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28.2. Sentimientos cruzados

Photograph - Ed Sheeran - Cover Acustic

Poco después de cerrar el tema de los intereses amorosos de Cailye, se acabaron las galletas que mi amiga tenía de reserva en uno de los cajones. Así que como su estómago siempre pedía dulce, decidió ir a buscar más a la cafetería.

Mientras esperaba a la rubia, seguí recostada a la ventana viendo llover, con mi cabeza debatiéndose entre pensar en los problemas del equipo o en las profecías de las brujas.

No quería pensar en ello, me ponía nerviosa. Prefería almacenarlo hasta que los demás decidieran perdonarme.

Y luego estaba lo de Cailye. Entendía cómo se sentía, no quería arriesgar su amistad con Evan por un amor oculto con la posibilidad de ser rechazada. Pero al mismo tiempo, intuía que no quería seguir en la misma situación, de lo contrario no me lo hubiera contado por mucha presión que le impusiera.

El sonido de la puerta captó mi atención, tres toques para ser exacta, y luego su voz penetró la puerta de madera, tomándome por completa sorpresa.

—Soy yo, Ailyn, ¿puedo entrar? —Se trataba de Evan, qué coincidencia.

¿Qué quería ahora si me había ignorado completamente cuando llegué? Se suponía que ninguno quería hablarme, que estaban enojados conmigo y ni siquiera escucharían lo que tenía que decirles, entonces, ¿qué hacía él ahí?

—Claro, pasa.

Abrió la puerta, y luego de ingresar al cuarto examinó la estancia de rincón a rincón, como si se asegurara de que nadie estuviera ahí. Sus ojos azules como el océano se centraron en mí, y a pesar de sonreír con ternura y gentileza, aquella sonrisa no llegaba a sus ojos.

Realmente estaba confundida.

—¿Por qué estás aquí, Evan? —quise saber.

Se acercó unos pasos, y al estar más cerca de mí pude observar mejor su expresión. Lo que antes trató de ocultar era tristeza. Evan... se sentía triste. Tal vez el clima sí se debía a eso en esa ocasión.

—Quería hablar contigo, Andrew me contó lo que vivieron en Salem, así que quería preguntarte si estabas bien. Todo lo que pasaron... —Tomó aire— solo quería saber cómo te encuentras.

—¿Que si estoy bien? —repetí—. Evan, por si no te has dado cuenta, mi situación actual no es la mejor. Ni siquiera... ni siquiera quiero pensar en eso ahora.

Se tomó un momento para hablar.

—¿Se los dirás a los demás, lo que las Amazonas les dijeron? —Me miró con total atención, pendiente de cada movimiento.

Me encogí en la silla y desvié la mirada hacia la ventada de nuevo. Considerando que por «demás» se refería a Sara y Astra, las únicas que no lo sabían ya que incluso Daymon debía de sospecharlo.

—Claro, supongo. ¿Qué piensas al respecto?

Se encogió de hombros.

—Me reservo mi opinión para después. —Un rayo de pesar cruzó su rostro, tan rápido e imperceptible que dudé que fuera así. ¿Por qué estaba tan decaído, él, que nunca se derrumbaba?—. Estaba preocupado por ti, bastante. ¿Por qué no nos lo dijiste? Pudimos haberte entendido, ayudado, no tendrías por qué haber ido sola.

—No fui sola, fui con Andrew —espeté—. Y lo sé, pero ya no importa, no puedo cambiar el pasado.

Un brillo conocido se ubicó en sus ojos, un brillo que había visto en ocasiones anteriores que por lo general iba acompañado por esa mirada que me ponía nerviosa. Una mirada de cariño y ternura, como si yo fuera la respuesta a todo o algo sumamente raro.

—Es verdad, es solo que estaba preocupado de que tuvieras solo a Andrew como refuerzo, es un poco... desprendido. —Caminó unos pasos hacia mí, y bajó en volumen de su voz cuando volvió a hablar—. ¿Te puedo hacer una pregunta un tanto rara? Hay algo que me gustaría decirte antes de encontrarnos con Hermes.

—¿Qué cosa?

—¿Qué sientes por Andrew? —soltó sin más, como una bomba, sin meditar las palabras, solo lo dijo como si se decidiera de un peso extra.

Si no hubiera estado sentada, sin duda mis piernas me hubieran traicionado. No encontraba la pregunta rara, la encontraba desubicada, absurda, y carente de sentido. Todos sabían el tipo de relación que tenía con Andrew, él era mi némesis, mi destrucción, y quizá la persona que más me odiaba; entonces, ¿por qué de repente Evan preguntó algo como eso?

Miré a Evan en busca de... ni siquiera sabía qué buscaba en su rostro, una muestra de qué, una pista que me dijera qué. Solo vi en él tristeza pasiva, una que trataba de retener.

—No sé por qué me haces esa pregunta.

Él sostuvo su mirada en mí, en busca de una pista que le indicara quién sabe qué.

—Esa no es una respuesta. Te pregunté lo que sientes por Andrew, te pido por favor que no trates de evadir la pregunta.

—No estoy evadiendo la pregunta. —Alejé mi mirada de él, enfocándome en las gotas de lluvia que parecían aumentar—. Solo quiero saber por qué te interesa.

Frunció levemente el entrecejo.

—¿Estás enamorada de él?

Fue como si una aguja se me clavara en el corazón y que tan solo durara unos milisegundos de dolor. Los latidos de mi corazón aumentaron, y con ellos mi presión sanguínea. Me sentía tan nerviosa que era como si fuera una sospechosa de homicidio y fuera culpable. Pero... ¿culpable de qué?

Sin embargo, aquella sola y simple pregunta me conmocionó más de lo que creí posible. No le encontraba sentido, pero por la seriedad que reflejaba el rostro de Evan creí respetuoso responderle.

Por primera vez desde que conocí a Andrew me planteé aquella absurda hipótesis. ¿Estaba enamorada de Andrew? ¿Qué sentía por él? ¿Desprecio? ¿Amistad? ¿Amor? ¿Odio? ¿Cómo era posible que una pregunta tan aparentemente fácil me resultara imposible de responder?

Lo más extraño era que no lo sabía. No sabía qué sentía por Andrew, no sabía si lo que sentía hacia él era un enamoramiento o lo que se siente cuando se quiere matar a un chico que te cae mal. Lo odiaba, en muchas ocasiones quise matarlo a golpes, y él a mí, entonces... ¿por qué no podía responder?

—No lo sé. Nunca... lo había pensado.

Si bien no podía decir que sí, tampoco podía decir que no. No sabía ni siquiera lo que eso conllevaba. Enamorarse de alguien, considerar a esa persona más importante y valiosa que tú mismo, preocuparte por su bienestar más que por el tuyo... no estaba lista para analizar mis sentimientos hacia él.

El oscuro cabello de Evan cubrió sus ojos mediante una sombra en cuanto un rayo apareció de la nada, provocando el titilar de las lámparas de la habitación. El sonido llegó después, tan fuerte y abrupto que me provocó un pequeño brinco. Afuera empezó a llover con más intensidad, logrando un efecto casi terrorífico en medio de tanto gris y tormenta.

Entonces, levantó la cabeza justo cuando más rayos se hicieron presentes. Las luces solo me permitieron ver un brillo vidrioso en sus ojos, pero fue tan rápido que no podía estar segura. Cuando las luces se detuvieron él se veía normal, apagado, pero sin los ojos llorosos.

Me miró y me regaló una pequeña sonrisa de lastima.

—¿Estás bien? —inquirí, examinando su rostro con mis ojos ambarinos.

