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34. Miedo a olvidarte

Armor - Landon Austin

—Ailyn. —Escuché que una voz familiar me llamaba—. Ailyn, por todos los cielos, despierta ya.

Abrí los ojos de golpe, de repente asustada, y tardé un momento en reconocer el lugar donde me encontraba: era la cafetería de la preparatoria. Solté un gran suspiro, aliviada, y me fijé el techo por un momento. Había algo raro, me sentía desconcertada, como si hubiera estado perdida en un laberinto por mucho tiempo.

Dos pares de ojos me observaban con un deje de preocupación, expectantes a mis reacciones y mis movimientos. Mis dos amigas no se alejaban de mí.

Me sentía mareada, aturdida, confundida, como si hubiera vivido toda una vida en esos segundos. No tenía noción del tiempo y sinceramente tampoco mucha del espacio. Quizá era por el dolor que devoraba mi cabeza o por el cansancio en mis músculos.

—Creímos que habías muerto —comentó Melanie Morgan, ocultando una pequeña risa juguetona.

—Eso no es cierto —replicó Sara Morgan, mirado de reojo a su prima mientras le daba un pequeño empujón, luego volvió su atención a mí—. Pero ya enserio, nos preocupaste.

—¿Qué pasó? —quise saber.

Intenté levantarme del suelo por mi propia cuenta, pero Mel tuvo que ayudarme a ponerme de pie debido a mi constante mareo. Todo me daba vueltas y era apenas consiente de que hasta hacía algunos segundos me encontraba en el piso.

Ya de pie me dediqué a observar a mis dos amigas, a la espera de una explicación, porque yo no recordaba nada de lo que hice momentos antes de despertar en el suelo de la cafetería.

—¿No lo recuerdas? —inquirió Melanie—. Vaya golpe te diste, amiga. Te resbalaste con el refresco que algún idiota dejó caer y te golpeaste la cabeza. Fue toda una conmoción en cuanto notamos que habías caído; por suerte no llevabas nada en las manos.

Melanie empezó a reír al recordar mi momento vergonzoso a plena vista de todos los estudiantes a mitad de la hora del almuerzo.

—Por suerte no fue nada grave —corrigió Sara, con una sonrisa en su rostro al ver a Mel burlarse de mí.

—Y por supuesto no íbamos a dejar que cualquier mocoso te llevara a la enfermería, Ian se podría poner celoso. —Mel me guiñó un ojo con complicidad—. Aunque el muy despistado no ha aparecido desde que lo mandamos a llamar.

Se puso en jarra con indignación, como si aquello fuera un insulto de los peores.

—¿Ian? —pregunté, con la mente borrosa—. ¿Quién es él?

Me llevé las manos a la nuca inconscientemente, como si buscara algo que debería estar ahí, como una cicatriz, pero ¿qué? ¿Qué buscaba? ¿Qué se suponía que estaba ahí? No tenía claridad en mi cabeza, era obvio, estaba demasiado desconcertada para hacer algo coherente. Sin duda aquel golpe tuvo que haber sido muy duro, mis recuerdos estaban difusos.

Mis amigas intercambiaron una mirada de confusión y me volvieron a mirar como si de un bicho raro se tratara.

—Por lo visto el golpe te afectó más de lo que pensábamos —puntualizó Sara.

—¿Qué? ¿Por qué? —Pasé mi mirada de una a la otra, en busca de algo que me brindara más sentido y comprensión, después me detuve en Sara en cuanto algo en ella captó mi completa atención—. ¿Siempre has tenido el cabello así?

Se sorprendió aún más.

—Claro que sí, desde el último año de secundaria, ¿recuerdas? —respondió ella—. Deberías ir a la enfermería a que te revisen, creo que te golpeaste muy fuerte.

La detallé por un momento de pies a cabeza, analizando su aspecto. ¿Qué me estaba pasando? Sara había decidido teñirse el cabello de rojo brillante como acto de rebeldía contra sus padres desde hacía un buen tiempo; y el año pasado, tras la ruptura con uno de sus novios, decidió cortarlo hasta el cuello en señal de independencia femenina o algo así. Era normal, como siempre.

—Sí, lo recuerdo. Es solo que estoy un poco aturdida, es todo.

—Bien, pues démonos prisa en llegar a la fila, me muero de hambre y con todo el alboroto que causaste se está acabando lo bueno —apuró Mel.

Sara y yo asentimos y nos apresuramos a llegar a la fila, junto a nuestra amiga. La gente nos observaba con fijeza, algo de todos los días, tanto que podría hacer una lista de las razones por las cuales lo hacían. Mi mente seguía bizarra y poco clara, pero recordaba de soslayo la cantidad de cosas que le hicimos a los directivos de la preparatoria, eso sin contar nuestra fama social que nos precedía. Algo cotidiano, normal, pero que antes no había notado.

Caminaba tras Mel y Sara, quienes avanzaban por la cafetería sin descuidar su animada conversación sobre algo que parecía gracioso debido a sus risas. En cambio, yo me sentía diferente, lejana al presente, fuera de lugar y casi perdida.

Había cosas que no las tenía claras, eventos y personas que seguía sin recordar, pero lo más inquietante era ese vacío en mi corazón, uno que dolía y me provocaba tristeza. Una punzada, tan concisa que era imposible no notarla, crecía dentro de mí, como una aguja queriendo perforar mi cuerpo.

Ya en la mesa, y con nuestros respectivos almuerzos, las chicas empezaron a hablar sobre temas irrelevantes hasta que un chico de melena rubia se acercó a nosotras. Además del cabello, el chico poseía unos hermosos ojos grises que no se apartaron de mí en ningún momento mientras tomaba asiento a mi lado.

Sonrió, una linda y radiante sonrisa que desbordaba ternura y enmarcaba su fino rostro. Sabía que lo conocía de alguna parte, pero no estaba segura de dónde.

—Ian —saludó Mel con exasperación—. ¿Dónde demonios te habías metido? ¡Tu novia se desmayó en plena cafetería y tú ni te enteras!

Mel dio un golpe a la mesa con indignación, enfatizando su acusación.

¿Novia? Ahí lo recordé. Llevaba casi seis meses con él, era Ian, la persona que me había acompañado cuando estaba sola, que me daba ánimo cuando creía que todo iba a terminar, y que siempre se preocupaba por mí... Pero ¿hablaba de él? Una pequeña parte de mí por un momento creyó que me refería a otra persona, a alguien de mirada más severa y un brillo peligroso en sus ojos, pero la imagen no era clara.

Ian me miró con culpa reflejada en sus ojos y frunció levemente el ceño.

—Lo siento, Ailyn, estaba ocupado con el equipo. Para cuando escuché lo que te había pasado supuse que ya estabas mejor.

—No... No te preocupes —balbuceé—. Estoy bien. Además, sé que tienes un gran compromiso con el equipo porque pronto elegirán al nuevo capitán.

