31. Tres mundos, tres puertas
Shatter Me - Lindsey Stirling ft. Lzzy Hale
Millones de imágenes simultáneas empezaron a asaltar mi memoria como flechas a una diana, aun con mis ojos cerrados se veían tan nítidas que ya no estaba segura si me había transportado a otra era o solo eran ilusiones.
Era impresionante la cantidad de imágenes sin sentido que retenía mi mente, al igual que la velocidad con la que llegaban y se iban de mi radar. No poseían orden, o conexión alguna unas con otras dentro de mi entendimiento, solo sabía que formaban parte de mí, o lo hicieron alguna vez, porque así lo sentía.
Recuerdos de Atenea. La vi a ella y a los demás, reír y luchar, los vi cuando lloraron a sus amigos caídos y cuando Apolo y Atenea se despedían. Vi millones de años, centenares de recuerdos, fugaces y hermosos tanto como dolorosos. Me pecho ardió, como si una voz en lo profundo de mi ser quisiera gritar.
Una fuerte corriente de energía se apoderó de mis venas, un líquido caliente y efervescente subió por mi cuerpo como si de lava se tratara, llenando mi ser de viveza. Y luego, como cierre, una descarga eléctrica semejante a un electrochoque me trajo de vuelta a la realidad.
Cuando abrí los ojos me di cuenta de que estaba en el suelo, tendida sobre el césped boca abajo. Mi visión no era clara, durante unos segundos todo lo vi borroso y sin sentido. El sonido también tardó en llegar, como si estuviera bajo el agua, pero cuando lo hizo solo escuché gritos, estruendos y rayos.
Poco a poco mi visión regresó, permitiéndome notar que algo cubría el espacio a mi alrededor. Una pared cristalina, casi plateada, se ubicaba frente a mí, y ahí, parada unos pasos más allá, estaba Astra.
Intenté pararme, pero cuando lo hice un dolor palpitante en la parte baja de mi nuca me impidió hacerlo. Regresé a la comodidad que me brindaba el césped como un bucle de seguridad, hasta que una voz me llamó.
—Ailyn. —Se trataba de Sara, arrodillada a mi lado, pronunciando mi nombre en tono suave—. Ailyn. Ailyn, levántate, tienes que ver esto.
Me volví hacia ella y me percaté de que observaba el cielo fijamente. Haciendo caso a su sugerencia me arrodillé como ella estaba, con algo de dificultad debido a mi estado de agotamiento, y parpadeé varias veces para poder ver lo que me quería enseñar.
Lo primero que noté fue que la pared que vi antes no era una pared, era un domo de protección creado por la magia platinada de Astra, y que desde adentro el exterior se veía distorsionado, pero no lo suficiente...
Si me fijaba bien en lo que había por fuera del domo, me daría cuenta de que el cielo poseía un extraño color verdoso pasto, y que además de eso un remolino de nubes de tormenta se formaba justo sobre nosotros. Muchas hojas sueltas e incluso ramas pasaban volando por fuera de la barrera, demostrando la fuerte corriente de viento que arrasaba las copas de los árboles.
Incluso, a pesar del domo y de la falta de ventisca adentro, se podía sentir el frio tan intenso que predominaba en el ambiente. Podía ver las aves buscando refugio a la anunciante tormenta, lo que me hizo preguntarme en dónde se había metido At con todo ese alboroto.
—¿Qué está pasando? —quise saber.
—Vaya, hasta que despiertas. —Aquella voz me pareció ajena a las que conocía, gruesa pero no tanto como la de los chicos, con un tono insulso, con un acento italiano imposible de ignorar, por lo que no podía tratarse de otro que no fuera Logan, la reencarnación de Hermes—. Creí que serías la última.
Seguí el sonido de la voz y lo vi parado junto a Astra, con sus ojos verdes puestos sobre mí como si se tratara de un halcón. Ni siquiera la mirada de Andrew resultaba tal filosa, tan punzada; la sentí sobre mí con toda la intención del mundo. Un escalofrío me recorrió al compararla con la de Andrew, igual de amenazante. Aquello me hizo pensar que tal vez ese brillo que siempre noté en su mirada nunca fue dirigido hacia mí en específico. Definitivamente se sentía más real y me sentía más alerta si venía del nuevo miembro del grupo.
Vestía igual que Evan, sin cambiarle nada a su traje. No era demasiado alto en comparación que mis amigos, tal vez casi a la altura de Sara, y era de contextura delgada, como si su cuerpo aun no tomara todo el musculo que como deidad podía. Su cabello era igual de oscuro que la foto, como un remolino de caos, revuelto por todas partes y salvaje, como su mirada. Un felino, no supe por qué me llegó esa vibra.
—¿De qué hablas? —pregunté, confundida.
Entonces me tomé un segundo para buscar a mis amigos. Me alivié cuando los vi a todos ellos dentro del domo, incluso a At en un rincón alejado. Astra estaba muy concentrada en el domo como para analizar la esencia de la lechuza, de lo contrario se me formaría un gran problema.
Todos estábamos despiertos, a excepción de Daymon, quien se movía en señales de querer abrir los ojos, y Cailye, cuyo sueño se veía placentero.
—¿Qué nos pasó?
Sara a mi lado abrió la boca para hablar, pero Logan le ganó la palabra.
—El sello se rompió —explicó mientras me miraba con atención. Señaló con su mano el cielo tormentoso y continuó hablando—. El equilibrio de los mundos está cambiando, enlazándose de nuevo. Cuando nos reunimos la profecía se cumplió, las puertas de los mundos se abren, y eso es lo que pasa cuando el portal de Kamigami se abre. Dentro de poco también lo hará el del Inframundo, y entonces será nuestro turno de actuar.
—¿A qué te refieres?
Ante mi pregunta, el chico de ojos verdes miró a Astra en busca de alguna explicación, pero ella solo abrió sus ojos y le lanzó una mirada seria que transmitía todo lo que él quería saber mientras un brillo platino salía de sus manos para sostener el domo.
Logan se acercó a nosotros, con su atención fija en mí. Noté, por mi periferia, la mirada de sospecha de Andrew cerca del domo, y la constante fijeza de Evan sobre el chico. Ambos lo observaban con suma atención, mientras la reencarnación de Hermes estudiaba mi rostro analíticamente ignorando las miradas de mis amigos.