Sonrió más, o mejor dicho, simuló sonreír más, y me tomó de las manos con suavidad permitiéndome sentir la calidez que irradiaba su piel. Nuestros ojos se encontraron de nuevo, pero ahora veía en ellos no más que mi reflejo.

—Lo estoy, no te preocupes, es solo que no me esperaba esa respuesta.

En alguna parte de mi subconsciente alcancé a registrar un sonido fuera de lugar, en el pasillo, como los pasos de alguien corriendo, pero no le presté atención. Se me hizo irrelevante, había muchas personas alojadas en ese hotel.

—¿Qué era lo que querías decirme? —recordé.

Quería que dejara de mirarme así, me hacía sentir culpable.

—Así que estabas aquí, te estuve buscando por todas partes.

Evan apartó sus manos de las mías, y los dos clavamos nuestra atención hacia la entrada para encontrarnos con el dueño de dicha voz. Así vimos a Andrew recostado bajo el marco de la puerta, cruzado de brazos y con expresión un poco... ¿molesta, quizá? O tal vez solo malhumorado. Debía seguir enfadado conmigo por quién sabe qué.

—Sabías perfectamente que estaba aquí. —Evan se enderezó, y observó a Andrew a los ojos, sin demostrar nada en verdad.

—¿Qué dijiste? —preguntó Andrew, pero una corazonada me dijo que lo había escuchado tanto como yo.

Evan suspiró.

—Nada.

Se alejó de mí y caminó hacia la salida con la intención de marcharse. Sin embargo, se detuvo un segundo al lado de Andrew y posó su mano sobre el hombro de su amigo, gesto que por lo general significaba un saludo, pero no lo parecía en ese momento.

Evan sonrió de lado, al mismo tiempo que Andrew levantaba una ceja con sorpresa, como si no esperara aquel gesto en ese momento. Luego el chico de ojos azules siguió su camino como si nada.

—¿Me puedes explicar qué acaba de pasar? —interrogué.

Andrew miró unos segundos al pasillo, observando a su amigo marcharse, luego volvió la mirada hacía mí, pero ahora con el entrecejo fruncido. Su mirada inescrutable no me dejó suponer lo que pensaba, pero por la forma en la que tensó el cuerpo y me miró supe que se trataba de mí.

Tras unos segundos de silencio, en los cuales no supe ni por asomo lo que pensaba, se enderezó y se alejó del lugar sin decir nada más.

A los pocos minutos de que Andrew desapareciera de mi vista, me arrojé en la gran cama acolchonada con la cabeza hecha un lio mientras observaba el techo blanco de la habitación. Aunque en realidad, no lo estaba mirando con atención.

¿Qué sentía por Andrew? ¿Estaba enamorada de él? No, por supuesto que no, mi dignidad no podía caer tan bajo, no podía estar enamorada de un chico tan frio y crudo que solo vivía para regañarme y hacerme la vida imposible. No podía entregar mis sentimientos a alguien así.

Cada vez que metía la pata él se encargaba de restregármelo en la cara. Me había insultado y regañado tantas veces que ya me había acostumbrado. Siempre eran los mismos comentarios ofensivos y ojos llenos de desaprobación. Aunque, claro, no podía negar que desde que me contó cómo había sido su despertar las cosas cambiaron un poco.

Pero ¿realmente siempre me trataba tan mal? ¿Acaso lo único que salía de su boca eran insultos y reproches? Eso no era cierto, en incontables ocasiones me había ayudado aun en contra de lo que era lo adecuado, aun en contra de las advertencias siempre me había acompañado en mis locuras. Me salvó la vida tantas veces que perdí la cuenta.

Desde que lo conocí era así, se negaba a hacer algo moramente incorrecto, pero al final terminaba aceptando solo para poder verificar que no fuera a morir. Con el hechizo del pasado, en la Casa Embrujada de la Feria Estatal, durante el entrenamiento, en la fiesta del SkyRoom de Nueva York, cuando conocí a Kirok, cuando me salvó no solo de un incendio sino también de ahogarme en el océano, cuando me acompañó a casa para ayudar a mis padres... había hecho tantas cosas por mí, tanto buenas como malas, tanto regaños e insultos como consejos y compañía en los momentos difíciles, tantas cosas que ya no sabía ni qué pensar ni qué sentir.

No estaba segura si quería enamorarme de él, de la persona que de seguro más me odiaba; no estaba dispuesta a permitir que significara tanto para mí.

¡Me estaba volviendo loca! Tantos pensamientos, tantos recuerdos, tantas emociones, que no sabía qué hacer.

Andrew no era malo, no del todo, al contrario: era el chico más amable y bueno que conocía, era solo que no lo demostraba. Aunque siempre actuaba queriendo ocultar sus sentimientos, siempre hacía las cosas que quería hacer para ayudar como si fueran una obligación molesta.

Y a pesar de que en ocasiones lo quería golpear hasta que mis manos sangraran, a pesar de que siempre me hería con sus palabras, a pesar de que era duro y severo, a pesar de que nunca nos habíamos llevado tan bien como deberíamos, a pesar de que sabía perfectamente que me odiaba... no podía evitar considerar la posibilidad de que tal vez, solo tal vez, él me...

Me tiré una almohada en el rostro, con la esperanza de ahogarme y recuperar la cordura.

¡¿En qué diablos estaba pensando?! ¡Por supuesto que no! No podía tener una voluntad tan frágil y enamorarme de un tipo como él. Lo odiaba, y él a mí, no podía sentir nada más por él que un pequeño afecto de gratitud.

Me equivoqué, enamorarse de Andrew no era perder la dignidad, era perder la cordura, toda la razón y sentido común, además de perder el sentido de supervivencia. Enamorarse de Andrew era muerte segura, en más de un sentido.

Entonces, si no estaba enamorada de él, ¿por qué me sentía diferente cuando él estaba cerca? ¿Por qué me sonrojaba tanto y mi corazón se aceleraba tanto que creía que se saldría de mi pecho? ¿Por qué me fijaba en cada detalle de él por más minúsculo que fuera y me perdía en su esencia? ¿Por qué me importaba tanto lo que él hiciera o dejara de hacer? ¿Por qué me gustaba lo que yo hacía bajo su influencia?

—¿Problemas del corazón?

Me levanté rápidamente de la cama y me quedé sentada en el borde de ella, contemplando a un chico pelirrojo recostado en el marco de la puerta. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho de forma despreocupada, y en general su postura era relajada y sin prisas, como si nunca tuviera un problema.

Solté el aire, aliviada. Por una fracción de segundo pensé que se trataba de Andrew.

—Daymon, ¿qué haces aquí? Creí que estarías con Sara.

—Estaba. —Se acercó despacio hasta que se sentó a mi lado en la cama—. Evan me contó lo que pasó. ¿Estás bien?

Más bien Daymon lo adivinó, a la fuerza.

Suspiré.

—¿Por qué no debería estarlo?

Sus amarillos ojos pretendieron atravesar mi conciencia como si quisiera desenmascarar un fugitivo.

—No respondiste lo que Evan te preguntó, ¿acaso no sabes lo que sientes por Andrew?

Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. La forma en la que lo dijo no parecía una pregunta, y eso me molestaba, que creyera saber más de mí que yo misma.

—Supongo que lo odio —respondí con simpleza, archivando todos mis pensamientos anteriores en un rincón apartado de mi mente.

Antes dije que un problema cotidiano era lo que nos hacía falta, pues eso no era cierto. Los problemas mágicos eran más fáciles de resolver que un problema de corazón. Era menos tortuoso coser una herida física que una herida sentimental.