Forcé una sonrisa. Recordaba algunas fracciones de conversaciones previas con él, pero el conocimiento seguía siendo escaso, al igual que mis sentimientos hacia él. Lo amaba, creía recordarme admitiéndolo, pero no estaba segura si lo sentía así en ese momento.

—Te lo compensaré, pídeme lo que quieras —ofreció, acercándose más a mí.

—Estaré bien, no necesito nada. —Me alejé un par de centímetros de él, muy pocos para que lo notara—. Mejor cuéntame cómo te ha ido en los entrenamientos.

—Lo normal, supongo. El entrenador se volvió más exigente, y hay un par de chicos que tienen tantas posibilidades como yo de obtener el puesto. Va a ser difícil conseguirlo. —Se encogió de hombros, restándole importancia—. Por eso me han hecho falta animadoras.

Miró a las chicas de reojo y volvió su atención a mí.

—No me mires a mí —puntualizó Sara—. En el equipo está Toby y no quiero volver a verlo. Les recuerdo que por él tengo el cabello así.

Tanto Ian como Melanie rodaron los ojos al tiempo que el pecho de Sara se inflaba de dignidad. Yo me limité a observarla con cierta confusión; no me imaginaba a Sara saliendo con alguien por alguna razón.

Una extraña imagen se dibujó en mi mente, pero era demasiado borrosa y pasó tan rápido que apenas pude distinguir que se trataba de un par de personas; una de largo cabello negro, y la otra, a su lado, era un pelirrojo que tenía una radiante sonrisa. Sin embargo, me resultó tan incoherente que no la comprendí.

Sentí una punzada en mi pecho, como un latido fuerte y claro, que traté de ignorar moviendo mi cabeza de lado a lado.

—Lo sabemos. Pero yo no tengo nada que ver con sus acciones —se quejó Ian.

Sara bufó y Melanie soltó una risita burlona.

—Iremos para el próximo partido —prometí en un intento de terminar la conversación.

—Cambiando de tema —intervino Mel con alegría de diva—. ¿Vamos esta tarde al centro comercial? Necesito un suéter nuevo para la Feria Estatal.

Al mencionar la Feria Estatal un extraño sentimiento de melancolía me atacó. Me sentí triste, nostálgica, como si extrañara a alguien. Sin embargo, la sensación desapareció tan rápido como había llegado.

—Por mí está bien —aceptó Sara—, no tengo planes para hoy.

Asentí en el momento en que me observaron, pero no estaba segura si eso era lo que quería hacer esa tarde.

—Ian, ¿vendrás con nosotras?

—No, tengo entrenamiento. Pero espero que se diviertan.

Se levantó de la mesa, mientras miraba más allá de la cafetería donde se encontraba el resto de su equipo. Él les hizo una seña y ellos la correspondieron entre risas; después se inclinó para despedirse con un beso, algo típico supuse.

No obstante, de inmediato moví mi cabeza hacia la derecha, logrando que solo me diera un tierno beso en la mejilla.

Algo dentro de mí, un sentimiento de culpa, como si estuviera traicionando a una persona muy importante para mí si correspondía su gesto, me hizo evitar contacto visual con él mientras se enderezaba para alejarse de la mesa. Solté un suspiro, pues había contenido la respiración sin notarlo, y relajé mis hombros.

—¿Todo bien con Ian? —inquirió mi amiga—. Parecías algo fría, como si no quisieras estar cerca de él.

—No ocurre nada, solo estoy distraída. No sé en dónde está mi cabeza.

Suspiré, cansada.

Mis amigas intercambiaron una mirada de confusión y luego Mel, preocupada, añadió algo más.

—Deberías irte a casa ya, nos veremos en la tarde, ¿te parece? Luces cansada y... desconectada.

Sara asistió, de acuerdo.

—No te preocupes por los profesores, no lo notarán, nos encargaremos de eso —aseguró.

—Si... Creo que es lo mejor. Nos vemos después.

Me levanté y me despedí rápidamente de ellas, evitando sentirme incomoda por su mirada de rareza sobre mí, como si fuera otra persona, una que desconocieran por completo.

Salí de la cafetería rumbo al estacionamiento, por suerte no había ningún maestro cerca, de lo contrario me metería en más problemas. Sin un permiso firmado por algún maestro o la enfermera no me estaba permitido salir. Pero en realidad, no tenia deseos de ir a perder mi tiempo en una enfermería pudiendo salir por mi propia cuenta sin que nadie lo notara.

Al llegar busqué mi Suzuki, mi preciosa y perfecta moto. Encendí el motor y salí de la preparatoria lo más rápido que pude, queriéndome alejar de mi confusión.

—¿Qué haces aquí, jovencita? —regañó mamá al verme entrar por la puerta del departamento.

Llevaba un delantal de cocina y estaba arreglado los muebles de la sala. Sus ojeras llegaban casi al piso, que junto a su mirada cansada delataban sus deseos de irse de vacaciones y no volver.

—Me sentí mal y decidí volver a casa —le contesté sin más para luego pasar por su lado.

—Tú siempre buscas excusas para no estudiar —reprochó, poniendo los brazos en jarra con el ceño fruncido.

—Mamá, en serio me siento mal. Regáñame todo lo que quieras cuando esté bien.

Ella suspiró, con resignación, como si ya no tuviera fuerzas para discutir más.

—Haz lo que quieras.

Dejó la sala y se dirigió a la cocina; parecía molesta.

La relación con mis padres dejaba mucho que desear, por múltiples factores discutíamos a cada rato, y por lo general terminábamos metiendo a mi hermano menor en las peleas, quien solo observaba en silencio. Con él las cosas no eran muy diferentes, casi nunca hablábamos y cuando lo hacíamos era para decirle algo ofensivo al otro.

Tal vez ahí empezaron nuestros problemas: cuando Cody nació. Jamás nos llevamos bien, por el contrario, había una rivalidad muy arraigada que estresaba a nuestros padres. Mamá dejó su trabajo hacía varios años, cuando mis problemas escolares comenzaron, y papá pocas veces estaba con nosotros, mantenía más en su empleo que con su familia.

No recordaba exactamente en qué momento empezamos a llevarnos tan mal, solo veía fracciones de mi pasado cuando tuve a Cody en brazos. Él me odiaba, pero todavía no tenía claro por qué.

Académicamente iba bastante mal, mis calificaciones nunca mejoraban y los profesores se habían rendido conmigo. Siempre andaba metida en problemas, las tres de hecho, por lo que era común que llamaran a mis padres a la preparatoria. Eso le había roto el corazón a papá, que poco me hablaba. Él era profesor en la universidad, se sentía avergonzado de tener dos hijos que no sobresalían en nada. Cody era un estudiante regular, no iba tan mal como yo, pero no era un genio como papá. Eso también destruía la relación entre mis padres, mamá sentía que él no se preocupaba por nosotros lo suficiente.

A veces sentía que nadie tenía fe en mí, que nadie se preocupaba por mí lo suficiente. Pero eso era algo que ya había aceptado en mi vida.

Suspiré mientras tomaba la perilla de la puerta de mi habitación, dispuesta a entrar.

A decir verdad, estaba mejor en la preparatoria.

