba de ser tendría que luchar a matar contra él.
—Te lo dije, te ofrecí protección —masculló en cuento nuestras espadas chocaron, produciendo chipas de colores y el inconfundible sonido del metal—, y me rechazaste. Mira a lo que eso te llevó, si sigues de terca, tus amigos y tú...
—¡Cállate! —grité.
Vi por el rodillo del ojo las intenciones de Andrew de unirse, mientras los chicos seguían buscando su lugar adecuado a pesar de las rocas que Hades permanecía conjurando, pero Evan lo detuvo. Aun así, era consciente de sus castaños ojos sobre mis movimientos, como si esperara la oportunidad perfecta para intervenir.
Levanté mi arma e intenté golpear a Kirok de nuevo, a pocos pasos de mí, pero lo esquivó otra vez. No quería luchar contra mí, pero tampoco estaba dispuesto de dejarme pelear contra Hades; solo era un obstáculo, solo me hacía perder el tiempo.
—Luz... Aún estás a tiempo, podemos encontrar una forma para...
—¡Cierra la boca, Kirok! —Salté y aterricé frente a él—. Mira lo que le hiciste a mis amigos, lo que le hiciste a Andrew, lo que me quieres hacer a mí. No voy a huir, Kirok, porque el problema va a seguir, y no quiero sacrificar vidas a costa de mi bienestar.
Soltó un suspiro rápido y se movió hacia mí con la espada en el aire. Atajé su espada, y con mis piernas lo hice caer. Bajé mi arma como guillotina, solo para herirlo lo suficiente para que no me interrumpiera; jamás lo mataría. Pero él detuvo el avance de mi Arma Divina con la suya, y de un solo empujón dirigido a las armas me tiró varios pasos lejos de él.
—No quiero herirte —murmuró—. Quería mantenerte a salvo, te lo dije, pero no reconoces la importancia que representas.
Ahí me di cuenta de que hablaba en serio. Mis movimientos eran predecibles y carecían de fuerza, si él de verdad me hubiera querido lastimar lo hubiera hecho con mucha facilidad. Pero no lo hizo, y con mis amigos también les propinó golpes no letales; excepto a Andrew, a ese si parecía quererlo muerto.
Se enderezó, y yo aproveché su recuperación para apuntar la punta de mi espada hacia su cuello, a centímetros de su piel.
—Y yo te dije que no necesitaba tu protección. Eres su mano derecha, y parte de él, nunca me has demostrado que vale la pena confiar en ti.
Me miró a los ojos, y al hacerlo pude ver en los suyos el brillo que vi en la azotea del hotel, aquel punto en medio de sus ojos escarlatas, tan solitario como un náufrago pidiendo ayuda...
Sentí, por tercera vez, la reacción de la Luz de la Esperanza en mi interior. Todo el mundo necesitaba esperanza para seguir adelante, para cambiar, para mejorar, y él la tenía guardada en un rincón lejano de su corazón, casi que encerrada, clamando por ser vista y salir.
—¡Kirok, hazlo ahora! —apresuró Hades, deteniendo la aparición de rocas filosas.
Con un solo movimiento enredó nuestras armas, lo que le fue fácil ya que aflojé sin querer la fuerza del mango. Me desarmó con la misma facilidad y ahora la situación era al revés: con su espada apuntándome al cuello.
No me moví, no respiré, solo lo miré, analizando su hilo de luz. Era su bondad, y aun rodeada de maldad existía, y si lo hacía valía la pena ser salvada.
—Hazlo —dije en un voto ciego de confianza. La confianza había que darla para recibirla, igual que el respeto, y si yo no comenzaba él tampoco—. Si de verdad quieres hacerlo, hazlo.
—¡Ailyn! —Escuché el grito de Sara desde el otro lado de la sala—. ¡No confíes en él!
Vi a los chicos ubicados en círculo alrededor de Hades, listos para ejecutar el conjuro en cuando me librara de Kirok. Recorrí la estancia con los ojos, hasta que me detuve en Andrew y sus deseos de abandonar la formación por sacarme de esa; le dediqué una mirada de tranquilidad para que confiara en lo que hacía, y él a su vez asintió como si entendiera lo que decía sin expresarlo en palabras.
Los ojos de Hades se cruzaron en mi campo visual, permitiéndome notar la incertidumbre que no mostró antes. Se veía diferente, más preocupado, sin la victoria escrita en su frente... Ahí lo recordé, lo que dijo Kirok esa noche y la actitud de Hades cuando Kirok dudaba: él era su debilidad. Él mató a Astra usando su debilidad, y pagarle con la misma moneda sonaba tentador. Si lo aprovechaba bien sellarlo sería más sencillo.
—Lo haré, tengo que hacerlo —susurró Kirok en tono lúgubre, casi para él mismo—. Es mi obligación. Mi destino; para esto nací.
