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29. La voz de la razón

All Of Me - John Legend - Cover Acustic

El amor era cálido, dulce, y ameno. Era hermoso, como una flor saliendo de su capullo, o el primer rayo de sol de la mañana, o el canto de un ave. Sublime, perfecto, redondo. El amor te daba fuerza, alegría, motivación, esperanza...

Enamorarse era diferente, era como cortar una rosa esperando que sus espinas no te lastimaran, como entrar a una jaula de leones hambrientos con no más que buenas vibras para no ser devorado. Excitante, interesante, peligroso; sabes que te puede lastimar, pero decides correr el riesgo por la recompensa al final.

Ahora entendía el sentimiento de Cailye, su miedo ahora era mío. Nunca debí arriesgarme a cortar la rosa, nunca debí entrar a la jaula sin protección.

Y ahora lo sentía, ese sentimiento que era una mezcla extraña entre tristeza, desilusión, impotencia, frustración, vergüenza, y anhelo por volver a ese punto donde me equivoqué y remediarlo todo.

En las ocasiones pasadas, cuando estaba enojada con Andrew y no quería verlo ni en pintura, se me hacía fácil evitarlo, y los demás siempre estaban ahí para que volviéramos a hablar. Pero ahora... Ahora era como si se hubiera evaporado. No lo volví a ver desde esa noche, hacía ya dos días, y de igual forma nadie lo mencionada.

Desde entonces permanecí encerrada en la habitación, por temor a topármelo si ponía un pie en el pasillo. Se podía considerar huir, y en definitiva huía de Andrew como una plaga. No tenía valor suficiente para verlo a la cara, no tenía fuerza ni para intentar salir de mi cama, y la sola idea de escuchar lo que diría me generaba un miedo inmenso en mi pecho.

Recordaba la sensación de sus labios todo el tiempo, como una lejana memoria que representaba mi sueño roto. Al menos ese momento, ese instante en que estuvimos tan cerca el uno del otro, perduraría en mi memoria por siempre. Nos besamos, y a pesar de saber que fue un error, atesoraría el recuerdo y la sensación por siempre.

Me debatía internamente entre hablarle o dejar las cosas así, por muy extrañas que fueran, ya que sentía que ambos estaríamos incomodos respecto a eso. Y aunque me hubiera encantado decirle que todo era un malentendido, de alguna forma que ni yo podía pensar, no podía mentirle respecto a eso.

Pero ¿qué podíamos hacer? ¿Qué debía decirle si ni siquiera podía verlo a la cara? Era un desastre, un completo desastre con las relaciones amorosas. Y para colmo, no teníamos idea de dónde estaba Astra aun después de dos noches. No sabíamos cuándo volvería o cuándo nos iríamos del hotel. Estaba varada en un hotel con mi mejor amiga odiándome, un chico que me evitaba como si tuviera viruela, un chico con quien tenía que hablar sobre sus sentimientos, y las otras dos personas ignorando la situación como si todo estuviera igual que siempre.

Las cosas no podían estar más extrañas.

Y por si eso fuera poco, también tenía que hablar con Evan sobre lo que él sentía, no podía solo ignorar algo que le dolió. Pero hacerlo estaba fuera de mis planes hasta que mi ánimo volviera a subir, ahora me encontraba muy confundida con lo de Andrew, y eso sin mencionar la otra lista de problemas, como para pensar en siquiera hablar de ese tema con Evan.

Subí las piernas a la cama y las abracé, estrujándome en mis rodillas como si con eso pudiera esconderme de la tristeza que sentía. Me sentía como un pedazo de idiota por haberme arriesgado con Andrew de esa forma, y me sentía humillada por la forma en que me rechazó, aunque siendo honesta, lo hizo de forma humana.

¿En qué estaba pensando cuando intenté besarlo? Comprendía que él y yo nunca podríamos estar juntos. Más allá de nuestras diferencias y nuestras discusiones, compartíamos un pasado que a ninguno de los dos nos enorgullecía. Además, él ya tenía novia; en coma, internada en un hospital al otro lado del mundo, y con pocas posibilidades de despertar, pero la tenía. Él la amaba, la amaba por haber estado para él cuando se sentía solo, por apoyarlo y entenderlo mejor que nadie; y yo no era nadie para interferir en su relación, aunque ella no pudiera estar con Andrew. Además, sería muy bajo de mi parte intentar arrebatarle el novio a una persona que estaba semimuerta, eso sonaba ridículo y cobarde.

Suspiré. En serio estaba cansada, cansada de todo, de los enredos amorosos, de las discusiones, del misterio, de todo.

Y todavía debía pensar en mi posición en el equipo, lo que le diría a Astra y a Sara para que me perdonaran, de nuevo; en decirles lo que Louis me advirtió... de pronto me entró sueño al pensar en lo complicada que se había convertido mi vida.

—¡Oye, Daymon! —Reconocí de inmediato la voz de Andrew, tan presente y cercana que me estremeció.

Levanté la cabeza de entre mis rodillas y me volví hacia la puerta en cuanto se abrió en medio de un ruidoso estruendo. Contemplé como un manojo nervios y sorpresa cómo Daymon entraba empujando a Andrew, como si se tratara de un padre que intentaba que su hijo aceptara entrar al consultorio médico para que lo inyectaran.

Andrew solo se quejaba y pretendía dar marcha atrás, como si esa habitación fuera un matadero y él una vaca, mientras que Daymon lo obligaba a entrar con todas sus fuerzas. Contuve la respiración al tiempo que mi corazón adquiría un nuevo ritmo; el momento que tanto temía venía directo hacia mí.

—Ya te dije que tienes que entrar —repuso Daymon con dificultad—. No puedes pasarte el tiempo recostado en el pasillo como un acosador, debes entrar y afrontarlo.

No sabía qué me sorprendía más, que Daymon lo pudiera dominar, o que Andrew se haya pasado todo ese tiempo en el pasillo adyacente a mi habitación.

Estando a unos cuantos pasos de la cama, Daymon se detuvo. Andrew se volvió hacia él dispuesto a abrirse camino y salir, pero Daymon habló primero:

—Ninguno de los dos saldrá de aquí hasta que hablen de lo que tengan de hablar. Ambos han estado actuando como un par de idiotas. —Me miró—. Tú por esconderte —Y luego a Andrew—, y tú por huir. Son compañeros, resuélvanlo ya.

Bajé las piernas y lo miré confundida. Sabía que engañar a Daymon era más difícil que controlar los horarios de Astra, pero de todas formas debía intentar aparentar que el tema estaba cerrado mucho antes de abrirse.

—¿A qué te refieres, Daymon? Él y yo no tenemos nada de qué hablar.

Daymon pasó sus amarillos ojos de Andrew a mí en cuanto hablé, y con una sola mirada me indicó que aquello no se lo tragaría. Se veía serio, incluso con el entrecejo levemente fruncido; parecía otra persona.

—Sí que tienen de qué hablar. No pueden seguir en esta situación, a todos nos afecta su problema, a unos más que a otros, pero de igual forma nos concierne. El equipo ya estaba fragmentado antes de lo de Cailye, y si siguen así se romperá antes de conseguir nuestro objetivo. Solucionen sus problemas antes que ellos los devoren, y con ustedes a nosotros.

Andrew y yo nos quedamos viéndolo, atónitos. De todos los que creí que tomaría cartas en el asunto, Daymon sería el último. Su actitud me decía que prefería evitar los problemas, que solo quería tranquilidad, pero ahora veía que debido a su don sentía la responsabilidad de meterse en los problemas de los demás.

El pelirrojo posó su mirada otra vez en mí.

—Habla con Sara, con Evan y con Astra, antes de que nos encontremos con Hermes, luego de eso no tendrás tiempo para estas cosas, Ailyn. Es mejor que soluciones todos tus problemas, y él —Señaló a Andrew con un dedo— encabeza tu lista.