—Me refiero, Atenea, a que lo que está esperando del otro lado del portal no son precisamente dioses. —Habló con suficiencia y casi sarcástico, burlándose sin gesto de mi escaso conocimiento de la situación—. Tanto en Kamigami como en el Inframundo hay criaturas que han estado esperando para salir, y serán las primeras en llegar, antes que cualquier figura divina que pienses que te puede salvar.
Mi rostro reflejó la confusión causada por su comentario. No lo conocía, apenas sí sabía su nombre, pero él parecía tenerme alguna clase de desprecio o rencor. Habló con soltura, seguro de sus palabras, como si conociera con exactitud mis experiencias dentro del equipo; y quizá era así. El hecho de que él me conociera más que yo a él no me agradaba.
En ese momento el suelo bajo mis rodillas comenzó a moverse, signo inequívoco de un terremoto. Sara me ayudó a levantar, justo cuando Cailye abría sus ojos en medio de un susto más que fundado. Yo también lo sentí, aquel miedo que se atoró en mi garganta impidiéndome hablar, y cómo no sentirlo si no solo estaba templando, sino que el suelo se empezó a agrietar.
Cualquiera diría que era un terremoto el que provocaba grietas en la corteza terrestre, y en efecto se debía a eso, pero no por causas naturales sino por la acción de los portales al abrirse por completo. La gente que se había detenido a contemplar el fenómeno del cielo se apartó y salió corriendo lejos de las grietas.
El cielo adquirió un nuevo color verdoso más oscuro, tormentoso, mientras las nubes iban de un lado a otro a una velocidad descomunal, y el aire se volvió tan pesado que la gravedad misma pareció aumentar.
Y entonces, además del cambio de ambiente tan drástico, cosas espeluznantes empezaron a aparecer. Criaturas con alas de murciélago, de apariencia femenina volaron por el cielo ahora verde, con colmillos, garras y piel al descubierto. Yo ya las había visto más de una vez. Mi estomago me dio un vuelco, el conocimiento de lo que ponían hacer...
—Harpías —soltó Logan sin mucha emoción mientras las observaba con indiferencia—. Tienen mal temperamento.
Fue ahí cuando se escucharon los primeros gritos de humanos, atemorizados, que corrían de un lado a otro en busca de protección. Muchos otros se quedaron de piedra, en shock, tratando de entender lo que veían. Era entendible su reacción, y era más que esperada; yo hice lo mismo cuando vi a aquellos demonios el día que todo cambió. Eran humanos, al fin y al cabo, no podían hacer más en el momento que huir al contemplar criaturas tan aterradoras.
Yo también me vería así si no fuera porque cada célula de mi cuerpo decidió detenerse. El shock fue enorme, no me sentí capaz de moverme, o de respirar, o siquiera de mantener mis ojos abiertos. Verlas de nuevo, correteando humanos, cazando a sus anchas... era algo que nunca esperé que pudiera suceder.
Mi atención se desvió a la tierra donde bestias mitad humano y mitad toro salían de las grietas en el suelo, con cuernos tan grandes que precedían su reputación. Los reconocí de inmediato, los recordaba de una película de Cody, pero en ese entonces no creí que en verdad existieran.
—Minotauros —musité, sorprendida de poder hablar en medio de todo el pánico que era más grande que mi cuerpo.
Sara chocó con mi hombro, mirando a otra dirección, inmersa en lo que veía. Le seguí la mirada, hacia arriba, y entendí la razón de su sorpresa. Gigantes monstruos deformes, de tal vez unos seis metros, desproporcionados, y de un solo ojo, se acercaban al parque, con sangre en sus manos y otras áreas de su cuerpo en señal de la masacre que realizaron.
Eran...
—Ciclopes —concretó Logan de nuevo—. Son demasiado torpes, no son una amenaza para nosotros claro, aunque no diría lo mismo de los humanos.
Los gritos de la gente llegaron a mis oídos de repente, desatándose un sinfín de acciones provocadas por las criaturas que se suponían no debían existir. Las personas corrían hacia todas direcciones, pasando junto a nosotros sin siquiera notarnos, mientras aquellas cosas los seguían en busca de pelea.
Mis ojos se quedaron estáticos en un punto común, al otro lado de la carretera muy cerca de las grietas, donde observé a una harpía llevarse volando a un niño de no más de cinco años, mientras la madre corría desesperada en busca de su pequeño. Vi a los minotauros en una estampida, llevándose por delante a la multitud que trataba de huir. Y como si no fuera poco, algunas personas fueron atrapadas por las manos gigantes de los ciclopes...
Vomité. No pude contenerlo más, mi cuerpo quería salir corriendo y por lo visto lo haría por partes.
Sara me sujetó con cuidado para no ceder ante la gravedad de mi cuerpo. Yo seguí vomitando todo lo que tenía, temblando como una hoja, con las mejillas rojas y las manos frías de sudor.
—Ailyn... —susurró Sara, como si me pidiera perdón, con la voz rota.
Traté de respirar, de tranquilizarme, de recordar que había visto monstruos antes y me había enfrentado a ellos.
Pero era la primera vez que veía a gente morir.
Noté cómo mis amigos se querían acercar, incluso Andrew hizo el amago de dar un paso hacia nosotras, pero Logan llegó primero que cualquiera de ellos.
—Debes controlarte, Atenea, esto no será lo peor que vas a ver y será mejor para todos, y para ti misma, que te hagas a la idea.
Sara le lanzó una mirada mordaz, casi pude ver sus manos alrededor de su cuello, pero la agarré por una de las esquinas de su corsé.
Me enderecé, con un sabor amargo en mi boca, y miré a Logan a sus ojos intensos, a esa mirada fría y ese desdén que inevitablemente sentía hacia mí.
—Estaré bien. —Eso fue todo lo que dije.
Él me sostuvo la mirada, no dijo nada más y nadie parecía querer añadir más leña a ese fuego, no con todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Noté diminutas partículas caer frente al domo, y me tardé un segundo en darme cuenta de que no eran partículas de polvo debido a la conmoción afuera, sino que se trataba de pedazos de vidrios pertenecientes a las ventanas de los edificios cercanos. Levanté la cabeza unos centímetros, lo suficiente para notar que dichas construcciones en efecto carecían de ventanas, ya que habían sido quebradas por la implosión de diferentes estructuras.
Olí el humo antes de verlo, mezclado con el inconfundible olor del azufre. Las nubes de humo se debían a las explosiones cercanas a las casas y a algunos carros en la carretera cuando trataban de huir por la vía; además, los estruendos causados por objetos pesados no se quedaron atrás. Había tanto caos en la calle, tanto humo y criaturas sobrenaturales que si me fijaba bien podía ver los cadáveres de las personas que no pudieron escapar de la destrucción, o que tuvieron la mala suerte de toparse con una de esas cosas.