—¿Supones? —Daymon enarcó las cejas, tratando de mantener a raya su sonrisa.

Bufé, exasperada.

—No lo sé. Solo sé que él me ha tratado horrible desde que lo conocí, siempre me hace sentir de lo peor, y sé que no puedo sentir más que rechazo hacia una persona como él.

—¿Estás segura?

—¿Por qué no habría de estarlo? Él es un patán, grosero y hermético chico que solo piensa en hacerme la vida imposible.

—Y cuando te ayuda, cuando te apoya. ¿También es un patán, grosero y frio chico? ¿Todo el tiempo es como dices?

Justo en mi conciencia.

—No. Admito que en ocasiones es mi ángel guardián, pero la mayoría del tiempo es el demonio que le encanta torturarme la existencia.

Asintió repetidas veces, despacio, y sonrió sutilmente.

—Respóndeme una cosa: ¿Qué significa Andrew para ti?

Oh, gracias Daymon, otra pregunta cuya respuesta era tan abstracta para mí como la personalidad de Andrew.

—Creo... que es un buen amigo... No estoy segura... —Y entonces, consideré verdaderamente la posibilidad que me había estado negando creer— ¿Es posible que esté enamorada de él?

Daymon curvó los labios con satisfacción. Sin embargo, solo se estiró como gato perezoso y me miró son diversión mientras una gran sonrisa se dibujaba en su rostro.

—No lo sé, tú dímelo.

Antes de responder apresuradamente, para negar lo que en realidad no sabía, me tomé un momento para analizar lo que era enamorarse de alguien.

El amor era cálido, efervescente, te hacía sentir más valioso; y aquella persona a quien le entregaría mi corazón debía hacerme mejor persona, hacerme crecer a su lado, ayudarme a superarme tanto como yo a él, debíamos complementarnos, hallar en el otro lo que nos hacía falta. Debía contar con su apoyo y compañía, con su comprensión y consejos, debía ser para mí tan irremplazable como yo para él. ¿Sentía eso por Andrew?

Lo que mi corazón gritaba cuando estaba cerca de él, como si quisiera salirse de mi pecho, y el color en mis mejillas por ciertos gestos propios de él era una prueba más. No quería decepcionarlo, quería que se sintiera orgulloso de mí, que me considerara no solo apta sino única, quería que me viera, que me sonriera, que me corrigiera y protegiera, que se sintiera él mismo conmigo, quería ayudarlo a mejorar, tanto como él me ayudaba a mí aun cuando discutíamos...

Entonces lo entendí, tan claro que si antes me hubiera detenido a pensarlo lo hubiera visto de inmediato. No solo me sentía atraída a Andrew como persona y amigo, estaba... estaba... estaba enamorada de él.

El aire salió de mis pulmones como globo desinflándome, y quise golpearme internamente por ser tan estúpida y no notar mis propios sentimientos desde mucho antes. Solo ahora, cundo me lo preguntaron, lo entendí. Y no estaba segura si quería omitirlo a propósito o fue por accidente.

—Por todos los dioses... —susurré sin aliento. Me llevé las manos a la cabeza y revolví mi cabello, aterrada, aun sin poder creerlo— ¡Oh, por Urano! No puede pasarme a mí. No con él.

Daymon me miró con extrañeza, como si mi comentario lo confundiera en sobremanera.

—Oye, no creo que sea para tanto. Digo, ¿qué tiene de malo?

—¡¿Que no es para tanto?! —exclamé, ofendida—. Daymon, él es el peor chico en el que pude fijarme, somos diferentes de manera colosal. Es extremadamente honesto, no le importa parecer el villano ni que los demás lo odien, es altanero, y crudo al hablar. Es lo último que necesito en mi vida. Siempre me hace la vida a cuadritos y ahora resulta que estoy enamorada de él.

Me levanté de la cama, con indignación, mientras mis manos no sabían si espantar moscas imaginarias o arrancar los cabellos de mi cabeza. No era que no admitiera mis sentimientos hacia él, o que lo considerara la peor persona de la tierra, porque con defectos y todo era un buen tipo, era que sabía que aquello era tan imposible como que hubiera agua en Venus.

—Sí sabes que esos no son defectos, ¿verdad? Él no es tan malo. Es solo que no sabe demostrar sus sentimientos, lo sabes mejor que nadie.

—¡Esa no es excusa! Por todos los dioses, ¿en qué estaba pensando cuando me enamoré de él? ¡¿Qué diablos pasó por mi cabeza?! Eso es masoquismo, enamorarme de la persona que más me odia es masoquismo.

—Él no te odia...

—Pues eso es lo que demuestra. Siempre con sus comentarios adicionales y su delirio de sabelotodo. Nunca aprueba mis ideas, y detesta todo lo que digo; para él nada de lo que hago está bien. —Suspiré, en parte para tomar aire y en parte para tratar de tranquilizarme—. Me voy a volver loca.

—No creo que así actúe una persona que te odia, es más, considero que lo hace porque quiere que seas mejor que lo que eres ahora. Él ha demostrado que quiere lo mejor para ti, que quiere que estés bien, por eso te ayuda. Él cree en ti más que tú misma, es solo que todavía no lo has visto. Él es de temperamento difícil, eso no te lo niego, el chico tiene un serio problema con su humor de perros. Pero eso no lo hace mala persona.

Me senté en la silla de antes, con la cabeza entre las manos tratando de comprender por qué cuando tenía más problemas que dedos en las manos, aparecía otro más, en el peor momento posible. Mi cabeza estaba rebosante de conflictos y preguntas, y como cereza al pastel ahora también problemas amorosos. Era el colmo, la peor broma, el peor karma.

—Esto no puede pasarme —balbuceé—, este sentimiento no puede existir, mucho menos ahora.

—¿Por qué no? —Daymon sonrió—. Si estás enamorada de él no veo porqué ocultarlo. Es natural, incluso diría que tierno. No debes intentar cambiar lo que sientes.

Lo miré, casi suplicando que hiciera algo al respecto. Pero él no podía quitarme lo que sentía, ni él ni nadie.

—No lo entiendes —hablé con más calma—. Si Andrew se llega a enterar de lo que siento por él, me dará el sermón de mi vida y se encargará de no hacérmelo olvidar hasta que me muera. Él no puede corresponderme porque el sentimiento no es mutuo, él no me ve así, y eso solo me va a lastimar. No... no estoy lista para algo así, y menos ahora.

Arrugó el entrecejo, incrédulo, y soltó una pequeña carcajada. Parecía que todo ese asunto le causaba mucha gracia, más de la que debería.

—Ailyn, te estás inventando toda una película, ¿lo sabes? Creo que deberías hablar con él para estar segura, ya sabes lo que dicen, es mejor arriesgar lo que tienes por una posibilidad por muy pequeña que sea, que no hacer nada y vivir con la duda de lo que pudo haber pasado si tan solo se hubiera intentado.

—Nadie dice eso —mascullé.

—El punto es que debes intentarlo, el que no arriesga no gana. ¿No te da curiosidad averiguar lo que en verdad siente por ti?

Dejé caer mi cabeza hacia atrás y miré fijamente el techo de la habitación, meditando sus palabras.

—A lo largo de mis dieciséis años he sentido innumerables veces curiosidad, créeme que sí, y nunca me había topado con algo que no quisiera saber, hasta ahora. —Bajé la cabeza y fijé mis ojos en las perlas amarillas de mi amigo—. No quiero saberlo, Daymon, prefiero vivir con la duda.

Soltó un suspiro de resignación, y me miró con ternura y compasión mezcladas.

—¿En serio no hablarás con él?