Al menos los dos lo veíamos de esa forma.

—No puedes obligarme a quedarme aquí —espetó Andrew con desafío, ese brillo filoso en sus ojos.

Era obvio que ninguno de los dos quería estar bajo el mismo techo por más de dos minutos, pero él... él parecía suplicar no estar cerca de mí. Eso dolió más.

—¿Quieres apostar? —respondió Daymon.

Pero antes de que Andrew dijera o hiciera algo, él corrió hacia la puerta y la cerró del otro lado, al mismo tiempo que Andrew se golpeaba contra la puerta ya cerrada.

Andrew golpeó la puerta con desesperación e intentó abrirla. No obstante, Daymon ya la había cerrado con magia o estaba sosteniendo la perilla del otro lado para que no pudiera abrirla, ni siquiera estaba segura de cómo lo había hecho, pero nos había encerado.

El chico de ambarino cabello siguió insistiendo, mientras yo me ahogaba en mis silencios. Ninguno dijo nada por casi diez minutos, hasta que comprendí que tenerlo ahí de esa forma era más doloroso que evadirlo.

—¿En serio te molesta tanto estar cerca de mí? ¿Tanto te disgusto?

Los golpes se detuvieron sin más, y luego de tomar aire me miró sobre su hombro.

—Sabes que eso no es cierto.

—No, no lo sé. —Me volví hacia él, y en ese momento nuestras miradas se cruzaron—. Actúas como si fuera a comerte, o peor, a besarte.

Se dio la vuelta completa para encararme, haciéndome comprender que todo ese asunto era para él tan difícil como para mí. No estaba segura de por qué le resultaba tan incómodo, después de todo fui yo la que empezó.

—Respecto a lo que pasó en la torre... —empezó.

—Fue un error —lo corté, suplicando que mi voz resistiera—, un terrible error que cometí. Lamento si te incomodó, perdóname por actuar sin tu consentimiento, no volverá a suceder.

Aunque él también me había besado... Ese no era el punto.

Sus ojos reflejaron ese dolor mudo que noté en ocasiones previas, pero su expresión se mantuvo neutra.

—¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? —quiso saber, en un tono de voz tan bajo que sentí como la poca valentía que reuní se derritió como hielo bajo el sol.

—¿En serio quieres saber por qué hice lo que hice?

—Will, necesito... —Tomó aire, su pecho subió de una forma demasiado hipnotizante. Trataba de no recordar cómo se sentía su cercanía—. Necesito que me digas cómo cambiaste de un momento a otro, ¿por qué un día me odias y al otro me besas? Eres todo un misterio, una gran contradicción, y esto no lo entiendo.

Por primera vez en todos esos meses lo escuché decir que no lo entendía, que algo estaba fuera de su súper capacidad de percepción que lo convertía en un ser a quien no le podía ocultar nada. Ahora, frente a mí, había un chico de mirada penetrante que me pedía una explicación porque no la conocía, no entendía algo; él, a quien nunca se le escapaba ningún detalle. Aunque debía admitir que se veía más humano así, más sencillo, más normal.

Tomé aire, más para adquirir confianza que para hablar. Necesitaba anestesia para lo que iba a decir, o un golpe muy profundo en mi cabeza. Me llené de todo el valor que pude, y recé para no tartamudear. Y aun con todo mi esfuerzo por hablar, no lo pude observar a los ojos cuando comencé:

—¿Por qué? Ni siquiera entiendo muy bien por qué. Cuando te conocí creía que eras la persona más fastidiosa e insoportable que existía. Te odié y te quise golpear tantas veces que perdí la cuenta. Quería que desaparecieras de mi vista porque no soportaba tenerte cerca; siempre con tus burlas y comentarios hirientes... y luego solo me ayudas como si nada, como si todo lo que me dices simplemente no importara. Me has ayudado infinidad de veces, me has salvado la vida y has estado para mí cuando nadie más lo hacía. Empecé a considerarte un verdadero amigo, alguien a quien le podía decir cualquier cosa porque sabía que me diría la verdad. Sin embargo, no fue hasta hace dos días que entendí que lo que sentía por ti no era amistad, era otra cosa.

Bajé más la cabeza, avergonzada de transmitir en palabras mis sentimientos. No le vi la expresión a Andrew en ese momento, estaba muy apenada para hacerlo.

»Cuando lo hice me encontré con sentimientos nuevos, sentí muchas cosas, pero en especial no podía creer que a pesar de todo lo que me habías hecho, me enamoré del Andrew que me ayudaba incondicionalmente, que me protegía y que me hacía sentir como si a pesar de lo imprudente que era en realidad valía la pena. No quería decírtelo, pensaba ignorarlo hasta que dejara de sentirlo porque creía que si te lo decía tomarías mis sentimientos y los tirarías a la basura.

—Yo nunca...

—Y entonces ocurrió lo de Evan —lo corté. Si lo dejaba hablar jamás terminaría de explicarme—, luego lo de Cailye y todo formó una enorme bola de sentimientos errados. Sentía que ignorar el asunto ayudaría en algo, no sé en qué. Pero más tarde, en la torre, actué por impulso, me dejé llevar por mis sentimientos y por eso te besé. No espero nada de ti, Andrew, solo no quiero seguir lastimándome por sentir lo que no debería sentir por ti.

Levanté mi vista unos centímetros, lo suficiente para observar su expresión sin mirarlo a los ojos directamente. Y, como supuse, aquellos ojos cafés no dejaban ver nada. Una fortaleza dentro de una fortaleza. No aparentaba sentir nada, pero sabía que, tras esa mirada de verdugo, se ocultaba un sentimiento que mi razón desconocía.

—¿No piensas decir nada? —pregunté al cabo de un par de minutos.

Hubo un momento de silencio, y en aquellos segundos juraría ver en sus ojos esa expresión que ponían los médicos cuando comunicaban la muerte de un paciente. Mi instinto me dijo que huyera, que cubriera mis oídos, que me lanzara por la ventana; no quería escucharlo, me había preparado para ello, pero aun así no quería oírlo de su boca.

—No hay nada que pueda decirte para hacerte sentir mejor, esa es la verdad —masculló, con un tono apenas audible, y bajó la cabeza para que la sombra de su cabello cubriera sus ojos—. Tienes razón en todo, Will, lo único que te faltó mencionar es el motivo por el cual no te puedo corresponder.

Mi respiración se aceleró, como si de un ataque de asma se tratara, y me obligué a callarme y escucharlo hasta el final. Era mejor si lo oía, si de una vez por todas me hacía a la idea; huir solo alimentaría mi dolor y la esperanza de que su respuesta cambiara.

—Me devolviste el beso —solté, como si alguien hubiera tirado las palabras a través de mi boca.

Casi pude ver el espasmo que recorrió su cuerpo de pies a cabeza, la sorpresa que se asomó en sus ojos. Dejó caer los hombros, por un segundo fue como si una bala hubiera atravesado su barrera impenetrable. Se compuso rápido, su mirada inescrutable me instaló de inmediato.

—Lo sé.

Había algo en la forma en la que lo dijo más que en la elección de palabras, como si dijera algo importante sin decirlo realmente. Sus ojos no dejaban ver nada, pero esas dos palabras...

Lo vi cerrar sus ojos, y de nuevo apretó sus manos en puños. La mueca que se formó en sus labios fue la pista final que me dijo que en serio no debía escuchar eso, pero ya era demasiado tarde para saltar en paracaídas desde la ventana. Intuí que se debatió bastante al escoger sus palabras por la demora que tuvo al hablar.

—Estás confundida. No puedo permanecer atado a ti por algo del pasado que no tiene nada que ver conmigo. La relación de Atenea y Apolo influyó en ti y por eso crees estar enamorada de mí. Todo sobre ellos, los viajes al pasado y las cosas que has oído te nublaron tus sentimientos. Will, tú no estás enamorada de mí.