—Tenemos que irnos —informó Astra desde el centro de la barrera que no solo nos protegía, sino que nos camuflaba de todo ese apocalipsis, pero no tuve energía para mirarla.
Sara, Evan y Cailye estaban igual de pasmados que yo, con los ojos fijos en las escenas escalofriantes ocurriendo a tan solo pasos de nosotros, sin poder intervenir para intentar ayudarlos.
Quise hablar, pero otro gran estruendo captó la atención de todos. Nos giramos al unánime, y observamos que a varios metros de ahí estaban emergiendo más criaturas de la tierra. Como si no fuera poco con las que había en todo el lugar, se les unieron un gran ejército de demonios de todas las clases. Esa última señal significaba que el Inframundo estaba abierto, y si era así Hades ya debió quedar en libertad.
—Invoquen sus Armas Divinas —ordenó Astra, con sus violetas ojos fijos en nosotros—. Nos iremos ahora.
Con los ojos abiertos de par en par, y sin saber si todavía funcionaba mi corazón debido al miedo acumulado en mi cuerpo, me volví hacia ella con la mirada más incrédula que la situación me permitió. Sentía pánico, obviamente, y grandes deseos de esconderme, pero ver a esa gente morir frente a nuestros ojos, teniendo el poder para evitarlo... me parecía inaceptable.
—N-No podemos dejarlos —mascullé, tan bajo que me sorprendió que me escucharan—. Morirán... Están muriendo, Astra, justo aquí, y debemos ayudarlos.
Astra me sostuvo su mirada seria e inescrutable. ¿Acaso allá no sentía nada ante ese caos? Justo ahí, viendo sus ojos, el recordatorio frio de que ella era una verdadera diosa me golpeo. Se mostraba dura, como si no fuera gran perdida. Había olvidado que los dioses tenían una forma particular de ver las vidas humanas. Pero, pese a eso, ese titubeo en sus manos, me dijo que esos miles de años entre humanos sí la afectaron.
—No nos quedaremos aquí. Nuestra misión está en otro lado, si combatimos aquí nunca llegaremos al Olimpo a tiempo. No podemos perder tiempo ni energía con cosas menores como estas.
¿Cosas menores? Ayudar a los humanos a sobrevivir no podía ser una perdedera de tiempo y energía; era nuestra razón de ser lo que éramos, era nuestro trabajo... Pero cerré la llave de mis pensamientos ahí, porque por esa forma de pensar era que Astra me consideraba inapropiada para ser la líder.
—Pe...
De nuevo, no alcancé a hablar, ya que la demolición de un edificio al otro lado del parque captó mi atención.
Solo vi polvo y escombros que se elevaron en una nube bastante alta, hasta que el polvo pasó y pude observar con claridad el gigantesco y colosal monstruo de tres cabezas que se encargó de tirar el edificio.
Tres cabezas cuyos cuellos tenían más de diez metros de largo, con cuerpo de reptil y apariencia de dragón. Rugió, o una de sus cabezas lo hizo, justo antes de escupir fuego por la boca, provocando un rastro de llamas que perfectamente se convertirían en incendio en pocos segundos.
Retrocedí, y al hacerlo me choqué con Andrew, quien al igual que todos observaba a la bestia con ojos sorprendidos. No se movió siquiera para evitarme, o mirarme, fue como si no se percatara de mí.
—Una hidra —dijo, sin apartar los ojos de ella—. Es peligrosa. Incluso para nosotros.
—Por eso debemos irnos, si permanecemos más tiempo aquí solo nos traerá problemas —repuso Logan con el ceño fruncido, observando también al monstruo como si solo fuera un perro con una cabeza de más.
Astra asintió con decisión de acuerdo con Logan, y cerró los ojos por un instante, tiempo en el que el brillo de sus manos se redujo hasta que el domo perdió transparencia y desapareció. El olor a humo, tierra, y sangre fue lo primero que sentí que incrementó sin la protección de la barrera, luego sentí el frio mismo del ambiente, hasta el punto en que los charcos de agua se comenzaron a congelar y la niebla predominaba en el suelo. Me sentí pequeña, insignificante, bajo aquel cielo endemoniado.
Los gritos y los sollozos fueron los siguientes en adueñarse del ambiente, tan cercanos y vívidos que me asustó buscar el origen de dichos lamentos; al igual que el sabor salado del aire. En lugar de observar a mi alrededor centré mi atención en el resplandor colorido de las Armas Divinas de mis amigos, un brillo que me transmitió un poco de tranquilidad en medio de la frialdad de la muerte en el lugar.
Tragué saliva, y con el pulso a mil pude encontrar mi voz en alguna parte de mí. Sentía mi garganta seca, y no estaba segura de si lo que decía era a conciencia o si mi parte consiente se fugó cuando el cielo se abrió.
—No podemos dejarlos —repetí, en voz más alta para hacerme oír, pero de igual forma me salió temblorosa—. Debemos detener a la hidra antes que queme todo el lugar. Son humanos, Astra, no van a poder con algo tan grande.
—Ese no es nuestro deber —espetó Logan, de brazos cruzados y el entrecejo fruncido—. Nuestro deber es preocuparnos por cumplir la misión...
—Es exactamente nuestro deber. Nuestra misión es proteger a los humanos —lo corté, y fijé mi mirada de nuevo en Astra, ignorando la participación de aquel chico con mirada de hade—. Morirán, esa cosa los va a matar si no hacemos algo. Astra, Hebe, o como te llames, siempre nos dijiste que debíamos proteger a los humanos, que es nuestra razón de ser lo que somos, el porqué de nuestro poder, no los podemos abandonar ahora. Puede que no sea nuestro único problema, pero es el mayor que ellos tendrán; lo sabes, dejarlos así es dejarlos morir.
Ella me sostuvo la mirada, meditando mis palabras mientras sus ojos violetas escrutaban mi rostro. Dudaba, podía verlo. Ella sí sentía algo por los humanos, ese mismo brillo que tenían los Dioses Guardianes originales, el que estaba segura les falta a las deidades en general. El amor por la humanidad... Astra era igual a nosotros.
—No la escuches, Hebe —habló Logan, mirándome con los ojos entrecerrados, como si de alguna forma me considerara contagiosa de algo—. Sabes que no lo entendería.