—Sabes que eso no es verdad, porque trataste de protegerme, porque no me quieres lastimar, porque si eres su bondad significa que una parte de ti no está llena de oscuridad. Tú eres el único que decide su destino, tú elijes si aceptarlo o cambiarlo.
—¿Qué esperas? Mátala de una vez —insistió Hades, tratando de ocultar cómo lo afectaba la duda de Kirok.
Hades siempre lo usó como su fortaleza, su as bajo la manga, su mejor arma; cuando en realidad Kirok tenía el poder de derrotarlo, de condenarlo, y Hades lo sabía, por eso disfrazó su mayor debilidad como una fortaleza.
Solté el aire en cuanto su espada descendió un par de centímetros, no los suficientes para apartarme pero sí para no matarme. Estaba dudando. Bien, solo necesitaba un poco más.
—No quiero herirte, Luz, —Su voz sonaba confusa, como si librara una batalla consigo mismo.
—No tienes que hacerlo si no lo deseas. ¿Recuerdas cuando hablamos en el hotel? Dijiste que nunca quisiste la guerra. Esta es tu oportunidad de hacer las cosas bien, esta es tu forma de ayudarme.
—Kirok, recuerda nuestro contrato —advirtió Hades con el ceño fruncido. Se le veía verdaderamente furioso, pero en realidad era ansiedad.
Pasaron varios segundos, casi un minuto, hasta que Kirok bajó la espada. Nadie en todo el lugar se movió, ni quiera Hades, todos permanecimos con los ojos fijos sobre Kirok y su elección.
—Yo, Kirok Dark —empezó, sin apartar la mirada de mí—, a partir de esta fecha y para siempre, rompo todo contrato escrito y de palabra con Hades, rey del Inframundo y dios de la muerte. —Se llevó la espada a la mano izquierda y realizó un pequeño corte, lo suficientemente profundo para que un hilo de sangre saliera—. De ahora en adelante solo le deberé mis servicios a Palas Atenea, diosa de la sabiduría. —Me extendió la mano del corte—. Hasta el día de su muerte, o de la mía, le seré fiel y le serviré, como su familiar. Y con este contrato de sangre, con los Dioses Guardianes de testigos, declaro mi eterna lealtad hacia mi nueva ama.
La expectación a mi respuesta era clara en su rostro cubierto por su cabello negro, a la espera de mi negación o afirmación.
—¡Kirok no te atrevas! —Hades, enfurecido de verdad, le ordenó a Cerbero dirigirse a nosotros para detenernos.
Había escuchado lo de los familiares en alguna ocasión, Evan me lo dijo. Los familiares servían a los dioses como un escudo, se encargaban de protegerlo y acompañarlo a todas partes para garantizar su seguridad. Sinceramente, no estaba segura de querer a Kirok como familiar. Pero debía apartarlo de Hades, y si encontrada otra forma de hacerlo mis amigos lo matarían en la primera oportunidad; estaba acorralado por ambas partes. No obstante, si se convertía en mi familiar no podrían lastimarlo. Yo podría protegerlo.
«Busca la luz en la oscuridad. Salva la bondad en su alma». Escuché en mi cabeza las palabras de mi sueño, como una grabadora, repitiéndose una y otra vez.
Sin detenerme a considerarlo más a fondo, tomé mi espada del suelo y realicé el mismo corte en mi mano izquierda. Acepté su apretón de manos, juntando nuestras heridas.
Sentí un subidón de azúcar, como si me hubiera comido bodegas enteras de dulce. Luego vi imágenes borrosas, la mayoría oscuras, otras claras, pero ninguna tenía significado para mí; eran parte de los recuerdos de Kirok. Y por último sentí un lazo, como si alguien nos atara las manos con unas esposas o con una cuerda, tan delgado y suave que apenas lo sentí en mi mano izquierda antes de separarla de la Kirok.
El grito adolorido de Hades rompió en la estancia a pocos metros de nosotros, desestabilizándonos a todos, seguido de millones de cuervos revoloteando por todo el lugar, lo que provocó que las pocas antorchas que quedaban de apagaran.
Los cuervos se dispersaron hacia todas las direcciones, atacando en el proceso a mis amigos y a mí con sus garras; me sentí igual que el día que desperté, era la misma sensación de agujas hiriendo mi piel, con la diferencia de que ahora el traje de Astra me protegía.
Cubrí mi rostro para protegerme de sus garras, pero entonces sentí la mano de alguien sobre mi brazo. Creí que era Andrew, pero se trataba de Kirok.
Me tomó con fuerza y me haló hacia la salida; traté de negarme, de comunicarle el plan inicial, pero en cuanto noté que mis amigos se dirigían al mismo lugar no me pude oponer.