Su voz sonó gélida, fría, distante, como la voz de la muerte susurrándote tus pecados. Fue aterrador.

Esas palabras, esa razón... no la esperaba ni por asomo. Lo que dijo me llegó al fondo de mi corazón, a un lugar nombrado «sección de Andrew». Toda la valentía que reuní, todo lo que medité sobre lo que sentía, se desvaneció en un parpadeo.

Dejé caer los brazos a un lado de mi cuerpo, consternada y ofendida, casi sin aliento para respirar. El comentario fue tan horrible que gritarle no sería suficiente; ¿cómo podía decirme a mí, la chica que se torturó analizando sus sentimientos a fondo, que lo que sentía no era real, que estaba confundida?

Me había dicho muchas cosas en el pasado, pero eso... eso iba más allá de cualquier insulto. Estaba segura de mis sentimientos, más que nada, y que él me dijera lo contrario fue un insulto no solo para mí, sino para las personas que me ayudaron a entenderlo.

La ira se apoderó de mi cuerpo, como un torrente, colonizando cada órgano de mi sistema. No sabía qué decirle, las palabras se esfumaron en medio de una exhalación, y al mismo tiempo tenía la boca llena de reclamos e insultos esperando salir. Quería explotar, golpearlo hasta que mis manos sangraran. Y, sin embargo, lo único que mi cuerpo hizo, su sola reacción, fue soltarse a llorar.

Las lágrimas salieron de mis ojos tan fácil como lo era respirar, y mi cuerpo entero temblaba de impotencia al ser incapaz de golpearlo o lastimarlo de alguna manera. Porque por mucho que me lastimó con sus palabras, no quería verlo sufrir.

Él permaneció inmutable, quieto, y sin mirarme; era como si esperara la peor reacción de mi parte.

—Puedes decirme todo lo que quieras —pronuncié con enfado luego de encontrar mi propia voz para hablar—, puedes insultarme hasta que te canses, incluso decirme lo mal que me sale todo a cada momento. Pero, escúchame bien, Andrew, jamás vuelvas a decirme que mis sentimientos son falsos, ni que mi amor no me pertenece, porque no te lo permitiré.

Continuó sin moverse. Como un muro, recibiendo cada bala.

»Sé lo que siento, y créeme que no tiene nada que ver con la vida y obra de Atenea. Lamento si no lo quieres creer, o no te interesa aceptarlo, pero no dejaré que me convenzas de que todos los momentos que me pasé torturándome la cabeza por ti fueron falsos. —Fue entonces cuando las lágrimas que se deslizaron por mis mejillas, muestra inequívoca de lo mucho que me dolieron sus palabras, llegaron al suelo creando gotas oscuras en la alfombra—. Eres un idiota y un cobarde.

En ese momento sí me prestó atención, y cuando posó sus ojos en mí éstos se abrieron ligeramente al notar mi llanto, consternado. Abrió la boca para hablar, pero de inmediato la cerró y volvió a su expresión sombría.

Me aparté de él y pasé por su lado para salir de la habitación sin prestarle más atención. Corrí por el pasillo, queriendo dejar ese sentimiento no correspondido en la habitación, pero por desgracia no era tan fácil deshacerse de algo tan agridulce como el enamoramiento.

Caminé sin rumbo por quién sabe cuánto tiempo. Solo caminaba mientras mis pensamientos viajaban cinco veces más rápido que mis piernas. Las personas pasaban por mi lado, pero yo apenas era consciente de su presencia. Había mucha gente ahí, sin embargo, todo parecía lejano, incorpóreo, como si nada de eso estuviera ahí.

¿Cómo se atrevió a insultar mis sentimientos de esa forma, como si no fueran más que una ilusión del pasado? Él no dijo lo mismo con Sara y Daymon, no dijo que lo de ellos fuera falso, entonces, ¿por qué lo de nosotros sí lo era?

Tenía tantas cosas en la cabeza que era como si cada problema hubiera decidido salir a flote, y mi cerebro apenas sí podía con mi corazón como para pensar en otra cosa.

La idea de hablar con Evan me ponía nerviosa. Yo tenía claro mis sentimientos, pero no estaba segura de cuánto sabía él de todo eso. No me sentía emocionalmente preparada para enfrentarlo de esa forma, y quizá nunca lo estaría.

Luego estaba esa idea que había permanecido a flotante en mi cabeza desde que estábamos en Titán y que me negaba a aceptar. Pero que ahora, debido a mi situación actual, estaba empezando a creer que era lo mejor para todos, incluso para mí. Y para eso debía encontrar a Astra.

Debía dejar de pensar en Andrew, en mis sentimientos, y en todo ese rollo emocional para concentrarme en el pez más gordo de la habitación: la misión que no parecía tener fin. Si me detenía a pensar en la información que teníamos, tal vez aprendería a ver más allá de lo que tenía frente a mis ojos.

Recorrí los diferentes pasillos del hotel, pero no había rastro de ninguno de mis amigos, mucho menos de Astra. Solo gente cuyos rostros ni siquiera permanecerían dos segundos en mi memoria.

La charla, o mejor dicho gritos, con Andrew me había abierto los ojos ante lo que yo ya sospechaba. Era duro darse cuenta de mis propios defectos por alguien como Andrew, cuyo concepto de lo correcto era tan privado como sus verdaderos sentimientos; pero eso no quitaba el hecho de que tuviera razón.

Mis pies se detuvieron frente a la entrada de una de las tres cafeterías del lugar, justo cuando capté por mi periferia aquella figura femenina de melena negra que tan familiar me resultaba. Caminé hacia ella, recordando en el trayecto la ilusión en la niebla cuando la tuve en mis brazos semimuerta. Alejé esos pensamientos de mi cabeza y me paré frente ella, a la espera de que notara mi presencia.

Levantó la vista del libro que se encontraba leyendo, justo después de dar un sorbo a su vaso de chocolate humeante. Me observó fijamente, con la ceja enarcada a modo de pregunta, pidiéndome una explicación.

—Busco a Astra —solté sin más—. ¿Sabes dónde está?

—Vaya, ahora sí me necesitas —ironizó con amargura.

Suspiré con pesadez. Sabía que cuando me atreviera a hablarle me diría algo como eso, y a pesar de querer gritarle que ella no era quien para juzgarme, y que no me entendería, opté por decir las cosas como eran, porque al final sí tuve algo de culpa en lo que pasó, pero no como ella creía.

—Sara... no puedes seguir así conmigo, entiende que lo que pasó no fue por afectarlos a ustedes, lo hice pensando en mi familia. —Permaneció con su mirada fija en mí, una que me decía que no era suficiente, así que decidí seguir—. En mi lugar hubieras hecho lo mismo, lo sabes. Tal vez es por eso por lo que no me puedes perdonar por no haberte avisado, lo cual considero como mi única falta, porque sabes que en mi lugar hubieras hecho lo mismo; pero lo hice yo, y hubieras preferido ser tú la que tuvo que pasar por eso en lugar de mí.

—¡Cállate! —golpeó la mesa con su vaso, logrando llamar la mayoría de la atención de los presentes en el lugar—. No sabes cómo me siento, nunca lo has sabido en realidad. Ailyn, toda tu vida la pasaste en la sombra, en la ignorancia, mientras yo me partía la espalda entrenando para que tú estuvieras a salvo. ¡Y mira cómo me pagas! Arriesgando la vida que siempre quise proteger.

Me quedé pasmada, sorprendida de su confesión. Siempre tuve conocimiento de su sentido de madre que actuaba como una hermana mayor sobreprotectora sobre mí, y ahora entendía mejor sus constantes ataques de histeria cuando la situación me implicaba. Quizá, solo quizá, ese era su miedo más grande: perderme.