Entré a mi habitación y cerré la puerta con seguro. Estando dentro me quedé mirando el viejo árbol que daba a mi ventada, lo cual era siempre lo primero que veía. Era realmente alto y si alguien se subiera ahí quizá se caería; pero no existía alguien tan tonto como para intentarlo.

Me acosté en mi cama, con mi mente aun confundida, hasta que me quedé dormida y la alarma de mi celular me despertó para reunirme con las chicas en el centro comercial.

Caminé con mis amigas por la plaza central del Chic Center. Mientras ellas hablaban de los zapatos de temporada, yo caminaba unos pasos atrás, mirando ocasionalmente los aparadores de las tiendas sin deseos de entrar a gastarme el poco dinero que mis padres me daban.

El clima era demasiado cálido para tratarse de otoño, pero aun así era agradable. Las personas pasaban por mi lado totalmente inmersas en sus propias vidas, absortas en sus problemas... Todo aquello me parecía demasiado normal. Era raro; era como si todo a mi alrededor me resultara ajeno y lejano, como si no encajara, como si yo no debería estar ahí.

Me había estado sintiendo extraña desde que desperté en la cafetería, y desde ese momento todo era borroso, todo pasaba en cámara lenta: las risas de mis amigas, las voces de las personas que pasaban por ahí, el sonido de los anuncios publicitarios, las diversas tiendas... todo. Todo me resultaba muy superficial.

¿Siempre fue así? ¿Mi vida siempre fue así de conflictiva y aburrida? Me era difícil recordar fragmentos de mi pasado, solo algunos datos sueltos que llegaban conforme la situación. Era como si no tuviera pasado, como si no tuviera recuerdos, y era muy frustrante no poder recordar.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos que no me di cuenta de que me separé de las chicas; ahora estaba sola en uno de los pasillos del centro comercial, en medio de una multitud de personas cuyos rostros no conocía.

Saqué mi celular para llamar a Sara, puesto que no me pensaba quedar ahí parada; pero en ese momento sentí el impacto de un cuerpo sobre el mío, tan rápido y abrupto que apenas lo procesé. No alcancé a pensar, solo sentí el golpe contra el suelo y el cuerpo de una persona pequeña cayendo encima de mí.

El desconcierto predominó en mi interior por un momento, hasta que sacudí la cabeza y entorné los ojos para ver a la persona que me había derribado: era una chica, más joven que yo...

Fue ahí cuando sentí una punzada de dolor, como la vez anterior con esa imagen borrosa de las dos personas, pero con más fuerza; junto con unos inmensos deseos de llorar, tan grandes que apenas pude contenerme. Era una sensación asfixiante e impotente.

La chica frente a mis ojos tenía el cabello rubio cayéndole en ondas tras la espalda, y unos castaños ojos que me observaron con vergüenza, mientras se apartaba de mí para disponerse a tomar varias bolsas del suelo de su pertenencia. Era delgada y pequeña, parecía una muñeca.

—Lo siento —se disculpó, luego se puso de pie con casi veinte bolsas en las manos. Me extendió la mano con gentileza para que me levantara, a pesar de lo ocupados que se encontraban sus brazos. Su tacto era cálido y agradable, incluso familiar—. No veía por donde iba.

Sonrió de forma dulce, creando en mí una nueva punzada en el corazón. Me dolía el pecho, mi garganta me ardía.

—¿Nos conocemos? —inquirí, estando ya de pie frente a ella.

Escaneó mi rostro, con cierta duda en sus ojos, pero aun así su respuesta fue negativa.

—No lo creo, no vivo aquí. Soy de Ohio —explicó con una sonrisa.

—Entiendo. Debí haberte confundido con otra persona. —Desvié mi mirada a la exagerada cantidad de paquetes que tenía encima, demasiado para un cuerpo tan pequeño—. ¿Quieres que te ayude con esas cosas? No tengo nada que hacer y además pareces algo desorientada.

Ella rio con diversión, correspondiendo a mi comentario que de chistoso no tenía nada.

—¿Sabes? No sé por qué, pero me pareces muy simpática y confiable. —Sus ojos castaños brillaron—. Está bien, gracias por ofrecerte a ayudarme, en serio me hace falta algo de sentido de orientación. No sé en dónde está el estacionamiento.

Tomé de sus brazos la mitad de sus paquetes, para alivianar en parte su carga, y ambas empezamos a caminar por uno de los pasillos del centro comercial con rumbo a la salida.

No tenía idea de a dónde se habían ido mis amigas, pero justo en ese momento no me importó no saber lo que hacían. Por primera vez en ese extraño día me sentía a gusto y tranquila. Fue como si por un momento pudiera respirar mejor, como si un peso se hubiera ido de mi interior.

—Por cierto —Captó mi atención, mirándome de reojo—, soy Cailye. ¿Cuál es tu nombre?

—Ailyn, gusto en conocerte. —Sonreí con amabilidad.

Ella me devolvió la sonrisa.

—¿Por qué viniste a Michigan, Cailye? —pregunté por curiosidad, en parte para matar tiempo mientras llegábamos al estacionamiento, y en parte porque la rubia me despertaba un extraño interés.

—Por la Feria Estatal. Mi familia quiso pasar estas ferias en un lugar que no fuera Ohio, así que decidimos que Michigan sería el mejor destino. Fue mi hermano quien eligió la ciudad.

—Así que vienes con tu familia.

—Sí, mis padres y mi hermano mayor. Aunque hubiera querido que mi novio también estuviera aquí —balbuceó lo último.

—¿Novio? Disculpa que pregunte, pero ¿qué edad tienes?

Ella me miró, y en lugar de enfadarse, como lo habría hecho una persona normal, se echó a reír. Seguramente se lo preguntaban muy a menudo.

—Quince. ¿Cuántos creías que tenía?, ¿doce?

«Sí»

—No. Es solo que pareces un poco...

—Pequeña —me cortó—. Lo sé. Ya me acostumbré a escucharlo.

Se encogió de hombros, restándole importancia a su apariencia.

Caminamos otro rato, en silencio, hasta que nuestros pies nos vencieron y decidimos descansar en una de las bancas del centro comercial. El lugar era grande y justo estábamos al otro lado del estacionamiento.

—Toma. —Me ofreció su celular para que observara la pantalla—. Él es Evan.

Miré la pantalla y al hacerlo sentí un inexplicable nudo en la garganta, el preludio que anunciaba lágrimas. Me obligué a tragarlo, y a fijarme en la fotografía de un chico de cabello oscuro y hermosos ojos azules, con una delicada sonrisa. Parecía todo un ángel.

¿Qué me ocurría? ¿Por qué sentía esas cosas con tan solo ver un par de rostros desconocidos? El golpe en la cabeza debió mover algo en mi cerebro y ahora todo me generaba melancolía.

—E-Es muy atractivo —comenté una vez ella retiró su celular.

—Lo sé. —Sonrió con orgullo—. Pero gracias al viaje con sus padres no pudo venir. Lo extraño demasiado, es difícil tener a una persona que quieres mucho lejos.