Al decir eso no pude evitarme preguntar cuánto sabía Logan de mí, de nosotros. ¿Qué le dijo Astra sobre el equipo? ¿Qué sabía él que nosotros no? ¿Cómo lo educó? Astra era buena persona, pero como madre no sabía qué tipo de cosas le enseñaría a Logan. Ella tenía una forma de pensar radical, propia de un dios con miles de años de vida, y Logan no parecía tener más edad que yo, si juntaba las dos cosas... Astra pudo convertirlo en su visión de lo que un Dios Guardián debía ser: guerrero, frio, valiente, inteligente, estratega, líder...
Sin duda, y a pesar de los pocos minutos que llevaba de conocerlo, me bastaba con fijarme en la frialdad de sus ojos verdes para saber que de todos él era el más cercano a los Dioses Guardianes originales, por cortesía de Astra.
Lo miré, pero no le dije nada respecto a su comentario, no tenía caso hacerlo, al menos no en ese momento.
—Ailyn tiene razón. —Evan me apoyó, y se ubicó a mi lado para respaldarme—. Puede que no podamos enfrentar a todas estas cosas, pero dejar que ellos enfrenten a una hidra es suicidio.
Logan entrecerró los ojos mientras miraba a Evan, y luego miró a Astra.
—Hebe... —advirtió el chico.
—Está bien —respondió nuestra mentora al cabo de unos segundos—. Pero no corten sus cabezas, si lo hacen le crecerá dos por cada una que corten. Y cuidado, la cabeza de en medio lanza fuego.
Asentimos, y justo en ese momento de pronto se volvió real. Enfrentar a un monstruo, a una hidra... un espasmo me recorrió cuando la idea me golpeó. Ahí supe que realmente no lo pensé lo suficiente, que se extrapolaba a lo que era capaz de hacer... ¡Por los dioses! ¿En qué me había metido?
Era enorme, gigantesca y peligrosa; pensar en atacarla me producía miedo, más que enfrentarme a una harpía, y si alguno salía herido sería mi culpa por proponer pelear contra una hidra. Era cierto que había entrenado, que mi Arma Divina estaba completa y podía manejar mi energía divina. Pero hacerlo en verdad, en un escenario real, no en un coliseo seguro, sino en un lugar donde las personas morían de verdad... era muy diferente. Yo... tenía miedo de provocar más daño que beneficio.
—Sara y Evan se quedarán conmigo —continuó Astra, regresándome a la realidad—. Les cubriremos la espalda. Los demás irán, pero si usan toda su energía regresen, la necesitarán más tarde, y desperdiciarla en una hidra no es una opción.
Los dos mencionados asintieron y se ubicaron al lado de Astra después de regalarnos una mirada de ánimo en partes iguales. Todos ahí debían saber cómo me sentía, por lo que una seña de apoyo me caía bien tanto a mí como a Cailye, quienes éramos las más nerviosas.
—Si no podemos con una hidra, ¿cómo podremos con Hades? —La pregunta retórica de Andrew nos sorprendió a todos, pero tenía razón. Comparada con él la hidra debía ser una adversaria fácil, pero para nosotros «fácil» no formaba parte de nuestro lenguaje—. Lo que no te mata te hace más fuerte, ¿verdad?
Alejó la mirada perdida del piso y miró a la hidra sin decir nada más.
Un nuevo estruendo captó nuestra atención; otro edificio se vino abajo por causa de la hidra, y para ese punto ya no había gente en el parque. Alcanzaba a escuchar los gritos de los humanos y alaridos de los minotauros y ciclopes, pero más alejados del lugar.
En cuanto escaneé a mis amigos para reunir confianza, me percaté de la mirada perdida de Daymon. Desde que despertó no había hablado, y ahora entendía por qué; estaba muy ocupado mirando fijamente a Logan como para hacerlo.
Me pregunté lo que descubrió de él, algo que sin duda debía ser impactante debido a la fijeza de su mirada y a lo vacío que se veía. Lo que fuera que pensara lo afectó, ya que él nunca se desconectaba así de la situación. El chico de ojos verdes debía tener un pasado lo suficientemente macado para poner así a una persona que no conocía la depresión o tan siquiera la preocupación profunda.
—¿Daymon? —lo llamé. Él movió la cabeza un par de veces, para despejarse, y asintió.
La tierra se movió, como terremoto, provocando la aparición de un gran agujero a pasos de nosotros, como un gran cráter. Me aparté del lugar, tan torpemente que terminé cayendo sentada al suelo, y me quedé mirando con extrema atención al ciclope que emergió de la corteza terrestre.
Mi cuerpo no me respondió debido a la parálisis cerebral producto de la adrenalina, así que fue Andrew quien me haló del brazo para obligarme a levantar. Moví mis piernas sin siquiera notarlo y a tropeles, mientras Andrew me arrastraba lejos del ciclope, pero cerca de la hidra. El gélido aire que había alrededor no ayudó en nada, solo confirmó que con cada paso estábamos más cerca de aquel monstruo infernal. Y, a decir verdad, no había mejor panorama viera por donde lo viera; monstruos por todas partes.
Me tropecé varias veces con los escombros en el camino, pero el agarre de Andrew no me permitió caer de bruces al suelo. Me sujetaba con la suficiente fuerza como para arrastrarme a través de la realidad. Sentí la falta de su tacto justo cuando nos detuvimos a pocos metros de la hidra. De cerca se veía mucho más grande y amenazante, tanto que escuché un sonido agudo salir de mi garganta antes de que mis pies retrocedieran con la intención de huir.
Sí, yo fui la que dijo que debíamos detenerla, pero decirlo era muy diferente a poder hacerlo. ¿A quién engañaba? El pánico que me devoraba me impediría hacer algo en contra de eso; seguía siendo cobarde, por muy valiente que pretendiera ser o que quisiera ser, era imposible si tenía enfrente algo tan mortífero como eso.
Quería esconderme hasta que todo pasara, pero tampoco tenía el valor suficiente para hacerlo. No sería capaz de vivir con esa culpa, pero tampoco era capaz de afrontarlo. Porque tuve, tenía, y siempre tendría miedo. Era miedosa, todos lo sabíamos, y todavía no podía hacer algo para combatirlo.
Andrew me sujetó los brazos tan fuerte que me dolió. Me topé de frente con su mirada, con ese brillo filoso en sus ojos y con su ceño fruncido. Su expresión parecía gritarme algo en un idioma que no comprendía.