—Lo siento —mascullé. No se me ocurría nada mejor para corresponder a su confesión—. Nunca tuve en cuenta tus sentimientos. Comprendo tu soledad porque la compartimos, y entiendo tus razones para querer permanecer a mi lado. Pero no puedes protegerme de todo. No puedes vivir tu vida para mí porque olvidarás vivirla para ti. Estaré bien, ya lo verás, todos lo estaremos, por eso necesito hablar con Astra, para solucionar lo que ocasiona nuestros problemas.

Mi amiga todo ese tiempo permaneció atenta a mis palabras, con el entrecejo levemente fruncido, hasta que me miró sorprendida.

—¿De qué hablas?

Sonreí sin gracia y tomé asiento frente a ella, dispuesta a confesarle a mi mejor amiga mis planes en el futuro del equipo.

—Voy a solucionar las cosas para todos, y la única forma de hacerlo es...

—¿Estás segura? —me interrumpió, como si supiera lo que iba a decir—. ¿Es eso lo que quieres hacer? ¿Estarás bien con eso?

—Si para ustedes es mejor así, yo lo acepto. Además, estoy muy confundida como para pensar en una mejor solución.

—Ailyn, no debes tomar decisiones cuando tu corazón está herido o tu mente confundida; nada bueno sale de eso.

Debió decirme eso antes de besar a Andrew, pero claro, estaba muy ocupada odiándome como para darme sus sermones preventivos.

Suspiré, de nuevo.

—No estoy tomando esta decisión a la ligera, lo empecé a considerar luego de la tormenta en Titán.

—¿No tendrá nada que ver con Andrew?

Sí y no.

—No todo lo que me pasa tiene que ver con Andrew —repuse—, es una decisión que tomé sola.

—Ailyn... —presionó.

—Es la verdad, él solo me ayudó a darme cuenta de lo que no vi, entendí lo que me querían decir desde el comienzo. Sara —Tragué saliva—, comprendí en lo que me equivocaba, mi error, mi falla, lo vi y no se me ocurre nada mejor para remediarlo.

Sara estiró su mano y la posó sobre la mía. Ese gesto siempre me ayudaba a levantar, cuando era niña y lloraba la calidez de su mano me reconfortaba lo suficiente. La necesitaba, tanto como ella a mí.

—Ailyn... entiendo cómo te sientes, pero ¿lo pensaste bien?

Negué lentamente con la cabeza.

—No hay nada que pensar, tomé mi decisión. Es lo mejor, incluso para mí.

—Andrew, ¿él qué dice respecto a lo que vas a hacer?

Recordé sus palabras momentos atrás, cuando dijo que mis sentimientos eran una ilusión. Bajé la cabeza por inercia.

—No lo sabe, no se lo consulté. Ni siquiera sé lo que pensaría al respecto, con él nunca sé lo que pasará. No quiero que intente detenerme, porque tengo claro lo que es mejor para ustedes. O al menos espero saberlo.

Sara sonrió. Sonrió como si estuviera viendo un milagro.

—¿En qué momento maduraste tanto? La Ailyn de hace tres meses de seguro hubiera armado un escándalo o hubiera salido corriendo.

—Lo hice mientras salías con Daymon —solté sin pensar.

Su sonrisa se esfumó, dejando en su lugar una expresión más seria. Apartó su mano de la mía y volvió a beber chocolate.

—Supongo que estamos a mano. Te oculté muchas cosas, algunas por accidente y otras a conciencia, pero nunca quise lastimarte. Y tú actúas como si no te importara morir —Había escuchado eso en alguna parte antes—, como si para ti fuera más importante la vida de los demás que la tuya. Eres importante para mí, Ailyn, más que nada, y no quiero que mueras.

Le regalé una mirada cargada de cariño.

—No soy suicida, no moriré por ahora. Quiero vivir, contigo y con los demás, te prometo que jamás pondré en peligro mi vida.

Sus ojos me observaron con tristeza, como si supiera que no podía detener una inundación con no más que una bandeja como escudo.

—Sé que lo harás, Ailyn, no prometas lo que no puedes cumplir. Eres así, es solo que ahora lo demuestras más, pero siempre antepones el bienestar de otros ante el tuyo. Es por eso por lo que es tan difícil cuidarte.

Dejé salir un pequeño suspiro. Toda esa conversación era un círculo vicioso, no importaba cuantas veces se lo explicara, ella seguía sin entender que...

—No puedes protegerme de todo, ni recibir todos los golpes por mí. Tengo que fortalecerme, y no lo conseguiré si sigues interponiéndote entre los peligros de mi vida y yo. Te valoro, Sara, pero en serio, entiende que no ya no soy la niña a la que solías cuidar.

Frunció el entrecejo, gesto que me dio a entender que su actitud sobreprotectora no cambiaría por mucho que se lo dijera.

—Astra está arriba, creo. Eso dijo cuando volvió. La estabas buscando ¿vedad? —Cambió totalmente de tema.

—Sí... ¿Sabes a dónde fue? ¿O porque desaparece siempre?

Los ojos de Sara brillaron, tal vez por el alivio de seguirle la corriente, o porque sabía algo que yo no y eso le divertía.

—No, deberías preguntárselo, ¿no crees?

—Eso haré. —Me levanté de la silla, dispuesta a marcharme a buscar a nuestra mentora—. Piensa en lo que te dije, es la verdad, y como yo debes aceptarla.

—Lo sé —balbuceó antes de tomar otro sorbo de chocolate.

En cuanto abrí la puerta del helipuerto, la única terraza del hotel restringida para los huéspedes y la más alta además, el viento frio golpeó mi rostro con fuerza. Me froté los brazos para tratar de calentarlos ya que no traía sudadera, y busqué algún indicio de la presencia de Astra.

Lo primero que vi fue una bola de luz violeta, pequeña pero brillante, lo suficiente para proyectar su luz en todo el lugar. La esfera de luz reposaba sobre las manos de mi mentora. Eso, junto con el remolino de viento que cubría a la mujer de pies a cabeza, me dieron a entender que el hechizo era poderoso.

Sin embargo, aquello no fue lo que más me llamó la atención, lo que lo hizo fue la ropa que Astra vestía.

Llevaba su capa puesta, y junto a su cabello ambas se movían al ritmo del viento, pero además de eso la mujer de violetas ojos vestía una extraña prenda plateada, semejante a una armadura, pero mucho más ceñida al cuerpo que constaba de una blusa tres cuartos y un pantalón brillante del mismo color. Se veía como si estuviera lista para la guerra.

Me acerqué poco a poco repasando mentalmente una y otra vez lo que iba a decir, y si era lo correcto en realidad. Estaba a punto de ir en contra de miles de años de historia y de tradición, estaba a punto de hacer lo que nunca me creí capaz de hacer debido a los deseos inexplicables nacientes de alguna parte de mi ser.

—¿Qué haces aquí? —quiso saber. Ni siquiera me había dado cuenta en qué momento se percató de mi presencia ya que sus ojos permanecían cerrados—. Deberías estar pensando en lo que hiciste, y en cómo arreglarlo lo antes posible.

La luz en sus manos disminuyó de tamaño y brillo en cuento abrió los ojos y los posó sobre mí. No se veía enojada, como esperé que estuviera, más bien parecía cansada. Además de eso, pude detectar un par de ojeras asomándose en su pálida piel.

—¿Por qué estás vestida así? —Y ahí estaba otra vez, queriendo evitar el tema—. Pareces un héroe de comic. ¿Qué hacías?

Ella no se rio ante mi comentario, se limitó a levantar una ceja y volverse por completo hacia mí para quedar frente a frente. Vestida así, y con esa mirada que irradiaba autoridad, me intimada más de lo usual. Sentía que me golpearía en cualquier momento.

Soltó un suspiro, y el cetro que antes no vi ahora lo compactó en su forma de collar en medio de un débil brillo dorado.