—Te entiendo.

Me miró de reojo, curiosa.

—¿Tienes novio? —preguntó. Asentí despacio, insegura de mi silenciosa respuesta—. Debes extrañarlo cuando no está contigo, ¿no es así?

—Yo... —Mi cabeza me empezó a doler de solo pensarlo—. Deberíamos darnos prisa a llegar al estacionamiento. Muy pronto caerá la noche y no conoces la ciudad. Será mejor que te vayas a casa.

Cailye parecía confundida ante mi repentina insistencia de terminar nuestra charla. Me levanté de la banca y tomé parte de sus bolsas.

—Sí, creo que ya debieron llegar mis padres y no quiero hacerlos esperar.

Asentí y empecé a caminar de nuevo.

Sonrió a forma de coincidir y se levantó para seguirme el ritmo, en completo silencio. Al llegar a la puerta principal ella corrió hasta el estacionamiento; pareció distinguir el auto de sus padres entre tantos.

—Gracias por ayudarme con las bolsas, Ailyn, fue un gusto conocerte, espero que nos volvamos a encontrar. —Se despidió al tiempo que la bocina de un auto se hacía presente; eran sus padres que la llamaban.

—Lo mismo digo. —Le pasé las bolsas que tenía en las manos.

Ella sonrió a forma de despedida y agradecimiento, luego se acercó a un vehículo negro donde guardó las bolsas para más tarde abordarlo.

Me tomó un momento salir de mi estupor cuando la vi partir, después de todo tenía que decidir hacia dónde ir. No sabía si ir a buscar a mis amigas o simplemente irme a casa. Aunque en realidad, no tenia deseos de hacer ninguna de las dos.

Los días pasaron con gran rapidez. Entre la preparatoria y mi casa fueron pasando las horas. Siempre lo mismo, reproches en casa por mi actitud despreocupada y las peleas con Cody que ni siquiera recordaba, y en la preparatoria mis amigas hablaban de cosas que en algún momento me parecieron importantes, pero que ahora me eran irrelevantes. Era como si no encajara en ningún lugar, algo insoportable.

Desde aquel día en la cafetería algo dentro de mí había cambiado. Me sentía vacía, sola, incomprendida; como si algo de mí estuviera muerto. Mi mente no era más clara, al contrario: con el paso del tiempo mis recuerdos eran más y más borrosos. Tanto mi familia como amigos me hablaban de cosas que yo no recordaba haber vivido y no me agradaba sentirme tan impropia a mi propio mundo, como si mi vida hasta ahora la hubiera vivido otra persona.

—Ailyn —repitió Mel mi nombre por quinta vez—. Ailyn, te estamos hablando.

Sacudí mi cabeza para espabilarme, necesitaba seguir en la realidad. Miré a mis amigas, a mi lado, que me observaban con preocupación.

—Lo siento, estaba pensando en el examen de Geografía —mentí.

—¿Desde cuándo te preocupa la escuela? Aún estás rara. ¿Te duele algo? ¿Quieres que te llevemos al hospital? —ofreció Sara, con los ojos abiertos de par en par al escuchar mi defensa.

—O a un manicomio —anotó Mel—. Ailyn, si no quieres ir a la Feria Estatal, solo tienes que decirlo; no finjas demencia.

—Quiero —aseguré—. Quiero ir con ustedes, tal vez eso me ayude a concentrarme más.

—Así se habla —Sara sonrió—. ¿Hablaste con Ian? Para acordar la hora.

—Ian no va a ir —expliqué, al tiempo que esquivaba a un estudiante que pasaba por mi lado con mucha prisa—. Tiene fiesta con el equipo para celebrar su último triunfo, me dijo que lo iba a compensar cuando tuviera tiempo.

—¿Y estás bien con eso? —El asombro de Mel era más que obvio.

—Realmente no me importa; si eso quiere hacer no me voy a oponer.

Amabas frenaron de repente y me miraron como si fuera otra persona. Me paré frente a ellas, confundida.

—¿Desde cuándo estás bien sin él? —indagó Sara sin poder creérselo—. Siempre andabas tras él para que te hiciera caso, hablabas de él día y noche, y tu mundo giraba a su alrededor, ¿y ahora dices que no te importa? ¿Qué te está ocurriendo, Ailyn? Estás cambiando, ya no te reconozco.

—No tengo nada, solo me siento algo diferente. Con el tiempo se me que quitará, lo prometo.

—Ya pasó un mes desde el incidente en la cafetería, deberías estar bien ahora —insistió Sara.

—Lo sé. No me presionen, necesito tiempo.

—No entiendo, ¿eso significa que no iremos a la feria? —quiso saber Melanie.

Sonreí sin ganas.

—Por supuesto que iremos, eso me cambiará el aire por un rato.

Ellas me observaron una vez más con duda, pero luego asintieron y seguimos caminando.

Salí rápido de mi casa para evitar sermones por parte de mi madre sobre el porqué salía a esa hora entre semana. Bajé las escaleras y al llegar al estacionamiento subí al auto de Sara en el asiento de atrás ya que el de copiloto estaba ocupado.

Mel y ella me saludaron mientras seguían inmersas en una conversación respecto a los chismes sobre Dacota, y luego salimos del conjunto residencial rumbo a la Feria Estatal. No les presté atención; además de que no conocía bien las circunstancias que mencionaban, no tenía interés en entrometerme en la vida social de los demás.

Sin embargo, sentía que faltaba algo, que algo en la escena estaba incompleto o mal. Algo no encajaba en ese paseo. Era como una especie de déjà-vú, como si estuviera viviendo lo mismo de nuevo pero que esta vez algo estuviera terriblemente mal.

Cuando Sara se estacionó en el estacionamiento público, ambas salieron primero del auto, luego salí yo con una nube negra sobre la cabeza.

Las dos intercambiaron una mirada fugaz antes de volverse hacia mí.

—Ailyn, sigues distraída —notó Mel—. Si quieres irte, solo debes decirlo, está bien si no vamos este año. ¿Te encuentras bien?

—No se preocupen por mí. Estoy bien, algo agotada, de no sé por qué, pero bien.

Forcé una sonrisa esperando que se la tragaran, lo cual hicieron, por lo menos no eran muy analíticas. Cerraron las puertas del Toyota y las tres nos dirigimos a la entrada de la inmensa feria anual.

En el interior había demasiada gente, en especial jóvenes con sus grupos de amigos y sus novios. El ambiente olía a comida chatarra, palomitas de maíz, y a tarta de manzana. Las luces que iluminaban el lugar le daban un toque festivo que resaltaba con la oscuridad de la noche, y la música era una combinación electro-pop muy llamativa. Por un momento me sentí feliz, nostálgica. Pero luego volví a mi inexplicable estado de depresión.

Caminamos y caminamos, entramos a diferentes atracciones, y comimos comida de feria. Y así se fue pasando el tiempo. Sara y Mel ocasionalmente me lanzaban una mirada de preocupación o me preguntaban si me quería ir, pero yo siempre respondía que estaba bien y que no quería que lo volvieran a preguntar.