—Mata tus miedos antes de que ellos te maten a ti —me dijo con tanta firmeza que lo sentí como el golpe contra una pared—. Si mueres asegúrate de que sea por algo, no por esconderte. Deja de temblar de miedo, Will, porque ya no tenemos tiempo para recordarte lo que debes hacer.
Tragué saliva, presa del pánico, y traté de respirar, de controlar la sobrecarga de adrenalina en mi sangre que quería explotar mi cabeza. Lo observé a sus ojos, los de él como una montaña inamovible, todo su cuerpo tenso se sentía igual, como una muralla inquebrantable.
Cómo desearía tener una gota de esa firmeza, de su valor.
Sabía que huir no solucionaría nada y que debía continuar sin importar mis deseos de huir. Pero eso no cambiaba el hecho de que temiera por mis amigos...
¿Qué ocurriría si ellos morían?
En ese momento lo entendí. Comprendí que mi miedo no era por mí, era por lo que le podría llegar a pasar a mis amigos. Temía por su vida, no por la mía. Temía perderlos justo frente a mis ojos...
—¿Ailyn? —Cailye me llamó con voz temblorosa, mientras sostenía su arco con una flecha apuntando hacia el suelo. Sus oscuros ojos me miraban con suplica, pidiendo una decisión.
Estábamos demasiado cerca de la hidra, en cualquier momento notaría nuestra presencia y cuando lo hiciera no tendría tiempo para pensar.
Noté que todos tenían sus Armas Divinas expandidas, listos para atacar, excepto yo. Sara, Evan y Astra se encontraban más lejos de nosotros, combatiendo con un grupo de tres minotauros que se nos querían acercar. Nos estaban protegiendo, y lo mínimo que podíamos hacer era apresurarnos para que ellos no salieran heridos.
Sin embargo, ¿cómo detendríamos a una criatura que por cada cabeza cortada le saldrían dos, y que además escupía fuego?
Andrew me soltó al cabo de unos segundos, queriéndome dar espacio. Estaba abrumada, sentía todo encima de mí, presionando. Pero él se alejó, como si algo lo hubiera empujado.
Tomé aire.
Invoqué mi Arma Divina, sin saber todavía qué hacer, y la sostuve en mis manos durante un segundo. Esa sería la primera vez que la usaría completa, que podría usar el poder de Atenea. ¿Cómo sería? ¿Podría controlarlo? Por los dioses, estaba pensando demasiado.
Sentí el peso de At sobre mi hombro, como si sus garras enterrándose en la tela protectora me trajeran del fondo de mis pensamientos.
«—Para vencerla tienes que evitar que sus cabezas vuelvan a crecer.»
La miré, aterrada.
—¿Y cómo esperas que haga eso?
Fui consciente de la mirada de sospecha de Logan cuando le respondí al ave, pero como ninguno otro pareció notarlo decidí dejarlo pasar. Quizá intuía mi comunicación con At, o solo le sorprendió ver a una lechuza sobre mi hombro; fuera cual fuera la respuesta no importaba en ese momento.
At me miró, seria e inexpresiva, y cerró los ojos con total despreocupación.
«—Ese es tu problema. Te negaste muchas veces a leer sobre la historia de los dioses y aun cuando lo hiciste te saltaste muchas cosas. Haz lo que puedas con lo que sepas, eso tal vez te dé una lección.»
Se alejó de mí en el momento justo en que la hidra notó nuestra presencia frente a ella, y expulsó tal rugido que los vidrios que aún estaban intactos se quebraron, al igual que varios autos que al contacto con las ondas de sonido se hicieron pedazos.
Si lograba salir de eso le arrancaría una pluma por querer darme una lección sobre disciplina cuando mi vida dependía de los deseos de un monstruo.
Una de las cabezas se dirigió a nosotros, lista para tragarnos, por lo que mi única opción, y por lo visto la de los demás también, fue saltar tan alto que la cabeza no nos golpeara.
Me elevé en el aire como si fuera algo normal, al menos saltar y correr se me daban bien. Apreté la empuñadura de mi espada en el aire y observé a la hidra moverse, la vi en cámara lenta, con sus tres cabezas moviéndose desesperadas por conseguir su objetivo; y más allá de sus cabezas vi a los demás, a un nivel bastante alto también.
Una ráfaga de viento desvió mi cuerpo, llevándome de un lado a otro hasta que perdí el equilibrio de mis saltos y me dirigí al suelo por inercia. Cerré los ojos para evitar ver el impacto, pero eso no impidió que el dolor al caer fuera menor. Me dolió todo el cuerpo, y el aire abandonó mis pulmones al grado que me tardé un minuto en levantarme. Mi cabeza me daba vueltas, estaba aturdida y los gritos y explosiones no ayudaban. Mi respiración agitada era un problema, no me dejaba pensar.
Cuando recuperé la movilidad de mi cuerpo observé a mis amigos tratando de enredar las cabezas de la hidra entre ellas, quizá para que se ahogaran, pero eso solo la retrasaría, no sería suficiente para vencerla.
—¡No te quedes ahí tirada! ¡Haz algo! —gritó Logan desde algún punto en el cielo.
—¡Ailyn! ¡¿Qué hacemos?! —preguntó Cailye, con los ojos como platos, afanada.
—¿Por qué me lo preguntan? Yo no tengo todas las respuestas —exclamé, sin saber qué más decir.
Ellos querían que hiciera algo, que pensara en un plan, pero no se me ocurría ninguno.
—Pero tienes buen juicio —aportó Daymon, a escasos dos metros de mí con la mirada fija en la hidra. Había algo en su mirada, en su postura que me refrescaba, que me transmitía cierta tranquilidad y fuerza, como si de alguna forma fuera una estatua anclada al suelo en medio de un tsunami—. Inténtalo, tus ideas no siempre son tan malas.
Me puse de pie con las piernas temblándome de terror.
—¿Y cuándo han sido buenas?
Lo miré con más atención, expectante a una respuesta que no existía. Siempre hacía las cosas mal, incluso cuando creía hacer lo correcto solo conseguía empeorar la situación. Era un desastre por mucho que quisiera pensar de otra forma; no podía cambiar mi manera de ver las cosas.
—¡Cuidado! —El grito de Andrew me obligó a volverme hacia la hidra, solo para darme cuenta a lo que su advertencia se refería.
Una de las cabezas de la hidra se dirigía hacia nosotros a gran velocidad. La contemplé con los ojos abiertos de par en par, incapaz de poder esquivarla como antes. Era enorme, eclipsaba toda la luz de día y parecía consumir toda esperanza a su paso, y con la trayectoria que llevaba no podría apartarme en tan poco tiempo.