—Estaba preparando unas cosas antes de reunirnos con Hermes. Nos iremos mañana en la tarde, y tenía que dejar lista una protección especial.

—¿Mañana? ¿Tan pronto? No... Creo que es muy rápido.

Cerró los ojos, buscando calma y paciencia en lo más profundo de su conciencia. Sin duda al lugar donde fue le sirvió para bajar sus humos, por lo menos podía hablar con ella sin que me golpeara.

—Ailyn, tenía programado esto desde antes de tu jugarreta con las Amazonas, si ahora no te sientes lista no es mi problema. Te di tiempo suficiente, ya no puedo posponer más las cosas.

—Sí... respecto a eso... Por eso te estaba buscando, necesito decirte algo importante.

Me miró de arriba abajo, expectante a mis palabras. Sin embargo, había algo en aquella mirada que me entristeció, se veía más desprendida, más ajena, como si no le importara lo que hiciera ni lo que tuviera que decir.

El desdén en sus ojos me puso nerviosa, a tal punto de tragarme mis palabras y regresar adentro. Pero si no solucionaba eso ahí, no lo haría nunca.

Tomé aire, y solo solté mis palabras como vomito.

—Renuncio. Renuncio al liderazgo del equipo, y si seguimos vivos para el final de la misión, quiero que me quites mis poderes.

El viento sopló tan fuerte en ese momento que elevó el cabello de Astra y el mío, generando en mis oídos el ruido sordo del aire. Busqué en ella algo que me dijera que me había vuelto loca, que era una cobarde, que solo quería huir, y que era lo más estúpido que esculló de mí.

Y, aun así, se limitó a sostenerme la mirada. Me escaneaba con sus ojos, casi igual que Andrew, como si quisiera entender lo inexplicable. Hasta que luego de varios segundos, frunció levemente el entrecejo y habló.

—Quiero saber qué te llevó a tomar esa decisión.

Parpadeé varias veces, tal vez por los nervios de verla tan aparentemente tranquila, o por su pregunta tan simple.

—¿Te digo que ganas el puesto y tú me preguntas qué me llevó a eso? —repetí, incrédula, pero al ver sus severos ojos clavados en mí supe que era en serio—. Es... Es solo que pensé en lo que me dijiste, todo el tiempo, y analicé lo que nos ha pasado desde que salimos de casa. Todo lo que ha pasado, de una u otra forma, fue por mi culpa, por algo que hice o dije. Y han pasado tantas cosas desde la fiesta en Nueva York que ya no sé qué es lo mejor para el equipo.

»Sé que me lo dijiste, que todos lo hicieron, y que querían que los guiara, pero no sé cómo hacerlo. Pensé en algunas ocasiones que en verdad lo lograría, que dominaría mi magia y que sería una buena líder, pero me di cuenta de que por mucho que quisiera no lo conseguiría en mi estado actual. Muchas veces quise huir, pero por mí, porque no soportaba mi nueva vida; ahora quiero renunciar porque es lo mejor para todos. Te tienen a ti, y no puedo competir con lo que eres.

Permaneció callada por varios segundos, procesando mi revelación, sin cambiar su expresión. Lo estaba analizando, pensando en lo que diría a continuación, y por lo visto mi elección no la sorprendió, pero tampoco la esperaba.

—Eres toda una contradicción andante, ¿lo sabías? —La miré confundida, sin entender a qué se refería, pero ella ya se había puesto a caminar hacia la puerta—. No acepto tu renuncia, no por ahora, cuanto todo termine lo volveremos a hablar, por ahora las cosas seguirán igual.

—Y por «seguirán igual» te refieres a...

En ese momento, por escasos milisegundos, pude ver una sonrisa en sus labios, tan sutil y pequeña que era difícil notarla. ¿En qué pensó Astra durante los dos días que pasó desaparecida? ¿Por qué su actitud era tan serena en un momento así? ¿Acaso habló con alguien que la hizo cambiar de parecer ante mí, o llegó a tal punto que en verdad mis acciones le traían sin cuidado?

—No sé si estás lista, contigo nada es seguro, pero si no lo estás, para eso estoy aquí.

Le sostuve la mirada, confundida. Ya no entendía qué era lo que quería o lo que esperaba.

—Astra... —La llamé. Todo lo que decía me seguía pareciendo extraño, pero había otra cosa que quería decirle—. Cuando estábamos en Salem escuchamos algunas cosas extrañas, y queríamos saber si tú conoces la historia de las Amazonas.

Arrugó la frente, en gesto de preocupación.

—¿Por qué su historia?

—Porque creemos que la responsable de su transformación es la cómplice de Hades.

Como si el viento obedeciera a Astra, cesó. Todo el viento que movía nuestras cabelleras se detuvo de golpe, como si se hubiera paralizado al escuchar la información. Ella no se movió por varios segundos; fue evidente que la idea le quedó dando vueltas en la cabeza.

—La conozco —confirmó en voz baja, más para ella que para mí. No obstante, no dijo nada más al respecto.

Avanzó hacia la puerta, con la capa moviéndose tras su espalda otorgándole un efecto de superhéroe y su cabello desordenado sobre la túnica violeta, sin prestarme más atención.

Me quedé sola en el helipuerto, sin saber en qué idioma hablaba Astra. Algo me seguía dando vueltas en la cabeza, sus constantes ausencias de horas o días me despertaban mi curiosidad, además de la daga que siempre cargaba entre su ropa. Si quería entenderla debía averiguar cosas de ella que no quería decirnos.

Al comienzo creía que no era suficiente para el equipo, desde que estaba en mi casa antes de salir como una loca a buscar el camper, porque no veía más en mí que una humana con poderes que no controlaba y que ni siquiera quería controlar. Aquella suposición se reafirmó en Titán, cuando comprendí lo que Astra hacía por el equipo y yo no. En ese entonces sentía que esa era la única forma de ayudar, que algún minúsculo residuo de Atenea en mí me daba la capacidad de liderar el equipo.

Quería creerlo, necesitaba creer que podía ser algo más que la nueva e inexperta diosa reencarnada que a duras penas sabía manejar su espada. Necesitaba creer que sí podría proteger a mis amigos.

Pero solo me estaba engañando a mí misma, porque por mucho que quisiera encabezar los Dioses Guardianes, o tan siquiera pertenecer a ellos por mis amigos, no podía. Era diferente a ellos, mis acciones tarde o temprano les constarían la vida.

Y no sabía qué me dolía más, que ellos tuvieran razón al ver lo que yo no vi, o que entendí a qué se referían luego de tanto tiempo. Pude haber cambiado muchas cosas si hubiera adquirido visión, como decía Astra, pero no lo hice, y por eso tuvimos que pasar por tantos obstáculos.

«—Tienes razón, todo lo que ha pasado ha sido culpa tuya. Alargaste una misión de días a meses, felicidades —dijo la voz de mi cabeza cargada de sarcasmo.»

Por suerte estaba sola en el helipuerto, porque de lo contrario creerían que estaba loca con lo que estaba a punto de hacer.

—¿Quién eres? ¿Por qué nunca me respondes cuando te lo pregunto? Ya estoy harta de creer que me enloquecí, no necesito más misterios en mi vida, y te agradecería que me explicaras si eres real o si solo eres mi imaginación.

Hubo un momento de silencio.

«—Solo cuando una persona toca fondo encuentra la voluntad para cambiar y seguir adelante. Y tú estás en el borde del precipicio, cada vez más cerca de caerte.»

Suspiré. Las metáforas se me daban fatal.

—¿Me lo puedes traducir? —pedí.

«—Como estás ahora eres susceptible al quiebre, aquello que los humanos llaman limite. No creí que me necesitaras más de lo que te ayudaba, pero requieres de mi ayuda más que antes. Y no sé qué pensar al respecto.»

Tragué saliva, nerviosa, y noté que esa era la primera vez que me hablaba tanto.