Negué con la cabeza, segura, o casi segura, de que iba a ser así. Nunca me interesó ningún chico, nunca conocí lo suficiente a uno como para hacerlo, así que no me conocía cuando estaba enamorada. Por lo que sabía de mí podía actuar como una idiota o salir huyendo, no sabía cómo iba a reaccionar ahora ante él. Incluso, por muy improbable que sonara, mis sentimientos me podrían traicionar y terminaría confesándome en pleno pasillo. Desconocía por completo mi autocontrol en ese aspecto.

Era impulsiva, eso era innegable hasta para mí, y si él me llegaba a decir algo muy personal o si llegáramos a estar solos de nuevo... podría actuar sin pensar, y luego me lamentaría de ello.

—No, Daymon, trataré de no hacerlo.

Daymon no alcanzó a decir nada más, ya que nos vimos interrumpidos por el sonido de la puerta al abrirse con brutalidad. Los dos nos volvimos hacia la entrada, tomados por sorpresa ante el ruido, y encontramos a Sara con la mano sobre la perilla respirando con irregularidad, como si hubiera subido las escaleras corriendo, y su típica expresión de loca me dio a entender que había problemas.

—Sara, ¿estás...?

Daymon no alcanzó a preguntarle si estaba bien, porque en el momento en que abrió la boca, ella también lo hizo. Y cuando habló su voz estaba cargada de desesperación, como una hermana mayor preocupada, lo que me recordó la vez que mi Suzuki se estrelló.

—Cailye se fue.

¿Por qué? Todavía no lo sabíamos. ¿En realidad huyó? Me negaba a creerlo, pero la verdad era que no había rastro de ella en el hotel desde hacía varias horas. La última que la vio fue la mujer de la cafetería, que dijo haberla visto cerca de las dos de la tarde cuando fue por galletas; luego de eso, simplemente desapareció.

Seguía sin entenderlo, ella estaba bien cuando hablábamos en la habitación, igual que siempre, incluso mejor debido a que me confió su secreto amoroso mejor guardado, entonces ¿qué la impulsó a irse sin más? Era el peor castigo por lo que hice, ahora entendía cómo se sintieron los demás cuando desaparecí sin dar aviso.

—No funciona —dijo Evan en medio de un suspiro de desaliento, al lado de Daymon, refiriéndose a un conjuro de rastreo—. Debe estar bloqueando su energía divina para que no la encontremos. Nuestra magia no la puede ubicar, y no sabemos a dónde puedo haber ido.

Cuando necesitábamos a Astra ella no estaba por ningún lado. La última vez que la vi fue cerca del mediodía, cuando me golpeó, desde ahí desapareció como siempre hacía, sin dejar rastro alguno. Así que sin su ayuda los cinco nos pusimos a pensar en una forma de hallar a Cailye, pero solo cuatro de nosotros hablaba.

Afuera seguía lloviendo, un verdadero tifón que con el paso de los minutos parecía aumentar. Eso confirmó las sospechas de Cailye; Evan estaba preocupado, serio, más que nunca, de ahí provenía el tormentoso clima. Todos estábamos perturbados por nuestra amiga, y la desesperación se empezó a instalar en el ambiente poco a poco.

—¿Qué hacemos ahora? Ni siquiera sabemos dónde está Astra para pedirle un consejo —comentó Sara, tratando de contener su histeria innata. Al menos se controlaba, más que antes, pero eso no era garantía de que no explotara en cualquier momento su cronometro de paciencia—. ¿Qué más podemos hacer si ella no quiere que la encontremos?

—Andrew, eres su hermano, ¿hay algún lugar al que le guste ir cuando se siente confundida o deprimida? —inquirió Daymon, pero solo obtuvo un movimiento negativo por parte de Andrew, quien permanecía perdido en sus pensamientos.

En la habitación todos estaban de pie cerca de la ventana y el centro de la estancia, mientras que yo era la única sentada en la cama, sin hacer ningún comentario, limitándome a escuchar y pensar. No tenía nada constructivo que aportar, y a ellos no parecía importarles mucho mi opinión en ese momento.

Era casi invisible, por no decir por completo. Lo bueno de esa situación era que me distraía de pensar en mis sentimientos hacia Andrew, que de alguna forma logré controlar cuando estaba cerca de él, no obstante, su sola presencia me removía mi interior. Era una necesidad, una estúpida urgencia de escupirle lo que sentía, pero por suerte mi pequeña parte racional me permitió quedarme callada. Quizá esa era una de las razones por las cuales evité hablar, por temor a decir algo indebido.

La noche caería en cualquier momento, en menos de una hora en realidad, y la lluvia no cesaba por mucho que Evan tratara de relajarse. Si no encontrábamos a Cailye pronto le podría ocurrir algo por andar sola en un lugar desconocido para ella. Podía ser una diosa, una chica mágica o lo que fuera, pero no estaba libre de los peligros de la calle.

—No puede haber ido muy lejos, no hay rastros de que alguien haya usado magia para teletransportarse, si lo hubiera hecho, lo sabríamos —explicó Evan—. Eso siempre deja un rastro, es un conjuro muy grande.

—Todavía no entiendo por qué se fue. Creí que era feliz, dentro de lo que se podía —musitó Sara mirando el suelo.

Andrew me miró por inercia, de forma acusadora, como si me dijera en silencio que fue por mi culpa. Y en realidad, quizá me podía hacer una vaga idea del porqué se fue, pero no podía estar segura. Desvié la mirada al suelo tan rápido como pude para cortar nuestro contacto visual.

—¿Tienen algún conocido aquí que pueda recibirla o algún lugar al que le gustaría ir? —le preguntó Daymon a Andrew.

—Maldición, no, ¿crees que si lo supiera estaría aquí? —Su voz sonaba ronca, apagada.

Él había estado alarmantemente tranquilo e inexpresivo, pareciera que no le importara lo que le ocurriera a su hermana, pero en verdad se sentía tan preocupado que prefería no hablar. Lo entendía, en serio que sí, y no sabía qué me dolía más, saber cómo se sentía o no poder hacer algo para recuperar a Cailye.

—No sé a dónde le gustaría ir, ni por qué decidió hacerlo, ni siquiera sé si regresará. Solo sé que ella está en alguna parte allá afuera —Andrew señaló la ventana, tratando de contener la frustración que corría por sus venas—, sola. Y no sé... ni siquiera sé si está bien o si está llorando en un lugar apartado.

Él bajó a mirada, dando a entender que se sintió avergonzado de algo, o simplemente impotente. Lo entendía, y quería ayudarlo. Pero sabía que si me acercaba y le hablaba terminaría echando a perder las cosas, o discutiendo. Así que mejor que quedé en mi lugar, desviando la mirada del frustrado Andrew, al preocupado Evan y de ahí a la casi loca Sara.

Entre la tensión del momento, resultaba curioso ver a Sara tan preocupada por una persona que no le caía bien. Eso me hizo pensar que por mucho que pelearan, por mucho que no se toleraran para por lo menos respirar el mismo aire, no llegaba al punto de quererla fuera del equipo. Ya no. Ahora la llegó a apreciar lo suficiente para despertar en ella aquella preocupación de familia que sentía por los demás.

Volví la mirada hacia la ventana en cuanto los ojos de mi amiga y los míos se cruzaron. No sabía si seguía molesta conmigo, y en ese momento era lo último que importaba, pero de igual forma todavía no estaba lista para verla a los ojos.

Repasando una vez más el comportamiento completamente normal de Cailye, recordé un detalle que tal vez nos indicara en dónde podía estar. Ella me lo dijo, como parte de sus tantos sueños, y qué mejor lugar para cumplirlo que en París.