Algo se me atoró en la garganta cuando supe que sentiría el calor en mi piel en pocos segundos, o algo peor.
No aparté mis ojos de ella, estaba estática mientras observaba sus escamas; pero sí me percaté del tacto de Daymon sobre mi brazo. Vi por el rodillo del ojo un destello, y al segundo siguiente me encontré a varios metros sobre el suelo, flotando junto con Daymon.
Mi estomago dio un vuelco frente a la repentina altura y me aferré con fuerza al cuerpo de Daymon, como si de soltarlo me fuera a precipitar contra el piso.
El pelirrojo ahora me rodeaba la cintura con su brazo, mientras que el otro permanecía con sus dos Armas Divinas brillando para mantenernos a flote. La cabeza de la hidra se estrelló contra el piso, lo que la enfureció más debido al tremendo grito que emitió. Mis tímpanos retumbaron, al igual que los de los demás, y otro par de edificios cercanos se vinieron abajo.
Si seguíamos así no duraríamos, no podíamos solo enredar sus cabezas, no funcionaría por siempre. Cortar era lo único que se me ocurría, pero hacerlo significaba enfrentarnos a doble problema.
—Cuando salvaste a Ana a pesar del fuego —musitó Daymon, mientras una mueca se expandía por sus labios, afectado también por los gritos del monstruo. Estaba tenso, su cuerpo se sentía como una roca y a veces me sujetaba con más fuerza de la necesaria. Tal vez él estaba igual de aterrado que los demás—. Cuando hablaste con Astra sobre lo que pensabas. Cuando ayudaste a Cailye a ver sus errores. Cuando le abriste los ojos a Andrew. Cuando te fuiste a ayudar a tus padres aun con lo que eso significaba. Cuando nos seguiste buscando a pesar de las circunstancias. Cuando hiciste lo que consideraste correcto a pesar de que los demás decían que no lo era.
Me miró a los ojos, y una sonrisa tierna se apoderó de su boca, como un rayo de luz que atravesó las nubes verdosas del cielo. Sentí calidez en mi pecho de repente, como si alguien me hubiera tendido una mano a través de las sombras.
—Tus ideas no serán las mejores, o las más sensatas, pero siempre habrá alguien que salga beneficiado por ellas —continuó—. Aunque creas que te equivocaste en cada decisión que tomaste lo cierto es que siempre salvaste a alguien. Tus decisiones tienen consecuencias, líder, pero siempre salen cosas buenas de ellas.
Mi pecho dolió, como si me hubieran clavado una estaca de la nada. Quise soltarme a llorar, pero la hidra captó nuestra atención.
Vi por el rodillo del ojo a otra cabeza acercarse a nosotros con el fin de carbonizarnos, demasiado rápida, y cuando Daymon intentó movernos mis brazos se deslizaron de su traje. Poco a poco me aparté de él, en cámara lenta, al tiempo que lo escuchaba llamándome justo antes que la hidra cambiara su curso hacia mí. Caí de espaldas, directo al piso, pero todo parecía ir más despacio.
No tenía tiempo para pensar, si lo que dijo Daymon tenía algo de verdad entonces actuar por instinto no siempre era tan malo. No podía llenarme la cabeza de dudas en ese momento, porque si lo hacía no solo gastaría tiempo, sino que pondría en peligro la vida de mis amigos. Pensar me retrasaba, por eso era mejor no darle tantas vueltas al asunto. Actuar rápido era mi única salvación, actuar como yo misma era la única forma que conocía de hacer las cosas.
Sujeté con fuerza la empuñadura de mi espada, y usé mi energía divina a centímetros del suelo. Como resultado obtuve un gran brinco de poder; salí disparada de mi lugar para situarme mucho más arriba que la hidra y que mis amigos. Estaba tan arriba que podía ver la ciudad desde ahí, y la vista fue devastadora.
Había monstruos y muerte por todas partes. Vi cadáveres en las calles, personas huyendo, edificios caídos y autos en llamas, niños llorando... Era horrible, la vista era aterradora. No podía seguirla viendo, era demasiado para cualquiera.
Volví mi vista a la hidra, donde Cailye pasaba de un lado a otro intentando enredarla, sin embargo, ella no parecía hacerle mucho caso a mi amiga. La cabeza de en medio me estaba mirando, como si planificara la forma de atraparme, algo que me hizo estremecer.
Analicé la estructura de la hidra, en busca de algún punto débil, pero lo único que veía era una coraza de escamas que cubría todo su cuerpo, y tres cabezas con enormes dientes.
Entonces, mientras la analizaba, vi a Logan demasiado cerca de una de las cabezas. Usaba su energía divina sobre ella desde diferentes ángulos, no estaba segura para qué exactamente, pero reconocía el brillo verde que desprendía su lanza al hacerlo.
Sin embargo, debido a su concentración en los conjuros y en esquivar a la cabeza en cuestión, no se percató de una segunda cabeza justo a su espalda, lista para atacarlo en cuestión de segundos.
Mi pecho se estrujó.
Me moví tan rápido como pude que casi no pude controlarlo, con un solo objetivo en mente, dirigiéndome hacia Logan. Descendí en picada, atraída por la gravedad, con la sangre hirviendo en mis venas y el corazón palpitando en mi cabeza.
Antes de llegar a mi destino estiré mi espada al frente y la sujeté con toda la fuerza que mis manos me permitieron, dejé salir una buena cantidad de mi energía. Sentí la dureza de la carne de la hidra cuando la hoja la atravesó, mientras el calor que emanaba se convertía en humo rojizo. Salió humo, una cantidad excesiva, vapor, muy caliente. La espada atravesó con facilidad su coraza, a pesar de lo dura que se veía, permitiéndome decapitar una de las cabezas de la hidra como si de mantequilla se tratara.
Contuve la respiración, mi corazón parecía gritarme. Mi espada... Mi Arma Divina se sentía diferente, imparable, como si tuviera más poder en mis manos del que pudiera llegar a ser consciente.
El cuello se desinfló como globo y cayó al suelo sin vida. Las otras dos cabezas retrocedieron junto con su cuerpo, adoloridas, en medio de alaridos y movimientos bruscos que hacían estremecer el piso bajo su cuerpo. Nos dieron espacio, aunque apenas unos metros.