—¿Quién eres? ¿Cómo llegaste a mi cabeza?

De nuevo silencio. Era como si la voz no estuviera segura de seguir hablando, o no pudiera.

«—Si quieres saberlo di mi nombre. Sabes quién soy, siempre lo has sabido. Fuiste tú la que me llamó. Haz memoria y si lo haces lo entenderás.»

Traté de rebobinar mi mente hasta el primer momento en que escuché la voz, que fue en la exhibición de Ciencias Naturales de la secundaria de Cody. Pero esa voz, ese timbre, lo había escuchado antes en algún lugar, y aun así el recuerdo era vago.

—No sé... Todavía no sé quién eres.

«—Por mi muerte tú estás viva. Por mi voluntad de hierro tú tienes un futuro. Yo, niña, soy la energía que mueve todo tu mundo.»

La verdad me golpeó con fuerza sin ninguna piedad. Imposible. Que ella estuviera en mi cabeza era física y espiritualmente imposible...

Sacudí mi cabeza para tratar de despejarme, y abrí los ojos de par en par al encontrarle relación a la voz de mi cabeza con la voz de aquella diosa en el pasado. Sus formas de hablar, sus expresiones, era ella, era...

—Eres Atenea —musité—, la original.

Solo bastó decirlo en voz alta para que la energía divina se moviera a mi alrededor. Un brillo intenso, dorado, apareció frente a mis ojos como si acabara de desbloquear un nuevo poder, solo que esta vez supe que aquella magia no me pertenecía. La luz flotaba, como un pequeño sol, a un metro de mí. Mi cabeza dolió por un instante, como si me hubiera dado un golpe muy fuerte.

Me cubrí los ojos con los antebrazos, buscando protección ante la luz cegadora que apareció de la nada, y traté de retroceder un paso, pero mi cuerpo no me obedeció.

Poco a poco el brillo disminuyó, formando la silueta de un ave a mitad de la luz. Primero vi las plumas de tonos otoñales cayendo a mi alrededor, como el mensaje de un ángel, eso me animó a despejar mi vista y buscarle nombre a lo que mis ojos veían.

Me quedé sin aire en cuanto mi atención cayó sobre una hermosa lechuza de plumas otoñales y cabeza en forma de corazón volando frente a mis ojos. Algo se atascó en mi garganta cuando vi los contrastes entre la luz y sus plumas, en cómo el sol parecía recibirla con un abrazo casi alabador.

Se veía majestuosa e imponente, como un ángel de los que aparecían en las pinturas. Desbordaba seguridad, elegancia y perfección. Por un segundo se sintió como si el mundo se detuviera para darle la bienvenida, para arrodillarse ante ella. Incluso, por un breve instante, mi cuerpo se estremeció de una forma tan intensa que llegué a sentir la necesidad de hacer lo mismo. Demasiado bella para ser real, demasiado imponente para existir.

Sus oscuros y redondos ojos negros se posaron en mí mientras con su batir de alas se mantenía al mismo nivel que mi cabeza. Me miraba con suficiencia, como si supiera muy bien que estaba por encima de cualquier mortal, incluyéndome. Traté de recuperar el aliento, pero permanecer bajo su escrutinio lo hacía imposible. Me desmoronaba, podía sentir cómo su mirada me obligaba a mostrarle el respeto que merecía.

Mis piernas temblaron, pero conseguí mantenerme de pie. Era un ave, era una lechuza; aunque me mirara de esa forma, aunque sus plumas parecieran de los ángeles, aunque fuera quien fuera, nunca me arrodillaría ante la deidad responsable de todas mis desgracias.

«—Lo soy —respondió la voz de mi cabeza, solo que esta vez el sonido no provenía de mi mente sino del interior de la lechuza. Hablaba, el ave me hablaba sin siquiera mover el pico—. Soy lo que queda de la Atenea original. Mis aliados me decían At, puedes usar ese nombre si gustas.»

Parpadeé, asombrada y casi que en shock, pero no estaba segura si era por el hecho de que Atenea estuviera en el mismo plano que yo, o porque la lechuza que tenía frente a mí no solo había aparecido de la nada, sino que también podía hablar.

Definitivamente cuando creía que nada podía ser más extraño, la vida se burlaba en mi cara poniendo ante mí una situación que a muchos enloquecería.

Tomé aire, logré recuperar parte de mi voz.

—¿Q-Qué? ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo es que estás aquí...? Oh por los dioses, estoy alucinando, ¿verdad? Tengo mucho estrés acumulado, y tú eres la personificación de mi estrés.

La lechuza, o mejor dicho At, se posó en el barandal metálico del helipuerto. No despegó sus ojos de mí, ni cambió su expresión al verme; al menos sabía que no tenía sentido del humor.

«—Es ofensivo que me consideres tu estrés, niña, o una alucinación. Tu mente no sería capaz de imaginar algo como yo ni con miles de años de entrenamiento.»

—Entonces... ¿Eres real? ¿Cómo? Es imposible que tú estés aquí. Estás muerta.

Su entrecejo se frunció levemente, lo suficiente para saber que quizá hablaba muy a la ligera. Sí, estaba muerta y la situación era de lo más extraña, pero no tenía por qué ser tan directa.

«—En cuerpo sí, pero una parte de mi conciencia permaneció intacta en tu memoria en cuanto te toqué cuando viajaste al pasado, ¿lo recuerdas? —Asentí, todavía confundida—. Una copia de seguridad, si así es más fácil entenderlo. Con el tiempo y tu aumento de energía divina pude salir, pero gracias a tu insignificante desempeño como sucesora, ese cuerpo fue todo lo que pude conseguir.»

Movió sus hermosas alas para enfatizar su punto, dando a entender que despreciaba su nuevo aspecto.

Mi mente trataba de procesar lo que acaba de escuchar. Era una de las cosas más alocadas que me habían pasado los últimos meses, y lo más alarmante era que me estaba acostumbrando a esa clase de extrañeces.

—Pero... ¿Por qué lo hiciste?

Continuaba con su expresión seria, e incluso detecté la exasperación al saber que yo todavía no entendía lo que ocurría.

«—¿Que por qué lo hice? Porque no confío en ti. Eres un desastre, lo supe cuando te vi en el pasado. No podía permitir que alguien que no medía las consecuencias de viajar en el tiempo fuera la protectora de la Luz de la Esperanza en el futuro. Y de no ser por mí hace mucho habrías muerto. No sabes nada, Ailyn, por eso entendí que me necesitabas para salvaguardar el legado de Atenea.»

Llegué a un punto en mi vida, en esos meses, que comentarios como esos ya no me afectaban. Era insultante, claro, y mucho más viviendo de ella, pero tampoco estaba tan errada.

—Aun así... Se supone que cuando una persona se encuentra con su yo pasado ocurren desgracias y el flujo del tiempo se rompe. No deberíamos estar juntas, el mundo colapsaría.

Bajó la cabeza al tiempo que el sonido de un suspiro se hizo presente en el ambiente, y cerró los ojos por un momento.

«—No creas todo lo que te digan, la mayoría de esas cosas fueron inventadas por los dioses para limitar a los humanos. Además, Krono me dio permiso. No soy tu yo del pasado, soy una parte de tu conciencia... —Se calló al observar mi expresión de confusión, que confirmaba que no entendía de lo que hablaba—. Te lo pondré fácil: Imagina a Atenea dividida en cuatro partes, no literalmente, sino en esencia; una de esas partes murió con ella para siempre, dos de ellas eres tú, y la restante soy yo.

«—Se supone que cuando un dios muere solo lo hace la mitad de su ser, pero Atenea decidió que una fracción de la parte que no regresaría permaneciera contigo para ayudarte, por eso estoy aquí. Es por esa razón que las reencarnaciones son diferentes a los dioses originales, porque para reemplazar la parte que no regresaría se usa la personalidad única de la persona. Ambas somos Atenea, pero al mismo tiempo ninguna lo es.»