—Creo que sé en dónde está Cailye —comuniqué, ganándome la atención de todos los presentes por primera vez desde mi regreso.

El frio de la noche era estremecedor, y junto con el olor a perfumes costosos creaban un ambiente tanto diferente como agobiante. El viento acariciaba mi rostro y mis descubiertos brazos provocando picazón en mi nariz, en ese momento deseé haber traído una sudadera en lugar de una blusa simple.

La luna se veía hermosa en lo alto de la torre Eiffel, y se vería aún más magnifica desde allá arriba, al igual que las estrellas, todo parecía salido de una película con magníficos efectos gráficos. Lo único más brillante que la luna era la torre misma; sus luces plateadas eran tan extravagantes que era difícil adaptar la visión a ese tipo de iluminación.

—No te quedes ahí parada, subamos de una vez —apuró Andrew con un pie sobre el sensor del elevador para que éste no se cerrara.

Me obligué a dejar de pensar en el estrellado cielo y concentrarme en la situación delante de mis ojos. Los demás ya estaban en el interior del elevador, esperando con impaciencia a que subiera con ellos, mientras que Andrew me fulminaba con la mirada por mi demora.

—No subiré a esa cosa —declaré—; prefiero trepar la torre antes de subir a esa caja desequilibrada.

Andrew suspiró con exasperación.

—No tenemos tiempo para tus escenas de pánico. Si Cailye está allá arriba necesitamos subir y esta es la única forma de hacerlo. ¿Vienes o te quedas?

En medio de un suspiro de resignación y pesadez, pasé frente a Andrew para adentrarme al terrorífico elevador. Acto seguido, Andrew entró y se ubicó a mi lado. La caja asesina era justo como recordaba a esas cosas desde mi incidente en la niñez, y en cuanto la puerta se cerró sentí el pánico subir por mi cuerpo como una corriente eléctrica, advirtiéndome del peligro.

Cuando el elevador empezó su movimiento cerré los ojos con fuerza y tomé aliento, como si me fuera a sumergir en el agua, y me aferré a lo primero que encontré, que para mi desgracia fue la mano de Andrew a mi lado.

—Lo siento... —tartamudeé al percatarme de la mirada de Andrew sobre mí. Sin embargo, no abrí los ojos en ningún momento, tanto por mi miedo como para evitar topármelo de frente.

Intenté retirar mi mano de la de él, sin embargo, el agarre de la suya sobre la mía me lo impidió. Sentí la suavidad de su tacto sobre mi palma, otorgándome resistencia hasta que terminara esa tortura, y me sorprendí a mí misma al notar que su temperatura era más alta que de costumbre.

Relajé mis músculos, concentrando toda mi fuerza física en el apretón que le proporcionaba a mi compañero para desviar mi atención. Sabía que lo sujetaba con excesiva fuerza y que quizá le dejaría marca, pero él no se apartó ni yo me moví hasta que el elevador se detuvo. Cuando lo hizo y escuché las puertas abrirse decidí permitirme abrir los ojos, y noté así que él al igual que los demás ya habían bajado.

Conocía a Andrew lo suficiente para saber que no diría nada respecto al acto de apoyo que tuvo conmigo momentos atrás, era orgulloso y no le gustaba hablar de sus acciones, así que me limité a agradecerle con la mirada, aunque él no lo notara.

En verdad era impresionante la cantidad de detalles sobre él que no me molesté antes en analizar; tenía una personalidad digna de admirar a pesar de sus defectos. Solo esperaba que yo no fuera la única en valorar sus virtudes, él también lo tenía que ver.

Sacudí mi cabeza para alejar esos pensamientos, tenía algo con más prioridad que hacer. Escaneé el primer piso del mirador, en busca de una chica de coletas rubias, pero aunque las personas eran pocas no había nadie con esa descripción en el lugar.

—Dijiste que estaría aquí —recordó Sara en tono gris, queriéndome regañar por mi equivocación.

—Dije que creía que estaba aquí —corregí—. No soy adivina, solo lo supuse, no puedo saber con exactitud donde es...

—¡Miren! —El grito de Daymon me interrumpió—. ¡Arriba!

Señaló con su mano hacia la siguiente planta, donde se alcanzaba a ver el cabello de Cailye ondeando como una bandera al ritmo del viento mientras permanecía recostada al barandal.

—Vamos —ordenó Evan con el entrecejo levemente fruncido.

—No, Evan, déjenme subir a mí —pedí, y así me gané de nuevo cuatro pares de ojos sobre mí—. Si subimos todos solo la asfixiaremos y se confundirá más, con una persona que vaya es suficiente.

—¿Y por qué tú? —quiso saber Sara— ¿Por qué no su hermano? ¿Qué puedes hacer tú?

—Tengo una idea para hacer que vuelva, solo denme quince minutos. Por favor, Sara, sé que mi comportamiento no ha sido el mejor... pero debes creerme cuando te digo que no permitiré que se vaya.

Sara miró a Daymon, buscando aprobación, quien asintió en respuesta con una gran sonrisa divertida, luego suspiró y me miró.

—Está bien, quince minutos, después de ese tiempo Andrew subirá, ¿entendido?

Asentí, agradecida por su confianza, y me volví hacia el tenebroso elevador. En serio prefería trepar la torre, pero la ocasión era urgente y no tenía tiempo para más miedos.

Justo cuando me paré frente al elevador, éste se abrió. Vacilé un momento antes de entrar, lo suficiente para que las puertas se volvieran a cerrar, por lo que tuve que interponer mi mano para que no sucediera. Ingresé a la caja de metal, temblorosa, y hundí el botón que me llevaría a la siguiente planta.

Las puertas se cerraron, dejándome ver antes de quedar encerrada el rostro de Andrew con sus oscuros ojos clavados en mí. Sentía que confiaba en mí, o al menos en que traería a Cailye devuelta, lo que no sabía era si sería capaz de lograrlo.

Me recosté en la pared y cerré los ojos. Conté los segundos que pasaron hasta que las puertas se abrieron nuevamente, y cuando sentí la brisa sobre mi rostro no dudé en salir a toda prisa del elevador.

Aquella planta era más pequeña que la de abajo y se encontraba más vacía. En el barandal estaba Cailye, con la mirada perdida en la ciudad y el cabello cubriéndole parte del rostro gracias a la brisa nocturna. Ahí arriba no se alcanzaba a escuchar bien el bullicio de los autos, y por eso el lugar era más tranquilo, perfecto para pensar.

Por suerte dejó de llover, lo único que quedaba de aquel clima tempestuoso eran las goteras perdidas que caían sin patrón, tan escasas que no mojarían a nadie; pero a pesar de ello el frio era constante.

Caminé hacia mi amiga, presa del frio de la reciente sensación del elevador.

—Cailye, estábamos muy preocupados por ti. ¿Estás bien? —Al notar que no respondía, y que permanecía con la vista fija en el frente, seguí hablando—. No sabes el miedo que pasé para subir hasta aquí, casi me muero del susto...

—¿Qué quieres? —me interrumpió, tan seca y lúgubre que parecía otra persona.

Me mordí la lengua y tomé aire.

—Queremos que regreses. Te fuiste sin decir nada, solo desapareciste; todos hemos estado muy preocupados por ti.

—No pensaba huir —aclaró—, solo quería un lugar tranquilo para pensar.

—¿Pensar? ¿Pensar en qué? ¿Por qué de repente solo te marchaste?

Alcancé a detectar una mueca pronunciada en su rostro, pero su perfil no me dejaba confirmarlo.