No respiré, tan solo me quedé como estaba, inmóvil. Apenas podía procesar lo que acababa de pasar, mis músculos no me respondían.
Entonces sentí las manos de alguien sobre mis hombros sin el menor cuidado. Manos delgadas, las manos de Logan me estrujaron los hombros con excesiva fuerza, obligándome a parpadear y aterrizar en la realidad.
—¡¿Pero en qué demonios estabas pensando?! —bramó Logan, furioso, con los ojos centellantes sobre mí.
Me sacudió, yo fruncí el ceño y retrocedí sin cuidado, casi tropezando, para alejarme de su arrebato. Lo miré con incredulidad, con el corazón en la boca, mientras él no me ofrecía más que disgusto y molestia.
—¿En qué? —repetí—. ¿Cómo que en qué? Pensaba en salvarte la vida.
Frunció el entrecejo, enojado, y estrujó los dientes en señal de enfado. Se contenía de no lazarse sobre mí, pude sentir su hostilidad en mi piel como si eso se escapara de su cuerpo. Negó con la cabeza, cada segundo más molesto.
Sus ojos verdes se clavaron en mí como una daga.
—Eres una completa idiota, ahora el problema se va a duplicar.
Entendí sus palabras en cuanto el cuello decapitado de la hidra comenzó a moverse, emitiendo sonidos guturales. Se retorció en el suelo como la cola de una lagartija, y una capa trasparente de aspecto viscoso cubrió la herida. Poco a poco se levantó, hasta que el cuello se alargó y se dividió el dos de una forma bastante desagradable.
Cada una de las partes fue tomando forma mediante lo que parecía una placenta, hasta que dos cabezas del mismo tamaño que las demás completaron su formación.
Las cuatro cabezas rugieron, obligando a los demás a descender hasta nosotros. Me tambaleé sin poder evitar que sus gritos me afectaran, y noté que a Cailye igual. Luego aterrizaron los chicos, que al igual que nosotras miraban a la hidra de cuatro cabezas.
Logan se acercó más a mí, con el ceño fruncido, y habló con voz gélida.
—Felicidades, Atenea, lograste que tres fueran cuatro. Y dime, ¿cuál es tu brillante plan ahora? —El sarcasmo que usó fue hiriente; tan crudo que ni los comentarios burlescos de Andrew tenían tanta mofa.
Noté a Andrew lanzarle una mirada filosa de esas que solo él podía dar, mientras que los otros dos lo observaban con lastima. Sabía que tanto Cailye como Daymon debían saber algo de él que los demás no, me acostumbré a sus dones, pero en ese caso en particular no me interesaba en entender por qué era así conmigo.
—Solo quería ayudarte —espeté, con las manos como puños—. Hubieras muerto de no ser por eso.
Bufó, irónico.
—¿Y te parece que ahora estamos mejor? Gracias a tu cerebro de alpiste tenemos más problemas que antes.
Bajé la cabeza; en eso tenía razón. Pero no quería permitir que él lo expusiera.
—Sea como sea —intervino Andrew con un tono grave—, ahora debemos pensar en qué hacer.
Seguí la mirada de Andrew para toparme con el gigantesco cuerpo de la hidra. Las palabras de At hicieron eco en mi memoria, cuando me dijo que debía impedir que sus cabezas crecieran, pero ¿cómo evitarlo?
—¿Y si...? ¿Y si cortamos sus cabezas y luego las sellamos? —propuse, ganándome cuatro pares de ojos sobre mí—. Podríamos ponerle algo a sus cuellos para que no se regeneren.
—¿Cómo qué? —preguntó Daymon.
—¡Lo tengo! —exclamó Cailye—. El fuego evita que crezca. Si quemamos sus cuellos justo cuando les cortemos la cabeza no podrá regenerarse.
La miramos atónitos, o al menos Daymon y yo lo hicimos.
—¿Cómo lo sabes? —quise saber.
Se encogió de hombros, con simpleza.
—Fue lo que hizo Hércules.
No se podía discutir con su lógica. Sus palabras me hicieron pensar en que debía leer más acerca del tema o no duraría mucho en ese mundo.
—Hagámoslo —dijo Andrew, a lo que todos asentimos—. Daymon, Cailye y yo las cortaremos; ustedes dos encárguense de sellarla.
Un nuevo rugido por parte de hidra fue la única señal que necesitamos para empezar a movernos. Los Knight y Daymon saltaron al mismo tiempo, dejando a su paso la ventisca producto de la velocidad.
Las flechas de los hermanos cubiertas de luz se volvieron visibles justo antes de que cada una de ellas se incrustara en la coraza de dos de las cabezas de la hidra. Permanecieron ahí por un par de segundos, hasta que el brillo aumentó desbordando luz como cascada y luego atravesaron la carne de la bestia con facilidad. Las dos cabezas cayeron al suelo, mientras los cuellos se removían como lagartijas.
Después vi a Daymon pasar entre las cabezas del cuello que antes corté, con sus dos espadas a lado y lado de su cuerpo para perforar la coraza del monstruo. Pasó entre ellas en un veloz movimiento, igual de rápido que su acción al degollar sus cuellos, con una sonrisa en su rostro que contrastaba muy bien con la situación.
—Ahora —indicó Logan a mi lado en un tono firme.
Sin mirarlo asentí y tomé impulso para saltar. En perfecta sincronía tanto Logan como yo nos elevamos en el aire de nuevo, con nuestras Armas Divinas hacia arriba. Cuando llegamos a la altura deseada, donde los cuatro cuellos sin cabeza de la hidra se movían para tratar de regenerarse, extendimos nuestras Armas Divinas hacia adelante, listos para el conjuro.
Me concentré en mi energía divina, en cómo quería que se manifestarla, me enfoqué en moldearla para al fin que quería, y deposité mis deseos de detenerla. Apreté la empuñadura de mi espada en cuanto un intenso brillo rosa salió de la punta de la hoja, debido a que su fuerza sobrepasaba la mía; batallé para mantenerme firme mientras el brillo verde de la lanza de Logan alcanzaba el mío y se unían para formar un solo rayo de luz. Más tarde, a pocos metros de la hidra, dejaron de ser dos luces de colores para convertirse en un rastro de fuego semejante a una cola que se dirigía a toda velocidad a su objetivo.
Nuestra magia impactó contra la hidra en cuestión de segundos; el fuego se apoderó de sus cuellos y luego del resto de su cuerpo, y cuando cubrió por completo la parte donde ya se estaba empezando a dividir, Logan y yo nos apuramos a terminar el conjuro.