Subimos a la Rueda de la Fortuna, donde Mel vomitó dentro del cesto; fue vergonzoso. Luego subimos al Arca de Noé, donde desde luego, Mel volvió a vomitar. La tercera vez que mi amiga vomitó acordamos no subirnos a juegos extremos el resto de la noche, por el bien de todas. Así que decidimos caminar y ver los juegos desde lejos mientras comíamos todo lo que veíamos.

Nos encontrábamos pasando delante de la Casa Embrujada cuando paré de repente frente a ella, atraída por recuerdos inexistentes del lugar. Odiaba esa casa, pero una fuerte corazonada me ordenó anclar mis pies al lugar.

—¿Qué sucede? —interrogó Sara mientras las dos se devolvían para luego acercarse a la atracción—. ¿Quieres entrar?

Negué lentamente con la cabeza. No era capaz de hablar, me había quedado helada por completo, con mi cuerpo inmóvil en el lugar. Mi corazón empezó a acelerarse y todo a mi alrededor pareció ir más lento, mi respiración era pesada y ansiosa, producto de la repentina adrenalina en mis venas. Me sentía como si me hubiera comido todo un carrito de algodón de azúcar.

—Chicas, es mejor que nos vayamos. —Por el tono de Mel supe que le tenía miedo a la casa—. Este juego no me agrada.

—No me digas que tienes miedo —se burló Sara al tiempo que le sonreía con malicia.

Mel frunció el ceño y levantó el mentón.

—No lo tengo, pero hay cosas mejores que este espantoso lugar.

Se frotó los antebrazos como si sintiera mucho frio, a lo que Sara se partió de risa.

Las dos continuaron hablando de la casa y del miedo de Mel. Estaban tan distraídas que no se percataron de que me encontraba subiendo los escalones del castillo rumbo a su entrada.

El juego era horrible, más que eso era tenebroso y siniestro. Nunca entraría a una cosa de esas mientras tuviera voluntad. Pero en ese momento, por unos segundos, deseaba hacerlo. Pero no por el juego, era por lo que había dentro. Era la necesidad de buscar algo en aquella espantosa casa la que me llevó hasta el gran umbral del castillo. Como si hubiera perdido algo sumamente importante y estuviera por completo segura de que estaba adentro.

Pero justo cuando estaba a punto de entrar, apareció frente a mis ojos el rostro aterrado de una chica de cabello rubio que corría desesperadamente hacia la salida.

Cailye.

La alcancé a identificar antes de que chocara conmigo, de nuevo. Las dos caímos al suelo, ella sobre mí con los brazos al frente, usándome como amortiguador. Cerré los ojos ante el impacto, y después de un par de segundos sentí cómo la chica rubia me tomaba del brazo para levantarme.

—Lo siento —musitó ella cuando ya estaba de pie. Tenía la piel tan pálida que parecía una chica albina. Si no hubiera sido por su cabello, la habría confundido con otra persona. Entornó los ojos, pues parecía que el pánico le impidió procesar la información completa, y me reconoció en ese instante—. No puedo creer que nos encontremos de esta forma otra vez.

Sonrió de forma dulce y simpática, aunque a juzgar por su respiración estaba segura de que se había llevado el susto de su vida.

—Sí, es un poco incómodo que nos encontremos así, de nuevo.

—Ailyn, ¿estás bien? —Escuché la voz de Sara a pasos de mí.

Mi amiga miró a Cailye un momento, escaneándola, y luego a mí. No sabía por qué, pero creí por un segundo que le diría algo ofensivo o la miraría mal.

Asentí, aturdida.

—Lo estoy, no fue nada del otro mundo. Por cierto, ella es Cailye —la presenté—. Está de vacaciones con su familia. Apropósito, ¿dónde están?

Cailye, que había permanecido con la vista fija en Sara, como si tratara de recordarla de alguna parte, se volvió hacia mí y sonrió de nuevo.

—No tardan en salir. Me adelanté porque no soporté los horrores de esa casa, pero ellos siguieron adelante.

Al terminar de hablar salieron de la casa dos personas. Una mujer adulta rubia y ojos oscuros, alta y con una expresión muy tranquila para haber estado donde estaban; y un hombre, tal vez de la misma edad de la mujer, de cabello castaño y ojos oscuros, más alto que la mencionada y con la mirada más seria. Se tomaban de las manos, lo que dio a entender su relación marital. Los dos sonreían con alegría, conversando entre ellos, mientras se acercaban a su hija.

Desprendían un aire familiar y armonioso, como si una esfera perfecta los cubriera. Le sonrieron a Cailye, y ella les devolvió la sonrisa mientras sus ojos le brillaban de alegría. Podía ver y sentir el amor que compartían.

—Te extrañamos en lo que quedó del recorrido —comentó su madre en cuanto nos alcanzaron. Después posó su mirada en nosotras—. ¿Quiénes son ellas?

—Ella es Ailyn —indicó Cailye, ignorando que la pregunta era en plural—. La que me ayudó con los paquetes el otro día, ¿recuerdas?

—Ah, sí. —Me miró con atención, cosa que acompañó con una cálida sonrisa—. Gracias por ayudar a mi hija, suele ser algo distraída, nos preocupaba que se perdiera.

Su sonrisa era contagiosa, tanto que me obligó a sonreír igual que ella.

—No hay problema. A decir verdad creo que fue ella quien me ayudó a mí. Ya que un par de personas que conozco me dejaron olvidada en pleno centro comercial.

Lo dije con la intención de que mis amigas se enteraran, lo que funcionó ya que ambas desviaron la mirada, avergonzadas.

—¿Por qué saliste corriendo, Cailye? —interrogó el hombre, cambiando el tema por completo.

—Porque cierta persona me asustó —respondió. Pero su respuesta parecía ir dirigida a alguien en concreto más allá de nosotros. Se puso en jarra, molesta, e infló sus mejillas—. Por si no lo has notado, querido hermano, te estoy hablando a ti. Sal de una vez de entre las sobras, pareces un fantasma, sé que estás ahí.

Ella frunció el ceño, levemente enojada. Y una hermosa risa se escuchó dentro el castillo. Los padres de Cailye sonrieron con complicidad, mientras el hermano de Cailye salía de entre las sombras de la puerta principal...

Mi corazón se encogió, luego se expandió, y de nuevo se volvió a encoger, de forma tan dolorosa que casi me lanzó al suelo. Mi respiración se detuvo por completo en cuanto un chico mucho más alto que yo se mostró frente a nosotros. Su cabello era de un hermoso color miel, como su madre, y sus ojos eran tan oscuros que en la noche no se le distinguía el iris. Era atractivo, pero eso no fue lo que más captó mi atención.

Sonreía con diversión, lo cual, por alguna razón, me hizo sentir una punzada en el corazón mucho más fuerte que las anteriores. Se estaba burlando de su hermana, obviamente, pero lo hacía con tanta libertad que me sorprendió. Nunca lo había visto en mi vida y aun así sentí que lo conocía desde hacía demasiado tiempo.