—¡Pensar en cómo dejé que esto pasara! —Se apartó del barandal en un rápido movimiento, para quedar frente a mí. Ahí noté, a pesar de la poca luz, sus ojos hinchados y nariz roja. Estuvo llorando, ¿por qué?

—¿Pasara qué? ¿De qué hablas?

Se acercó unos pasos a mí, con las manos en puños para controlar su ira. Estaba furiosa, enojada, más de lo que nunca la vi. Se veía herida, traicionada, vulnerable...

—¡De ti! ¡Estoy hablando de ti! ¡Todo esto es tu culpa, desde el inicio, pero no lo quise ver! Lo supe desde que te conocí, pero no quería aceptar lo que mi nariz me decía.

Batalló para que las lágrimas no salieran de sus ojos, pero fu inútil, poco a poco una que otra gota de tristeza resbaló por sus mejillas. Su carita redonda estaba teñida de rojo, y aunque tratara de tragar su estado no se lo permitía.

Se me encogió el corazón.

—Cailye, cálmate, no sé de qué hablas...

Cerró los ojos con fuerza, como si así dejara de oír mis palabras. Ese gesto me recordó a Andrew, algo que debía tener su familia en común.

—¡Cállate! ¡Lo sabes! Te lo dije y tú te aprovechaste de eso, te burlaste de mis sentimientos, ¡jugaste con los de él! ¡Es imperdonable!

Estaba más confundida que ofendida, no entendí de lo que hablaba, y al parecer no quería decírmelo.

—¡Dime lo que hice entonces! No sé de qué hablas, Cailye, no soy una maldita adivina.

Entonces, estalló. Cuando conocí a Cailye me pareció súper tierna, creía incapaz que tanta histeria y locura existiera en un cuerpo tan pequeño como Sara lo dijo, pero en ese momento, cuando su rostro se tornó más rojo que un tomate, y sus oscuros ojos se iluminaron con un destello amarillo sobrenatural, entendí que no solo era más inestable que yo, sino que ahora dirigía toda era ira hacia mí, y aquello era igual de peligroso que un perro rabioso.

—¡Te vi a ti con Evan! ¡Olí sus sentimientos hacia ti! ¡Hacia ti! Tú me quitaste lo que anhelaba, me arrebataste mi sueño, ¡igual que las personas que me creyeron asesina y me negaron una familia de nuevo! ¡No eres diferente a ellos!

El viento me golpeó, o tal vez solo fue mi imaginación. Quizá solo fue mi corazón siendo abofeteado.

Me quedé quieta, pasmada, con la sangre helada. Lo que acababa de decir, por mucha rabia que sintiera, me dolió en un rincón de mi corazón que no sabía que tenía.

—No...

—¡No sabes de qué hablo, lo sé! —me cortó, escupiendo las palabras, y me miró de una forma tan rencorosa que retrocedí por inercia— ¡Te estoy diciendo que Evan está enamorado de ti! ¡De ti! Tantos años a su lado, tantas cosas que pasamos juntos, ¡para que se enamore de una chica a la que vagamente conoció por cartas! ¡Ni siquiera sabías quién era hasta hace unos meses! ¡Y aun así me lo quitaste! —Las lágrimas ahora salían de sus ojos sin control, y noté su cuerpo temblar—. Me quitaste lo único que me quedaba intacto desde ese día...

El aire abandonó mis pulmones de golpe, y sentí mi cuerpo tan pesado como si alguien me hubiera empujado hacia atrás. De no ser por el equilibrio de mis pies que era lo único que me sostenía al suelo, me habría ido de espalda e incluso me habría caído desde el borde de la plataforma.

—Eso... —Parpadeé varias veces, reacia a creerlo. Mi estomago se revolvió—. Eso no es verdad.

Apretó la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes rechinaron.

—¡Claro que lo es! Siempre te admiró, siempre te vio como una joya, siempre creyó en ti. Aprendí a convivir con ese olor que secretaba cuando estaba junto a ti, tratando de convencerme a mí misma de que era un error, que solo te veía con fe y esperanza. Pero en el fondo lo sabía, igual que mi hermano, ¡igual que los demás! Todos lo sabíamos, excepto tú. Quería conocerte, saber qué veía él en ti que era tan especial, pero me agradó tu olor. —Se llevó las manos al rostro y cubrió sus ojos con desesperación—. ¡Comprendí lo que sentía!, y quería odiarte por ganarte lo que yo no pude, pero fui incapaz porque te convertiste en una buena amiga... Entendí... —Sollozó entre sus manos— entendí por qué te quiere tanto, ¡porque yo también te quiero!

Permanecí callada, en shock, sin poder asimilar lo que me decía. Había recibido muchas noticias en cuarenta y ocho horas, pero esa era sin duda la que más me impactó. No tenía idea de los sentimientos de Evan, nunca me detuve a analizar el comportamiento de Cailye, y jamás presté atención a esos pequeños detalles que estaban a mi alrededor, tan nítidos que hasta un ciego los vería.

Estaba muy ocupada preocupándome por mi vida como para preocuparme por la de los demás.

Mi cuerpo se movió solo, en dirección a Cailye. Me acerqué a ella poco a poco, hasta que solo unos centímetros nos separaban; ella estaba muy ocupada cubriendo su rostro como para notarme, lo hizo justo cuando rodeé su cuerpo en un abrazo.

Manejar ese tipo de situaciones no era mi fuerte, nunca sabía qué hacer, así que lo único que pude hacer fue abrazarla, y transmitirle por medio de ese gesto cómo me sentía.

—Su-suéltame —exigió, con la voz ahogada—. Necesito enfadarme contigo, de otra forma lo haré conmigo misma.

—Huéleme, Cailye, y cuando lo hagas podrás enojarte conmigo si eso quieres. Pero debes tranquilizarte, porque lo único que consigues es lastimarte más- —La abracé con más fuerza—. Si necesitas enfadarte conmigo, hazlo, si eso te ayuda no me negaré, pero solo si en serio es necesario para que estés bien.

Entendía sus palabras. Su único y primer amor se fijó en otra persona, y ella necesitaba apuntar todos esos sentimientos negativos hacia mí para que no se odiara a sí misma por no ser lo que él quería que fuera. Requería depositar ese odio y esa frustración en alguien, o la consumirían poco a poco; estaba dispuesta a hacerlo, pero eso solo sería así si el sentimiento era mutuo. Lo cual no era.

No sentía por Evan algo más que amistad, solo era un buen amigo que siempre me alentó a seguir adelante, y siendo así Cailye no tendría motivos para odiarme. Claro que en todo eso había algo más a fondo, que involucraba los sentimientos del chico de ojos azules y su opinión en todo eso, pero eso era tema para después.

—Estás... —masculló, y noté la forma en que sus pulmones se desinflaban. Me olió, y ahora sabía tanto como yo que estaba...— enamorada.

Me aparté unos centímetros de ella y posé mis manos en sus hombros. Me miraba directo a los ojos, y los de ella para mi alivio lucían tan grandes y oscuros como siempre. Demostraba confusión, pero claramente se veía más calmada. Incluso, por la rapidez de su cambio, creí haber usado el Filtro por error.

—¿De quién? —preguntó.

Medio sonreí sin ganas.

—De tu hermano, Cailye. No siento nada por Evan porque es a Andrew a quien quiero.

Entreabrió la boca, mientras el entendimiento surcaba su rostro. Un segundo más tarde pareció procesar mi confesión, y sus ojos se iluminaron de un tenue brillo de alegría. Sí, alegría, se sentía feliz de mis sentimientos hacia Andrew; ¿por qué?, ¿porque no sentía nada por Evan, o porque le agradaba que me gustara su hermano?