Con todo lo que dijo en mi cabeza me imaginé escenas muy extrañas y escalofriantes, pero entendía su explicación. Sin embargo, si me ponía a pensar en eso terminaría con un nudo en mi cabeza. Por lo que decidí confiar en su explicación.

—¿Y planeas quedarte conmigo solo así? Creo que es una mala idea...

«—Te dije que está bien —repuso, impaciente—. Mientras los sentimientos no vuelvan todo estará bien.»

—Espera, ¿qué?

Podría jurar que rodó los ojos en señal de impaciencia. Pero tan solo permaneció inmutable, con sus ojos como jurados clavados en mi voluntad.

«—Se supone que ella debió explicarlo, torpe Hebe —susurró, y luego añadió en voz alta—. Poder, juicio, recuerdos y sentimientos. Así se divide la esencia de un dios. Tú tienes las dos primeras, y yo represento sus recuerdos. Las cuatro partes no pueden estar presentes en un mismo tiempo luego de su fallecimiento, si sucede la naturaleza exigirá orden. Es imposible para ti poseer completamente sus recuerdos más allá de vagos momentos, al igual que jamás tendrás los sentimientos de Atenea. Pero los recuerdos y sentimientos están ligados, si yo los recupero... no podré seguir a tu lado.»

Entonces eso significaba que mis sentimientos eran solo míos, no de Atenea. Lo que sentía por Andrew era legítimo, era real. Igual que la relación de Sara y Daymon. Éramos nosotros, nuestros sentimientos, de nadie más.

No era que no estuviera segura de lo que sentía, era solo que quería demostrarle a Andrew que estaba equivocado y que no era razón suficiente para rechazarme. Aceptaba cualquier excusa de su parte, excepto decir que lo que sentía era un espejismo de lo que fui.

—Sigo creyendo que es mala idea tenerte cerca.

Aceptarla en mi vida era aceptar la vida de Atenea, sus recuerdos y las decisiones que tomó, y aun no quería conocerla de esa forma. Todo respecto a Atenea siempre me generaba cierto rechazo, no podía dejar de pensar que tuvo la culpa de todo desde el comienzo.

«—No es tu decisión, así que no importa si lo quieres o no. Llegué para quedarme, y no me iré hasta estar segura de que puedo dejar a los Dioses Guardianes, la responsabilidad de proteger el mundo, y la Luz de la Esperanza, en buenas manos.»

Perfecto, una persona más que no creía en mí.

Suspiré, cansada. Tenerla cerca significaba un nuevo problema, en más de un sentido. Además de representar un constante recuerdo de todos los problemas que ser su reencarnación me trajo.

—¿Cómo le voy a explicar esto a los demás? Se van a enloquecer, no es el mejor momento para venirles con una noticia de estas, cambiaría por completo mis planes.

Hubo un momento de silencio, en el que noté que estaba pensando en algo que yo no me alcanzaba a imaginar. Mis amigos me harían preguntas, y por mucho que me esforzara en ocultarla ellos tarde o temprano me descubrirían. Era inevitable. Y tenía la sospecha de que At se iba a hacer notar por razones equivocadas.

«—Solo diles que te encontraste una lechuza, te creerán, puede que hagan preguntas, pero tú solo diles que soy tu... —noté el asco y vergüenza en su voz, mientras se removía en su lugar intentando quitarse un mal sabor de boca— tu mascota. Es increíble que haya llegado tan lejos por esto, ya no tengo orgullo.»

De hecho, tenía orgullo por dos.

—¿Mentirles? ¿Sabes lo que me harán si descubren la verdad? Me comerán viva. No puedo decirles eso.

«—Es tu elección; si quieres más problemas de los que tienes no tengo objeción. Si sabes lo que dices no te descubrirán; puedo actuar como ave si eso es lo que te preocupa. De todas formas, solo puedo hablar contigo, así que nadie me va a oír.»

—¿Qué? ¿A qué te refieres cuando dices que solo puedes hablar conmigo?

Abrió sus magníficas alas cafés y voló hacia mí. La elegancia de sus movimientos me hizo pensar que no era la primera vez que asumía forma de ave, o quizá hacía parte de sus rasgos innatos. Se posó en mi hombro con confianza, obligándome a levantar la cabeza para verla a los ojos.

«—Somos parte de una misma diosa, nadie más que tú me podrá escuchar a menos que tú lo decidas así. Es una medida que tomó Krono para evitar problemas. A los ojos de los demás soy una simple, pero en efecto perfecta, ave. —Qué bueno que era humilde—. Solo ocuparte de no hablar de más y estaremos bien.»

Lo medité por un momento, tratando de sacarle provecho a la situación. Ella era Atenea, o al menos sus recuerdos, eso debía ayudarme en algo si lo necesitaba. De esa forma evitaría cometer todos los errores que ella y los Dioses Guardianes cometieron, equivocaciones que a consecuencia de ellas ganaron muchos enemigos. Con At ahí yo misma podría mejorar el tiempo suficiente para renunciar a mis poderes.

—De acuerdo.

La gente del hotel me miraba raro mientras caminaba por los pasillos rumbo a mi habitación, debido a la llamativa mascota posada en mi hombro. Parecía más una decoración que un ser vivo, pero aun así llamaba la atención como faro. Solo esperaba que no hubiera política contra ese tipo de animales.

En cuento abrí la puerta de la habitación que compartía con las chicas, un nudo se instauró en mi garganta al observar a todos mis amigos allí reunidos. La última vez que los vi juntos fue cuando llegué de mi casa, y las cosas no terminaron bien, así que verlos todos ahí no me dio buena espina.

Los hermanos se encontraban parados cerca de la ventana, hablando con Daymon, pero en realidad Cailye era la que hablaba con él ya que Andrew apenas parecía conectado con ellos. Por el contrario, Sara y Evan estaban al otro lado de la habitación, ambos con el ceño fruncido. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue que Astra no estaba por ningún lado.

—¿Pasó algo? —inquirí. En ese momento todas las miradas cayeron sobre mí, o mejor dicho sobre mi nueva... ¿amiga?—. ¿Dónde está Astra?

—Te estábamos esperando —explicó Sara alejándose de Evan para acercarse a mí—. ¿Qué haces con una lechuza?

Esa pregunta era critica, si lograba responder sin vacilar podría mantener esa farsa con más seguridad.

—Es... mi mascota. La encontré en el helipuerto y quise quedármela, no podía dejarla sola.

Ajá, eso ni yo me lo creía. ¿Quién en su sano juicio adoptaba una lechuza solo porque sí? ¡Ni siquiera eran mascotas! Era fauna silvestre.

—¿Quedarte a una lechuza? —repitió, incrédula— ¿Es enserio? ¿En un momento como este? No me molesta que quieras una mascota, ¿pero no te parece que no es ni el momento ni el lugar?

—No le ocurrirá nada, lo prometo, yo me haré cargo de ella.

Cailye se apartó de la ventana como un rayo para dirigirse a mí. El brillo en sus ojos me dijo que se sentía emocionada por el ave, más que eso parecía querer estrujarla en sus brazos. Era imperativa en lo que animales concernía, tal vez debido a su conexión con los animales como Artemisa.

—No es una lechuza cualquiera —espetó sin despegar sus grandes ojos cafés de At—. Es una Tyto Alba, o lechuza blanca; es la primera vez que veo una de cerca, solían haber algunas en nuestra antigua casa, pero jamás pude tocar una. —Posó su mirada suplicante en mí—. ¿Puedo tocarla?

«Si quieres que te arranque un dedo» pensé.

—Es arisca, cuando se familiarice con ustedes podrás hacerlo.