Algo dentro de mí se desgarró en cuanto sus ojos se encontraron con los míos, en un segundo tan duradero que parecieron años. En ese momento dejó de sonreír.

Movió los labios para hablar, pero no escuché lo que dijo. Fui consciente de la mirada de los demás presentes sobre mí, pero yo seguía inmóvil y sin aliento, como si estuviera viendo un fantasma. No. Como si estuviera viendo el fantasma de alguien que yo misma maté y enterré.

—Ailyn —llamó Cailye con la voz lo suficientemente alta para traerme devuelta. Moví mi cabeza hacia ella y me miró con desconcierto—. ¿Te encuentras bien? Estás...

Me di cuenta antes de que terminara de hablar a lo que se refería. Estaba llorando. No sabía por qué, pero lo hacía. Sentía tanto dolor, tanto pesar, que era como si alguien cercano a mí hubiera fallecido y lo hubieran comunicado sin tacto alguno. Era horrible y tan pesado que opacaba mi respiración. Me aplastaba, la sensación era asfixiante.

—Oye, ¿te ocurre algo? —La voz del hermano de Cailye me atravesó como una cuchilla. Sentía que si no me alejaba de ahí en ese momento terminaría rota en mil pedazos o ahogada en llanto.

Sus oscuros ojos me miraban con extrañeza; tal vez se debía a que yo lo estaba observando como si fuera el espíritu de mi némesis. Pero entonces, mi boca se abrió y no lo pude evitar.

—Andrew... —mascullé, tan bajo que creí que nadie más me había escuchado. Y eso parecía. Pero él lo hizo y sus ojos se abrieron de par en par al hacerlo.

—¿Cómo sabes...? —empezó, pero no lo dejé terminar.

—Debo irme —anuncié, sin darle tiempo a alguien más para que hablara, y salí corriendo a toda la velocidad que pude.

No me volví para observar su rostro, o el de Cailye, o el de sus padres, o el de mis amigas. Solo seguí corriendo como si me persiguiera un asesino.

¿Cómo sabía su nombre? No entendía nada. Desde el incidente en la cafetería había estado sintiendo muchas cosas, como si algo me faltara, como si estuviera incompleta. Algo estaba terriblemente mal, algo no iba nada bien, pero no sabía lo que era.

Me estaba derrumbando sin saber por qué, solo sentía que en cualquier momento mis piernas cederían y la tierra me tragaría sin más, y nadie se daría cuenta.

Era un sentimiento vacío, un dolor punzante y culpable cuya razón o procedencia desconocía.

Avancé por los senderos del parque hasta que llegué a una gran fuente con una mujer esbelta escupiendo agua por la boca. Me acerqué con extraña curiosidad, queriéndome alejar de mis pensamientos encajonados, y luego vi mi reflejo en el agua, con las ondas y el brillo de la luna a mi espalda justo cuando un par de lágrimas cayeron al agua...

En ese momento todo fue tan claro como el agua que observaba, tan nítido y obvio que me resultó tan doloroso como un golpe contra la pared.

«Atenea. Dioses Guardianes. Misión. No te metas en mi vida. Eres mi mejor amiga. Haz lo que puedas. No te sobre esfuerces. ¿Quién eres? Puedes mejorar. Tocar fondo. Te protegeré. Como mi hermano. Corre. Tengo miedo. Hazme caso. Me gustas. Te amo. No puedo, lo siento. Quiero ser tu amiga. Los salvaré. Lo prometo. Es mi deber. Ya lo sé. Nunca me rendiré, lucharé por ellos...

Pase lo que pase, todo estará bien.»

Caí al césped, tosiendo, con las manos frente a mí para establecer espacio entre el suelo y mi cuerpo. Había visto pasar toda una vida frente a mis ojos en el momento en que observé mi reflejo en el agua, cuando lo vi tan borroso por una onda que no lo reconocí. Millones de escenas, de cosas que estaba segura haber vivido, habían pasado por mis ojos en cuestión de segundos.

Terminé de toser, luego de sentir que me ahogaba, y me llevé la mano a la nuca, ansiosa y aterrada. Nada. No sentía ni había nada en ese lugar.

Gateé hasta la orilla de la fuente y me recosté sin levantarme en ese lugar. Cubrí mi rostro con las manos, en señal de desesperación, mientras cada uno de mis recuerdos regresaba a mí como el impacto de una bala. El viento acarició mi piel, a forma de consuelo, pero ya era demasiado tarde para eso.

Era la idiota más grande le universo. ¿Qué fue lo que hice? El hechizo de Krono, las advertencias de At... Mi estúpida debilidad, mis deseos de huir, el miedo, me habían llevado a perder todo lo que me importaba.

Pero estaba bien, si mis amigos eran felices valió la pena. O al menos Cailye y Andrew lo eran, no sabía lo que había ocurrido con los demás. Aunque mi vida ahora era completamente diferente a como era antes, estaba feliz por ellos. Solo por ellos.

¿Cómo había sobrevivido todos esos días? Claro, no lo recordaba. Toda la verdad la había olvidado y con ella a mis amigos. ¿Por qué lo recordé? No se suponía que debía hacerlo.

Hubiera sido mejor si permanecía con los ojos vendados, al menos así no sería la única que lo recordara. Los demás no lo hacían y eran felices, no me conocían ni yo a ellos, hasta ahora. No podía volverlos a olvidar y no sabía qué era peor, si vivir sin ellos sabiendo que era una total desconocida para ellos, o tener la desdicha de recordar lo que sucedió pero se la única que podía.

—¿Ailyn? —Se trataba de una voz familiar, tanto que me sobresaltó—. Oh, vaya, estás aquí. No sabíamos dónde te habías metido, estábamos muy preocupadas.

Levanté la cabeza para observar a una Sara ahora de cabello rojo y corto. Ella había cambiado demasiado. Su vida tomó un giro que nunca me imaginé y a consecuencia mi familia también cambió. Ella y su rectitud e influencia afectaban a mi familia más que cualquier otra cosa. Sin ella como mi referente mi vida era un desastre.

Claro. Su sobreprotectora y educada forma de ser se debía a su rol como la reencarnación de una diosa. Veía al mundo de forma totalmente diferente. Y Cody... Astra lo había mencionado antes, la razón por la que era vidente era porque yo era Atenea. Sin ser la reencarnación de la diosa entonces él no heredó ningún poder de clarividencia. Por eso era un niño normal, no un genio. Y por eso discutíamos tanto.

Mi vida y la de mi familia eran un asco. Pero la vida de los hermanos era perfecta.

Apreté mis antebrazos, insegura de preguntar lo que haría.

—¿Te gusta tu vida? —solté.

Sabía que no debía darle vueltas al asunto, que era mejor dejarlo así por el bien de todos, pero tenía que preguntarlo, saber si realmente era lo correcto.

La pregunta obviamente le sorprendió, pero igual respondió.

—Claro que sí, ¿por qué no lo haría? —Me examinó, en busca de alguna anomalía.