Sara y Evan se me acercaron, sin dejar de mirar con hostilidad a Kirok. Seguido de ellos llegó Logan, el pelirrojo y Cailye, los tres juntos.
Todos lucían tan golpeados y cansados, que intentar hacer algo con Hades así iba a ser suicidio. Creí que si atacaba su debilidad se iba a debilitar, pero más parecía perder la cordura. Si volvíamos y nos ubicábamos en ese instante quizá conseguiríamos algo, pero enfrentar a Hades así daría resultados impredecibles.
—No funcionará —me dijo Logan en vos baja para que solo yo lo escuchara, con sus ojos verdes sobre mí, taladrándome—. Como está no. No podemos regresar, mucho menos con ese estado del sello, y si a eso le sumamos el desequilibrio que ocasionaste, pues, es imposible. —Y, luego de fulminarme con la mirada, con su tono irónico agregó—. Bien hecho, «líder», mandaste todo a la mierda.
«Auch» pero tenía razón. Otra vez. ¿Qué había hecho?
—¡¿Qué le sucede?! —preguntó Daymon, en un grito para poderse oír por encima del aleteo de los cuervos, y atrayendo mi atención.
—Nuestro lazo —explicó Kirok, ganándose una mirada de furia de parte de mis amigos, y una de miedo por parte de Cailye—. Rompí nuestro lazo, por eso grita, es un dolor inimaginable. Perder a un familiar duele en alma y en físico; y además era parte de él, así que es dolor doble.
—¿Eras su familiar? —interrogué, sorprendida—. Nunca lo mencionaste.
—Nunca lo preguntaste. —Sonrió de lado, casi aliviado, pero enseguida una mano en puño chocó con su rostro con la fuerza necesaria para desestabilizarlo; aquello le borró la sonrisa.
Era la mano de Andrew.
Se veía maltrecho y de muy, muy mal humor. El destello filoso en sus ojos parecía gritar de furia y su cuerpo solo reflejaba sus deseos de golpearlo. Tragué saliva, nerviosa, puesto que ver a Andrew perder los estribos era todo un acontecimiento.
—Eso, maldito demonio, es por lo que me hiciste —escupió Andrew mientras le proporcionaba otro golpe con la rodilla, esta vez en el abdomen, tan fuerte que Kirok se dobló en dos y soltó un gemidito de dolor—. Y este por convertirte en su familiar.
—Andrew, ya basta. —Puse mis manos sobre su pecho para impedir su avance—. Ahora no, arregláremos esto después. Ahora debemos enfocarnos en...
No terminé la frase porque los cuervos desaparecieron, dejando montones y montones de plumas negras sobre lo que quedaba del suelo agrietado. Poco a poco me giré hacia Hades, y de nuevo, mi respiración se detuvo hasta que me tuve que recordar cómo respirar.
Su aspecto era asqueroso y deforme, peor que cualquier monstruo de pesadilla. Su risa era mucho más malévola y espelúznate que antes, rozando lo monstruoso, e incluso sus ojos ya no eran ni negros ni rojos, eran de un blanco aterrador. Como los de un zombi.
No quería mirarlo, su aspecto me daba miedo. Su lado derecho del rostro estaba derretido, provocando que ese ojo le cayera a la boca, su cabello estaba quemando, y su piel tenía manchas negras y verdes en todas partes. Toda la belleza que antes tenía se había esfumado en cuestión de segundos.
—Me las pagarás. —Se rio con sadismo, parecía un loco—. Juro por Urano que me vengaré. Me quitaste mi familiar, mi otra mitad, ahora yo te quitaré la tuya.
Hubo una gran corriente de aire en todo el lugar, y en cuestión de milisegundos tenía a Hades justo frente a mí. Todo mi cuerpo se congeló. Y estaba segura de que por poco me desmayaba al tenerlo a centímetros de mi rostro luciendo como siempre me imaginé que sería. Por ese corto momento fue como si el tiempo se hubiera detenido, y noté que en efecto era así: ocurrió tan rápido que pareció que el tiempo se detuviera, incluso mis amigos lo pasaron por alto, casi como un bucle de tiempo creado solo para nosotros.
Me miró a los ojos con lo que quedaba de los suyos, y fue como mirar a los ojos de la muerte y la destrucción, solo que más literal de lo que parecía.
—Ya conozco tu debilidad, Atenea, eres todo un libro abierto. —Sonrió con cinismo—. O debería decir: Ailyn Will.
Desapareció en medio de un torbellino de plumas y viento negro, llevándose consigo al Cerbero... y justo cuando se desvaneció, una luz, o rayo oscuro nació de los restos del trono, dirigiéndose a nosotros y arrasando con todas las plumas y rocas filosas que quedaban. Se parecía a una nube de humo, pero como las de las minas, o una nube cargada de ácido o algún otro toxico...