La sonrisa de la rubia se esfumó, pero entendió que era un animal salvaje y era mejor mantener las distancias para evitar que se fuera. O eso creía ella. La verdad era que a At no le gustaba ser considerada como lo que se veía, imaginaba que debía ser un duro golpe para su orgullo. Debía admitir, pese a todo, que aquello me generaba cierta gracia y una pizca de satisfacción.

—Sigo pensando que es mala idea —reiteró mi amiga de negro cabello, mirando con los ojos entreabiertos al ave en mi hombro. Desconfiaba de ella—. Iremos a una batalla, Ailyn, no de paseo. No es lugar para un ave, además de que puede salir herida sería una distracción e incluso un estorbo.

Tuve que sostener a At de su blanco cuerpo emplumado para que no fuera directo a picotear a Sara por su comentario. Sara levantó una ceja a lo que yo reí con nervios mientras apaciguaba a mi antigua yo.

—Calma, At, no queremos problemas, ¿verdad? —le dije en tono de advertencia.

Ella se detuvo y se volvió a acomodar en mi hombro con aires de superioridad. No entendía cómo un animal, por más sobrenatural que fuera, pudiera desprender tanto desdén y arrogancia. Era increíble, y un insulto para las aves del mundo.

—¿Le pusiste At? —preguntó Evan con curiosidad en sus ojos— ¿Es broma?

No obtuvo más respuesta de mi parte además de una sonrisa torcida que trataba de explicar que sí, que era una broma. Cuando en realidad era una jugarreta muy cruel del destino.

—¿Está bien tu emplumada amiga? —preguntó Daymon con diversión y una sonrisa de oreja a oreja—. Parece que tiene problemas de conducta.

En cuanto At lo vio acercándose a ella, decidió salir volando y posarse en la cama en señal de rebeldía para que nadie la tocara. Luego rascó bajo su ala para dar más énfasis en eso de ser ave.

Enfoqué mis ojos en Daymon, frente a mí, y en cuanto detallé bien esa sonrisa en su rostro supe que no había pensado en él. Era Daymon, con un don que le permitía ver a través de las mentiras de los demás, y estaba a unos pasos de mí... Mi cara se desfiguró al entender que quizá él ya sabía que no era una lechuza; por suerte él no se tomaba esas cosas en serio. Tenía que conservar la calma, si Cailye olía mi nerviosismo me haría preguntas que no podía responder; gracias a los dioses se le pasaban ciertos detalles por alto.

—Sí, es solo que es un poco esquiva. —Sonreí, la sonrisa más falsa de mi vida.

—Creo que a Astra no le va a importar si te quedas con ella, si no interfiere no habrá problema —apoyó Evan mientras sonreía con gentileza; sin embargo, no pude evitar preguntarme si esa sonrisa era falsa o verdadera—. Lo importante es que debemos hablar. Astra dejó instrucciones antes de irse.

Y con esas sencillas palabras captó la atención de todos los presentes, excepto la de Andrew, que desde que entré apartó la vista hacia la ciudad. No quería verme, todavía huía de mis sentimientos hacia él. Entender aquello me generó una punzada en mi pecho, más de ira que de tristeza.

—¿A dónde fue? ¿Dijo cuándo regresará? ¿Mencionó algo importante? —interrogué.

El chico de ojos azules volvió a sonreír para que me relajara y dejara de preguntar tanto, cosa que obedecí quedándome callada y escuchando lo que tenía que decir. Se veía normal, pero él siempre se veía tranquilo, por lo que detectar sus cambios de ánimo no era tarea fácil. En especial para mí. De seguro Cailye sabría interpretarlo mejor que yo.

—Salió hace una hora y dijo que regresaría mañana en la mañana. Tenía cosas que hacer entes de la tarde de mañana, entre ellas mencionó a las Amazonas. —Ahora Andrew sí se volvió hacia él, tan impactado como yo de lo que acabamos de escuchar—. Creo que tiene algo que ver con algo que le dijo Ailyn, pero no dio muchos detalles al respecto, solo dejó claro que cuando llegara tendríamos que hablar sobre lo que les pasó a los dos en Salem.

—¿No mencionó algo más respecto a las Amazonas? —aventuré.

Evan negó con la cabeza.

—Dijo que hablaríamos cuando volviera, y mientras tanto ordenó que nos preparáramos. Mañana en la tarde nos reuniremos con Hermes, por lo que debemos descansar hoy y no usar nuestra energía divina. También debemos vigilar a Ailyn, por su decisión cree que no es bueno dejarla sola.

Un nerviosismo familiar recorrió mi cuerpo, encendiendo mis mejillas y obligándome a apartar la mirada hacia el suelo. Con lo que pasó con At no pensé en cómo comunicarles a mis amigos lo que le dije a Astra respecto a mi lugar en el equipo.

—¿Qué decisión? —quiso saber Cailye.

Tomé aire, y reuní valor para decir lo que decidí y soportar sus comentarios al respecto. De algo estaba segura: se iban a molestar por no consultarlo con nadie.

—Le dije a Astra que no quiero ser la líder, y que cuando todo terminara me quite los poderes de diosa. No sé si puede hacer lo segundo, pero me aferro a la posibilidad.

Cerré los ojos, esperando pacientemente a escuchar los gritos y reclamos de mis amigos por tratar de huir, de nuevo, a pesar de todo lo que había pasado.

No obstante, esos gritos nunca llegaron. Abrí los ojos lentamente, temerosa de toparme con la desaprobación en los rostros de mis amigos.

Sin embargo, me sorprendí a mí misma al comprobar que no pasó nada de eso, ya que sobre mí había cuatro miradas que desbordaban lo que fuera menos decepción o enfado. Y luego estaba Andrew, el único con el ceño fruncido en el lugar.

—¿No les molesta? —me animé a preguntar al cabo de unos segundos de silencio en los cuales parecían analizar mis palabras.

Cailye, al igual que Evan, sonrieron tiernamente.

—Fue tu decisión, Ailyn —dijo él en voz suave—, lo único que podemos hacer si ya la tomaste es respetarla.

Andrew frunció más el entrecejo.

—Creo que en tu lugar hubiera hecho lo mismo —comentó Cailye con una pequeña sonrisa—. Es demasiada presión para un humano. Nadie debería obligarte a tomar un cargo que no quiere.

De nuevo, Andrew remarcó el ceño en su frente.

—Pensé que me iban a regañar. —Solté el aire acumulado en mis pulmones, junto con el peso de mis hombros que desapareció.

—Al menos así estarás a salvo. No ha sido fácil para ninguno, pero para ti lo fue menos debido al poco tiempo que tuviste para asimilarlo todo. —Sara medio sonrió. Había algo en sus ojos, un brillito nervioso—. Era cuestión de tiempo para que la responsabilidad te consumiera, es mejor así. Te dije que si algún día querías dar vuelta atrás y regresar a casa yo sería la primera en apoyarte.

Entonces Andrew se alejó de la ventana de repente, pero con pisadas tan marcadas que ganó la atención de todos los presentes. Parecía una fuerza de la naturaleza moviéndose.

—Oh, vaya —masculló Daymon con una sonrisa divertida en sus labios, reprimiendo una risa.

Me quedé lívida, inmóvil, quizá por el aire frio que parecía emanar el cuerpo del chico de ambarino cabello, o porque su mirada cargada de furia apuntaba directamente a mis ojos, intimidándome de sobremanera hasta el punto de que mi respiración se vio interrumpida.

No dijo nada hasta que pasó por mi lado, cuando lo hizo habló en un susurro apenas audible que nadie más que yo alcancé a oír.

—Te llamaron cobarde, irresponsable, y débil. Si crees que esto es lo correcto, replantéate el significado de esa palabra.

Y salió de la habitación, dejando a su paso un par de miradas confundidas, una sonrisa de gato, a su hermana con los ojos bien abiertos, y a mí... a mí solo me entristeció sus palabras, pero ni siquiera sabía por qué. Solo sentí que por un segundo alguien me había apuñalado el corazón.

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