—No lo sé. ¿No crees que esta no eres tú? ¿No te ves a ti misma diferente? ¿No crees que puedes ser una persona con más metas en su vida?

—Oye, cálmate, Ailyn. ¿A qué viene todo eso? —Adiviné, por el tono de su voz, que creía que me estaba volviendo loca.

—Solo quiero saber si eres feliz —insistí.

Hubo un par de segundos de silencio.

—Por supuesto, ¿tú no?

Suspiré, sin ganas. Ya no estaba segura si verla así, si tenerla así fuera lo correcto. Era cierto que quería que viviera por ella, pero no de esa forma; nunca pensé que cambiarían tantas cosas. Y, respecto a su pregunta, no lo era, pero eso ya no importaba.

—¿Qué dirías si te digo que somos las reencarnaciones de un par de diosas guerreras que juraron proteger al mundo, pero por un deseo provoqué no solo que lo olvidaras, sino que también ahora es como si nunca lo hubiéramos sido?

Me miró, pasmada, por un segundo.

—Diría que te volviste loca. —Al menos era honesta.

—Lo sé, pero es verdad. Aunque no me creas, esta no es la vida que teníamos. Antes era diferente, era... peligroso, pero estábamos juntos, y eso hacía las cosas más fáciles.

Hubo un momento de silencio, en el que permanecí con la vista clavada en mi amiga; y ella a su vez me observaba como si mi piel fuera de otro color.

Podía ver claramente que se debatía entre seguir ahí conmigo, o ir a pedir ayuda a un psiquiatra.

—¿Esto es consecuencia del golpe en tu cabeza? Porque si es así no creo que inventar todo un mundo fantástico sea la solución.

—Solo intenta creerme, ¿bien? Sé que suena imposible, que es poco o nada creíble, pero necesito que me escuches, que me creas.

Dudó, pero al final aceptó seguirme la corriente. Sin embargo, parecía que solo quería tiempo para decidir mi nivel de locura y si necesitaba o no ayuda.

—Bien, si esto es lo que debo hacer para que vuelvas a la normalidad, te escucho —accedió más tarde en tono de precaución, como si estuviera tratando con una loca que en cualquier momento saldría corriendo a cortarse las venas—. Suponiendo que te creo, ¿por qué si te gustaba tanto esa vida pediste cambiarla?

—Porque era lo mejor para todos, de esa forma todos seriamos felices.

—Y ¿qué te hacía pensar que no lo éramos?

—Porque apenas somos adolescentes, porque se suponía que éramos humanos, no esto. Porque muchos habían perdido mucho por ser lo que éramos. Los hermanos perdieron su vida, su familia. Tú perdiste tu libertad. Logan perdió a Astra... El punto es que todos perdimos algo importante. Míranos ahora, nadie ha perdido nada todavía.

Excepto tal vez yo. Había perdido a mis amigos, al lazo que nos unía. Había perdido a Andrew, a lo que teníamos. Había perdido la harmonía de mi familia...

—Y en ese mundo tuyo... ¿qué perdiste tú?

Parpadeé. Me abracé con más fuerza.

—Perdí la oportunidad de elegir. Perdí mi futuro. Sentía que nada sería igual de nuevo sin importar si todo salía bien o no. Y eso me aterraba. Temía que ustedes murieran, que mi familia saliera herida, que todo saliera muy mal. Todo el tiempo, cada minuto al día... yo tenía miedo.

Enarcó las cejas. Miró hacia los alrededores, como si esperara que apareciera alguien para pedirle ayuda conmigo.

—Según lo que me dices eso se oye terrible. Según tú ahora estás... estoy... mejor, ¿o no? Entonces, ¿cuál es el problema?

Intenté no llorar, no pensar en eso... Andrew era feliz ahora, Cailye y Evan también. No sabía nada de Daymon y Logan pero estaba segura que estaban mucho mejor. Sara se veía... se veía libre. Libre para cortar y teñir su pelo, para actuar de forma impulsiva y salir con otras personas. ¿Por qué me sentía mal entonces? Era lo mejor para ellos, y aun así...

—El problema es que me siento sola. No sabía que los necesitaba tanto pero ahora lo entiendo. Sé por qué mi vida era así antes y por qué es así ahora. Y una parte de mí desea volver a eso aunque sea egoísta, aunque no sea lo que ustedes quieren.

Sara me miró con compasión, como si dentro de su búsqueda por ayudarme se sintiera triste por verme así. O porque simplemente se preocupaba de qué tan loca me estaba volviendo.

—¿Estás segura de que no es lo que querían... esos de los que hablas? ¿Lo preguntaste alguna vez?

La miré fijamente con los ojos bien abiertos. Tragué con fuerza.

—Nunca pensé que se sintieran de forma diferente. Todo solo traía desgracias y yo pensé que si cambiaba eso estaríamos en paz... felices...

—¿Y no había nada que estuviera bien en ese mundo tuyo? Ailyn, no te estoy entendiendo bien, pero ¿no crees que dentro de todo eso había cosas felices, buenas? No lo sé, no creo que todo sea simplemente malo. ¿Alguna vez lo preguntaste?

Nunca lo había preguntado. Mis amigos nunca dieron ningún indicio de que se sintieran de otra forma, de que quisieran cambiar su vida o renunciar a su divinidad, ni siquiera Cailye; siempre parecían tranquilos y confiados, seguros de que lo que hacían estaba bien, por un bien mayor. Lo pensaban, claro, en cómo serían sus vidas sin esa divinidad, pero no pasaba de ahí, nunca lo consideraron realmente ni buscaron una forma para cambiarlo. Ni siquiera Andrew, que tuvo los Hechizos Prohibidos... él buscó la forma de traer a sus padres devuelta, no de anular su divinidad.

Ellos vivían una vida normal a su manera, vivíamos lo que era para nosotros, esa era nuestra normalidad: pelear contra deidades, viajar por el mundo para cumplir nuestra misión; llorar y reír como Dioses Guardianes. Estábamos en peligro sí, pero nuestra unidad nos daba fuerza, nos sosteníamos unos a otros, y nuestras vidas también eran mejores a pesar del dolor causado por nuestra condición.

Porque solo cuando alguien se pierde puede ser encontrado, como los hermanos Knight que descubrieron su segunda familia. Porque tener un propósito era mejor que deambular en los designios de los demás. Porque la vida tenía altas y bajas, pero con una sonrisa todo era más llevadero, como Daymon y su optimismo. Porque ser fuerte y empático era más difícil que callar y observar, como Evan que siempre anteponía a los demás aun sobre sus propios deseos y sentimientos. Porque amar a una persona sin relación sanguínea era amar con los ojos cerrados y el alma desnuda, como Astra y Logan que vivieron por el bienestar del otro desde que se conocieron a pesar de ser diferentes.

Porque tener amigos y quereros más que mi propia vida y felicidad era más importante que la seguridad individual que pude llegar a tener, aun con el miedo que podría llegar a sentir, como yo, que a pesar de todo no podía cambiar a mis amigos ni por todo el bienestar personal del mundo. Quizá era egoísta, irresponsable, indecisa y cobarde, pero de algo estaba segura: sin ellos mi vida no tenía sentido.