—¿Él lo sabe? —inquirió, y de repente sentí que de alguna forma el tema se revirtió.

—No. Por supuesto que no. —Bajé la mirada unos centímetros y tomé aire para continuar hablando—. Cailye, lo podemos solucionar, ¿sí? No necesitas perder la cabeza. Sé que te duele, que crees necesitar odiarme, pero ¿en verdad crees que eso cambiará en algo tu relación con Evan? Él no sabe nada de esto, y no lo tiene por qué saber; puedes cambiar sus sentimientos, como dijiste, los sueños no nos abandonan, solo cambian de forma.

Absorbió la nariz para poder hablar, y aun así su voz salió quebrada y débil.

—N-No puedes cambiarle los sentimientos a otra persona así de fácil.

—No dije que fuera fácil, solo digo que es posible. Las cosas cambian, igual que los sentimientos. Él te ha tenido siempre a su lado, te tiene un gran aprecio, y ese aprecio puede convertirse en algo más con un poco de tiempo y esfuerzo. Sé paciente, las personas también pueden cambiar.

Retrocedió un paso, y vi claramente el pánico en sus ojos al imaginarse quién sabe qué, solo supe que era algo lo suficientemente malo como para evitar pensar en esa posibilidad.

—No puedo, es... es demasiado. Tengo miedo de que me rechace...

Acorté nuestras distancias y sujeté con fuerza sus brazos.

—Pero no puedes seguir temiéndole, Cailye, no puedes renunciar a ese sueño por miedo o terminarás sintiendo un gran odio hacia ti misma. Te has esforzado por agradarle, porque te mire, y darte por vencida ahora solo echará tus avances a la basura.

Mientras hablaba entendí, de una forma un tanto incomoda, que los sentimientos amorosos hacia los demás eran tan delicados como una lagrima de cristal, y tan hermosos como el brillo de un diamante bajo el sol. Su cariño hacia él poseía una belleza extraordinaria, esa devoción, ese deseo de vivir el sueño, era lo que le generaba miedo. Porque las cosas buenas, los riesgos, aquello que más queremos, es lo que más temor nos causa.

—Sé de primera mano lo que el miedo te puede provocar, es algo más grande que tú, y es razón suficiente para no hacer nada —continué—. Pero si no lo haces te arrepentirás, y el arrepentimiento es más doloroso que el miedo. ¿En serio quieres vivir así? El miedo se supera, de una forma u otra, pero el remordimiento te acompañará por siempre.

Era lo que Daymon me dijo, dicho en otras palabras, pero con el mismo significado. Estaba compartido un consejo que yo misma no quería seguir por ese mismo miedo. Qué contradicción tan grande. Era más fácil opinar sobre la vida de los demás que seguir ese mismo camino en tu propia vida.

Hubo un largo silencio, de quizá un par de minutos, hasta que enfocó sus grandes ojos en mí, que brillaban como estrellas debido a sus lágrimas y la luz de la luna. Se veía decaída, pero no al borde de la locura como minutos atrás.

—No quiero perderlo —soltó, y noté la vidriosidad de sus ojos que acompañaba su mueca al decirlo.

—No lo harás, confía en mí, él te quiere lo suficiente para no dejarte ir. Estaba preocupado por ti cuando te fuiste, todos lo estábamos, incluso Sara. No huyas, Cailye, porque si lo haces también huirías de él.

—No intentaba huir —repitió—, solo quería pensar.

Le ofrecí una sonrisa sincera.

—Y ya lo hiciste. Es tiempo de volver, en cualquier momento subirán a buscarnos.

Me devolvió media sonrisa, dando a entender que lo haría sin protestar. En ese momento el sonido de las puertas del elevador captó nuestra atención. Si hubiera calculado el tiempo no me habría salido tan bien; Andrew no pudo haber elegido mejor momento para aparecer, fue como si hubiera sabido que todavía no era la ocasión.

—¿Por qué demonios tardan tanto? —exigió saber, con el entrecejo fruncido.

Se acercó a nosotras, y mientras lo hacía agradecí a la oscuridad que dejara una vista parcial y no total de nuestros rostros. Pese a eso, la escasez de luz no era obstáculo para la súper visión sobrehumana de Andrew.

—Ya íbamos de bajada —me excusé.

Él me examinó con la mirada, de pies a cabeza, y posó sus ojos en su hermana menor mientras ésta se frotaba los ojos.

—¿Estas bien? —le preguntó él a Cailye, pero al hacerlo sentí que había más en esas dos palabras de lo que significaban.

—Sí, ahora sí. —La rubia bajó la cabeza; no quiso mirarlo a los ojos. Y se dispuso a caminar rumbo al elevador—. Tengo sueño, me iré a dormir ya.

Andrew no la detuvo, solo dejó que abordara la caja asesina sin preguntarle nada más. Las puertas se cerraron frente a ella, lo que significaba que ahora el chico de ambarino cabello y yo estábamos solos.

—¿Qué le pasó? ¿De qué hablaron? ¿Cómo la convenciste para que volviera? —bombardeó Andrew.

Suspiré con cansancio. Me sentía cansada, no solo por todo lo que estaba pasando en ese momento, sino porque el cambio de horario de mi casa a Paris le había robado horas a mi sistema.

—Haces demasiadas preguntas. —Me masajeé la sien—. Confórmate con saber que está bien y que no hay nada de qué preocuparnos. Solo hablé con ella, nada más.

—No esperarás que me trague eso, ¿verdad? —Me observó escéptico.

—Piensa lo que quieras.

Me dispuse a dirigirme al elevador, pero entonces él me impidió el paso apoyando su mano en el barandal de la torre. Intenté rodearlo, pero él se movía a la par con mi cuerpo para que eso no pasara.

—¿Qué? —interrogué, sin mirarlo a la cara—. Déjame pasar.

—¿Qué te ocurre? Has estado actuando extraña desde que salimos a buscar a Cailye. Además —añadió mientras bajaba la cabeza para encontrarse con mis ojos, sin embargo, yo bajé más la mirada para evitarlo—, no quieres verme a los ojos.

—No me ocurre nada —respondí cortante.

—¿Estás molesta por lo que te dije cuando llegamos?

Intuí su mirada analítica, aunque no la viera, era algo que me esperaba de él.

—No, por primera vez desde que te conozco no me enfadó lo que me dijiste.

—¿Por qué? —presionó.

«Porque tienes razón, no en todo lo que dijiste, pero la mayor parte sí».

—No importa, no quiero hablar de eso ahora. Estoy cansada, Andrew, déjame pasar.

Pero entonces, con un rápido movimiento, levantó mi barbilla obligándome a mirarlo directo a los ojos oscuros como el cielo nocturno, tanto que solo podía distinguir un ligero brillo provocado por la luz de la luna. Me observaba con detenimiento, queriendo averiguar algo fuera de su alcance, como si quisiera sacar a la luz algo oculto.

Su cercanía me resultaba peligrosa, no me veía capaz de controlar mis impulsos, no estando a centímetros de su rostro. Siempre había creído que era atractivo, tanto como la reencarnación de un dios se lo permitía, pero ahora mientras más cerca lo observaba más me convencía de que aquella belleza no era solo exterior.

Sus defectos, sus virtudes, sus manías, su personalidad misma era tanto un misterio como algo digno de admirar. No me había dado cuenta de lo mucho que lo observaba, de lo mucho que me fijé en su persona, sino hasta que entendí lo que sentía por él.