Apreté mi mano como si visualmente pudiera controlar las llamas, y en respuesta el fuego se contrajo sobre sus cuellos. Logan tan solo inclinó la cabeza y poco a poco el fuego se convirtió en roca negra como la de lava, petrificando solamente las cabezas nacientes de la hidra.
La bestia se movió por varios segundos, hasta que dejó de batallar y cayó sobre el pavimento en un gran estruendo, sin moverse en absoluto.
Solté el aire de golpe, como si me quemara los pulmones, y me froté las manos, muerta de frio. Dejé de mirar al monstruo caído, a la viscosidad que aun salía de sus cuellos y al humo que desprendía, y entonces los sonidos de agonía y batalla llegaron a mis oídos como un trueno, al igual que la vista de desolación y destrucción a manos de seres que no deberían existir.
Aterricé después que mis amigos, tambaleante y cansada, y al contemplar sus expresiones supe que pensaban lo mismo que yo, y que además la victoria de vencer a la hidra era opacada por la cantidad de cosas que no estaban en nuestro alcance.
—¿Se encuentran bien? —Sara llegó a nuestro encuentro poco después. Me miró de arriba abajo en busca de alguna herida, pero yo estaba bien, por el contrario, ella...—. No es nada, se curará con el tiempo —añadió al notar mi mirada fija sobre la mordida que tenía en la muñeca izquierda. Se veía grande, tanto que no me imaginaba el tamaño de la cosa que la mordió—. Acabaron con la hidra, es una buena noticia.
Pero no me sentía tan victoriosa.
El bullicio a nuestro alrededor no solo se constituía por gritos y alaridos, golpes y explosiones, también noté las sirenas de las fuerzas armadas, de los policías, de los bomberos, de la autoridad... Sabía que trataban de ayudar, de salvar a la gente, que quienes no huían los enfrentaban, pero eso solo generaba muerte. La gente no sabía cómo tratar con algo que no conocían, ese era su error: luchar sin saber con qué.
Nuestro mundo se estaba desmoronando, entre criaturas de Kamigami y demonios se estaban llevando la vida de la Tierra. Los edificios, o los pocos que seguían en pie, se veían cubiertos por las llamas, y el humo producto de eso cubría la ciudad como bruma. El cielo verde era un mal augurio, esas nubes de tormenta prometían algo peor.
—Buen trabajo. —Escuché que dijo Evan en algún lugar cerca de nosotros, pero estaba muy ocupada con mis pensamientos para escucharlo.
Sí, buen trabajo; sin embargo, nos concentramos tanto en la hidra que no notamos los otros monstruos que había a nuestro alrededor. Gastamos mucho tiempo en derrotar a uno de ellos, pero el lugar estaba plagado de criaturas mitológicas que atormentaban a los humanos.
Ahí supe que por mucho poder que tuviéramos, por mucha voluntad que aplicáramos, no podríamos con tantas cosas, no nosotros solos. Era imposible para nosotros ocho combatir a tantos ciclopes, minotauros, demonios, y harpías.
Aquella realidad me golpeó más fuerte que cualquier golpe que pude haber recibido en medio de todo ese caos apocalíptico. Enterarme de que la motivación, el optimismo, y la buena fe en ocasiones no eran suficientes me entristeció, porque siempre pensé que si lo creía posible lo sería, pero la realidad era más cruda que eso. Andrew tenía razón, las palabras inspiradoras solo sonaban bonito, no ayudaban en nada.
—Debemos irnos, ya vencieron a la hidra, no debemos estar aquí. —La voz de Astra llegó a mi subconsciente de repente, logrando sacarme de mis pensamientos.
Levanté la vista, y la vi a ella y a Evan a pasos de mí, los dos llenos de mugre como Sara y uno que otro rasguño, y con ellos llegó At. No sabía en dónde se había metido desde el comienzo, pero por lo visto estaba con el equipo de Astra ya que venía con ellos. La lechuza se posó en mi hombro, segura de sí, y habló en mi cabeza.
«—Sigues viva, no fue un fracaso si estás bien. Hay batallas que debes abandonar para ganar la guerra, esto es solo una muestra de que organizar prioridades es la diferencia entre cien y miel muertes.»
La ignoré, no quería oír sus filosofías, y me dirigí hacia Astra. De cerca pude notar la cortada que tenía en su mejilla, la cual se estaba regenerando en tiempo real; a los pocos segundos su rostro lucía impecable, sin rastro de ninguna herida.
—¿Esto es así en todo el mundo? —inquirí, con la cabeza llena de pensamientos sobre mi familia—. Nuestras familias... —Imaginarme lo que mis padres estaban pasando, imaginarme a Cody tratando de enfrentarlos... me era imposible sin entrar en pánico o en un paro cardiaco.
—Están a salvo —respondió nuestra mentora, con calma, como si leyera el hilo de mis pensamientos. Su mirada fue firme, su postura igual, como si no quisiera dejar espacio para dudas—. Me aseguré de eso en el hotel. Y no, todavía no se expande. Comienza aquí, por su presencia, aquí se reunieron; con el paso del tiempo se esparcirán por el mundo, es inevitable.
—Esto... ¿Esto va a ser así en todo el mundo? —La voz se me quebró, y retrocedí como si de esa forma me alejara de su respuesta.
La mirada de Sara y Cailye fueron muy parecidas en ese momento, ambas con cierto temor por lo que fuera a salir de la boca de Astra, una más que otra. A contraste que la de los chicos, que dos de ellos permanecían con el ceño fruncido, mientras el pelirrojo y el chico de ojos azules se veían más serios de lo normal.
Astra bajó la cabeza y habló en voz baja, como si quisiera disculparse por algo que ella no tenía nada que ver.
—Lo será, y peor, cada minuto que pasa se hacen más fuertes. Sin dioses en la Tierra ellos harán todo el caos que puedan antes de que todos los dioses regresen. Para ellos es su oportunidad de actuar antes de que Zeus regrese y les ponga orden.
—Y Zeus... los demás dioses, ¿dónde están? —preguntó Sara.
Astra permaneció inmutable.
—En Kamigami. No puedo predecir cuándo llegarán o si lo harán pronto. No puedo decirles que ellos vendrán a ayudarlos o a controlar a las deidades, lo lamento. En un par de horas las deidades cubrirán toda Europa, y para el atardecer llegarán a América. —Me miró, había cierta compasión en sus ojos—. Lo siento, chicos, pero esto solo está empezando.
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