Lo entendí tarde. Cambiar nuestras vidas no era la solución, ya teníamos una buena vida. La vida que el destino eligió para nosotros, si la comparaba con lo que había a mi alrededor, también era la que yo hubiera elegido.

—¿Estás llorando? —inquirió Sara acuclillándose a mi altura.

Me levanté de golpe mientras me limpiaba mis húmedas mejillas, sorprendiéndola ante mi repentino gesto.

—¿Cómo puedo arreglarlo? —le pregunté.

—¿Qué? —Su rostro reflejó desconcierto y por un segundo creí que entraría en pánico al ver mi expresión.

Se levantó del césped, sin cambiar su postura de cautela.

—Eres la más inteligente del equipo, debes saber cómo puedo deshacer el conjuro. Algo para revertirlo, o para devolverles la memoria, o sus divinidades...

—Ailyn... no me lo tomes a mal, pero creo que deberíamos ir a un hospital. Tal vez tienes una contusión en el cerebro que aún no conoces, es mejor que alguien te revise.

Retrocedió un par de pasos.

En mi interior una parte de mí se moría de risa al notar lo irónico de la situación. Yo le contaba la verdad y ella creía que estaba loca, justo como en el comienzo, pero al contrario.

—Por todos los dioses, no estoy loca. Debes creerme, Sara, eres mi mejor amiga. Tienes que ayudarme a componer las cosas.

Me miró con preocupación y nerviosismo.

—Lo siento, Ailyn, pero la única forma de ayudarte es llevándote a un hospital. Los dioses no existen, son solo cuentos de niños. No somos seres mágicos, ni las reencarnaciones de unas diosas, ni peleamos contra deidades. Todo eso es parte de tu imaginación. Sabía que estabas mal desde lo de la cafetería, pero estás peor de lo que imaginé. Necesitas ayuda.

Extendió la mano para tocarme, pero me aparté con brusquedad.

—¡No! Necesito ayuda, ¡pero no ayuda psiquiatra! Necesito ayuda divina, algo que obviamente tú no puedes darme.

—Cálmate. ¿Bien? Te estoy prestando atención. Se supone que hiciste esto por nosotros, ¿por qué quieres cambiarlo? Dijiste que nuestra vida es mejor ahora, ¿o no?

Y otra vez volvía a seguirme la corriente. O era seguirme el juego o salir corriendo. Por lo menos aún era incondicional. No obstante, seguía pensando que todavía no tenía un plan para lidiar conmigo y quería ganar tiempo, lo que confirmé cuando noté que sus ojos examinaban el lugar en busca de algo útil.

—Porque... —Bajé la mirada, buscando las palabras correctas para expresar ese sentimiento eufórico que amenazaba con romper no solo mi corazón sino todo mi cuerpo— no soporto esta vida. Quiero a mis amigos devuelta, quiero las risas, las peleas, las aventuras, todos nuestros recuerdos juntos.

Seguía mirándome como bicho raro.

»Tal vez sea egoísta por naturaleza, tal vez solo esté pensando en mí cuando digo que no puedo ni quiero vivir sin ustedes. Nunca valoré lo que tenía y ahora que lo he perdido es lo que más deseo. Siempre quiero lo que no puedo tener, siempre quiero huir como una cobarde. Pero la verdad es... que lo que amaba de esa vida era su compañía. Amaba pelear junto a ustedes porque los tenía para darme ánimo y apoyo, sin importar lo torpe que fuera o lo impulsiva, sabía que estaban ahí para limpiar mis desastres y ayudarme a levantar de nuevo. Sin importar si algo malo ocurría, estábamos unidos en todo momento, siempre estábamos juntos, y eso me daba esperanza y me ayudaba a aliviar el miedo, porque sabía que si estaba con ustedes todo saldría bien. Ustedes me ayudaban a cargar mi miedo para que no me aplastara.

—Ah... Ailyn —llamó Sara con el rostro pálido, pero la ignoré.

—Lamento querer abandonarlos —continué. Era como si a través de Sara pudiera hablar con todos al mismo tiempo—, lamento ser egoísta y pensar siempre en mí. Pero ahora entiendo las cosas, entiendo que no importa si muero en la misión, mientras esté a su lado seré feliz y ustedes también. No les pregunté, ese fue mi error, me dolía tanto la perdida de Astra y la nueva responsabilidad que caía sobre mí me daba tanto miedo que no sabía qué más hacer. Fue la salida más fácil, pero lo fácil no siempre es lo correcto.

Cuando me enfoqué de nuevo en mi mejor amiga noté que sus piernas fallaban y a consecuencia se cayó al suelo de un momento a otro. Me acerqué a ella, preocupada, y me di cuenta de que parecía que hubiera visto un fantasma, estaba blanca como el papel y parecía que no le llegaba suficiente aire.

Mi corazón me dio un vuelco al verla así. Nunca la había visto tan asustada.

—¿Sara? ¿Sara, qué tienes? ¿Estás bien? —indagué, al borde de la desesperación.

Ella balbuceó algo y cerró los ojos por completo. Se había desmayado, me tranquilicé, solo eso, pero ¿por qué?

Un brillo blanco a mi espalda me dio la respuesta automáticamente. Cuando me levanté del suelo, dispuesta a descubrir el origen del brillo, no sabía qué esperaba ver. ¿A mis amigos con recuerdos? ¿A At? ¿A Astra? ¿Un portal de vuelta a mi realidad? Todo me asustaba y me ponía nerviosa, pero de igual manera debía enfrentarlo.

Le temía a mi realidad porque no sabía cómo sobrellevarla, pero me aterraba más quedarme como estaba y no hacer nada, viendo cómo perdía todo lo que me importaba por miedo.

Me giré y al hacerlo descubrí que no se trataba de nada de lo anterior.

Solo era un intenso brillo, como una estrella, pero sin forma. Solo la luz flotante a pasos de mí.

—Estaba esperando que dijeras eso.

La voz proveniente de la luz se me hizo extrañamente familiar, sin embargo, no alcancé a recordar de dónde o siquiera pude hablar. La luz avanzó hacia mí y me cubrió en cuestión de segundos.

Todo blanco, de nuevo, pero con más intensidad. Me sentí flotar y luego sentí cosquillas por todo mi cuerpo. Una sensación relajante y perfecta me cubrió de pies a cabeza, como un gran abrazo consolador y cálido. Me permití respirar con normalidad, segura de que al abrir los ojos todo sería como antes, porque de eso se trataba tener fe, de confiar ciegamente en que todo estaría bien aun sin contar con pruebas o garantía. De eso se trataba la esperanza, era la promesa de un futuro mejor.

—Esta, mi pequeña Atenea, es la última vez, tu última oportunidad. Seguirás el camino que elijas a partir de ahora, forjarás el destino que prefieras, pero esta vez definitivo. Elije sabiamente, porque no habrá marcha atrás.

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