Sin darme cuenta me enamoré de su confianza, de su compañía, de cómo me hacía sentir aun cuando me reñía. Él me obligaba a comprender cosas de mí misma que jamás vi, me traía de vuelta a la realidad, me ataba a la cordura y a lo correcto. Él no solo era mi ancla, era la razón por la cual podía seguir adelante, porque contaba con él en todo momento.

Me fijé una vez más en sus ojos, y una parte de mí por muy pequeña que fuera se sentía triste al entender la verdad que aunque conocía no quería aceptar. Él nunca me aceptaría por la misma razón por la que estábamos metidos en todo ese lio. Más allá de ser diferentes, más allá de nuestras discusiones, no podíamos negar el pasado que nos ligaba. Entonces, ¿por qué era tan difícil de aceptarlo?

—¿Qué te ocurre? Te ves distraída —notó.

El viento rozó mi piel al igual que la suya.

—Me llamaste «margen de error», ¿lo recuerdas?

Y fue ahí, en el momento en el que recordé sus palabras, que supe que mi raciocinio había abandonado mi cerebro como si se tratara de una lámpara apagándose. Había sentido eso con anterioridad, justo en el segundo previo a dejar de pensar y actuar por instinto, en múltiples ocasiones; y como en ellas, ahora correría con la misma suerte.

Por sus ojos pasó la sorpresa, tan rápido y fugaz que creí que no lo recordaría.

—Y creo recordar que tú me llamaste «sol de invierno», así que estamos a mano.

Entrecerró los ojos, y una casi sonrisa se deslizó en su rostro mientras lo recordaba. Había una cosa brillante en su mirada que me era imposible ignorar.

—¿En serio crees que soy un error? —mascullé, sin tener el control sobre mis palabras.

—Ya te lo dije, el margen de error no es malo, es solo aquello que sabes que puede ocurrir, pero nunca esperas que suceda.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que comportarse tan lindo por momentos y otros viajar hasta el otro extremo? Era mucho más fácil si no me miraba así, como si tratara de leer algo en otro idioma, sería mucho más fácil si no lo viera yo a él como los demás no lo hacían. Lo conocía tan bien que me enamoró su forma de ser...

Ya estaba, adiós al hilo de cordura que me quedaba.

Lo siguiente ocurrió tan rápido pero tan lento a la vez que no estaba segura si lo recordaría o si lo olvidaría por completo.

Me levanté lo más que pude, perdida en mis sentimientos, y me acerqué al rostro de Andrew; lo hice en un solo movimiento, pero pasó tan veloz que todo fue muy abrupto y repentino. Lo sentí a cada paso, pero pasó en cuestión de segundos.

Casi salté sobre él, presa de mis propios impulsos. Seguí con el rumbo de mis labios hasta que solo me separaba un par de centímetros de los suyos, su respiración se mezcló con la mía en una fracción de segundo y ya no supe si el pulso que sentía era el mío o el de él. El corazón de alguno de los dos se detuvo, pude sentirlo.

Nuestros labios se encontraron de golpe. No fue algo suave y tierno, fue tan sorpresivo que apenas tuve tiempo de asimilar lo que había hecho. Mis labios abrazaron los suyos, con cuidado, torpes, temerosos...

Hasta que él se movió, reaccionando a mis intensiones expuestas.

Sentí sus brazos alrededor de mi cuerpo, cómo el suyo se inclinó hacia mí con una desesperación que encendió una llama en mi interior. Fuerza, una brusquedad nueva lo dominó cuando él tomó el ritmo del beso. Sentí su cuerpo sobre el mío sin un solo milímetro que nos separara, sus suaves labios sobre los míos moviéndose como si quisiera sacar a la luz aquello que veía cuando me miraba.

Anhelo, como la recompensa luego de un largo viaje. Me apretaba con más fuerza, yo buscaba más su cercanía como si aun hubiera un océano entre nosotros.

Pero él quería más. Me apretó contra el barandal, sus manos recorriendo mi espalda, abrazándome más. Acaricié su cabello, lo enredé en mis dedos como si así tomara más de él que él de mí. El movimiento de sus labios, de su lengua, me consumía. Quería más, necesitaba más...

Por un segundo sentí que todo estaba en su lugar.

Y en ese momento, como una ayuda divina, estallaron los fuegos artificiales sobre nosotros. Colores vivos de rojo, verde, azul, amarillo y plateado iluminaron el cielo nocturno como en un festival de fin de año. Nos bañó en su luz, como si estallaran en el cielo como lo hacían en mi corazón.

Sin embargo, el sonido de los fuegos artificiales nos trajo a ambos a la tierra.

Me soltó. Se apartó de mí como si yo lo hubiera electrocutado. Retrocedió un paso vacilante, dejándome a la expectativa, con el anhelo de más. Me sostuve al barandal para no caerme ante la falta de su tacto sobre mí.

Lo miré, mi corazón desbocado, mi respiración irregular. Las luces nos iluminaban a los dos, pero él... Él lucía como el dios que era bajo los tonos llamativos del cielo. Sus ojos oscuros destellaron de dolor...

Eso me rompió el corazón.

Por un instante me sentí incompleta, vacía, mientras él bajaba la cabeza con una pequeña mueca dibujada en su rostro. Sus manos se volvieron puños, y su cuerpo se tensó a tal grado que me hizo pensar que me había equivocado, que en verdad había hecho algo muy estúpido.

La sombra marcada de su cabello le cubrió los ojos, y no me hizo falta verlos para saber que mi acto precipitado no fue más que un error. Me mordí la lengua con tanta fuerza como pude y mis mejillas se tiñeron aún más de rojo, pero ahora se debía a la vergüenza.

Quería que la oscuridad me tragara, o a él, deseaba desaparecer, no podía permanecer más ahí, frente a Andrew. La cara se me caería de dolor y vergüenza.

Las luces de los fuegos artificiales iluminaron su silueta, justo en el momento en que murmuró «lo siento» tan bajo que no lo escuché, solo leí sus labios y la aflicción con la que los movió.

Dejé caer mi cabeza, derrotada, y escuché sus pasos firmes dirigiéndose al elevador. Cuando estuve segura de que ya se había ido, que ya no podría ver mi humillación, me permití derramar mi sufrimiento líquido.

El sonido de los fuegos artificiales sobre mí amortiguó los sollozos posteriores que salieron de mi garganta con tanta fuerza que resonó en mis cuerdas vocales. Lloré sin reserva, sin consolación alguna ni las fuerzas para por lo menos limpiar mis lágrimas.

Los latidos de mi corazón se hicieron predominantes en mi cuerpo junto con un temblor nervioso que lo cubrió. Me sentía derrotada, humillada, y herida. Eso fue un rechazo; no era que no me lo esperaba, era solo que no creí que doliera tanto.

Lo sabía, sabía que si intentaba algo con él solo ganaría un corazón roto, y aun así no me detuve. Yo lo había buscado, y a cambio me gané un inmenso dolor punzante en el pecho.

Miré una vez más hacia la ciudad iluminada por las tenues luces de los fuegos artificiales, buscando tranquilidad en medio del caos interior que se desataba en mi cuerpo.

Antes había creído, por muy pequeña que fuera, que existía la esperanza de que mis sentimientos florecieran cuando él correspondió el beso; pero me estrellé contra un muro, y en el impacto esa ilusión se rompió como la zapatilla de Cenicienta.

Recordé el romántico sueño de Cailye sobre la torre Eiffel, y no pude evitar pensar que la vida podía ser amargamente irónica. ¿Cómo podía haber una vista tan hermosa, un cielo tan iluminado por múltiples cuerpos, un clima ideal, y en resumen el momento perfecto, para que terminara de esa forma? El destino se burlaba de mí y yo se lo permití.

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