Abrí los ojos de par en par en cuento noté el tipo de rayo que era; nos iba a carbonizar a todos en cuestión de segundos. No podíamos ejecutar nuestro plan inicial, era imposible sin Hades ahí, lo único que nos quedaba era escapar a salvo.
Escuché el grito de Cailye, seguido de una orden de Andrew, y todo el mundo se movió muy rápido.
Obligué a mis piernas a moverse y a colaborar con la barrera que mis amigos comenzaron a formar para protegernos; me ubiqué entre Andrew y Kirok al tiempo que levantaba mi espada igual que todos sus Armas Divinas, y me concentré en la barrera junto con los demás.
Una luz blanca se extendió de derecha a izquierda entre el rayo y nosotros, y a su paso iluminó nuestras armas, sin embargo, la barrera no llegó a tiempo a la otra esquina, donde se encontraba Cailye con su arco extendido.
Intenté moverme, o al menos gritar una advertencia, pero fue demasiado tarde... El rayo la alcanzó y la travesó como si solo fuera humo, y enseguida cayó al suelo con el arco aun en las manos, produciendo un sonido sordo al llegar al suelo.
La vi caer en cámara lenta, luego vi a Andrew y a Evan correr hacia ella como si fuera tan solo una pantalla, una película. Contuve la respiración hasta que mi mente procesó lo sucedido y entendí que en realidad estaba ocurriendo, que era verdad, que a Cailye le ocurría lo mismo que a Astra.
El alma se me cayó a los pies. No podíamos perderla, no podíamos perder a nadie más.
Sara, Daymon y yo los seguimos, mientras los otros dos observaban en silencio la escena. Cailye, la linda y tierna Cailye, estaba tendida en el piso, con una gran mancha roja y negra a un lado del costado a pesar de su traje protector; tenía los ojos cerrados y su piel pálida, además del sudor en su frente. Como si aquel rayo se hubiera llevado parte de su alma.
No me di cuenta de que el sonido fue bloqueado en mis oídos hasta que me llegó de golpe los gritos de Andrew, junto con la cruda realidad. Mi conciencia regresó a mi cuerpo, perturbada, y mi cuerpo entero comenzó a temblar.
—¿Cailye? ¡Cailye! —No me podía imaginar lo que estaba sintiendo en ese preciso momento, ver a su hermana así... era terrible incluso para mí que solo era su amiga—. Maldición, Cailye, ¡abre los ojos!
—Con eso no conseguirás nada, no le grites —masculló Evan, sin apartar la mirada de Cailye y sosteniendo su herida, con mucha más calma que su amigo.
Si no abría los ojos, si no despertaba, ella...
—Su corazón palpita. —Se apresuró a decir Sara, tocando su muñeca torpemente para verificar el pulso, y miró a Evan a los ojos—. Pero debemos sacarla de aquí.
Como si fuera poco, el suelo se estremeció como si de un terremoto se tratara. Las columnas empezaron a agrietarse y el polvo resultante cayó sobre nosotros como preludio a lo que seguía. El lugar colapsaría en cualquier momento, y como estábamos era mejor salir cuanto antes o no sobreviviríamos.
—Debemos salir —anunció Daymon, observando el techo del lugar—. Ahora.
Andrew se inclinó sobre su hermana y la cargó en brazos con cuidado, mientras una mueca se extendía por los tiernos labios de la rubia. Se enderezó y corrió hacia el pasillo, ignorando los escombros que caían a nuestra espalda; los demás corrimos tras él, evitando los obstáculos, mientras Evan y Sara le abrían espacio por delante para que cruzara sin inconvenientes.
A nuestra espalda podía notar las paredes derrumbarse, como si de dominó se tratara, y el polvo resultante de dicha estructura al desmoronarse. Poco a poco el lugar se estaba volviendo ruinas, un palacio lleno de reliquias, de tesoros, de historia... Se estaba perdiendo en un abrir y cerrar de ojos.
Apresuramos el paso, y conseguimos salir justo cuando la entrada también se venía abajo. Una nube de polvo cubrió mi vista, mezclándose con la poca niebla del ambiente, y en ese momento sentí las patas de ave de At sobre mi hombro.
Miró a Cailye en los brazos de su hermano, a Sara y a Evan a su lado tratando de detener el avance del veneno mientras acordaban lo que debían hacer, a Daymon ayudando a levantar del suelo a Logan, quien había caído a consecuencia de la fuerza del derrumbe, y por último a Kirok parado más allá de nosotros con expresión neutra y una nueva marca en su muñeca que indicaba nuestro lazo. Paseó la mirada por nosotros de nuevo, y luego preguntó con desconcierto:
«—¿Qué ocurrió ahí adentro?»
Observé lo demacrados, sucios y golpeados que lucíamos, y solo pude suspirar mientras cubría mi rostro con las manos en signo de desesperación. Las cosas no podían estar peor.
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